sábado, 30 de agosto de 2025

Comentario a las lecturas del Domingo XXII del Tiempo Ordinario. 31 de agosto de 2025.

 

 “Me parece que la humildad es la verdad. No sé si soy humilde, pero sé que veo la verdad en todas las cosas”. (Santa Teresita del Niño Jesús)

En esta época tan utilitarista y materialista, donde cuánto más tienes más vales, donde ser rico y famoso a toda costa se ha convertido en casi una obsesión enfermiza, son muy apropiadas las lecturas de hoy.

La primera lectura y el evangelio nos hablan de la humildad.

Reconocer que hemos recibido todo de Dios, admitir sus límites y deficiencias, eso es la humildad cristiana. Debemos tener un doble comportamiento: con Dios, acción de gracias y confianza en su ayuda; con los otros, respeto por sus diferencias y compartir mutuamente los dones recibidos.

 El Salmo Responsorial como el Evangelio, nos habla de que Dios tiene predilección por los pobres.

La primera lectura es del libro del Eclesiástico (Eclo 3, 17-18. 20. 28-29).

En ella se presenta una unidad en la que la humildad (tapeinôs) y su opuesto, son protagonistas (3,17-29).

El que obra con humildad será amado (v.17), hallará gracia (v.18) y “glorificará a Dios” (v.20). Por el contrario, a los que no reconocen sus propias fuerzas, les espera el descarrío y el extravío (v.24). Teniendo en cuenta que las fuentes de la sabiduría son lo que nos es “encomendado” (v.22), la escucha atenta de las “parábolas” (v.29) se muestra un evidente contraste entre el corazón endurecido (kardía sklêrà) (v.26) y el corazón sabio (kardía sinetou) (v.29).

Es probable que el autor esté escribiendo en conflicto con los pensadores griegos, y a ellos se refiera al aludir a quienes tienen un corazón endurecido, son orgullosos, el pensamiento los excede. En ese caso se estaría refiriendo a ellos en contraste con la sabiduría de Israel. Como se ve, en estos casos el autor no está aludiendo a la humildad como actitud frente a la vida, sino en cuanto al conocimiento, de allí su contraste ante los que los sobre pasa. Esta humildad ya era frecuente en otros textos de la Escritura. La diferencia viene dada por un lado por la humildad del ser humano ante Dios y por otra la actitud soberbia de no reconocer los límites.

El texto  es el resultado de la composición de dos textos del capítulo 3 del Sirácida, en sus vv. 17-18. 20 (19-21) que se refieren a la humildad y la mansedumbre/dulzura, combinados con los vv. 27-28 (30-31) acerca de la sabiduría de la escucha y la miseria del orgulloso.

Los cuatro elementos tienen un denominador común: el de la correcta relación con la propia persona. Humilde es aquel que no pierde la conciencia de sus propios límites y posee una mansedumbre-dulzura característica (cf. Mt 11,29 y 26,45); es una persona que no intenta imponerse con agresividad o violencia. Es sabio quien no presume de saberlo ya todo, consciente de las riquezas que existen más allá de su persona, poniéndose en atenta actitud de escucha: quien sabe escuchar accede desde ya a olvidarse de sí mismo. Prestarle atención a los pobres y necesitados es otra de las maneras de mostrarse atento y abierto, olvidado de la propia persona.

Por el contrario, todo aquel que obra impulsado por el deseo de poner en evidencia las propias riquezas (sean del tipo que sean), enorgulleciéndose, no dejará de suscitar hostilidad y antipatía. Para lograr vencer las resistencias y reticencias con las que tropezará no dejará de recurrir a la agresividad y a la violencia, con su correspondiente cuota de arrogancia. No descubre ninguna necesidad de escuchar a nadie: ¡ni a Dios ni a los seres humanos, ciego para las necesidades de los que lo rodean!

 

El responsorial  es el salmo  67 (Sal 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11(R.: cf. 11b), salmo  de alabanza y reconocimiento de las obras de Dios.

Así comenta San Agustín este salmo y concretamente el texto litúrgico:

4. [v. 4]. Continúa el salmo: Y alégrense los justos y se alborocen en la presencia de Dios y disfruten de alegría. Porque entonces oirán: Venid benditos de mi Padre; recibid el reino14. Regocíjense los que se fatigaron, y alborócense en la presencia de Dios. No será este un regocijo como el de una vana jactancia delante de los hombres, sino un santo alborozo en presencia de Dios, que contempla sin error lo que él ha dado. Disfruten con alegría; ya no alegrándose con temor15, como en este mundo, donde la vida humana sobre la tierra es una tentación16.

5. [vv. 5—6]. A continuación se dirige a los que dio tan gran esperanza, y a los que viven aquí les habla y exhorta diciendo: Cantad a Dios, cantad salmos a su nombre. Ya dije en la exposición del título del salmo, lo que me parecía significar esta expresión. Canta a Dios el que vive para Dios; y canta salmos a su nombre el que obra para gloria de Dios. Así cantando, y así salmodiando, es decir, así viviendo y así obrando: Preparad el camino, dice, al que está sobre el ocaso. Preparad el camino a Cristo, para que por los pies hermosos de los evangelizadores17, se le abran los corazones de los creyentes. Es él quien asciende sobre el ocaso, sea porque ya sólo recibe a aquel que se convirtió a él con una nueva vida, dando muerte a la vieja y renunciando a este mundo, o sea porque sube del ocaso, cuando al resucitar, convirtió en victoria la destrucción de su cuerpo. Su nombre es el Señor. Porque si sus enemigos lo hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de la gloria18.

6. Exultad de gozo en su presencia. Oh vosotros, a quienes se ha dicho: Cantad a Dios, entonad salmos a su nombre, preparad el camino al que anda sobre las nubes del ocaso; y también: Regocijaos en su presencia, como si estuvierais tristes, pero siempre alegres19. Mientras le preparáis el camino, mientras vais preparando por dónde puede venir a tomar posesión de las naciones, vais a sufrir muchas cosas tristes en presencia de los hombres, pero no os desalentéis, al contrario, regocijaos; no en presencia de los hombres, sino en la presencia de Dios. Gozosos en la esperanza, y tolerantes en la tribulación20. Saltad de gozo en su presencia. Aquellos que os hacen sufrir en presencia de los hombres, sentirán el sufrimiento en presencia de Dios, Padre de huérfanos, defensor de viudas. Piensan que están vencidos y desolados aquellos que muchas veces son separados por la espada de la palabra de Dios, como los padres de sus hijos, los maridos de sus esposas21; pero estos abandonados o viudos, tienen la consolación del Padre de los huérfanos y defensor de las viudas; tienen la consolación de aquél a quien le dicen: Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me acogerá22; y los que perseveraron en el Señor, insistiendo en la oración día y noche23, ante cuya mirada se turbarán sus enemigos, al ver que de nada les aprovechó, ya que todo el mundo se va en pos de él24.

7. [v. 7]. De hecho, el Señor, con estos huérfanos y viudas, es decir, con los abandonados por la sociedad de toda esperanza terrena, construye para sí un templo, del que dice a continuación: El Señor está en su lugar santo. Cuál sea este su lugar, lo aclara al decir: Dios, que hace morar en su casa a los de un mismo sentir; es decir, a los que son unánimes y están animados de un mismo sentimiento: este es el lugar santo del Señor. Después de haber dicho: El Señor está en su lugar santo, como si le preguntáramos en qué lugar, ya que él está íntegro en todas partes, y no lo contiene ningún espacio corporal, añade a renglón seguido: no lo busquemos fuera de nosotros; sino más bien en la casa de los que tienen un mismo pensar, y así merezcamos que él también se digne habitar en nosotros. Este es el lugar santo del Señor, que muchos hombres buscan tener, para ser escuchados en su oración. Sean ellos mismos el lugar que buscan; y lo que dicen en sus corazones, es decir, en estos sus aposentos, se sientan contritos25, habitando en la casa de un mismo sentir, para ser morada del Señor de la casa grande, y sean con ellos escuchados en su oración. Porque la casa es grande, y en ella no sólo hay vasos de oro y plata, sino también de madera y arcilla; unos para usos honorables, y otros para usos viles. Pero quienes se hayan purificado de ser vasos viles26, estarán en la casa de la unanimidad, y serán el lugar santo del Señor. Y así como en una casa grande de un hombre, el dueño no descana en cualquier lugar, sino en alguno retirado y más honorable, así tampoco Dios habita en todos los que están en su casa (no habita, ciertamente en los vasos de uso vil). Su templo santo son aquéllos a quienes hace habitar de un modo unánime, o con unas mismas costumbres en su casa. Lo que en griego se dice ?trópoi?, en latín se puede interpretar como "modos" (modi) o "costumbres" (mores). Además el griego no tiene: El que hace habitar (Qui inhabitare facit), sino solamente: Habitare facit ("hace habitar"). El Señor, pues, está en su lugar santo. ¿Qué lugar es este? El mismo Dios se lo construye. Dios, en efecto, hace habitar en su casa a los de unas mismas costumbres: este es su lugar santo.

