domingo, 10 de septiembre de 2017

Comentario a las Lecturas del XXIII Domingo del Tiempo Ordinario 10 de septiembre 2017

Comentario a las Lecturas del XXIII Domingo del Tiempo Ordinario 10 de septiembre 2017

Hoy las tres lecturas, tienen un substrato común y explicitan mutuamente aspectos de la vida cristiana.
Primeramente, podemos considerar la corrección fraterna. Se trata evidentemente de ayudarse, valorarse, animarse, corregirse con humildad y por razones que superen las simpatías o antipatías. El único móvil cristiano es el bien de los demás. Es bueno prestar mucha atención a la facilidad con que nos hundimos mutuamente, al hecho de desacreditar públicamente, a la crítica fácil cuando los demás no nos oyen o no se pueden defender.
El evangelio de hoy, nos habla más bien de auto excomunión (queda fuera de la comunidad el que no quiere aceptar el estilo evangélico). Siempre es útil recordar que la virtud no se impone por la fuerza, sino por el amor, el respeto y la libertad.
En segundo lugar, se hace referencia a la autoridad (diaconía) eclesial. Ya que la comunidad se construye alrededor de una autoridad que orienta, dirime cuestiones, une los corazones divididos y ayuda a la interpretación de las llamadas del Espíritu. Como mínimo se pide que todos sepamos dialogar.
En tercer lugar, la comunidad gira alrededor de un eje que la vertebra fuertemente y la transforma: la plegaria. Se puede recordar los momentos de plegaria eclesial en el libro de los Hechos. Se reza en el dolor, la persecución, el gozo, antes de las decisiones... Se puede considerar a la iglesia como comunidad que ora y su intervención orante en los momentos decisivos de la vida cristiana.
Finalmente, se insiste en que la comunidad -el vivir en común- es presencia del Señor. Se podría valorar el "reunirse", dándole su sentido originario de compartir en comunidad .¿De qué manera hacemos caso a la comunidad eclesial? Conviene examinar nuestra posición ante ella y considerar qué es lo que debemos corregir personalmente para permitir un mejor dinamismo comunitario.

En la primera lectura del Profeta Ezequiel (Ez. 33, 7-9), el Señor es muy severo con respecto a personas que, teniendo la obligación de corregir a otros, no lo hacen.
Ezequiel vivió entre los años 600 - 550, sin que podamos precisar más. Son los años trágicos de la destrucción de Jerusalén por los babilonios de Nabucodonosor (578). Ezequiel y Jeremías son los dos profetas testigos de la caída de Jerusalén y la deportación a Babilonia.
La primera parte de la profecía de Ezequiel es contemporánea de los últimos días de Judá, y es anuncio de la caída de Jerusalén. La segunda parte, ya en el destierro, se dedica a mantener la esperanza del pueblo en la restauración, fundándola en la confianza en Dios y por tanto en la adhesión del pueblo al Señor, no en vanas esperanzas políticas.
En el texto de hoy se hace una exhortación a los "profetas", encargados de anunciar al pueblo la Palabra, para que cumplan su deber, enfatizando su responsabilidad y la importancia de ser fieles a su misión.
La  lectura es todo un aviso propio de un centinela. ¿Qué es un centinela? Es el que está en vela, vigilante para la seguridad, la paz de los demás que descansan o trabajan en su menester.
El que está en vela por misión está obligado a avisar de los posibles peligros. El centinela debe saber hablar a tiempo y callar cuando no es necesario hablar. Esto nos lleva a un gran tema de nuestra vida cotidiana y de relación de los unos con los otros. Podríamos decir que es el tema de la "discreción".
 “Si Yo pronuncio sentencia de muerte contra un hombre, porque es malvado, y tú no lo amonestas para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero Yo te pediré cuenta de su vida.  En cambio, si tú lo amonestas para que deje su mal camino y él no lo deja, morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida”.
¿Qué significa esto?. Significa que, aquéllos que teniendo responsabilidad para con otros, prefieren no corregir a quienes hay la obligación de corregir y dejan pasar las cosas por miedo a ser rechazados, por miedo a perder popularidad, por miedo a ser tachados de intransigentes o por miedo al conflicto, corren el riesgo de ser ellos mismos amonestados por Dios por no cumplir su responsabilidad.
El profeta puede no aceptar sus responsabilidades, puede dejarse dominar por la desgana, puede no hacer nada por solucionar los problemas de sus compatriotas..., y entonces es responsable de su muerte, puesto que no les advierte de los peligros que corren (v. 8), y puede también protestar contra el ambiente pernicioso y la mentalidad negativa de su entorno; este quizá se pierda, pero el profeta se salvará (v. 9). De ahí que la responsabilidad del profeta consista en enfrentarse con el mal y los pecadores y en hacer todo lo posible por convertir a estos últimos; para ello el arma más segura es la amenaza del castigo. Su propia salvación depende del celo con que desempeñe su misión.

