Comentarios a las lecturas del III Domingo de Pascua 10 de abril de 2016.
Vamos pasando los días de la Pascua:
la alegría y la sorpresa vive entre todos nosotros. Jesús Resucitado nos ayuda
a vivir llenos de amor y esperanza, pero para obtener esos frutos hay que
meterse dentro, muy dentro, de lo que allí ocurría como si estuviéramos
presentes.
En la primera lectura del
Libro de los hechos de los Apóstoles (Hch
5,27b-32.40b-41). nos muestra a
un San Pedro fortalecido, ya después de Pentecostés, sin miedo alguno,
cumpliendo su “Señor,
Tú sabes que te amo”, entregándose a los designios divinos y
realizando su misión de Pastor, respondiendo al jefe religioso de los judíos,
el Sumo Sacerdote, que presidía el Sanedrín, organismo máximo de justicia civil
y de asuntos religiosos en Israel.
" Pedro y los apóstoles replicaron: Hay
que obedecer a Dios antes que a los hombres". Este es un
principio universal que nos parece evidente a todas las personas religiosas,
pero no es fácil saber en cada momento discernir cuándo lo que nos manda Dios
es distinto de lo que nos mandan los hombres. Lo que los apóstoles estaban
haciendo cuando les encarcelaron era predicar el evangelio de Jesús y la buena
nueva de la salvación. Ese era el mandato que Jesús les había dado antes de ascender
a los cielos: id al mundo entero y predicad el evangelio.
Una
vez más están frente al Sanedrín, ante el Tribunal Supremo de justicia de
Israel. Y no será la última. Ya lo había dicho el Señor: "Os llevarán a
los tribunales por mi nombre. No temáis, no penséis qué habéis de contestar. Yo
estaré muy cerca, el Espíritu contestará por vosotros".
Es
claro, se ve palpablemente que estos hombres tienen una nueva fuerza
desconocida, no hay manera de hacerlos callar. Y hablan, nada menos de que
Jesús de Nazaret ha resucitado, de que es el Mesías prometido por los profetas,
de que han crucificado al que había de venir, al Cristo de Dios, al Ungido, al
Rey de Israel. Estas palabras sacuden sus conciencias dormidas. Azotaron a los
Apóstoles, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron.
Creyeron que aquel duro castigo sería suficiente para callarlos, una mordaza
para sus bocas. Pero se equivocaron. Los Apóstoles, azotados y doloridos,
caminaban, sin embargo, contentos, rebosantes de gozo por haber sufrido aquello
por amor de Cristo.
Hoy el responsorial es el
salmo 29 (Sal 29,2.4-6.11-13). salmo de acción de gracias "Te ensalzaré;
Señor, porque me has librado" . Dios siempre salva a los que confían
en él, aunque a veces permita la persecución, y hasta la muerte, de los que le
aman. Seguro que todos nosotros tenemos experiencia de algunos momentos en los
que el Señor nos ha librado de algún peligro, físicos y espirituales. El salmo
hoy nos invita a una profunda acción de
gracias elevada a Dios desde el corazón
de quien reza, después de desvanecerse en él la pesadilla de la muerte. Este es
el sentimiento es el que resuena en nuestros oídos y en nuestros corazones. Esta
actitud de gratitud se expresa en una serie de contrastes que expresan de
manera simbólica la liberación obtenida gracias al Señor.
Así al descenso «a la fosa» se le
opone la salida «del abismo» (versículo 4); a su «cólera» que «dura un
instante» le sustituye «su bondad de por vida» (versículo 6); al «lloro» del
atardecer le sigue el «júbilo» de la mañana (ibídem); al «luto» le sigue la
«danza», al «sayal» luctuoso el «vestido de fiesta» (versículo 12).
Pasada, la noche de la muerte, surge
la aurora del nuevo día. Por este motivo, la tradición cristiana ha visto este
Salmo como un canto pascual. Lo atestigua la cita de apertura que la edición
del texto litúrgico de las Vísperas toma de una gran escritor monástico del
siglo IV, Juan Casiano: «Cristo da gracias al padre por su resurrección
gloriosa».