8. Y para evidenciar que se edifica este lugar por su gracia, y no por los méritos anteriores de aquellos para quienes lo edifica, mira lo que sigue diciendo: Libera a los cautivos con su fortaleza. Efectivamente, rompe las pesadas cadenas de los pecados, que les impedían caminar por el camino de sus preceptos; los libera con su fortaleza, de la que carecían antes de poseer su gracia. Igualmente a los que lo irritan y que habitan en los sepulcros: es decir, a los completamente muertos, y dedicados a las obras muertas. Éstos irritan porque oponen resistencia a la justicia; los prisioneros tal vez quieren caminar y no pueden; suplican a Dios que se lo conceda, y le dicen: Sácame de mis angustias27. Y cuando Dios les ha escuchado, le dan gracias diciendo: Rompiste mis ataduras28. En cambio, los provocadores de la ira de Dios, que habitan en los sepulcros, son de aquella clase de personas, a las que se refiere la Escritura en otro lugar, diciendo: La alabanza de un muerto se desvanece como la de uno que no existe29. De ahí se deduce esta afirmación: El pecador, cuando llega al fondo de la maldad, se hace despectivo30. Porque una cosa es desear la justicia, y otra hacerle resistencia; una cosa es querer librarse del mal, y otra distinta el defenderlo en lugar de confesarlo: a unos y a otros la gracia de Cristo los libra con su fortaleza. ¿Con qué fortaleza, sino con aquélla que les hace luchar contra el pecado hasta derramar su sangre? De una y de otra clase de personas se consiguen hombres idóneos para que se edifique la casa santa de Dios: unos los liberados de sus ataduras, y los otros los que han sido resucitados. Por ejemplo, aquella mujer, a quien Satanás tuvo cautiva durante dieciocho años31, a una orden suya se le soltaron las ataduras, y lo mismo, con una voz venció la muerte de Lázaro32. El que hizo cosas tales en los cuerpos, puede hacer maravillas mayores en las costumbres, y lograr habitar en la casa de los que son unánimes, librando con su fortaleza a los encarcelados, lo mismo que a los que provocaban su ira, y que habitan en los sepulcros.” (San Agustín, Sermón al pueblo. comentario al salmo 67).

 

La segunda lectura es de la carta a los Hebreos (Hb12, 18-19. 22~24a) recoge una serie de reflexiones en las que el autor quiere exhortar a una vida coherente con todo lo que ha señalado anteriormente. Destaca aquí la urgencia de una vida “santa” y en paz (12,14), y presentará en 12,14-29 la santidad, continuara en el cap 13,1-19 reflexionando sobre la vida en paz con el prójimo.

En la reflexión se contrastan dos actitudes en “el monte” (vv. 18-24). En el texto se cita la segunda, esto es- la experiencia salvífica en el monte Sión (vv.22-24) donde alude a la “Jerusalén del cielo” (cf. 11,10.16). Ciertamente el contraste viene dado en el Sinaí, como “emblema” de Israel, y la “Jerusalén celestial” como imagen de la Iglesia; es la ciudad esperada por los patriarcas (11,10), la ciudad de descanso del pueblo definitivo (10,16.19). El clima del Sinaí es de angustia, negativo (e impersonal, ni el pueblo ni Dios aparecen), no hay relaciones humanas, no hubo alianza, de aquí que no hay nada que lamentar en que esa etapa haya sido superada. En la experiencia reseñada, en cambio, todo es encuentro, hay personas, hay Dios, hay fiesta. Dios no es el terrible, sino el cercano, hay reunión pacífica y fraterna (y sororal, acotemos). El clima de fiesta (v.22; cf. Dt 7,10) es de alabanza, asamblea, adoración, de “nueva alianza”. Alianza de una sangre que habla mejor que la del justo Abel (cuya sangre es un clamor que Dios escucha, Gen 4,10).

Teniendo en cuenta las maravillas del AT el autor las toma para destacar la superioridad excelente de las cosas nuevas; una liturgia donde miles de ángeles participan (v.22),

El monte Sión, sobre el que está edificado Jerusalén, es para el pueblo de Israel, y también lo es para los cristianos (Apocalipsis) la figura de la ciudad celestial. Este párrafo dice con imágenes imponentes todo lo que descubre la persona que se convierte a Cristo y entra en la Iglesia. Con el bautismo entra en la familia de Dios, de los santos y de los ángeles. Tiene acceso a ese centro misterioso donde se decide el destino del mundo, y encuentra a Jesús mismo.

En la conversión, uno puede tener la experiencia de esto y casi tocar con las manos estas verdades, pero no debe olvidarlo cuando, después, sobrevengan el cansancio, la desilusión y las pruebas. En el mundo actual es urgente que los cristianos sean testigos ante los hombres de la existencia de ese mundo distinto (nuevo), diverso y joven, bello y pacífico en el que Cristo nos introdujo con su muerte y su resurrección.

Jesús es el que posibilita el acceso a ese mundo nuevo. Para expresar esta novedad, la lengua griega tiene dos adjetivos: uno con que indica un nuevo género de vida y otro que expresa la juventud del ser.

La Nueva Alianza fundamentada en Cristo es a la vez un género nuevo de vida y una formidable irradiación de juventud. El creyente en este Mediador tiene que llenar de “verdad” y de “vida” estas palabras


El evangelio es de San Lucas (Lc. 14, 1. 7-14). En el texto se describe una de las frecuentes comidas de Jesús, propias de Lucas. El texto luego de presentar el marco narrativo (la comida en casa de uno de los jefes de los fariseos) omite el primer debate sobre el sábado y empieza una serie de temas sobre las comidas.

En primer lugar una intervención al notar que los invitados eligen los primeros lugares (v.7) que  finaliza con un frecuente dicho errante (v.11; cf. 18,14; Mt 23,12; cf. Sgo 4,6.10; 1 Pe 5,6). Luego se señala un nuevo dicho (v.12), esta vez dirigido a quien lo había invitado finalizado con una “bienaventuranza” (v.14).

Las diferentes actitudes de Jesús en las comidas –particularmente la importancia que Lucas les da- muestran elementos que deben destacarse de modo importante. Tenemos comidas con “publicanos y pecadores”, en las que lo habitual es la “murmuración” de los testigos, y comidas en casas de fariseos que parecen seguir en cierto modo el esquema del género literario de los simposios (Plutarco). Esto es una comida a la que un personaje importante es invitado y –a partir de algo fuera de lo común que este hace- se desencadena un debate entre los asistentes. En este caso, lo que Jesús –el invitado- hace, es curar en sábado ( esto no aparece en el texto litúrgico). Pero luego de este pequeño diálogo sobre el sábado, encontramos las escenas mencionadas.

Es bueno destacar que en el mundo antiguo habitualmente no se come sino con quien es “como uno”. El esquema visible del “honor” hacía imposible que uno compartiera la mesa con alguien con menor honor ya que eso manifiesta pública y visiblemente que uno se reconoce públicamente como des-honroso. Jesús es invitado porque para los fariseos se trata de alguien de un honor semejante (y por eso escandaliza cuando come con personas de menor honor, como es el caso de los publicanos). Sin embargo, hay algunas ocasiones en las que un banquete incluye gente de los más diversos grados de honor. Es el caso –por ejemplo- de un homenaje a un benefactor, en el que todo el pueblo participa. Sin embargo, los lugares en la mesa son indicio visible y evidente de las diferencias de honor de esos mismos participantes. Junto al agasajado se sientan los principales, y a medida que se van alejando, el honor es menor, terminando con clientes y esclavos. Un indicio de esto es que en la mesa no comen todos lo mismo, y mientras junto al homenajeado se sirven los mejores manjares, en la otra punta la comida es vulgar. Elegir los primeros lugares es –precisamente- una manifestación pública y visible del honor con que una persona se auto-comprende. En este sentido, ir a ubicarse al último lugar es a su vez una manifestación también visible del lugar que uno mismo se asigna. Es estigmatizante, y a su vez es una manifestación pública del honor que uno se asigna ante los demás.