El responsorial es el salmo 94 (Sal 94,1-2.6-9 9) Este salmo era utilizado por los judíos en las ceremonias de renovación de la Alianza. Mediante dos exhortaciones los levitas, organizadores del culto en el Templo, invitan a la asamblea a participar activamente en la celebración: "venid, aclamad, gritad... entrad, prosternaos"... A cada invitación, la muchedumbre responde mediante una fórmula ritual estereotipada de asentimiento, que comienza por "sí": "sí, el gran Dios, es el Señor"... (La creación) "Sí, él es nuestro Dios"... (la Alianza).
Este salmo se  divide en dos partes, versos 1 y 2, es un himno de alabanza al Señor Dios  Creador del mundo y protector de Israel y  profecía divina sobre la  incredulidad e indocilidad de los israelitas, versos 6 y 9. El salmista  invita a no imitar a la generación perversa del desierto. En la primera parte  se destaca el carácter litúrgico procesional del himno, que ha sido compuesto  para alguna festividad religiosa solemne. En el transcurso de la procesión,  un levita invita a no ser rebeldes como los antepasados, que excitaron la ira de Yahvé en el desierto.
En la versión de los LXX, también  este salmo es adjudicado a David, y así es aceptado por el autor de la  Epístola a los Hebreos: “Por eso,  como dice el Espíritu Santo: Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros  corazones como en la querella, el día de la provocación en el desierto”  (Hebreos 3, 7-8). Las nuevas generaciones que volvían del exilio  estaban defraudadas con los modestos comienzos de la restauración, muy  diversos de las idealizaciones proféticas de Is 40-52. El salmista parece  responder a este estado de descontento y depresión nacional.
Como es de ley en los himnos, el  poeta invita a sus compatriotas a asociarse a sus alabanzas en honor del que  constituye la salvación del pueblo: En Dios sólo el descanso de mi alma, de él viene mi  salvación;  (Salmo 62, 2).La historia de Israel es la historia de las  manifestaciones protectoras del Señor. El salmista aprovecha la  ocasión de una asamblea solemne para invitar al pueblo a tomar parte en esta  manifestación gozosa de reconocimiento al Señor. En primer lugar, es digno de toda alabanza por ser el Creador: Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos.  Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro."
"ojalá escuchéis hoy la voz del señor: «no endurezcáis vuestro corazón" “Este  es mi Hijo, el elegido, escúchenlo”, nos pide el Señor Dios,  “Desde una nube se oyó entonces una voz que decía: “Éste es mi  Hijo, el Elegido, escúchenlo”. (Lc 9, 28-36). Esta es nuestra gran  instrucción de Dios, “escucharlo”, eso nos debe caracterizar para  ser un servidor de verdad, oír siempre a Jesús, esta actitud receptiva es  para la palabra y la total aceptación de Cristo, es una invitación a  descubrir lo divino de sus enseñanzas y toda su obra,  Ojala hoy escuchen la voz del  Señor

