Comentarios
a las Lecturas
del XVII Domingo del Tiempo Ordinario 30 de julio de 2017
La primera lectura es del primer libro de los
reyes (1 R 3, 5. 7-12) El texto que ahora comentamos narra el diálogo entre
Dios y Salomón. Objeto del diálogo es la legitimación del poder de Salomón
sobre Israel.
Llama la atención la perfecta
armonía y correspondencia entre la petición de Salomón y la concesión divina.
Son una misma cosa.
Salomón pide sólo aquello que a
Dios agrada (vs. 5-10). Esto requiere inevitablemente el reconocimiento de su
impotencia por la inmadurez y por la incapacidad de llevar a cabo tal
envergadura (la dirección de un pueblo, v. 7). Y la necesidad de ayuda y
búsqueda de su poder como responsabilidad, como misión, como servicio. Este
servicio viene determinado como "un corazón sabio e inteligente".
Significa tener una capacidad de
apertura y escucha para captar la compleja realidad. Serenidad ante los
sinsabores y tinieblas de la existencia, mantenida por una confianza profunda
en la vida, en las personas, en toda criatura, en suma, en el Dios que dirige y
gobierna misteriosamente la historia. Así el poder político podrá ser destello
del poder divino.
La petición de Salomón (v.9) es
modelo de oración para todos los hombres públicos. No pide victorias militares,
ni el triunfo de su ideología..., sino algo muy simple y muy difícil a la vez:
saber escuchar y saber discernir entre lo bueno y lo malo para su pueblo. Sin
condiciones y gustosamente concede Dios a Salomón el don de saber juzgar y
gobernar a su pueblo, pero añade además la riqueza y la gloria que él no había
pedido.
El responsorial es el salmo 118, 57 y 72. 76-77. 127-128. 129-130
El salmo 118 es un canto a la Ley divina, de un
piadoso israelita que vive en un ambiente de indiferencia religiosa, muy
parecido a muchos de nuestros ambientes actuales. En estos versículos el
salmista bendice al Señor, pide que le guíe y que le enseñe sus leyes. La
Ley
significa, para él, la revelación, las promesas, la palabra misma de Dios que
se dirige a su pueblo.
El salmista se ha refugiado en la
historia pasada, convertida ya en Escritura Santa, con la intención de
encontrar respuesta a sus actuales interrogantes.
La estrofa que repetimos:
"cuánto amo tu ley, señor!". es la expresión en el
seno de un mundo adverso, cuando sacude la aflicción, cuando peligra la vida
porque arrecia el asedio de los malvados, del consuelo que el salmista
encuentra en la ley: es la mediación intrahistórica del Dios trascendente.
Acariciándola interiormente el
salmista ve la luz, y también se nos invita a tenerla nosotros.
“Tus
preceptos son admirables, por eso los guarda mi alma; la explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes”.
Ayúdanos a conocerla meditando
en tu ley. Manifestemos cada día, cuanto
amamos tu ley, cada día es ella estará
entrada nuestra meditación.
Busquemos descansar en la ley y en su voluntad caminar con gozo y
alegría. Deleitándonos en ella porque para siempre permanece. Jamás podremos
encontrar mayor satisfacción si no la que podamos hallar en tu ley.
Sigamos los consejos de este
salmista, que se goza en el Señor y en su Ley, para que sea hoy nuestra meta:
contemplar las maravillas del Señor, abriendo nuestra voluntad a su Voluntad,
instruirnos en los decretos del Señor para meditar sus maravillas y guardar su
voluntad de todo corazón, para finalmente pedir insistentemente que nos guíe
por la senda de sus mandatos.
En los versos de este salmo podemos ver bien unidos
dos conceptos que, aparentemente, nuestra cultura ha contrapuesto: la cabeza y
el corazón. La inteligencia y la pasión a menudo son consideradas
incompatibles. Sin embargo, leyendo la Biblia, y leyendo en profundidad
nuestras vidas, nos daremos cuenta de que la verdadera sabiduría siempre va de
la mano del amor.
