Comentario a las Lecturas
del XIV Domingo del Tiempo Ordinario 9 de julio de 2017
Estemos
alegres en esta celebración eucarística porque hoy se nos ha de anunciar una de
las páginas más consoladoras de todo el Evangelio.
A Dios se llega por el
simple camino de nuestra propia humanidad; la religión cristiana no está hecha
para los doctos y los eruditos, sino para todo hombre de buena voluntad que
quiere encontrar a Dios a través de la experiencia de su propia vida. Y todo
esto es motivo de alegría y de esperanza. Somos hombres: he ahí un buen motivo
para que podamos encontrarnos con Dios.
La primera lectura de la
profecía de Zacarías (Zac 9, 9-10). Zac. II (9, 1-14,21)
nos presenta un misterioso personaje que es rey pastor, en cuatro
cantos mesiánicos (9, 9-10; 11, 4-14; 12, 10-13,1; 13, 7-9), en paralelismo
evidente con los cuatro poemas del Siervo de Yahweh
en Is. II.
Esta proclama
de Zacarías se encuentra en la segunda parte del libro de este profeta (algunos
la llaman "Deutero-Zacarías"), que hay que
situar cuando el pueblo ya se ha estabilizado bastante, después del retorno del
exilio.
Jerusalén se
ha de alegrar y aclamar a su rey, que hará la entrada en la ciudad. "Tu rey viene a ti". Con toda sencillez,
se sintetiza todo un cúmulo de profecías mesiánicas, cuya tónica ha sido el
triunfalismo real. Su recuerdo estimulaba y encendía los espíritus judíos más
desesperanzados. A este Mesías, se le describe con ciertos adjetivos . Saben
que sería "justo", que su reinado estaría establecido sobre la
equidad y la justicia, que sería salvador-triunfante, porque él mismo sería
salvado por Yahveh
Se trata del
Mesías esperado. Su misión: salvar al pueblo. Sus armas: la bondad, la humildad
y la paz.
El hecho de
que vaya montado en un asno, más que un gesto de humildad, es un gesto de paz.
En la guerra, combatían a caballo. Si el rey entra montado en un asno quiere
decir que viene en son de paz. De hecho, es esto lo que el texto quiere
subrayar expresamente: eliminará todos los ingenios para la guerra, carros,
caballos y arcos.
La acción del
rey-mesías se dirige a todo el pueblo, al reino del Norte (Efraín) y al del Sur
(Jerusalén era su capital). Pero aun va más allá: todos los pueblos podrán oír
sus palabras de paz.
La extensión
del dominio del rey es la extensión ideal en tiempos de Salomón: "Dominará
de mar a mar" (desde el Mar Muerto hasta el Mediterráneo), "del Gran
Río (el Eufrates) al confín de la tierra" (el
torrente de Egipto, hasta la frontera con este país).
El responsorial es el salmo
144, (Sal 1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14) Este
salmo constituye una alabanza continua a Dios por sus obras. Dios es un
rey eterno y universal que derrama su justicia y su bondad sobre todo ser
viviente. La presentación de este salmo seguirá los siguientes pasos:
características literarias, estructura, exégesis, teología y lectura cristiana.
Con este salmo
se concluye la última colección davídica de las que componen el salterio. Basta
mirar nuestra Biblia para darse cuenta de que es el último salmo que tiene como
título de David.1
Es un salmo
alfabético, es decir, en su texto original hebreo cada versículo inicia por una
letra del alfabeto, de modo ordenado.
el salmo 144
mantiene la división tradicional en tres partes: introducción (v. 1-2), cuerpo
del salmo (v. 3-20) dividido en dos secciones (v. 3-12 y 13-20) y conclusión
(v. 21).El texto de hoy llega hasta hasta el principio de la segunda sección del cuerpo
(V 14).
En la parte introductiva está expresada la intención del salmista de
elevar hacia Dios su alabanza por la grandeza de su divinidad y la majestad de
su realeza.