En la segunda lectura
del libro del Apocalipsis ( Ap 5,11-14) continuamos escuchando la «revelación» que tuvo S. Juan en Patmos y que fue motivada por las condiciones adversas por
las que estaban pasando los cristianos del Asia Menor. El culto imperial, que
había comenzado a desarrollarse en tiempos de Augusto, adquirió proporciones
extraordinarias en el de Domiciano, amenazando con sumergir a todas las
cristiandades del Asia. Los cristianos se opusieron valientemente a dicho
culto, por cuyo motivo, Domiciano desencadenó una cruenta persecución. El A.
es, pues, un libro de consolación dirigido a las cristiandades perseguidas por
el poder civil.
Tiene como
finalidad animar a los fieles y exhortarles a permanecer firmes en la fe, pone
ante sus ojos la perspectiva del triunfo definitivo de Cristo sobre todos los
poderes del mal. Les inculca reiteradamente la paciencia en las persecuciones y
les anima a oponerse valientemente a la recepción de la «señal» de la Bestia -
el poder imperial -, y a no reconocer su carácter divino. El triunfo de Cristo
llegará pronto y los cristianos verán tiempos mejores. Los himnos de alabanza
que entonan los cristianos que ya han triunfado, en la liturgia celeste, son
como la respuesta a las aclamaciones del culto pagano tributado a los
Emperadores. También S. Juan quiere inculcar a las Iglesias la vigilancia
celosa y fiel de la pureza de la fe, amenazada entonces por diversos errores
doctrinales.
En el fragmento de hoy, contemplamos al
Cordero, aparece aquí como imagen del siervo de Yahvé
y, por extensión, imagen del Jesús Pascual.
La escena
que nos describe incluye a Cristo, el Cordero que ha sido degollado, recibe
juntamente con el libro, el homenaje y el dominio de toda la creación. Es muy
significativo que la alabanza de toda la creación vaya dirigida a Dios y al
Cordero, indivisiblemente unidos. San Juan junta las criaturas materiales con
los ángeles en la glorificación del Cordero redentor, a quien atribuyen la
bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos
(ν.13). En esta doxologνa de cuatro
términos, que toda la creación dirige a Dios y al
Cordero, se descubre una clara alusión a las cuatro partes del universo: cielo, tierra, mar, abismos, o a las cuatro regiones del mundo: norte, sur, este, oeste. Todas las criaturas alaban a Cristo, en paridad con Dios, como Emperador supremo de todo el universo regenerado. A la aclamación de toda la creación se unen los cuatro vivientes, diciendo: Amén (v.14). Estos, que habían dado la señal para entonar los cánticos de alabanza, dan ahora su solemne amén de aprobación a la aclamación cósmica universal. Los ancianos también se postran en profunda adoración. Y de este modo forman como un todo único los seres de la creación, para tributar homenaje de obediencia y alabanza a Dios y a su Hijo Jesucristo.
San Pablo,
hablándonos del anonadamiento de Cristo y de su obediencia hasta la muerte de
cruz, nos dice que Jesucristo recibió, por este motivo, del Padre la dignidad
más grande: fue constituido Señor, de suerte que ante El han de doblar la
rodilla los cielos, la tierra y los infiernos. Y todo ello para gloria de Dios
Padre.
Continuamos con el
evangelista san Juan (Jn 21,1-19). El capítulo 21 del Evangelio según San
Juan está cargado de simbolismo. La escena de la pesca es muy semejante a la
que Lucas narra en el capítulo 5 de su evangelio. La diferencia es que ahora
Jesús es el Señor resucitado.
Habían estado toda la noche rastreando
el lago, sin conseguir nada. Las luces del alba descendían desde las colinas
cuando divisaron en la orilla la figura de un hombre. Les pregunta a lo lejos
si han cogido algo, y al contestarle que no, les dice que vuelvan a echar las
redes hacia la derecha de la barca. Como un último intento, aquellos pescadores
le hacen caso... Entonces, un enjambre de peces aletea dentro de las redes,
cargadas como nunca. Juan mira hacia la orilla y reconoce gozoso que al
Maestro.