Con el salmista situémonos en el
perspectiva del pueblo hebreo, el cual conocía el gran poder de la palabra como
expresión del pensamiento y de la libertad. La palabra de Dios se convierte así
en expresión de su misma voluntad. Escuchar, sinónimo de obedecer, es una
prioridad en la fe judía. Atender los mandatos del Señor, su ley, es fuente de
paz, alegría y prosperidad. Porque los preceptos del Señor no son leyes
arbitrarias, como las humanas; tampoco son normas injustas que empequeñecen a
la persona, sino que la engrandecen y la iluminan. Como dice el salmo, «dan
inteligencia a los ignorante».
Valoremos su Palabra y su Ley “Yo amo tus
mandatos más que el oro purísimo;”
La segunda lectura es de la carta del apóstol
San Pablo a los romanos (Rm 8, 28-30), nos
presenta el convencimiento básico del
acontecimiento salvífico ya realizado por Cristo. Él ha iniciado el proceso con
su muerte y resurrección. Quienes aman a Dios han
entrado en tal proceso, que no puede fallar por tener al mismo Señor como
garantía. Es importante notar la cantidad de verbos en pasado que se acumulan
en la última parte de la perícopa de hoy. En efecto, la acción salvadora de
Dios no es algo futuro, sino hunde sus raíces en el pasado. Pasado no sólo en
cuanto a la vida de JC, sino a la del creyente. San Pablo no retrocede aun ante
afirmaciones tan rotundas como la de justificación ya realizada y, con ella, la
glorificación.
En los vs. 29-30 enumera Pablo
los diversos pasos de este amor. No se trata en ellos de una predilección en
exclusiva en orden a la salvación final. Es decir, Pablo no afirma que sólo los
cristianos vayan a salvarse porque sólo ellos son los elegidos de Dios. Nada de
eso. La perspectiva de Pablo no es escatológica, sino intramundana: la
construcción aquí y ahora de la nueva sociedad.
De hecho, quien cree en Jesús
ya ha empezado a vivir su Vida nueva y por ello está fundamentalmente en la
situación de amistad e intimidad con Dios. ¿Y qué otra cosa puede ser la
glorificación? Desde aquí fluye la esperanza, certeza y seguridad en la vida
del hombre en Xto, lo cual permite frases como la
inicial, que todo sirve para el bien para quienes aman a Dios. No se trata de
un optimismo ingenuo, sino de la aplicación de la salvación en nuestra
existencia. Es preciso llevar a los cristianos a estos hondos sentimientos.
Esta es la vocación del
cristiano. ¿Cómo la realiza? Dando vida a una comunidad de hermanos en la que
Jesús es el primogénito. Esta es la predestinación de la que habla Pablo. A
esto nos ha llamado Dios. Y para esto nos ha justificado. Para Pablo
justificación es liberación del pecado y creación de una nueva forma de
existencia.
Aleluya cf. Mt 11, 25
“Bendito seas, Padre, señor de cielo y tierra, porque
has revelado los secretos del reino a la gente sencilla”.
El evangelio de San Mateo (Mt
13, 44- 52). Continuamos
dentro de la sección reflexiva iniciada hace dos domingos. El evangelio de hoy
tiene como interlocutores de Jesús a los discípulos, no a la gente. Recordamos
que para Mateo discípulos son los que escuchan el programa del monte y lo ponen
en práctica.
Acababa el texto del domingo
anterior en un ambiente de aviso
crítico, en el que se mueve el texto de
hoy ("el que tenga oídos, que oiga") servía para avisar al nuevo
Pueblo de Dios de que también él puede convertirse en viejo. La función crítica
que tenían las parábolas en cuanto dirigidas al viejo Pueblo se sigue manteniendo
en cuanto dirigidas al nuevo.
"¿Entendéis bien todo
esto?"(v. 51) ¿Qué es lo que el nuevo Pueblo tiene que entender? Primeras
dos parábolas (vs. 44-46). Tiene que entender que la utopía (ese Reino de los
cielos cuyas líneas maestras han quedado perfiladas en los caps. 5-7) es un
tesoro cuyo descubrimiento relativiza todos los otros valores de la vida. Los
relativiza en el sentido de que los resitúa en un marco de perspectiva que da a
la vida lozanía, libertad y alegría. Tercera parábola (vs. 47-50). El nuevo
Pueblo de Dios tiene también que entender que en él puede repetirse el mismo
fenómeno que ya se ha puesto de manifiesto en la parábola de la cizaña y en su
explicación (cfr. domingo pasado). Tiene que entender que también él puede
convertirse en un pueblo religioso que obstaculice la utopia del Reino.
