Comentario a las lecturas del II Domingo de Pascua 3 de abril de 2016
Continuamos con la actitud exultante
que tan bien describía el Cardenal Montini, posteriormente
Papa Pablo VI y que recordábamos la semana pasada: «Dicimus 'alleluia'
ut solamen viatici», dice San Agustín
(Nosotros decimos 'Alleluia'
como consuelo de nuestro peregrinar, como nuestro viático). Y San Jerónimo
afirma que, durante los primeros siglos, ese grito se había hecho tan habitual
en Palestina que quienes araban los campos y trabajaban, gritaban de tanto en
tanto: ¡Alleluia! Y
aquellos que conducían las barcas, cuando se aproximaban, decían: ¡Alleluia! Es decir, que este
grito, que surgía en medio de las acciones profanas, era una especie de
jaculatoria. Pero ¡qué bella jaculatoria ésta, tan breve como expresiva, tan
querida de la espiritualidad cristiana y que tanto resuena en la Liturgia de la
Iglesia! ¡Cómo deberíamos hacerla nuestra, a modo de recuerdo pascual!"(
G. B. Card. Montini, Discurso pronunciado el 3 de abril de 1961 en la
Catedral de Milán, en Discorsi,
vol. II. Milano, Arcivescovado,
1962 p. 253 ss.).
Estamos en Pascua. ¡Resucitó el Señor
y nos llama a la vida! ¡Señor qué vea! ¡Señor, que
viva! ¡Señor, que crea en ti! Deben ser exclamaciones que broten desde lo más
hondo de nuestras ganas de celebrar, sentir y vivir a Jesús. Con Santo Tomás,
hacemos un acto de fe: “Señor mío y Dios mío”.. Están aún muy vivos los
recuerdos de las celebraciones del Triduo Pascual y este domingo las lecturas nos centran en el efecto de la
Resurrección del Señor. La aparición del Señor Resucitado en el cenáculo en el
“primer día de la semana” es el origen de la consagración del Domingo –el Día
del Señor, que eso significa domingo—frente al sábado ritual de los judíos. La
importancia del descubrimiento de la divinidad de Cristo, acrisolada por el
hecho inaudito de su Resurrección y de la visible glorificación de su cuerpo,
hizo que se modificara la ancestral costumbre judía de reservar el sábado a la
oración y al descanso.
La
primera lectura del Libro de los Hechos
( Hch 5,12-16) Nueva descripción "sumaria" de la vida de
la comunidad, de forma parecida a como ya se había hecho en 2:42-47 y 4:32-35.
Un
verdadero derroche de milagros, sdeja entender la
narración de San Lucas que hacían los apóstoles (v.1a.15). Buena respuesta a la
oración que en este sentido habían hecho al Señor. Es natural que el número de
fieles creciese más y más (v.14) y que la fama saliese muy pronto fuera de
Jerusalén (v.16), dando sin duda ocasión a que la Iglesia comenzase a
extenderse por Judea.
Esos
"otros" que no se atrevían a unirse a los apóstoles (v.13) serían los
ciudadanos de cierta posición, que se mantenían apartados por miedo al sanedrín,
en contraste con la masa del pueblo, que abiertamente se mostraba bien
dispuesta. Las reuniones solían tenerse en el "pórtico de Salomón",
lugar preferido para reuniones públicas de carácter religioso, y donde ya
Pedro, a raíz de la curación del rengo de nacimiento, había tenido el discurso
que motivó su primer arresto por parte del sanedrín.
El responsorial hoy es
parte del salmo 117 (Sal 117,2-4.22-27). Como el domingo anterior hoy se nos
presenta .el
salmo pascual por excelencia, el texto sálmico
más expresivo de la acción de gracias por la victoria pascual del
Señor.
Siendo hoy
el domingo de la Misericordia, se recoge expresamente en el estrofa que
repetimos a modo de oración de petición agradecida. Cambian algunos versículos,
del salmo.
