En medio de una fuerte crisis en torno a la integridad de la familia, Dios Amor nos brinda nuevamente el modelo pleno de amor familiar al presentarnos a Jesús, María y José.
La Sagrada Familia nos habla de todo aquello que cada familia anhela auténtica y profundamente, puesto que desde la intensa comunión hay una total entrega amorosa por parte de cada miembro de la familia santa elevando cada acto generoso hacia Dios, como el aroma del incienso, para darle gloria.
Por ello, a la luz de la Sagrada Escritura, veamos algunos rasgos importantes de San José, Santa María y el Niño Jesús.
La primera lectura es del libro del eclesiástico (Eclo 3,2-6.12-14, también
llamado libro
de Ben Sirá o "Sirácida".
El sabio que escribe este libro unos
doscientos años antes de Cristo se dirige sobre todo a los jóvenes para
instruirlos en los diversos aspectos de la vida. El sabio autor del
Eclesiástico, no manda. Se limita a desbrozar y mostrar con su palabra los
caminos del comportamiento humano que considera acorde con la sabiduría.
La palabra clave de este fragmento es
"honrar": detrás de este concepto hay una idea de respeto y
veneración con palabras y obras.
En primer lugar habla de las
consecuencias de honrar al padre y a la madre, y va más allá de lo que prometía
el texto del libro del Éxodo (20, 12). El texto de hoy glosa el mandamiento del
Éxodo: «Honra a tu padre y a tu madre; así prolongarás tu vida en la tierra que Yahvé, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12). La
sabiduría habla de la vida y para la vida. Y lo hace con la palabra que nace
del esfuerzo del hombre -o de ciertos hombres-, tratando de llenar como puede
el vacío que representa la imposibilidad de conocer la verdadera palabra,
aquella de la cual brota la vida y todas las cosas. Es decir, para el sabio
existe una sabiduría oculta, no descubierta ni intuida nunca por nadie, la del
único sabio de verdad, de quien viene todo: del Señor.
Afirma que hay un orden, no establecido
por los hombres, que regula las relaciones de los hijos para con los padres
sobre la base del respeto, la honra y la obediencia. Se trata, concretamente,
de un orden que implica incluso aceptar la vergüenza procedente de la posible
deshonra de los padres, que lleva a acogerlos cuando son ancianos, sin hacerles
sufrir nunca; que exige tratarlos con comprensión en caso de que pierdan la
razón. El hijo sabio trata de cumplir con sus padres este orden que descubre
como recto y justo.
El hijo que honra al padre y a la madre
tendría larga vida. El Eclesiástico afirma que, además, el que honra al padre
expía sus pecados.
Esta misma "recompensa" del
perdón de los pecados se apunta como consecuencia de tratar bien al padre
cuando ya es anciano y le fallan las fuerzas y chochea.
No es difícil comprender este texto, a
pesar de que hoy, con la exaltación estúpida de la juventud, es fácil olvidar
este consejo de un sabio que no tenía nada de estúpido.
La observancia de este orden por parte de
los hijos lleva anejas promesas de bendiciones y bienestar: el perdón de los
pecados, la alegría de los hijos, ser escuchado por Dios, vida larga, firmeza
del hogar y prosperidad. Sin embargo, es evidente que el sabio no puede
garantizar que estas promesas se cumplirán en todos los que hagan lo que él
enseña. Por tanto, si formula esas promesas no es porque tenga seguridad de que
se cumplirán, ya que nadie puede asegurar, por ejemplo, una larga vida a nadie.
La certeza del sabio es de otro tipo. Al recoger las promesas de bendiciones no
hace sino mostrar su seguridad de que el camino que enseña es bueno: quien lo
siga no sufrirá ningún mal, sino todo lo contrario. Para el sabio, los caminos
de Dios, los que él señala al hombre, son los que la sabiduría muestra como
buenos. Todo lo que el sabio ve como bueno y justo viene de Dios.
El
responsorial es el almo 127 ( Sal 127,1-2.3.4-5) Este salmo forma parte de los "salmos graduales"
que los peregrinos cantaban caminando hacia Jerusalén. Desde los 12, cada año,
Jesús "subió" a Jerusalén con motivo de las fiestas, y entonó este
canto. La fórmula final es una "bendición" que los sacerdotes
pronunciaban sobre los peregrinos, a su llegada: "Que el Señor te bendiga
desde Sión, todos los días de tu vida..."
