Comentario a
las lecturas del Domingo XXXIV del
Tiempo Ordinario Jesucristo Rey del Universo. 20 de noviembre de 2016
El próximo
domingo iniciamos el Adviento y con ello un nuevo ciclo y año litúrgico, el A. Hoy vamos a
celebramos la Solemnidad de Jesucristo,
Rey del Universo.
Jesús nos manifiesta que la única manera de ser un
auténtico Rey es poniéndose al servicio de los demás. Esto es una novedad absoluta , como también lo
fue en los tiempos que Jesús. Y eso le llevó a la muerte en la cruz, que Él
convirtió en trono de amor y de misericordia. Jesús , nos recuerda que cada uno
de nosotros podemos convertirnos en verdaderos ciudadanos de su Reino, si nos
ponemos al servicio del prójimo, sobre todo de aquellos más débiles y pobres.
Esta
fiesta de “Jesucristo Rey del Universo”
fue instituida el 11 de diciembre de 1925
por el Papa Pío XI, lo hizo con la
intención de que en este día todos los Estados de la tierra declarasen oficial
y públicamente que Jesucristo era el verdadero rey del universo. Nosotros, los
cristianos, hoy, al celebrar esta fiesta tenemos un propósito más humilde,
tratamos de hacer todo lo posible para que Jesucristo sea realmente el
verdadero rey de nuestros corazones . Queremos que el reino de Dios se
establezca en nuestra tierra y queremos que este reino sea, con palabras del
Prefacio de la misa, un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de
justicia, de amor y de paz.
Hoy las
palabras del final del texto evangélico, cierran no sólo el texto de hoy, sino
un ciclo litúrgico que ha tenido en Lucas al guía y al escritor.
En el próximo
ciclo, será San Mateo el evangelista de referencia.
La primera
lectura del segundo libro de Samuel (2 Sm 5,1-3 ) nos cuenta
como los judíos, ungían a sus Reyes en nombre del Señor. David es ungido como
rey de Israel ante todo el pueblo y es un antecedente de la realeza de Jesús,
el Cristo.
La historia nos
narra como en combate con los filisteos mueren Saúl y
tres hijos suyos (I Sam. 31). Al enterarse de la
noticia, David no se alegra por la muerte del que le ha causado tantos
sinsabores, sino que "agarró sus vestiduras y las rasgó", y sus
acompañantes hicieron lo mismo. Hicieron duelo, lloraron y ayunaron por Saúl y
por su hijo Jonatán, por el pueblo del Señor, por la casa de Israel..." (I
Sam. 11, 11 ss).
-David ha
sabido esperar pacientemente. En Hebrón, "los de Judá vinieron a ungir...
a David, rey de Judá..." (2, 4); y tras el asesinato del único hijo
superviviente de Saúl, Isbaal (cap. 4), David es
nombrado también rey de Israel. Así llega a ser el soberano de toda la nación.
El texto nos
narra como todas las tribus de Israel van a Hebrón (v. 1), sus representantes
hacen un pacto con David y le ungen rey de Israel (v. 3).
En el v. 2
encontramos el motivo de la elección: Describe tres razones. La primera es que
son "hueso tuyo y carne tuya", es decir, son parientes. La segunda es
que ya había ido a la cabeza del ejército de Israel en tiempos del rey Saúl. Y
la tercera, que el mismo Señor le había escogido para ser rey de todo el
pueblo.
La unión en un
solo pueblo de todas las tribus descendientes de Jacob fue casi siempre un
deseo más que una realidad. De hecho, prácticamente sólo podemos hablar de un
solo pueblo durante los reinados de David y de su hijo Salomón.
Las palabras
del Señor destacan dos elementos importantes: el pueblo es del Señor ("mi
pueblo") y el soberano es su pastor, imagen frecuente para hablar de la
función real. El rey, pues, no es el dueño y señor del pueblo, que sólo
pertenece al Señor, sino que es un instrumento de Dios para que lo conduzca por
el buen camino.
