jueves, 29 de marzo de 2018

Comentarios a las Lecturas del Jueves Santo: Misa Vespertina de la Cena del Señor. 29 de marzo 2018

Jueves Santo: eucaristía, sacerdocio y amor fraterno.
Con la celebración de la Cena del Señor entramos en el Triduo Pascual, en el cual vamos a asistir al milagro de amor que es la muerte y la Resurrección de Jesús. Esta celebración nos prepara para los acontecimientos decisivos de nuestra salvación y que ocurrirán un poco después de la cena. Getsemaní aparece en el horizonte y también la detención, la tortura y la falsa condena a muerte de un hombre justo.
el Jueves Santo, Día del Amor Fraterno. Un amor que se expresa en el servicio humilde y gratuito. Jesús, en un día como éste, sabiendo cercana su muerte, quiso reunirse con sus amigos para celebrar la Pascua judía, y para mostrarnos, en esta cena, cómo ha de ser la vida de quienes queremos seguirle.
Jesús se ha despojado de su manto, como signo de entrega y del despojo de su misma dignidad, que se llevará a cabo en la Cruz, y lava los pies de sus discípulos. A partir de ese momento, celebrar la Eucaristía es apostar por el hombre, por el servicio y la fraternidad.
En esta misma Cena, Jesús instituye el Sacerdocio, para que cada vez que se coma de este pan y se beba de esta copa, se anuncie su muerte hasta que Él vuelva. Inmenso mensaje y hermosos motivos para vivir este día del Jueves Santo.

La primera lectura (Éxodo, 12, 1-8.11-14), es una detallada descripción de cómo todo fiel israelita debía celebrar la Pascua. La pascua, paso, de la esclavitud de Egipto a la libertad del desierto.
Este relato de Ex (P) recoge elementos muy antiguos aunque fuera redactado tras el destierro. Podemos dividirlo en dos partes:
vv 2-11: ritual del sacrificio y comida de la víctima pascual: se separa un animal de ganado menor del resto del rebaño para indicar su consagración. Toda la comunidad participa en la fiesta que se celebra el primer mes del año: es el mes de la primavera llamada Abib o Nisán. El rociar con sangre los dinteles de las puertas es un rito de defensa contra toda clase de desgracias y malos espíritus. El banquete se celebra al anochecer y su preparación es rápida: se asa el animal sobre un fuego improvisado, se comen hierbas del desierto que no necesitan cultivo. Todos estos detalles, así como los del v. 11, nos recuerdan las comidas-sacrificios de los nómadas tras su jornada de trabajo. Por eso el origen de la Pascua parece ser una fiesta de pastores.
vv 12-14: explicación de los ritos: en su origen, la Pascua pudo ser una fiesta de Pastores en la que se celebraba la fuerza de la naturaleza que irrumpe en primavera con la nueva vegetación; pero Israel, al adoptarla, le da un nuevo sentido: es el memorial del acontecimiento histórico de la liberación de Egipto. La Pascua evoca el "paso" de Dios que es condena para los egipcios y salvación para los israelitas. El pueblo debe conmemorar todos los años estas gestas de Dios en su historia.
-"Este será un día memorable para vosotros...", dice el libro del Éxodo al hablar de la Pascua (Ex 12,14). El pueblo hebreo ha cumplido con fidelidad esta recomendación de conmemorar el día en que Dios pasó por las calles de Egipto, respetando la vida de los primogénitos hebreos, mientras que los de los egipcios perecían bajo la espada inexorable del Ángel de Yahvé. Por otra parte, fue la intervención definitiva que obligó al Faraón a dejar libres a los hijos de Israel, que pudieron al fin ponerse en camino hacia la Tierra prometida. Por todo ello, la Pascua es una de las grandes fiestas del calendario hebreo, con gran riqueza de cultos, con ritos llenos de simbolismo.
Aparte del sacrificio del cordero pascual, se comía pan ázimo, pan sin levadura, en recuerdo de lo que ocurrió el día de la liberación. En los discursos de la sinagoga de Cafarnaún, Jesús aprovecha el entorno pascual para hablar de un pan distinto, mucho mejor que el que comieron los padres en el desierto, el Pan de vida, el Pan bajado del cielo, el Pan vivo, su carne y su sangre para la salvación del mundo. Es uno de los misterios que hoy, también nosotros, conmemoramos en esta gran fiesta de hoy.
El elemento esencial del rito pascual, costumbre nómada en su origen, consistía en la inmolación de un cordero, cuya sangre era considerada como una salvaguarda contra epidemias y enfermedades (Ex. 12, 21-22; 22, 14-17; Lev. 23, 10-12). Es posible que la práctica de tal rito haya coincidido algún día con una preservación efectiva de la plagas de Egipto: el cordero inmolado deviene entonces, a los ojos del pueblo hebreo dejado en libertad, el signo de su liberación y de su constitución como pueblo libre (Ex. 12, 23-29).
El ceremonial de esta fiesta se amplía al paso de los siglos: se extiende a siete días durante los cuales estaba prohibido toda clase de trabajos y se fundió, finalmente, con la fiesta agrícola de los ázimos (Dt. 16, 1-8; 2 Re. 23, 21-23). Pero el elemento más original de esta institución es el resultado de la reflexión de los primeros profetas y del Deuteronomio: el padre de familia se veía obligado a explicar el rito celebrado durante la comida.
Gracias a esta catequesis añadida al rito, los comensales se sentían auténticamente concernidos e impulsados a renovar por sí mismos el rito liberador (Ex. 12, 25-27; 13, 7-8; Dt. 16, 1-8: precisamente tú, que has salido de Egipto). Al insistir en la manducación del cordero, más incluso que en su inmolación o la aspersión de su sangre, el Antiguo Testamento hacia resaltar este carácter de liberación personal (Dt. 16, 6-7; Ex. 12, 1-12).