En este salmo se describe un cuadro de la
"felicidad en familia", de una familia modesta: allí se practica la
piedad (la adoración religiosa... La observancia de las leyes...), el trabajo
manual (aun para el intelectual, constituía una dicha, el trabajo de sus
manos), y el amor familiar y conyugal...
En Israel, era clásico pensar que el
hombre "virtuoso" y "justo" tenía que ser feliz, y ser
recompensado ya aquí abajo con el éxito humano. Pensamos a veces que esta clase
de dichas son materiales y vulgares. Fuimos formados quizá en un espiritualismo
desencarnado. El pensamiento bíblico es más realista: afirma que Dios nos hizo
para la felicidad, desde aquí abajo... ¿Por qué acomplejarnos si estamos
felices? ¿Por qué más bien, "no dar gracias", y desear para todos los
hombres la misma felicidad?
No se trata tampoco de caer en el exceso
contrario, el de los "amigos de Job" que establecían una ecuación
casi matemática: ¡Sé piadoso, y serás feliz! ¡Sé malvado, y serás desgraciado!
Sabemos, por desgracia, que los justos pueden fracasar y sufrir, y los impíos
por el contrario, prosperar. El sufrimiento no es un castigo. Es un hecho. Y el
éxito humano, no es necesariamente señal de virtud.
Sigue siendo verdad en el fondo, que el
justo es el más feliz de los hombres, al menos espiritualmente, en el fondo de
su conciencia: "¡feliz, tú que adoras al Señor!"
La segunda lectura de la carta a los colosenses (Col 3,12-21), es un típico texto de exhortación ética de la tradición
paulina. En realidad sigue hasta 4,1, pero dirigido a relaciones entre esclavos
y amos de menor aplicación hoy y que tiene dificultades de otro tipo.
Después de haber recordado que, por el
bautismo, nos hemos despojado del "hombre viejo", Pablo explica a los
cristianos de Colosas en qué consiste el
"vestido" propio del "hombre nuevo": en unos sentimientos
que, de hecho, son los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
Hay recomendaciones generales (v. 12-17)
y particulares (v. 18-21). Gran parte del texto es igual al de los catálogos de
virtudes de la filosofía popular estoica o del judaísmo rabínico. El contenido
es de ética general o de sentido común, vertido en moldes culturales del
tiempo.
Es importante subrayar la gradación que
hace el apóstol, alejada de un espiritualismo desencarnado. Lo primero que pide
es que se "sobrelleven" mutuamente: a menudo es un paso
imprescindible para poder dar los siguientes. Después viene el perdón, como
consecuencia del conocimiento de uno mismo y del ejemplo de Jesucristo: si él
nos ha perdonado, también nosotros debemos hacerlo. Y, finalmente, el amor, que
es el "ceñidor" de la vestidura nueva de los bautizados y lo que
mantiene unidos a todos los miembros del cuerpo.
Pero aún queda una cosa por decir, un
pequeño añadido que es consecuencia de saberse amado infinitamente y, a la vez,
la posibilidad para la solidaridad y la paz. El agradecimiento es una
característica básica del cristiano, que es repetida con insistencia en el
párrafo siguiente.
Vienen tres aspectos que deben estar
presentes en la vida del hombre nuevo: la "palabra de Cristo", la
"enseñanza", la "corrección" y la plegaria gozosa y
agradecida. Seguramente encontramos aquí una alusión a la liturgia comunitaria,
de la que podemos destacar la participación de todos los miembros de la
comunidad, incluso en la instrucción y la amonestación.
Finalmente Pablo habla de las relaciones
entre los miembros de la familia considerados débiles
(mujeres e hijos) y los tenidos por fuertes (maridos y padres). El apóstol
cristianiza preceptos de la moral corriente, añadiendo la fórmula "en el
nombre del Señor Jesús".
Así el v. 18 refleja la condición
femenina y del matrimonio en aquella época. Esto es preciso tenerlo presente
para no tomar como palabras de Dios lo que no es sino la forma cultural en que
se transmite un contenido de revelación. Lo ético, cuando pasa a lo concreto,
está más sujeto a estos condicionamientos culturales que otras partes del
mensaje neotestamentario, porque aplica los
principios generales a circunstancias históricas definidas. Cuando estas
circunstancias cambian por evolución humana, los principios permanecen, pero
sus aplicaciones han de adaptarse a las nuevas situaciones, precisamente para
ser fieles a la Palabra.