David y los
ancianos de Israel establecen un pacto, una alianza. La unión sella el pacto y
confiere a David la misión real sobre Israel (cf. 1 Samuel 16, 13). Así David
se convierte en rey de todo el pueblo y símbolo de su unidad y pertenencia al
Señor.
El responsorial es el salmo 121 (Sal 121,1-5 ). Salmo de "peregrinación" en ritmo gradual, con palabras claves que se repiten. Es era el último salmo que los judíos entonaban en su peregrinación a Jerusalén, cuando la impresionante mole del Templo se hacia visible ante sus ojos. Muestra la alegría desbordante por llegar a la Casa del Señor. Igual tiene que ser para nosotros, hoy. Mostremos nuestra alegría por estar, juntos, en la Casa de Dios.
Los peregrinos, después de un largo viaje de acercamiento llegan finalmente ante Jerusalén. Uno de ellos exclama de alegría y admiración. La ciudad ¡qué bella es! Se siente la sorpresa de un pueblerino o de un nómada pasmado al mirar las construcciones que forman un todo compacto: casas, calles, palacios, el templo, todo rodeado de murallas y torres sólidas.
El tono
principal es de alegría. En forma de "inclusión" al principio y al
fin del salmo, la razón profunda de esta alegría: "la Casa del
Señor"... Sí, Yahveh vive en esta ciudad. Junto al nombre de la ciudad
repetido amorosamente, un conjunto de expresiones poéticas y aliteraciones.
Fijémonos en
la expresión: "Invocad la paz sobre Jerusalén" : la palabra
"paz" tiene las mismas consonantes de Jerusalén... Cuando no utiliza
ni "shalom" ni "Ieruschalaim",
dice "allí" adverbio que casualmente tiene dos de las consonantes de
Jerusalén. El conjunto, cantado en hebreo, es una pequeña maravilla musical. Es
obra de un gran poeta.
En cuanto a un
sentido más profundo, es también de perfecta unidad: Jerusalén, la capital,
hacia la cual convergen caminos de todas partes, de arquitectura compacta
(ciudad construida en la cima de una montaña), ciudad cuyo nombre significa
"paz", es también símbolo de unidad de las tribus dispersas... La fe
en el único Dios cuya gloria habita en el Templo, es el fundamento de esta
comunidad fraternal.
Jerusalén es
el corazón del judaísmo, centro de su pensamiento y de sus cantos, a quien los
grandes poetas hebreos de todos los tiempos han dedicado sus más inspirados
poemas.
En todo tiempo
Jerusalén ha sido la capital del mundo judío: en tiempo de David y de los
reyes, en tiempo de Esdras y Nehemías después del exilio, en tiempo de los Macabeos y en la época del Nuevo Testamento. Y en los 2000
años de Diáspora, después de su destrucción en el año 70, Jerusalén ha sido
siempre el centro espiritual de su vida, la capital de su destino, como lo es
actualmente en el moderno estado de Israel.
El salmo 121
canta la emoción de la ida a Jerusalén y las excelencias de la ciudad. Tiene
una estructura sencilla que se puede presentar así:
a) Anuncio de
la ida a Jerusalén y alegría (vv. 1-2)
b) Elogio de
la ciudad: de su templo e instituciones (3-5).
c) Augurios de
paz y de felicidad (6-9).
a) Anuncio de
la ida a Jerusalén y alegría (vv. 1-2)
La frase
inicial expresa todo el júbilo y entusiasmo que produce el anuncio de la
próxima subida a Jerusalén. Es una alegría desbordante de un deseo vivísimo que
se ve cumplido: subir en peregrinación a la ciudad de Jerusalén, en compañía de
otros muchos peregrinos con quienes se comparte la misma ilusión, el mismo
sentir, la misma fe.
