Comentarios a las lecturas del IV Domingo de Pascua 17 de abril de 2016
A los primeros Domingos
pascuales, centrados en las apariciones, sucede en todos los ciclos el Domingo
dedicado al Buen Pastor. Porque este título se verifica sólo en el Cristo que
ha dado la vida por las ovejas y éste sólo es el Resucitado.
Destaquemos expresiones
significativas en la pericona de este año C. Las ovejas
"escuchan"
su voz (de Jesús), no sólo oyen sino atienden con interés y acogen la Palabra
sembrada en el corazón. Jesús "conoce" a las ovejas, da la Vida
eterna. Nadie podrá arrebatar las ovejas de las manos de Jesús, porque se
las ha dado el Padre, que todo lo puede, con el que Jesús es "Uno",
"Yo y el Padre somos uno".
En el IV Domingo
de Pascua, se nos invita a contemplar dos dimensiones de una misma realidad,
como es la vocación. La Conferencia Episcopal Española ha acordado que en ese
domingo “del Buen Pastor”, en el que tiene lugar la Jornada Mundial de Oración
por las Vocaciones, se celebre también la Jornada de Vocaciones Nativas, de la
que es responsable la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol. Llama la
atención, especialmente, el lema común escogido para esta “doble” Jornada: “Te
mira con pasión”. Como puede verse en el cartel correspondiente, se juega aquí
con un —también— doble sentido, en el que las dos últimas palabras se
transforman en una sola, “com-pasión”, que nos
sumerge inmediatamente en el Año de la Misericordia que estamos viviendo.
Oremos al
Dueño de la mies para que envíe obreros a su Iglesia, también a la que va
naciendo y consolidándose en los ámbitos geográficos de la misión. Y que los
jóvenes que en esas comunidades nacientes experimentan la mirada y la llamada
de Jesús para ser sacerdotes, religiosos o religiosas cuenten con nuestra ayuda
espiritual y económica, en esta Jornada y en todo momento.
Dios no quiere
vocaciones que fomenten la desunión, ni personas que se crean el centro del
universo. El Espíritu sopla donde quiere y a quien quiere. Eso está claro. Y
será la influencia del Espíritu la que nos ayude a cumplir y entender mejor las
palabras que acaba de decirnos nuestro único pastor.
del
Libro de los Hechoses
uno de los textos fundamentales para conocer la apertura del mensaje evangélico
a todas las gentes.
. Es una escena que se repetirá con frecuencia. Pablo y Bernabé son dos de los
muchos que cruzaron tierras y mares para sembrar la semilla de Dios. Todo el
mundo de entonces se iba iluminando con ese puñado de ideas sencillas que
Cristo había sembrado a voleo en un rincón del Oriente Medio.
Aquellos primeros
misioneros entran en la sinagoga y toman asiento entre la multitud. La sinagoga
era el lugar donde se reunían los judíos y los paganos prosélitos del judaísmo
para oír la palabra de Dios. Después de leer el texto sagrado, alguno de los
asistentes se levantaba para comentar lo que acababa de leer. Pablo y Bernabé
se levantarán muchas veces para hablar de Cristo. Partiendo de las Escrituras,
ellos mostraron que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Salvador del mundo. La
gente buena y sencilla escucha y acepta el mensaje. La fe brotaba, la luz de
Cristo llenaba de claridad y de esperanza la vida de los hombres.
Vemos también cómo se produce el rechazo de la comunidad
judía. Aquellos judíos, los hijos de Israel, que habían recibido las promesas,
los herederos de la fe de Abrahán, el pueblo elegido, mimado hasta la saciedad
por Dios; ellos, los judíos precisamente, van a poner las mayores trabas al
crecimiento de la naciente Iglesia. Perseguían a los apóstoles de ciudad en
ciudad, los calumniaban, soliviantaban a las autoridades y al pueblo contra
ellos, contra los que predicaban a Cristo, los que hablaban de perdón y de paz.
