Comentarios a las lecturas
del Miércoles de Ceniza 10 de febrero de 2016.
Comenzamos el tiempo litúrgico
de la cuaresma: «He
aquí el día de la salvación» (2Cor 6,2). Hagámoslo reconociéndonos pecadores y
sabiendo que nuestro Dios es compasivo y misericordioso. La cuaresma es tiempo
penitencial; la mejor penitencia es aquella que mejor nos prepare y nos
disponga para la conversión, que mejor purifique nuestro corazón. Hoy el salmo
nos invita a decirle confiadamente a Dios: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu
firme”.
La Cuaresma
según San León es “un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la
Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo de Cristo en su retiro al
desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la
purificación del corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana”.
Simbólicamente recuerda los cuarenta días de Moisés en el Sinaí, los cuarenta
años del pueblo israelita en el desierto y los cuarenta días de Jesús en el
desierto.
La
imposición de la ceniza se introdujo en la liturgia en el siglo X,
convirtiéndose con el ayuno en las prácticas fundamentales de la penitencia.
La ceniza
tiene desde sus inicios el objetivo de recordar nuestra terrenalidad
(Gén 2,7). No somos Dios, como pretendieron serlo
Adán y Eva al aceptar el consejo de la serpiente. Y la serpiente sigue tan
suelta como el egoísmo personal y social de pensar sólo en intereses
particulares por encima de Dios y de los hermanos. Son cuarenta días para morir
a todo aquello que nos impide resucitar con Cristo a la vida compartida con los
demás.
La imposición de la ceniza es
acompañada por una de estas dos fórmulas. La antigua: «Acuérdate de que eres
polvo y al polvo volverás»; y la que ha introducido la liturgia renovada del
Concilio: «Conviértete y cree en el Evangelio». Ambas fórmulas son una
invitación a contemplar de manera diversa —normalmente tan superficial— nuestra
vida. “Conviértete y cree en el
Evangelio” , ha sido la exhortación que nos ha dirigido el sacerdote
al imponer la ceniza en el rito que abre la Cuaresma. Evangelio equivale
literalmente a Buena Noticia. Y así es, en efecto, pues no hay mejor noticia
que la que se contiene en el Evangelio, la gran buena nueva de que Dios nos
salva por medio de Cristo. El muere para redimirnos de nuestros pecados y para
darnos una vida nueva, la de los hijos de Dios. En cuanto al término
“convertíos”, otros traducen “arrepentíos” y no sin motivo, pues en definitiva
se trata, en primer lugar, de reconocer la gravedad de nuestro pecado y
llenarnos de compunción, de dolor de corazón por haberlo cometido. Entonces, si
nos arrepentimos de verdad, también nos convertiremos, cambiaremos de conducta,
nos comprometeremos a reparar el mal ocasionado y agradar al Señor.
El miércoles de ceniza a todos
nos trae al recuerdo la conversión y la penitencia, pero creo que la liturgia
no subraya tanto este aspecto, cuanto la interiorización de los actos de
penitencia y de conversión. En la primera lectura se nos narra un episodio de
arrepentimiento en el Antiguo Testamento. El fragmento que hemos escuchado del
Libro de Joel es un bello ejemplo de ello. "Rasgad vuestro corazón, no
vuestras vestiduras". Dios perdona y el pueblo se arrepiente y su
contenido se funde en nuestro interior –creo yo—con los deseos personales de mejora.
El salmo 50 es el famoso “Miserere”, utilizado por la Iglesia desde hace muchos
siglos como texto penitencial. La belleza del texto reside en que tras el
arrepentimiento vuelve la alegría porque Dios ha vuelto a nuestra cercanía. Y,
en cuanto al fragmento de la Segunda Carta a los Corintios, hay una frase de
Pablo de Tarso que nos aclara muchas cosas hoy. Dice: “ahora
es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación”. San Pablo
exhorta a los corintios a que se dejen reconciliar con Dios para sentir su
fuerza salvadora, y a que no dejen pasar el tiempo favorable, el día de la
salvación. En el evangelio Jesucristo, al enseñar sobre las tres prácticas de
piedad del judaísmo: ayuno, oración y limosna, en las tres insiste: "No
hagáis el bien para que os vean lo hombres, y así os recompensen".
las palabras
del profeta Joel son una invitación a todo pueblo. Nadie está excluido. La
invitación tiene un objetivo claro: volver a Dios. ¿Por qué? Porque Dios es
perdón y misericordia. Dios ratifica la Alianza. ¿Cómo? A través de una
penitencia real y no superficial, de un ayuno de corazón y no por la ocasión.
