Jueves Santo: eucaristía, sacerdocio y amor fraterno.
Con la
celebración de la Cena del Señor entramos en el Triduo Pascual, en el cual
vamos a asistir al milagro de amor que es la muerte y la Resurrección de Jesús.
Esta celebración nos prepara para los acontecimientos decisivos de nuestra
salvación y que ocurrirán un poco después de la cena. Getsemaní aparece en el
horizonte y también la detención, la tortura y la falsa condena a muerte de un
hombre justo.
el Jueves
Santo, Día del Amor Fraterno. Un amor que se expresa en el servicio humilde
y gratuito. Jesús, en un día como éste, sabiendo cercana su muerte,
quiso reunirse con sus amigos para celebrar la Pascua judía, y para mostrarnos,
en esta cena, cómo ha de ser la vida de quienes queremos seguirle.
Jesús se ha
despojado de su manto, como signo de entrega y del despojo de su misma
dignidad, que se llevará a cabo en la Cruz, y lava los pies de sus discípulos.
A partir de ese momento, celebrar la Eucaristía es apostar por el hombre,
por el servicio y la fraternidad.
En esta misma
Cena, Jesús instituye el Sacerdocio, para que cada vez que se coma de
este pan y se beba de esta copa, se anuncie su muerte hasta que Él vuelva.
Inmenso mensaje y hermosos motivos para vivir este día del Jueves Santo.
La primera lectura (Éxodo, 12, 1-8.11-14), es una
detallada descripción de cómo todo fiel israelita debía celebrar la Pascua. La
pascua, paso, de la esclavitud de Egipto a la libertad del desierto.
Este relato de
Ex (P) recoge elementos muy antiguos aunque fuera redactado tras el destierro.
Podemos dividirlo en dos partes:
vv 2-11: ritual
del sacrificio y comida de la víctima pascual: se separa un animal de ganado
menor del resto del rebaño para indicar su consagración. Toda la comunidad
participa en la fiesta que se celebra el primer mes del año: es el mes de la
primavera llamada Abib o Nisán. El rociar con sangre
los dinteles de las puertas es un rito de defensa contra toda clase de
desgracias y malos espíritus. El banquete se celebra al anochecer y su
preparación es rápida: se asa el animal sobre un fuego improvisado, se comen
hierbas del desierto que no necesitan cultivo. Todos estos detalles, así como
los del v. 11, nos recuerdan las comidas-sacrificios de los nómadas tras su
jornada de trabajo. Por eso el origen de la Pascua parece ser una fiesta de
pastores.
vv 12-14:
explicación de los ritos: en su origen, la Pascua pudo ser una fiesta de
Pastores en la que se celebraba la fuerza de la naturaleza que irrumpe en
primavera con la nueva vegetación; pero Israel, al adoptarla, le da un nuevo
sentido: es el memorial del acontecimiento histórico de la liberación de
Egipto. La Pascua evoca el "paso" de Dios que es condena para los
egipcios y salvación para los israelitas. El pueblo debe conmemorar todos los
años estas gestas de Dios en su historia.
-"Este
será un día memorable para vosotros...", dice el libro del Éxodo al hablar
de la Pascua (Ex 12,14). El pueblo hebreo
ha cumplido con fidelidad esta recomendación de conmemorar el día en que Dios
pasó por las calles de Egipto, respetando la vida de los primogénitos hebreos,
mientras que los de los egipcios perecían bajo la espada inexorable del Ángel
de Yahvé. Por otra parte, fue la intervención definitiva que obligó al Faraón a
dejar libres a los hijos de Israel, que pudieron al fin ponerse en camino hacia
la Tierra prometida. Por todo ello, la Pascua es una de las grandes fiestas del
calendario hebreo, con gran riqueza de cultos, con ritos llenos de simbolismo.
Aparte del
sacrificio del cordero pascual, se comía pan ázimo, pan sin levadura, en
recuerdo de lo que ocurrió el día de la liberación. En los discursos de la
sinagoga de Cafarnaún, Jesús aprovecha el entorno pascual para hablar de un pan
distinto, mucho mejor que el que comieron los padres en el desierto, el Pan de
vida, el Pan bajado del cielo, el Pan vivo, su carne y su sangre para la
salvación del mundo. Es uno de los misterios que hoy, también nosotros, conmemoramos
en esta gran fiesta de hoy.