El salmista,
en su imaginación, se ve en la ciudad santa, en la casa de Yahvé. La expresión
"en tus puertas" es una frase poética en una figura literaria que se
llama sinécdoque, y que consiste en decir una parte por el todo; aquí las
puertas equivalen a la ciudad toda de Jerusalén, como si dijera: "Ya están
nuestros pies en la ciudad". En Jerusalén está la casa del Señor, el
templo de Salomón, luego reconstruido por Ageo y más tarde por el rey Herodes,
y el templo era el orgullo del pueblo judío, el mismo corazón de su fe que
encerraba tantos y tantos recuerdos de su historia y de su religión. Por esto,
poder estar en Jerusalén y visitar el templo era una gracia que llenaba de
alegría y gratitud.
b) Elogio de
la ciudad: de su templo e instituciones (3-5)
Para los
peregrinos el impacto de Jerusalén y de su templo era grande: venir de un
pueblo insignificante o lejano y encontrarse con una ciudad grande, rodeada de
murallas y de torres, con sus calles y plazas, con sus palacios, y descollando
sobre todo ello, el gran templo donde palpitaba la fe y la religiosidad de
Israel: todo ello producía una impresión inolvidable, reafirmaba la fe y hacía
sentirse más hebreos a los hijos de Israel.
El salmista
evoca todo esto, lo admira, se siente feliz de estar en Jerusalén, tan grande,
tan hermosa, tan bien construida con sus edificaciones seculares llenas de
recuerdos y de gloria.
Luego pondera
las instituciones de la ciudad: los tribunales de justicia: de Jerusalén parte
el orden, la paz, la rectitud. De Jerusalén vienen las leyes, las normas y
ordenaciones para todo el pueblo, para que todos puedan gozar de paz y de
prosperidad. En el mundo antiguo, donde imperaba tantas veces la ley del
desierto, era confortante encontrar una garantía de justicia y de seguridad. Y
todo esto lo daba Jerusalén, en el palacio de David estaba el recto juicio para
todo, los sabios y los jueces del pueblo para ayudarlo y defenderlo.
Esta ciudad
--recuerda san Gregorio Magno en las «Homilías sobre Ezequiel»-- «erige su gran
edificio con las costumbres de los santos. En una casa una piedra sostiene la
otra, pues se pone una piedra sobre otra, y quien sostiene a otro a su vez es
sostenido por otro. De este modo, precisamente de este modo, en la santa
Iglesia cada quien sostiene y es sostenido. Los más cercanos se sostienen
mutuamente y a través de ellos se erige el edificio de la caridad. Por este
motivo, Pablo advierte: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y
cumplid así la ley de Cristo" (Gálatas 6, 2). Subrayando la fuerza de esta
ley, dice: "La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud" (Romanos
13,10). Si no me esfuerzo por aceptaros como sois, y si vosotros no os
esforzáis por aceptarme como soy, no se puede levantar el edificio de la
caridad entre nosotros, que estamos ligados por amor recíproco y paciente». Y
para completar la imagen, no hay que olvidar que «hay un cimiento que soporta
todo el peso de la construcción, nuestro Redentor, quien por sí solo sostiene
en su conjunto las costumbres de todos nosotros. El apóstol dice de él:
"nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1
Corintios 3, 11). El fundamento sostiene las piedras pero no es sostenido por
las piedras; es decir, nuestro Redentor carga con el peso de nuestras culpas,
pero en él no ha habido ninguna culpa que soportar» (2,1,5: «Obras de Gregorio Magno»
--«Opere di Gregorio Magno»--, III/2, Roma 1993, pp. 27.29).
La
segunda lectura de la carta a los
colosenses (Col 1,12-20 ) .El himno de
Colosenses ofrece una visión del Reino de Cristo más conforme con la profunda
realidad de tal reino que cualquiera de las imaginaciones que puede sugerirnos
el título de Cristo Rey, del cual se ha hecho tanto uso y abuso en tiempos
antiguos como recientes.
San Juan Pablo
II comenta así este salmo: " En él sobresale la figura gloriosa de Cristo,
corazón de la liturgia y centro de toda la vida eclesial. Ahora bien, muy
pronto el horizonte del himno se amplía a toda la creación y a la redención,
abarcando a todo ser creado y a toda la historia.
En este canto se puede percibir el ambiente de fe y de oración de la antigua comunidad cristiana y el apóstol recoge su voz y testimonio, imprimiendo al mismo tiempo al himno su impronta.