El texto evangélico, nos
presenta tres parábolas (vs. 44-50). Interpelación a los discípulos (v. 51a).
Respuesta de éstos (v. 51b). Jesús formula en forma de
parábola corta la consecuencia que se deriva de esa respuesta (v. 52).
De las tres parábolas, las dos
primeras tienen un mismo trasfondo: una persona que encuentra una cosa valiosa
y vende cuanto tiene para hacerse con ella. La tercera parábola (vs. 47-50)
tiene el mismo trasfondo que la parábola de la cizaña y su aplicación
escatológica (cfr. versículos 24-30, 40-42): de la misma manera que los humanos
separamos los productos buenos y malos, habrá también una separación de justos
y malos.
Las tres parábolas recogen modos de proceder y
escenas de la época de Jesús. En el caso del tesoro encontrado, el modo de
proceder (esconderlo) está condicionado por la legislación hebrea de entonces;
en efecto, de haberlo declarado inmediatamente, hubiera ido a parar al
propietario del terreno.
Los vs. 49-50 recogen imágenes
apocalípticas populares; su lenguaje es puramente imaginativo. Letrado o
escriba: teólogo-jurista, transmisor oficial en Israel de las leyes y
tradiciones.
Las tres parábolas se refieren
al Reino de los cielos. Las dos primeras forman un par. Ambas presentan el
mismo punto de vista: hacerse con lo que tiene valor.
La tercera parábola abarca
propiamente los vs. 47-48. En ella se habla de pesca y de selección de lo
pescado. Se trata de dos momentos o tiempos sucesivos. Los vs. 49-50 son la
aclaración o explicación de la parábola. Obsérvese que esta aclaración se fija
solamente en el segundo de los tiempos de la parábola, el correspondiente a la
selección de lo pescado, y que está formulada en el mismo lenguaje figurado de
la aclaración de la parábola de la buena semilla y de la cizaña.
Como ya sucedía con esta
aclaración, el punto que se resalta es el siguiente: la selección de las
personas no es competencia del discípulo, sino de Dios. La parábola no tiene,
pues, sentido conminatorio, sino disuasivo; no busca amenazar con un castigo,
sino mover al discípulo a mudar de opinión.
La
enseñanza de Jesús a los discípulos finaliza con una observación sobre la tarea
y función del discípulo en cuanto persona experta en la interpretación de la Biblia. El término
letrado designa, en efecto, a tales personas. Letrado no es el que entiende del
Reino de los cielos, sino el experto en interpretación bíblica. El comienzo del
v. 52 podría traducirse de la siguiente manera: Todo letrado que sea discípulo
del Reino de los cielos se parece a un padre de familia... La tarea viene
descrita con la imagen familiar antigua del arcón del que se sacan cosas nuevas
y cosas antiguas. Muy probablemente se esconde en ella una crítica a los sabios
y entendidos judíos de los que habla Mateo en 11, 25. Tratándose de ambientes
judíos se adivina fácilmente que lo antiguo es la tradición. Pero ¿y lo nuevo?
Difícilmente puede tratarse de la actualización de esa tradición, por cuanto
los letrados judíos eran expertos en ella. Lo nuevo tiene que ir en la línea de
la captación de las perspectivas abiertas por Jesús con su persona y su
actuación.
Para nuestra vida
En la Eucaristía hoy
el Padre nos dice como a Salomón: "Pídeme lo que quieras". Quien
encuentra a Jesús se siente libre y experimenta una gran alegría. Se siente
acogido por el Amor y libre para amar, libre para dar vida, para darse del
todo.
La primera lectura presenta el diálogo
entre el Señor y Salomón éste es confirmado en su cargo a pesar de que su
acceso al trono dejó mucho que desear. Además, Dios le va a conceder sabiduría
para poder gobernar y dirigir a sus gentes, para administrar verdadera
justicia, para la realización de todas sus empresas.
Fijémonos en la perfecta
correspondencia que se da entre la:
a) Confesión-petición de Salomón (vs.