El elemento
esencial del rito pascual, costumbre nómada en su origen, consistía en la
inmolación de un cordero, cuya sangre era considerada como una salvaguarda
contra epidemias y enfermedades (Ex. 12, 21-22; 22,
14-17; Lev. 23, 10-12). Es posible que la práctica de
tal rito haya coincidido algún día con una preservación efectiva de la plagas
de Egipto: el cordero inmolado deviene entonces, a los ojos del pueblo hebreo
dejado en libertad, el signo de su liberación y de su constitución como pueblo
libre (Ex. 12, 23-29).
El ceremonial
de esta fiesta se amplía al paso de los siglos: se extiende a siete días
durante los cuales estaba prohibido toda clase de trabajos y se fundió,
finalmente, con la fiesta agrícola de los ázimos (Dt.
16, 1-8; 2 Re. 23, 21-23). Pero el elemento más
original de esta institución es el resultado de la reflexión de los primeros
profetas y del Deuteronomio: el padre de familia se veía obligado a explicar el
rito celebrado durante la comida.
Gracias a esta
catequesis añadida al rito, los comensales se sentían auténticamente
concernidos e impulsados a renovar por sí mismos el rito liberador (Ex. 12, 25-27; 13, 7-8; Dt. 16,
1-8: precisamente tú, que has salido de Egipto). Al insistir en la manducación
del cordero, más incluso que en su inmolación o la aspersión de su sangre, el
Antiguo Testamento hacia resaltar este carácter de liberación personal (Dt. 16, 6-7; Ex. 12, 1-12).
El salmo de hoy (Salmo 115), nos s sitúa
oracionalmente ante el cáliz y lo que significa.
EL CÁLIZ DE LA BENDICIÓN ES LA
COMUNIÓN CON LA SANGRE DE CRISTO
La comida de
Pascua, o Seder, se tomaba en cada casa la primera
noche de la fiesta. La mesa, en aquella ocasión estaba suntuosamente preparada.
En un extremo de la mesa, delante del "dueño de casa", había tres matsoth ("pan de la miseria", sin levadura,
porque la "masa de nuestros antepasados no tuvo tiempo de fermentarse
cuando tuvieron que salir precipitadamente de la tierra de cautividad").
Sobre la mesa, "hierbas amargas" y lechuga, evocaban las amarguras de
la vida de esclavitud... Y "el hueso carnudo, asado, de cordero
pascual"...
Ante cada
comensal, una "copa de vino". En cuatro sorbos, durante la comida,
cada uno debía vaciar su contenido recitando una bendición, testimonio de
"felicidad" y de "gratitud" hacia Dios. Durante la comida,
el niño más pequeño hace preguntas al "dueño de casa"; este responde
mediante el Haggada o sea el relato de la
"liberación de Egipto".
Para finalizar
la comida, se cantan los salmos de Hallel, es decir
los salmos 112 al 117. El salmo 115 resume perfectamente el sentimiento de
Israel en esta situación dolorosa. Horriblemente oprimido ("he sufrido
mucho"), obtuvo del Faraón el permiso para salir de la hoguera. Pero de
inmediato siente que le pisa los talones el ejército egipcio ("en mi
confusión yo decía: ¡el hombre es sólo mentira!"). Experiencia profunda de
la duplicidad humana. Morirían aprisionados entre el Mar Rojo a la espalda y
los terribles carruajes del Faraón por delante... En ese momento se abre el mar
("mucho le cuesta al Señor ver morir a los suyos"). Con inmensa
emoción, el salmista pasa de pronto, a la segunda persona: "yo soy, Señor,
tu siervo, Tú has roto las cadenas que me ataban. Te ofreceré el sacrificio de
alabanza, levantaré la copa de salvación... "
La comida de
Pascua era pues un inmenso grito de alegría y de acción de gracias "al
Dios salvador", que salva de la desgracia y de la muerte. Esa fue la
comida que Jesús vivió, aquella tarde, la última que comió antes de morir y
resucitar.
La segunda lectura (Primera carta a los Corintios,
11, 23-26), El contexto
de este texto es la motivación a la justicia y fraternidad ausentes en la
comunidad de Corinto en la celebración de la Eucaristía. Para introducir y fundamentar
el tema, Pablo recuerda un fragmento importante del anuncio de la Iglesia que
él mismo ha recibido. En ello coincide con los Sinópticos, aunque es con Lc con quien tiene mayor afinidad en las fórmulas
eucarísticas.
símbolo
y presencia de la situación nueva creada por JC. Esta situación se vivencia e
intensifica con la celebración de la Cena del Señor. La Eucaristía
aparece en esta formulación como memorial de la nueva alianza (v. 25), Es la salvación actuada.