El salmo de hoy (Salmo 115), nos s sitúa oracionalmente ante el cáliz y lo que significa.
EL CÁLIZ DE LA BENDICIÓN ES LA COMUNIÓN CON LA SANGRE DE CRISTO
La comida de Pascua, o Seder, se tomaba en cada casa la primera noche de la fiesta. La mesa, en aquella ocasión estaba suntuosamente preparada. En un extremo de la mesa, delante del "dueño de casa", había tres matsoth ("pan de la miseria", sin levadura, porque la "masa de nuestros antepasados no tuvo tiempo de fermentarse cuando tuvieron que salir precipitadamente de la tierra de cautividad"). Sobre la mesa, "hierbas amargas" y lechuga, evocaban las amarguras de la vida de esclavitud... Y "el hueso carnudo, asado, de cordero pascual"...
Ante cada comensal, una "copa de vino". En cuatro sorbos, durante la comida, cada uno debía vaciar su contenido recitando una bendición, testimonio de "felicidad" y de "gratitud" hacia Dios. Durante la comida, el niño más pequeño hace preguntas al "dueño de casa"; este responde mediante el Haggada o sea el relato de la "liberación de Egipto".
Para finalizar la comida, se cantan los salmos de Hallel, es decir los salmos 112 al 117. El salmo 115 resume perfectamente el sentimiento de Israel en esta situación dolorosa. Horriblemente oprimido ("he sufrido mucho"), obtuvo del Faraón el permiso para salir de la hoguera. Pero de inmediato siente que le pisa los talones el ejército egipcio ("en mi confusión yo decía: ¡el hombre es sólo mentira!"). Experiencia profunda de la duplicidad humana. Morirían aprisionados entre el Mar Rojo a la espalda y los terribles carruajes del Faraón por delante... En ese momento se abre el mar ("mucho le cuesta al Señor ver morir a los suyos"). Con inmensa emoción, el salmista pasa de pronto, a la segunda persona: "yo soy, Señor, tu siervo, Tú has roto las cadenas que me ataban. Te ofreceré el sacrificio de alabanza, levantaré la copa de salvación... "
La comida de Pascua era pues un inmenso grito de alegría y de acción de gracias "al Dios salvador", que salva de la desgracia y de la muerte. Esa fue la comida que Jesús vivió, aquella tarde, la última que comió antes de morir y resucitar.

