Comentarios a
las lecturas
del V Domingo del Tiempo Ordinario 5 de febrero de 2017
Este domingo
podemos denominarlo como el domingo de la luz.
En la primera
lectura el Profeta Isaías avanza el futuro mensaje de Cristo. Ser luz del mundo
es compartir con los hermanos, no oprimir, no perseguir. Siendo así, lo dice el
profeta, Dios estará con nosotros. Es una gran promesa.
. El salmo 111
es un himno de alegría y gozo que
describe la felicidad de los que aman al Señor.
En la segunda
lectura San Pablo, condensa su doctrina sobre que Dios actúa por medio de
nuestra debilidad y que el poder de la fe, sin duda, hace milagros.
El Evangelio
de San Mateo nos dice que por mandato de Cristo todos los discípulos tienen una
misión primordial y universal, dar sentido a la vida de todos mediante el amor
y las buenas obras. Hemos de ser sal y luz del mundo. Tengámoslo en cuenta y
escuchemos con mucha atención.
La primera lectura (Is 58,7-10) presenta un texto que pertenece a la parte del
libro de Isaías atribuida a un ambiente profético posterior al exilio de
Babilonia, conocido como "Trito Isaías" "el
tercer Isaías",
que está en continuidad de perspectivas con el Deutero
Isaías, el segundo Isaías. Bajo la forma judicial del requerimiento utilizada a
menudo por los profetas, Dios emplaza a su pueblo al cumplimiento de los
preceptos fundamentales en relación al prójimo. El retorno del exilio no
siempre ha significado la realización del ideal que se esperaba, y las
diferencias e injusticias sociales han vuelto a aparecer en medio del pueblo.
La primera
lectura es un texto de los muchos en que a lo largo de la historia de salvación
Dios manifiesta qué obras iluminan y le dan gloria.
El pueblo que
acaba de volver del exilio de Babilonia, llevaba encima muchas heridas
psicológicas y sociales y se preguntaba por qué Dios les había tenido tan
abandonados. El profeta denuncia en nombre de Dios los delitos del pueblo. El
pueblo se defiende, pues consulta los oráculos del templo y cumple sus deberes
religiosos. Pero "¿para qué ayunar, si no haces caso? ¿mortificarnos si tú
no te fijas?" (/Is/58/03-10)."
El Señor les
responde por boca del profeta: cuando vosotros atendáis a los más pobres y débiles
yo estaré en medio de vosotros y seré para vosotros como una luz que os guíe en
medio de las tinieblas y la oscuridad. El Señor, nuestro Dios, es un Dios
compasivo y misericordioso, y quiere que también nosotros, sus hijos, seamos
compasivos y misericordiosos. En este bello texto del profetar Isaías esta idea
está muy clara.
A partir de la
reflexión sobre el ayuno, se va profundizando en otros aspectos de la vida del
creyente: el ayuno que Dios quiere (vs.6-7): es la actitud de abrirse al otro ,
esto se describe con palabras sinónimas: abrir, hacer saltar, romper, dejar
libre, partir, hospedar, vestir... El querer a Dios es un salir de sí mismo, un
liberarse del egoísmo humano para ofrecerse, como don, a los demás: ayudando al
pobre, liberando al oprimido , partiendo el pan con el hambriento y
socorriéndolo en sus diversas necesidades. Ayunar es practicar la justicia y el
amor.
"Entonces
romperá tu luz como la aurora...": El sufrimiento compartido establece
vínculos de solidaridad, crea pueblo. La misericordia transfigura a la persona,
le hace compartir una cualidad que pertenece a Dios. Entonces la plegaria será
escuchada, porque brotará de un hombre que vive en sintonía con Dios:
"Entonces clamarás al Señor y te responderá..." La presencia de Dios
en medio del pueblo prometida a los exiliados, sólo se podrá cumplir en una
situación de justicia y de solidaridad entre los que han vuelto al país.
-Sólo entonces
la luz rompe; el hombre que practica la justicia y el amor se convierte en luz
que transforma el mundo . Esa luz que ya amanece se convertirá en pleno
resplandor, en luz del mediodía (v.10).