Según testimonio de los tres
evangelistas sinópticos, Jesús se aplicó explícitamente este salmo (Mateo
21,42; Marcos 12,10; Lucas 20,17), para concluir la parábola de los
"viñadores homicidas": "la piedra que desecharon los
constructores, se convirtió en la ¡piedra angular!".
Jesús, se consideraba como esta
"piedra" rechazada por los jefes de su pueblo (anuncio de su muerte),
y que llegaría a ser la base misma del edificio espiritual del pueblo de Dios.
El día de los ramos, los mismos evangelistas señalan cuidadosamente que la
muchedumbre aclamó a Jesús con las palabras del salmo: "¡Hosanna, bendito
el que viene en nombre del Señor!".
Todo fue obra del Señor: «ha sido un
milagro patente» (v. 24), «es el Señor quien lo ha hecho» (v. 23). «Este es el
día en que actuó el Señor'» (v. 24) ¡cantos de victoria para el Señor!
¡Aleluyas y hurras para nuestro victorioso salvador!, «sea nuestra alegría y
nuestro gozo» (v. 24), resuene la música en nuestra trastienda, sea nuestra
existencia una fiesta, nuestros días una danza, y la alegría sea nuestra
respiración.
Al referirse a este salmo dice San
Agustín: "Dad gracias al Señor
porque es bueno, porque es eterna su misericordia: "¿Qué otra cosa
podremos cantar allí -en el Cielo- sino sus alabanzas? Tú eres mi Dios, te doy
gracias; Dios mio, yo te ensalzo. Pero no
proclamaremos estas alabanzas con palabras; más bien será el amor mismo, que
nos unirá a Él, quien gritará. Esa voz, incluso, será la voz del mismísimo
amor. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia:
el texto comienza y concluye con estas palabras; son el primer versículo y el
último del salmo porque de todo lo que hemos venido narrando desde el principio
hasta el fin, no hay cosa que más nos pueda embelesar que la alabanza a Dios y
un eterno «Aleluya»." (s. Agustin, enarrationes in psalmos 117, 27.).
La segunda lectura es del Apocalipsis ( Ap
1,9-11a.12-13.17.19 )
Yo, Juan, vuestro hermano y compañero
en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado
en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra
de Dios y haber dado testimonio de Jesús. Ser fiel al evangelio de Jesús,
normalmente no sale gratis. Porque el “mundo”, en el sentido que le da San Juan
a esta palabra, es enemigo de Jesús, es enemigo de la verdad. Seamos nosotros
fieles a la verdad del evangelio, aunque nos cueste más de un disgusto, porque,
al final, sólo la verdad nos hará libres. Después de todo, sólo Dios es el que
vive por los siglos de los siglos y tiene las llaves de la muerte y de la vida.
Cuando
Juan escribe en la Isla de Patmos, la Iglesia ya está
establecida en todo el mundo conocido de entonces. Y tiene problemas de
heterodoxia y persecuciones durísimas, con la fuerza terrible del Estado --el
romano-- más poderoso de la tierra. Ha pasado mucho tiempo y muchas cosas. Y el
episodio --muy importante, muy notable-- que completa el citado "discurso litúrgico",
va desde la alegría por la Aparición del cenáculo hasta el testimonio singular
y maravilloso de un anciano que nos dice que sigue disfrutando de la misma
juventud interior que en los días --ya lejanos-- de la Resurrección gloriosa de
Jesús, el Maestro.
En el
evangelio continuamos con San Juan (Jn 20,19-31) Hoy el Evangelio nos describe lo que sucede en el
Cenáculo ocho días después del crucifixión,
por primera vez en la ausencia de Tomás, a continuación, en su presencia.