Jesús es invitado a casa de un “jefe” (arjontes) de los fariseos. Los “jefes” suelen ser adversarios de Jesús (23,13.35; 24,20; Hch 3,17; 4,5.8.26; 13,27) pero en este caso parece referir simplemente a un líder del grupo. Pero ya sabemos que estos quieren ponerle una trampa a Jesús en lo que diga (11,53-54) y que se “las dan de justos delante de los hombres” (16,15), por tanto que esta invitación a comer sea un sábado deja abonado el terreno del conflicto.

En este caso Jesús presenta una parábola (aunque no lo sea precisamente), y se trata de una boda. Precisamente una fiesta a la que el pueblo entero está invitado. Es una característica parábola de actitudes contrapuestas (“no te pongas en el primer lugar” / “ve a sentarte en el último puesto”) que parece inspirarse en textos sapienciales (Pr 25,6-7; Sir 3,17-20), a lo que se añade la valorización cultural del “honor”. Ver que “buscan el primer lugar” (prôtoklisias) es algo que Mt 23,6 había señalado y Lucas en su paralelo de 11,43 había omitido, quizás para reservarlo a este momento. El honor (v.10) y la vergüenza (v.9) muestran esta diferencia contrapuesta. Sin embargo, la escena que parecería una estrategia precisamente para visibilizar el honor ante todo el mundo, finaliza con un dicho de Jesús que invita a otra lectura.

 Pues todo el que se ensalce, será humillado y el que se humille, será ensalzado” (v.11). Evidentemente encontramos aquí también una escena contrastante como la de la parábola; sin embargo, lo que llama la atención en este caso es la doble voz pasiva (será humillado / será ensalzado). Como es frecuente en la Biblia –especialmente en el período post-exílico, la voz pasiva es un modo frecuente de aludir a Dios sin nombrarlo (obviamente es algo que se da cuando no es visible quién es el hacedor del verbo). En este caso lo que se afirma es que Dios ensalzará y Dios humillará. Y esto nos cambia el enfoque de la escena. No se trata de ser exaltado / humillado por el que nos ha invitado a la cena, sino por Dios mismo. Esto indica que para Jesús Dios ve nuestra realidad con otros ojos distintos a aquellos con los que la sociedad ve a las personas. Los que son tenidos por valiosos (honor significa “valor” para el mundo antiguo; lo que una persona vale para la sociedad) no necesariamente son valorados por Dios. Mientras la sociedad contemporánea veía a determinadas personas (por su oficio, por su familia, por su trayectoria, por ejemplo) con un honor que los ponía por encima o por debajo de los demás, Jesús nos dice que Dios no lo ve así; la voz pasiva nos indica que Dios lo ve precisamente a la inversa. La sociedad de su tiempo valoraba que una persona se mostrara ante todos como importante, mientras que rechazaba a los que se mostraban humildes; es interesante notar que la “humildad” era habitualmente tenida por defecto, no como virtud por los moralistas griegos;; como algo propio de los esclavos, por ejemplo. El término es propiamente cristiano (recordar que el término, en la primera lectura no se refiere a la humildad como virtud sino en referencia a lo intelectual, al aprendizaje). La inversión de los valores en la dinámica del reino es algo habitual en Lucas: (1,48.52; 3,5; 10,15; 14,11; 18,14; Hch 2,33; 5,31).

En un segundo momento se dirige al que lo había invitado, el jefe de los fariseos. La sociedad antigua era sumamente fastuosa en sus acontecimientos públicos: el homenaje a un benefactor debe ser bien visible por todos: un banquete fastuoso, una estatua o un templo dedicado a una divinidad en su honor; todo debía hacerse a la vista de todos. Pero precisamente por eso, también a la vista de todos debía manifestarse la gratitud por los beneficios recibidos. Si uno era convidado a un banquete importante, debía dar otro banquete a su vez, y éste debía ser más suntuoso, con más invitados, para manifestar la gratitud con aquel que nos ha convocado. No ser suficientemente agradecido era sumamente grave. Jesús, entonces, propone una nueva actitud, nuevamente contracultural. “Cuando des… no invites” (el mismo esquema que en v.8). Lucas varía indistintamente las palabras [cena (v.12), boda (v.8), comida (v.12), recepción (v.13)], y aquí se refiere a una “recepción” (doxê), como la que Leví ofreció a Jesús (5,29). Los cuatro invitados habituales contrastan ahora con cuatro inesperados: pobres, lisiados, cojos, ciegos (los mismos cuatro –por otra parte- que se repetirán en la parábola que viene a continuación (v.21; cf. 7,22 sin “lisiados”); son grupos excluidos del sacerdocio (Lev 21,17-21) y del banquete escatológico:

La referencia en primer lugar a los pobres parece ser inclusiva, y puede leerse: “invita a los pobres, como por ejemplo, a los lisiados, cojos, ciegos...). El contraste –evidentemente- está dado entre los que pueden y los que no pueden “invitar a su vez”, es el modo de ser “compasivos, como es compasivo el Padre” (6,36), como en la escena anterior, Jesús invita a medir con “la medida del reino”..

Pero esto destaca a su vez otros elementos: por un lado, una renuncia no sólo a lo visible y exterior, sino también un reconocimiento de una igualdad explícita que viene dada por la comunión de mesa. Pero esto incluye una renuncia al honor al que se tiene derecho y en el que se manifiesta –siempre visiblemente- la valía que la sociedad reconoce a determinada persona o colectivo. Invitar a los que no tienen honor no es –solamente- un gesto de “caridad”, es una estigmatización social, un aceptar ser –ante todos- de bajo honor en la mesa compartida. Por otro lado, la gratuidad, que es algo propio de la lógica del reino. Éste no se guía con el “do ut des” (te doy y me das) propio de cierta religiosidad, y la lógica mercantil, sino del simple dar, como donación de sí.

Una nueva “voz pasiva” que refiere a Dios concluye la unidad: “(Dios) te recompensará en la resurrección de los justos”. El “banquete” es expresión escatológica (cf. 13,29) y alude, por lo tanto, a la resurrección, la cual –por otra parte- era particularmente creída por los fariseos (cf. Hch 23,6).

 

 

Para nuestra vida

Las lecturas de este domingo hacen un gran elogio de dos virtudes cristianas y humanas sumamente importantes: la humildad y el amor generoso. Cualquier persona que practique y viva estas dos virtudes cristianas es un santo cristiano. La humildad religiosa en primer lugar: saber situarnos ante Dios. Dios es nuestro Padre y nuestro único Señor; nosotros somos hijos de Dios, siervos y empleados de Dios. Todo lo que tenemos y somos, nuestro ser y nuestro obrar, es de Dios. Reconocer la soberanía única de Dios sobre nuestras vidas y sobre nuestras cosas, y actuar en consecuencia, eso es humildad. Somos brazos de Dios y boca de Dios.

A través de nosotros Dios quiere llegar a los demás, con nuestros brazos, con nuestros pies, con nuestras palabras y obras Dios quiere construir entre nosotros su Reino. Humildad religiosa es aceptar que Dios es Dios y que nosotros somos sus humildes siervos. También la humildad social es muy importante: saber situarnos ante los demás. Los demás son nuestro prójimo, nuestros hermanos, hijos de nuestro mismo Padre,

Es muy útil la enseñanza de la primera lectura (Eclesiastico). Con gran facilidad  podemos llegar a envanecernos e inflarnos tanto, que terminamos por invadirlo todo (Cf. 1Cor 1,31), sofocándolo todo y terminando por sofocarnos a nosotros mismos, no permitiéndole a Dios que nos impregne de su Espíritu de sabiduría.

Ella nos permitirá ponernos en plena armonía con Dios, que nos responderá con las efusiones de su gracia y descubriremos que puede que también los demás reaccionen hacia nosotros con idénticas muestras de benevolencia y apertura, colmándonos con una paz que el orgulloso jamás experimentará.

 

El salmo de hoy nos sitúa en la actitud de alabanza. Invitación a la alabanza y motivos. La bondad de Dios se manifiesta en la protección del humilde e indefenso, y en la providencia amorosa sobre el pueblo. Dios mira con verdadera piedad paternal a los pobres y humildes. Lo proclama la experiencia secular de Israel. El Señor Dios merece la alabanza. Cristo ratificará de forma solemne esa imagen de Dios: pobre, humilde, por los pobres y humildes de la tierra.

Es una magnifica reflexión para cada uno de nosotros, en nuestras relaciones sociales, especialmente con los que consideramos inferiores a nosotros.ratamos como ios nos trata y trata a cualquier persona?

Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría”. La confianza auténtica siempre experimenta a Dios como amor, a pesar de que en ocasiones sea difícil intuir el recorrido de su acción. Queda claro que “el Señor guarda a los sencillos» (versículo 6). Por tanto, en la miseria y en el abandono, se puede contar con él, «padre de los huérfanos y tutor de las viudas” (Salmo 67,6).