6-9): Si Salomón ha accedido al reino de Israel no es por méritos propios, sino
por puro don divino, por fidelidad de Dios a las promesas hechas un día a
David. También éste reinó por pura iniciativa divina, pero en el caso de
Salomón el don resalta con mayor fuerza ya que David, al menos, fue justo y
recto de corazón. Salomón se siente incapaz de dirigir a su pueblo "Tu
siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable,
innumerable... ¿Quién será capaz de gobernar a este pueblo?..."(v. 8)y por eso le pide al Señor el arte de saber gobernar. Y
este arte, según sus palabras, consiste en saber escuchar a su gente y en tener
sentido o juicio para saber discernir aquello que debe o no debe hacerse. “Da a tu siervo un corazón dócil”(v.9). Un libro de Karl Rahner se titula "Oyente de la Palabra ". Esta
actitud de escuchar define al creyente: creer es escuchar la palabra de Dios.
Por esto, cada lectura de la misa acaba con un grito de atención: "Palabra
de Dios".
b) Respuesta divina (vs.
11-14). Dios a Salomón no sólo lo que le pidió (sabiduría), sino también lo que
no le pidió (riquezas, vida larga...).El don divino supera la petición.
Sin condiciones y gustosamente
concede Dios a Salomón el don de saber juzgar y gobernar a su pueblo, pero
añade además la riqueza y la gloria que él no había pedido. Recordemos lo que
nos dijo más tarde Jesús: «Buscad primero que reine su justicia, y todo eso se
os dará por añadidura» (Mt 6,33). La promesa de una larga vida, sin embargo, la
condiciona Dios a la fidelidad en cumplir los mandamientos. Añadiendo esa
condición, la predicación deuteronómica ponía en
guardia contra la ilusión de que Dios nos dará la felicidad prometida aunque no
le seamos fieles. Ser hijos de Abrahán o de David, haber sido liberados de la
esclavitud e introducidos en la tierra prometida no garantizaba a nadie la
posesión de las promesas. Todos los que hemos sido incorporados al pueblo de
Dios hemos de cumplir sus mandamientos si queremos obtener la vida eterna.
Es importante que nos fijemos
en la petición de Salomón para gobernar. Dirigir a todo un pueblo es una misión
de tal envergadura que cualquier líder, ya sea político o religioso, si está en
sus plenos cabales ha de sentirse impotente. Pero esta confesión de impotencia
debe ser sincera; nunca ha de ser una hipócrita forma de provocar en el otro admiración entusiasta o compasión, indulgencia. Reconocerse
impotente implica pedir de forma sincera, ayuda a aquéllos que pueden darla.
Gobernar es impulsar la cooperación sin conceder el lugar de honor al color
político o a la ideología de los jefes.
Gobernar es un servicio, no un
privilegio. Como servicio al pueblo es absolutamente indispensable escuchar a
este pueblo, tener los ojos y oídos atentos a la compleja realidad política o
religiosa de esas gentes. Gobernar es sintonizar con los auténticos intereses
que el pueblo manifiesta y tratar de darles una verdadera respuesta. Gobernar
es aprender a detectar la verdad allí donde pueda detectarse, aunque a veces
provenga del adversario político o religioso. Confiar en todo hombre, por muy
adversario político o religioso que sea es empezar a aprender a gobernar de
verdad, lo otro será mera política de ghetos.
Lecciones muy válidas para
cualquier época, también para la nuestra., tanto si es gobierno de la Iglesia , como gobierno
externo a la Iglesia.
La
estrofa del responsorial que repetimos hoy,
nos invita a expresar ante todo lo que un creyente puede amar “cuánto
amo tu ley, señor!". Queda
claro que entre las muchas cosas que podríamos amar ninguna de ellas nos daría
más satisfacción, que amar la ley divina.
Para el salmista la ley es
palabra divina y la palabra divina es ley. Ley de amor…Ley de
satisfacción y plenitud.
