sábado, 2 de abril de 2016

Comentario a las lecturas del II Domingo de Pascua 3 de abril de 2016.

Comentario a las lecturas del II Domingo de Pascua 3 de abril de 2016

Continuamos con la actitud exultante que tan bien describía el Cardenal Montini, posteriormente Papa Pablo VI y que recordábamos la semana pasada: «Dicimus 'alleluia' ut solamen viatici», dice San Agustín (Nosotros decimos 'Alleluia' como consuelo de nuestro peregrinar, como nuestro viático). Y San Jerónimo afirma que, durante los primeros siglos, ese grito se había hecho tan habitual en Palestina que quienes araban los campos y trabajaban, gritaban de tanto en tanto: ¡Alleluia! Y aquellos que conducían las barcas, cuando se aproximaban, decían: ¡Alleluia! Es decir, que este grito, que surgía en medio de las acciones profanas, era una especie de jaculatoria. Pero ¡qué bella jaculatoria ésta, tan breve como expresiva, tan querida de la espiritualidad cristiana y que tanto resuena en la Liturgia de la Iglesia! ¡Cómo deberíamos hacerla nuestra, a modo de recuerdo pascual!"( G. B. Card. Montini, Discurso pronunciado el 3 de abril de 1961 en la Catedral de Milán, en Discorsi, vol. II. Milano, Arcivescovado, 1962 p. 253 ss.).
Estamos en Pascua. ¡Resucitó el Señor y nos llama a la vida! ¡Señor qué vea! ¡Señor, que viva! ¡Señor, que crea en ti! Deben ser exclamaciones que broten desde lo más hondo de nuestras ganas de celebrar, sentir y vivir a Jesús. Con Santo Tomás, hacemos un acto de fe: “Señor mío y Dios mío”.. Están aún muy vivos los recuerdos de las celebraciones del Triduo Pascual y este domingo  las lecturas nos centran en el efecto de la Resurrección del Señor. La aparición del Señor Resucitado en el cenáculo en el “primer día de la semana” es el origen de la consagración del Domingo –el Día del Señor, que eso significa domingo—frente al sábado ritual de los judíos. La importancia del descubrimiento de la divinidad de Cristo, acrisolada por el hecho inaudito de su Resurrección y de la visible glorificación de su cuerpo, hizo que se modificara la ancestral costumbre judía de reservar el sábado a la oración y al descanso.

La primera lectura  del Libro de los Hechos ( Hch 5,12-16)  Nueva descripción "sumaria" de la vida de la comunidad, de forma parecida a como ya se había hecho en 2:42-47 y 4:32-35.
Un verdadero derroche de milagros, sdeja entender la narración de San Lucas que hacían los apóstoles (v.1a.15). Buena respuesta a la oración que en este sentido habían hecho al Señor. Es natural que el número de fieles creciese más y más (v.14) y que la fama saliese muy pronto fuera de Jerusalén (v.16), dando sin duda ocasión a que la Iglesia comenzase a extenderse por Judea.
Esos "otros" que no se atrevían a unirse a los apóstoles (v.13) serían los ciudadanos de cierta posición, que se mantenían apartados por miedo al sanedrín, en contraste con la masa del pueblo, que abiertamente se mostraba bien dispuesta. Las reuniones solían tenerse en el "pórtico de Salomón", lugar preferido para reuniones públicas de carácter religioso, y donde ya Pedro, a raíz de la curación del rengo de nacimiento, había tenido el discurso que motivó su primer arresto por parte del sanedrín.

El responsorial hoy es parte del salmo 117 (Sal 117,2-4.22-27). Como el domingo anterior hoy se nos presenta .el salmo pascual por excelencia, el texto sálmico  más expresivo de la acción de gracias por la victoria pascual del Señor. 
Siendo hoy el domingo de la Misericordia, se recoge expresamente en el estrofa que repetimos a modo de oración de petición agradecida. Cambian algunos versículos, del salmo.
Según testimonio de los tres evangelistas sinópticos, Jesús se aplicó explícitamente este salmo (Mateo 21,42; Marcos 12,10; Lucas 20,17), para concluir la parábola de los "viñadores homicidas": "la piedra que desecharon los constructores, se convirtió en la ¡piedra angular!".
Jesús, se consideraba como esta "piedra" rechazada por los jefes de su pueblo (anuncio de su muerte), y que llegaría a ser la base misma del edificio espiritual del pueblo de Dios. El día de los ramos, los mismos evangelistas señalan cuidadosamente que la muchedumbre aclamó a Jesús con las palabras del salmo: "¡Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor!".
Todo fue obra del Señor: «ha sido un milagro patente» (v. 24), «es el Señor quien lo ha hecho» (v. 23). «Este es el día en que actuó el Señor'» (v. 24) ¡cantos de victoria para el Señor! ¡Aleluyas y hurras para nuestro victorioso salvador!, «sea nuestra alegría y nuestro gozo» (v. 24), resuene la música en nuestra trastienda, sea nuestra existencia una fiesta, nuestros días una danza, y la alegría sea nuestra respiración.
Al referirse a este salmo dice San Agustín: "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia: "¿Qué otra cosa podremos cantar allí -en el Cielo- sino sus alabanzas? Tú eres mi Dios, te doy gracias; Dios mio, yo te ensalzo. Pero no proclamaremos estas alabanzas con palabras; más bien será el amor mismo, que nos unirá a Él, quien gritará. Esa voz, incluso, será la voz del mismísimo amor. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia: el texto comienza y concluye con estas palabras; son el primer versículo y el último del salmo porque de todo lo que hemos venido narrando desde el principio hasta el fin, no hay cosa que más nos pueda embelesar que la alabanza a Dios y un eterno «Aleluya»." (s. Agustin, enarrationes in psalmos 117, 27.).