"
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en
una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró
Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor". Antes de recibir el Espíritu
Santo los discípulos de Jesús no tenían paz interior. Sabían que los judíos que
no creían en Jesús como el Mesías de Israel, les odiaban a ellos y querían
exterminarlos. Antes de recibir el Espíritu Santo, los discípulos no se
atrevían ni a salir a la calle, porque sabían que vivían rodeados de un mundo
hostil. Pero cuando ven, de pronto, a Jesús en medio de ellos, exhalando sobre
ellos su aliento y su paz, se llenan de alegría, desaparece el miedo y su alma
se llena de paz y vigor. En este sentido, debemos nosotros examinarnos a nosotros
mismos y ver hasta qué punto la presencia del espíritu de Jesús nos llena de
paz y nos da suficiente ánimo y vigor para hacer frente a las adversidades
interiores y exteriores que frecuentemente nos amenazan. Un alma llena del
espíritu de Jesús, del espíritu de Dios, es un alma en paz, aunque por dentro y
por fuera nos veamos frágiles e inseguros. Las propias dolencias físicas y las
dolencias del alma que nos causan los acontecimientos exteriores no deben nunca
robarnos la alegría y la paz interior. Los grandes santos fueron personas de
una gran paz interior, aunque todos ellos tuvieron que sufrir mucho, en su
lucha contra las tentaciones interiores y contra el mundo hostil que les
rodeaba. Pidamos a Dios que no nos falte nunca su espíritu, el espíritu de
Dios, el Espíritu Santo.
Contestó
Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Tomás no era distinto de los demás
apóstoles de Jesús. También él necesitó ver para creer, para ahuyentar el miedo
del alma, para recobrar una paz interior que había perdido. Tampoco Tomás era
muy distinto de muchos de nosotros, cuando pensamos que los límites de la
ciencia son los límites de la religión y cuando creemos que la creencia no
puede ir más allá de la certeza científica y comprobable. La fe religiosa,
nuestra fe cristiana, tiene unos fundamentos que van más allá de los postulados
empíricamente científicos, porque se basa en la autoridad del Dios que se nos
ha revelado en Jesucristo. Pidamos a Dios que nos dé una fe tan viva y profunda
como la que recobró Tomás cuando vio corporalmente a Jesús y que nos permita
decir con toda el alma: ¡Señor mío y Dios mío!
Para nuestra vida.
Hermosa
síntesis de la experiencia que tienen los primeros cristianos de la resurrección
de Jesús, el fragmento del Apocalipsis incluye testimonios de la Resurrección y
las apariciones de Jesús a los Apóstoles centran el relato de este Segundo
Domingo del Tiempo Pascual, y marcan ese arco histórico de muchos años en la
primitiva vida de la Iglesia. Del cenáculo lleno de hombres temerosos iba a
salir, gracias a Espíritu, el fermento, fuerte e ilustrado, de una Iglesia
pujante, eficaz… y perseguida. La mejor clave para adorar y meditar la
Resurrección de Jesús está en el efecto de ese prodigio suscitado en los
Apóstoles. Primero --ya, de una vez—creyeron que Él era Dios; y, entonces, se
convirtieron en seguidores conscientes de una actitud y de un camino de
indudable trascendencia: de la divinidad y humanidad de Cristo y del camino por
Él marcado. Antes de la Cruz y de la Resurrección, los Doce y sus acompañantes
no eran otra cosa que una banda irregular de seguidores, llenos de dudas. Para
que no existan lagunas en el "discurso litúrgico" de esa
transformación, bien claro está el contenido del Libro de los Hechos de los
Apóstoles y de la velocidad en el crecimiento del número de fieles. Pedro ya
está constituido como primado de esa naciente Iglesia y no sólo lo establece su
autoridad humana, porque la autoridad divina le llega en su capacidad --y en la
de su sombra
Hoy
es el día de la "Divina misericordia" y hay algo que todavía no
tenemos asumidlo los cristianos y es que:
tenemos que ser misericordiosos. Sus llagas nos han curado. Jesús
nos envía a
perdonar no a condenar, nos entrega el evangelio de la misericordia. Así lo ha
expresado el Papa Francisco: “La Cruz de Jesús es la Palabra con la que Dios ha
respondido al mal del mundo. A veces nos parece que Dios no responde al mal,
que permanece en silencio. En realidad Dios ha hablado, ha respondido, y su
respuesta es la Cruz de Cristo: una palabra que es amor, misericordia, perdón.