La segunda lectura (Primera carta a los Corintios, 11, 23-26), El contexto de este texto es la motivación a la justicia y fraternidad ausentes en la comunidad de Corinto en la celebración de la Eucaristía. Para introducir y fundamentar el tema, Pablo recuerda un fragmento importante del anuncio de la Iglesia que él mismo ha recibido. En ello coincide con los Sinópticos, aunque es con Lc con quien tiene mayor afinidad en las fórmulas eucarísticas.
símbolo y presencia de la situación nueva creada por JC. Esta situación se vivencia e intensifica con la celebración de la Cena del Señor. La Eucaristía aparece en esta formulación como memorial de la nueva alianza (v. 25), Es la salvación actuada. La razón es la especial comunión que establece quien participa con Él. No es sólo un recuerdo sino una presencia. Es difícil describir o explicar la manera de esta presencia -término con connotaciones filosóficas- pero ciertamente el comulgante se une con JC de modo especial, distinto de los otros.
Otro tema importante es la relación de la Cena con la Muerte y la Resurrección, unida con ella en la teología paulina, aunque aquí no se mencione expresamente. El Cuerpo y la Sangre del Señor son Él mismo, pero con una especial relación con su Muerte y todo lo que ella implica de amor a los hombres, entrega y unión con el destino humano, elevación de este destino con la Resurrección. Se recuerda y se vive que la situación de salvación ha costado la Vida del Salvador. Aunque no se dice expresamente "cómo", ciertamente la vida y muerte de Jesús es en favor y en lugar de los hombres (v. 24).
Unión entre los que comen el mismo pan y beben de la misma copa. Es la razón de hablar aquí de la Eucaristía. La unión con Cristo es también unión con los demás, que forman un solo cuerpo con él.
Por último, dimensión escatológica. La obra de salvación y unión con JC comenzada, ya no está llevada a su culminación todavía. La Eucaristía lanza hacia la transformación del mundo y de la historia, hacia la Parusía. No es sólo el recuerdo de un pasado sino el esfuerzo y viático para el futuro.




El evangelio  de San Juan ( Juan, 13, 1-15) , Estamos en el día séptimo. Exactamente el mismo día que en Jn. 2, 1-11 constituye el comienzo de las señales de Jesús (agua en vino) y la manifestación de la gloria de Jesús, es decir, la manifestación de quién es Jesús. Entre el cap 2 y el cap. 13 hay una relación: la existente entre la señal y lo señalado. Allí todavía no había llegado la hora; aquí la hora ya ha llegado.
Desde el cap. 6  ya sabemos que la Pascua no se celebra en el Templo sino allí donde está Jesús. Por eso la cena pascual en el cuarto evangelio tiene lugar un día antes de lo que según el calendario judío tenía que ser. Es un recurso intencionado del autor para marcar la distinción entre el mundo del Templo y el mundo de Jesús. El mundo del Templo estaba significado en el cap. 2 por el agua; el mundo de Jesús por el vino. El agua significaba las purificaciones. Ahora vamos a saber lo que significaba el vino: el amor, que tiene el color rojo-oscuro de la sangre. Hasta este momento el amor de Jesús ha consistido en liberar a los suyos del mundo del Templo, un mundo hecho de ladrones y de ovejas asustadas y maniatadas. En esta liberación consiste la limpieza de que se habla en v. 10: los que celebran la Pascua de Jesús están limpios, es decir, no pertenecen al mundo del Templo. Pero este mundo todavía no está del todo erradicado: todavía hay un representante: Judas. A través de este personaje aparece claro que el mundo del Templo es asesino. Es cierto que este mundo apela a Dios como Padre (cfr. Jn. 8, 41). Pero desde el cap. 8 el lector sabe que su verdadero padre es el diablo (cfr. Jn 8, 44). Por eso a partir de ahora el amor de Jesús toma el color rojo-oscuro de la sangre. Es el final, la hora: su muerte. En ella va a poner de manifiesto su gloria, su peso específico. Es la gran señal, el último día de la fiesta, el día grande del amor, el día séptimo en que Dios concluyó su obra, el día en que se encuentran Padre e Hijo, cansados de ese gran trabajo que es amar: ellos son el sembrador y segador de que se habla en Jn. 4, 36-38.
En espera de la señal definitiva (la cruz), se nos señala una señal: el lavatorio de los pies. Es una señal, como el vino en Caná. Una señal en la cadena de señales que culmina en la cruz. Es, pues, una señal con color de rojo-oscuro. Desde Jn 2, 13-21 esta señal ya no ondea en el Templo. Será, pues, bueno devolver al lavatorio de los pies la enorme carga de tensión que el autor del cuarto evangelio quiso conferirle. Una carga que sorprendentemente Pedro no capta.