"Volved
a mí de todo corazón". Seguramente no se podría expresar de una forma más
breve y más clara la invitación que Dios nos hace para estos día de Cuaresma.
Ese es el deseo de Dios: que nosotros, que a veces nos encontramos y vivimos
lejos de él, volvamos no por obligación, no de mala gana, no por miedo... sino
de "todo corazón".
Dejaos reconciliar con Dios.
Todo hombre, aunque sea muy religioso, siente que su actuar y su vida no
siempre están en paz y reconciliación con Dios. Se da cuenta de que a veces no
está religado a Dios, sino que ha roto su relación con Él. Dejarse reconciliar
es volver a aceptar nuestra condición "religiosa", y establecer con
Dios las relaciones auténticas: no de enemistad o de odio, sino de amor y de
amistad, no de separación o apartamiento sino de cercanía e intimidad. No somos
nosotros quienes nos reconciliamos con Dios, más bien tenemos que dejarnos
reconciliar; somos libres para aceptar la reconciliación, pero no para crearla
o iniciarla.
"Entre
el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, diciendo:
Perdona, Señor, perdona a tu pueblo..."(Jl 2,
12-18). Sacerdotes de Dios para interceder por los hombres.
Ayudándoles a estar a buenas con el Señor, dándoles a conocer su infinita
misericordia y su justicia implacable. Pidiendo perdón por los pecados propios
y por los de todo el pueblo, desagraviando con el propio sacrificio tanto
desamor como se tiene con quien es el Amor. El profeta Joel sigue diciendo: "Que
el Señor sienta celos por su tierra y perdone a su pueblo" (Jl 2, 18). Perdona, Señor, perdona a tu pueblo.
La Biblia de
Jerusalén le pone a este salmo sencillamente el título de Miserere,
palabra con la que comienza el texto latino. Este salmo penitencial tiene un
estrecho parentesco con la literatura profética, sobre todo con Isaías y
Ezequiel. Dios, totalmente puro e íntegro, al perdonar, manifiesta su poder
sobre el mal y su victoria sobre el pecado (v. 6). El salmo describe el reino
del pecado sin mencionar ni una vez a Dios (vv. 4-5). El pecado es una marcha
aberrante fuera de la ruta, una contorsión de la voluntad divina, una
erradicación del suelo nutricio que es Dios. Una vez descrito el pecado, aparece
en seguida el polo divino: «Contra ti, contra ti sólo pequé» (v. 6). Al
levantarse contra Dios, el hombre ha pretendido ponerse en el puesto divino.
V. 3:
Comienza el salmo con la apelación a la misericordia, que incluye la confesión
formal del pecado; este verso es síntesis o germen del resto.
VV. 4-5:
Comienza la primera parte, en el reino del pecado, sin mencionar a Dios. Repite
siete veces la raíz «pecado» y siete veces diversas palabras sinónimas.
V. 6: El
pecado es acto personal contra Dios, no mera violencia de un orden abstracto.
En la sentencia de este careo, uno resultará «el inocente», o «tendrá razón», y
otro resultará el culpable; cuando yo me reconozco «el culpable», estoy
confesando que Dios es «el inocente» o el justo; yo estoy ante Dios sin
justicia mía.
VV. 12-14:
En esta nueva creación Dios derrama un triple espíritu que ordena nuestro ser:
espíritu firme, santo, generoso. Este espíritu trae la salvación y con ella la
alegría.
V. 15: Una
de las consecuencias de la reconciliación es este afán comunicativo o
expansivo; el hombre reconciliado quiere convertir a otros y enseñarles el
camino de vuelta a Dios.
V. 16: El
castigo de la sangre puede ser la muerte, comprendida como «pena capital» del
pecado, según la tradición de Gn 2; pudiera ser
alusión a un delito que merece pena de muerte.
