martes, 1 de agosto de 2017

Comentarios a las Lecturas del XVII Domingo del Tiempo Ordinario 30 de julio de 2017

 
La primera lectura es del primer libro de los reyes (1 R 3, 5. 7-12) El texto que ahora comentamos narra el diálogo entre Dios y Salomón. Objeto del diálogo es la legitimación del poder de Salomón sobre Israel.
Llama la atención la perfecta armonía y correspondencia entre la petición de Salomón y la concesión divina. Son una misma cosa.
Salomón pide sólo aquello que a Dios agrada (vs. 5-10). Esto requiere inevitablemente el reconocimiento de su impotencia por la inmadurez y por la incapacidad de llevar a cabo tal envergadura (la dirección de un pueblo, v. 7). Y la necesidad de ayuda y búsqueda de su poder como responsabilidad, como misión, como servicio. Este servicio viene determinado como "un corazón sabio e inteligente". Significa  tener una capacidad de apertura y escucha para captar la compleja realidad. Serenidad ante los sinsabores y tinieblas de la existencia, mantenida por una confianza profunda en la vida, en las personas, en toda criatura, en suma, en el Dios que dirige y gobierna misteriosamente la historia. Así el poder político podrá ser destello del poder divino.
La petición de Salomón (v.9) es modelo de oración para todos los hombres públicos. No pide victorias militares, ni el triunfo de su ideología..., sino algo muy simple y muy difícil a la vez: saber escuchar y saber discernir entre lo bueno y lo malo para su pueblo. Sin condiciones y gustosamente concede Dios a Salomón el don de saber juzgar y gobernar a su pueblo, pero añade además la riqueza y la gloria que él no había pedido.
 
El responsorial es el salmo 118, 57 y 72. 76-77. 127-128. 129-130
 El salmo 118 es un canto a la Ley divina, de un piadoso israelita que vive en un ambiente de indiferencia religiosa, muy parecido a muchos de nuestros ambientes actuales. En estos versículos el salmista bendice al Señor, pide que le guíe y que le enseñe sus leyes. La Ley significa, para él, la revelación, las promesas, la palabra misma de Dios que se dirige a su pueblo.
El salmista se ha refugiado en la historia pasada, convertida ya en Escritura Santa, con la intención de encontrar respuesta a sus actuales interrogantes.
La estrofa que repetimos: "cuánto amo tu ley, señor!". es la expresión en el seno de un mundo adverso, cuando sacude la aflicción, cuando peligra la vida porque arrecia el asedio de los malvados, del consuelo que el salmista encuentra en la ley: es la mediación intrahistórica del Dios trascendente.
Acariciándola interiormente el salmista ve la luz, y también se nos invita a tenerla nosotros.
“Tus preceptos son admirables, por eso los guarda mi alma; la explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes”.
Ayúdanos a conocerla meditando en tu ley.  Manifestemos cada día, cuanto amamos  tu ley, cada día es ella estará entrada nuestra meditación.
Busquemos descansar en la  ley y en su voluntad caminar con gozo y alegría. Deleitándonos en ella porque para siempre permanece. Jamás podremos encontrar mayor satisfacción si no la que podamos hallar en tu ley.
Sigamos los consejos de este salmista, que se goza en el Señor y en su Ley, para que sea hoy nuestra meta: contemplar las maravillas del Señor, abriendo nuestra voluntad a su Voluntad, instruirnos en los decretos del Señor para meditar sus maravillas y guardar su voluntad de todo corazón, para finalmente pedir insistentemente que nos guíe por la senda de sus mandatos.
En los versos de este salmo podemos ver bien unidos dos conceptos que, aparentemente, nuestra cultura ha contrapuesto: la cabeza y el corazón. La inteligencia y la pasión a menudo son consideradas incompatibles. Sin embargo, leyendo la Biblia, y leyendo en profundidad nuestras vidas, nos daremos cuenta de que la verdadera sabiduría siempre va de la mano del amor.