Si se violan los derechos de los pobres, no se cumple sólo un acto políticamente injusto y moralmente inicuo. Para la Biblia se perpetra también un acto contra Dios, un delito religioso, pues el Señor es el tutor y el defensor de los oprimidos, de las viudas, de los huérfanos (Cfr. Salmo 67, 6), es decir, de quienes no tienen protectores humanos.

El Dios de los “pobres”: “Padre de los huérfanos y defensor de las viudas”, pone todo su poder al servicio de quienes ama con predilección, para disipar a sus enemigos, “como la cera se derrite al fuego”; en cambio, desde su templo santo, a huérfanos y a viudas da su auxilio”.

 

En la segunda lectura la reflexión está centrada en el actuar y hablar de Dios. Dios habló en un tiempo… por los profetas…, en los últimos tiempos habló en el Hijo. Dios habló es la afirmación fundamental. En el Hijo, la novedad transcendental. El Aconteci­miento Cristo, Palabra de Dios, el tema de la obra.

Dios habló y Dios habla: Dios continúa hablando. El autor recurre al entonces de la Antigua Alianza para, por contraste, presentar la hondura y transcendencia de la Nueva Alianza. La comparación de una con otra atraviesa toda la carta.

Dios habló en el Sinaí a Moisés. Fue una teofanía tremenda. Dios habló en el Sinaí. En un monte. Monte alto y apartado. Una masa de tierra tangible. Dios habló sobre la tierra. El lugar era terreno, de este mundo. Dios habló desde el monte. Habló con voz de trueno, de forma espantosa. Los hombres no «podían» oír aquella voz. Pidieron que Dios no les hablara, que les hablara Moisés. En realidad el pue­blo no tuvo acceso a Dios. Aun siendo un monte tangible no se podía tocar. Había amenaza de muerte sobre el que osara acercarse a él. El pueblo no vio a Dios ni entendió sus palabras. Necesitaron del intérprete Moisés. La manifes­tación terrena del Dios Santo se mostró insoportable. Así fue el «hablar» de Dios entonces.

En cambio, el hablar de Dios AHORA es diverso. No es un monte tangible, terreno. Es la Ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, la Asamblea de… Es algo divino. Y con ser divino es al mismo tiempo, bajo otro aspecto, tangi­ble. ¡Tenemos acceso a Dios! Estamos ya dentro. No está castigada con la muerte la entrada a tan sa­grado recinto. Todo lo contrario, la Muerte ame­naza al que se queda fuera. La Voz de Dios, su Hijo, es audible. No espanta, atrae; no aterra, con­suela; no hiere, sana; no mata, salva. La Voz del Hijo nos hace hijos; como la voz del siervo Moisés hacía siervos. Jesús no es un media­dor; es el Mediador. Y la alianza es la eterna Alianza. La Voz de Dios se ha hecho carne nuestra. Jesús no se aver­güenza de llamarnos hermanos. No lo rodea niebla y fuego, sino luz y Espíritu. Por eso, ¡hay que oír su voz!.

Todo esto es el gran regalos de Dios.

 

El evangelio nos presenta las reflexiones de Jesús, con ocasión de la invitación a una comida. Estas  son dos: la primera se refiere a la tendencia casi instintiva que nos empuja a ocupar los primeros puestos en los banquetes, y, la segunda, a la gratuidad que debe regir dichos convites.

Todos buscan ocupar los puestos de honor. Esta actitud tiene como resultado alejar al ser humano de sí mismo (lo ‘aliena’), alejándolo al mismo tiempo de Dios, que habita en las profundidades de su corazón. No se atiende a la propia realidad más profunda sino que se termina por depender de las apreciaciones de los demás. Esto lleva a ‘desperfectos’ en todos los campos (pensemos, para citar un ejemplo, en algún artista que sólo trabajara buscando el éxito), pero sobre todo produce ‘desperfectos’ graves en la vida espiritual.

Hasta se puede llegar a abandonar la fe si esta no asegura los primeros puestos, convirtiendo a la fe en un trampolín para ponerse en evidencia, para ocupar puestos de importancia (aunque fuera sólo a los propios ojos y en secreto), para ser admirados por los demás (baste recordar las enseñanzas de Jesús sobre los fariseos de todos los tiempos que usualmente se hallan entre las personas más ‘religiosas’), pero al proceder de esta forma se destruye la esencia misma de la fe.

En ese contexto Jesús  expresa el conocido dicho, “todo el que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado”, que nos permite captar el núcleo de la enseñanza evangélica. En presencia de Dios todo ser humano se encuentra situado en el lugar justo y adecuado, y la mano del Señor realiza la elevación de los humildes y la humillación de los soberbios (Ver Sal 113,7 y 1 Pe 5,5-6), tal como lo canta María. Pero es necesario advertir que la humildad es una virtud muy difícil de ser vivida y que además corre el riesgo, si no es correctamente entendida, de suscitar actitudes contrahechas y hasta perversas, generando búsqueda de méritos y terminando por propiciar comportamientos que justamente son los que Jesús condena. Es mejor hablar dehumillación-abajamiento, ya que sólo si aceptamos las humillaciones que provienen de nosotros mismos, de los demás y de Dios, podremos descubrir nuestra propia indigencia y, aceptándola, llegar a atisbar, con verdad, lo que significa la humildad evangélica.

La segunda reflexión!-, la hace Jesús, dirigiéndose a quien lo recibe, le recomienda:” Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos.

El mensaje es claro, si queremos ser sus discípulos, debemos expulsar de nuestras vidas la perversa lógica del ‘intercambio’, de la ‘reciprocidad’, del ‘doy-para-que-me-den’ (Cf. Lc 6,30. 35). La vida de Jesús se desarrolló de acuerdo a dicha ‘lógica-ilógica’, tal y como lo cantan las Bienaventuranzas y el Magníficat y tal como, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó en una ocasión Jesús: te bendigo Padre porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños (Lc 10,21). Por algo Jesús concluye sus recomendaciones con una de sus bienaventuranzas: ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos”.

 

Rafael Pla Calatayud.

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sábado, 26 de julio de 2025

Comentarios a las lecturas del Domingo XVII del Tiempo Ordinario 27 de julio de 2025.

 

Comentarios a las lecturas del Domingo XVII del Tiempo Ordinario 27 de julio de 2025.

En este domingo XVII del Tiempo Ordinario, Jesús nos va a enseñar que somos comunidad y no individualidades. Nos enseña a orar llamando al Padre “Nuestro” y no “Mío”.

 Presencia de Cristo en la vida del cristiano, oración, intercesión, confianza del orante, estas serán ideas de las lecturas de este domingo.

En la primera lectura  tomada del libro del Génesis ( Gn 18,20-32) , nos narra lo que ocurre en las ciudades de Sodoma y Gomorra, lugares depravados por excelencia, donde las pasiones se imponen sobre la sagrada ley de la hospitalidad (Gn 19, 1-11), donde Dina es violada (Gn 34, 1-5) y las esposas de los patriarcas no están seguras (Gn 12, 10-20; 26, 1-11). En esas circunstancias, Abrahán va a intentar una acción de misericordia.

El gran principio sobre el que gira el pasaje es que la bondad de unos pueda salvar a otros. En el Israel antiguo hay una mentalidad colectivista; el pecado de uno lo paga todo el pueblo. Pero aquí el planteamiento es diametralmente diferente; la presencia de los justos ¿no podría tener acaso una función protectora de la totalidad? ¿No podría manifestar Dios su justicia teniendo en cuenta la minoría inocente y perdonando por ello a la colectividad? Esta forma de pensar es única y el pasaje es el producto de una singular reflexión teológica sobre la justicia divina.

El Señor interviene en la historia humana. En el monólogo de los vs. 20-21, una grave acusación le ha sido presentada contra Sodoma y Gomorra, y Dios se decide a hacer una investigación personal para comprobar si la situación es tan grave como dicen. En los vs. 22-33 se recoge un intrépido diálogo entre Dios y Abraham (muy frecuentes en los relatos yavistas a lo largo de todo el Pentateuco: cfr. Gn 4, 13-16: entre Caín y el Señor..) Abraham es un arriesgado mediador que hace un gran esfuerzo por salvar a Sodoma y Gomorra. "¡Lejos de ti hacer tal cosa!", el juez del universo debe medir bien sus acciones y no puede condenar al inocente con el culpable (v. 25). Abrahám logrará rebajar el número de cincuenta inocentes a diez: ¿no podrá la inocencia de estos pocos traer el perdón sobre todos? Abraham intercede sin desmayo, pero, al parecer, la ciudad no alberga ni siquiera a un inocente. Y ante tanta maldad Dios va a enviar la muerte, como ocurrió con el diluvio, de la que sólo se librarán Lot y unos pocos en atención a Abraham (cap. 19).