En cuanto a la familia, esta perspectiva
es esencial, dado que ha cambiado enormemente respecto a los tiempos primitivos
del cristianismo y continuará evolucionando sin duda alguna.
Evangelio
de San Mateo ( Mt 2, 13-15.19.23)- nos presenta un momento concreto de la vida de
la sagrada familia: el de su huida a Egipto para evitar la persecución desatada
por Herodes. En los
relatos de la infancia de Mateo, el peso de la acción lo lleva José, movido
siempre según la voluntad de Dios, expresada a través del sueño y del ángel. José
buscó para los suyos, siguiendo las inspiraciones divinas, un lugar tranquilo y
seguro, en donde pudieran vivir honestamente, dedicados a sus humildes oficios,
en la paz doméstica.
Este
texto del Evangelio de San Mateo nos muestra las experiencias, las vicisitudes
y drama por las que tiene que pasar la Sagrada Familia. El texto nos recuerda
lo que siguió al Nacimiento de Jesús: la despedida de los Magos, la persecución
al Niño Jesús por parte de Herodes, el sueño de José y la huída a Egipto, país
en el que la Sagrada Familia encuentra un refugio de emergencia como lo fue
muchas veces a su mismo pueblo a través de la historia de la salvación.
Es evidente el contrate entre los paganos
que han venido a homenajear al niño Jesús como rey y el rey de los judíos,
Herodes, que quiere eliminar a Jesús. Seguramente hallamos ya al inicio de la
vida de Jesús aquella realidad que expresará la parábola de los viñadores
homicidas.
Todo el fragmento remite a las
vicisitudes del pueblo de Israel, desde la bajada a Egipto huyendo del hambre
hasta el retorno a la tierra prometida.
Ya desde el s. VI a. de C. existía en
Egipto una comunidad judía en continuo crecimiento. Egipto no era para los
judíos únicamente el país de la antigua esclavitud, sino también un lugar de
refugio en tiempos de persecución ( cf. Dt 23. 8; Jr 26. 21). Por otra
parte, la narración de San Mateo se ajusta muy bien al talante y al
comportamiento cruel de Herodes, de quien se dice haber asesinado a tres hijos
suyos. Además, conocemos una antigua acusación del siglo primero en la que se
dice que Jesús aprendió la magia en Egipto. En fin, no parece históricamente
imposible lo que aquí narra San Mateo.
Oseas
pone en boca de Yahvé estas palabras: "Cuando Israel era un niño, yo le
amé, y de Egipto llamé a mi hijo" (Os 11. 1). Se trata de la salida de
Egipto, del éxodo de Israel en el comienzo de su historia. Pues bien, S. Mateo
lo interpreta refiriéndolo a Jesús, que es el verdadero Hijo de Dios. Y hace
notar que así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta. Muerto Herodes el
Grande, le sucedió en el trono su hijo Arquelao como
soberano de Judea, Samaria e Idumea. Su crueldad pronto fue mayor que la de su
propio padre. Se explica que S. José, para escapar de la autoridad de Arquelao, no regresara a Belén de Judá, sino a Nazaret de
Galilea. Arquelao, uno de los hijos de Herodes, reinó
en Judea desde el año 4 aC hasta el 6 dC.
Y de nuevo S. Mateo ve en este hecho la
confirmación de otra profecía. Probablemente se refiere ahora al pasaje de
Isaías en donde se habla del "vástago" (en hebreo "neser", palabra fonéticamente emparentada con Naserath=Nazaret) del tronco de Jesé
(Is 11. 1). No hallamos en ningún profeta del Antiguo
Testamento la expresión "se llamará Nazareno". Algunos proponen como
solución el hecho de que la palabra hebrea que traducimos por
"renuevo" en el texto de Isaías 11, 1: "brotará un renuevo del
tronco de Jesé" se asemeja a la palabra
"nazareno". Sea como fuere, el calificativo "nazareno" para
designar a Jesús debe ser muy antiguo, y hace pensar en la manera sorprendente
como actúa Dios. Recordemos las palabras de Natanael
en el evangelio de Juan: "¿De Nazaret puede salir nada bueno?"