Con el salmista situémonos en el perspectiva del pueblo hebreo, el cual conocía el gran poder de la palabra como expresión del pensamiento y de la libertad. La palabra de Dios se convierte así en expresión de su misma voluntad. Escuchar, sinónimo de obedecer, es una prioridad en la fe judía. Atender los mandatos del Señor, su ley, es fuente de paz, alegría y prosperidad. Porque los preceptos del Señor no son leyes arbitrarias, como las humanas; tampoco son normas injustas que empequeñecen a la persona, sino que la engrandecen y la iluminan. Como dice el salmo, «dan inteligencia a los ignorante».
Valoremos su Palabra y su  Ley “Yo amo tus mandatos más que el oro purísimo;”
 
La segunda lectura es de la carta del apóstol San Pablo a los romanos (Rm 8, 28-30), nos presenta el convencimiento básico  del acontecimiento salvífico ya realizado por Cristo. Él ha iniciado el proceso con su muerte y resurrección. Quienes aman a Dios han entrado en tal proceso, que no puede fallar por tener al mismo Señor como garantía. Es importante notar la cantidad de verbos en pasado que se acumulan en la última parte de la perícopa de hoy. En efecto, la acción salvadora de Dios no es algo futuro, sino hunde sus raíces en el pasado. Pasado no sólo en cuanto a la vida de JC, sino a la del creyente. San Pablo no retrocede aun ante afirmaciones tan rotundas como la de justificación ya realizada y, con ella, la glorificación.
En los vs. 29-30 enumera Pablo los diversos pasos de este amor. No se trata en ellos de una predilección en exclusiva en orden a la salvación final. Es decir, Pablo no afirma que sólo los cristianos vayan a salvarse porque sólo ellos son los elegidos de Dios. Nada de eso. La perspectiva de Pablo no es escatológica, sino intramundana: la construcción aquí y ahora de la nueva sociedad.
De hecho, quien cree en Jesús ya ha empezado a vivir su Vida nueva y por ello está fundamentalmente en la situación de amistad e intimidad con Dios. ¿Y qué otra cosa puede ser la glorificación? Desde aquí fluye la esperanza, certeza y seguridad en la vida del hombre en Xto, lo cual permite frases como la inicial, que todo sirve para el bien para quienes aman a Dios. No se trata de un optimismo ingenuo, sino de la aplicación de la salvación en nuestra existencia. Es preciso llevar a los cristianos a estos hondos sentimientos.
Esta es la vocación del cristiano. ¿Cómo la realiza? Dando vida a una comunidad de hermanos en la que Jesús es el primogénito. Esta es la predestinación de la que habla Pablo. A esto nos ha llamado Dios. Y para esto nos ha justificado. Para Pablo justificación es liberación del pecado y creación de una nueva forma de existencia.
 
Aleluya cf. Mt 11, 25
“Bendito seas, Padre, señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del reino a la gente sencilla”.
 
El evangelio de  San Mateo (Mt  13, 44- 52). Continuamos dentro de la sección reflexiva iniciada hace dos domingos. El evangelio de hoy tiene como interlocutores de Jesús a los discípulos, no a la gente. Recordamos que para Mateo discípulos son los que escuchan el programa del monte y lo ponen en práctica.
Acababa el texto del domingo anterior en un  ambiente de aviso crítico, en el que  se mueve el texto de hoy ("el que tenga oídos, que oiga") servía para avisar al nuevo Pueblo de Dios de que también él puede convertirse en viejo. La función crítica que tenían las parábolas en cuanto dirigidas al viejo Pueblo se sigue manteniendo en cuanto dirigidas al nuevo.
"¿Entendéis bien todo esto?"(v. 51) ¿Qué es lo que el nuevo Pueblo tiene que entender? Primeras dos parábolas (vs. 44-46). Tiene que entender que la utopía (ese Reino de los cielos cuyas líneas maestras han quedado perfiladas en los caps. 5-7) es un tesoro cuyo descubrimiento relativiza todos los otros valores de la vida. Los relativiza en el sentido de que los resitúa en un marco de perspectiva que da a la vida lozanía, libertad y alegría. Tercera parábola (vs. 47-50). El nuevo Pueblo de Dios tiene también que entender que en él puede repetirse el mismo fenómeno que ya se ha puesto de manifiesto en la parábola de la cizaña y en su explicación (cfr. domingo pasado). Tiene que entender que también él puede convertirse en un pueblo religioso que obstaculice la utopia del Reino.