La segunda lectura  es del Apocalipsis ( Ap 1,9-11a.12-13.17.19 )
Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús. Ser fiel al evangelio de Jesús, normalmente no sale gratis. Porque el “mundo”, en el sentido que le da San Juan a esta palabra, es enemigo de Jesús, es enemigo de la verdad. Seamos nosotros fieles a la verdad del evangelio, aunque nos cueste más de un disgusto, porque, al final, sólo la verdad nos hará libres. Después de todo, sólo Dios es el que vive por los siglos de los siglos y tiene las llaves de la muerte y de la vida.
Cuando Juan escribe en la Isla de Patmos, la Iglesia ya está establecida en todo el mundo conocido de entonces. Y tiene problemas de heterodoxia y persecuciones durísimas, con la fuerza terrible del Estado --el romano-- más poderoso de la tierra. Ha pasado mucho tiempo y muchas cosas. Y el episodio --muy importante, muy notable-- que completa el citado "discurso litúrgico", va desde la alegría por la Aparición del cenáculo hasta el testimonio singular y maravilloso de un anciano que nos dice que sigue disfrutando de la misma juventud interior que en los días --ya lejanos-- de la Resurrección gloriosa de Jesús, el Maestro.
            En el evangelio  continuamos con San Juan  (Jn 20,19-31) Hoy el  Evangelio nos describe lo que sucede en el Cenáculo  ocho días después del crucifixión, por primera vez en la ausencia de Tomás, a continuación, en su presencia.
" Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor". Antes de recibir el Espíritu Santo los discípulos de Jesús no tenían paz interior. Sabían que los judíos que no creían en Jesús como el Mesías de Israel, les odiaban a ellos y querían exterminarlos. Antes de recibir el Espíritu Santo, los discípulos no se atrevían ni a salir a la calle, porque sabían que vivían rodeados de un mundo hostil. Pero cuando ven, de pronto, a Jesús en medio de ellos, exhalando sobre ellos su aliento y su paz, se llenan de alegría, desaparece el miedo y su alma se llena de paz y vigor. En este sentido, debemos nosotros examinarnos a nosotros mismos y ver hasta qué punto la presencia del espíritu de Jesús nos llena de paz y nos da suficiente ánimo y vigor para hacer frente a las adversidades interiores y exteriores que frecuentemente nos amenazan. Un alma llena del espíritu de Jesús, del espíritu de Dios, es un alma en paz, aunque por dentro y por fuera nos veamos frágiles e inseguros. Las propias dolencias físicas y las dolencias del alma que nos causan los acontecimientos exteriores no deben nunca robarnos la alegría y la paz interior. Los grandes santos fueron personas de una gran paz interior, aunque todos ellos tuvieron que sufrir mucho, en su lucha contra las tentaciones interiores y contra el mundo hostil que les rodeaba. Pidamos a Dios que no nos falte nunca su espíritu, el espíritu de Dios, el Espíritu Santo.
Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Tomás no era distinto de los demás
apóstoles de Jesús. También él necesitó ver para creer, para ahuyentar el miedo del alma, para recobrar una paz interior que había perdido. Tampoco Tomás era muy distinto de muchos de nosotros, cuando pensamos que los límites de la ciencia son los límites de la religión y cuando creemos que la creencia no puede ir más allá de la certeza científica y comprobable. La fe religiosa, nuestra fe cristiana, tiene unos fundamentos que van más allá de los postulados empíricamente científicos, porque se basa en la autoridad del Dios que se nos ha revelado en Jesucristo. Pidamos a Dios que nos dé una fe tan viva y profunda como la que recobró Tomás cuando vio corporalmente a Jesús y que nos permita decir con toda el alma: ¡Señor mío y Dios mío!