Para nuestra vida.
Varios son los acontecimientos que conmemoramos el Jueves Santo.
El más conocido es la institución de la Eucaristía. Jesús, en la última cena con sus discípulos, bendice el pan y el vino, convertidos en su cuerpo y sangre y establece una nueva alianza con el hombre. Nos encarga conmemorar ese momento y nos brinda el mejor alimento para nuestra fe. La comunión se convierte en el alimento necesario del cristiano.
Al encargar a sus discípulos que recuerden ese momento en memoria suya, instituye el sacerdocio. Desde ese instante, cada vez que en la eucaristía se consagran el pan y el vino, el sacerdote se convierte en representante de Jesús ante la comunidad.
Por último, en el Jueves Santo también se celebra el Día del amor fraterno. La Iglesia quiere resaltar en este día el simbolismo del lavado de pies que hiciera Jesús a sus apóstoles y que reflejó el evangelista San Juan. Jesús muestra un amor basado en dos pilares: el servicio y la solidaridad. Un amor radical, que va más allá de las palabras y los gestos grandilocuentes. Un amor que busca servir y no ser servido. Un amor que ofrece sin pedir.
Con la celebración del Jueves Santo se inicia el Triduo Pascual. "Pascua" es una palabra hebrea que la Vulgata traduce por "tránsito" o "paso" del Señor. En realidad, al menos aquí, significa exactamente "pasar de largo" o "saltarse" y alude al hecho de que Yahvé pasó de largo o se saltó las puertas de los israelitas que habían sido marcadas con la sangre de un cordero (vv. 12 y 23) con lo que los primogénitos de Israel se libraron del exterminio. También nosotros, que reconocemos en Cristo al verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, somos liberados de toda esclavitud, del pecado y de la misma muerte, por la sangre de Cristo. Él es nuestra Pascua. Y el bautismo, por el que participamos de la sangre de Cristo, debe ser para nosotros el principio de la salida, del "éxodo", hacia la libertad de los hijos de Dios y hacia la tierra prometida en la que habite la justicia.

La primera lectura nos recuerda la tradición de la primera Pascua. La tradición de Israel se conservó durante muchos siglos y pasó de generación en generación gracias a estas celebraciones pascuales: el menor de los presentes preguntaba al más anciano, que presidía la mesa, por la causa y el motivo de la celebración, y éste respondía solemnemente contando las maravillas de Dios, que sacó a los israelitas de la esclavitud de Egipto. Su respuesta era un recuerdo, una alabanza a Dios y una acción de gracias. Era la mejor forma de transmitir la tradición, de integrar a las nuevas generaciones en la marcha de un pueblo liberado hacia la tierra prometida. La pascua situaba a los hijos de Israel entre la memoria y la esperanza, en el paso hacia la liberación final. La pascua judía tiene la misma estructura que tiene hoy para nosotros la eucaristía.
La Pascua no fue un acontecimiento, sino el acontecimiento, el punto de referencia al que hay que mirar siempre, el hecho fundante del pueblo de Dios. Era como la fiesta nacional. Este hecho no se podía olvidar, será algo «memorable de generación en generación». Por eso la fiesta, los ritos, las tradiciones... todo ello servirá de «memorial».
Nosotros hablamos de memorial. El memorial no sólo sirve para recordar un hecho pasado, sino para hacerlo presente, si no en su concreción histórica, sí en su espíritu y en su eficacia, en su realidad espiritual viva. Así, la celebración de la Pascua hacía presente de nuevo el Paso de Yahveh y su fuerza liberadora. Pascua era la fiesta de la liberación.
La celebración pascual que hizo Jesús con sus discípulos - y de la que nosotros hacemos memorial- culmina y transforma la Pascua antigua y da origen a otro nuevo Paso de Yahveh, a otra fiesta de liberación más radical y más perfecta. Es la que nosotros celebramos hoy.

