Comentarios a la lecturas
en la Solemnidad de la La Inmaculada Concepción de
Santa María Virgen 8 de diciembre de 2015
LA ENTRAÑABLE MISERICORDIA DE NUESTRO DIOS
En este día en el que aclamamos a María como
Inmaculada y Virgen, nos unimos al Papa Francisco que en esta jornada mariana
abre e inicia oficialmente el Año Santo Jubilar de la Misericordia. Una llamada
a trabajar, redescubrir y llevar en todas nuestras líneas cristianas ese gran
amor que, porque de Dios viene, se ha de hace efectivo, afectivo y constante
allá donde nos encontramos. Podemos empezar hoy invocando a la Virgen
Inmaculada como Madre de Misericordia. Que Ella, en este Año Santo Jubilar, nos
ayude a descubrir el rostro de Cristo.
Sobre
la misericordia dice el cardenal Robert Sarah: " etimológicamente, la
misericordia consiste en arrojar el propio corazón dentro de la miseria del
otro, en la mano al otro en el corazón de su presencia.Pero,
antes de inundarnos con su bondad, misericordia existe verdad justicia y
arrepentimiento. En Dios la misericordia se hace "perdón". Nos
hallamos pues en el centro del mensaje evangélico.
El
perdón es el rasgo más marcado el amor de Dios hacia el hombre. San Pedro
pregunta a Jesús: "señor ¿cuantas veces tengo
que perdonar a mi hermano cuando pequé contra el?
¿Hasta siete? Jesús le respondió: "no te digo que hasta siete veces, sino
hasta 70 veces siete " (Mt 18,21-22). Es decir incansablemente….
Tenemos
que amar como Dios. Y seguido Dios conoce las bajezas y las grandes debilidades
del hombre, pero arroja su corazón sobre nuestra miseria: se alegra de perdonar
el perdón consiste en volver a empezar a amar más tranquilidad y generosidad
cuando el amor ha sido maltratado.
....
Dios
es perdón, amor y misericordia aquí-de ningún otro sitio-reside la radical
novedad del cristianismo. Los hombres deben perdonar perdón a Dios,
incansablemente. Hemos sido modelados por el y hasta
recordar para aceptar sin esfuerzo su voluntad, que nos pide ser perfectos como
nuestro Padre celestial es perfecto en la misericordia. El perdón permite
siempre una re-creación del hombre, porque se trata de una oportunidad vida del
cielo. (Robert Sarah, Dios o nada, pgs. 246. Madrid
2015).
En Santa María está el inicio de nuestra salvación, de ella
nace Jesucristo, el vencedor del Maligno. Ella fue la elegida por Dios para que
fuera su madre. En ella pensó desde la eternidad como pieza clave de la
Redención... Paro eso la colmó con su gracia, la hizo inmaculada desde el
momento de ser concebida, sin que la mancha del pecado original empañara el
brillo de su grandeza. Fue la excepción de la regla, según la cual todos los
descendientes de Adán participaban de su pecado.
El pueblo cristiano se pronunció por esta verdad antes de
que la Iglesia, a través del Papa y los Obispos, se pronunciaran por esa verdad
que, aunque no está expresamente revelada en las Escrituras, sí se contiene
implícitamente en el relato de la promesa de redención por medio del
descendiente de la Mujer y en el saludo que el arcángel Gabriel, "Llena de
gracia", dirige a la Virgen... El recuerdo vivo de estos hechos nos llena
de paz y de alegría, y también de amor a nuestra Madre Inmaculada.