Para nuestra vida.
Hermosa síntesis de la experiencia que tienen los primeros cristianos de la resurrección de Jesús, el fragmento del Apocalipsis incluye testimonios de la Resurrección y las apariciones de Jesús a los Apóstoles centran el relato de este Segundo Domingo del Tiempo Pascual, y marcan ese arco histórico de muchos años en la primitiva vida de la Iglesia. Del cenáculo lleno de hombres temerosos iba a salir, gracias a Espíritu, el fermento, fuerte e ilustrado, de una Iglesia pujante, eficaz… y perseguida. La mejor clave para adorar y meditar la Resurrección de Jesús está en el efecto de ese prodigio suscitado en los Apóstoles. Primero --ya, de una vez—creyeron que Él era Dios; y, entonces, se convirtieron en seguidores conscientes de una actitud y de un camino de indudable trascendencia: de la divinidad y humanidad de Cristo y del camino por Él marcado. Antes de la Cruz y de la Resurrección, los Doce y sus acompañantes no eran otra cosa que una banda irregular de seguidores, llenos de dudas. Para que no existan lagunas en el "discurso litúrgico" de esa transformación, bien claro está el contenido del Libro de los Hechos de los Apóstoles y de la velocidad en el crecimiento del número de fieles. Pedro ya está constituido como primado de esa naciente Iglesia y no sólo lo establece su autoridad humana, porque la autoridad divina le llega en su capacidad --y en la de su sombra
Hoy es el día de la "Divina misericordia" y hay algo que todavía no tenemos asumidlo los  cristianos y es que: tenemos que ser misericordiosos. Sus llagas nos han curado. Jesús
nos envía a perdonar no a condenar, nos entrega el evangelio de la misericordia. Así lo ha expresado el Papa Francisco: “La Cruz de Jesús es la Palabra con la que Dios ha respondido al mal del mundo. A veces nos parece que Dios no responde al mal, que permanece en silencio. En realidad Dios ha hablado, ha respondido, y su respuesta es la Cruz de Cristo: una palabra que es amor, misericordia, perdón. Y también juicio: Dios nos juzga amándonos. Recordemos esto: Dios nos juzga amándonos. Si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo me condeno, no por él, sino por mí mismo, porque Dios no condena, El sólo ama y salva”. Dios no se cansa de perdonar. Nos ha dicho, además, que tenemos que anunciar la misericordia de Dios. Nosotros tenemos que ser mensajeros de perdón, aprender a perdonarnos primero a nosotros mismos y ser instrumentos de perdón y reconciliación para todos. Este es el Evangelio auténtico.. Que la celebración de este día nos ayude a ser misericordiosos y compasivos todo el año.
Las lecturas de este tiempo de Pascua nos llevan a dos actitudes que deben arraizar profundamente en nuestras vidas: la fe y la paz.
Los apóstoles dudaron. Pedro no se fía de lo que decían las mujeres. Tomás exige ver las señales de los clavos en las manos y de la lanza en el costado. De ello se deduce que la duda es algo connatural al hombre. Pero la duda tiene su aspecto positivo: evita que caigamos en el desatino o en lo irracional. Un creyente no es un crédulo que acepta todo sin pasarlo por el tamiz de la razón. Un creyente de verdad tiene que pasar del fideísmo a la fe adulta, responsable y personalizada, que nos hace gritar: "¡Señor mío y Dios mío!" No creemos porque nos lo han dicho otros, sino porque nosotros mismos hemos experimentado la presencia de Jesús vivo en nuestra vida. Creer es fiarse de Alguien: Jesús de Nazaret, el Resucitado, que ha vencido a la muerte, dando un nuevo sentido a nuestras vidas. El mejor don que nos regala la fe en Jesús es la paz, plenitud de todos los dones. Es una paz que produce en nuestro interior una sensación profunda de felicidad y realización personal. Sin embargo, esta paz no puede quedar encerrada en nosotros mismos, sino que tiene que salir hacia afuera, tiene que notarse y ser testimoniada. La construcción de un mundo en paz es una tarea de todo cristiano, partiendo siempre de la justicia y el amor. Hoy la paz se siente amenazada por los atentados terroristas. Matar en nombre de Dios es una blasfemia, porque Dios nos regala siempre su paz.
Para vivir esta fe y paz tenemos que relacionarse con Dios desde la confianza filial consciente de que habla con su Padre. Dios es la fidelidad misma, cumple siempre, no falla jamás. El cristiano tiene que corresponder a esa fidelidad ,siendo fieles al que nos es fiel  hasta la muerte.