La segunda lectura es de la carta a los romanos  (Rom 13,8-10) En este cap. 13, Pablo nos acaba de hablar de nuestros deberes de justicia, para con los poderes públicos, de la obediencia y de la obligación de pagar los impuestos. Ahora nos dice que no debamos nada a nadie... Pero, al escribir estas palabras, se detiene y cae en la cuenta de que hay una deuda que siempre tendremos abierta. Por eso dice: "a no ser en el amor". Y lo dice no para que nos desanimemos ante las exigencias del amor, sino para que siempre amemos más y más y no digamos nunca que ya hemos amado todo lo que debemos.
Todos los preceptos y todas las leyes que definen nuestras obligaciones para con el prójimo se "recapitulan" (ésta sería la verdadera traducción de la palabra original, no "resumen" del texto litúrgico) en un mandamiento supremo: "Amarás al prójimo como a ti mismo". Es decir, si la cabeza es el miembro que sobresale en el cuerpo y que da unidad a los otros miembros a los que dirige, el mandamiento supremo del amor es también el que encabeza todos los otros mandamientos y sobresale por encima de ellos.
San Pablo utiliza esta palabra "recapitular" (encabezar) únicamente otra vez hablando de Cristo, que "recapitula todas las cosas" (Ef 1. 10).
El texto es un bello resumen de la ley del amor, que muestra cómo en ese "primer mandamiento" se encierran todos los demás.
Algunas interpretaciones simplonas y restrictivas piensan que "ama y haz lo que quieras" es una invitación a la despreocupación. Sólo leen "haz lo que quieras", y omiten su condición: "ama". El mensaje sin embargo es mucho más sensato: el amor es mucho más exigente que la Ley. No solo la cumple sino que la rebasa mil veces.
Esta lectura puede ayudar a manifestar que la comunidad debe vivir abierta. Se refiere al amor al prójimo, y el prójimo somos todos.
La última frase es una preciosa síntesis: "La caridad es la ley en su plenitud".

El evangelio  de San Mateo (Mt 18,15-20)  pasa del capítulo 16 al 18. Mateo comienza una serie de discursos sobre la comunidad. Es la primera vez que se emplea el término “hermano” para designar a los miembros de la comunidad. Hay que notar que este texto está a continuación de la parábola de la oveja perdida, que termina con la frase: “Así vuestro Padre no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños”. El tema de hoy no es el perdón. Los textos lo dan por supuesto y van mucho más allá al tratar de ganar al hermano que ha fallado.
Lo que nos relata el evangelio de hoy, es seguramente reflejo de una costumbre de la comunidad de Mateo. Se trata de prácticas que ya se llevaban a cabo en la sinagoga. En este evangelio es muy relevante la preocupación por la vida interna de la comunidad (Iglesia). El evangelio nos advierte que no se parte de una comunidad de perfectos, sino de una comunidad de hermanos, que reconocen sus limitaciones y necesitan el apoyo de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden surgir en cualquier momento, pero lo importante es estar preparados para superarlos.
El pecado a que se refiere la condicional "si tu hermano peca" es, con bastante probabilidad, la ofensa o perjuicio de un hermano a otro.
Los tres versículos iniciales presentan tres maneras o caminos de ganar al hermano. Detrás de los dos primeros son perfectamente reconocibles procedimientos habituales entre los judíos y sancionados por los propios libros sagrados. Para la reprensión privada ver Lev. 19,17; para la reprensión en presencia de dos o tres testigos ver Deut. 19, 15.
Los procedimientos reseñados en estos tres últimos versículos son considerados habitualmente como corrección fraterna. Y ciertamente lo son, aunque son también mucho más por ir seguidos del v. 18, cuyas palabras expresan y significan el poder de perdonar los pecados: "Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo". Estas palabras se refieren al conjunto de los procedimientos anteriores, confiriendo a éstos la condición de actos y gestos de perdón con valor ante Dios.
Atar y desatar. Es una imagen del AT muy utilizada ya por los rabinos de la época; aquí se refiere a la capacidad de aceptar a uno en la comunidad o de excluirlo de ella. Así lo entendieron también las primeras comunidades, cuyos miembros eran judíos. El concepto de pecado, como ofensa a Dios que necesita también el perdón de Dios, tal como lo entendemos hoy, aún tardaría siglos en surgir. No podemos entender el texto como un poder conferido por Dios para perdonar las ofensas contra Él.
Todo lo que atéis en la tierra...” Hace dos domingos, el mismo Mateo decía exactamente lo mismo, referido a Pedro. ¿Cuál de los dos textos estará en la verdad? Solo hay una solución: Pedro actúa como cabeza de la comunidad. En el evangelio de Mateo no se encuentra un solo dato que haga pensar en una autoridad que toma decisiones. Teniendo en cuenta el contexto, podemos concluir, que son las personas individuales las que tienen que acatar el parecer de la comunidad y no al revés, como se nos quiere hacer ver.
Quedan, por último, los versículos finales 19-20. Corren el riesgo de ser leídos e interpretados como si no guardaran relación alguna con lo anterior. "Os aseguro además" invita a pensar en un añadido distinto, cuando en realidad el texto griego expresa repetición: "Os repito: si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo". Los versículos finales reiteran con otras palabras la correlación de tierra y cielo, hombre y Dios, de la que ha hablado el v. 18. El ponerse, pues, de acuerdo para pedir algo no tiene en este texto un contenido indiscriminado; se refiere al acuerdo en materia de perdón. El Padre del cielo ratifica el perdón otorgado en la tierra por un hermano a otro.
Donde dos estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Dios está identificado con cada una de sus criaturas, pero solo se manifiesta (está en medio) cuando hay por lo menos dos. La relación humana es el único marco para que Dios se haga patente. Hoy sabemos que también las relaciones con los animales e incluso con la naturaleza tienen que ser verdaderamente humanas. Se trata de estar identificados con la actitud de Jesús, es decir, buscando únicamente el bien del hombre, de todos los seres humanos, también de los que no pertenecen al grupo.