El dogma de la Inmaculada Concepción fue promulgado por
el Papa Pío Nono, en su Bula Ineffabilis Deus, el
papa declara que la Virgen María fue preservada inmune de toda culpa original
lo que realmente está diciendo es que la Virgen María fue una criatura humana
llena de Gracia desde el momento mismo de su concepción hasta el momento mismo
de su muerte. No quiere decir que la Virgen María fuera concebida de manera
distinta a como somos concebidas las demás personas; lo que dice es que, en
previsión de los méritos de Cristo Jesús, la gracia de Dios hizo que en la
persona de María no habitara nunca el pecado. María, por sí misma, fue una
criatura humana limitada y frágil que tuvo que luchar contra las tentaciones e
invocar cada día la gracia de Dios para poder vencerlas. Fue la gracia de Dios la
que, derramándose totalmente y desde el primer momento en el ser de María, hizo
que María fuera una criatura inmaculada desde el momento mismo de su
concepción. Nosotros, mientras vivimos, podemos tratar de imitar a María,
pidiéndole a Dios que no nos falte nunca su gracia para superar las tentaciones
de cada día, como María las superó. Reconociendo nuestra debilidad y nuestra
natural inclinación al pecado le pediremos a Dios, con humildad, que mire
nuestra humillación y nos libre de todo pecado.
Las lecturas de hoy nos
enfrentan a la actitud de Eva y de María. Eva fue engañada por el Maligno e
inauguró el imperio del pecado en el género humano, que fue creado por Dios
libre de culpa. El recuerdo del fragmento del Libro del Génesis nos sitúa
perfectamente la frustración humana ante ese pecado y marca la nueva exigencia
de Dios para Anda y Eva fuera del Edén. Lo que iba a venir después se parece a
nuestra vida de cada día, a las obligaciones y realidades del género humano. Y
claro está que dicho texto del Génesis contrasta con el bellísimo pasaje de la
Anunciación en el texto de Lucas –uno de los fragmentos más bellos del
Evangelio—donde, precisamente, se anuncia la salvación de las criaturas
predilectas de Dios –“los hiciste poco inferior a los ángeles—que por su
ambición imposible se apartaron del camino trazado en principio por Dios.
La
primera lectura nos sitúa en los momentos iniciales de la humanidad (Gen 3, 9-15. 20 )
El yahvista
divide la historia de la humanidad en dos cuadros: antes del pecado y después
del pecado. Antes del pecado la vida del hombre era maravillosa. Vivía feliz,
desconocía el dolor y la muerte, Dios era su confidente y toda la naturaleza
estaba a su disposición. Después del pecado el cuadro cambia radicalmente.
Aparece el dolor, el trabajo, la muerte, el egoísmo, la división. El hombre siempre
se ha preguntado por el origen del mal y ha procurado darse una respuesta. Esta
lectura que es un relato religioso, de estilo poético-místico, que no quiere
ser una investigación histórica sino una reflexión sobre el sufrimiento del
hombre, ha llegado a esta conclusión: la fuente moral del pecado es el hombre
que se ha equivocado al hacer la opción del valor fundamental de su vida.
Después del pecado, Dios viene
a pedir cuentas. Hoy leemos el fragmento final de esta escena inicial de la
Biblia, en el que se manifiesta tan claramente el drama de la humanidad: el
hombre y la mujer deseosos de hacer todo lo que les resulte atractivo, y
negándose a cualquier limitación... Pero para vivir la vida humana de forma
estimable, hay que ponerse límites; de lo contrario se cometen disparates (y
Dios quería mostrar estos límites). El pecado ha roto la doble relación de
unión y confianza: con Dios (antes el hombre estaba desnudo ante Dios y no
pasaba nada; ahora tiene miedo) y con los otros (la mujer, a quien el hombre
había saludado gozosamente como "hueso de mis huesos y carne de mi
carne", ahora es llamada, despectivamente y distanciadamente, "la
mujer que me diste"). Es de notar también que la serpiente no es
interrogada: no tiene entidad, no es más que la representaci6n de la fuerza del
mal.
Ante todo esto, Dios anuncia el
castigo pero también hay, en este mismo momento, el anuncio de la salvación: de
la misma descendencia de la mujer surgirá la victoria sobre la serpiente: la
serpiente conseguirá herir en el talón (una herida que puede curarse), pero
ella será herida en la cabeza (una herida mortal). El último versículo que
leemos está lleno de fuerza y de esperanza. El hombre (que no tiene nombre),
pone el primer nombre humano, Eva. Y este primer nombre humano tiene un
significado lleno de futuro, de fecundidad, de continuidad inacabable.