En este canto se puede percibir el ambiente de fe y de oración de la antigua comunidad cristiana y el apóstol recoge su voz y testimonio, imprimiendo al mismo tiempo al himno su impronta.
2. Después de
una introducción en la que se da gracias al Padre por la redención (Cf-
versículos 12-14), el cántico, que la Liturgia de las Vísperas presenta cada
semana, se articula en dos estrofas. La primera celebra a Cristo como
«primogénito de toda criatura», es decir, ha sido generado antes de todo ser,
afirmando así su eternidad que trasciende el espacio y el tiempo (Cf.
versículos 15-18a). Él es la «imagen», el «icono» de Dios que permanece
invisible en su misterio. Ésta fue la experiencia de Moisés, quien en su
ardiente deseo de contemplar la realidad personal de Dios, escuchó esta
respuesta: «Mi rostro no podrás verlo, porque no puede verme el hombre y seguir
viviendo» (Éxodo 33, 20; Cf. Juan 14, 8-9).
Por el
contrario, el rostro del Padre creador del universo se hace accesible en
Cristo, artífice de la realidad creada: «por medio de Él fueron creadas todas
las cosas… y todo se mantiene en Él» (Colosenses 1, 16-17). Cristo, por tanto,
por un lado es superior a las realidades creadas, pero por otro, está
involucrado en su creación. Por este motivo, puede ser visto como «imagen del
Dios invisible», cercano a nosotros a través del acto creativo.
3. La alabanza
en honor de Cristo avanza, en la segunda estrofa (Cf. versículos 18b-20), hacia
otro horizonte: el de la salvación, la redención, la regeneración de la
humanidad creada por Él, pero que al pecar había caído en la muerte.
Ahora la «plenitud»
de gracia y de Espíritu Santo que el Padre ha dado al Hijo permite el que, al
morir y resucitar, pueda comunicarnos una nueva vida (Cf. versículos 19-20).
4. Él es
celebrado, por tanto, como «el primogénito de entre los muertos» (1,18b). Con
su «plenitud» divina, pero también con su sangre derramada en la cruz, Cristo
«reconcilia» y «hace la paz» entre todas las realidades, celestes y terrestres.
De este modo les restituye su situación originaria, recreando la armonía
primigenia, querida por Dios según su proyecto de amor y de vida. Creación y
redención están, por tanto, ligadas entre sí como etapas de una misma historia
de salvación.
5. Como de
costumbre, dejamos ahora espacio a la meditación de los grandes maestros de la
fe, los Padres de la Iglesia. Uno de ellos nos guiará en la reflexión sobre la
obra redentora realizada por Cristo con su sangre.
Al comentar
nuestro himno, san Juan Damasceno, en el «Comentario a las cartas de san Pablo»
que se le atribuye, escribe: «san Pablo habla de la “sangre por la que hemos
recibido la redención” (Efesios 1, 7). Se nos da como rescate la sangre del
Señor, que lleva a los prisioneros de la muerte a la vida. Los que estaban
sometidos al reino de la muerte sólo podían liberarse a través de Aquél que se
hizo partícipe con nosotros de la muerte… Con su venida, hemos conocido la
naturaleza de Dios que existía antes de su venida. De hecho, es obra de Dios el
haber extinguido la muerte, restituido la vida y reconducido a Dios al mundo.
Por ello, dice: “Él es imagen de Dios invisible” (Colosenses 1, 15), para
manifestar que es Dios, aunque no es el Padre, sino la imagen del Padre, y
tiene su misma identidad, si bien no es Él» («Los libros de la Biblia
interpretados por la gran tradición» --«I libri della Bibbia interpretati
dalla grande tradizione»--, Bolonia 2000, pp. 18.23).
(San Juan Pablo II. Cristo, «imagen del Dios invisible».
Comentario al cántico de san Pablo del inicio de la carta a los Colosenses.
Miércoles, 24 noviembre 2004).