Para nuestra vida
La Palabra de Dios de este domingo nos propone hasta cinco temas de reflexión: la corrección fraterna, el amor al prójimo como resumen de todos los mandamientos, la facultad de perdonar los pecados, la eficacia de la oración en común y la presencia del Señor en medio de la comunidad.

En la primera lectura, Ezequiel define la misión del profeta: es como un centinela que vigila la ciudad y otea el horizonte para avisar a los ciudadanos de los peligros que se avecinan.
¿Qué profeta "centinela" será capaz de infundir esperanza cristiana? Profetas de este estilo existen ya que el Espíritu divino sopla no donde queremos los hombres, por muy importantes que nos consideremos en la comunidad, sino "si tú adviertes al malvado acerca de su conducta para que se corrija, y él no se corrige, morirá él por su maldad, y tú habrás salvado la vida.".
Por eso el profeta no debe callar; si calla, pagará con su propia vida. Si un impío está amenazado de muerte y el profeta no le avisa para que se convierta, el impío morirá, y el profeta será culpable de su muerte; si le avisa y no se convierte, el impío morirá, y el profeta será inocente.
"Vida" y "muerte" significan frecuentemente en Ezequiel vida feliz y prolongada en contraposición a una vida llena de calamidades y muerte prematura. Sin embargo, no siempre el pecador es castigado por una muerte así, pues Dios "no se complace en la muerte del malvado, sino en su conversión para que siga viviendo" (18. 23 y 31; 33. 11).
La revelación de Dios en la historia avanza progresivamente desde la liberación de la esclavitud física a la liberación del pecado, de la promesa de una tierra donde habitar a la promesa del reino de Dios, y de la prosperidad en la vida temporal a la plenitud de la vida eterna. En el N.T., "perder y ganar la vida" se dice ya claramente en relación a la vida eterna.
Mantener este anuncio es misión del profeta. No podemos olvidar que cada uno de nosotros somos profetas por el bautismo.
Cristo profeta cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria no solo a través de la jerarquía, sino por medio de los laicos (LG, 35).
En el Bautismo somos consagrados profetas ya que tenemos que llevar la Palabra divina a los demás.
El cristiano es alguien llamado a proclamar las maravillas de Dios, a dar testimonio público de Jesucristo, a ser promotor de la verdad y de la paz, a denunciar la injusticia y la mentira, a oponerse a todo lo que daña a la sociedad y al individuo.
Somos profetas para hablar a los hombres de Dios y aquí tenemos el apostolado o la evangelización.
Somos profetas cuando anunciamos, con nuestra vida, a la divina persona de Jesucristo, cuando somos consecuentes con nuestra condición de creyentes y vivimos en verdad, sin querer esconder ante los otros nuestra fe.
El pueblo de Dios participa del carácter y misión profética de Cristo, dando testimonio de Él con su vida de fe y de amor a semejanza de los Apóstoles que transmitieron lo que habían visto y oído.
Los fieles toman parte en el oficio de Jesús de ser profetas llevando el evangelio a todos los ámbitos de la vida tanto con la palabra como con las obras.
La misión de dar razón de nuestra fe, de ser apóstoles, no es sólo oficio de los sacerdotes ordenados, sino de todo el pueblo de Dios, ya que con Cristo los fieles son profetas, anunciadores del evangelio en todos los ambientes y lugares, y denunciadores de todo aquello que se manifiesta contrario a nuestra fe.
Para que podamos llevar a cabo ésta misión más eficazmente, nos aconseja el Vaticano II,  dedíquense los laicos a un conocimiento más profundo de la verdad revelada y pidan a Dios con insistencia el don de la sabiduría” (LG, 35).
El profeta es aquel que vive dos realidades. De una parte está inmerso en la sociedad actual y de consecuencia conoce y entiende las luchas y los trabajos del pueblo, en medio del cual es llamado a servir.
Y por otra parte está en la presencia de Dios y de consecuencia conoce su voluntad y la conoce desde dentro.
Y sólo entonces el profeta es un instrumento que transmite la voluntad divina a los otros, de manera que se entienda y se siga.