Llegará un tiempo en el que
Dios cambiará la situación y dará a la descendencia de Adán la posibilidad de
recuperar la posición perdida. La humanidad se levantará contra la serpiente y
uno de ellos le aplastará la cabeza. A su lado tendrá a la mujer. En la
tradición bíblica al lado del hombre encontramos siempre a la mujer implicada
en la obra de la salvación.
Las enemistades y la victoria
hay que interpretarlas en sentido mesiánico colectivo. La descendencia no es
exclusivamente el hijo de David, sino el Hijo del hombre como descendencia de
la mujer.
El interleccional de hoy (Sal 97 ) es una invitación a reconocer y cantar
las maravillas de Dios en sus criaturas
El salmista que compuso el salmo 97 hacía una invitación a
todas las criaturas –a todas las gentes, judíos y gentiles—para que alaben a
Dios, Rey del Universo. La invitación del antiguo poeta también nos sirve a
nosotros: que debemos ensalzar y glorificar constantemente al Señor Dios
Nuestro Padre.
La segunda lectura
de la carta a los Efesios (Ef 1, 3-6. 11-12.), contiene
una de las ideas más claras de San Pablo que repite en varias ocasiones en sus
escritos. Es la referencia clarísima de que nosotros estamos elegidos por Dios,
en la persona de Cristo, antes de crear el mundo. La sabiduría eterna de Dios
–y, por tanto, intemporal—supo ver la traición de sus criaturas, pero también
preparó la solución del problema. Desde antes de la creación se perfilaba la
Redención con la naturaleza humana, en todas sus consecuencias, del Hijo de
Dios. Y en ese plan, por supuesto, ya aparecía María. Asimismo estas palabras
de Pablo de Tarso forman parte de un himno litúrgico de extraordinaria belleza,
que repetimos en muchas ocasiones.
Hoy
el evangelio de San Lucas (Lc 1,
26- 38) nos presenta el esplendido cuadro
de la anunciaicón. La Palabra entra en la vida. Lucas presenta a las personas y los
lugares: una virgen llamada María, prometida a un hombre, llamado José,
de la casa de David. Nazaret, una pequeña ciudad en Galilea.
Galilea era periferia. El centro era Judea y Jerusalén. El ángel Gabriel
es el enviado de Dios para esta virgen que moraba en la periferia.
El nombre Gabriel significa Dios es fuerte. El nombre María
significa amada por Yavé o Yavé
es mi Señor. La historia de la visita de Dios a María comienza con
una expresión: “En el sexto mes”. Se trata del “sexto
mes” de embarazo de Isabel, parienta de María, una mujer ya avanzada en edad,
precisando ayuda. La necesidad concreta de Isabel es el trasfondo de todo este
episodio. Se encuentra al comienzo (Lc 1,26) y al
final (Lc 1,36.39).
La reacción de
María.. La Palabra de Dios alcanza a María en el
ambiente de vida de cada día. El ángel dice: “¡Alégrate! ¡Llena de gracia! ¡El Señor está
contigo!” Palabras semejantes ya habían sido dichas a Moisés (Ex
3,12), a Jeremías (Jr 1,8), a Jedeón
(Jz 6,12), a Ruth (Rt 2,4)
y a muchos otros. Abren el horizonte para la misión que estas personas del Antiguo
Testamento debían realizar al servicio del pueblo de Dios. Intrigada con el
saludo, María trata de conocer el significado. Es realista, usa la cabeza.
Quiere entender. No acepta cualquier aparición o inspiración.
La explicación del
ángel. “No temas, María!” Este es siempre el
primer saludo de Dios al ser humano: ¡No temas! Enseguida, el ángel recuerda
las grandes promesas del pasado que se realizarán a través del hijo que va a
nacer en María. Ese hijo debe recibir el nombre de Jesús. Será llamado Hijo del
Altísimo, y en él se realizará, finalmente, el Reino de Dios prometido a David,
que todos estaban esperando ansiosamente. Esta es la explicación que el ángel
da a María para que no quede asustada.