Se nos muestra un relato entrañable: cuando Abrahán, de manera insistente, negocia con Dios la salvación de Sodoma y Gomorra. Y esa negociación se lleva acabo en proximidad total, en diálogo de amistad. Abrahán fue un gran amigo de Dios.

  "Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable?" (Gn 18, 23). Abrahán intercede ante Dios. Le asusta la idea del castigo divino. Él cree en el poder infinito del Señor, él sabe que no hay quien le resista. Tiembla al pensar que la ira de Yahveh pueda desencadenarse. Y Abrahán, llevado de la gran confianza que Dios le inspira, se acerca para pedir misericordia. Un diálogo sencillo. Abrahán es audaz en su oración, atrevido hasta la osadía: si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás a la ciudad por los cincuenta inocentes que hay en ella? ¡Lejos de ti tal cosa...! Dios accede a la proposición. Entonces Abrahán se crece, regatea al Señor el número mínimo de justos que es necesario para obtener el perdón divino. Así, en una última proposición, llega hasta diez justos. Y el Señor concede que si hay esos diez inocentes no destruirá la ciudad. Diez justos. Diez hombres que sean fieles a los planes de Dios. Hombres que vivan en santidad y justicia ante los ojos del Altísimo. Hombres que sean como pararrayos de la justicia divina. Amigos de Dios que le hablen con la misma confianza de Abrahán, que obtengan del Señor, a fuerza de humilde y confiada súplica, el perdón y la misericordia.

 

El responsorial de hoy es el salmo 137 (Sal 137,1-8) . Es un canto de acción de gracias, que a su vez dispone el corazón del orante para terminar en súplica confiada.- La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de Himno de acción de gracias. Nos recuerda el acto de agradecimiento de David a Dios por haberle dado el Trono de Israel y por la promesa de estabilidad para su dinastía.

Atribuido por la tradición judía al rey David, aunque probablemente fue compuesto en una época posterior, comienza con un canto personal del orante. Alza su voz en el marco de la asamblea del templo o, por lo menos, teniendo como referencia el santuario de Sión, sede de la presencia del Señor y de su encuentro con el pueblo de los fieles.

A nosotros nos sirve este salmo como acción de gracias por los bienes recibidos y en espera que Dios nos proteja siempre.

El salmista está a la escucha en el espacio terreno del templo ( v. 1), afirma que «se postrará hacia el santuario» de Jerusalén (cf. v. 2): en él canta ante Dios, que está en los cielos con su corte de ángeles.

La mirada se dirige por un instante al pasado, al día del sufrimiento: la voz divina había respondido entonces al clamor del fiel angustiado. Dios había infundido valor al alma turbada (v. 3).

Después de esta premisa, aparentemente personal, el salmista ensancha su mirada al mundo e imagina que su testimonio abarca todo el horizonte: «todos los reyes de la tierra», en una especie de adhesión universal, se asocian al orante en una alabanza común en honor de la grandeza y el poder soberanos del Señor ( vv. 4-6).

En esta alabanza destacan la «gloria» y los «caminos del Señor» ( v. 5), es decir, sus proyectos de salvación y su revelación. Así se descubre que Dios, ciertamente, es «sublime» y trascendente, pero «se fija en el humilde» con afecto, mientras que aleja de su rostro al soberbio como señal de rechazo y de juicio (v. 6).

Como proclama Isaías, «así dice el Excelso y Sublime, el que mora por siempre y cuyo nombre es Santo: "En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos, para avivar el ánimo de los humillados"» (Is 57,15). Por consiguiente, Dios opta por defender a los débiles, a las víctimas, a los humildes. Esto se da a conocer a todos los reyes, para que sepan cuál debe ser su opción en el gobierno de las naciones. Naturalmente, no sólo se dice a los reyes y a todos los gobiernos, sino también a todos nosotros, porque también nosotros debemos saber qué opción hemos de tomar: ponernos del lado de los humildes, de los últimos, de los pobres y los débiles.

Se habla, de modo sintético, de la «ira del enemigo» (v. 7), una especie de símbolo de todas las hostilidades que puede afrontar el justo durante su camino en la historia. Pero él sabe, como sabemos también nosotros, que el Señor no lo abandonará nunca y que extenderá su mano para sostenerlo y guiarlo. Las palabras conclusivas del Salmo son, por tanto, una última y apasionada profesión de confianza en Dios porque su misericordia es eterna. «No abandonará la obra de sus manos», es decir, su criatura (v. 8).

Resumiendo vemos como en el salmo rezuma la historia misericordiosa de Dios, tanto del pasado como del presente. Dios vio la aflicción de su pueblo. Bajó para liberarlo del poder de los egipcios. Así se explica la confianza que respira este salmo: la diestra divina salva a su pueblo, aunque camine entre peligros. Israel puede mirar confiadamente el futuro. Dios completará sus favores.

El salmista puede suplicar con esperanza que Dios concluya lo que ha comenzado. Ha iniciado una historia de amor incomparable: Su presencia en nuestra carne, en el hombre. Los discípulos podrán experimentar el amor del Padre y responder a él como Jesús, gracias al Espíritu recibido. El discípulo sabe que la historia del amor de Dios para con él pide un desprendimiento, una heroicidad hasta el extremo. Por eso suplica: «No abandones, oh Dios, la obra de tus manos. Lleva a feliz término lo que has comenzado en nosotros». Una confianza desde una actitud humilde de orante

 

En la segunda lectura de hoy  Carta a los Colosenses, (Col 2,12-14) San Pablo señala que el misterio pascual de Cristo está presente en el bautismo y su poder regenerador alcanza a todos por la fe. Nos dice, además, que Dios nos dio la vida en Cristo, perdonándonos todos los pecados.

La característica de esta carta es su cristología. Intenta aclarar la doctrina acerca de una serie de especulaciones sobre el mundo angélico, al que se le atribuía mucha  importancia, entrañando un grave peligro: de que sufriese mengua la posición de Cristo, único mediador entre Dios y los hombres. La intención de Pablo, desde el principio al fin de la carta, es dejar bien sentada la absoluta suficiencia de Cristo en su función con respecto al Universo. No que ponga en duda la existencia y función de otros intermediarios, pero será siempre en relación y dependencia de Cristo (cf. 1:1 6; 2:10), único en quien habita todo el "pleroma" de la divinidad (cf. 1:19; 2:9). Es ésta una carta en que Cristo aparece en su plena función de Kyrios del Universo.

El bloque Col 2:4-23, - del que es parte el texto de hoy-,  advierte  contra las falsas doctrinas que afectan la fe en  Cristo.

Afirmada ya la primacía de Cristo y nuestra incorporación a El, el Apóstol describe con más detalle cómo se ha realizado esa incorporación (v.11-14). Dice primeramente, pensando quizás en que los judaizantes de Colosas exigían la circuncisión, que los cristianos no necesitamos el rito de la circuncisión material, pues tenemos otra más perfecta: "eliminación del cuerpo carnal, circuncisión de Cristo" (v.11).

Cuál sea esta circuncisión de Cristo lo explica en el v.12, con evidente alusión al rito del bautismo. Es en el bautismo donde resucitamos a nueva vida, despojándonos  de un pequeño trozo de piel, como en la circuncisión mosaica, sino del "cuerpo carnal" o "cuerpo del pecado" u "hombre viejo," que de todas estas maneras llama San Pablo al hombre viciado por el pecado y esclavo de la concupiscencia (cf. 3:9; Rom 6:3-11; Ef 4:22).

Luego, en los v.13-14, sigue insistiendo en la misma idea de cómo se efectuó nuestra incorporación a Cristo; pero lo hace en forma más dramática. Dice que la condonación de nuestros delitos y resurrección a nueva vida (v.13), la hizo Dios "borrando el acta (χειρό-γραφον) que nos era contraria y clavándola en la cruz" (v.14).

 

            El evangelio de hoy de San  Lucas (Lc 11,1-13) , nos muestra como es el mismo Jesús, quien nos enseña a orar.

            Lucas dedica muchos pasajes de su evangelio al tema de la oración, y en ellos nos transmite varios momentos de oración de Jesús. En Lucas es común encontrar a Jesús orando (a la madrugada, en el monte, antes de tomar decisiones), también nos transmite varias oraciones propias de Jesús, y finalmente nos ofrece varias enseñanzas de Jesús a los discípulos, referidas a la oración.

