Hemos superado ya la mitad del
Adviento. El próximo domingo, el Cuarto de este tiempo feliz de espera, es ya
el último. Después nos encontraremos ya directamente con el prodigioso milagro
de Belén, donde un Dios poderosísimo se hace Niño para salvarnos y darnos una
alegría que siempre vivirá en nuestro corazón.
Celebramos en este tercer domingo la alegría de sentirnos alegres " domingo
gaudete", porque nuestro Dios es un Dios que
perdona y salva, porque es un Dios que
nos ama. La alegría del cristiano no se basa en los méritos propios, sino en la
gran misericordia del Dios que nos salva. Todos necesitamos reconocernos
pecadores y saber pedir todos los días pedir perdón de nuestros pecados al Señor.
La tristeza del alma por nuestro pecado y nuestra debilidad nunca debe anular
la profunda y consoladora esperanza en la misericordia de Dios. El Señor nos ha
concedido un año de gracia, un Año jubilar de Misericordia. El profeta Sofonías
como San Pablo a los filipenses, nos animan
hoy a vivir alegres.
El primer domingo de Adviento se nos
pedía una esperanza activa, estar despiertos. En el segundo, despejar el camino
de todo lo que nos estorba para que el Señor pueda pasar. Hoy se nos pide
conversión. El Señor viene, pero nosotros tenemos que ir hacia Él. Esto exige
un cambio de mente y de corazón. Es decir, requiere volvernos a Dios.
Sofonías,
uno de los doce profetas menores, es quien hoy nos habla. Vivió hacia los años
seiscientos cincuenta antes de Cristo, cuando estaba en el poder Josías, rey creyente
y piadoso que llevaría a cabo una gran reforma religiosa en su pueblo. La
idolatría había germinado como mala hierba en la tierra de Israel: cultos a
dioses extranjeros, que eran como una bofetada a Yahvé, un tremendo insulto al
Dios vivo, al Dios de Abrahán y de Jacob.
El
profeta ha predicado terribles castigos contra este pueblo de dura cerviz:
"Se acerca el gran día de Yahvé; viene presuroso. El estruendo del día de Yahvé
es horrible; hasta los fuertes se quejan con gritos amargos. Día de ira es
aquél; día de angustia y de congoja; día de ruina y desolación; día de
tinieblas y de oscuridad; día de sombras y densos nublados; día de trompeta y
de alarma en las ciudades fuertes y en las altas torres. Aterraré a los
hombres, que andarán como ciegos. Por haber pecado contra Yahvé, su sangre será
derramada, como se derrama el polvo, y tirados sus cadáveres como
estiércol...".
Pero
sus nefastos presagios terminan con palabras de perdón: "Regocíjate,
hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón,
Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena; ha expulsado a tus enemigos"
(So 3, 14 s.). Siempre sucede lo mismo. Parece como si Dios
fuera incapaz de castigar de modo definitivo en esta vida. Y así, mientras
vivimos, tenemos posibilidad de volver nuestros ojos a Dios y pedir
humildemente misericordia, convencidos plenamente de su perdón, de la cancelación
total de nuestra deuda... Adviento. Ahora es época propicia para reformar
nuestra vida. Tiempo de penitencia, de conversión, de mirar confiados, quizá
entre lágrimas de arrepentimiento, hacia nuestro buen Padre Dios.
de este domingo, nos invita a
la alegría, una alegría que no se basa en
nuestras propias fuerzas ni en nuestros merecimientos, sino en la fuerza y el
poder del Señor que nos salva. Porque “nuestra fuerza y nuestro poder es el
Señor”.
Gritad jubilosos: “Qué grande es en
medio de ti el santo de Israel”
"Estad siempre alegres en el Señor".
Lo dicho a los discípulos de Filipos se repite hoy en
la liturgia, por lo que a este tercer domingo de Adviento se le ha llamado
tradicionalmente “domino gaudete”, domingo de la
alegría. La razón principal que les da el apóstol a los filipenses es que “el
Señor está cerca”, refiriéndose a la segunda venida del Señor Jesús. Nosotros
referimos esta frase, en primer lugar, a la primera venida, al nacimiento de
Jesús en Belén, a la Navidad. Pero, ¡ Dios está viniendo siempre a nuestras
vidas, siempre, claro está, que nosotros queramos acogerle en nuestro corazón. Nuestra
alegría es una alegría espiritual, principalmente interior, pero que se debe
reflejar diariamente en nuestro comportamiento exterior. Nos lo dice claramente
el apóstol: “que vuestra mesura la conozca todo el mundo”. Debemos ser personas
tranquilas, equilibradas, pacíficas. Las palabras del apóstol son
maravillosamente claras: “Y. así, la paz
de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús”. Nosotros, todos los cristianos, debemos
hacer siempre alegres, y de una manera especial en este tiempo de Adviento. A
ello nos exhortaba el Papa Francisco en la Evangelii gaudium
(en español, La alegría del Evangelio) en su primera exhortación apostólica publicada el 26
de noviembre de 2013 tras el cierre del Año de la Fe.
nos sitúa en
las orillas del Jordán con el deseo de
aprender las enseñanzas del austero y vibrante de Juan el Bautista para
prepararnos nosotros también a su venida y salir a su encuentro con el corazón
encendido y limpio.
