En la primera lectura del Libro de los Hechos de
los Apóstoles (Hch, 9,
26-31) Se nos habla de San Pablo. San Pablo había sido uno de los más
tenaces perseguidores de la Iglesia de Cristo. Hacía poco que marchó hacia
Damasco "respirando amenazas de muerte contra los discípulos del
Señor", con cartas para la Sinagoga, dispuesto a encadenar a los que
creían en Cristo, tanto hombres como mujeres.
Pero
ese Cristo que él perseguía se le cruzó en el camino y Pablo cayó a tierra,
deslumbrado por el fulgor del Señor. Y cuando comprendió que era el Mesías
prometido por los profetas, cuando supo que Jesús de Nazaret había resucitado
de entre los muertos, Pablo se entrega totalmente, emprende el camino que Dios
le señalaba. Un camino con una dirección contraria a la que él traía. Y toda la
fuerza de su personalidad la pone al servicio de ese Jesús que le ha
derrumbado. Pablo es un hombre auténtico, consecuente con sus principios,
enemigo de las medias tintas, audaz y decidido. Ejemplo y estímulo para nuestra
vida de cristianos a medias, para nuestro querer y no querer, para esta falta
de compromiso serio y eficaz de quienes decimos creer.
"Entonces Bernabé lo tomó consigo y lo llevó a
los apóstoles; y les refirió cómo en el camino Saulo había visto al Señor, que
le había hablado..." (Hch 9, 27) No le creían.
Era imposible que aquel terrible perseguidor quisiera ahora vivir entre los
cristianos, que fuera verdad que se había convertido. Fue preciso que Bernabé,
uno de los predicadores de más categoría, intercediera presentándolo a los
mismos Apóstoles. Y a pesar de ello Pablo tendrá que sufrir durante toda su
vida el recuerdo, siempre vivo en sus detractores, de sus pecados pasados.
Siempre será un sospechoso, una presa fácil para la calumnia y la maledicencia.
Y sus enemigos se empeñan en mantener la mala fama de su actuación anterior.
Saulo se quedó con ellos (con los discípulos) y se
movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre del Señor. El Pablo
cristiano es el Saulo judío purificado de muchas creencias y comportamientos
incompatibles con la vida de Cristo. Como se nos dice en el libro de los
Hechos, los judíos más celosos de la ley judía no perdonaron nunca esta
conversión de Pablo al cristianismo y, por eso, “se propusieron suprimirlo”.
En el Salmo
responsorial, proclamamos hoy los últimos versos del salmo 21 que son muy
apropiados para este tiempo de Pascua que estamos viviendo, hablan del gozo y
alegría por la intervención del Señor en nuestras vidas, pero también el salmo
21 refleja proféticamente los momentos duros de la Pasión del Señor, que
todavía está muy cercana en nuestros recuerdos. Son muchos los salmos que
expresan primero la angustia para acabar con la alegría de sentir la mano
amable del Señor Dios.
Veamos el
salmo de hoy.
EL SEÑOR ES
MI ALABANZA EN LA GRAN ASAMBLEA.
Cumpliré mis
votos delante de sus fieles.
Los
desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al
Señor los que le buscan:
viva su
corazón por siempre.
Lo
recordarán y volverán al señor
hasta de los
confines de la tierra;
en su
presencia se postrarán
las familias
de los pueblos.
Ante él se
postraran las cenizas de la tumba,
ante él se
inclinaran los que bajan al polvo.
Me hará
vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablaran del
Señor a la generación futura,
contarán su
justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que
hizo el Señor.
San Juan en la
segunda lectura de hoy nos dice (Primera
carta del apóstol
San Juan 3, 18-24) : que
cuando estamos unidos a Cristo damos fruto de buenas obras. Amar
no de palabra o de boca, sino de verdad y con obras. ¿De qué obras está
hablando? De guardar sus mandamientos y de amarnos unos a los otros, tal como
nos lo mandó. Entonces experimentaremos que Él permanece en nosotros. Por
tanto, permanecer en Cristo no es sólo estar muchas horas en la capilla
contemplándole. Es, sobre todo, contemplar el rostro de Dios en el hermano que
sufre. Como dice San Agustín, "que cada uno examine su obra y vea si brota
del manantial del amor y si los ramos de las buenas obras germinan de la raíz
del amor". Hay personas que sufren mucho en este mundo, padres que ven
como sus hijos se tuercen, esposos traicionados, pobres que no tienen nada que
comer, inmigrantes que no acaban de encontrar un trabajo digno, personas que
sufren el aguijón de la enfermedad, pero sin embargo, mantienen siempre la
confianza en Dios. ¿Cuál es su secreto? Si examinamos su vida descubriremos la
causa de su paz interior: están unidos a Dios.