El texto evangélico, nos presenta tres parábolas (vs. 44-50). Interpelación a los discípulos (v. 51a). Respuesta de éstos (v. 51b). Jesús formula en forma de parábola corta la consecuencia que se deriva de esa respuesta (v. 52).
De las tres parábolas, las dos primeras tienen un mismo trasfondo: una persona que encuentra una cosa valiosa y vende cuanto tiene para hacerse con ella. La tercera parábola (vs. 47-50) tiene el mismo trasfondo que la parábola de la cizaña y su aplicación escatológica (cfr. versículos 24-30, 40-42): de la misma manera que los humanos separamos los productos buenos y malos, habrá también una separación de justos y malos.
 Las tres parábolas recogen modos de proceder y escenas de la época de Jesús. En el caso del tesoro encontrado, el modo de proceder (esconderlo) está condicionado por la legislación hebrea de entonces; en efecto, de haberlo declarado inmediatamente, hubiera ido a parar al propietario del terreno.
Los vs. 49-50 recogen imágenes apocalípticas populares; su lenguaje es puramente imaginativo. Letrado o escriba: teólogo-jurista, transmisor oficial en Israel de las leyes y tradiciones.
Las tres parábolas se refieren al Reino de los cielos. Las dos primeras forman un par. Ambas presentan el mismo punto de vista: hacerse con lo que tiene valor.
La tercera parábola abarca propiamente los vs. 47-48. En ella se habla de pesca y de selección de lo pescado. Se trata de dos momentos o tiempos sucesivos. Los vs. 49-50 son la aclaración o explicación de la parábola. Obsérvese que esta aclaración se fija solamente en el segundo de los tiempos de la parábola, el correspondiente a la selección de lo pescado, y que está formulada en el mismo lenguaje figurado de la aclaración de la parábola de la buena semilla y de la cizaña.
Como ya sucedía con esta aclaración, el punto que se resalta es el siguiente: la selección de las personas no es competencia del discípulo, sino de Dios. La parábola no tiene, pues, sentido conminatorio, sino disuasivo; no busca amenazar con un castigo, sino mover al discípulo a mudar de opinión.
La enseñanza de Jesús a los discípulos finaliza con una observación sobre la tarea y función del discípulo en cuanto persona experta en la interpretación de la Biblia. El término letrado designa, en efecto, a tales personas. Letrado no es el que entiende del Reino de los cielos, sino el experto en interpretación bíblica. El comienzo del v. 52 podría traducirse de la siguiente manera: Todo letrado que sea discípulo del Reino de los cielos se parece a un padre de familia... La tarea viene descrita con la imagen familiar antigua del arcón del que se sacan cosas nuevas y cosas antiguas. Muy probablemente se esconde en ella una crítica a los sabios y entendidos judíos de los que habla Mateo en 11, 25. Tratándose de ambientes judíos se adivina fácilmente que lo antiguo es la tradición. Pero ¿y lo nuevo? Difícilmente puede tratarse de la actualización de esa tradición, por cuanto los letrados judíos eran expertos en ella. Lo nuevo tiene que ir en la línea de la captación de las perspectivas abiertas por Jesús con su persona y su actuación.
 
Para nuestra  vida
En la Eucaristía hoy el Padre nos dice como a Salomón: "Pídeme lo que quieras". Quien encuentra a Jesús se siente libre y experimenta una gran alegría. Se siente acogido por el Amor y libre para amar, libre para dar vida, para darse del todo.
La primera lectura presenta el diálogo entre el Señor y Salomón éste es confirmado en su cargo a pesar de que su acceso al trono dejó mucho que desear. Además, Dios le va a conceder sabiduría para poder gobernar y dirigir a sus gentes, para administrar verdadera justicia, para la realización de todas sus empresas.