Al establecerse en Nazaret se cumple, así
lo anota el evangelista, otra profecía: "sería llamado nazareno".
Efectivamente, así fue llamado Jesús y
así fueron llamados también los cristianos (He 24, 5). Pero el Antiguo
Testamento no contiene ninguna profecía en este sentido. Lo más probable es que
Mateo identifica la palabra "nossri",
nazareno, con "nesser", que significa el
brote o vástago de una planta. Según esto, la Escritura cumplida sería la de
Isaías (Is 11, 1: un renuevo..
un vástago sale del tronco de la de Isaí). También
del siervo de Yahveh se
dice "como un retoño creció ante nosotros... " (Is 53, 2). Esta referencia a la Escritura sería un
argumento más a favor de la medianidad de Jesús.
Llama la atención la frase, "para
que se cumpliese la Escritura", repetida tantas veces en este capítulo
segundo. En otras ocasiones, en lugar de citar expresamente la Escritura, se
alude a la mentalidad y esperanzas de la época. Al hacerlo así, Mateo pretende
afirmar que, en Jesús, se cumplen todas las esperanzas: él es el nuevo Moisés,
el libertador, fundador del nuevo pueblo de Dios, el Mesías oculto y
perseguido, y, a través de él, se cumplen las promesas de Dios y las esperanzas
de los hombres.
En realidad lo que parece interesarle al
autor no es tanto la anécdota histórica o la leyenda cuanto la afirmación
fundamental de que en Cristo se han cumplido todas las promesas y a pesar de
todas las asechanzas. Mateo, más allá de los
acontecimientos, desea mostrar a Jesús como un nuevo Moisés que experimenta lo
mismo que el gran legislador: que lo persiguen y que debe huir para luego
regresar a Israel cumpliendo las Escrituras en que las que Dios llama a su Hijo
desde Egipto, experimentando así la protección del Padre del Cielo a través de
su padre según la Ley, José, cuya obediencia y confianza permiten el
cumplimiento del designio divino de salvación. Jesús es para S. Mateo el libertador del pueblo igual que
Moisés y mayor que él. Jesús es el Siervo de Yahvé anunciado por Isaías, el
Siervo marcado por la persecución y el sufrimiento desde el comienzo de su
vida. Jesús es el "vástago del tronco de Jesé",
nacido en Belén de Judá lo mismo que David. Jesús viene a restaurar de un modo
inesperado el trono de David su padre. La descendencia de David vive oculta y
perseguida por el tirano Herodes, que ha usurpado el trono y que se empeña en
retenerlo luchando vanamente contra los designios de Dios. Pero Dios está con
Jesús y lo protege, Dios mismo hará que se cumplan todas sus promesas no
obstante la resistencia de cuantos se oponen a su plan providencial.
José
al recibir la orden del Ángel del Señor de regresar a su pueblo, Arquelao había heredado gobernar la parte de Judea, por eso
José por cuestiones de seguridad se traslada a Galilea, a una pequeña aldea
llamada Nazaret, de ahí se cumple la profecía que Jesús sería llamado Nazareno:
“vástago” y también “consagrado a Dios”, identificando Mateo esta palabra con
el retoño mesiánico que brotará del tronco de Jesé,
que menciona el profeta Isaías.
Para
nuestra vida.
Las
enseñanzas de la primera lectura tienen que ver con la familia. Los
judíos en la época de Jesús, y muchos de los pueblos primitivos, no conocían,
ni conocen, las actuales dificultades y crisis por las que atraviesa en nuestra
época la institución familiar. Lo normal era que la familia permaneciera unida,
que los vínculos entre sus miembros fueran muy estrechos y positivos. Es cierto
que entre los judíos existía el divorcio, a favor del varón, y que la mujer
estaba completamente sometida a la voluntad de su padre mientras era soltera y
de su esposo cuando se casaba; pero esto se vivía con naturalidad, pues no
existían los criterios y movimientos de autonomía femenina que existen en
nuestra época.
La recompensa para quien respete, comprenda y
ayude a sus padres es tener larga vida, tener la alegría de engendrar hijos,
ser escuchado por Dios en su oración y alcanzar el perdón de sus culpas. Se
promete la bendición por parte del Padre, bendición que robustece y afirma el
hogar y la casa del hijo.