El profeta asume, pues, el desafío de vivir esta doble realidad, para participar así en la acción evangelizadora de la Iglesia.
El sensus fidei es la capacidad del profeta que le permite percibir la verdad de la fe y de saberse oponer a lo que le es contrario (LG, 12 – Dv, 8).
El profeta no es el que adivina el futuro, sino el que lee los acontecimientos a la luz del Evangelio, y así tiene las claves para interpretar la historia presente y la futura.
Como profetas somos capaces de ver y comprender las personas, las cosas y los acontecimientos con los ojos y la mente de Dios.
Si nosotros nos equivocamos y enseñamos mentiras, las personas que están a nuestro cargo podrían morir, no de manera física, sino algo peor su muerte seria espiritual y la condenación seria para siempre.
Si nosotros los llamados cristianos no anunciamos la verdad y esa persona a quien debiéramos avisar se condena, Dios nos hace responsables a nosotros. Ezequiel 33: 8 “Cuando yo dijere al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano.
Si nosotros hablamos salvamos nuestra vida y la de los demás. V9 “Y si tú avisares al impío de su camino para que se aparte de él, y él no se apartare de su camino, él morirá por su pecado, pero tú libraste tu vida.”
El salmo nos recuerda exactamente lo sucedido en Masá y Meribá. Cuando pusieron a prueba a Dios. Que no creyeron en Él, a pesar de todos los prodigios que había realizado ante sus ojos. Y el salmista invita a que no se endurezca el corazón. Nos invita a nosotros que ante tanta maldad que vemos…injusticias, corrupción, terrorismo, extorsión, violaciones y muerte…que el corazón no se endurezca…que no murmuremos. Que busquemos soluciones. Que tengamos fe. Que entremos clamando al Señor y dándole gracias y bendiciendo su nombre. Y aclamándolo con cantos. Que a pesar de todo no dejemos de creer en Él.
Invitación: venid, entrad, cantemos con alegría, aclamemos. Nunca deberíamos olvidar que si la Iglesia nos convoca a la misma hora, en el mismo lugar, no es para hacer una oración individual (por indispensable que ella sea, pero en horas distintas), sino para una oración "juntos": ¡venid, entrad, cantad con alegría, aclamad, cantad! No seamos de aquellos que rechazan esta invitación y se encierran en su aislamiento piadoso.
La Alianza:... "El es nuestro Dios, nosotros somos su pueblo"... "¿Lo escucharemos?" "La Alianza, Palabra clave de la Biblia. Audacia extraordinaria del hombre religioso que imagina su relación con Dios en términos de desposorio. Aventura extraordinaria de Dios, totalmente otro, que se une amorosamente a un pueblo, a pobres humanos. Esto garantiza vivir la fe como una relación de amor. "Escúchame, escúchame pues", forma concreta que toma el amor. "Tú me has defraudado, has cerrado tu corazón", el amor es también fuente de sufrimiento y decepciones .
El pecado como "infidelidad", negación a escuchar". El "tú" de reproche que aparece al final del salmo: es el signo de un amor herido. Tal es, efectivamente, la verdadera dimensión del pecado. Se reduce considerablemente el mal cuando se limita a la simple transgresión de una ley, cuando se sitúa en relación a un mandamiento. Cuando se queda al nivel de lo permitido y lo prohibido. Para el hombre religioso, la moral no es solamente la moral (es decir un sistema ético cerrado en sí mismo, de normas de funcionamiento de la sociedad humana), es uno de los elementos de la relación con Dios. El mal "alcanza" a Dios, "frustra" a Dios. En lugar de acusar a Dios, de lanzarle "un desafío", por el problema del mal existente en el mundo, debemos comprender que el mal es contrario al plan de Dios, que El es el primero que sufre, como un artesano que ve desbaratarse su obra, como un esposo ridiculizado.
Hoy. La Iglesia nos propone recitar este salmo. La invitación a la alegre alabanza del comienzo. La advertencia severa de resistir a la tentación, es también una invitación positiva: Hoy... todo es posible. El pasado es pasado... El mal de ayer se acabó. Una nueva jornada comienza.