Nueva pregunta de
María. María tiene conciencia de la misión
importante que está recibiendo, pero permanece realista. No se deja embalar por
la grandeza de la oferta y mira su condición: “¿Cómo será esto,
puesto que no conozco varón?” Ella analiza la oferta a partir de
los criterios que nosotros, los seres humanos, tenemos a nuestra disposición.
Pues, humanamente hablando, no era posible que aquella oferta de la Palabra de
Dios se realizara en aquel momento.
Nueva explicación
del ángel. "El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios”. El
Espíritu Santo, presente en la Palabra de Dios desde el día de la Creación
(Génesis 1,2), consigue realizar cosas que parecen imposibles. Por esto, el Santo
que va a nacer de María, será llamado Hijo de Dios. Cuando hoy la Palabra de
Dios es acogida por los pobres, algo nuevo acontece ¡por la fuerza del Espíritu
Santo! Algo tan nuevo y tan sorprendente como que un hijo nace de una virgen o
como que un hijo nace a Isabel, una mujer avanzada en edad, de la que todo el
mundo decía que no podía tener hijos. Y el ángel añade: “Mira,
también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el
sexto mes”.
La entrega de
María. La respuesta del
ángel aclara todo para María. Ella se entrega a lo que Dios le está pidiendo: “He
aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra”. Maria usa para sí el título de Sierva,
empleada del Señor. El título viene de Isaías, quien presenta la misión del
pueblo no como un privilegio, sino como un servicio a los otros pueblos (Is 42,1-9; 49,3-6).
Para nuestra vida
Estamos
celebrando esta fiesta de la Inmaculada dos días después del segundo domingo de
adviento. No es difícil en este tiempo imaginar a María como una mujer alegre
en la esperanza. María está alegre porque espera, con esperanza activa, que
Dios nazca en su vida y en la vida de todas las personas que ama. Dios ha
querido hacerse carne en su vientre y María está alegre porque sabe que, por
medio de ella, Dios quiere nacer y crecer en el corazón de todos los creyentes.
María está alegre porque sabe que la gracia de Dios le ha permitido a ella ser
colaboradora del Dios que, por amor, ha venido a salvarnos y a redimirnos a
todos. En este día mariano del adviento vamos a pedirle a Dios que se encarne y
crezca cada día un poco más dentro de nuestro corazón. Aprovechemos este Año
Jubilar de la Misericordia.
La Inmaculada, la que nunca estuvo
sujeta a la esclavitud del pecado, fue objeto de todas las complacencias
divinas. Pero también fue la mujer más libre y responsable, sin
condicionamientos de un mal pasado, capaz de asumir una función especialísima
en la historia de nuestra salvación. Su maternidad fue efectivamente
responsable, fue madre porque quiso serlo. María acogió al Mesías deseado por
todo el pueblo y soñado por todas las mujeres de Israel. En ella llega a su
culminación la esperanza de todos los hombres y mujeres del mundo.
María es la "nueva Eva". Eva es
seducida y engañada por el orgullo y el ansia de dominio. Se dejó seducir por
el pecado y fue sometida al yugo de la violencia, del temor, de la tristeza, de
la culpabilidad, de la ignorancia y de la tiranía. María también es seducida,
pero es por el Amor de Dios. Por eso recibe del ángel este mensaje lleno de
confianza: "no temas". María". María, humilde y confiada, libre
y obediente es el prototipo de la mujer nueva, el principio de la nueva
humanidad basada en el amor y en la confianza en la voluntad de Dios. María
quiere alimentarse de la Palabra de Dios, no de otras cosas pasajeras o
engañosas. María se contrapone a Eva, salva a Eva, la rehabilita. Eva transmite
dolor y esclavitud, María ofrece liberación y gracia. La "llena de gracia"
vence al mal y nos invita a nosotros a asociarnos con ella en la lucha. Sabemos
que el Señor "está con nosotros". La fiesta de la Inmaculada, al
comienzo de este tiempo es un estímulo para nuestra "espera
confiada".