El texto de la segunda lectura es una exhortación a la vida
de amor en el seno de una comunidad cristiana. Si Dios nos amó y nos perdonó
en Jesucristo, también nosotros debemos amarnos y perdonarnos los unos a los
otros. La Iglesia es como una gran familia que vive en la presencia del padre
Dios con los sentimientos tan elevados y nobles que San Pablo enumera en su
carta: misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión, perdón
mutuo, paz... Se nos llega a decir que somos un solo cuerpo y que Cristo es
como el árbitro en nuestro corazón.
Comienza repitiendo la
metáfora del vestido viejo y nuevo, que quiere expresar una transformación
radical (Ef 4, 24).
"Poneros pues el
vestido que conviene a los elegidos de Dios".
"Revestiros de
sentimientos de tierna compasión" (Col 3, 12). La idea de revestirse de
Cristo, concepto muy amado por Pablo, conlleva el adoptar sentimientos,
actitudes y conductas nuevas, todas expresiones del amor fraterno. El texto
diseña un verdadero programa de vida comunitaria, tanto para los grupos
cristianos como para los hogares y familias. Se escalonan en secuencias de
consejos: soportarse mutuamente, perdonarse unos a otros, aconsejarse, cantar y
alabar a Dios, dar gracias a Dios, hacer todo en nombre de Jesús. Y dos medios
infalibles: la lectura de la Palabra en comunidad y la paz de Cristo como
árbitro en las relaciones humanas. Así la religión y la piedad no son para
practicarlas en el templo, sino en la vida y en todas las circunstancias de
nuestra existencia.
San Pablo muestra así, la
unidad del amor en la familia: «Sobrellevaos mutuamente y perdonaos». El amor
es el único vínculo que mantiene unida a la familia más allá de todas las
tensiones. Y esto una vez más no en plano de la simpatía puramente natural,
sino que «todo lo que de palabra y de obra realicéis, sea todo en nombre de
Jesús y en acción de gracias a Dios Padre». El amor recíproco de los padres
aparece diferenciado: a los maridos se les recomienda auténtico amor (como el
que Cristo tiene a su Iglesia, precisa la carta a los Efesios), sin despotismo
ni complejo de superioridad; y a las mujeres, la docilidad correspondiente. El
amor mutuo entre padres e hijos se fundamenta con una psicología insólitamente
profunda: la obediencia de los hijos a los padres «le gusta al Señor». El
comportamiento de los padres, por el contrario, se fundamenta con precisión:
«No exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos». La autoridad
paterna incontestada ha de fomentar en el hijo su propio coraje de vivir, cosa
que pertenece ciertamente a la esencia de la auctoritas
(«fomento»).
El
evangelio de San Mateo nos
narra Mateo, nos hace ver la unión de la familia en la dura experiencia de huir
de la violencia estatal. Es familia de "desplazados", a quienes la
violencia y la persecución obliga a huir a un país
vecino en búsqueda de paz y seguridad. José sigue ejerciendo el papel de
confidente sufrido y eficaz. Le corresponde cargar con los problemas domésticos
y trascendentales, y resolverlos ejecutando órdenes divinas. María es
simplemente nombrada como la madre del niño. Entre líneas puede suponerse su
sujeción y obediencia a José, quien toma la iniciativa.
La cita de Oseas "llamé a mi hijo,
para que saliera de Egipto" es un ejemplo claro: el profeta se refería a
Israel; ahora el "hijo" que es llamado de Egipto es Jesús. También la
expresión "ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño",
es la misma que es comunicada a Moisés para que vuelva a Egipto a liberar a su
pueblo.
Con todo, hay que señalar que el intento
de Mateo no es sobre todo el de presentar a Jesús como un nuevo Moisés, sino
que más bien quiere significar el nacimiento del nuevo pueblo de Dios buscando
paralelismos con el antiguo. San Mateo adapta el texto de Oseas (Os 11, 1),
"cuando Israel era niño yo lo amé y de Egipto llamé a mi hijo", para
hacer ver que Jesús asume en su vida la suerte de su pueblo. El profeta no se
refiere al futuro Mesías, sino al pueblo de Israel y recuerda la experiencia
del Éxodo. Egipto es el lugar clásico de huida y refugio (1Re 11, 17; Jr 43).