            Este conocido texto es una excelente catequesis sobre la oración. En él encontramos tres partes: el contenido de la oración de Jesús (qué rezar), las características de la oración (cómo rezar) y el sentido de la oración (para qué rezar).

  Comienza sin indicación de lugar ni de tiempo. En la perspectiva del camino San Lucas prescinde una vez más de intereses localistas para centrarse en el tema de la oración. El modelo de la oración cristiana constituye la primera parte del texto de hoy.

La ocasión es la oración del propio Jesús, una situación ya habitual, y el motivo, la petición de sus discípulos, deseosos de tener su propia plegaria a semejanza de los seguidores del Bautista. Parece evidente que San Lucas quiere ofrecer el modelo de toda oración cristiana. Así lo confirman las palabras introductorias de Jesús: cuando oréis, decid.

            Jesús no se hace rogar y les enseña la oración del Padrenuestro. Lo primero que hay que destacar es que nos enseñe a dirigirnos a Dios llamándole Padre. La palabra original aramea es la de Abba, de tan difícil traducción, que lo mismo san Marcos que san Pablo la transmiten tal como suena. Es una palabra tan entrañable, tan llena de ternura filial y de confianza, tan familiar y sencilla, tan infantil casi, que los judíos nunca la emplearon para llamar a Dios. Le llamarán Padre; incluso Isaías lo compararán con una madre, o mejor dicho, con las madres del mundo, pero no lo llamarán nunca Abba. En ella nos enseña a reconocer su santidad y pidiendo por su Reino.

El modelo consta de los siguientes elementos: una invocación (¡Padre!), dos deseos y tres peticiones. La invocación es típica de Jesús y carece de paralelos en la tradición del judaísmo precristiano. Expresa intimidad, cercanía, confianza. Por su sencillez y limpieza contrasta con las recargadas formulaciones de muchas oraciones judías.

Los dos deseos se refieren al Padre. El primero de ellos, santificado sea tu nombre, expresa el deseo de un reconocimiento, de que Dios sea conocido por los hombres en cuanto Padre. El segundo, venga tu reino, expresa en el fondo lo mismo que el anterior, esta vez bajo la perspectiva activa del Padre que se revela y se manifiesta. El cristiano aspira y pide al Padre que esta manifestación sea lo más plena y absoluta posible.

            Las tres primeras peticiones del Padrenuestro centran la mirada en Dios, mientras las tres segundas la centran en la vida y en la experiencia humana. Pedimos el pan de cada día, el perdón mutuo que recompone las relaciones, y fuerza para no caer en la tentación, es decir las pruebas y conflictos de la vida.

La primera petición, danos cada día nuestro pan del mañana, plantea un problema en razón de que el texto original emplea un término al parecer totalmente desconocido tanto en el resto de la literatura griega como en el lenguaje corriente. La traducción litúrgica ha optado por una interpretación de perspectiva escatológica, la cual, tal vez, no es la más acorde con las preocupaciones de San Lucas, interesado más bien en los avatares de la existencia cotidiana. Por eso mismo son preferibles una de las dos siguientes interpretaciones: danos cada día la ración de pan correspondiente a cada día (Juan Crisóstomo); danos cada día el pan necesario para la existencia (Orígenes). El cristiano pide al Padre que socorra sus necesidades diarias de sustento.

En la segunda petición el cristiano implora el perdón del Padre, ya que el pecado es una realidad esencialmente humana. A la petición se añade la frase explicativa porque también nosotros perdonamos. No es una exigencia o una condición, expresa sencillamente el convencimiento de que no se puede esperar el perdón del padre si se rehúsa el perdón humano.

En la tercera petición el cristiano ruega al padre que no lo enfrente con situaciones en las que pueda peligrar su actitud de entrega y de confianza en El. La tentación de que aquí se habla no es tanto de naturaleza moral cuanto de actitud en la vida. La tentación en cuanto posibilidad de vivir la vida sin contar para nada con el Padre.

La parábola del amigo que pide insistentemente, quiere mostrar únicamente la eficacia de la oración dirigida al Padre. No debemos entenderla como si una petición repetida hasta la saciedad doblegara, por ello mismo, la voluntad de Dios y lo pusiera a nuestra disposición. Dios sigue siendo Dios por encima de la oración del hombre, siempre soberanamente libre. pero la insistencia en la oración, la oración continuada, es una señal de una buena oración, de una fe y de una esperanza que son don de Dios. Y si Dios nos concede ese modo de orar, también nos dará lo que le pidamos.

La oración es eficaz por la bondad del Padre, no por nuestra insistencia o por nuestros méritos. Si ya los hombres, siendo malos como son, no engañan a sus hijos y les dan lo que les piden, con mayor razón el Padre dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan.

La conclusión nos desconcierta un poco, pues a partir del ejemplo cabía esperar que se dijera que también Dios concede a sus hijos todo lo que éstos le piden y no acabar diciendo que nos concede el Espíritu Santo. No obstante, el Espíritu es el don por antonomasia y el principio de todos los dones, porque es prenda de vida eterna, y ¿qué otra cosa pide el hombre, cuando pide cualquier cosa, que no sea la vida eterna? Pedimos pan, pero lo que deseamos de verdad no es el pan de cada día sino "el pan de vida", es decir, la vida en su plenitud. La oración constante es ya una prueba de que el Padre nos concede el Espíritu Santo y con él la vida eterna. Porque es el mismo Espíritu, que habita en nuestros corazones, el que nos anima a decir confiadamente: "Padre nuestro" (Rm 8, 15).

  Jesús nos enseña a pedir con insistencia, pues el Padre Bueno escucha nuestras peticiones. Y nos muestra que a través de la oración recibimos el Espíritu Santo, que nos anima a vivir como discípulos, en la huella de Jesús.

 

Para nuestra vida

Las lecturas de hoy nos sitúan ante la oración y sus modalidades. En la oración de petición, no debemos tener nunca la sensación de que Dios, valiéndose de cualquier milagro o de un solo movimiento de su mano, eliminará el mal del mundo. Mientras creamos esto rezaremos oraciones que no tendrán respuesta y rogaremos a Dios que haga cosas que no veremos realizar nunca. La creencia de que Dios lo hará todo en lugar del hombre es tan insostenible como lo es creer que el hombre puede hacerlo todo por sí mismo. También es una señal de falta de fe. Debemos saber que esperar que Dios lo haga todo mientras nosotros no hacemos nada no es fe, sino superstición.

Las lecturas que se nos proponen este domingo, son una invitación a la confianza en Dios, una invitación a tenerlo muy presente en nuestras vidas y a ser capaces de presentarle sin temor nuestros deseos, nuestras preocupaciones y necesidades.

El poder contar con Dios, no quiere decir que tengamos que esperar que él nos resuelva todos los problemas y menos aún que se ponga a favor de nuestros pequeños intereses. Pero sí quiere decir que él nos da la mano en nuestro caminar, nos da fuerza y valor. Es tener a alguien al lado que no nos deja nunca, es poder vivir todo acontecimiento, por duro que sea, acompañado por un amor muy grande, pleno, infinito.

Sería un mal signo que a Dios le pidiéramos solo ayuda y fuerza para nuestras angustias y problemas personales; es por esa razón que el Señor nos deja la oración del Padre Nuestro como modelo perfecto de cómo y con qué actitud debemos dirigirnos a Dios.

En la primera lectura, Dios revela a Abrahán los planes que tiene sobre la ciudad de Sodoma y Gomorra .

El conocimiento que tiene Abrahán de esa revelación le lleva a interceder por estas ciudades delante de Dios.

Génesis 19 cuenta que, pese a ello, Sodoma y Gomorra fueron destruidas, pero permanece el hecho de que la oración de Abrahán había sido escuchada cuando intercedía por la ciudad pecadora y obtenía que fuese perdonada por cincuenta justos, por cuarenta y cinco, por cuarenta, por treinta, por veinte e incluso por diez. Siempre generoso y caballero en sus negocios, Abrahán sólo regatea cuando pide a Dios perdón por el pueblo pecador. Pero no se atreve a pasar más allá de diez justos.

La conversación amistosa de Abrahán con el Señor muestra que Dios rige el mundo con soberana justicia y preocupado por la causa de los débiles y excluidos. Dios está dispuesto a perdonar si se arrepienten y va cediendo ante la insistente intercesión de Abrahán. Este regateo y esta condescendencia revela hasta qué punto la justicia divina está llena de misericordia. Dios sabe perdonar a los pecadores por amor a los justos y, de ningún modo, es su intención que paguen justos por pecadores.