La razón es la especial comunión que establece quien participa con Él. No es
sólo un recuerdo sino una presencia. Es difícil describir o explicar la manera
de esta presencia -término con connotaciones filosóficas- pero ciertamente el
comulgante se une con JC de modo especial, distinto de los otros.
Otro tema
importante es la relación de la Cena con la Muerte y la Resurrección, unida con
ella en la teología paulina, aunque aquí no se mencione expresamente. El Cuerpo
y la Sangre del Señor son Él mismo, pero con una especial relación con su Muerte
y todo lo que ella implica de amor a los hombres, entrega y unión con el
destino humano, elevación de este destino con la Resurrección. Se recuerda y se
vive que la situación de salvación ha costado la Vida del Salvador. Aunque no
se dice expresamente "cómo", ciertamente la vida y muerte de Jesús es
en favor y en lugar de los hombres (v. 24).
Unión entre
los que comen el mismo pan y beben de la misma copa. Es la razón de hablar aquí
de la Eucaristía. La unión con Cristo es también unión con los demás, que
forman un solo cuerpo con él.
Por último,
dimensión escatológica. La obra de salvación y unión con JC comenzada, ya no
está llevada a su culminación todavía. La Eucaristía lanza hacia la
transformación del mundo y de la historia, hacia la Parusía. No es sólo el
recuerdo de un pasado sino el esfuerzo y viático para el futuro.
El
evangelio de San Juan ( Juan, 13,
1-15) ,
Estamos
en el día séptimo. Exactamente el mismo día que en Jn. 2, 1-11 constituye el
comienzo de las señales de Jesús (agua en vino) y la manifestación de la gloria
de Jesús, es decir, la manifestación de quién es Jesús. Entre el cap 2 y el cap. 13 hay una relación: la existente entre la
señal y lo señalado. Allí todavía no había llegado la hora; aquí la hora ya ha
llegado.
Desde el cap.
6 ya sabemos que la Pascua no se celebra
en el Templo sino allí donde está Jesús. Por eso la cena pascual en el cuarto
evangelio tiene lugar un día antes de lo que según el calendario judío tenía
que ser. Es un recurso intencionado del autor para marcar la distinción entre
el mundo del Templo y el mundo de Jesús. El mundo del Templo estaba significado
en el cap. 2 por el agua; el mundo de Jesús por el vino. El agua significaba
las purificaciones. Ahora vamos a saber lo que significaba el vino: el amor,
que tiene el color rojo-oscuro de la sangre. Hasta este momento el amor de
Jesús ha consistido en liberar a los suyos del mundo del Templo, un mundo hecho
de ladrones y de ovejas asustadas y maniatadas. En esta liberación consiste la
limpieza de que se habla en v. 10: los que celebran la Pascua de Jesús están
limpios, es decir, no pertenecen al mundo del Templo. Pero este mundo todavía
no está del todo erradicado: todavía hay un representante: Judas. A través de
este personaje aparece claro que el mundo del Templo es asesino. Es cierto que
este mundo apela a Dios como Padre (cfr. Jn. 8, 41). Pero desde el cap. 8 el
lector sabe que su verdadero padre es el diablo (cfr. Jn 8, 44). Por eso a
partir de ahora el amor de Jesús toma el color rojo-oscuro de la sangre. Es el
final, la hora: su muerte. En ella va a poner de manifiesto su gloria, su peso
específico. Es la gran señal, el último día de la fiesta, el día grande del
amor, el día séptimo en que Dios concluyó su obra, el día en que se encuentran
Padre e Hijo, cansados de ese gran trabajo que es amar: ellos son el sembrador
y segador de que se habla en Jn. 4, 36-38.
En espera de
la señal definitiva (la cruz), se nos señala una señal: el lavatorio de los
pies. Es una señal, como el vino en Caná. Una señal en la cadena de señales que
culmina en la cruz. Es, pues, una señal con color de rojo-oscuro. Desde Jn 2,
13-21 esta señal ya no ondea en el Templo. Será, pues, bueno devolver al
lavatorio de los pies la enorme carga de tensión que el autor del cuarto
evangelio quiso conferirle. Una carga que sorprendentemente Pedro no capta.