Fijémonos en la perfecta correspondencia que se da entre la:
a) Confesión-petición de Salomón (vs. 6-9): Si Salomón ha accedido al reino de Israel no es por méritos propios, sino por puro don divino, por fidelidad de Dios a las promesas hechas un día a David. También éste reinó por pura iniciativa divina, pero en el caso de Salomón el don resalta con mayor fuerza ya que David, al menos, fue justo y recto de corazón. Salomón se siente incapaz de dirigir a su pueblo "Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable... ¿Quién será capaz de gobernar a este pueblo?..."(v. 8)y por eso le pide al Señor el arte de saber gobernar. Y este arte, según sus palabras, consiste en saber escuchar a su gente y en tener sentido o juicio para saber discernir aquello que debe o no debe hacerse. “Da a tu siervo un corazón dócil”(v.9). Un libro de Karl Rahner se titula "Oyente de la Palabra". Esta actitud de escuchar define al creyente: creer es escuchar la palabra de Dios. Por esto, cada lectura de la misa acaba con un grito de atención: "Palabra de Dios".
b) Respuesta divina (vs. 11-14). Dios a Salomón no sólo lo que le pidió (sabiduría), sino también lo que no le pidió (riquezas, vida larga...).El don divino supera la petición.
Sin condiciones y gustosamente concede Dios a Salomón el don de saber juzgar y gobernar a su pueblo, pero añade además la riqueza y la gloria que él no había pedido. Recordemos lo que nos dijo más tarde Jesús: «Buscad primero que reine su justicia, y todo eso se os dará por añadidura» (Mt 6,33). La promesa de una larga vida, sin embargo, la condiciona Dios a la fidelidad en cumplir los mandamientos. Añadiendo esa condición, la predicación deuteronómica ponía en guardia contra la ilusión de que Dios nos dará la felicidad prometida aunque no le seamos fieles. Ser hijos de Abrahán o de David, haber sido liberados de la esclavitud e introducidos en la tierra prometida no garantizaba a nadie la posesión de las promesas. Todos los que hemos sido incorporados al pueblo de Dios hemos de cumplir sus mandamientos si queremos obtener la vida eterna.
Es importante que nos fijemos en la petición de Salomón para gobernar. Dirigir a todo un pueblo es una misión de tal envergadura que cualquier líder, ya sea político o religioso, si está en sus plenos cabales ha de sentirse impotente. Pero esta confesión de impotencia debe ser sincera; nunca ha de ser una hipócrita forma de provocar en el otro admiración entusiasta o compasión, indulgencia. Reconocerse impotente implica pedir de forma sincera, ayuda a aquéllos que pueden darla. Gobernar es impulsar la cooperación sin conceder el lugar de honor al color político o a la ideología de los jefes.
Gobernar es un servicio, no un privilegio. Como servicio al pueblo es absolutamente indispensable escuchar a este pueblo, tener los ojos y oídos atentos a la compleja realidad política o religiosa de esas gentes. Gobernar es sintonizar con los auténticos intereses que el pueblo manifiesta y tratar de darles una verdadera respuesta. Gobernar es aprender a detectar la verdad allí donde pueda detectarse, aunque a veces provenga del adversario político o religioso. Confiar en todo hombre, por muy adversario político o religioso que sea es empezar a aprender a gobernar de verdad, lo otro será mera política de ghetos.
Lecciones muy válidas para cualquier época, también para la nuestra., tanto si es gobierno de la Iglesia, como gobierno externo a la Iglesia.
 
La estrofa del responsorial  que repetimos hoy, nos invita a expresar ante todo lo que un creyente puede amar “cuánto amo tu ley, señor!". Queda claro que entre las muchas cosas que podríamos amar ninguna de ellas nos daría más satisfacción, que amar  la ley divina.
Para el salmista la  ley es  palabra divina y la palabra divina es ley. Ley de amor…Ley de satisfacción y plenitud.