El diálogo de Abrahán con Dios es un ejemplo de oración de intercesión. Abrahán habla con Dios, desde la humildad y la confianza. Es un modelo de oración de intercesión para todos nosotros. La intercesión de Abraham no será del todo inútil. Se salvará su familia. En la verdadera oración de intercesión no nos mueve el egoísmo, sino la misericordia. No nos fijemos tanto en las culpas y en las causas de la miseria de estas personas, sino en la realidad miserable y marginal en la que viven. Pensemos siempre en los más pobres, en los enfermos, en los marginados, en los refugiados, en los emigrantes en general. No son, en general, más pecadores que nosotros; entre ellos, como entre nosotros, los hay buenos y malos, mejores y peores. Son, en general, víctimas de las circunstancias familiares y sociales en las que han nacido y vivido las que les han llevado a vivir como viven. Todos queremos vivir bien, ellos y nosotros. Demos gracias a Dios por todas las personas que podemos vivir con dignidad e intercedamos ante Dios y ante los hombres por todos aquellos que, con culpa o sin culpa propia, se han visto forzados a vivir en la mayor miseria y fragilidad. Y hagamos siempre nuestra oración de intercesión con humildad, confianza y perseverancia.

 

El  salmo de esta domingo proclama la "trascendencia" de Dios: "¡qué grande es tu gloria!" nada original, esto lo hacen todas las religiones auténticas. Toma tiempo dejarse invadir por este sentimiento de adoración que hace "prosternar", el rostro contra el polvo, como dice el salmo, hasta tomar conciencia de "ante quién estás".

Lo que es original, en la revelación que Dios hace de sí mismo a Israel es ante todo, que este Dios "trascendente" mira a los humildes con predilección. Prodigio de lo infinitamente grande, ante lo infinitamente pequeño. La grandeza de Dios no es aplastante, es la grandeza del amor, la "Hessed", sentimiento que llega hasta las entrañas. La palabra aparece dos veces en este salmo. Si es amor, Dios da la vida, Dios salva. Dios está contra todo lo que hace daño, su mano se abate contra los enemigos del hombre", su mano "protege al pobre rodeado de peligros"... ¡Que tu "mano", Señor, no deje incompleta su obra!

Finalmente este mensaje, esta "palabra" (aparece dos veces en este salmo) recibida gozosamente por Israel, y destinada un día a todos los hombres. "Te alabarán, todos los reyes de la tierra, cuando oigan las palabras de tu boca". Los reyes representan a su pueblo; a través de ellos, todos los pueblos darán gracias a Dios, en el día escatológico del Mesías. ¡Admirable visión universalista!

Así comenta el Papa Benedicto XVI, este salmo: " 1. Atribuido por la tradición judía al patronazgo de David, aunque probablemente surgió en una época sucesiva, el himno de acción de gracias que acabamos de escuchar, y que constituye el Salmo 137, comienza con un canto personal del orante. Eleva su voz en la asamblea del templo o teniendo como punto de referencia el Santuario de Sión, sede de la presencia del Señor y de su encuentro con el pueblo de los fieles.

De hecho, el salmista confiesa: «me postraré hacia tu santuario» de Jerusalén (Cf. versículo 2): allí canta ante Dios que está en los cielos con su corte de ángeles, pero que también está a la escucha en el espacio terreno del templo (Cf. versículo 1). El orante está seguro de que el «nombre» del Señor, es decir, su realidad personal viva y operante, y sus virtudes de fidelidad y misericordia, signos de la alianza con su pueblo, son la base de toda confianza y de toda esperanza (Cf. versículo 2).

2. La mirada se dirige, entonces, por un instante, al pasado, al día del sufrimiento: entonces la voz divina había respondido al grito del fiel angustiado. Había infundido valentía en el alma turbada (Cf. versículo 3). El original hebreo habla literalmente del Señor que «agita la fuerza en el alma» del justo oprimido: es como la irrupción de un viento impetuoso que barre las dudas y miedos, imprime una energía vital nueva, hace florecer fortaleza y confianza.

Después de esta premisa, aparentemente personal, el salmista amplía su mirada sobre el mundo e imagina que su testimonio abarca a todo el horizonte: «los reyes de la tierra», con una especie de adhesión universal, se asocian al orante judío en una alabanza común en honor de la grandeza y de la potencia soberana del Señor (Cf. versículos 4-6).

3. El contenido de esta alabanza conjunta que surge de todos los pueblos permite ver ya la futura Iglesia de los paganos, la futura Iglesia universal. Este contenido tiene como primer tema la «gloria» y los «caminos del Señor» (Cf. versículo 5), es decir, sus proyectos de salvación y su revelación. De este modo, se descubre que Dios ciertamente «es grande» y trascendente, «ve al humilde» con afecto, mientras aparta su rostro del soberbio, como signo de rechazo y de juicio (Cf. versículos 6).

Como proclamaba Isaías, «así dice el Excelso y Sublime, el que mora por siempre y cuyo nombre es santo: "En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos, para avivar el ánimo de los humillados"» (Isaías 57, 15). Dios decide, por tanto, ponerse al lado de los débiles, de las víctimas, de los últimos: esto se hace saber a todos los reyes para que conozcan cuales deben ser sus opciones en el gobierno de las naciones. Naturalmente no sólo se lo dice a los reyes y a todos los gobiernos, sino a todos nosotros, pues también nosotros tenemos que saber cuál es la opción que debemos tomar: ponernos del lado de los humildes, de los últimos, de los pobres y débiles.

4. Después de esta referencia mundial a los responsables de las naciones, no sólo de aquel tiempo, sino de todos los tiempos, el orante vuelve a hablar de la alabanza personal (Cf. Salmo 137, 7-8). Con una mirada que se dirige hacia el futuro de su vida, implora la ayuda de Dios para las pruebas que la existencia todavía le deparará. Y todos nosotros rezamos con el orante de aquel tiempo.

Se habla de manera sintética de la «ira de los enemigos» (versículo 7), una especie de símbolo de todas las hostilidades que puede tener que afrontar el justo durante su camino en la historia. Pero él sabe, y también lo sabemos nosotros, que el Señor no le abandonará nunca y le ofrecerá su mano para socorrerle y guiarle. El final del Salmo es, por tanto, una apasionada profesión de confianza en el Dios de la bondad sempiterna: no abandonará la obra de sus manos, es decir, a su criatura (versículo 8). Y en esta confianza, en esta certeza en la confianza de Dios, también tenemos que vivir nosotros.

Tenemos que estar seguros de que, por más pesadas y tempestuosas que sean las pruebas que nos esperan, no quedaremos abandonados a nuestra suerte, no caeremos nunca de las manos del Señor, las manos que nos crearon y que ahora nos acompañan en el camino de la vida. Como confesará san Pablo: «quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando» (Filipenses 1, 6).

5. De este modo, hemos podido rezar con un Salmo de alabanza, de acción de gracias y de confianza. Queremos seguir desplegando este hilo de alabanza en forma de himno con el testimonio de un cantor cristiano, el gran Efrén el Siro (siglo IV), autor de textos de extraordinaria fragancia poética y espiritual.

«Por más grande que sea nuestra maravilla por ti, Señor, tu gloria supera lo que nuestros labios pueden expresar», canta Efrén en un himno («Himnos sobre la virginidad» --«Inni sulla Verginità», 7: «L’arpa dello Spirito», Roma 1999, p. 66), y en otro dice: «Alabado seas tu, para quien todo es fácil, pues eres omnipotente» («Himnos sobre la Natividad» --«Inni sulla Natività»--, 11: ibídem, p. 48), éste es un último motivo para nuestra confianza: Dios tiene la potencia de la misericordia y usa su potencia para la misericordia. Y, finalmente, una última cita: «Que te alaben quienes comprenden tu verdad» («Himnos sobre la fe» --«Inni sulla Fede», 14: ibídem, p. 27)."  ( Papa Benedicto XVI Comentario al Salmo137, «Acción de gracias». Miércoles, 7 diciembre 2005. ).

 

La segunda lectura de la Carta a los Colosenses, es un texto capital para la comprensión del bautismo cristiano, comprendido como participación en la muerte y la resurrección de Cristo.

El bautismo es para él un signo eficaz o sacramento por el que participamos de la muerte y resurrección de Jesús. Aunque ciertamente es la acción de Dios la que nos salva y actúa en el bautismo, la fe es una disposición necesaria para recibirlo con provecho. Por otra parte, el bautismo nos incorpora a una comunidad de vida nueva. Por lo tanto, el amor a la vida y el optimismo radical debiera ser un distintivo de la comunidad cristiana.

Sabemos que los cristianos consideraban la pila bautismal como un sepulcro en el que somos sepultados con Cristo; y, por otra parte, también es como la madre que engendra a la vida; de ahí, el expresivo ritual de la inmersión. Pero el ritual que representa esta muerte y esta resurrección realizándola concretamente, sólo tiene eficacia si corresponde a la fe en Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos.

