viernes, 11 de diciembre de 2015

Comentario a las lecturas del III Domingo de Adviento. 13 de diciembre de 2015.

Hemos superado ya la mitad del Adviento. El próximo domingo, el Cuarto de este tiempo feliz de espera, es ya el último. Después nos encontraremos ya directamente con el prodigioso milagro de Belén, donde un Dios poderosísimo se hace Niño para salvarnos y darnos una alegría que siempre vivirá en nuestro corazón.
Celebramos  en este tercer domingo  la alegría de sentirnos alegres " domingo gaudete", porque nuestro Dios es un Dios que perdona  y salva, porque es un Dios que nos ama. La alegría del cristiano no se basa en los méritos propios, sino en la gran misericordia del Dios que nos salva. Todos necesitamos reconocernos pecadores y saber pedir todos los días pedir perdón de nuestros pecados al Señor. La tristeza del alma por nuestro pecado y nuestra debilidad nunca debe anular la profunda y consoladora esperanza en la misericordia de Dios. El Señor nos ha concedido un año de gracia, un Año jubilar de Misericordia. El profeta Sofonías como San Pablo a los filipenses,  nos animan hoy a vivir alegres.
El primer domingo de Adviento se nos pedía una esperanza activa, estar despiertos. En el segundo, despejar el camino de todo lo que nos estorba para que el Señor pueda pasar. Hoy se nos pide conversión. El Señor viene, pero nosotros tenemos que ir hacia Él. Esto exige un cambio de mente y de corazón. Es decir, requiere volvernos a Dios.

La primera Lectura de Sofonías (Sof 3,14-18a),nos invita a la confianza alegre.
Sofonías, uno de los doce profetas menores, es quien hoy nos habla. Vivió hacia los años seiscientos cincuenta antes de Cristo, cuando estaba en el poder Josías, rey creyente y piadoso que llevaría a cabo una gran reforma religiosa en su pueblo. La idolatría había germinado como mala hierba en la tierra de Israel: cultos a dioses extranjeros, que eran como una bofetada a Yahvé, un tremendo insulto al Dios vivo, al Dios de Abrahán y de Jacob.
El profeta ha predicado terribles castigos contra este pueblo de dura cerviz: "Se acerca el gran día de Yahvé; viene presuroso. El estruendo del día de Yahvé es horrible; hasta los fuertes se quejan con gritos amargos. Día de ira es aquél; día de angustia y de congoja; día de ruina y desolación; día de tinieblas y de oscuridad; día de sombras y densos nublados; día de trompeta y de alarma en las ciudades fuertes y en las altas torres. Aterraré a los hombres, que andarán como ciegos. Por haber pecado contra Yahvé, su sangre será derramada, como se derrama el polvo, y tirados sus cadáveres como estiércol...".
Pero sus nefastos presagios terminan con palabras de perdón: "Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena; ha expulsado a tus enemigos" (So 3, 14 s.). Siempre sucede lo mismo. Parece como si Dios fuera incapaz de castigar de modo definitivo en esta vida. Y así, mientras vivimos, tenemos posibilidad de volver nuestros ojos a Dios y pedir humildemente misericordia, convencidos plenamente de su perdón, de la cancelación total de nuestra deuda... Adviento. Ahora es época propicia para reformar nuestra vida. Tiempo de penitencia, de conversión, de mirar confiados, quizá entre lágrimas de arrepentimiento, hacia nuestro buen Padre Dios.

El interleccional tomado de Isaías (Is, 12,2-3.4bcd.5-6) de este domingo, nos invita a
la alegría, una alegría que no se basa en nuestras propias fuerzas ni en nuestros merecimientos, sino en la fuerza y el poder del Señor que nos salva. Porque “nuestra fuerza y nuestro poder es el Señor”.
Gritad jubilosos: “Qué grande es en medio de ti el santo de Israel”

La segunda lectura tomada de Filipenses (Flp 4,4-7) nos recuerda la importancia de la alegria: "Estad siempre alegres en el Señor". Lo dicho a los discípulos de Filipos se repite hoy en la liturgia, por lo que a este tercer domingo de Adviento se le ha llamado tradicionalmente “domino gaudete”, domingo de la alegría. La razón principal que les da el apóstol a los filipenses es que “el Señor está cerca”, refiriéndose a la segunda venida del Señor Jesús. Nosotros referimos esta frase, en primer lugar, a la primera venida, al nacimiento de Jesús en Belén, a la Navidad. Pero, ¡ Dios está viniendo siempre a nuestras vidas, siempre, claro está, que nosotros queramos acogerle en nuestro corazón. Nuestra alegría es una alegría espiritual, principalmente interior, pero que se debe reflejar diariamente en nuestro comportamiento exterior. Nos lo dice claramente el apóstol: “que vuestra mesura la conozca todo el mundo”. Debemos ser personas tranquilas, equilibradas, pacíficas. Las palabras del apóstol son maravillosamente claras: “Y. así, la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Nosotros, todos los cristianos, debemos hacer siempre alegres, y de una manera especial en este tiempo de Adviento. A ello nos exhortaba el Papa Francisco en la Evangelii gaudium (en español, La alegría del Evangelio) en su  primera exhortación apostólica publicada el 26 de noviembre de 2013 tras el cierre del Año de la Fe.