Pedro,
el que por tres veces le negó, no duda ni por un momento en ir a su encuentro.
Él sabía que el Señor le amaba más que lo suficiente para perdonarle su pecado.
Esa era la diferencia respecto de Judas. Éste huyó de Jesús, no creyó posible
el perdón para su traición. Pedro es cierto que lloró amargamente su pecado.
Pero sabía que el Maestro le volvería a perdonar. Quien le había enseñado a
perdonar siete veces siete, bien podría perdonarle a él. Y no se equivocó. El
Señor le acoge con el mismo cariño de siempre, le mira con la misma profunda
mirada, con la misma comprensión de antes.
Lo
que quizá no imaginaba Pedro es que el perdón de Jesús iba a ser tan grande,
que todo sería lo mismo que antes. Lo lógico hubiera sido que el primer puesto
lo ocupara otro que lo mereciera más que él, otro que al menos no hubiera
renegado de su Maestro hasta jurar que no le conocía. Sin embargo, Jesús le
vuelve a encomendar el cuidado de su rebaño, le entrega otra vez el poder de
regir a su Iglesia, la misión excelsa de ser su vicario en la tierra, el que
haga sus veces cuando él se marche a los cielos. Al mismo tiempo le profetiza
las dificultades que ese papel entraña. Llegará el momento en que le
perseguirán y el encarcelarán, le calumniarán y le maltratarán, lo llevarán
maniatado adonde él no quisiera ir, le crucificarán en una de las colinas de
Roma.
Fijémonos en el comentario que
hace San Agustín a este relato de la pesca milagrosa: "Centrad vuestra
atención ahora en la otra pesca, la que se ha leído hoy. Tuvo lugar después de
la resurrección del Señor, para dar a entender cómo será la Iglesia después de
nuestra resurrección. Echad -les
dijo- las redes a la derecha5. Ahora, pues,
se ocupa sólo del número de los que estarán a la derecha. Recordáis que el
Señor anunció que vendría en compañía de los ángeles y que en su presencia se
congregarían todos los pueblos. Él los separará como el pastor separa las
ovejas de los cabritos, colocando aquéllas a su derecha y éstos a su izquierda.
A las ovejas dirá: Venid, recibid el
reino; a los cabritos: Id al
fuego eterno6. Echad las redes a la derecha: como si
dijera: «Ya he resucitado; quiero mostrar cómo será la Iglesia al final de los
tiempos. Echad las redes a la derecha».
Echaron las redes a la derecha y no podían subirlas a la barca debido a la
cantidad de peces. También en la primera pesca se habla de una gran cantidad,
pero aquí se da un número fijo; se indica la cantidad y la calidad, a
diferencia de la otra, que no precisa número. En el tiempo presente, antes de que
llegue la resurrección y la separación de buenos y malos, se cumple lo que dice
el profeta: Hice el anuncio y
hablé.¿
Qué significa eso? He echado las redes. ¿Y qué pasó? Se multiplicaron por encima del número7. Hay un
número, y los hay que exceden del número. El número se refiere a los santos que
han de reinar con Cristo; los que exceden el número pueden entrar ahora en la
Iglesia, pero no en el reino de los cielos.
3. Por ello, os
exhorto a que os liberéis del mundo presente, que es malo. Por ello os
amonesto: quienes queréis vivir no imitéis a los malos cristianos. No digáis:
«¿Cómo? ¿No está bautizado fulano que se embriaga? ¿Cómo? ¿No está bautizado
aquel que tiene concubinas? ¿No está bautizado aquel otro que comete fraudes a
diario? ¿No está bautizado el otro que consulta a los astrólogos?». Los que
ahora queráis ser grano, entonces os encontraréis en el muelo; pero los que
queráis ser paja os encontraréis en la gran parva, mas para ser presa de un
gran fuego.