San Pablo va a
ir a otros que lo aceptan. La hostilidad de los judíos pone aún más de relieve
la valentía y constancia de los apóstoles y descubre las dos actitudes que
pueden adoptarse ante el Evangelio: los judíos lo rechazan y se quedan con sus
prejuicios, los gentiles lo aceptan y alcanzan la "vida eterna". Es
verdad que también entre los gentiles Pablo encontrará dificultades… Pero la
enseñanza del texto es que no debe haber un monopolio del mensaje evangélico,
no se puede encorsetar la Palabra en formas concretas predeterminadas por
tradiciones que pueden ser superadas por la dinámica del evangelio.
. Se presenta como un himno doxológico destinado a la entronización del Señor.
La tradición judía dio a este canto de alabanza el título de «salmo para la tóda'», esto es, para el sacrificio de acción
de gracias en el canto litúrgico. Se cantaba cuando el pueblo entraba en el
templo para las grandes celebraciones litúrgicas.
La estructura del himno es simple:
– vv. 2-3: invitación a la alabanza dirigida a Israel y a toda la
tierra, porque Dios es su creador y pastor;
– vv. 4-5: invitación a que los fieles que desfilan en procesión se
asocien a la alabanza por la fidelidad del Dios de la alianza.
El breve himno litúrgico de alabanza y de acción de gracias, en su
sencillez, presenta tanto las palabras de la revelación bíblica comunes a los
salmos de alabanza -a saber: alegría, pueblo, rebaño, nombre del Señor,
bondad, misericordia, fidelidad- como los verbos empleados para el culto de
Israel: aclamar, servir, reconocer; entrar (por las puertas del templo),
alabar, bendecir. La comunidad israelita está invitada a alabar y dar
gracias a Dios con el canto de procesión litúrgica en el templo. Ante todo, es
común la alegría entre el pueblo, que experimenta la bondad del Señor presente
en la vida cotidiana de sus fieles.
La composición del himno se mueve de forma dinámica de lo universal a lo
particular. Se pasa de la «tierra», donde vive el hombre, al «pueblo-rebaño»
que habita en su «país-redil», para presentar, a continuación, el «templo»
donde reside el Señor, centinela vigilante del pueblo. Por otra parte, la
atención se dirige a la historia de la salvación que Dios ha trazado con su
pueblo, mostrando su presencia providente. Dios formó y eligió a Israel, en el
pasado, como criatura predilecta: «Él nos hizo» (v 3a); en el presente,
Dios acompaña la vida de la comunidad como a su rebaño e Israel profesa su
pertenencia a Dios: «Somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (v 3b);
en el futuro, la bondad misericordiosa del Señor se manifestará a las naciones
que le serán fieles y confiarán sólo en él: «Su fidelidad por todas las
edades» (v 5).
El salmista concluye su alabanza al Señor con algunos mandatos que ponen
de relieve la firmeza de su fe, la alegría y el entusiasmo religioso: aclamad,
servid, entrad en su presencia, sabed, alabad, bendecid (vv. 2-5). Estas
benévolas incitaciones brotan de su experiencia de comunión con Dios, y a esta
misma experiencia quiere conducir a su comunidad y hacer que permanezca en
ella, a fin de que participe de su misma alegría y viva de la misma fe en el
Señor.
en la audiencia del miércoles, 7 de
noviembre 20011. La tradición de Israel ha
atribuido al himno de alabanza que se acaba de proclamar el título de
"Salmo para la todáh", es decir,
para la acción de gracias en el canto litúrgico, por lo cual se adapta bien
para entonarlo en las Laudes de la mañana. En los pocos versículos de este
himno gozoso pueden identificarse tres elementos tan significativos, que su uso
por parte de la comunidad orante cristiana resulta espiritualmente provechoso.
2. Está, ante todo, la
exhortación apremiante a la oración, descrita claramente en dimensión
litúrgica. Basta enumerar los verbos en imperativo que marcan el ritmo del
Salmo y a los que se unen indicaciones de orden cultual:
"Aclamad..., servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con
vítores. Sabed que el Señor es Dios... Entrad por sus puertas con acción de
gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su
nombre" (vv. 2-4). Se trata de una serie de invitaciones no sólo a entrar
en el área sagrada del templo a través de puertas y atrios (cf. Sal 14,
1; 23, 3. 7-10), sino también a aclamar a Dios con alegría.