El
responsorial es el salmo (Sal 111,4-99. Era parte
de las ceremonias en que Israel renovaba su Alianza con Dios. Dos veces al año,
el día de Pascua y el día de la Fiesta de los Tabernáculos, Israel se
comprometía, una vez más a ser fiel a Dios y a su Ley... Este salmo
111, como el anterior, es un acróstico, ya que cada uno de los 22 versos
comienza con una de las 22 letras del alfabeto hebreo: procedimiento
nemotécnico para aprenderlo de memoria y al mismo tiempo procedimiento
simbólico para significar la totalidad de la Ley.
Relacionando
este salmo 111 y el Evangelio de San Mateo (5,14), la Iglesia, en el quinto
domingo ordinario del ciclo "A" nos invita a meditar
precisamente sobre la "participación del hombre en la naturaleza
divina". Jesús, iluminado por este salmo, dijo a sus discípulos:
"Vosotros sois la luz del mundo" después de haber dicho: "Yo soy
la luz del mundo".
Ser
un justo.
Hay que comprender bien este concepto a riesgo de que degenere en cierto
orgullo farisaico. El justo es un hombre "de acuerdo" con Dios, que
"corresponde" perfectamente al proyecto del creador.... Igualmente el
hombre, es justo cuando se asemeja a la idea que Dios tiene de él, cuando se
modela según Dios. Así Dios es luz, y nos pude dar y nos da a nuestras vidas el
brillo de un día de verano. Señor
Muchas son las
bendiciones que Dios acumula sobre el justo: «Su linaje será poderoso en la
tierra, en su casa habrá riquezas y abundancia; jamás vacilará, no temerá las
malas noticias, su recuerdo será perpetuo». Bendiciones sencillas para el
hombre sencillo. Prosperidad en su casa y seguridad en su vida. Las bendiciones
de la tierra como anticipo de las del cielo. El justo sabe que la mano de Dios
le protege en esta vida, y espera, en confianza y sencillez, que le siga
protegiendo para siempre. Justicia de Dios para coronar la justicia del justo.
Clara invitación es la estrofa repetida hoy: « El justo brilla en las tinieblas como una luz»
¿Cómo podemos
hacer que nuestra vida sea luminosa, que valga la pena, que ante los demás
"brille como una luz en las tinieblas" según decían las palabras del
salmo que hemos leído? Isaías, el profeta que escuchábamos en la primera
lectura, lo tenía muy claro, y nos lo decía así: "Parte tu pan con el
hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo". Y
luego repetía: "Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y
la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago
del indigente, brillará tu luz en las tinieblas".
Hoy convendría
que pensáramos un poco sobre la respuesta que nos da Isaías para que lo pedido
en el salmo sea realidad en nuestra vida. Y con más razón cuando precisamente
el encargo que Jesús nos recomienda en el evangelio, en esta continuación del
sermón de la montaña, es éste: ser luz, y actuar de modo que la gente, al
vernos, den gloria al Padre que está en el cielo.
Es decir, que
los demás, los que no comparten nuestra fe, al vernos actuar sientan y
reconozcan que nuestra fe vale la pena.
Que nosotros,
los creyentes, vivamos de modo que los que no lo son se sientan atraídos a la
fe. Que nuestras preocupaciones, nuestros esfuerzos, lo que luchamos por
conseguir, y nuestra misma vida cotidiana, muestren que aquello que nos mueve,
aquello en lo que creemos, es verdaderamente una luz para la vida de los
hombres, es algo que hace la vida mejor, más humana, más feliz.
Así se
cumplirá lo repetido: « El justo
brilla en las tinieblas como una luz»
En la
segunda Lectura (1 Cor
2,1-5), San Pablo opone al prestigio de una palabra y de una
sabiduría humanas la palabra y la sabiduría que vienen de Dios (2,4.7).
A la sabiduría suficiente de la inteligencia humana, que se constituye en regla
absoluta, se opone la sabiduría de Dios manifiesta en su propio actuar. Esta
sabiduría, encarnada en Jesús, se ha manifestado a los cristianos de Corinto.
vv.1-2: La
elocuencia y la sabiduría humanas no le van a la verdad desnuda de la cruz de
Cristo. Pablo no quiso presentarse a los corintios hablando con palabras
altisonantes y haciendo alarde de elocuencia. Les predicó sencillamentte
a JC y a éste crucificado, sin triunfalismos.
v. 3: Pablo se
presentó ante los corintios como un hombre, débil y temeroso. Pero su debilidad
prestaría el único y el mejor servicio a la presentación de Jesús, evitando el
equívoco y mostrando que no era la palabra avasalladora de un hombre culto,
sino la fuerza de Dios lo que operaba en la predicación cristiana.
v. 5: Otros
fueron a Corinto que deslumbraron con su elocuencia e hicieron discípulos (por
ejemplo, Apolo, el brillante alejandrino). Pablo no quiso hacer discípulos
suyos, ni deslumbrar a nadie, sino llevar a todos a la luz de Cristo. La fe no
es auténtica si se apoya en la sabiduría humana y se rinde apasionadamente como
adhesión a un maestro brillante.