3. ¿Entonces, pues? Arrastraron
-dice- las redes hasta la
orilla8. Pedro
arrastró las redes hasta la orilla; acabáis de escucharlo cuando se leyó el
evangelio. Cuando oyes hablar de orilla, piensa en el límite del mar, y cuando
escuchas «límite del mar», entiende el fin del mundo presente. En la primera
pesca no se arrastraron las redes hasta la orilla, pues los peces capturados se
amontonaron en las barcas. En ésta, en cambio, las arrastraron hasta la orilla.
Espera el fin del mundo, fin que ha de llegar para bien de los que estén a la
derecha y mal de los que estén a la izquierda. ¿Cuántos fueron los peces? Arrastraron -dice- las redes, que contenían ciento cincuenta y
tres peces. Y el evangelista añadió algo muy importante: Y, a pesar de su tamaño, es decir, de
ser tan grandes, no se rompió la red9. Serán
grandes, pero no habrá herejías, y no habrá herejías precisamente porque serán
grandes. ¿Quiénes son grandes? Lee las palabras del Señor en el evangelio y
encontrarás quiénes lo son. Dice, en efecto, en cierto lugar: No vine a abrogar la ley y los profetas,
sino a cumplirla" . (San Agustín. Sermón 251. La pesca milagrosa).
Para nuestra vida
la
primera lectura es un testimonio de fidelidad en el anuncio del evangelio. La
Iglesia desde el principio aparece como signo de contradicción, por eso es
perseguida. El anuncio valiente del Evangelio puede acarrear persecución por
parte de los poderes de este mundo, pero está claro que "hay que obedecer
a Dios antes que a los hombres". Si la Iglesia se acomodase a este mundo
perdería el sentido de su ser. Sólo si presenta con valentía el anuncio gozoso
y liberador del Evangelio se identificará con el Cordero Pascual, Jesucristo
muerto y resucitado que se entrega por nosotros. Los testimonios de los
mártires de hoy son impresionantes. Cristianos asesinados en Pakistán, Siria,
Irán, La India. Ellos son testigos auténticos de Cristo resucitado. Pidamos por
ellos para que se mantengan firmes en la fe y dejen de ser perseguidos por
llevar el nombre de cristianos. Viendo nuestra realidad actual hemos de
reconocer que nosotros tenemos mucho que aprender de ellos.
El
salmo de hoy nos invita a una continua acción de gracias a Dios, su
acción es siempre muy superior a
nuestros merecimientos. Demos hoy cada uno de nosotros gracias a Dios por todos
aquellos momentos en los que nos hemos sentido librados de algún peligro por el
Señor.
La
segunda lectura tomada del Apocalipsis, nos recuerda que en este tiempo de
Pascua, nuestra actitud debe ser de alabanza, nosotros también debemos de albar a Jesús, el
cordero pascual, de quien ha nacido la Iglesia de la que todos nosotros
formamos parte. Tratemos de ser nosotros mansos y humildes como nuestro Jesús,
y rindámosle el homenaje de nuestra devoción y de nuestro amor.
En
el evangelio nos hemos encontrado con que los discípulos de Jesús se habían
pasado la noche en el lago bregando como expertos pescadores que eran y no
habían pescado nada,
pero cuando se dejan guiar por el Maestro recogen tal cantidad de peces que las
redes se rompían. El evangelista san
Juan da a este relato de la pesca milagrosa una intención teológica que va
bastante más allá de lo que es puramente hecho histórico, a nosotros nos sirve
ya que lo que quiere decir a sus lectores el evangelista es que si la Iglesia cristiana no se deja guiar
por Jesús pierde eficacia y autenticidad y puede llegar a ser más que signo del
reino de Dios, contra-signo. El vencedor de la muerte dice a sus discípulos
"echad la red". Los siete discípulos representan a toda la Iglesia,
que debe dar testimonio de su fe; los 153 peces quizá simbolicen el número de
naciones conocidas entonces, porque a todos se les anuncia la Buena Noticia. La
cercanía de Cristo es necesaria para la Iglesia en general, y para cada uno de
nosotros en particular y de cada uno de los grupos y comunidades cristianas que
formamos el conjunto de la Iglesia cristiana. Cuanto más apartados vivamos del
evangelio de Jesús, más contra-signo de su reino seremos y no podremos ni
nosotros mismos considerarnos Iglesia nacida de Jesús.