El
evangelio de san Lucas (Lc 23,35-43 ). Es un
fragmento que nos narra la crucifixión de Jesús, está lleno de símbolos de realeza. Es como si
nos quisiera decir que la Cruz es el auténtico trono de Cristo Rey. El rótulo
que puso Pilato habla del Rey de los judíos. una escena: tres malhechores
ajusticiados. La cruz del centro es la de Jesús. El texto lo ha trabajado Lucas
como una observación de la escena por distintos grupos de personas.
Es una
secuencia de actitudes ante Jesús sacrificado. En primer lugar está el pueblo
(v. 35a). La traducción litúrgica ha unido erróneamente la actitud del pueblo a
la de las autoridades. El texto original dice escuetamente: "El pueblo, en
pie, presenciaba la escena".
Siguen las
autoridades religiosas (v. 35b). Su actitud es calificada de comentario con sorna.
Cuestionan a Jesús como el Enviado de Dios.
En tercer
lugar Lucas hace pasar a los soldados romanos encargados de la ejecución (vv.
36-37). Su actitud es descrita como actuación burlona. Cuestionan a Jesús como
rey. Lucas aprovecha este momento para dar cuenta del delito por el que Jesús
ha sido condenado a muerte: "Este es el rey de los judíos" (v.38). Por última y cerrando la serie de
presencias, Lucas se fija en los propios malhechores que flanquean desde sus
cruces a Jesús (vs. 39-43). Es la secuencia más larga. Inicialmente corre
paralela a la de las autoridades y los soldados. La actitud del primero de los
malhechores es calificada de insultante. Como las autoridades, también él
cuestiona a Jesús como Mesías. Pero el signo de las actitudes se rompe con el
segundo de los malhechores. Tras reconocer la justicia de su castigo y la
injusticia del de Jesús, se dirige a éste solicitando un recuerdo cuando llegue
a su reino. Las palabras de Jesús cierran el texto: Hoy estarás conmigo en el
paraíso.
Lucas, nos ha ido llevando y haciendo descubrir a lo
largo del año valores y actitudes del Reino de Dios. Lo ha hecho en gran parte
desde los marginados, los etiquetados, los desechados. Pastores, mujeres, hijos
pródigos, publicanos, prostitutas, samaritanos. Ellos han sido artífices de los
hechos que se han verificado entre nosotros (cfr. Lc. 1, 1). Un día cualquiera
de su vida se encontraban con Jesús. Este no los enjuiciaba ni los sermoneaba.
Sencillamente estaba al lado de ellos. Pero algo descubrían en él que los
impulsaba al cambio. Y por propia iniciativa salían de su desafortunada vida
para vivir la de Jesús, la de su reino.
Hoy volvemos a
encontrar a uno de ellos. El encuentro lo ha patrocinado y hecho posible la Ley
del Estado, la misma para ambos malhechores. Pero el malhechor junto a Jesús
grita lo injusto de esa ley en el caso de Jesús: "Este no ha hecho nada
censurable". Pero es sólo el grito de un malhechor. ¿Qué había descubierto
realmente en Jesús? Tampoco esta vez nos lo dice Lucas, pues, no es él un
escritor de interioridades o de estudios psicológicos. Simplemente señala una
situación que es una constante en su Evangelio: un desechado descubre a Jesús,
algo en él que le impone, le impresiona, le cambia.
Para nuestra vida.
En este
domingo, se clausura el Año de la Misericordia, año que ha tenido que contribuir a sensibilizarnos
en corazón para que, estemos siempre
dispuestos a cobijar a los que llaman a nuestras puertas. Cristo Rey refleja
perfectamente el sentido más genuino de su reinado: servicio, entrega,
generosidad e incomprensión. No siempre, el servicio a Cristo, pasa por el
aplauso del mundo. Jesús Rey es una figura atípica: manda sirviendo y sirve
orientando.
En esta fiesta
de Cristo Rey damos culmen a este tiempo
del ciclo litúrgico C, se nos presenta a Cristo como el centro de la
vida de la Iglesia. En Él, por Él y para Él van encaminados nuestros desvelos y
–sobre todo- el esfuerzo evangelizador para que, su Evangelio, sea tomado en
cuenta a la hora de reconducir este mundo un tanto despistado o perdido.