Para nuestra vida.
Varios son los
acontecimientos que conmemoramos el
Jueves Santo.
El más
conocido es la institución
de la Eucaristía. Jesús, en la última cena con sus discípulos,
bendice el pan y el vino, convertidos en su cuerpo y sangre y establece una
nueva alianza con el hombre. Nos encarga conmemorar ese momento y nos brinda el
mejor alimento para nuestra fe. La comunión se convierte en el alimento
necesario del cristiano.
Al encargar a
sus discípulos que recuerden ese momento en memoria suya, instituye el sacerdocio.
Desde ese instante, cada vez que en la eucaristía se consagran el pan y el
vino, el sacerdote se convierte en representante de Jesús ante la comunidad.
Por último, en
el Jueves Santo también se celebra el Día
del amor fraterno. La Iglesia quiere resaltar en este día el
simbolismo del lavado de pies que hiciera Jesús a sus apóstoles y que reflejó
el evangelista San Juan. Jesús muestra un amor basado en dos pilares: el
servicio y la solidaridad. Un amor radical, que va más allá de las palabras y
los gestos grandilocuentes. Un amor que busca servir y no ser servido. Un amor
que ofrece sin pedir.
Con la
celebración del Jueves Santo se inicia el Triduo Pascual. "Pascua" es
una palabra hebrea que la Vulgata traduce por "tránsito" o
"paso" del Señor. En realidad, al menos aquí, significa exactamente
"pasar de largo" o "saltarse" y alude al hecho de que Yahvé
pasó de largo o se saltó las puertas de los israelitas que habían sido marcadas
con la sangre de un cordero (vv. 12 y 23) con lo que los primogénitos de Israel
se libraron del exterminio. También nosotros, que reconocemos en Cristo al
verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, somos liberados de
toda esclavitud, del pecado y de la misma muerte, por la sangre de Cristo. Él
es nuestra Pascua. Y el bautismo, por el que participamos de la sangre de
Cristo, debe ser para nosotros el principio de la salida, del
"éxodo", hacia la libertad de los hijos de Dios y hacia la tierra
prometida en la que habite la justicia.
La primera lectura nos recuerda la tradición de la
primera Pascua.
La tradición de Israel se conservó durante muchos siglos y pasó de generación
en generación gracias a estas celebraciones pascuales: el menor de los
presentes preguntaba al más anciano, que presidía la mesa, por la causa y el
motivo de la celebración, y éste respondía solemnemente contando las maravillas
de Dios, que sacó a los israelitas de la esclavitud de Egipto. Su respuesta era
un recuerdo, una alabanza a Dios y una acción de gracias. Era la mejor forma de
transmitir la tradición, de integrar a las nuevas generaciones en la marcha de
un pueblo liberado hacia la tierra prometida. La pascua situaba a los hijos de
Israel entre la memoria y la esperanza, en el paso hacia la liberación final.
La pascua judía tiene la misma estructura que tiene hoy para nosotros la
eucaristía.
La Pascua no
fue un acontecimiento, sino el acontecimiento, el punto de referencia al que
hay que mirar siempre, el hecho fundante del pueblo de Dios. Era como la fiesta
nacional. Este hecho no se podía olvidar, será algo «memorable de generación en
generación». Por eso la fiesta, los ritos, las tradiciones... todo ello servirá
de «memorial».
Nosotros
hablamos de memorial. El memorial no sólo sirve para recordar un hecho pasado,
sino para hacerlo presente, si no en su concreción histórica, sí en su espíritu
y en su eficacia, en su realidad espiritual viva. Así, la celebración de la
Pascua hacía presente de nuevo el Paso de Yahveh y su fuerza liberadora. Pascua
era la fiesta de la liberación.
La celebración
pascual que hizo Jesús con sus discípulos - y de la que nosotros hacemos
memorial- culmina y transforma la Pascua antigua y da origen a otro nuevo Paso
de Yahveh, a otra fiesta de liberación más radical y más perfecta. Es la que
nosotros celebramos hoy.
El salmo nos invita a la acción de gracias. El
salmista es un esclavo -hijo de esclava- nacido en casa. Aun así, el
Señor de la casa ha tenido a bien romper sus cadenas, sin tener en cuenta la
condición de esclavo. ¿Cómo no ofrecer un sacrificio de alabanza? ¿Cómo no cumplir
los votos e invocar el nombre del Señor?