El evangelio nos sitúa ante uno
de los dramas que estamos padeciendo, a nivel espiritual, es que nunca la
Iglesia, los sacerdotes o los agentes de pastoral hemos empleado tantos medios
y esfuerzos para incentivar el aprecio por las cosas de Dios. Hoy, con el
evangelio en la mano, el Señor nos dice que no nos agobiemos por la ausencia de
frutos. Tal vez, aunque nos cueste admitirlo, el tiempo de Dios es distinto al nuestro. Nuestras
horas son de sesenta minutos, nuestros años de 365 días pero, tal vez, Dios no
cuenta los segundos como nosotros ni pasa las hojas del calendario como nosotros
pretendemos. La Pascua, la resurrección de Cristo, nos invita a una obediencia
y confianza absoluta en el Padre. Toda la pesca no está alcance de nuestra mano
ni todos los océanos son tan superficiales como quisiéramos para llegar hasta
el fondo de los mismos: las personas.
Fijémonos hoy en los apóstoles,
ellos como nosotros en algunos momentos, estaban a punto de renunciar a todo.
La pesca había sido infructuosa, decepcionante. Se sentían abandonados y
desconcertados. Sólo, cuando apareció el resucitado, el panorama cambió. Que
también nosotros, lejos de abandonar cuando el horizonte es oscuro, imploremos,
recemos y miremos al cielo buscando la mano siempre tendida de Jesús que sale
en los momentos más amargos de fracaso, tristeza y dolor.
Hagamos un responsable examen de conciencia sobre este punto, cada
uno de nosotros en particular y cada uno de los grupos y comunidades que
formamos el conjunto de lo que llamamos Iglesia .
¿Podemos hoy nosotros, cristianos en siglo XXI, decirle al Señor que sí lo
amamos, que sí nos entregamos a El y a su Voluntad
... sea cual fuere? ¿Sea que nos quiera hacer pastores o que nos quiera hacer
ovejas fieles? ¿Sea que dejemos aquel pecado al que estamos apegados y que no
nos deja libres para seguirle ... sea que le sigamos con esa cruz que nos es
pesada porque no la hemos abrazado como El abrazó la suya?
¿Podremos responderle como Pedro: tres veces, sí te amo,
Señor? ¿Nos entristecemos como Pedro por tantas veces que hemos entristecido a
Jesús? ¿Tememos que nuestro sí no sea tan seguro, porque podríamos repetir los
pecados ya confesados? ¿Tenemos miedo de prometer como Pedro que nunca negaría
al Señor y que estaba dispuesto a morir con El, y no
cumplir?
Puede ser, porque sabemos que nuestro sí de hoy no es
garantía segura, pues somos débiles, pero confiando en la gracia divina y
realmente queriendo ser fieles a Dios, la guerra está ganada, aunque perdamos
una que otra batalla, en la lucha contra el pecado.
Y recordemos que el Señor no espera que seamos impecables
sino que, confiados en El, pongamos todo nuestro deseo y volvamos a El cada vez
que perdamos una batalla contra el pecado, acogiéndonos a su Misericordia
Infinita en el Sacramento de la Confesión.
Sobre todo, tengamos muy en cuenta que, en la lucha contra
las tentaciones, no podemos confiar en nosotros mismos. Nos puede suceder como
a Pedro. En realidad, no podemos confiar en nosotros mismos para nada. Siempre
orar, pero más que nunca en la tentación. “El que ora se salva y el que no ora
se condena” (San Alfonso María de Ligorio).
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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