Anexo1.-
Comentario a las lecturas Solemnidad de la Inmaculada
Concepción del P. Rainiero Cantalamesa), Elegidos para ser santos e
inmaculados.
" Para que la solemnidad de la
Inmaculada Concepción no se quede en mera celebración de los «privilegios» de
María, sino que nos toque y nos implique profundamente, debemos comprenderla a
la luz de las palabras de Pablo en la segunda lectura: «Dios Padre nos ha
elegido en Jesucristo antes de la creación del mundo para ser santos e
inmaculados en su presencia, en el amor». Todos, por lo tanto, estamos llamados
a ser santos e inmaculados; es nuestro verdadero destino; es el proyecto de
Dios sobre nosotros. Poco más adelante, en la misma Carta a los Efesios, Pablo
contempla este plan de Dios refiriéndolo no ya a los hombres singularmente
considerados, cada uno por su cuenta, sino a la Iglesia Universal esposa de
Cristo: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla, purificarla mediante el bautismo y la palabra, y presentársela
resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida,
sino que sea santa en inmaculada» (Ef 5, 25-27).
Una humanidad de santos e inmaculados: he aquí
el gran proyecto de Dios al crear la Iglesia. Una humanidad que pueda, por fin,
comparecer ante Él, que ya no tenga que huir de su presencia, con el rostro
lleno de vergüenza como Adán y Eva tras el pecado. Una humanidad, sobre todo,
que Él pueda amar y estrechar en comunión consigo, mediante Su Hijo, en el
Espíritu Santo.
¿Que
representa, en este proyecto universal de Dios, la Inmaculada Concepción de
María que celebramos? La liturgia responde a esta pregunta en el prefacio de la
Misa del día, cuando dirigiéndose a Dios canta: En Ella has señalado el
«comienzo de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia
hermosura... Entre todos los hombres es abogada de gracia y ejemplo de
santidad». He aquí, entonces, lo que celebramos en esta solemnidad en María: el
inicio de la Iglesia, la primera realización del proyecto de Dios, en la que
existe como la promesa y la garantía de que todo el plan irá hacia su
cumplimiento: «¡Nada es imposible para Dios!». María es la prueba de ello. En
Ella brilla ya todo el esplendor futuro de la Iglesia, como en una gota de
rocío, en una mañana serena, se refleja la bóveda azul del cielo. También y
sobre todo por esto María es llamada «madre de la Iglesia».
María no se
presenta, en cambio, sólo como aquella que está detrás de nosotros, al comienzo de la Iglesia, sino también como
quien está ante nosotros «como
modelo de santidad para el pueblo de Dios». Nosotros no hemos nacido
inmaculados como, por singular privilegio de Dios, nació Ella; es más, el mal
anida en nosotros en todas las fibras y en todas las formas. Estamos llenos de
«arrugas» que hay que estirar y de «manchas» que hay que lavar. Es en esta
labor de purificación y de recuperación de la imagen de Dios en la que María
está ante nosotros como poderosa llamada.
La liturgia habla de Ella como de un «modelo
de santidad». La imagen es justa, a condición de que superemos las analogías
humanas. La Virgen no es como las modelos humanas que posan, inmóviles, para
dejarse pintar por el artista. Ella es un modelo que obra con nosotros y dentro
de nosotros, que nos lleva la mano al representar las líneas del modelo por
excelencia, suyo y nuestro, que es Jesucristo, para hacernos «conformes a su
imagen» (Rm 8, 29). Es de hecho «abogada de gracia»
antes aún que modelo de santidad. La devoción a
María, cuando es iluminada y eclesial, en verdad no desvía a los creyentes del
único Mediador, sino que les lleva hacia Él. Quien ha tenido la experiencia
auténtica de la presencia de María en la propia vida sabe que ésta se determina
por entero en una experiencia de Evangelio y en un conocimiento más profundo de
Cristo. Ella está idealmente ante todo el pueblo cristiano repitiendo siempre
" lo que dijo en Caná: «Haced lo que Él os diga». (Zenit]. P. Rainiero Cantalamesa 07 de diciembre de 2006)
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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