San Pablo no
es un hombre que abogue por la superioridad de lo irracional, por la primacía
del corazón en contra de la razón. Sus palabras se comprenden teniendo en
cuenta las desviaciones gnósticas que se dieron en el seno de la comunidad de
Corinto. Lo único que desea es salir al paso de estas desviaciones y de la
pretensión de la sabiduría humana de llegar a desentrañar el misterio
inaccesible de Dios.
San Agustín
comenta esta lectura y nos dice: "Dice
el Apóstol: También yo, hermanos,
cuando vine a vosotros no lo hice presumiendo de mi palabra, o de mi sabiduría
al anunciaros el misterio de Dios. Suyas son también estas otras
palabras: ¿Acaso os dije estando entre
vosotros que conocía alguna otra cosa a excepción de Jesucristo, y éste
crucificado? (1 Cor 2,1-2). Aunque sólo
supiera esto, nada le quedaba por saber. Gran cosa es el conocimiento de Cristo
crucificado, pero ante los ojos de los pequeños lo presentó como un tesoro encubierto.
A Cristo crucificado, dijo.
¡Cuántas cosas encierra en su interior este tesoro! Después, en otro lugar,
ante el temor de que algunos se apartasen de Cristo seducidos por una filosofía
vana y falaz, puso en Cristo el tesoro de la sabiduría y de la ciencia. Tened cuidado, dice, de que nadie os seduzca con filosofías y vanas falacias
conformes a los elementos del mundo, pero no a Cristo, en quien están
escondidos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2,8.3).
Cristo crucificado: tal es el tesoro escondido de la sabiduría y de la ciencia.
No os dejéis engañar, pues, bajo el pretexto de la
sabiduría. Juntaos ante la envoltura y orad para que se os desenvuelva. ¡Necio
filósofo de este mundo, eso que buscas es nada! ¿De qué aprovecha el que tengas
mucha sed, si pasas y pisas la fuente? Desprecias la humildad, porque no llegas
a percibir la majestad. En efecto, si le
hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al rey de la gloria (1 Cor 2,8). A Jesucristo
crucificado, dijo. Estando en
medio de vosotros dije no conocer otra cosa a excepción de Jesucristo y éste
crucificado; es decir, su humildad, de la que se mofan los soberbios,
para que se cumplan en ellos estas palabras: Increpaste a los soberbios; malditos quienes se apartan de tus
preceptos (Sal 118,21). Y ¿cuál es su precepto, sino que creamos en él y
nos amemos mutuamente? ¿Creer en quién? En Cristo crucificado.
Escuche la sabiduría lo que no quiere oír la
soberbia. Su precepto es que creamos en él. ¿En quién? En Cristo crucificado.
Éste es su mandato: que creamos en Cristo crucificado. Éste es, sin duda; pero
el hombre soberbio, erguida su cerviz, hinchada su garganta, con lengua
orgullosa y carrillos inflados se mofa de Cristo crucificado. Malditos, pues, quienes se apartan de tus preceptos. ¿Por
qué se mofan, sino porque ven solamente el andrajoso vestido exterior y no el
tesoro que esconde dentro? Ve la carne, el hombre, la cruz y la muerte, cosas
todas que desprecia. Detente, no pases adelante, no muestres desprecio, no
insultes. Espera, considera atentamente; quizá dentro se esconda algo que te
causará sumo agrado. Puede que encuentres lo que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni subió al corazón del hombre (1 Cor 2,9). El ojo ve la carne; pero debajo de la carne está
lo que el ojo no ve. Tu oído oye la voz, pero allí hay algo que el oído no oyó.
Asciende hasta tu corazón, pero desde pensamientos terrenos, un hombre
crucificado y muerto, pero allí hay algo que no llega al corazón del hombre.