El salmo nos invita a la acción de gracias. El salmista es un esclavo -hijo de esclava- nacido en casa. Aun así, el Señor de la casa ha tenido a bien romper sus cadenas, sin tener en cuenta la condición de esclavo. ¿Cómo no ofrecer un sacrificio de alabanza? ¿Cómo no cumplir los votos e invocar el nombre del Señor?
Jesús también fue esclavo nacido de mujer y bajo las cadenas de la ley. El Padre, no obstante, rompió las cadenas de la ley, del pecado y de la muerte. El y nosotros hemos sido llamados a la libertad.
El sacrificio de Jesús, ofrecido en Jerusalén, es la más perfecta acción de gracias a la infinita bondad del Padre. A imitación de Jesús, también los cristianos ofrecemos al Padre un sacrificio de alabanza, de acción de gracias, celebrando el nombre del Señor1, porque El ha roto nuestras cadenas.
A pesar de nuestras maldades y de los desafíos pecaminosos de nuestra vida, Dios Padre adopta con nosotros una perenne e inconmovible actitud de gracia. El no tolera nuestra muerte -«mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles»-, y por eso la ha exterminado con la resurrección de su Hijo Jesús; no soporta nuestra falta de libertad y por eso rompió nuestras cadenas en la muerte de Cristo, hecho esclavo por nosotros.
Nuestra existencia cristiana está llamada a ser una eucaristía continuada, una respuesta de acción de gracias ininterrumpidamente ante la inagotable actitud de Gracia del Padre. «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?»
La respuesta cristiana es ésta: participando en la acción de gracias, en la Eucaristía, que Jesús, Primogénito entre muchos hermanos, dirige al Padre, bebiendo con El «el cáliz de la bendición» y ajustando, en consecuencia, nuestra vida a los compromisos de nuestro bautismo, contraídos en presencia de la Iglesia.
La acción de gracias de Israel "ante el bien que Dios le ha hecho" es la de todo hombre ante la resurrección prometida. Sí, mañana Jesús morirá. El lo sabe. Judas, durante la comida, abandonó el grupo y se fue a urdir el proceso final. Lejos de hacer un drama de su condición humana, Jesús la afronta libremente, erguida la cabeza: hace un anticipo de su muerte. Tomando el "pan de miseria sin levadura" que está ante El, Jesús dice: "este es mi cuerpo entregado por ¡vosotros!". Luego, tomando la copa de vino dice: "esta es la copa de mi sangre derramada por ¡vosotros y por muchos!".
Imaginémonos a Jesús, cantando, no abstractamente, sino en el contexto de esta "vigilia" de su propia muerte "estas palabras admirables: mucho le cuesta el Señor ver morir a los suyos" ¡No! Dios no goza viendo la muerte" Esta hace parte de la condición humana, hace parte de "todo lo que no es Dios"... Por esto es inevitable. Sólo Dios es Dios. Sólo Dios es perfecto. Sólo Dios es eterno.
No obstante, la nota dominante en este salmo, y en el alma de Jesús aquella tarde, es la acción de gracias. "¿Cómo podré pagar al Señor todo el bien que me ha hecho? Levantaré la copa de la salvación... Ofreceré el sacrificio de alabanza..." ¿Por qué?
Porque Jesús sabe con certeza absoluta que su Padre lo ama: "Mucho le cuesta al Señor ver morir a sus hijos". Y este amor, Jesús lo sabe, será eficaz. Dios no quiere la muerte. Dios salvará de la muerte a los que ama. ¡Sí! Jesús sabe que su muerte, mañana, no será la siniestra zambullida en la nada de que hablan los ateos sino "la entrada en la Casa del Señor" para la eterna alabanza y acción de gracias.
A esta acción de gracias se nos invita a unirnos y a hacerla nuestra, en esta tarde y en todos los días de nuestra vida terrenal.