V. 17:
Después de la liberación, el hombre responde con himnos y acción de gracias.
En el salmo se
aprecia un sentido igualmente vivo de la posibilidad de conversión: el pecador,
sinceramente arrepentido (cf. v. 5), se presenta en toda su miseria y desnudez
ante Dios, suplicándole que no lo aparte de su presencia (cf. v. 13).
Por último,
en el Miserere, encontramos una arraigada convicción del perdón divino
que «borra, lava y limpia» al pecador (cf. vv. 3-4) y llega incluso a
transformarlo en una nueva criatura que tiene espíritu, lengua, labios y
corazón transfigurados (cf. vv. 14-19). «Aunque nuestros pecados -afirmaba
santa Faustina Kowalska- fueran negros como la noche,
la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Hace falta una sola
cosa: que el pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazón... El
resto lo hará Dios. Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia
acaba». (M. Winowska, El icono del Amor
misericordioso. El mensaje de sor Faustina, Roma 1981, p. 271).
La segunda lectura está
tomada de la segunda carta a los corintios ( 2 Cor
5,20 - 6,2) nos muestra la confianza que Dios nos tiene. "Ya que somos sus colaboradores, os exhortamos a que no recibáis en vano la
gracia de Dios".
(2Co 6, 1).
Dios nos ha elegido para ser sus colaboradores. La exhortación paulina es recordarnos
a que esto no sea una elección vana .
Somos, pues, embajadores de Cristo, y es
como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os
suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios.
A quien no cometió pecado, Dios lo hizo
por nosotros reo de pecado, para que, por medio de él, nosotros nos
transformemos en salvación de Dios.. Porque Dios mismo dice: En el tiempo
favorable te escuché; en el día de la salvación te ayudé. Pues mirad, éste es
el tiempo favorable, éste es el día de la salvación.
San Pablo
nos dice la suerte que tenemos de pertenecer al tiempo de la Gracia.
Es el Señor
el que se vuelve a nosotros, se convierte a nosotros, ofreciéndonos la vida y
la salvación. Ya que no nos mueve nuestra realidad, pues estamos ciegos, ¡Dios
mismo se adelanta con su amor!.
Hoy el evangelio de San Mateo (Mt
6,1-6.16-18 )
da continuidad a la meditación sobre el Sermón del Monte. En los días
anteriores hemos reflexionado sobre el mensaje del capítulo 5 del evangelio de
Mateo. En el Evangelio de hoy y en los días siguientes vamos a meditar el
mensaje del capítulo 6 del mismo evangelio.
El evangelio
de hoy nos presenta las tres herramientas básicas de la conversión: la limosna
(6,1-4), la oración (6,5-6) y el ayuno (6,16-18). Son las tres obras de piedad
de los judíos: la limosna-servicio a los pobres, la oración-unión con Dios, el
ayuno-renuncia a la búsqueda exclusiva del propio bienestar. La oración
auténtica debe llevarnos a la compasión hacia el hermano necesitado. Sin
oración no hay experiencia de Dios. Entendemos con frecuencia la oración como
“pedir” ayuda al Señor cuando estamos en apuros. Orar es, sobre todo, escuchar
a Dios, discernir la voluntad de Dios, que nos habla a través de su Palabra, de
las personas y de los acontecimientos (los signos de los tiempos).
Mateo 6,1: No
practicar el bien para ser vistos por los otros. Jesús critica los que
practican las buenas obras sólo para ser vistos por los hombres (Mt 6,1). Jesús
pide apoyar la seguridad interior en aquello que hacemos por Dios. En los
consejos que él se presenta un nuevo modo de relación con Dios: “Y tu Padre que
ve en lo secreto te recompensará" (Mt 6,4). “Antes de que pidáis, el Padre
sabe lo que necesitáis” (Mt 6,8). “Si perdonáis las ofensas de los hombres,
también el Padre celestial os perdonará” (Mt 6,14). Es un nuevo camino que aquí
se abre de acceso al corazón de Dios Padre. Jesús no permite que la práctica de
la justicia y de la piedad se use como medio de auto-promoción ante Dios y la
comunidad (Mt 6,2.5.16).