El cuerpo del
salmo, en sus dos secciones, desarrolla los temas enunciados en la
introducción: la divinidad y la realeza del Señor. La trascendencia divina del
Señor se expresa en la avalancha de adjetivos y de substantivos que utiliza el
autor. Esta redundancia quiere crear, en el lector, la sensación que Dios
ultrapasa todo lo que el hombre diga por mucho que añada. La realeza se expresa
en el interés del Señor por las criaturas y por la justicia con la que gobierna
a los hombres. El versículo conclusivo recupera el motivo inicial de la
alabanza, sea en boca del salmista, sea en boca de cualquier ser vivo. Una
alabanza que perdura siempre.
El salmo se
inicia con una invitación a ensalzar al Señor. El concepto ensalzar, igual que
exaltar y enaltecer, parte de una concepción espacial de la divinidad. La zona
alta de la tierra es la más noble, por eso, el rey está sentado más alto que el
resto de las personas. Dios, más poderoso que cualquier rey humano, es el
altísimo, y habita en la cima de los montes donde se le construyen santuarios.
Alabar a una persona o a Dios mismo, es, por tanto, ensalzarlo, exaltarlo,
enaltecerlo pues todos estos términos proceden de la raíz alto.
La fórmula de
la versión castellana «Dios mío, mi rey» corresponden literalmente al hebreo
Dios mío, el Rey, que corresponde a su vez a una adaptación de la fórmula
cortesana ¡señor mío, el rey! que se utilizaba en aquella época para dirigirse
públicamente al rey de la nación. El salmo se inicia pues con un discurso, o
reconocimiento, público del salmista dirigido a Dios.
«Una generación
a la otra» es la manera cómo el salmista expresa la constancia divina: las
generaciones pasan y cambian, pero Dios mantiene la majestad de sus favores de
un modo constante.
Los primeros
versículos alaban a Dios de un modo genérico, sin especificar su contenido;
pero al llegar al v. 8 nos encontramos con una fórmula tradicional: «El Señor es clemente y misericordioso, lento
a la cólera y rico en piedad». La formulación más solemne que hay en toda
la Escritura es la revelación que Dios hace de sí mismo a Moisés en la cima del
Sinaí: «Señor, Señor, Dios compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor
por millares, que perdona la iniquidad, rebeldía y el pecado» (Ex 34,6-7a).
Es una convicción fundamental, que se
repetirá con diversas variantes a lo largo del Antiguo Testamento, y llegará a
su cima en la primera carta de Juan: «Dios es amor» (lJn
4,8).
Un rasgo
distintivo del salmo es su universalismo. No hace distinciones entre los fieles
al tributar la alabanza a Dios. Tampoco hace distinciones al comprender que
Dios lo es de todo el mundo y de todos los vivientes. No hay discriminación de
destinatarios de los favores divinos, porque ama de corazón todo lo que ha
creado, hombres y criaturas, y por tanto, sacia de favores a todos los que en
él esperan. La alabanza no se circunscribe a un pueblo, ni a una ciudad, ni a
un lugar, el templo. El Dios universal merece una alabanza universal.
Así comenta
San Agustin este salmo: "Señor, que todas tus
obras te confiesen y que todos tus santos te bendigan. Que te confiesen todas
tus obras (Sal 144,10). ¿Qué decir? ¿No es la tierra obra suya? ¿No son
obras suyas los árboles? ¿No son obra suya los animales domésticos, los
salvajes, los peces, las aves? En verdad, también ellos son obra suya. Pero
¿cómo le confesarán estos seres? Veo que sus obras le confiesan en las personas
de los ángeles, pues los ángeles son obras suyas; y también le confiesan sus
obras cuando le confiesan los hombres, pues los hombres son obras suyas. Pero
¿acaso las piedras y los árboles tienen voz para confesarle? Sí, confiésenle
todas sus obras. ¿Qué estás diciendo? ¿También la tierra y los árboles? Todos
son obra suya. Si todas las cosas le alaban, ¿por qué no han de confesarle
todas las cosas? El término confesión no indica sólo la confesión de los
pecados, sino también la proclamación de alabanza; no suceda que siempre que
oigáis la palabra confesión penséis únicamente en la confesión del pecado.
Hasta el presente así se cree, de forma que cuando aparece el término en las
Escrituras divinas, la costumbre lleva a golpearse el pecho inmediatamente.