Es una especie de hilo constante de
alabanza que no se rompe jamás, expresándose en una profesión continua de fe y
amor. Es una alabanza que desde la tierra sube a Dios, pero que, al mismo
tiempo, sostiene el ánimo del creyente.
3. Quisiera reservar una
segunda y breve nota al comienzo mismo del canto, donde el salmista exhorta a
toda la tierra a aclamar al Señor (cf. v. 1). Ciertamente, el Salmo fijará
luego su atención en el pueblo elegido, pero el horizonte implicado en la
alabanza es universal, como sucede a menudo en el Salterio, en particular en
los así llamados "himnos al Señor, rey" (cf. Sal 95-98). El
mundo y la historia no están a merced del destino, del caos o de una necesidad
ciega. Por el contrario, están gobernados por un Dios misterioso, sí, pero a la
vez deseoso de que la humanidad viva establemente según relaciones justas y
auténticas: él "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los
pueblos rectamente. (...) Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad"
(Sal 95, 10. 13).
4. Por tanto, todos estamos en
las manos de Dios, Señor y Rey, y todos lo celebramos, con la confianza de que
no nos dejará caer de sus manos de Creador y Padre. Con esta luz se puede
apreciar mejor el tercer elemento significativo del Salmo. En efecto, en el
centro de la alabanza que el salmista pone en nuestros labios hay una especie
de profesión de fe, expresada a través de una serie de atributos que definen la
realidad íntima de Dios. Este credo esencial contiene las siguientes
afirmaciones: el Señor es Dios, el Señor es nuestro creador, nosotros
somos su pueblo, el Señor es bueno, su misericordia es eterna y
su fidelidad no tiene fin (cf. vv. 3-5).
5. Tenemos, ante todo, una
renovada confesión de fe en el único Dios, como exige el primer mandamiento del
Decálogo: "Yo soy el Señor, tu Dios. (...) No habrá para ti otros
dioses delante de mí" (Ex 20, 2. 3). Y como se repite a menudo en
la Biblia: "Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor
es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay
otro" (Dt 4, 39). Se proclama después la fe en el Dios creador,
fuente del ser y de la vida. Sigue la afirmación, expresada a través de la así
llamada "fórmula del pacto", de la certeza que Israel tiene de la
elección divina: "Somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño"
(v. 3). Es una certeza que los fieles del nuevo pueblo de Dios hacen suya, con
la conciencia de constituir el rebaño que el Pastor supremo de las almas
conduce a las praderas eternas del cielo (cf. 1 P 2, 25).
6. Después de la proclamación
de Dios uno, creador y fuente de la alianza, el retrato del Señor cantado por
nuestro Salmo prosigue con la meditación de tres cualidades divinas exaltadas
con frecuencia en el Salterio: la bondad, el amor misericordioso (hésed) y la fidelidad. Son las tres virtudes que
caracterizan la alianza de Dios con su pueblo; expresan un vínculo que no se
romperá jamás, dentro del flujo de las generaciones y a pesar del río fangoso
de los pecados, las rebeliones y las infidelidades humanas. Con serena
confianza en el amor divino, que no faltará jamás, el pueblo de Dios se
encamina a lo largo de la historia con sus tentaciones y debilidades diarias.
Y esta confianza se transforma en
canto, al que a veces las palabras ya no bastan, como observa san
Agustín: "Cuanto más aumente la caridad, tanto más te darás cuenta
de que decías y no decías. En efecto, antes de saborear ciertas cosas creías
poder utilizar palabras para mostrar a Dios; al contrario, cuando has comenzado
a sentir su gusto, te has dado cuenta de que no eres capaz de explicar
adecuadamente lo que pruebas. Pero si te das cuenta de que no sabes expresar
con palabras lo que experimentas, ¿acaso deberás por eso callarte y no alabar?