Y también juicio: Dios nos juzga amándonos. Recordemos esto: Dios nos juzga
amándonos. Si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo me condeno, no por él,
sino por mí mismo, porque Dios no condena, El sólo ama y salva”. Dios no se
cansa de perdonar. Nos ha dicho, además, que tenemos que anunciar la
misericordia de Dios. Nosotros tenemos que ser mensajeros de perdón, aprender a
perdonarnos primero a nosotros mismos y ser instrumentos de perdón y
reconciliación para todos. Este es el Evangelio auténtico.. Que la celebración
de este día nos ayude a ser misericordiosos y compasivos todo el año.
Las
lecturas de este tiempo de Pascua nos llevan a dos actitudes que deben arraizar
profundamente en nuestras vidas: la fe y la paz.
Los apóstoles dudaron. Pedro no se fía
de lo que decían las mujeres. Tomás exige ver las señales de los clavos en las
manos y de la lanza en el costado. De ello se deduce que la duda es algo
connatural al hombre. Pero la duda tiene su aspecto positivo: evita que
caigamos en el desatino o en lo irracional. Un creyente no es un crédulo que
acepta todo sin pasarlo por el tamiz de la razón. Un creyente de verdad tiene
que pasar del fideísmo a la fe adulta, responsable y personalizada, que nos
hace gritar: "¡Señor mío y Dios mío!" No creemos porque nos lo han
dicho otros, sino porque nosotros mismos hemos experimentado la presencia de
Jesús vivo en nuestra vida. Creer es fiarse de Alguien: Jesús de Nazaret, el
Resucitado, que ha vencido a la muerte, dando un nuevo sentido a nuestras
vidas. El mejor don que nos regala la fe en Jesús es la paz, plenitud de todos
los dones. Es una paz que produce en nuestro interior una sensación profunda de
felicidad y realización personal. Sin embargo, esta paz no puede quedar encerrada
en nosotros mismos, sino que tiene que salir hacia afuera, tiene que notarse y
ser testimoniada. La construcción de un mundo en paz es una tarea de todo
cristiano, partiendo siempre de la justicia y el amor. Hoy la paz se siente
amenazada por los atentados terroristas. Matar en nombre de Dios es una
blasfemia, porque Dios nos regala siempre su paz.
Para vivir esta fe y paz
tenemos que relacionarse con Dios desde la confianza filial consciente de que
habla con su Padre. Dios es la fidelidad misma, cumple siempre, no falla jamás.
El cristiano tiene que corresponder a esa fidelidad ,siendo fieles al que nos
es fiel hasta la muerte.
La fe de la que hablamos no es algo
racional y abstracto, sino que tiene que
ser operante, acompañada de buenas obras. Una fe, sin obras, está muerta. El
creyente se ha comprometido a guardar los mandamientos, la palabra de Cristo.