La segunda lectura es el relato más antiguo conservado de lo que fue la institución de la Eucaristía, acto al cual Pablo no asistió. Escribía entre el 50-55, cuando algunos de los presentes todavía vivían.
San Pablo, fiel a la tradición recibida, recuerda las palabras que Cristo pronunció en la Última Cena, conforme al relato de la Institución de la Eucaristía que nos presentan los tres primeros evangelistas. Se trata, pues, de un pasaje testificado por cuatro autores inspirados, los cuales coinciden hasta en las palabras, aunque haya alguna diferencia de tipo secundario, que de alguna forma vienen a corroborar la veracidad del relato.
Fundados en esas palabras los Santos Padres y el Magisterio de la Iglesia han proclamado la presencia real del Cuerpo, la Sangre, y la Divinidad de Jesús en el Sacramento del Pan y del Vino, en la Eucaristía. La fe en esta verdad ha motivado las normas que han de regir en la celebración de la Eucaristía, así como el modo de tratar y venerar el Santísimo Sacramento, desde la necesidad de un signo externo que recuerde la presencia del Señor en el Sagrario, como es la lámpara siempre encendida, hasta el rito y las palabras de la ceremonia litúrgica.
El relato de Pablo va dirigido a toda una asamblea y le recuerda lo que debe ser y lo que debe hacer para conmemorar la Pascua del Señor. Es el texto más antiguo. Los relatos de los sinópticos van dirigidos ya a jefes de asamblea y les detallan los gestos y las palabras que deben hacer o pronunciar para asegurar la continuidad entre la Cena y la Eucaristía que los miembros de la asamblea reciban.
En el texto de Pablo, las actividades comunitarias de beber y comer cobran toda su importancia, mientras que la función ministerial de la distribución del pan y del vino pasa a un segundo plano, a la inversa de los relatos sinópticos.
Finalmente, en Pablo, el mandato de celebrar la institución de la Cena es manifiestamente percibido como una prescripción que concierne a toda la comunidad. La perspectiva paulina concede capital importancia al momento en que el pueblo de Dios redescubre la celebración eucarística como quehacer de todos. La creatividad en liturgia no es un monopolio del sacerdocio ministerial y el sacerdote debe ejercer en él su tarea como un servicio a los demás, a fin de que todos los miembros de la asamblea puedan ofrecer a Dios la acción de gracias que le agrada.
Pero si la totalidad de la asamblea es responsable de la celebración es para que en esta tengan un lugar las preocupaciones concretas de sus miembros y toda la densidad de sus compromisos. De ahí la importancia, para una comunidad local, de poder adaptar su liturgia a la exigencias de su propia vida.
"Haced esto en memoria mía" es una expresión que nos acerca al memorial de que nos habla la primera lectura. El recuerdo de la última cena es sobre todo actualización del carácter salvífico de la entrega de Jesús en el pan y el vino.
"Hasta que vuelva" nos recuerda que la actitud del cristiano en la Eucaristía es esencialmente itinerante, supone saberse en camino, como israelita con bastón y sandalias la noche de la Pascua.


En el evangelio no es casual que San Juan en este momento central de la vida de Jesús - su último encuentro con los discípulos-, nos hable del lavatorio de los pies, en lugar de hablarnos de la institución de la eucaristía, y tiene un significado especialmente grande.
Lavar los pies se consideraba un servicio de esclavos. Era un oficio tan bajo que algunos rabinos no permitían que algunos esclavos les lavaran los pies si éstos eran israelitas. Su actitud la fundaban en lo que dice el Levítico (25, 39).
De ahí  la resistencia de Pedro a que Jesús le lave los pies. Lo extraño y lo admirable es que Jesús, siendo el Señor y plenamente consciente de su dignidad, haga este servicio. La respuesta de Jesús indica que su gesto esconde un gran misterio. En él revela todo el sentido de su vida. Jesús vino al mundo a servir y no a ser servido. A la luz de la resurrección comprenderán los discípulos que el servicio de Jesús consiste no sólo en lavarles los pies, sino en lavar con su sangre los pecados del mundo. Es interesante observar que Juan no dice nada sobre la institución de la eucaristía; en cambio, coloca en su lugar el lavatorio de los pies. Quiere decirnos con ello que se trata también aquí de un gesto en el que se anticipa el sacrifico de la cruz, lo mismo que en la eucaristía. Pedro, al no aceptar el servicio del Hijo de Dios, se excluye neciamente del reino de Dios. Es como si no aceptara el sacrificio de la cruz que ofrece Jesús por todos los hombres. Nosotros aceptamos el sacrificio y el servicio de Cristo si recibimos con fe el bautismo. Jesús lavó también los pies de Judas; pero éste no aceptó de corazón su servicio. Por eso dice Jesús: "no todos estáis limpios".
Para celebrar la Pascua era necesario estar limpios, es decir, no tener ninguna mancha de las que enumeraba la Ley. Se trataba de la pureza legal, en conformidad con las tradiciones del pueblo hebreo. El Señor no las rechaza, pero Él se refiere a una pureza más profunda, una limpieza interior, espiritual. Es una realidad que San Pablo recuerda cuando dice que para recibir el Cuerpo de Cristo hay que examinarse primero y ver si uno está limpio de pecado, no sea que al comulgar el Cuerpo del Señor estemos comulgando nuestra propia condenación.
La Iglesia y la comunidad cristiana comprendemos  perfectamente la intención del evangelista Juan, cuando a este día lo llamamos día del amor fraterno. En la última reunión que Jesús tenía con sus discípulos, antes de irse al Padre, ha querido dejarles muy claro cuál ha sido su preocupación y su enseñanza, a lo largo de su vida: amar al prójimo y amarle activamente, sirviéndole, “tomando la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. El adjetivo “fraterno” forma aquí una unidad de sentido indivisible con el sustantivo “amor”. Se trata de un amor activo, sacrificado, oblativo, hasta dar su vida por la salvación de sus hermanos, los hombres. El amor que Jesús nos ha demostrado durante su vida y, de manera especial, en su pasión y muerte no fue, en ningún caso, un amor pasivo, ni preferentemente contemplativo. Este es el legado y el ejemplo principal que Jesús quiere dar ahora a sus discípulos. Es decir, un amor que busca a la oveja perdida, al enfermo, al pecador, al marginado, al pobre y necesitado, un amor que se manifiesta siempre en obras  de humilde servicio y de ayuda al prójimo. Sólo este amor es, con propiedad, un verdadero amor cristiano, fraterno.