En la segunda lectura San Pablo nos recuerda que  "Amar es cumplir la ley entera”. El que ama al prójimo como a uno mismo cumple todos los mandamientos. San Agustín nos dejó una sentencia definitiva: “Dilige, et quod vis, fac”, es decir “ama y haz lo que quieras”. No es ésta una invitación al desmadre, o a que cada uno haga lo que le dé la gana. Fijémonos en la primera palabra “Ama”, pero ama de verdad, como Jesucristo nos amó, de forma gratuita y desinteresada. El que tiene como norma de su vida el amor auténtico, no podrá hacer nunca daño a su hermano y todo lo que realice tendrá la impronta de la buena intención. Si uno ofende o se porta mal, en el fondo no ama de verdad. Pero es necesario que antes veamos a todos con ojos de hermano.
La moral cristiana, que parte, en línea recta, del AT, es una moral sencilla, que tiene su gran punto de referencia en el amor al prójimo. Todos los preceptos de la ética cristiana quedan profundamente condicionados por éste del amor al prójimo.
Ahora bien, no olvidemos que siempre se dice: "amar al prójimo como a sí mismo". Esto implica que el hombre tiene que amarse a sí mismo; o sea, que una inmolación irracional del "yo" en aras de un hipotético "bien común" es profundamente contraria a este módulo ético. A veces se ha pregonado como cristiana una mística suicida, en virtud de la cual el "yo" no tenía significación alguna frente al "nosotros" social o comunitario. Y lo peor es que este "nosotros" no era más que el disfraz del "egoísmo común" de un grupo dominante y avasallador.
Ahora bien, si el amor al prójimo debe montarse según el modelo del amor a sí mismo, también este amor al prójimo tiene que tener una fuerte impronta personalista. El prójimo no es una abstracción filosófica o literaria, sino una realidad concreta que está frente a nosotros y que no siempre tiene las características que hemos soñado para él. El prójimo no se escoge, sino que se acepta. En este sentido, la moral cristiana debería denunciar el uso idealista de la palabra "pueblo", con el que cada grupo socio-político pretende designar ese tipo de "prójimo a la medida". El prójimo es, de alguna manera, como Dios: insospechado, sorprendente y completamente "otro".