Conjugar la voluntad propia con la de otro es algo que nos resulta muy difícil. Más aún si se trata de aunarla con la de Dios, al que a menudo consideramos lejano y exigente. Por eso, en nuestra pequeña y mezquina visión, nos pasamos la vida intentando esquivarla, escuchándola a medias o adaptándola a nuestra conveniencia, llegando a distorsionarla. Quizás nos falta oración, silencio y apertura de alma para comprender que la voluntad de Dios es nuestro gozo y nuestra plenitud. ¿Quién, más que Él, desea lo mejor para nosotros? Quizás nos falta confianza en su amor.
Nos recuela el salmista que la señal de un discípulo es decir: “Que se haga tu voluntad”. Pero la señal de un discípulo maduro esta en decir: Tu voluntad amaré.
No se trata de satisfacernos a nosotros mismos sino descubrir el valor de la Ley de Dios y llegar  hasta decir como San Pablo: “Tu voluntad oh Dios amaré, porque ella es buena, agradable y perfecta”.
Mi porción es el Señor, he resuelto guardar tus palabras. Más estimo yo los preceptos de tu boca, que miles de monedas de oro y plata.”
La aceptación de la voluntad de Dios descansa en una opción libre y expresiva de una valoración y una opción idéntica a la de Jesús. Jesús  decia: “Yo me deleito en hacer la voluntad de mi Padre” : Cuando descubro el propósito de la voluntad de Dios y contemplo la hermosura de su plan entonces entenderé que encuentro placer en hacer su voluntad aùn cuando a veces parezca dolorosa o poco placentera.
Aceptar la voluntad de Dios, es decir: eso es lo mejor  para mi, no hay un camino mejor.
“Que tu voluntad me consuele, según la promesa hecha a tu siervo; cuando me alcance tu compasión, viviré, y mis delicias serán tu voluntad.
¿Como podré entender esa voluntad? A través de su palabra. Su palabra es ley…pero una ley dulce al corazón, porque no es imposición sino dirección-. Dirección que fortalece y anima. Dirección que protege y forma. Me deleitaré en tu ley y todo el día será ella mi meditación.
Dulce es la voluntad del Dios, cuando no solo la hacemos  sino que además la amamos.
· Yo amo tus mandatos, más que el oro purísimo; por eso aprecio tus decretos, y detesto el camino de la mentira”.
Busquemos  tiempo para meditar en el  conocimiento de la palabra de Dios. De nada nos servirá  gastar tiempo en otros pensamientos. Los minutos que invirtamos en meditar su ley nos guiaran y fortalecerán en este día, mañana y los días que siguen.
Si hoy rehúso conocer y caminar en su voluntad estaré caminando en el hombre natural. Si yo hago su voluntad pero me quejo y protesto, estaré andando en el hombre carnal.
Si yo recibo su voluntad y me gozo en ella y me deleito en cumplirla, entonces estaré actuando en la dimensión del hombre espiritual.
 
En la segunda lectura San Pablo nos habla de que el amor de Dios por nosotros tiene como finalidad hacernos conformes a la imagen del Hijo. Toda la estrategia divina, desde el comienzo de los tiempos, se concentra en esta obra.
Se trata de una llamada de Dios; es preciso, pues, que nos destine a ello: es una gracia. Esto nos causa dificultad: ". los destino"... a ser imagen del Hijo... "Y a los que destinó" a esta semejanza, "los llamó".
Fijémonos que San Palo se refiere a una realidad comunitaria, no se trata en absoluto de individuos, sino de un pueblo. Esto hace que cambie considerablemente la perspectiva.
¿Qué es predestinar, predestinación?. Es una idea que comporta una significación de anterioridad que en absoluto aniquila la libertad; la preposición latina "prae" (antes) significa que la iniciativa viene de Dios. Por otra parte, si la iniciativa no viene del hombre, sino de Dios, ello no significa que el hombre quede inactivo; la palabra "predestinado", aunque signifique iniciativa divina, significa también respuesta activa y libre. San Juan resume admirablemente el problema "Nosotros amemos, porque El nos amó primero" (1 Jn 4, 19). La certeza de nuestra esperanza se funda en el amor de Dios que nos ha amado antes.