Agradezcamos estos dones del Señor an nuestra oración ante el monumento , en la hora santa de hoy.
En esta noche del Jueves Santo, se celebra la Hora Santa ante el Santísimo o Monumento.
Nota sobre la hora santa.
"Llegaron a una finca que se llama Getsemaní , y dijo a sus discípulos: sentaos aquí mientras yo voy a orar. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir horror y angustia, y les dijo: me muero de tristeza: quedaos aquí y estad en vela. Adelantándose un poco, cayó a tierra, pidiendo que si era posible se alejase de él aquella hora."  (De la Biblia: Evangelio de san Marcos 14, 32-34).
Se trata de dedicar una hora a meditar los misterios cuando Cristo se sintió sólo y débil, como nosotros, y pide al Padre aparte el cáliz. Una hora para acompañarle, como el Ángel del huerto, en cuanto podemos, místicamente, junto al sagrario. Es una hora para volcar en su Sagrado Corazón todos nuestros afanes y sufrimientos, y recibir su gracia para sobrellevarlos. Una hora en definitiva, para agradecer su sacrificio y aprender de El.
ORIGEN DE LA HORA SANTA
En una de sus apariciones a Santa Margarita María de Alacoque Jesús le dijo; "Todas las noches del jueves al viernes te haré participar de la mortal tristeza que quise padecer en el Huerto de los Olivos; tristeza que te reducirá a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Y para acompañarme en aquella humilde plegaria, que entonces presenté a mi Padre, te postrarás con la faz en tierra, deseosa de aplacar la cólera divina y en demanda de perdón por los pecadores".
Pío XI, al comienzo del año Santo, exhortó al ejercicio de la Hora Santa como un "obligado y amoroso recuerdo de las amargas penas que el Corazón de Jesús quiso soportar para la salvación de los hombres". Ya antes, en su carta encíclica sobre la expiación que todos deben al Sagrado Corazón de Jesús "Miserentissimus Redemptor"(8-V-1928) señaló: el Corazón de Jesús "para reparar las culpas recomendó esto, especialmente grato para El: que usasen las súplicas y preces durante una hora (que con verdad se llama Hora Santa), ejercicio de piedad no sólo aprobado, sino enriquecido con abundantes gracias espirituales". En otra ocasión explicó que "su fin principalísimo es recordar a los fieles la pasión y muerte de Jesucristo, e impulsarles a la meditación y veneración del ardiente amor por el cual instituyó la Eucaristía (memorial de su pasión), para que purifiquen y expíen sus pecados y los de todos los hombres".

Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

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