Para entender
el señorío de Jesús, en este día de Cristo Rey, es necesario contemplarlo
en la cruz. Ella nos aclara las principales coordenadas de la forma de
ser, pensar y actuar de Jesús: amor a su pueblo cumpliendo la voluntad de Dios.
San Ignacio de
Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, en el "episodio" del
"Rey Temporal y el Rey Eternal" lo define muy bien. Viene a decir que
si nosotros somos capaces de apoyo total a un rey de este mundo que quiere
instituir lo que todos queremos y guardamos una relación de identidad con sus
postulados, sus vestidos, sus trabajos, sus sufrimientos, etc.; mucho más
tendríamos que apoyar a un Rey Eterno que busca nuestra salvación y nuestra
felicidad, que constituyen –sin duda—uno de los mayores anhelos.
En la primera lectura aparece ya la realeza por
elección divina en la persona de David. A la muerte del rey Saúl la guerra se
enciende en los campos de las tribus de Jacob. Unos se inclinan por David,
otros por Isbaal, el hijo de Saúl. Pero la suerte
estaba echada desde hacía tiempo. Dios había ungido a David por medio de
Samuel. Entonces era un chiquillo, pero ahora es un guerrero con experiencia,
un hombre curtido por la lucha, prudente y temeroso de Yahveh. Después de
algunas escaramuzas, triunfa la causa de David. Y todas las tribus vinieron a
Hebrón para proclamar al nuevo rey del pueblo escogido. Aclamación unánime y
entrega sin condiciones.
A David el
Señor "lo sacó de los apriscos del rebaño..., lo llevó a pastorear a su
pueblo..." (Sal. 78, 70 ss;
Ez. 24, 23; 37, 24...). Su misión no consistió en
dominar por la fuerza, sino en orientar, cuidar, preocuparse y ser servidor de
su pueblo.
El salmo de hoy, es uno de los graduales más
conocidos y cantados: "Qué alegría cuando me dijeron...". Expresa la
alegría y la emoción que llenaba el corazón de todo israelita cuando subía en
peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén y a su templo.
EL salmo nos
hace comprender lo que representaba para los judios
ir a Jerusalén, contemplar su templo, estar unos días en la ciudad, capital de
su nación.
Hermosa la referencia
a la Paz. Aspiración universal a la paz, a la alegría, a la felicidad. También
en el mundo actual, la humanidad entera toma conciencia cada vez más de su
unidad profunda, de sus dependencias mutuas. Pero al mismo tiempo, los
particularismos y las oposiciones se exacerban. Señor, que la humanidad entera
llegue a ser "como una ciudad en que todo se sostiene..." que las
tribus..., las razas, las culturas "suban y converjan" las unas hacia
las otras... que la paz reine sobre la ¡tierra!.
Alegría:
iremos a la ¡Casa del Señor! La experiencia de la peregrinación que entonces se
hacía a pie, debía tener un profundo sentido simbólico: partir de casa, ponerse
en marcha, afrontar los peligros y la fatiga de un largo viaje, contar los
días, tener la mente fija en la meta lejana, que día a día se acerca... Mirar
finalmente la colina, ¡largamente deseada! Es ésta la parábola de la condici6n
humana, en marcha hacia la "Casa de Dios". ¿Estamos realmente en
marcha hacia Dios? ¿Concebimos nuestra vida como algo que avanza, que avanza
hacia una meta, hacia alguien?
Desde el salmo
vemos la relación: ¡David! - ¡Jesucristo! - ¡Cristo Rey!. En el momento en que
los judíos oraban con este salmo, la
"Casa de David" ya no estaba ya en el trono.¿ Cómo podían decir?:
"en ella están los tribunales de justicia, los tribunales de la casa real
de David". Estas palabras significaban la esperanza y el deseo de un
"Mesías", descendiente de David según la promesa (2 Samuel 7,1-17).