El final de la lectura nos recuerda el proceso de nuestra divinización y de nuestra gloria: "Dios nos ha conocido", es decir, nos ha amado; "nos ha destinado a ser imagen de su Hijo", es decir, ha tomado la iniciativa de esta transformación; nuestra respuesta, nuestra fe activa, ha significado para nosotros la gracia de ser "justificados", es decir, tratando de interpretar lo que San Pablo ha querido decir, nos ha hecho participar en su propia vida y, por consiguiente, nos ha dado la gloria.
Así comenta San Agustín este texto: “Éste es el orden por el que nos encaminamos a la vida eterna: primeramente detestamos nuestros pecados; luego vivimos santamente, para que, desaprobando la mala vida y poniendo en obra la buena, merezcamos la eterna. En efecto, Dios, conforme al designio de su ocultísima justicia y bondad, a los que predestinó los llamó, a los que llamó los justificó, y a los que justificó los glorificó (Rom 8,30). Nuestra predestinación no ha tenido lugar en nosotros, sino ante él en su presencia ocultísima. Las tres cosas restantes, la vocación, la justificación y la glorificación tienen lugar en nosotros. Somos llamados a través de la predicación de la penitencia. Así, de hecho, comenzó el Señor a anunciar el evangelio: Haced penitencia, pues se ha acercado el reino de los cielos (Mt 3,2; 4,7). La justificación la recibimos en la llamada, obra de la misericordia, y mediante el temor del juicio. Ése es el motivo por el que se dice: Sálvame, Dios, en tu nombre y júzgame en tu poder (Sal 53,3). No teme ser juzgado el que antes ha pedido ser salvado. Una vez llamados renunciamos al diablo por la penitencia para no permanecer bajo su yugo; justificados, somos sanados por la misericordia, para que no temamos el juicio; glorificados, pasaremos a la vida eterna donde alabaremos a Dios sin fin. Pienso que a esto se refiere lo que dice el Señor: He aquí que expulso los demonios, y obro curaciones hoy y mañana, y al tercer día seré consumado (Lc 13,32)”. (San Agustín. Comentario al salmo 150,3)
 
El Evangelio nos presenta diversas parábolas acerca del Reino de los Cielos: el tesoro escondido, la perla de gran valor que encuentra un comerciante en perlas finas, la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces, unos buenos y otros malos. Al final se reúnen los buenos en un cesto y los malos se tiran. Esta red echada en el mar es imagen de la Iglesia, en cuyo seno hay justos y pecadores. En otros lugares el Señor enseña esta misma realidad: en su Iglesia, hasta el fin de los tiempos, habrá santos y quienes se han marchado de la casa paterna, malgastando la herencia recibida en el Bautismo; y todos pertenecen a ella, aunque de diverso modo.
¿Qué quería decir Jesús con las dos parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa? Más o menos esto. Ha sonado la hora decisiva de la historia. ¡Ha aparecido en la tierra el Reino de Dios! Concretamente, se trata de él, de su venida a la tierra. El tesoro escondido, la perla preciosa, no es otra cosa sino Jesús. Es como si Jesús con esas parábolas quisiera decir: la salvación ha llegado a vosotros gratuitamente, por iniciativa de Dios, tomad la decisión, aferradla, no la dejéis escapar. Este es tiempo de decisión.
La primera de estas parábolas compara la oferta de Jesús, el reinado de Dios, con un tesoro. Un tesoro tan valioso y que seduce tanto y produce tanta alegría, que el que lo encuentra se olvida de todo lo que tiene, lo abandona todo y ve en eso lo único que vale la pena en este mundo. Como es lógico, esto quiere decir que quien encuentra a Jesús y su mensaje, por eso mismo cambia radicalmente de vida. Una novedad así, no puede ser ni la práctica religiosa, ni, menos aún, las obligaciones que impone la religión. Ni siquiera las promesas de felicidad para la otra vida. Nada de eso es -para la gran mayoría de la gente- un tesoro que le cambia la forma de vivir. La creencia en una esperanza (¿incierta?, ¿insegura?) de futuro, normalmente, no modifica el presente visible, tangible.