Conjugar la voluntad propia con la de otro es algo que
nos resulta muy difícil. Más aún si se trata de aunarla con la de Dios, al que
a menudo consideramos lejano y exigente. Por eso, en nuestra pequeña y mezquina
visión, nos pasamos la vida intentando esquivarla, escuchándola a medias o
adaptándola a nuestra conveniencia, llegando a distorsionarla. Quizás nos falta
oración, silencio y apertura de alma para comprender que la voluntad de Dios es
nuestro gozo y nuestra plenitud. ¿Quién, más que Él, desea lo mejor para
nosotros? Quizás nos falta confianza en su amor.
Nos recuela el salmista que la
señal de un discípulo es decir: “Que se haga tu voluntad”. Pero la señal de un
discípulo maduro esta en decir: Tu voluntad amaré.
No se trata de satisfacernos a
nosotros mismos sino descubrir el valor de la Ley de Dios y llegar hasta decir como San Pablo: “Tu voluntad oh Dios amaré, porque ella es
buena, agradable y perfecta”.
“Mi
porción es el Señor, he resuelto guardar tus palabras. Más estimo yo los
preceptos de tu boca, que miles de monedas de oro y plata.”
La
aceptación de la voluntad de Dios descansa en una opción libre y expresiva de
una valoración y una opción idéntica a la de Jesús. Jesús decia: “Yo me
deleito en hacer la voluntad de mi Padre” : Cuando
descubro el propósito de la voluntad de Dios y contemplo la hermosura de su
plan entonces entenderé que encuentro placer en hacer su voluntad aùn cuando a veces parezca dolorosa o poco placentera.
Aceptar la voluntad de Dios, es
decir: eso es lo mejor para mi, no hay un camino mejor.
“Que tu
voluntad me consuele, según la promesa hecha a tu siervo; cuando me alcance tu
compasión, viviré, y mis delicias serán tu voluntad.
¿Como podré entender esa
voluntad? A través de su palabra. Su palabra es ley…pero una ley dulce al
corazón, porque no es imposición sino dirección-. Dirección que fortalece y
anima. Dirección que protege y forma. Me deleitaré en tu ley y todo el día será
ella mi meditación.
Dulce es la voluntad del Dios,
cuando no solo la hacemos sino que
además la amamos.
· Yo
amo tus mandatos, más que el oro purísimo; por eso aprecio tus decretos, y
detesto el camino de la mentira”.
Busquemos tiempo para meditar en el conocimiento de la palabra de Dios. De nada
nos servirá gastar tiempo en otros
pensamientos. Los minutos que invirtamos en meditar su ley nos guiaran y
fortalecerán en este día, mañana y los días que siguen.
Si hoy rehúso conocer y caminar
en su voluntad estaré caminando en el hombre natural. Si yo hago su voluntad
pero me quejo y protesto, estaré andando en el hombre carnal.
Si yo recibo su voluntad y me
gozo en ella y me deleito en cumplirla, entonces estaré actuando en la
dimensión del hombre espiritual.
En la segunda lectura San Pablo nos
habla de que el amor de Dios por nosotros tiene como finalidad hacernos
conformes a la imagen del Hijo. Toda
la estrategia divina, desde el comienzo de los tiempos, se concentra en esta
obra.
Se trata de una llamada de
Dios; es preciso, pues, que nos destine a ello: es una gracia. Esto nos causa
dificultad: ". los destino"... a ser imagen
del Hijo... "Y a los que destinó" a esta semejanza, "los
llamó".
Fijémonos que San Palo se
refiere a una realidad comunitaria, no se trata en absoluto de individuos, sino
de un pueblo. Esto hace que cambie considerablemente la perspectiva.
¿Qué es predestinar,
predestinación?. Es una idea que comporta una
significación de anterioridad que en absoluto aniquila la libertad; la
preposición latina "prae" (antes) significa
que la iniciativa viene de Dios. Por otra parte, si la iniciativa no viene del
hombre, sino de Dios, ello no significa que el hombre quede inactivo; la
palabra "predestinado", aunque signifique iniciativa divina,
significa también respuesta activa y libre. San Juan resume admirablemente el
problema "Nosotros amemos, porque El nos amó primero" (1 Jn 4, 19). La certeza de nuestra esperanza se funda en el
amor de Dios que nos ha amado antes.