Escucha cómo hay también una confesión de alabanza. ¿Tenía, acaso, pecados
nuestro Señor Jesucristo? Y, sin embargo, dice: Te confieso, ¡oh Padre!,
Señor del cielo y de la tierra (Mt 11,25). Esta confesión es, pues,
de alabanza. Por tanto, ¿cómo ha de entenderse: Señor, que todas tus obras
te confiesen? Alábente todas tus obras.
Pero no hemos
hecho más que trasladar el problema de la confesión a la alabanza. En efecto,
si no pueden confesarle los árboles, la tierra y cualquier ser insensible,
porque les falta la voz, tampoco podrán alabarle, porque también les falta la
voz para hacerlo. Y, sin embargo, ¿no enumeran aquellos tres jóvenes que
caminaban en medio de las llamas inofensivas para ellos a todos los seres,
puesto que tuvieron tiempo no sólo para no arder, sino también para alabar a
Dios? Pasan revista a todos los seres desde los celestes hasta los terrenos: Bendecidle,
cantadle himnos, exaltadlo por los siglos de los siglos (Dn 3,20.90). Ved como entonan un himno. Con todo,
nadie piense que la piedra o el animal mudos tienen mente racional para
comprender a Dios. Quienes creyeron eso se apartaron inmensamente de la verdad.
Dios creó y ordenó todas las cosas: a unas les dio sensibilidad, entendimiento
e inmortalidad, como a los ángeles; a otras, sensibilidad, entendimiento con
mortalidad, como a los hombres; a otras les dio sensibilidad corporal, mas no
entendimiento ni inmortalidad, como a las bestias; a otras no les dio ni
sensibilidad ni entendimiento ni inmortalidad como a las hierbas, a los árboles
y a las piedras; sin embargo, ellas, en su género, no pueden faltar a esa
alabanza puesto que Dios ordenó a las criaturas en ciertos grados que van desde
la tierra al cielo, de lo visible a lo invisible, de lo mortal a lo inmortal".".
(San Agustín. Comentario al salmo 144,13).
La segunda lectura es de
la carta del apóstol san Pablo a los romanos (Rom 8, 9. 11-13). Todo el capítulo 8 de esta carta está
bajo el lema de "la vida en el Espíritu". Es otro modo, quizá el más abarcante y global de explicar lo que es el ser cristiano.
Sin entrar aquí en explicaciones, un poco complejas, sobre "carne" y
"espíritu" en Pablo, baste recordar que no se trata en absoluto de lo
equivalente a cuerpo y alma en la mentalidad griega u occidental. Más bien es,
en términos generales, todo hombre en cuanto inclinado hacia sí mismo y su
egoísmo o hacia Dios, respectivamente.
Parece que San
Pablo distingue entre dos clases de hombres: los que sirven a la
"carne" (los infieles) y los que recibieron el Espíritu de Dios (los
fieles). Pero San Pablo amonesta precisamente a los fieles, en los que supone
que "habita el Espíritu de Dios" (v. 11), para que no vivan
"según la carne" (v. 13). Esta amonestación a los fieles sólo puede
explicarse si entendemos que la frontera que separa el ámbito influido por la
"carne" del ámbito influido por el Espíritu de Dios, pasa por el
corazón de cada uno de los creyentes, comprometiéndolos en un conflicto
interior. No se trata, pues, de dos clases de hombres, los buenos y los malos,
sino de la división que padece el hombre en sí mismo.
La manera de
ser cristiana se debe a la unión con el Espíritu. No se trata tan simplemente
del Espíritu Santo, porque en San Pablo la delimitación de los conceptos no es
tan clara como en Vg. San Juan. Lo cierto es que
"Espíritu" supone una unión con Cristo Resucitado y con el Padre que
resucita a Jesús. Lo cual quiere decir que la condición de vida cristiana se
asemeja a la de Cristo en lo glorioso, porque de El,
y del Padre, proviene esa vida.