 Lo mismo hay que decir de la perla. En el fondo, es la misma comparación formulada con otras palabras. ¿Qué pueden expresar el "tesoro" y la "perla"? Solamente lo que más nos llena a los humanos: un ámbito y un ambiente humano de respeto, tolerancia, estima, cariño y seguridad, en el que damos felicidad y recibimos felicidad, con la convicción de que eso es (y será) para siempre. Solo eso puede significar lo que, tal como somos los humanos, Jesús ofrece y afirma.
 En cada una de las dos parábolas hay, en realidad, dos actores: uno manifiesto, que va, vende, compra, y otro escondido, sobreentendido. El actor sobreentendido es el antiguo propietario que no se percata de que en su campo hay un tesoro y lo liquida al primero que se lo pide; es el hombre o la mujer que poseía la perla preciosa, y no se da cuenta de su valor y la cede al primer comerciante que pasa, tal vez para una colección de perlas falsas. ¿Cómo no ver en ello una advertencia dirigida a nosotros en acto de vender nuestra fe y herencia cristiana?
No se dice en cambio en la parábola que «un hombre vendió todo lo que tenía y se puso en busca de un tesoro escondido». Sabemos cómo acaban estas historias: se pierde lo que se tiene y no se encuentra ningún tesoro. Historias de ilusiones, de visionarios. No: un hombre halló un tesoro y por ello vendió todo lo que tenía para adquirirlo. Hay que haber encontrado el tesoro para tener la fuerza y la alegría y vender todo.
Hay que haber encontrado primero a Jesús, de manera nueva, personal, convencida. Haberle descubierto como propio amigo y salvador. Después será fácil vender todo. Se hará «llenos de alegría» como aquel hombre del que habla el Evangelio.
La comparación de la red y la separación última y definitiva de los peces abre el horizonte de las promesas de Jesús de tal manera, que trasciende todas las limitaciones inherentes a la condición humana. La intención de Mateo, al colocar aquí esta última comparación, es poner un "centinela en el horizonte" último de todo lo meramente humano, para superarlo y trascenderlo más allá de cuanto nos atreveríamos a imaginar o sospechar los mortales.
 En definitiva, la garantía más segura de que el Evangelio está presente en la vida está en que esta vida nuestra avanza y funciona impregnada de alegría por el hecho de haber conocido y encontrado a Jesús y su Evangelio.
Una escala de valores, la que sea, la tenemos todos. Desde ella nos entendemos a nosotros mismos y desde ella actuamos. Las dos primeras parábolas de hoy dicen al discípulo cuál debe ser su escala en la condición y calidad de discípulo.
Por consiguiente, todo lo que no sea entenderse y actuar desde ella equivaldrá a ser todo lo buena persona que se quiera, pero no discípulo de Jesús.
Vosotros, antes de nada, buscad el Reino de Dios (Mt. 6, 33). He aquí formulado el valor primordial para todo el que quiera apuntarse a discípulo de Jesús.
El centro de este Reino es la tierra y la historia humana, pero vistas y entendidas en colaboración y compañía de Dios. Ya sé que la palabra Dios puede ser percibida y vivenciada de muchas maneras, no siempre ni todas justas. Las mediaciones humanas de Dios han hecho demasiadas veces mucho mal a Dios. En este punto conviene ser claros: no hay más mediación válida de Dios que la ofrecida por Jesús, tal y como está consignada en los cuatro Evangelios. Tarea del discípulo y del intérprete bíblico será dar con esa mediación y, sobre todo, vivir desde ella. Hoy ya no valen palabras ni construcciones mentales si no van avaladas por su correlativo práctico. Repito lo del comienzo: escalas de valores las tenemos todos. Lo que al discípulo de Jesús se le pide es que su escala arranque del Reino de Dios.
Así orientado el discípulo, la tercera parábola le recuerda que no es competencia suya distribuir patentes de Reino de Dios. La función de esta parábola no es el amenazar con el infierno, sino el mover al discípulo a mudar de opinión y de juicio sobre las personas. Dejemos a Dios que sea El quien determine la calidad de cada uno y no nos arroguemos nosotros esa facultad. El hacerlo así sería un caso claro de apropiación indebida.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
 

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