(...) No, en absoluto. No serás tan ingrato. A él se deben el honor, el respeto
y la mayor alabanza. (...) Escucha el Salmo: "Aclama al Señor,
tierra entera". Comprenderás el júbilo de toda la tierra, si tú mismo
aclamas al Señor" (San Juan Pablo II. en la audiencia del miércoles, 7 de noviembre
2001).
es continuación de la visión de San Juan, se nos
explica la multitud de personas de todas las partes del mundo que han llegado después
de sufrir el martirio y allí son "colmados" de toda felicidad". La
visión del autor del Apocalipsis es optimista: hace que las miradas de los
cristianos de su época -y de la nuestra- se dirijan al cielo, donde ya está
gozando de Dios "una muchedumbre inmensa, de toda nación y lengua".
Estos
bienaventurados participan de la victoria de Cristo, "vestidos de
vestiduras blancas y con palmas en sus manos", y están "de pie
delante del trono de Dios y del Cordero", cantando alabanzas y con acceso
a las "fuentes del agua de la vida". Ya para ellos todo es gloria y
alegría: "y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos".
Somos ovejas
del "Cordero de Dios" y después de aceptar las penas, dolores y
amarguras de esta vida, iremos a disfrutar en el cielo. Aquí también ya estamos
llamados a vivir rasgos de esta resurrección.
Estos son los que vienen de la gran
tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del cordero…Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos...". Las palabras del Apocalipsis van dirigidas a
una comunidad que estaba sufriendo persecución y muerte a causa de su fe. Habla
de los mártires que ya estaban en el cielo, después de haber lavado y
blanqueado sus vestiduras en la sangre del cordero.
Estamos en
tiempo de Pascua de Resurrección y debemos creer firmemente que también
nosotros resucitaremos en los brazos de Dios si somos fieles a nuestro Maestro
y Buen Pastor.
Juan recordaba
con emoción cómo Jesús hablaba de su rebaño, su pequeña grey por la que daría
su vida derramando hasta la última gota de su sangre: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo
les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi
mano...”. Juan había escuchado al Maestro como quien bebía sus palabras.
El pastor y
las ovejas es una imagen clásica en la literatura bíblica. Muchos profetas se
sirvieron de ella cuando quisieron hablar de las relaciones entre Dios y su
Pueblo. Es una imagen cotidiana en una economía agrícola y ganadera. Las ovejas
representan a los seguidores de Jesús, el Buen Pastor, que da su vida por
ellas. El Papa Francisco nos ha dicho que los “pastores tienen que oler a oveja”,
es decir tienen que estar en medio del pueblo, compartir sus sufrimientos y sus
gozos. El auténtico pastor “conoce a sus ovejas” y les da vida.
“Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen”, dice
Jesús. Lo primero que tenemos que hacer es escuchar la Palabra de Dios, para
después hacer la vida en nosotros y seguir a Jesús. El seguimiento de Jesús
comporta un comportamiento consecuente con el Evangelio. El seguimiento es la
norma de moralidad para el cristiano. A este respecto escribe San Agustín:
“¡Lejos de nosotros afirmar que faltan ahora buenos pastores; lejos de nosotros
el que falten, lejos de su misericordia el que no los haga nacer y otorgue! En
efecto, si hay ovejas buenas, hay también pastores buenos, pues de las buenas
ovejas salen buenos pastores. Pero todos los buenos pastores están en uno, son
una sola cosa. Apacientan ellos: es Cristo quien apacienta. Los amigos del
esposo no dicen que es su voz propia, sino que gozan de la voz del esposo”.
Para nuestra vida.
De la primera lectura nos viene un mensaje de fidelidad al
evangelio. Pablo y Bernabé, como todos los demás discípulos y apóstoles del
Maestro, quisieron cumplir el mandato de Jesús, de predicar el evangelio hasta
el extremo de la tierra. Sufrieron muchas persecuciones y fatigas a causa de su
predicación, pero nunca desistieron y fueron capaces de sufrir y hasta de dar
su vida antes que renunciar al cumplimiento del mandato del Señor. Cuando
nosotros tengamos algún problema o contradicción por causa de nuestro
comportamiento y de nuestro proceder cristiano, acordémonos de los apóstoles y
primeros discípulos de Jesús, porque sabemos que ser ovejas del Buen Pastor,
Jesús, supone, por nuestra parte, decisión, entrega y sacrificio.