Teniendo esa
vida el destino es también paralelo. Todavía no está del todo presente, no se
sienten todos los efectos y virtualidades de esa condición. Por ello Pablo
habla de una vivificación futura. Pero ya está el germen, las arras, las
primicias o como se quiera llamar, con tal de que se acentúe la seguridad de
ese destino semejante también al de Cristo.
El Espíritu de
Dios y de Cristo están en nosotros; vivimos pues en el Espíritu. Esta vida con
Cristo en nosotros, tiene como consecuencia que hemos muerto al pecado y
estamos vivificados por el Espíritu del que resucitó a Jesús. Estamos en deuda,
no con la carne, sino con el Espíritu; consecuentemente debemos vivir según el
Espíritu. Es necesario que comprendamos con exactitud la oposición que
establece S. Pablo entre carne y Espíritu. Para S. Pablo "carne" no
es algo que pertenezca a la biología, ni a la metafísica, sino que es una
expresión exclusivamente teológica y religiosa. Es la "carne de
pecado", como dice en esta misma carta a los romanos (6, 6). Hay que
excluir toda idea de pecado sexual como la expresión podría parecer significar.
La carne de pecado es la situación del hombre en su historia. Es la criatura
contra Dios, que ha sucumbido al pecado y está destinada a la muerte. Esto es
precisamente lo que distingue a Cristo que tomó una carne semejante a esta
carne de pecado, pero sin pecado (Rm 8, 3).
El evangelio es de san Mateo
(Mt 11, 25-30). Este texto-oración
de Jesús, contiene tres afirmaciones fundamentales: sólo el Hijo
es capaz de revelar el verdadero rostro del Padre; la revelación del Padre se
abre a los pequeños y se cierra a los sabios, todos los que están cansados y
oprimidos pueden encontrar en Cristo alivio. La afirmación central es la
primera; las otras dos le sirven de marco y expresan su contenido.
Comienza con
un canto de acción de gracias de Jesús al Padre y al Señor del universo. Este
primer momento del texto abarca los versículos 25-26. El motivo de la acción de
gracias es la toma de postura del Padre en favor de la gente sencilla.
La expresión
gente sencilla traduce adecuadamente el término figurado griego "niños
pequeños" y funciona en contraposición a "sabios y entendidos".
En el conjunto del evangelio de Mateo ambas categorías de personas son trasponibles a maestros de la Ley y fariseos (sabios
entendidos) y a recaudadores y gente de mala reputación (niños pequeños). Un
motivo similar al de este texto lo desarrolla Pablo cuando contrapone los
considerados sabios por el mundo a los que en el mundo tiene por necios (I Cor.
1, 18-31). En su acción de gracias Jesús maneja magistralmente el recurso del
contraste: el que es imponente y majestuoso manifiesta su
"impotencia" y majestad tomando postura por los que nada pueden.
El segundo
momento del texto es el v. 27. El destinatario no es ya el Padre sino los
oyentes y lectores. Este segundo momento viene a dar razón y fundamento a la
acción de gracias precedente.
Si Jesús puede
dar gracias al Padre por su toma de postura y por su parecer, ello es debido al
grado de conocimiento y de compenetración que tiene con el Padre. Jesús lo sabe
todo del Padre, porque el propio Padre se lo ha enseñado. En el conjunto del
texto este verbo enseñar es traducción más ajustada que el genérico entregar.
Mi Padre me lo ha enseñado todo.
El tercer
momento del texto abarca los vs. 28-30. Se trata de una doble invitación, cuya
fuerza y valor residen en lo que conocemos de Jesús por el versículo anterior.
Los destinatarios de la invitación son los cansados y los agobiados. Ambos
términos están empleados en sentido figurado. En el conjunto del evangelio de
Mateo se trata del cansancio y agobio derivados de las cargas de la Ley, tal
como lo entienden y exponen los sabios y entendidos.
"Los
maestros de la Ley y los fariseos echan cargas pesadas sobre los hombros de los
demás" (Mt. 23, 4). La actitud de Jesús, expresada en la frase "yo os
aliviaré", contrasta con la de los sabios y entendidos, que "no están
dispuestos a tocar ni siquiera con un dedo" las cargas que echan (Mt. 23,
4). Ellos habla del yugo de la Ley; también Jesús lo hace, pero unciéndose él mismo el yugo y caminando delante con él. La
invitación de Jesús a cargar con el yugo parte de su mismo ejemplo.