Jesús también
fue esclavo nacido de mujer y bajo las cadenas de la ley. El Padre, no
obstante, rompió las cadenas de la ley, del pecado y de la muerte. El y
nosotros hemos sido llamados a la libertad.
El sacrificio
de Jesús, ofrecido en Jerusalén, es la más perfecta acción de gracias a la
infinita bondad del Padre. A imitación de Jesús, también los cristianos
ofrecemos al Padre un sacrificio de alabanza, de acción de gracias, celebrando
el nombre del Señor1, porque El ha roto nuestras cadenas.
A pesar de
nuestras maldades y de los desafíos pecaminosos de nuestra vida, Dios Padre
adopta con nosotros una perenne e inconmovible actitud de gracia. El no tolera
nuestra muerte -«mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles»-, y por eso
la ha exterminado con la resurrección de su Hijo Jesús; no soporta nuestra
falta de libertad y por eso rompió nuestras cadenas en la muerte de Cristo,
hecho esclavo por nosotros.
Nuestra
existencia cristiana está llamada a ser una eucaristía continuada, una
respuesta de acción de gracias ininterrumpidamente ante la inagotable actitud
de Gracia del Padre. «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?»
La respuesta
cristiana es ésta: participando en la acción de gracias, en la Eucaristía, que
Jesús, Primogénito entre muchos hermanos, dirige al Padre, bebiendo con El «el
cáliz de la bendición» y ajustando, en consecuencia, nuestra vida a los
compromisos de nuestro bautismo, contraídos en presencia de la Iglesia.
La acción de gracias
de Israel "ante el bien que Dios le ha hecho" es la de todo hombre
ante la resurrección prometida. Sí, mañana Jesús morirá. El
lo sabe. Judas, durante la comida, abandonó el grupo y se fue a urdir el
proceso final. Lejos de hacer un drama de su condición humana, Jesús la afronta
libremente, erguida la cabeza: hace un anticipo de su muerte. Tomando el
"pan de miseria sin levadura" que está ante El, Jesús dice:
"este es mi cuerpo entregado por ¡vosotros!". Luego, tomando la copa
de vino dice: "esta es la copa de mi sangre derramada por ¡vosotros y por
muchos!".
Imaginémonos a
Jesús, cantando, no abstractamente, sino en el contexto de esta
"vigilia" de su propia muerte "estas palabras admirables: mucho
le cuesta el Señor ver morir a los suyos" ¡No! Dios no goza viendo la
muerte" Esta hace parte de la condición humana, hace parte de "todo
lo que no es Dios"... Por esto es inevitable. Sólo Dios es Dios. Sólo Dios
es perfecto. Sólo Dios es eterno.
No obstante,
la nota dominante en este salmo, y en el alma de Jesús aquella tarde, es la
acción de gracias. "¿Cómo podré pagar al Señor todo el bien que me ha
hecho? Levantaré la copa de la salvación... Ofreceré el sacrificio de
alabanza..." ¿Por qué?
Porque Jesús
sabe con certeza absoluta que su Padre lo ama: "Mucho le cuesta al Señor
ver morir a sus hijos". Y este amor, Jesús lo sabe, será eficaz. Dios no
quiere la muerte. Dios salvará de la muerte a los que ama. ¡Sí! Jesús sabe que
su muerte, mañana, no será la siniestra zambullida en la nada de que hablan los ateos sino "la entrada en la Casa del
Señor" para la eterna alabanza y acción de gracias.
A esta acción
de gracias se nos invita a unirnos y a hacerla nuestra, en esta tarde y en
todos los días de nuestra vida terrenal.
La segunda lectura es el relato más antiguo
conservado de lo que fue la institución de la Eucaristía, acto al cual Pablo no
asistió.
Escribía entre el 50-55, cuando algunos de los presentes todavía vivían.
San Pablo,
fiel a la tradición recibida, recuerda las palabras que Cristo pronunció en la
Última Cena, conforme al relato de la Institución de la Eucaristía que nos
presentan los tres primeros evangelistas. Se trata, pues, de un pasaje
testificado por cuatro autores inspirados, los cuales coinciden hasta en las
palabras, aunque haya alguna diferencia de tipo secundario, que de alguna forma
vienen a corroborar la veracidad del relato.