El
salmo de hoy sintoniza plenamente con las enseñanzas del papa Francisco. Alegría.
Júbilo. Gozo. Nuestra
época necesita más que cualquier otra, la alegría; estando como está amenazada
por la difusión masiva de catástrofes a escala mundial. En otro tiempo, el
hombre tenía "sus propias" desgracias que soportar, las de su
familia, de su región, máxime las de la nación... Hoy, por la información que
recibimos de todas partes, llevamos el universo entero sobre los hombros. De
allí la melancolía y la desesperación, que se apodera de muchos de nuestros
contemporáneos.
¡Dios, plenitud del
"ser", y de la "alegría". La única razón que nos dan de
esta inmensa "todah", es que Dios es Dios,
y que El nos ha hecho! ¡Existir. Vivir. Ser. Primer don de Dios. Primera
gracia, primera Alianza... universal!
Hoy recibimos los "siete
imperativos" de este salmo: "¡Aclamad... Servid a Dios con alegría!
Id hacia El con cantos de alegría... Reconoced que El es Dios... Id hacia su
casa dando gracias... Entrad en su morada cantando... Bendecid su nombre...
Verdaderamente el Señor es bueno, su amor es eterno!"
Toda época ha tenido veleidades
"de universalismo", experimentando confusamente que "cada"
hombre es sagrado, y una especie de realización de "la humanidad". A
menudo esta visión universal ha tomado, desgraciadamente, el rostro odioso de
la "dominación". Se ha pretendido anexionar a los demás a sí mismo,
para explotarlos, para imponerles la propia manera de pensar. Y el deseo de "convertir" a
los otros no estaba siempre exento de este instinto de superioridad, aun
hablando de "catolicidad"... Cuando no se hacía otra cosa que imponer
a otras culturas nuestra manera de pensar y de orar. Aún hoy día estamos lejos
de habernos liberado de este "imperialismo" que unificaría la tierra
entera "por la fuerza". No obstante progresa un movimiento que busca
la unificación de la humanidad "por unanimidad", en la que cada uno
se asocia libremente a un proyecto humano universal. ¿Acaso Dios no trabaja en
este sentido en el corazón del mundo?
La proclamación del Evangelio
no tiene nada de propaganda o de publicidad: es una invitación, una
proposición. ¡Venid! ¡Id hacia el Señor! "Todos los hombres, toda la
tierra".
La alegría, de por sí, es
comunicativa. "Reconoced que el Señor es Dios". Esto viene de dentro,
sin ninguna presión... Libremente. Y quienes ya lo han "reconocido",
¡están invitados a dar gracias, a estar felices, a gritarlo, para que se oiga! Nietzche reprochaba a los cristianos la "cara
triste" cuando el domingo salían de las iglesias. ¿Tienen nuestras
liturgias un rostro de júbilo, de alegría? ¿Dan, nuestras vidas de cristianos,
la imagen de hombres y mujeres felices de su Dios?
De la lectura del
apocalipsis, nos viene un mensaje de confianza para actuar en tiempos difíciles
movidos por la esperanza en la Resurrección. Nuestra actuar no es fácil,
porque las potencias de este mundo tiran de nuestro cuerpo y nos incitan a
vivir cómodamente aquí en la tierra. Pero si queremos ser buenas ovejas del
Buen Pastor debemos saber que nuestra patria definitiva es el cielo, porque
allí está él y hasta allí queremos seguirle. Ante el sufrimiento y el dolor
sepamos que Dios siempre enjugará las lágrimas de nuestros ojos, si seguimos al
Maestro, a nuestro Buen Pastor, hasta el final. Allí, en el cielo, ya no
pasaremos hambre ni sed, sufrimiento, ni dolor, porque el primer mundo ya habrá
pasado.