En el evangelio Jesús nos anima a pedir. Ya en una ocasión nos dijo “Pedid y se os dará”. Ahora nos recuerda que si esa petición es en común tiene más fuerza. Es lo que hacemos en la Eucaristía cada domingo. La oración universal es llamada también “oración de los fieles”. Nos unimos a cada petición personal, asumiendo los problemas e inquietudes de todos nosotros y de la humanidad entera. ¡Qué bonito es cuando alguien pide por algo personal o familiar y todos juntos oramos por su intención!
 Jesús está con nosotros. Notamos de verdad la presencia de Jesucristo en medio de la comunidad cuando nos reunimos para orar en común. El ha prometido que siempre estará en medio de nosotros cuando “dos o más se reúnen en su nombre”. Cuando oramos juntos, cuando compartimos la vida y los sufrimientos de los débiles, cuando vemos su generosidad y acogida nos damos cuenta de que allí está el Señor
La corrección fraterna, un deber del cristiano. La puesta en práctica de la corrección fraterna no sólo ha de ser posible, sino también es algo necesario y obligatorio en la vida del creyente. Jesús en el Evangelio nos da unas pistas sobre la manera de realizar la corrección mutua. Primero debes hablarlo personalmente con el hermano antes de que sea demasiado tarde y se extravíe definitivamente. Pero, ¿cómo hacerlo? No lo dice Jesús, pero se deduce de su mensaje: con amor y humildad. Hay que emplear también buena dosis de prudencia, es decir saber encontrar el momento oportuno para hacer la corrección. Si conoces de verdad a tu hermano sabrás también como va a reaccionar y qué tono tienes que emplear: enérgico, suave o firme, según los casos. Ante todo, decía San Agustín, “si corriges, corrige con amor”. Jesús nos dice, además, que si no te hace caso a ti, solicita la ayuda de otro hermano para que sea más eficaz la corrección. Y que el otro vea que lo haces porque le quieres, no porque te regodees en la crítica negativa. Hay que hacerlo con mucho tiento, pues hay cosas personales que no es necesario airear por ahí. Si no os hace caso a los dos, debes reunir la comunidad para que con, el consejo y la ayuda de todos, pueda recapacitar y recuperar la senda correcta. Es más fácil evadirse, decir “no es mi problema”, “allá él”, pero esto no es cristiano.......Es difícil llevar a cabo la corrección fraterna, pues también requiere humildad por parte del que recibe la corrección. En nuestros días los niños suelen estar “hiper-protegidos” por los padres. Si alguien le dice a un padre que su hijo ha hecho una gamberrada es posible que el padre reaccione mal, retirándole el saludo o respondiendo con malas palabras. Sin embargo, los padres inteligentes, que saben educar bien a sus hijos, saben aceptar bien la crítica y ponen remedio a la mala conducta de su hijo.
No hay nadie que esté sin pecado, todos tenemos fallos y por eso lo mejor es aceptar lo que nos dice un hermano que quiere nuestro bien. Atar y desatar tenía relación con lo prohibido y lo permitido. Jesús lo aplica al perdón. Lo dice a todos sus discípulos, pues todos en un momento determinado podemos regalar el perdón, aunque haya algunos ministros que son servidores del perdón de Dios en el sacramento de la Reconciliación.
Es imposible cumplir hoy ese encargo de la corrección fraterna porque está pensado para una comunidad, y lo que hoy falta es precisamente esa comunidad. No obstante, lo importante no es la norma concreta, que responde a una práctica de la comunidad de Mateo, sino el espíritu que la ha inspirado y debe inspirarnos a nosotros la manera de superar los enfrentamientos a la hora de hacer comunidad.
La comunidad es la última instancia de nuestras relaciones con Dios y con los demás. Insiste en que hay que agotar todos los cauces para hacer salir al otro de su error, pero una vez agotados todos los cauces, la solución no es la eliminación del otro, sino la de apartarlo, con el fin de que no siga haciendo daño a la comunidad. La solución final manifiesta la incapacidad de la comunidad para convencer al otro de su error. Si la comunidad tiene que apartarlo es que no tiene capacidad de integrarlo.
El sentido de la comunidad es la ayuda mutua. La Iglesia debe ser sacramento (signo) de salvación para todos. Hoy día no tenemos conciencia de esa responsabilidad. Pasamos olímpicamente de los demás. Seguimos enfrascados en nuestro egoísmo incluso dentro del ámbito de lo religioso. El fallo más letal de nuestro tiempo es la indiferencia. Martín Descalzo la llamó “la perfección del egoísmo”. Otra definición que me ha gustado es esta: “es un homicidio virtual”. Seguramente es hoy el pecado más extendido en nuestras comunidades.
Cualquier persona que vaya, sin saberlo, por un camino equivocado, agradecería que alguien le indicara su error y le mostrara el verdade­ro camino. Si una persona que camina por la carretera hacia Andalucía, te dice que se dirige a Santander, le harías ver que está equivocado.  Si al hacer hoy la corrección fraterna, damos por supuesto que el otro tiene mala voluntad, (concepto moderno de pecado) será imposible que te acepte la rectifi­ca­ción. Desde esa perspectiva estás dando por supuesto que tú eres bueno y el otro malo.
La corrección fraterna no es tarea fácil, porque el ser humano tiende a manifestar su superioridad. En este caso puede suceder por partida doble. El que corrige puede humillar al corregido queriendo hacer ver su superioridad moral. Aquí tenemos que recordar las palabras de Jesús: ¿Cómo pretendes sacar la mota del ojo del tu hermano teniendo una viga en el tuyo? El corregido puede rechazar la corrección por falta de humildad. Por ambas partes se necesita un grado de madurez humana no fácil de alcanzar.
Partiendo de que todo pecado es un error, lo que falla en realidad es la capacidad de los cristianos para convencer al otro de su equivocación, y que siguiendo por ese camino se está apartando de la meta que él mismo pretende conseguir. Una buena corrección tiene que dejar claro que buscamos el bien del corregido. No solo se aleja él de la plenitud humana sino que impide o dificulta a los demás caminar hacia esa meta. Apartado de los demás, ningún hombre conseguiría el más mínimo grado de humanidad.

Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org



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