Suben a vuestro corazón los pensamientos de siempre. Subió al corazón de Moisés (el deseo) de visitar a sus hermanos (Éx 2,1 I). Es fruto de la condición humana.." ( San
Agustín. Sermón 160,3-4).
En el evangelio (Mt 5,13-16), la
expresión "Vosotros sois" conecta la primera
frase de hoy con la última del domingo pasado (dichosos vosotros cuando os
insultan) y, a través de ésta, con los pobres, los sufridos, los que lloran,
etc. Vosotros se refiere, pues, a todos los que el domingo pasado eran
declarados dichosos por Jesús. Todos estos, con su existencia difícil y desde
su existencia, son la sal de la tierra.
Esta conexión en la redacción del texto del
domingo pasado y la metáfora de la sal quitan al proyecto al que Jesús llama
cualquier ribete de apariencia, prepotencia o apologética. La sal sazona,
conserva los alimentos desde su estar, sin más, en ellos.
"Pero si
la sal se vuelve tonta", continúa la metáfora original. El v.13 es una
invitación a
los dichosos del domingo pasado a seguir abiertos a Dios, a seguir
ilusionados y esperanzados, a no desfallecer. Ellos son demasiado importantes.
"Vosotros
sois la luz del mundo" (v.14). Una nueva metáfora a la que siguen dos
imágenes subordinadas que explican su sentido: la del poblado en lo alto de un
monte y la de la lamparilla colgada en el interior de las casas (en tiempos de
Jesús, se sobreentiende). El poblado en lo alto del monte es punto de
referencia para el caminante, la lamparilla en la casa posibilita los
quehaceres y la reunión familiar. Es importante anotar esto porque da al
proyecto de Jesús su justa perspectiva. El poblado y la lamparilla están sin
más. Es el caminante o los moradores de la casa quienes aprecian su valor. Así
pasa con los que Jesús declara bienaventurados. No tienen pretensiones de
iluminar, no dicen: nosotros os ofrecemos la solución. Sencillamente están.
"Vosotros
sois" conecta redaccionalmente la primera frase
de hoy con la última del domingo pasado (dichosos vosotros cuando os insultan)
y, a través de ésta, con los pobres, los sufridos, los que lloran, etc.
Vosotros se refiere, pues, a todos los que el domingo pasado eran declarados
dichosos por Jesús. Todos estos, con su existencia difícil y desde su
existencia, son la sal de la tierra. La conexión redaccional
del texto del domingo pasado y la metáfora misma de la sal quitan al proyecto
al que Jesús llama cualquier ribete de apariencia, prepotencia o apologética.
La sal sazona, conserva los alimentos desde su estar, sin más, en ellos.
"Pero si
la sal se vuelve tonta", continúa la metáfora original. Sal tonta. ¡Qué
imagen más gráfica! El v.13 es una invitación a los dichosos del domingo pasado
a seguir abiertos a Dios, a seguir ilusionados y esperanzados, a no
desfallecer. Ellos son demasiado importantes. Otra sorpresa de la enseñanza del
Jesús de Mateo. ¡Y van ya unas cuantas! Recuerda las del domingo pasado.
"Vosotros
sois la luz del mundo" (v.14). Una nueva metáfora a la que siguen dos
imágenes subordinadas que explican su sentido: la del poblado en lo alto de un
monte y la de la lamparilla colgada en el interior de las casas (en tiempos de
Jesús, se sobreentiende). El poblado en lo alto del monte es punto de
referencia para el caminante, la lamparilla en la casa posibilita los
quehaceres y la reunión familiar. Es importante anotar esto porque da al
proyecto de Jesús su justa perspectiva. El poblado y la lamparilla están sin
más. Es el caminante o los moradores de la casa quienes aprecian su valor. Así
pasa con los que Jesús declara bienaventurados. No tienen pretensiones de
iluminar, no dicen: nosotros os ofrecemos la solución. Sencillamente están. El
testimonio del Evangelio que dan los discípulos y las obras que realizan de
acuerdo con este Evangelio -cuyo primer anuncio son las bienaventuranzas- deben
ser luz para todos, para que los hombres conozcan quién es Dios y le den gloria.
Esta metáfora
de la luz nos remite a las palabras "Luz de luz", de san Juan en el prólogo de su evangelio,
refiriéndose al Verbo, a la Palabra, al Hijo de Dios. Luz verdadera que ilumina
a todo hombre. El mismo Jesús proclamará ante todos los judíos: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue,
añade, no andará en tinieblas, sino que habrá pasado de la muerte a la vida..."