La determinación de Herodes desencadena
una sucesión de hechos que van desde la huida a Egipto y el retorno a Israel
hasta el asentamiento en Nazaret, dentro ya de Israel. Esta sucesión obedece a
un mismo y único esquema de mandato divino y cumplimiento humano. Se trata de
un esquema narrativo habitual en la Biblia, el cual no busca reproducir el modo
de sucederse los hechos, como el de un dictado de los mismos se tratara, sino
que reproduce el modo de estar situado y de entender los hechos. El esquema
transparenta un perfecto entendimiento y una total colaboración ante el hombre
y Dios.
A su vez, el autor aborda esos mismos
hechos desde la perspectiva global de la historia de la salvación. La Sagrada
Familia encarna al Israel liberado de la esclavitud y peregrino en busca de la
libertad en la tierra prometida.
Recién nacido el niño, la familia de
José, María y Jesús, ha de exiliarse por motivos políticos. El exilio a Egipto
tiene, en Mateo, una finalidad simbólica: el Hijo de Dios, Hijo de Israel, ha
de experimentar el Éxodo. Así el Padre podrá llamar a su Hijo de Egipto. Pero
en el exilio la Sagrada Familia experimenta el rechazo, la soledad, el
rompimiento de la estabilidad del hogar.
Pero, a pesar de todo, mantiene su fe en
Dios, la fidelidad entre los hombres. También las angustias de la familia se
han de vivir "en el Señor". Muchas familia
pasan por momentos difíciles, las dificultades menudean. Las separaciones y los
divorcios aumentan, a menudo, porque no se saben aguantar, soportar con fe y
fidelidad, las estrecheces de la vida cotidiana. La santa Familia exiliada es
un gran ejemplo para las familias, para tantas familias, que sufren.
Dios nos muestra a la
familia de Nazaret como ejemplo actual de la vivencia de muchas familias y en
especial la vida de los pobres y de los que sufren. Hoy en muchas familias
emergen problemas y dificultades debido a la carencia de valores y de ideales,
el materialismo, el hedonismo, la permisividad en los campos educativo y moral,
y por la falta de auténticos guías y formadores en este campo. Pero hay
familias que con sus hijos son también desplazados de su tierra, sin entender
nada, hacia tierras desconocidas, ya sea por cuestiones naturales o humanas,
como el hambre, la falta de lluvia, o la violencia, por eso el destino de
Cristo no se puede separar de tantos desplazados que sufren necesidades lejos
de su lugar de sustento. Dios permitió que su propio Hijo pasara, desde la
infancia, por la condición de perseguido, de emigrante; y todo esto, para poder
darle esperanza a todos sus hijos.
La Sagrada Familia tampoco
era una familia sin problemas, pero la presencia de Dios le comunicó fortaleza,
tranquilidad y paz interior porque Cristo es ese lazo de unión que toda familia
necesita.
Viviéndolo todo "en el Señor",
el cristiano mantiene la esperanza en cualquier situación. Este domingo
-también día de la resurrección- tendría que animar a nuestras familias a
seguir adelante en su tarea humana, iluminada siempre por su fe en el Señor. A
pesar de cierto pesimismo que oprime los horizontes de la familia actual, la
celebración de esta fiesta tendría que ser un aliento para continuar una tarea
difícil y rodeada de sufrimientos pero fecunda y entusiasmadora.
Hoy día de la "Sagrada familia"
se nos invita a orar por las familias y hogares "desplazados" por la
violencia en todo el mundo.
¿Estamos nosotros como
cristianos aportando a que nuestras familias se unan más en ese amor mutuo que
nos ha enseñado Cristo y en esa confianza total que debemos tener en Nuestro
Padre Celestial?
¿Cómo estamos reaccionando
cuando situaciones de miseria, moral o material, se cruzan en nuestro caminar
diario?
¿Nos compadecemos
atendiéndolas generosa, sincera y gratuitamente o simplemente no les hacemos
caso?
¿Acaso no debemos admirar la valentía, la
solicitud y la prudencia con que José cumple las instrucciones del ángel, y la
docilidad de María?
¿Acaso no es el pasaje un ejemplo de la
providencia paternal de Dios sobre estos humildes esposos, a los cuales ha
confiado los primeros pasos de su enviado?
También el texto nos sugiere preguntas
para nuestra vida personal y familiar:
-¿Cómo
vivo la vida familiar?
-¿Tengo un desajuste entre lo que digo en
la sociedad pública y lo que vivo en la familia?
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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