Es el único texto de los Evangelios donde tenemos una noción más o menos
aproximada de cuál fue la predicación concreta de Juan el Bautista
(independientemente de que Lucas no lo consigna por motivos biográficos);
sabemos que predicaba, y suponemos que su verbo encendía a los oyentes. En este
texto de Lucas del domingo de Gaudete asoma un Juan
el Bautista que no tiene nada que ver con los gruñidos de un tosco cavernícola,
y mucho con el auténtico Nuevo Elías: un verbo brillante, encendido, lleno de
esperanza y ya (anticipación que hace al anacronismo propio de un Evangelio y
no de una simple biografía) cargado de la manera cristiana de entender el
perdón: un nuevo comienzo, en adelante no peques.
En
el pasaje de hoy la gente va hasta el Bautista con ansias de saber qué es lo
que
hay que hacer para cuando llegue el Mesías, tan cercano ya que de un
momento a otro podrá aparecer."Vinieron también a bautizarse unos
publicanos, y le preguntaron: Maestro, ¿qué hacemos nosotros?" (Lc 3, 12). La pregunta es muy concreta. Juan
estaba en el desierto de Judea y mucha gente, atraída por su fama de santidad,
acudía hasta allí para preguntarle qué debían hacer para salvarse. Él les
respondía que fueran generosos y que compartieran lo que tenían con los que no
tenían lo necesario para vivir, que no fueran corruptos y que se conformaran
con lo que ganaban legalmente y, sobre todo, que esperaran al que había de
venir, al Mesías, para ser bautizados no sólo con agua, sino con Espíritu Santo
y fuego.
En este texto se reúnen en un todo inseparable las dos líneas que motivan
la alegria , la del gaudete
escatológico futuro: el Señor va a venir de manera definitiva; y la del gaudete de la epifanía navideña: El Señor que viene es el
que trae una palabra que hace nuevo todo... y entonces ya no hace falta esperar
algo enteramente nuevo.
Los cristianos, los que hemos recibido el bautismo, no el de conversión del
Bautista sino el de resurrección de Jesús vivimos ya en una alegría que va
hacia adelante, al encuentro del Espíritu, pero empujado desde atrás, por el
propio Espíritu.
Para nuestra vida
Hoy continúan
teniendo actualidad las palabras del profeta: “El Señor, tu Dios, en medio de
ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se
alegra con júbilo como en día de fiesta" (So 3, 15). Un fuerte guerrero
que decide la victoria en el campo de batalla. Dios, como un soldado valiente
que nos defiende del enemigo. Cuando todo está perdido, cuando el cielo y la
tierra parecen hundirse, Dios nos salva, nos libra de esa horrible y negra
esclavitud que nos amenaza en cada encrucijada: la esclavitud del pecado, del
egoísmo, de la pereza, de la carne, del dinero. Toda esclavitud envilece y
humilla, rompe las alas para el alto vuelo, degrada, angustia, enferma.
Es verdad que
Dios nos ha dado una luz que brilla en el fondo de nuestro ser, una luz que nos
va alumbrando, en ocasiones con un remordimiento, para que hagamos en cada
circunstancia lo que es mejor. Sin embargo, la propia conciencia no es siempre
la más apropiada para resolver de forma correcta una determinada situación.
Puede ocurrir que tengamos la conciencia deformada, o que haya en ella ciertas
limitaciones que la coaccionen. Hay que tener presente que la conciencia es
norma de conducta cuando es recta y libre, o cuando no le es posible salir del
error, o no puede librarse de esa coacción que la determina.
Seamos
sinceros y no nos dejemos llevar de una subjetividad exacerbada. Busquemos sin
miedo la verdad que nos hará libres, sigamos el camino recto y alcanzaremos la
paz y el gozo para nuestra vida y para la de los demás. Busquemos en este
tiempo de penitencia y de conversión para buscar momentos de silencio, hagamos el
propósito de llevar una dirección espiritual seria y constante. Es esta una
práctica que no puede estar sujeta a la moda del momento, un medio clásico y
eficiente, recomendado por la sana doctrina de la Iglesia, Sólo si nos
preocupamos de verdad por conocer cuál ha de ser nuestra actuación en cada
encrucijada, llegaremos a encontrarnos con el
En este domingo
de la alegría, San Pablo da a los filipenses una razón para estar alegres y es
que “el Señor está cerca”, refiriéndose a la segunda venida del Señor Jesús.