Mateo 6,,2-4:
Como practicar la limosna. Dar la limosna es una manera de realizar el
compartir tan recomendado por los primeros cristianos (Hec
2,44-45; 4,32-35). Demasiadas veces en la sociedad como en la Iglesia, hay
personas que hacen gran publicidad del bien que hacen a los demás. Jesús pide
el contrario: hacer el bien de forma tal que la mano izquierda no sepa lo que
hace la mano derecha. Es el total desapego y la entrega total en la gratuidad
del amor que cree en Dios Padre y lo imita en todo lo que hace.
Mateo 6,5-6:
Como practicar la oración. La oración coloca a la persona en relación intima
con Dios. Algunos fariseos transformaban la oración en una ocasión para
aparecer y exhibirse ante los demás. En aquel tiempo, cuando tocaba la trompeta
en los tres momentos de la oración: mañana, mediodía y tarde, ellos debían
pararse en el lugar donde estaban para hacer sus oraciones. Había gente que
procuraba estar en las esquinas en lugares públicos, para que todos pudiesen
ver cómo rezaban. Ahora bien, una actitud así, pervierte nuestra relación con
Dios. Es falsa y sin sentido. Por esto, Jesús dice que es mejor encerrarse en
un cuarto y rezar en secreto, preservando la autenticidad de la relación. Dios
te ve también el lo secreto y él te escucha siempre.
Se trata de la oración personal, no de la oración comunitaria.
Mateo 6,16-18:
Como practicar el ayuno. En aquel tiempo la práctica del ayuno iba acompañada
de algunos gestos exteriores bien visibles: no lavarse la cara ni peinarse,
usar ropa de color oscuro. Era la señal visible del ayuno. Jesús critica esta
manera de actuar y manda hacer lo contrario, para que nadie pueda percibir que
estás ayunando: báñate, usa perfume, péinate bien el pelo. Y así el Padre que
ve en lo secreto recompensará.
Para
nuestra vida.
Comenzamos el tiempo de la
conversión y la penitencia. Cuarenta días de desierto donde buscar a Dios y purificándonos
en nuestra debilidad y dependencia hacia el mal.
La Iglesia quiere que este
tiempo sea una amplia secuencia de preparación para las fiestas grandes de
nuestra fe. La Cuaresma termina con el Triduo Pascual: con el Viernes Santo, la
muerte de Jesús, y el inicio de la Pascua, con la conmemoración de la
Resurrección del Señor. La preparación no es otra que la purificación de
nuestra propia vida, el abandono de conductas que endurecen nuestro corazón y
lo separan de Dios. La penitencia que simboliza la ceniza es necesaria. Y todo
aquel que lo niegue está equivocado. Todos y todas somos grandes pecadores y
necesitamos del arrepentimiento, de la rectificación.
Necesitamos tiempo y preparación.
Cuando se dice que los caminos de arrepentimiento que propicia la cuaresma
están en la oración, en el ayuno y la limosna estamos marcando un tiempo de
aprendizaje que, con el asesoramiento de los que ya tienen más experiencia al
respecto, nos llevará a un replanteamiento de nuestras vidas. No podemos vivir
sin oración, no podemos permanecer mudos y fríos ante Dios. Los excesos físicos
–y el desorden alimentario es uno de ellos—no ayudan al espíritu, embotan el
cuerpo. Y la limosna, que era el modo de la redención de los pecados en el
Antiguo Testamento, nos sirve hoy para rectificar nuestros abusos y avaricias.
Perseverar en la oración, el ayuno y la limosna nos ayudará e ver nuestra vida
con los ojos santificadores de Dios.
En la primera lectura resuena
la invitación de dejarnos reconcialiar por Dios. A
nosotros, cristianos, quien nos reconcilia con Dios es nuestro Señor Jesucristo
por medio de su cruz y de su gloriosa resurrección. Por eso, la cuaresma es el
tiempo propicio para que Jesucristo haga eficaz en nosotros la obra de su
reconciliación con el Padre y, consecuentemente con nuestros hermanos los
hombres.