Las tinieblas como símbolo de la muerte, la luz como expresión gozosa de la
vida. Por eso al Infierno se le llama el abismo de las tinieblas, mientras que
el Cielo es la mansión de la luz, la región iluminada no por el sol sino por el
mismo Dios, luz esplendente que sólo los bienaventurados pueden llegar a
contemplar, extasiados y felices para siempre.
Es una luz que
se transmite a cuantos han llegado a la vida eterna y de la que también
participan los justos en la tierra, aunque de forma diversa. Así María, es
contemplada en el apocalipsis, como la mujer revestida con el sol, coronada de
estrellas, emergiendo fulgurante en el azul profundo del ancho cielo, con la
luna bajo sus pies. Los demás bienaventurados lucirán, dice la Escritura, como
antorchas en el cielo... Aquí, en la tierra, esa luz divina irradia también en
quienes creen y aman a Cristo. Por eso san Pablo recuerda a los cristianos que
son luminarias que lucen en medio de esta oscura tierra. Focos luminosos que
iluminan lo bueno de este mundo malo. Desde el Bautismo, cuando se nos entregó
un cirio encendido, el cristiano es un hijo de la luz, un hombre iluminado que
ha de encender y caldear cuanto le rodea, perpetuando así la presencia del que
es Luz de todas las gentes.
"Alumbre
así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria
a vuestro Padre que está en el cielo". La luz iluminará nuestras
buenas obras y ellas servirán para entender que es Dios quien nos ayuda a
acometerlas, hasta el punto que podemos ser, indignamente, reflejo del mismo
Dios.
Para nuestra vida
Nuestra identidad cristiana consiste en hacer
visible en nuestra vida la fuerza transformadora del evangelio; demostrando que
el amor nuevo -del que Cristo ha dado ejemplo- es posible. Jesús, pues, está
hablando del deber misionero de su comunidad.
El evangelio
nos da una respuesta a través de dos símbolos sobre cuyo significado no hace
falta hacer muchas reflexiones. El cristiano está llamado, en primer lugar, a
ser sal de la tierra. Con la sal damos sabor a las comidas. De lo que se
desprende que el cristiano está llamado a dar sabor a la vida...
Pero hay algo
importante: la sal sólo sirve si está fuera del salero. (...) Isaías nos dice
cómo debemos salir del «salero»
Y si la sal
era importante, la luz todavía lo es más. Sin luz la vida seria
imposible. La luz es la que nos permite ver las cosas en su realidad y andar
por el camino correcto. En cambio, si vamos a oscuras, lo más normal es que nos
caigamos o causemos destrozos. La luz tiene una gran fuerza simbólica: en todos
los tiempos y culturas el ser humano ha buscado la luz de la verdad, ha buscado
poner luz a los interrogantes más profundos de la existencia. La fe en Jesús
Resucitado es la luz que puede dar respuestas a todas las inquietudes del
hombre.
La luz alumbra
cuando se destierra la opresión, la injusticia... y se edifica el amor, la
justicia, la fraternidad... En la medida en que los hombres vean que los que se
dicen creyentes proyectan la luz de la liberación total, en esa misma medida
darán gloria al Padre. La liberación de todo mal es el signo de la presencia de
Dios entre los hombres.
La primera lectura es un no rotundo a la falsa
piedad.
Es una advertencia muy necesaria, ya que tendemos a establecer una dicotomía
entre religión y vida.
El ayuno que
yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas..., dejar libres a los
oprimidos..., partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo,
vestir al que ves desnudo y no cerrarte en tu propia carne. Entonces romperá tu
luz como la aurora..., te abrirá camino la justicia, detrás de ti irá la gloria
del Señor" (58,5-8). Y se repite la idea: "...cuando partas tu pan
con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las
tiniebla, tu oscuridad se volverá mediodía" (10).
Demasiadas
veces, convertimos la fe sólo en religión y, quedándonos en ésta, separando la
fe con nuestro actuar. Es un hecho fácilmente constatable en nuestra vida
personal. Y, socialmente. Lo cierto es que el acceso a Dios ("Aquí
estoy") es posible únicamente por el amor que se traduce en obras a favor
del necesitado. La iluminación tiene lugar cuando el hombre no vive encerrado
en sí mismo. Lo importante es "sentir" las necesidades y remediarlas.