Sabemos que ya vino "el príncipe de la paz", Jesús. Podemos recitar
este salmo pensando en aquel que vino a realizar la "Nueva Alianza".
La segunda
lectura nos presenta una vez más el himno de Colosenses. Las
características de ese himno en relación con la fiesta de hoy es que la función
descrita y comentada en estas líneas recibe el nombre de "reino de su Hijo
querido". Es decir, en la visión de la tradición paulina, el Reino de
Cristo no es exactamente el dominio que compete a Dios por su creación y
conservación del mundo material y humano, sino la participación de Cristo en la
misma realidad humana y cósmica para hacer que desde el comienzo sea algo
divino.
Es un reino
desde dentro de la realidad y no desde fuera. El Reino es el estado de la humanidad
que Cristo le ha conferido para tomar parte en ella. En otras palabras, el que
el hombre haya sido pensado y realizado como hijo de Dios y que el mundo
también participe de esa condición y sea portador del Reino, lugar donde se
realiza, porque toda la realidad ha sido tocada por Cristo.
Lo principal,
pues, del Reino en esta visión es que el mundo, la historia, el hombre en todas
sus circunstancias -menos el pecado- es revelación y presencia de Dios, porque
es Reino de su Hijo, y es allí donde le podemos encontrar. No hay que buscarlo
fuera de aquí, sino en su misma entraña.
Lo que nos
dice lo hemos oído muchas veces, forman parte de un Himno habitual en la
liturgia eucarística y en la de las horas. Nos llevan al Reino del Hijo querido
de Dios.
El
evangelio , hoy describe el final, la
meta del camino de Jesús. La escena se desarrolla en el lugar llamado la
Calavera, donde Jesús y dos criminales han sido crucificados. En la
descripción de la escena Lucas procede por acumulación de datos: el pueblo; a
él se añaden las autoridades; a éstas, los soldados, y a éstos, por último, un
letrero sobre la cabeza de Jesús. La traducción litúrgica no ha reflejado
adecuadamente esta acumulación y gradación de datos. El conjunto resultante es
un inmenso sarcasmo. ¡Valiente Mesías y Rey! La segunda parte del texto se
desarrolla arriba, en las cruces. Tampoco allí reina el silencio, aunque en
esta ocasión las palabras no sean irónicas, pues los dos criminales gritan
desde su situación de condenados. Los dos, sin embargo, la vivencian
de diferente manera: con despecho y amargura uno, con reconocimiento y
esperanza el otro. Y así, en medio del griterío abajo y arriba, surge el único
diálogo del texto sobre un malhechor y un rey. Por enésima vez en el Evangelio
de Lucas un marginado (nadie lo es más que un condenado) se convierte en
vehículo de enseñanza para el caminante cristiano.
Desde la cruz,
Cristo nos enseña que –el camino del servicio, del amor y de la entrega- es la
mejor forma de ascender un día hasta su presencia. ¿Nos gusta ese trono en
forma de cruz? ¿Queremos reinar con Él?
El Reino de
Cristo es uno de nuestros profundos
anhelos . Para algunos, llevados de ciertas interpretaciones más parecidas a
los anhelos de los antiguos judíos, creen que este reino es posible en este
mundo. Para otros, quitándole fuerza, lo sitúan como una entelequia simbólica o
abstracta de imposible concreción. Pero Jesús nos precisa que el Reino está
cerca y además vive dentro de nosotros. Entonces, ese reino es una forma de
vida, una fórmula de amor y una entrega a los hermanos, mientras que amamos a
Dios sobre todas las cosas. Está claro que años, además, hemos aprendido que es
un Reino de paz, misericordia y perdón.
Que este final del Año de la Misericordia nos
ayude a colocar, si es que lo hemos apartado, a Jesús en el centro de nuestra
vida, de nuestro corazón, de nuestra
vocación, de nuestra familia, de
nuestras entregas y de nuestra generosidad en lo cotidiano de nuestra vida. El
altruismo no es propio del cristiano. La caridad es el imperativo de quien sabe
que, Jesús, es el exponente del amor entregado.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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