El Evangelio tomado de San Lucas (Lc 3,10-18). nos sitúa en las  orillas del Jordán con el deseo de aprender las enseñanzas del austero y vibrante de Juan el Bautista para prepararnos nosotros también a su venida y salir a su encuentro con el corazón encendido y limpio.
Es el único texto de los Evangelios donde tenemos una noción más o menos aproximada de cuál fue la predicación concreta de Juan el Bautista (independientemente de que Lucas no lo consigna por motivos biográficos); sabemos que predicaba, y suponemos que su verbo encendía a los oyentes. En este texto de Lucas del domingo de Gaudete asoma un Juan el Bautista que no tiene nada que ver con los gruñidos de un tosco cavernícola, y mucho con el auténtico Nuevo Elías: un verbo brillante, encendido, lleno de esperanza y ya (anticipación que hace al anacronismo propio de un Evangelio y no de una simple biografía) cargado de la manera cristiana de entender el perdón: un nuevo comienzo, en adelante no peques.
En el pasaje de hoy la gente va hasta el Bautista con ansias de saber qué es lo que
hay que hacer para cuando llegue el Mesías, tan cercano ya que de un momento a otro podrá aparecer."Vinieron también a bautizarse unos publicanos, y le preguntaron: Maestro, ¿qué hacemos nosotros?" (Lc 3, 12). La pregunta es muy concreta.  Juan estaba en el desierto de Judea y mucha gente, atraída por su fama de santidad, acudía hasta allí para preguntarle qué debían hacer para salvarse. Él les respondía que fueran generosos y que compartieran lo que tenían con los que no tenían lo necesario para vivir, que no fueran corruptos y que se conformaran con lo que ganaban legalmente y, sobre todo, que esperaran al que había de venir, al Mesías, para ser bautizados no sólo con agua, sino con Espíritu Santo y fuego.
En este texto se reúnen en un todo inseparable las dos líneas que motivan la alegria , la del gaudete escatológico futuro: el Señor va a venir de manera definitiva; y la del gaudete de la epifanía navideña: El Señor que viene es el que trae una palabra que hace nuevo todo... y entonces ya no hace falta esperar algo enteramente nuevo.
Los cristianos, los que hemos recibido el bautismo, no el de conversión del Bautista sino el de resurrección de Jesús vivimos ya en una alegría que va hacia adelante, al encuentro del Espíritu, pero empujado desde atrás, por el propio Espíritu.