La fe, si está viva, produce necesariamente obras de amor operativo. En la vida
espiritual, la fe es el "espíritu" y las obras la "letra";
y, si no hay letra, no puede haber espíritu de la letra. "Cree de verdad
aquel que practica con la vida la verdad que cree", dice S. Gregorio
Magno. La fe actúa por la caridad
Esta vida de fe activa nos da la
claves de otra realidad; también las lecturas nos sitúan ante el nacimiento de
las primeras comunidades cristianas. ¿Qué diferencias y semejanzas, hay entre aquellas
y las nuestras?. El recuerdo idealizado de la primera comunidad cristiana en el
Libro de los Hechos muestra las cualidades que tiene el grupo de los seguidores
de Jesucristo: hacías signos y prodigios, los enfermos eran curados, la gente
"se hacía lenguas de ello".....Comparado todo esto con la imagen
miedosa de muchos cristianos del siglo XXI, puede parecer que nos encontramos
muy lejos de aquel ideal. Parece que en lugar de aumentar, disminuye en algunos
lugares el número de los que se adhieren a Jesús. Sin embargo, no es del todo
cierto que seamos peores en general, a pesar de los escándalos de algunos
cristianos y sacerdotes, presentados en los medios de comunicación o en el cine
con cierta morbosidad interesada. La Iglesia es santa y pecadora al mismo
tiempo, santa porque fue fundada por Jesucristo, aspira a la santidad de todos
sus miembros y es apoyada siempre por la gracia salvadora de Jesucristo. Pero
está compuesta por hombres y mujeres pecadores. Pretender que en ella todo sea
santo es no comprender la condición humana. La fe se vive y se celebra en
comunidad y es ella, la Iglesia, el medio e instrumento de salvación, a pesar de
sus defectos y pecados.
El fragmento de la primera
lectura nos sitúa ante los apóstoles que hacían muchos signos y prodigios
en medio del pueblo. Mucha gente de los alrededores acudía a
Jerusalén, llevando enfermos y poseídos por espíritus inmundos, y todos se
curaban. Que Jesús curaba a los enfermos es una de las verdades que más
frecuentemente repiten los evangelios. Ante un enfermo el alma de Jesús se
conmovía y su corazón misericordioso le impulsaba a curarlo. Sus Apóstoles quisieron
hacer siempre lo mismo que había hecho su Maestro: predicar el Reino de Dios,
curar enfermos, anunciar la buena nueva, el evangelio, a todas las personas,
con especial atención a las personas más desprotegidas y marginadas de la
sociedad. Esa era la señal distintiva de los discípulos del Maestro: amarse
entre ellos y extender su amor a todas las personas necesitadas de amor.
Todo esto se nos presenta como
algo difícil, pero Jesús mantiene lo mismo que les dio a los primeros discípulos. Cristo
les dio y nos da el soplo del Espíritu Santo, los inunda de paz y, ungiéndolos
sacerdotes, los envía a predicar y perdonar los pecados. Vigorizados y ungidos,
los apóstoles salen y “hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo y
crecía el número de los creyentes, que se adherían al Señor” (He 5,12-16). Hoy
nuestra Iglesia está en esa misma realidad. El Resucitado no nos ha dejado huérfanos.
Esta llamada y don lo describe así San Cirilo de Alejandría: "Nuestro Señor Jesucristo instituyó a
aquellos que habían de ser guías y maestros de todo el mundo y administradores
de sus divinos misterios, y les mandó que fueran como astros que iluminaran con
su luz no sólo el país de los judíos, sino también a todos los países que hay
bajo el sol, a todos los hombres que habitan la tierra entera. Es verdad lo que
afirma la Escritura: Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien
llama. Fue, en efecto, nuestro Señor Jesucristo el
que llamó a sus discípulos a la gloria el apostolado, con preferencia a todos
los demás". (San Cirilo de Alejandría. Sobre el evangelio de San Juan).
Y San Basilio de Seleucia nos recuerda: " Este es el ejército seducido por el Señor; estos son los hijos de la
piscina bautismal, las obras de la gracia, la cosecha del Espíritu. Han seguido
a Cristo sin haberle visto, le han buscado y han creído. Le han reconocido con
los ojos de la fe, no con los del cuerpo. No han puesto su dedo en las marcas
de los clavos, sino que se han unido a su cruz y han abrazado sus sufrimientos.
No han visto el costado abierto del Señor, pero por la gracia han llegado a ser
miembros de su cuerpo y han hecho suya su palabra: «¡Dichosos los que crean sin
haber visto!» (San Basilio de Seleucia. Sermón: Creer sin haber visto).
No hay comentarios:
Publicar un comentario