Pecado y muerte (una muerte que es resurrección con Cristo), fe y bautismo, son correlativos que Pablo nos recuerda en un admirable fragmento sumamente sugestivo. Pero, en coherencia con su perspectiva cristiana, añade: el perdón del pecado es liberación de la ley y de su observancia, porque existe una correspondencia entre Ley, muerte y pecado, como nos enseña en su carta a los Romanos (Rm 7, 7-9). Aquí, la imagen empleada por San Pablo alcanza el máximo de expresividad: la Ley ha sido clavada en la cruz.

Los gentiles vivían al margen de toda salvación, ni siquiera estaban circuncidados: pero ahora, por el bautismo, y la fe en Jesucristo, han recibido la nueva vida y son miembros vivos del verdadero Israel de Dios.

De aquí que el cristiano se sienta libre de toda potencia extraña (contra la superchería de los colosenses). Una fe recia es capaz de engendrar, en uno mismo y en los demás, un estado de liberación de gran calidad.

No hay posibilidad de confusión: nosotros no somos igual a Cristo, sino que de él, de su cruz, hemos recibido la vida. La muerte que para él fue vida, se transmite a nosotros como vida.

San Pablo insiste en la idea central de toda su predicación, desde el momento mismo de su conversión a Cristo Jesús: es Cristo el que nos salva, no es la circuncisión, ni el cumplimiento de las demás leyes mosaicas son el requisito necesario para salvarnos. Sepultados con el Bautismo vamos a resucitar sin pecados. Por el bautismo nos incorporamos a Cristo y por la fuerza de Cristo resucitamos con él. Los cristianos sabemos que Cristo es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Debemos vivir en comunión con Cristo, comulgar con él y dejarnos guiar por él.

Vivamos como personas bautizados en el espíritu de Cristo y así podremos resucitar con él. Y estemos seguros de que, si lo hacemos así, estaremos contribuyendo a que nuestro mundo sea un poco mejor, es decir, un poco más cristiano y por ello más humano.

 

En el evangelio de hoy, Jesús nos enseña cómo debemos dirigirnos al Padre y qué es lo que tenemos que pedirle en nuestras oraciones.

            Muchas son las veces que Jesús aparece en los Evangelios sumido en oración. El evangelista san Lucas es el que más se fija en esa faceta de la vida del Señor y nos la refiere en repetidas ocasiones. Esa costumbre, ese hábito de oración, llama la atención de sus discípulos, los anima a imitarle. Por eso le ruegan que les enseñe a rezar, lo mismo que el Bautista enseñó a sus discípulos.

Enseña a sus apóstoles –y a nosotros-- el Padrenuestro, que es una oración fundamental y modélica. Pero además nos revela la constante disposición del Padre a escuchar a sus hijos.

Jesús no ora nunca diciendo "Padre nuestro" sino simplemente "Padre" o "Padre mío". Jesús no es hijo de Dios como podemos serlo nosotros, sino de un modo peculiarísimo e incomunicable, porque es el Hijo. En segundo lugar, que Jesús nos enseña a orar dirigiéndonos al Padre. Por eso la oración de la iglesia, la liturgia, se dirige habitualmente al Padre, raras veces al Espíritu Santo o al Hijo y nunca a los santos. Si el Hijo es el que nos congrega en torno a su persona y el Espíritu la fuerza que anima esa comunión de vida en Jesucristo, el Padre es el "Tú" de todos nosotros, ante quien comparecemos y a quien tenemos acceso por Jesucristo. Nuestro Señor.

El cristiano no ora tan sólo porque sienta necesidad de hacerlo, sino porque Cristo le ha dicho que lo haga, porque está en comunión con él y con su Padre.

La condición esencial de la oración, es pues, la obediencia y la fe que permiten estar unido al Padre; no es ya una cuestión de actitudes o de contenido sino de confianza íntima y desinteresada que no depende, en última instancia, ni de la calle ni de la habitación, ni de oraciones cortas o largas, ni del individuo ni de la comunidad, sino tan sólo de la convicción de tener un Padre y de la obediencia a Cristo que nos dice que le hablemos en su nombre. Santa Teresa escribe que le bastaban las dos palabras “Padre nuestro” para hacer una larga oración... un Dios Padre... un Dios que nos ama.

Es importante que cuando recitemos el Padrenuestro, lo hagamos meditando cada expresión pausadamente. Cuando decimos "que estás en los cielos" no nos referimos a un lugar. Quiere decir que Dios está por encima de todas las cosas terrenas, más allá de nuestro mundo visible. A este Dios santo, que es el totalmente Otro, cuya grandeza no podemos imaginar, le podemos llamar Padre y le alabamos diciendo “santificado sea tu nombre". El nombre se identifica con la persona. Este Dios inalcanzable se ha dado a conocer. Pedimos que se manifieste, se dé a conocer cada vez más y cumpla sus promesas.

Las dos peticiones siguientes “venga a nosotros tu reino” y “hágase tu voluntad” insisten en la misma idea de colaborar con él en la instauración de un mundo nuevo. En el Padrenuestro también pedimos el pan cotidiano, que llegue a todos los hombre de una vez para siempre. Pedimos perdón, pues todos somos pecadores. Prometemos que va nuestro perdón por delante. La súplica final es que no nos deje caer en la tentación. Ahí está amenazante el peligro de engañarnos a nosotros mismos buscando la felicidad por caminos equivocados. Al rezar el padrenuestro estamos poniéndonos en manos de Dios con confianza filial para que nos guíe por el camino adecuado.

En el Padre Nuestro, Jesús nos invita a ser amplios en nuestros deseos y anhelos en la oración. En él se nos presenta lo que debe ser el gran anhelo cristiano: que Dios y su amor estén presentes en nuestras vidas y en el corazón de todos los hombres. En él pedimos que el mundo sea como Jesús lo quiere: que el amor y la fraternidad sean lo que marquen la vida de los hombres y nadie quede al margen de una vida digna; que a nadie falte el alimento de cada día y tampoco el alimento del espíritu, todo aquello que nos ayuda a crecer como personas y como creyentes. Por último, el Padre Nuestro nos hace mirar nuestra realidad débil y pecadora, recordándonos lo importante que es mantenernos en oración para no caer en la tentación.

La segunda parte del texto, es una composición de San Lucas. Comienza con una parábola tomada de las costumbres de Palestina. Un viajero que, para evitar el calor del día, hace el viaje de noche y llega a casa de un amigo suyo, sin avisarle previamente de su llegada. A esas horas tan intempestivas, el dueño de la casa descubre que no tiene nada que ofrecerle; su despensa está vacía, las tiendas cerradas y no habrá pan fresco hasta la mañana siguiente. Pero el deber de hospitalidad es imperioso. ¿Qué hacer entonces? Acude a casa de un vecino suyo. Este aduce la imposibilidad de atenderle, puesto que levantarse y descorrer los cerrojos significaría molestar a todos los miembros de la familia que duermen en la única habitación de que consta la casa. Pero el otro insiste e insiste hasta que su insistencia logra el objetivo.

En la composición de Lucas esta parábola no se relaciona con lo anterior (el modelo de oración cristiana), sino con lo siguiente, y sirve para ejemplificar la insistencia con la que el cristiano tiene que dirigirse al Padre pidiéndole espíritu santo, a sabiendas de que esa insistencia logrará su objetivo. Esta composición nos da el siguiente desarrollo de pensamiento: así como el hombre, por su insistencia, obtuvo de su amigo el pan que le pedía, así también el cristiano, por su insistencia, obtendrá del Padre el espíritu que le pide. El hombre de la parábola necesitaba pan; el cristiano necesita espíritu santo, en la línea de Ezequiel 36, 26: "Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que pongáis por obra mis mandamientos". A este espíritu se refiere Jesús cuando dice: "Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá".

Una vez más encontramos en los vs. 9-13 el lenguaje directo, incisivo, gráfico, agresivo incluso. Todo ello al servicio de inculcar al cristiano la enorme necesidad que tiene de estar poseído por el espíritu del Padre.

La parábola del amigo inoportuno nos recuerda que Dios se deja siempre conmover por una oración perseverante. Por eso la tradición orante de la Iglesia es una tradición de peticiones y súplicas, que manifiesta la actitud de abrirse confiadamente a la presencia, el consuelo, el apoyo y la seguridad que solamente pueden venir de Dios. Siempre la petición ha de estar unida a la alabanza y a la profesión de fe y amor en la esperanza.

 

Rafael Pla Calatayud.

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