En el texto de
hoy Jesús confirma autoritariamente esta imagen de Dios, la cual se convierte
así en la única imagen válida de Dios.
Jesús nos
revela a un Dios que toma partido en favor de los oprimidos por las cargas que
les imponen los sabios y entendidos. No pretendamos ver en este texto un
planteamiento antiintelectual. Se trata pura y
simplemente de un acto de justicia social.
Dios ha
decidido gratuitamente ("así te ha agradado") manifestar "estas
cosas" a los "pequeñuelos". Es una revelación que sigue esquemas
inesperados: oculta estas cosas a los prudentes y a los sabios y las revela a
los pequeños. Para dar aún más relieve a la paradoja, Jesús no dice simplemente
"Padre", sino que añade "Señor del cielo y de la tierra".
Aquí está la maravilla: el Dios del cielo y de la tierra tiene preferencias por
los humildes y los pequeños.
¿Quiénes son concretamente los pequeños a los
que se manifiestan los secretos de Dios? ¿Quiénes son los sabios y prudentes a
los que, en cambio, se les ocultan? ¿Qué se ha manifestado y se ha mantenido
oculto? Jesús no dice exactamente qué ha revelado el Padre a los sencillos. Se
limita a decir "estas cosas". Pero es fácil comprender que se trata
del Evangelio en su totalidad, es decir, de aquella nueva comprensión de Dios y
de su voluntad que se contiene en las palabras y en los hechos de Jesús.
Cuando Jesús
hablaba y Mateo escribía, la expresión "los sabios y los prudentes"
designaba concretamente a las élites religiosas de Israel, rabinos y fariseos,
que permanecían ciegos ante la claridad de las palabras de Jesús y se irritaban
por su predicación en favor de los pobres (se escandalizaban de ella).
Por
consiguiente, "pequeño" no se opone a adulto (y, por tanto, no
designa a los niños), sino que se opone a sabio y prudente.
Pequeños son
los hombres sin cultura (así se dice), sin competencia religiosa, sin habilidad
dialéctica, sin facilidad de palabra. Concretamente, en tiempo de Jesús eran
los llamados hombres de la tierra, los pobres aldeanos de Galilea, a quienes
los doctores de la Ley y los fariseos despreciaban.
Para nuestra vida.
La primera lectura nos presenta un Rey- Mesías
que es humilde. Es lo que Jesús nos dice de sí mismo en el Evangelio. En
este caso, el profeta Zacarías nos invita a exultar de gozo y alegría ante la
llegada del Rey. Se expresa en términos poéticos y es muy posible que evoquen
una liturgia de la comunidad proclamando su alegría. El profeta quiere preparar
al pueblo para el recibimiento y la acogida.
Las cualidades
a que alude, se espera tradicionalmente encontrarlas en cualquier rey; justo y
victorioso. Pero nos podemos preguntar si estas cualidades no tienen, en este
caso, una característica especial. Que el rey deba ser justo y victorioso
aparece en muchos textos del Antiguo Testamento. Parece que Zacarías ha
utilizado estas palabras "justo v victorioso" en un sentido
mesiánico, lo mismo que el calificativo "humilde" que emplea a
continuación, nos lleva a Isaías, cuando hace decir al Señor que el que El ha
elegido es el humilde, el humillado (Is 66, 2).
Este Mesías
pobre y humilde rehúsa la cabalgadura de los grandes personajes y prefiere un
modesto asno. Los profetas criticaron el uso del caballo en los cortejos,
porque veían en ello una actitud orgullosa y belicosa (por ejemplo, Is 2. 7). Ya el libro del Génesis veía al liberador como un
hombre humilde que montaría un asno (Gn 49. 11).