Ya lo decía San
Juan la semana pasada: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para
llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
Y si somos
hijos de dios, hay que vivir como tales.
La primera
condición para vivir así es romper con el pecado ya que "todo el que peca
ni le ha visto ni le ha conocido" (3,6b); la segunda condición es guardar
los mandamientos, sobre todo el del amor.
El amor a los
hermanos hecho vida, gestos concretos, nos permite reconocer la presencia
permanente de Dios en nosotros. Dios deja de ser un ser abstracto y lejano para
hacerse el Dios cercano.
No podemos
separar a Dios y al hombre en nuestro amor y entrega. El mandamiento va en esa
dirección: "Y este es su mandamiento que creamos en el nombre de su Hijo
Jesucristo y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó" (3,23).
Creer en
Jesucristo es creer que el Padre ama, en él, a todos los hombres; pero también
es estar dispuestos a imitar a Cristo en el amor, la renuncia y la obediencia
al Padre.
Vivir los
mandamientos es vivir en Dios y ser, por el amor, signos de su presencia en el
mundo, gracias a la fuerza de su Espíritu en nosotros.
El evangelio
de hoy tomado de San Juan (Jn. 15,
1-8) forma
parte del segundo discurso de Jesús, que siguió a la Última Cena.
El tema de la
vid estaba muy presente en el Antiguo Testamento: había cepas que daban buenos
frutos y las que daban agrazones; había cepas bien seleccionadas y plantadas;
también se habla de la viña, definiendo con esa imagen al pueblo de Dios, a la
Tierra Prometida; no faltaba la figura del viñador, entre ellos los que no
cuidaban de la viña.
Jesús, en el
Nuevo Testamento, también utilizaría varias veces estas imágenes e, igualmente,
las aplicaba al pueblo de Dios y a los jefes del mismo.
En el texto de
hoy, una excepción, él mismo se compara con la vid: "Yo soy la vid" y
a los suyos con los sarmientos "... y vosotros los sarmientos".
Después de
tanta vid con malos frutos, ha llegado la vid verdadera, la de los buenos
frutos, la de la fidelidad, la del vino nuevo del cumplimiento de los planes
del Padre.
Y en él, todos
los suyos, como sarmientos que se alimentan de la misma vid. Para dar frutos
hay que estar unidos a la vid, pues separados de ella no se sirve más que para
el fuego.
Ser discípulo
es estar injertado en Cristo, y recibir su vida.
Y lo que el Padre
quiere es que todo el que esté unido al Hijo dé fruto abundante.
El
texto evangélico nos habla de la gran importancia de estar unidos a Cristo "Como el
sarmiento no puede dar fruto por sí -nos dice Jesús-, si no permanece en la vid, así
tampoco vosotros, si no permanecéis en mí". La comparación
y la enseñanza que se desprende no pueden ser más claras. El que no vive unido
al Señor es un hombre frustrado, incapaz de hacer nada que realmente sirva.
"A todo
sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda,
para que dé más fruto". La viña que no se poda, se asilvestra y termina por no dar buen fruto, sólo agrazones.
Así nos pasa a las personas humanas: si no podamos nuestros brotes malos,
nuestras malas inclinaciones, y si no resistimos con valentía las muchas
tentaciones que nos da la vida, terminamos convertidos en personas
espiritualmente secas, en simples esclavos de nuestras pasiones. Tenemos que
podarnos corporalmente, en la comida y en la bebida, en el ejercicio y en el
descanso, y tenemos que podarnos psicológica y espiritualmente, en
pensamientos, palabras y obras. Somos sarmientos de la cepa que es Cristo y si
no podamos todo lo que sea incompatible con Cristo, nos secamos espiritualmente
y terminamos alejados de Dios. Para poder vivir en comunión con Cristo
necesitamos purificar diariamente nuestro interior y comportarnos exteriormente
de tal manera que nuestro comportamiento sea parecido al comportamiento de
Cristo, salvando, naturalmente, las muchas distancias personales, de tiempo y
espacio, que inevitablemente existirán siempre entre nosotros y Cristo. Podar,
en este caso, significa lo mismo que purificar y sabemos que toda nuestra vida
ha de ser un ejercicio continuado de purificación, porque venimos ya a este
mundo con inclinaciones y tendencias originalmente malas y pecaminosas. En el
evangelio se nos dice que intentemos ser perfectos como nuestro Padre celestial
es perfecto, y sin un ejercicio continuado de poda y purificación, nunca
podremos acercarnos a este ideal, porque no podremos dar fruto abundante de
buenas obras.