Nosotros referimos esta frase, en primer lugar, a la primera venida, al
nacimiento de Jesús en Belén, a la Navidad. Pero, ¡ Dios está viniendo siempre
a nuestras vidas, siempre, claro está, que nosotros queramos acogerle en
nuestro corazón. Nuestra alegría es una alegría espiritual, principalmente
interior, pero que se debe reflejar diariamente en nuestro comportamiento
exterior. Nos lo dice claramente el apóstol: “que vuestra mesura la conozca
todo el mundo”. Debemos ser personas tranquilas, equilibradas, pacíficas. Las
palabras del apóstol son maravillosamente claras: “Y. así, la paz de Dios, que
sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en
Cristo Jesús”. Nosotros, todos los cristianos, debemos hacer siempre alegres, y
de una manera especial en este tiempo de Adviento. A ello nos exhortaba el Papa
Francisco en la Evangelii gaudium (en español, La alegría del Evangelio)
en su primera exhortación apostólica publicada
el 26 de noviembre de 2013 tras el cierre del Año de la Fe.
Y, para poder vivir
con alegría este tercer domingo de Adviento y toda nuestra vida, no está mal
que meditemos con profundidad las palabras de Juan el Bautista, el Precursor
del Mesías. Todo lo que decía Juan a los judíos que acudían a él, podría
decírnoslo también hoy a nosotros, los cristianos de este siglo XXI. Ser compasivos
y misericordiosos con los necesitados, no ser corruptos y tramposos en nuestras
cuentas y en nuestra vida, vivir, en definitiva, según el espíritu de Jesús.
Si, pues, queremos vivir el Adviento y la Navidad en comunión con Cristo y con
una verdadera alegría cristiana, debemos eliminar de nuestras vidas, ya desde
ahora mismo, todo aquello que nos impide vivir alegres, como buenos discípulos
de Cristo.
El Señor viene,
pero nosotros tenemos que ir hacia Él. Esto exige un cambio de mente y de
corazón. Es decir, requiere volvernos a Dios. El bautismo de Juan es una
preparación para la llegada de aquél que viene detrás "y yo no merezco ni
llevarle las sandalias". El bautismo de agua es sólo de penitencia. Hay
que empezar por ahí, es decir cambiando de rumbo y de actitud. Pero la
auténtica transformación viene del Bautismo con el Espíritu Santo que proclama
y ofrece Jesús. Como el fuego purifica y transforma, así también seremos
trasformados por el Espíritu si vivimos el Evangelio. A los publicanos, es
decir, a los cobradores de impuestos, Juan les dice que cobren según tarifa
justa y que no recurran a los apremios y sobrecargas para enriquecerse a costa
de los pobres. A los soldados, a la fuerza pública, el bautista exige que se
contenten con la soldada, que no denuncien falsamente y no utilicen la fuerza
en provecho propio. También nosotros tenemos que convertirnos ¿Qué te pide a ti
el Señor en tu situación concreta?.
Resumiendo vemos en las lecturas de hoy tres líneas de reflexión.
* La primera línea la encontramos tanto en el profeta Sofonías como en la
carta de Pablo a los Filipenses y es la ALEGRÍA. Alegría porque Dios está con
su pueblo (con nosotros) y viene a librarnos de nuestra condena, viene a reinar
en nuestras vidas, viene en medio de nosotros como un guerrero que salva. Este
sentimiento ha de embargarnos en estos momentos de la historia, cuando se habla
tanto del final, del cumplimiento de las profecías mayas, etc., los cristianos
hemos de estar llenos de la alegría que procede de un Dios bueno, que nos ama y
que quiere nuestra salvación sin importar cuando llegue el fin; haciendo eco y
caso de las palabras de Pablo: que no acabe nuestra alegría y que todo el mundo
conozca de nuestra mesura.
* La segunda línea, que a la vez es una actitud y un fruto del Espíritu, es
la PAZ. Paz que solo llega a nuestros corazones por la acción de Dios en
nuestras vidas, paz que llega si perdonamos, si nos perdonamos y podemos seguir
caminando hacia el conocimiento pleno de Dios y hacia el cumplimiento de su
voluntad. Y, ¿de dónde procede esta paz?, de la alegría que nos embarga como
hijos de Dios, lejos de toda preocupación y presentando a Dios nuestras
súplicas en todo momento.
* Finalmente, estas dos actitudes nos conducen a la tercera línea: la
CONVERSIÓN. Marcada ésta actitud en el mensaje, predicación y testimonio de
Juan el Bautista y reflejada fielmente en la pregunta que le hacían cuantos se
acercaban a Él: ¿Qué hacemos nosotros? Esta pregunta es, paradójicamente, la
respuesta a la invitación que Juan hacía en el desierto: preparen el camino del
Señor… Juan exhorta a sus oyentes a un cambio profundo de vida, a una metanoía,
a una conversión. Ésta actitud es, finalmente, a la que estamos invitados a
vivir en este Adviento del Año Jubilar de la Misericordia.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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