Fundados en
esas palabras los Santos Padres y el Magisterio de la Iglesia han proclamado la
presencia real del Cuerpo, la Sangre, y la Divinidad de Jesús en el Sacramento
del Pan y del Vino, en la Eucaristía. La fe en esta verdad ha motivado las
normas que han de regir en la celebración de la Eucaristía, así como el modo de
tratar y venerar el Santísimo Sacramento, desde la necesidad de un signo
externo que recuerde la presencia del Señor en el Sagrario, como es la lámpara
siempre encendida, hasta el rito y las palabras de la ceremonia litúrgica.
El relato de
Pablo va dirigido a toda una asamblea y le recuerda lo que debe ser y lo que
debe hacer para conmemorar la Pascua del Señor. Es el texto más antiguo. Los
relatos de los sinópticos van dirigidos ya a jefes de asamblea y les detallan
los gestos y las palabras que deben hacer o pronunciar para asegurar la
continuidad entre la Cena y la Eucaristía que los miembros de la asamblea
reciban.
En el texto de
Pablo, las actividades comunitarias de beber y comer cobran toda su
importancia, mientras que la función ministerial de la distribución del pan y
del vino pasa a un segundo plano, a la inversa de los relatos sinópticos.
Finalmente, en
Pablo, el mandato de celebrar la institución de la Cena es manifiestamente
percibido como una prescripción que concierne a toda la comunidad. La
perspectiva paulina concede capital importancia al momento en que el pueblo de
Dios redescubre la celebración eucarística como quehacer de todos. La
creatividad en liturgia no es un monopolio del sacerdocio ministerial y el sacerdote
debe ejercer en él su tarea como un servicio a los demás, a fin de que todos
los miembros de la asamblea puedan ofrecer a Dios la acción de gracias que le
agrada.
Pero si la
totalidad de la asamblea es responsable de la celebración es para que en esta
tengan un lugar las preocupaciones concretas de sus miembros y toda la densidad
de sus compromisos. De ahí la importancia, para una comunidad local, de poder
adaptar su liturgia a la exigencias de su propia vida.
"Haced esto en memoria mía" es una
expresión que nos acerca al memorial de que nos habla la primera lectura. El
recuerdo de la última cena es sobre todo actualización del carácter salvífico
de la entrega de Jesús en el pan y el vino.
"Hasta que vuelva" nos recuerda que
la actitud del cristiano en la Eucaristía es esencialmente itinerante, supone
saberse en camino, como israelita con bastón y sandalias la noche de la Pascua.
En el
evangelio no es casual que San Juan en este momento central de la vida de Jesús
- su último encuentro con los discípulos-, nos hable del lavatorio de los pies,
en lugar de hablarnos de la institución de la eucaristía, y tiene un
significado especialmente grande.
Lavar los pies
se consideraba un servicio de esclavos. Era un oficio tan bajo que algunos
rabinos no permitían que algunos esclavos les lavaran los pies si éstos eran
israelitas. Su actitud la fundaban en lo que dice el Levítico (25, 39).
De ahí la resistencia de Pedro a que Jesús le lave
los pies. Lo extraño y lo admirable es que Jesús, siendo el Señor y plenamente
consciente de su dignidad, haga este servicio. La respuesta de Jesús indica que
su gesto esconde un gran misterio. En él revela todo el sentido de su vida.
Jesús vino al mundo a servir y no a ser servido. A la luz de la resurrección
comprenderán los discípulos que el servicio de Jesús consiste no sólo en
lavarles los pies, sino en lavar con su sangre los pecados del mundo. Es
interesante observar que Juan no dice nada sobre la institución de la
eucaristía; en cambio, coloca en su lugar el lavatorio de los pies. Quiere
decirnos con ello que se trata también aquí de un gesto en el que se anticipa
el sacrifico de la cruz, lo mismo que en la eucaristía. Pedro, al no aceptar el
servicio del Hijo de Dios, se excluye neciamente del reino de Dios. Es como si
no aceptara el sacrificio de la cruz que ofrece Jesús por todos los hombres.
Nosotros aceptamos el sacrificio y el servicio de Cristo si recibimos con fe el
bautismo. Jesús lavó también los pies de Judas; pero éste no aceptó de corazón
su servicio. Por eso dice Jesús: "no todos estáis limpios".