Para nuestra vida
Hoy continúan teniendo actualidad las palabras del profeta: “El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta" (So 3, 15). Un fuerte guerrero que decide la victoria en el campo de batalla. Dios, como un soldado valiente que nos defiende del enemigo. Cuando todo está perdido, cuando el cielo y la tierra parecen hundirse, Dios nos salva, nos libra de esa horrible y negra esclavitud que nos amenaza en cada encrucijada: la esclavitud del pecado, del egoísmo, de la pereza, de la carne, del dinero. Toda esclavitud envilece y humilla, rompe las alas para el alto vuelo, degrada, angustia, enferma.
Es verdad que Dios nos ha dado una luz que brilla en el fondo de nuestro ser, una luz que nos va alumbrando, en ocasiones con un remordimiento, para que hagamos en cada circunstancia lo que es mejor. Sin embargo, la propia conciencia no es siempre la más apropiada para resolver de forma correcta una determinada situación. Puede ocurrir que tengamos la conciencia deformada, o que haya en ella ciertas limitaciones que la coaccionen. Hay que tener presente que la conciencia es norma de conducta cuando es recta y libre, o cuando no le es posible salir del error, o no puede librarse de esa coacción que la determina.
Seamos sinceros y no nos dejemos llevar de una subjetividad exacerbada. Busquemos sin miedo la verdad que nos hará libres, sigamos el camino recto y alcanzaremos la paz y el gozo para nuestra vida y para la de los demás. Busquemos en este tiempo de penitencia y de conversión para buscar momentos de silencio, hagamos el propósito de llevar una dirección espiritual seria y constante. Es esta una práctica que no puede estar sujeta a la moda del momento, un medio clásico y eficiente, recomendado por la sana doctrina de la Iglesia, Sólo si nos preocupamos de verdad por conocer cuál ha de ser nuestra actuación en cada encrucijada, llegaremos a encontrarnos con el
En este domingo de la alegría, San Pablo da a los filipenses una razón para estar alegres y es que “el Señor está cerca”, refiriéndose a la segunda venida del Señor Jesús. Nosotros referimos esta frase, en primer lugar, a la primera venida, al nacimiento de Jesús en Belén, a la Navidad. Pero, ¡ Dios está viniendo siempre a nuestras vidas, siempre, claro está, que nosotros queramos acogerle en nuestro corazón. Nuestra alegría es una alegría espiritual, principalmente interior, pero que se debe reflejar diariamente en nuestro comportamiento exterior. Nos lo dice claramente el apóstol: “que vuestra mesura la conozca todo el mundo”. Debemos ser personas tranquilas, equilibradas, pacíficas. Las palabras del apóstol son maravillosamente claras: “Y. así, la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Nosotros, todos los cristianos, debemos hacer siempre alegres, y de una manera especial en este tiempo de Adviento. A ello nos exhortaba el Papa Francisco en la Evangelii gaudium (en español, La alegría del Evangelio) en su  primera exhortación apostólica publicada el 26 de noviembre de 2013 tras el cierre del Año de la Fe.
Y, para poder vivir con alegría este tercer domingo de Adviento y toda nuestra vida, no está mal que meditemos con profundidad las palabras de Juan el Bautista, el Precursor del Mesías. Todo lo que decía Juan a los judíos que acudían a él, podría decírnoslo también hoy a nosotros, los cristianos de este siglo XXI. Ser compasivos y misericordiosos con los necesitados, no ser corruptos y tramposos en nuestras cuentas y en nuestra vida, vivir, en definitiva, según el espíritu de Jesús. Si, pues, queremos vivir el Adviento y la Navidad en comunión con Cristo y con una verdadera alegría cristiana, debemos eliminar de nuestras vidas, ya desde ahora mismo, todo aquello que nos impide vivir alegres, como buenos discípulos de Cristo.
El Señor viene, pero nosotros tenemos que ir hacia Él. Esto exige un cambio de mente y de corazón. Es decir, requiere volvernos a Dios. El bautismo de Juan es una preparación para la llegada de aquél que viene detrás "y yo no merezco ni llevarle las sandalias". El bautismo de agua es sólo de penitencia. Hay que empezar por ahí, es decir cambiando de rumbo y de actitud. Pero la auténtica transformación viene del Bautismo con el Espíritu Santo que proclama y ofrece Jesús. Como el fuego purifica y transforma, así también seremos trasformados por el Espíritu si vivimos el Evangelio. A los publicanos, es decir, a los cobradores de impuestos, Juan les dice que cobren según tarifa justa y que no recurran a los apremios y sobrecargas para enriquecerse a costa de los pobres. A los soldados, a la fuerza pública, el bautista exige que se contenten con la soldada, que no denuncien falsamente y no utilicen la fuerza en provecho propio. También nosotros tenemos que convertirnos ¿Qué te pide a ti el Señor en tu situación concreta?.

Resumiendo vemos en las lecturas de hoy tres líneas de reflexión.
* La primera línea la encontramos tanto en el profeta Sofonías como en la carta de Pablo a los Filipenses y es la ALEGRÍA. Alegría porque Dios está con su pueblo (con nosotros) y viene a librarnos de nuestra condena, viene a reinar en nuestras vidas, viene en medio de nosotros como un guerrero que salva. Este sentimiento ha de embargarnos en estos momentos de la historia, cuando se habla tanto del final, del cumplimiento de las profecías mayas, etc., los cristianos hemos de estar llenos de la alegría que procede de un Dios bueno, que nos ama y que quiere nuestra salvación sin importar cuando llegue el fin; haciendo eco y caso de las palabras de Pablo: que no acabe nuestra alegría y que todo el mundo conozca de nuestra mesura.
* La segunda línea, que a la vez es una actitud y un fruto del Espíritu, es la PAZ. Paz que solo llega a nuestros corazones por la acción de Dios en nuestras vidas, paz que llega si perdonamos, si nos perdonamos y podemos seguir caminando hacia el conocimiento pleno de Dios y hacia el cumplimiento de su voluntad. Y, ¿de dónde procede esta paz?, de la alegría que nos embarga como hijos de Dios, lejos de toda preocupación y presentando a Dios nuestras súplicas en todo momento.
* Finalmente, estas dos actitudes nos conducen a la tercera línea: la CONVERSIÓN. Marcada ésta actitud en el mensaje, predicación y testimonio de Juan el Bautista y reflejada fielmente en la pregunta que le hacían cuantos se acercaban a Él: ¿Qué hacemos nosotros? Esta pregunta es, paradójicamente, la respuesta a la invitación que Juan hacía en el desierto: preparen el camino del Señor… Juan exhorta a sus oyentes a un cambio profundo de vida, a una metanoía, a una conversión. Ésta actitud es, finalmente, a la que estamos invitados a vivir en este Adviento del Año Jubilar de la Misericordia.

Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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