Quizá los creyentes hablamos mucho, hacemos declaraciones sobre derechos, pero
el problema -queramos o no- es nuestra actuación social (sin triunfalismos
ridículos y optando por una real eficacia, sin romanticismos). La verdadera
religiosidad requiere proyección en la vida. En el proceso de conversión entran
las actitudes descritas por el profeta: compartir el pan, la hospitalidad, la
apertura a los necesitados, desterrar toda opresión, desterrar la maledicencia.
Esta llamada a
la religión interior y al mismo tiempo de compromiso comunitario, la hace el
autor razonando y exhortando. A pesar de
todo, el legalismo cundió hasta convertirse en el tan criticado fariseísmo de los tiempos de Cristo.
Después de dos milenios de cristianismo, la cizaña del "fariseísmo"
sigue, demasiadas veces sin extirparse, en el nuevo pueblo de Dios, que es la
Iglesia.
Otro aspecto
importante , y ya anunciado en nuestra reflexión, es este: la voluntad de Dios es que tenemos que querer
salvarnos como comunidad, no pensando únicamente en nosotros mismos.
Así dando un
paso hasta el presente, ya Isaías nos previene y nos ilumina respecto a que
nuestra Iglesia es necesariamente una Iglesia misionera, que debe tener siempre
las puertas y los brazos abiertos para acoger a los que no pueden defenderse
por sí mismos. Ratificando este mensaje
mantenido durante siglos, Cristo, no vivió para sí, sino que pensó,
actuó y vivió siempre
En la segunda lectura San Pablo, hombre de fe, no
se apoya en la sabiduría humana, sino en el conocimiento de Cristo crucificado.
Lo
que resulta manifiesto, a través de la pobreza humana del apóstol, es el poder
de Dios.
Resulta
primordial el conocimiento de Cristo crucificado. En el fondo la fe es la
transmisión de una vivencia personal y comunitaria. Es real que nuestra fuerza
-la única fuerza- es la fe vivida y vivida profundamente y apoyada en la cruz
de Cristo, fuente de salvación. Ésta da libertad, seguridad e independencia
para testimoniar, frente a las situaciones más adversas, sin perder la
esperanza ni ser víctimas de la decepción.
En el
comentario a esta lectura, ya citado, aconseja San Agustín: " Si nos es posible, no busquemos algo que
pueda subir a nuestro corazón, sino algo a donde pueda subir nuestro corazón.
En efecto, merecerá ser glorificado con Cristo como rey quien haya aprendido a
poner su gloria en el crucificado. El Apóstol no sólo vio adónde subir, sino
también el por dónde. Muchos hubo que vieron el adónde, pero no el por dónde;
amaron la patria excelsa, pero desconocieron el camino de la humildad.
Precisamente porque el Apóstol conocía el adónde y el por dónde, a ciencia y
conciencia dijo: Lejos de mí el
gloriarme, a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Podía haber
dicho: «En la sabiduría de nuestro Señor Jesucristo», y hubiese dicho verdad. O
también: «En la majestad», y hubiese dicho verdad. O igualmente: «En el poder»,
siendo también verdad; pero dijo: En
la cruz.
Donde el filósofo del mundo encontró motivo para
ruborizarse, allí encontró el Apóstol un tesoro; debido a que no despreció la
vil cáscara, llegó al precioso fruto. Lejos
de mí -dijo- el gloriarme, a no
ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Gran peso soportaste sin
buscar ninguna otra cosa, y así mostraste cuán grande era lo que se ocultaba
dentro. ¿Quién fue tu ayuda? Por quien
el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo (Gál 6,14). ¿Cuándo iba a estar crucificado el mundo para
ti, si no hubiese sido crucificado por ti el autor del mundo? Por tanto, quien se gloríe, que se gloríe en el Señor
(1 Cor 1,31). ¿En qué Señor? En Cristo
crucificado. Donde está la humildad, está también la majestad; donde la
debilidad, allí el poder; donde la muerte, allí también la vida. Si quieres
llegar a la segunda parte, no desprecies la primera." ( San
Agustín. Sermón 160,3-4).