Para celebrar
la Pascua era necesario estar limpios, es decir, no tener ninguna mancha de las
que enumeraba la Ley. Se trataba de la pureza legal, en conformidad con las
tradiciones del pueblo hebreo. El Señor no las rechaza, pero Él se refiere a
una pureza más profunda, una limpieza interior, espiritual. Es una realidad que
San Pablo recuerda cuando dice que para recibir el Cuerpo de Cristo hay que
examinarse primero y ver si uno está limpio de pecado, no sea que al comulgar
el Cuerpo del Señor estemos comulgando nuestra propia condenación.
La Iglesia y
la comunidad cristiana comprendemos
perfectamente la intención del evangelista Juan, cuando a este día lo
llamamos día del amor fraterno. En la última reunión que Jesús tenía con sus
discípulos, antes de irse al Padre, ha querido dejarles muy claro cuál ha sido
su preocupación y su enseñanza, a lo largo de su vida: amar al prójimo y amarle
activamente, sirviéndole, “tomando la condición de esclavo, pasando por uno de
tantos”. El adjetivo “fraterno” forma aquí una unidad de sentido indivisible
con el sustantivo “amor”. Se trata de un amor activo, sacrificado, oblativo,
hasta dar su vida por la salvación de sus hermanos, los hombres. El amor que
Jesús nos ha demostrado durante su vida y, de manera especial, en su pasión y
muerte no fue, en ningún caso, un amor pasivo, ni preferentemente
contemplativo. Este es el legado y el ejemplo principal que Jesús quiere dar
ahora a sus discípulos. Es decir, un amor que busca a la oveja perdida, al
enfermo, al pecador, al marginado, al pobre y necesitado, un amor que se
manifiesta siempre en obras de humilde
servicio y de ayuda al prójimo. Sólo este amor es, con propiedad, un verdadero
amor cristiano, fraterno.
Agradezcamos estos dones del Señor an nuestra oración ante el monumento , en la hora santa de
hoy.
En esta noche
del Jueves Santo, se celebra la Hora Santa ante el Santísimo o Monumento.
Nota sobre la
hora santa.
"Llegaron
a una finca que se llama Getsemaní , y dijo a sus discípulos: sentaos aquí
mientras yo voy a orar. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir
horror y angustia, y les dijo: me muero de tristeza: quedaos aquí y estad en
vela. Adelantándose un poco, cayó a tierra, pidiendo que si era posible se
alejase de él aquella hora." (De la Biblia: Evangelio de san Marcos 14,
32-34).
Se trata de
dedicar una hora a meditar los misterios cuando Cristo se sintió sólo y débil,
como nosotros, y pide al Padre aparte el cáliz. Una hora para
acompañarle, como el Ángel del huerto, en cuanto podemos, místicamente, junto
al sagrario. Es una hora para volcar en su Sagrado Corazón todos nuestros
afanes y sufrimientos, y recibir su gracia para sobrellevarlos. Una hora en
definitiva, para agradecer su sacrificio y aprender de El.
ORIGEN DE LA
HORA SANTA
En una de sus
apariciones a Santa Margarita María de Alacoque Jesús
le dijo; "Todas las noches del jueves al viernes te haré participar de la
mortal tristeza que quise padecer en el Huerto de los Olivos; tristeza que te
reducirá a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Y para
acompañarme en aquella humilde plegaria, que entonces presenté a mi Padre, te
postrarás con la faz en tierra, deseosa de aplacar la cólera divina y en
demanda de perdón por los pecadores".
Pío XI, al
comienzo del año Santo, exhortó al ejercicio de la Hora Santa como un
"obligado y amoroso recuerdo de las amargas penas que el Corazón de Jesús
quiso soportar para la salvación de los hombres". Ya antes, en su carta
encíclica sobre la expiación que todos deben al Sagrado Corazón de Jesús "Miserentissimus Redemptor"(8-V-1928)
señaló: el Corazón de Jesús "para reparar las culpas recomendó esto,
especialmente grato para El: que usasen las súplicas
y preces durante una hora (que con verdad se llama Hora Santa), ejercicio de
piedad no sólo aprobado, sino enriquecido con abundantes gracias
espirituales". En otra ocasión explicó que "su fin principalísimo es
recordar a los fieles la pasión y muerte de Jesucristo, e impulsarles a la
meditación y veneración del ardiente amor por el cual instituyó la Eucaristía
(memorial de su pasión), para que purifiquen y expíen sus pecados y los de
todos los hombres".
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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