Ya
hemos visto que san Pablo tiene como punto central la reconciliación: “dejar
que Cristo nos reconcilie con Dios”. De acuerdo al cambio de vida se da nuestra
reconciliación con Dios. Por esto, los ayunos, abstinencias, promesas, etc.,
tienen sentido si ayudan a cambiar de vida, a renovar la alianza de amor con
Dios, a impulsar la reconciliación con Dios como fruto de una vida nueva
reconciliada con los hermanos. De lo contrario es puro teatro. El otro aspecto
importante de la reconciliación es asumirlo como un regalo gratuito que se
adquiere a través de Cristo. Y la reconciliación como regalo de Dios que nos
convierte en sujetos del cambio, no es para enterrarla esperando mejores
tiempos, sino para multiplicarla ¡ya!, en el ahora que es siempre un tiempo
favorable (kairós). Comprometerme más seriamente en
la tarea de sembrar tu palabra, en el afán de ser santo a los ojos de mi Dios y
Señor. Recomenzar como si nada hubiera ocurrido. Rectificar y recuperar cuanto
pueda lo pudo perderse.
En
el Evangelio, Jesús pide practicar la limosna, el ayuno y la oración alejados
de toda hipocresía:
«No lo vayas trompeteando por delante» (Mt 6,2). Los hipócritas, enérgicamente
denunciados por Jesucristo, se caracterizan por la falsedad de su corazón. Jesús
advierte hoy no sólo de la hipocresía subjetiva sino también de la objetiva:
cumplir, incluso de buena fe, todo lo que manda la Ley de Dios y la Escritura
Santa, pero realizándolo de manera que quede en la mera práctica exterior, sin
la correspondiente conversión interior.
Entonces, la limosna —reducida
a “propina”— deja de ser un acto fraternal y se reduce a un gesto
tranquilizador que no cambia la mirada sobre el hermano ni hace sentir la
caridad de prestarle la atención que se merece. El ayuno, por otra parte, queda
limitado al cumplimiento formal, que ya no recuerda en ningún momento la
necesidad de moderar nuestro consumismo compulsivo ni la necesidad que tenemos
de ser curados de la “bulimia espiritual”. Finalmente, la oración —reducida a
estéril monólogo— no llega a ser auténtica apertura espiritual, coloquio íntimo
con el Padre y escucha atenta del Evangelio del Hijo.
La religión de los hipócritas
es una religión triste, legalista, moralista, de una gran estrechez de
espíritu. Por el contrario, la Cuaresma cristiana es la invitación que cada año
nos hace la Iglesia a una profundización interior, a una conversión exigente, a
una penitencia humilde, para que dando los frutos pertinentes que el Señor
espera de nosotros, vivamos con la máxima plenitud de alegría y el gozo
espiritual de la Pascua.
Jesús mostró la bondad de esa práctica
ayunando cuarenta días en el desierto. Y además dijo, refiriéndose al demonio
mudo, que sólo se combate con el ayuno y la oración.
Algunos padres de la Iglesia, al hablar
del ayuno, lo contraponen al pecado de Adán y Eva, que dicen fue de gula. Con
esa imagen nos muestran que es bueno saber prescindir de cosas para moderar el
deseo y estar prontos para cumplir la ley de Dios.
El exceso en el comer y en el beber
embota la inteligencia, y dificulta la vida espiritual. Puede ser causa de
otros pecados. Aunque santo Tomás dice que es muy difícil llegar a pecar
mortalmente de gula, todos sabemos que la dependencia de la comida es un lastre
que hay que vigilar.
Algunos consideran que la gula sólo es
exceso de comida, pero no es así. Comer caprichosamente, o ser sibarita, buscar
sólo platos especiales o muy caros, al igual que el desorden, forman parte de
la constelación de esta clase de pecados.
La importancia del ayuno no reside en sí
misma, sino en que dispone nuestro espíritu para estar más atento a Dios, y ser
así capaces de responderle con mayor prontitud y generosidad. No basta la
moderación en el comer, sino que es necesaria la intención. Los Padres de la
Iglesia señalan que el ayuno ayuda a la oración.
Esta ascesis nos mueve a desaficionarnos
de los bienes terrenos y a ser más sensibles a los dones espirituales.
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