El final de la lectura nos
recuerda el proceso de nuestra divinización y de nuestra gloria: "Dios nos
ha conocido", es decir, nos ha amado; "nos ha destinado a ser imagen
de su Hijo", es decir, ha tomado la iniciativa de esta transformación;
nuestra respuesta, nuestra fe activa, ha significado para nosotros la gracia de
ser "justificados", es decir, tratando de interpretar lo que San Pablo
ha querido decir, nos ha hecho participar en su propia vida y, por
consiguiente, nos ha dado la gloria.
Así comenta San
Agustín este texto: “Éste es el orden por el que nos encaminamos a la vida
eterna: primeramente detestamos nuestros pecados; luego vivimos santamente,
para que, desaprobando la mala vida y poniendo en obra la buena, merezcamos la
eterna. En efecto, Dios, conforme al designio de su ocultísima justicia y
bondad, a los que predestinó los llamó, a los que llamó los justificó, y a
los que justificó los glorificó (Rom 8,30).
Nuestra predestinación no ha tenido lugar en nosotros, sino ante él en su
presencia ocultísima. Las tres cosas restantes, la vocación, la justificación y
la glorificación tienen lugar en nosotros. Somos llamados a través de la
predicación de la penitencia. Así, de hecho, comenzó el Señor a anunciar el
evangelio: Haced penitencia, pues se ha acercado el reino de los cielos (Mt
3,2; 4,7). La justificación la recibimos en la llamada, obra de la
misericordia, y mediante el temor del juicio. Ése es el motivo por el que se
dice: Sálvame, Dios, en tu nombre y júzgame en tu poder (Sal 53,3). No
teme ser juzgado el que antes ha pedido ser salvado. Una vez llamados renunciamos
al diablo por la penitencia para no permanecer bajo su yugo; justificados,
somos sanados por la misericordia, para que no temamos el juicio; glorificados,
pasaremos a la vida eterna donde alabaremos a Dios sin fin. Pienso que a esto
se refiere lo que dice el Señor: He aquí que expulso los demonios, y obro
curaciones hoy y mañana, y al tercer día seré consumado (Lc
13,32)”. (San
Agustín. Comentario al salmo 150,3)
El Evangelio nos
presenta diversas parábolas acerca del Reino de los Cielos: el tesoro escondido, la perla de gran valor que encuentra un
comerciante en perlas finas, la red que echan en el mar y recoge toda clase de
peces, unos buenos y otros malos. Al final se reúnen los buenos en un cesto y
los malos se tiran. Esta red echada en el mar es imagen de la Iglesia , en cuyo seno hay
justos y pecadores. En otros lugares el Señor enseña esta misma realidad: en su
Iglesia, hasta el fin de los tiempos, habrá santos y quienes se han marchado de
la casa paterna, malgastando la herencia recibida en el Bautismo; y todos
pertenecen a ella, aunque de diverso modo.
¿Qué quería decir Jesús con las dos parábolas del tesoro escondido
y de la perla preciosa? Más o menos esto. Ha sonado la hora decisiva de la
historia. ¡Ha aparecido en la tierra el Reino de Dios! Concretamente, se trata de él, de su venida a la tierra. El tesoro
escondido, la perla preciosa, no es otra cosa sino Jesús. Es como si Jesús con
esas parábolas quisiera decir: la salvación ha llegado a vosotros
gratuitamente, por iniciativa de Dios, tomad la decisión, aferradla, no la
dejéis escapar. Este es tiempo de
decisión.
La primera de estas parábolas compara la oferta de Jesús, el
reinado de Dios, con un tesoro. Un
tesoro tan valioso y que seduce tanto y produce tanta alegría, que el que lo
encuentra se olvida de todo lo que tiene, lo abandona todo y ve en eso lo único
que vale la pena en este mundo. Como es
lógico, esto quiere decir que quien encuentra a Jesús y su mensaje, por eso
mismo cambia radicalmente de vida. Una novedad así, no puede ser ni la
práctica religiosa, ni, menos aún, las obligaciones que impone la religión.
Ni siquiera las promesas de felicidad para la otra vida. Nada de eso es
-para la gran mayoría de la gente- un tesoro que le cambia la forma de vivir. La
creencia en una esperanza (¿incierta?, ¿insegura?) de futuro, normalmente, no
modifica el presente visible, tangible.