La fe de la que hablamos no es algo racional y abstracto, sino que  tiene que ser operante, acompañada de buenas obras. Una fe, sin obras, está muerta. El creyente se ha comprometido a guardar los mandamientos, la palabra de Cristo. La fe, si está viva, produce necesariamente obras de amor operativo. En la vida espiritual, la fe es el "espíritu" y las obras la "letra"; y, si no hay letra, no puede haber espíritu de la letra. "Cree de verdad aquel que practica con la vida la verdad que cree", dice S. Gregorio Magno. La fe actúa por la caridad
Esta vida de fe activa nos da la claves de otra realidad; también las lecturas nos sitúan ante el nacimiento de las primeras comunidades cristianas. ¿Qué diferencias y semejanzas, hay entre aquellas y las nuestras?. El recuerdo idealizado de la primera comunidad cristiana en el Libro de los Hechos muestra las cualidades que tiene el grupo de los seguidores de Jesucristo: hacías signos y prodigios, los enfermos eran curados, la gente "se hacía lenguas de ello".....Comparado todo esto con la imagen miedosa de muchos cristianos del siglo XXI, puede parecer que nos encontramos muy lejos de aquel ideal. Parece que en lugar de aumentar, disminuye en algunos lugares el número de los que se adhieren a Jesús. Sin embargo, no es del todo cierto que seamos peores en general, a pesar de los escándalos de algunos cristianos y sacerdotes, presentados en los medios de comunicación o en el cine con cierta morbosidad interesada. La Iglesia es santa y pecadora al mismo tiempo, santa porque fue fundada por Jesucristo, aspira a la santidad de todos sus miembros y es apoyada siempre por la gracia salvadora de Jesucristo. Pero está compuesta por hombres y mujeres pecadores. Pretender que en ella todo sea santo es no comprender la condición humana. La fe se vive y se celebra en comunidad y es ella, la Iglesia, el medio e instrumento de salvación, a pesar de sus defectos y pecados.
El fragmento de la primera lectura nos sitúa ante los apóstoles que hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo.  Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando enfermos y poseídos por espíritus inmundos, y todos se curaban. Que Jesús curaba a los enfermos es una de las verdades que más frecuentemente repiten los evangelios. Ante un enfermo el alma de Jesús se conmovía y su corazón misericordioso le impulsaba a curarlo. Sus Apóstoles quisieron hacer siempre lo mismo que había hecho su Maestro: predicar el Reino de Dios, curar enfermos, anunciar la buena nueva, el evangelio, a todas las personas, con especial atención a las personas más desprotegidas y marginadas de la sociedad. Esa era la señal distintiva de los discípulos del Maestro: amarse entre ellos y extender su amor a todas las personas necesitadas de amor.
Todo esto se nos presenta como algo difícil, pero Jesús mantiene lo  mismo que les dio a los primeros discípulos. Cristo les dio y nos da el soplo del Espíritu Santo, los inunda de paz y, ungiéndolos sacerdotes, los envía a predicar y perdonar los pecados. Vigorizados y ungidos, los apóstoles salen y “hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo y crecía el número de los creyentes, que se adherían al Señor” (He 5,12-16). Hoy nuestra Iglesia está en esa misma realidad. El Resucitado no nos ha dejado huérfanos.
Esta llamada y don  lo describe así San Cirilo de Alejandría: "Nuestro Señor Jesucristo instituyó a aquellos que habían de ser guías y maestros de todo el mundo y administradores de sus divinos misterios, y les mandó que fueran como astros que iluminaran con su luz no sólo el país de los judíos, sino también a todos los países que hay bajo el sol, a todos los hombres que habitan la tierra entera. Es verdad lo que afirma la Escritura: Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama. Fue, en efecto, nuestro Señor Jesucristo el que llamó a sus discípulos a la gloria el apostolado, con preferencia a todos los demás". (San Cirilo de Alejandría. Sobre el evangelio de San Juan).
Y San Basilio de Seleucia nos recuerda: " Este es el ejército seducido por el Señor; estos son los hijos de la piscina bautismal, las obras de la gracia, la cosecha del Espíritu. Han seguido a Cristo sin haberle visto, le han buscado y han creído. Le han reconocido con los ojos de la fe, no con los del cuerpo. No han puesto su dedo en las marcas de los clavos, sino que se han unido a su cruz y han abrazado sus sufrimientos. No han visto el costado abierto del Señor, pero por la gracia han llegado a ser miembros de su cuerpo y han hecho suya su palabra: «¡Dichosos los que crean sin haber visto!» (San Basilio de Seleucia. Sermón: Creer sin haber visto).

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