En el evangelio se nos exhorta al testimonio. Las dos parábolas de la sal y de la luz que
leemos en el evangelio de hoy enlazan directamente con el inicio del sermón del
monte (las bienaventuranzas) que fue proclamado el domingo pasado, y se
dirigen a los mismos oyentes: a los discípulos. Las bienaventuranzas terminan
diciendo: "Vosotros sois dichosos cuando...", y el texto de hoy
comienza: vosotros sois..." Las bienaventuranzas nos definían al discípulo
de Jesús; este par de parábolas -que expresan el pensamiento de Jesús con
imágenes muy familiares a los oyentes- indican cuál es la misión de los
discípulos en el mundo, ante los hombres.
El valor de la
sal y de la luz lo medimos siempre por el valor que tienen cuando lo
relacionamos con otras cosas. La sal es buena o mala según el bien o el mal que
hace a los alimentos; la luz es buena o mala según el bien o el mal que nos
proporciona. Sin sal, el alimento está soso, sin sabor; sin luz, la oscuridad
nos impide hacer muchas cosas.
La primera
imagen es la de la sal. Los discípulos -y todos los seguidores de Cristo- son
la sal de la tierra, de los hombres.
* Los
discípulos son sal, es decir, sazonan y evitan la corrupción, y esto con
carácter absoluto (=la sal). Los discípulos de Jesús son necesarios e
insustituibles en nuestro mundo. Cuando la sal se pierde, aún se puede usar en
la limpieza pública. Pero inevitablemente los transeúntes la pisan. Si los
discípulos no son sal no sirven para nada (invitación imperativa).
*Los
discípulos de Jesús son luz que ilumina a los hombres y no hay más luz que
ellos. Invitación imperativa a serlo porque para esto están. De ellos depende
que los demás hombres den gloria al Padre, es decir, descubran que Dios es
Padre. Y esto sólo lo descubrirán si los discípulos viven y son hermanos. En
esta fraternidad consisten las buenas obras a que Jesús se refiere. ¿Tenemos
los discípulos de Jesús una identidad entre los hombres? la respuesta nos la da
el texto sin dudas de ninguna clase.
Si Cristo nos
dice que somos sal de la tierra y luz del mundo es porque sabe que, si lo
seguimos a él, ayudaremos a las personas a ser más valiosas para ellas mismas y
para los demás. Vivir para los demás es ayudar a los demás a pensar mejor, a
hablar mejor, a actuar más de acuerdo con la vida de Jesús. No podemos entender
nuestra vocación cristiana sólo pensando en nosotros mismos, sin salir de
nosotros mismos. El cristiano tiene vocación de comunidad, vocación de
fraternidad, vocación de comunión con todas las personas del mundo. Así lo
hizo, así vivió Cristo, por los demás y para los demás. Fijándose siempre en
los miembros más débiles de la comunidad, porque estos son los que más
protección y ayuda necesitan. Por defender a los débiles, le criticaron y le
hicieron la vida imposible los más fuertes, por defender a los pecadores le
criticaron y persiguieron los que se consideraban santos, por defender a los
más pobres e impotentes le persiguieron los más ricos y poderosos. También
nosotros debemos saber que tendremos que sufrir en este mundo si, imitando a
Jesús, defendemos y protegemos a los más débiles y menos poderosos de la
sociedad en la que vivimos. Después de todo, eso es lo que nos dicen las
Bienaventuranzas, tal como comentamos el domingo pasado. Por otra parte, vivir
para los demás no es olvidarse de uno mismo, sino todo lo contrario, enriquecer
nuestro yo personal. Tanto más somos, cuanto más nos damos a los demás.
Son los demás
quienes descubren el talante del cristiano, sus buenas obras, y desde ese
descubrimiento concluyen la existencia de un Dios Padre. Son los demás quienes
descubren su importancia o valor. No son ellos quienes se dan importancia o
valor. Son los demás quienes, gracias a ellos, llegan a la conclusión de que existe
Dios y que Dios es Padre. Este es el significado de la expresión "dar gloria a vuestro Padre". "Alumbre así vuestra luz a los hombres para
que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el
cielo".
El texto
evangélico de hoy es exigente. No se trata de tener Fe y que nadie lo sepa, que
a nadie se la comuniquéis. Si se guarda en lo más profundo de nuestro espíritu,
la olvidamos, la perdemos. Un terreno que no se cultiva se pierde invadido por
las zarzas.
Al final de
nuestra vida nos juzgarán por nuestro amor y ese amor se vislumbra cuando somos
"sal y luz"..
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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