Para
nuestra vida.
Admirable
es hoy el ejemplo de San pablo. Convertido por la gracia del Señor, se ve
situado en un ambiente de desconfianza y persecución. Quien fue perseguidor de
los cristianos, se ve perseguido por sus antiguos correligionarios, dentro de
la desconfianza lógica de los cristianos a quienes perseguía no hacia mucho. Pero al Pablo cristiano no le asustaban ni las
persecuciones, ni la misma muerte, porque su único objetivo era identificarse
con Cristo y, si Cristo estaba con él, todo lo demás lo consideraba sin
importancia. Su único objetivo, como decimos, era identificarse con Cristo,
hasta poder llegar a decir: “ya no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en
mí”. Este ejemplo de Pablo debe animar hoy a muchos cristianos a permanecer
fieles a su fe, en medio de las muchas dificultades y peligros que están
sufriendo. En la dificultad se prueba la verdadera fe.
Lo
más difícil , la conversión ya se había realizado. Cierto que es difícil que
los hombres cambien. Pero lo que para el hombre es imposible, para Dios no lo
es. Por eso el hombre más perverso puede acabar siendo un santo.
Demasiadas
veces surgen dudas y desconfianzas entre nosotros. Señor, danos la humildad
suficiente para no juzgar mal a nadie. Para no desconfiar de los que, habiendo
sido antes pecadores, ahora quieren dejar de serlo. Que no pongamos zancadillas
a los que quieren caminar hacia Dios, persuadidos de tu poder ilimitado para
cambiar al hombre y de tu amor incansable por él.
En la segunda lectura de
hoy San Juan nos previene, "Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras…".
En esto conocemos que permanece Dios en
nosotros: por el Espíritu que nos dio. Es seguro que si amamos de verdad a
Cristo, de verdad y con obras, tenemos su Espíritu, daremos buenos frutos y
cumpliremos sus mandamientos, amándonos unos a otros tal como él nos mandó.
Dios nos habla a través de nuestra conciencia y, si tenemos fino el oído
interior, sabremos en cada momento lo que Dios quiere de nosotros. El que ama
de verdad, como Cristo nos amó, puede vivir seguro de que Dios le ama y de que
el Espíritu de Cristo habita en él. Todo esto es fácil decirlo, pero es muy
difícil hacerlo; amar de verdad exige un continuo esfuerzo de purificación de
nuestro egoísmo, de constante poda interior. Sólo los esforzados alcanzarán el
reino de los cielos. Esforcémonos nosotros cada día, hagamos poda interior,
para ser siempre sarmientos vivos de la cepa que es Cristo. En esto, como en
muchas otras cosas, tanto san Pablo, como san Juan y los demás apóstoles,
fueron maravillosos ejemplos de fidelidad a Cristo para nosotros.
¿Cómo podremos dar los frutos de la vida en
Cristo?.
Clara es la enseñanza que emana del Evangelio
de hoy. Jesús es la vid, nosotros los sarmientos y el Padre es el labrador. Quiere
decirnos con estas palabras que no podemos subsistir como cristianos alejados
de Él, que es nuestra vida. Tenemos experiencia de momentos en los que hemos
intentado vivir sin contar con Dios, hemos creído que podíamos conseguirlo todo
con nuestras fuerzas, pero algo nos ha devuelto a la realidad. Sin El no somos
nada... Es el orgullo y la vanidad lo que nos lleva a pensar que estamos por
encima de todo y no hay nada que se nos resista. Somos necios e insensatos...Si
cortamos el contacto con la fuente, nuestra vida de fe y nuestro entusiasmo se
secan. Los sarmientos, es decir nosotros, necesitamos su presencia provechosa.
Así los sarmientos están en la vid de tal modo que, sin darle ellos nada a
ella, reciben de ella la savia que les da vida; a su vez la vid está en los
sarmientos proporcionándoles el alimento vital, sin recibir nada de ellos. De la
misma manera, tener a Cristo y permanecer en Cristo es de provecho para los
discípulos, no para Cristo; porque, arrancando un sarmiento, puede brotar otro
de la raíz viva, mientras que el sarmiento cortado no puede tener vida sin la
raíz".
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