En
el evangelio San Juan nos invita a
nosotros - cristianos del siglo XXI- a escuchar de la misma forma, como el escucho
a Jesús , a que hagamos vida de nuestra vida la enseñanza de Jesucristo. Sólo así alcanzaremos la vida
que nunca termina, seremos copartícipes de la victoria de Jesucristo sobre la
muerte, nos remontaremos hasta las cimas de la más alta gloria que ningún
hombre puede alcanzar, la cumbre misma de Dios. "Sabed que el Señor es
Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño".
Sintamos la alegría
de ser miembro del rebaño, porque Jesús
es el Pastor. El es la raíz de nuestra unidad. Al depender de él,
buscamos refugio en él, y así nos encontramos todos unidos bajo el signo de su
cayado. Mi lealtad a Jesús se traduce en lealtad a todos los miembros del
rebaño. Me fío de los demás, porque me fío de Jesús, Pastor. Amo a los demás,
porque le amo a Él. Que todos los hombres y mujeres aprendamos así a vivir
juntos a su lado.
Jesús asume la alegoría del pastor y el rebaño, con
la que expresan los profetas la relación de Dios con su pueblo, para significar
su relación con la comunidad. Él es el Pastor encarnado, en todo semejante a
sus ovejas menos en el pecado (Hb 4,15). "Padre santo, protege a los que
me has confiado" (Jn 17,11). Con esta alegoría, Jesús quiere comunicarnos
el mensaje de que su proyecto es la comunidad. Y quiere poner de manifiesto
cuales son sus relaciones con cada miembro y cuales han de ser nuestros comportamientos dentro de ella.
En este tiempo de Pascua, la palabra de Dios pone de relieve que Jesús es el
pastor que vive, que sigue estando en medio de los
suyos, siendo vínculo de unidad, creando comunión
en ella. Jesús no es el hombre-Dios que realizó su aventura y pasó a la
historia. Él sigue siendo el "único" Pastor de su comunidad a la que
alimenta con su palabra y con su cuerpo. Ha constituido a algunos como
servidores de sus hermanos que guían y animan a la comunidad "en su
nombre" y siempre en referencia a él. Con su palabra y con los
hechos, Jesús deja bien claro cual es su
intención: "Le dio pena porque eran como ovejas dispersas sin pastor"
(Me 6,34). "Tengo otras ovejas que no son de este redil; tengo que
atraerlas para que escuchen mi voz y haya un solo rebaño y un solo pastor"
(Jn 10,16).
En el momento culminante de la última cena oró
ardientemente: "Padre, que sean uno, como tú y yo somos uno, para
que el mundo crea" (Jn 17,23).
Pero Jesús pone todavía más de manifiesto cual es
su proyecto con los hechos. Ya al comienzo de su ministerio de profeta itinerante
reúne a sus discípulos para que convivieran como amigos. Con algunos convive
como en familia.
Los discípulos entendieron bien el mensaje de Jesús,
después de la desbandada de su pasión y muerte, al reencontrarse con él
resucitado, se congregan de nuevo para convivir como hermanos. "En el
grupo de los creyentes, escribe Lucas, todos tenían un solo corazón y una sola
alma" (Hch 4,32).
Éste es el único cristianismo posible: el
cristianismo comunitario. Ch. Peguy
lo decía muy gráfica y ardientemente: "Ésta es nuestra religión: aceptar
la fraternidad, vivir la fraternidad". Uno no es cristiano por tener tal
nivel de virtud o espiritualidad, sino por estar ensamblado en la familia de
Dios. El cristiano es el que tiende la mano, el que hace cadena con los demás
hermanos.
La Iglesia es la "mesa familiar" en la
que todos comen de la misma sopera. Y Dios preside la comida paternalmente.
Él nos tomó la delantera en el amor.
Ya en el siglo IV se hizo famoso un dicho de san
Cipriano, haciendo un juego de palabras latinas decía: "Ullus christianus, nullus christianus". Traducido
significa: "Un solo cristiano no es ningún cristiano". Es decir, un
cristiano en solitario es unimposible. Es como una
abeja sola; no puede existir; se muere inexorablemente. Afirma rotundamente el
Vaticano II: "Dios ha querido salvar a los hombres en comunidad". Más
claro, imposible.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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