Lo mismo hay que decir de la perla. En el fondo, es la misma comparación formulada con otras
palabras. ¿Qué pueden expresar el
"tesoro" y la "perla"? Solamente lo que más nos
llena a los humanos: un ámbito y un ambiente humano de respeto, tolerancia,
estima, cariño y seguridad, en el que damos felicidad y recibimos felicidad,
con la convicción de que eso es (y será) para siempre. Solo eso puede significar lo que, tal como
somos los humanos, Jesús ofrece y afirma.
En cada una de las dos
parábolas hay, en realidad, dos actores: uno manifiesto, que va, vende, compra,
y otro escondido, sobreentendido. El actor sobreentendido es el antiguo
propietario que no se percata de que en su campo hay un tesoro y lo liquida al
primero que se lo pide; es el hombre o la mujer que poseía la perla preciosa, y
no se da cuenta de su valor y la cede al primer comerciante que pasa, tal vez
para una colección de perlas falsas. ¿Cómo no ver en ello una advertencia
dirigida a nosotros en acto de vender nuestra fe y herencia cristiana?
No se dice en cambio en la parábola que «un hombre vendió todo lo
que tenía y se puso en busca de un tesoro escondido». Sabemos cómo acaban estas
historias: se pierde lo que se tiene y no se encuentra ningún tesoro. Historias
de ilusiones, de visionarios. No: un hombre halló un tesoro y por ello vendió
todo lo que tenía para adquirirlo. Hay
que haber encontrado el tesoro para tener la fuerza y la alegría y vender todo.
Hay que haber encontrado primero a Jesús, de manera nueva,
personal, convencida. Haberle descubierto como propio amigo y salvador. Después
será fácil vender todo. Se hará «llenos
de alegría» como aquel hombre del que habla el Evangelio.
La comparación de la red y la separación
última y definitiva de los peces abre el horizonte de las promesas de Jesús de
tal manera, que trasciende todas las limitaciones inherentes a la condición
humana. La intención de Mateo, al colocar aquí esta última comparación,
es poner un "centinela en el horizonte" último de todo lo meramente
humano, para superarlo y trascenderlo más allá de cuanto nos atreveríamos a
imaginar o sospechar los mortales.
En definitiva, la garantía
más segura de que el Evangelio está presente en la vida está en que esta vida
nuestra avanza y funciona impregnada de alegría por el hecho de haber conocido y
encontrado a Jesús y su Evangelio.
Una escala de valores, la que
sea, la tenemos todos. Desde ella nos entendemos a nosotros mismos y desde ella
actuamos. Las dos primeras parábolas de hoy dicen al discípulo cuál debe ser su
escala en la condición y calidad de discípulo.
Por consiguiente, todo lo que
no sea entenderse y actuar desde ella equivaldrá a ser todo lo buena persona
que se quiera, pero no discípulo de Jesús.
Vosotros, antes de nada, buscad
el Reino de Dios (Mt. 6, 33). He aquí formulado el
valor primordial para todo el que quiera apuntarse a discípulo de Jesús.
El centro de este Reino es la
tierra y la historia humana, pero vistas y entendidas en colaboración y
compañía de Dios. Ya sé que la palabra Dios puede ser percibida y vivenciada de
muchas maneras, no siempre ni todas justas. Las mediaciones humanas de Dios han
hecho demasiadas veces mucho mal a Dios. En este punto conviene ser claros: no
hay más mediación válida de Dios que la ofrecida por Jesús, tal y como está
consignada en los cuatro Evangelios. Tarea del discípulo y del intérprete
bíblico será dar con esa mediación y, sobre todo, vivir desde ella. Hoy ya no
valen palabras ni construcciones mentales si no van avaladas por su correlativo
práctico. Repito lo del comienzo: escalas de valores las tenemos todos. Lo que
al discípulo de Jesús se le pide es que su escala arranque del Reino de Dios.
Así orientado el discípulo, la
tercera parábola le recuerda que no es competencia suya distribuir patentes de
Reino de Dios. La función de esta parábola no es el amenazar con el infierno,
sino el mover al discípulo a mudar de opinión y de juicio sobre las personas.
Dejemos a Dios que sea El quien determine la calidad de cada uno y no nos
arroguemos nosotros esa facultad. El hacerlo así sería un caso claro de
apropiación indebida.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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