Pero este
Mesías humilde es el que consigue el éxito de establecer la paz; romperá el
arco de los guerreros y establecerá la paz. Las lecturas de este día, nos
animan, por tanto, a entrar en la escuela de Cristo. Y de una manera doble. El
se presenta como manso y humilde de corazón, como un rey humilde. Todo orgullo
doctrinal, toda perspectiva autoritaria, dominadora, triunfalista de la Iglesia
y de la religión cristiana, debería desaparecer. Aun cuando haya estructuras
doctrinales e institucionales intangibles, aun cuando no se las pueda aminorar,
no se las debe presentar con la rigidez orgullosa y perdonavidas de las
doctrinas y poderes humanos. La Iglesia, su doctrina, sus instituciones, deben
presentarse con firmeza pero con humilde suavidad. En segundo lugar, la
humildad de la búsqueda doctrinal debe estar siempre presente en toda reflexión
teológica. No que haya que renunciar a profundizar en los misterios de Dios,
pero la oración y la humildad deben ser siempre la condición de base en toda
búsqueda doctrinal.
También la
proclamación de la verdad debe ser humilde. Todos nosotros transmitimos con
nuestra propia debilidad lo poco que nuestra falta de humildad nos ha permitido
captar de los misterios de Dios, de Cristo y de la Iglesia.
Hoy el salmo nos presenta a Dios como rey, y se
habla de su reinado y de su gobierno. Dios es quién protege a los
necesitados y elimina a los malvados, nutre a todas las criaturas. Al
componerse el salmo, Israel se encuentra sin monarquía, entonces Dios es visto,
más que nunca, como auténtico monarca del pueblo y Señor universal. Todo el mundo
es igual ante este rey: todos son sus fieles y participan de su alabanza; el
salmo no hace distinciones entre sacerdotes y fieles, entre gente noble y gente
sencilla, como hacen los himnos de alabanza.
El Señor es
grande, clemente y misericordioso, bondadoso para todo el mundo, sus obras son
obras de amor, está cerca de los que lo invocan. Sus acciones son calificadas
de grandezas, proezas, hazañas, temibles proezas, favores, gloria, majestad.
Esta abundancia de sinónimos es tradicional y expresa el gusto de la época.
El Señor
sostiene y endereza a los que se caen y se doblan, da la comida y sacia a todos
los seres vivos, está cerca de los que lo invocan sinceramente, satisface los
deseos de sus fieles y los salva, guarda a los que lo aman, destruye a los
malvados.
De estas
alabanzas dice San Agustín: " Este concatenamiento
de la criatura, esta ordenadísima hermosura, que asciende de lo inferior a lo
superior y desciende de lo supremo a lo ínfimo, jamás interrumpida, pero
acomodada a la disparidad de los seres, toda ella alaba a Dios. ¿Por qué toda
ella alaba a Dios? Porque cuando tú la contemplas y adviertes su hermosura,
alabas a Dios por ella. La belleza de la tierra es como cierta voz de la muda
tierra. Te fijas y observas su belleza, ves su fecundidad, su vigor, ves cómo
concibe la semilla, cómo con frecuencia germina aquello que no se sembró; la
observas y esa tu observación es como una pregunta que le haces. Tu
investigación es una pregunta. Pues bien, cuando, lleno de admiración, sigues
investigando y escrutando y descubres su inmenso vigor, su gran hermosura y
luminoso poder, dado que no puede tener en sí y de sí misma tal poder,
inmediatamente te viene a la mente que ella no pudo existir por sí misma, sino
que recibió el ser del Creador. Lo que has hallado en ella es la voz de su
confesión, para que alabes al Creador. En efecto, si consideras la hermosura de
este mundo, ¿no te responde su hermosura como a una sola voz: «No me hice a mí
misma, sino que me hizo Dios»?
Luego, Señor,
que tus obras te confiesen y tus santos te bendigan. Que tus santos
contemplen la creación que te confiesa, para que te bendigan ante la confesión
de las criaturas. Escucha también la voz de los santos que le bendicen. ¿Qué
dicen tus santos cuando te bendicen? Proclaman la gloria de tu reino y
anuncian tu poder. ¡Cuán poderoso es Dios que hizo la tierra! ¡Qué poderoso
es Dios que llenó la tierra de bienes! ¡Qué poderoso es Dios que dio a cada
animal su propia vida! ¡Qué poderoso es Dios que infundió en el seno de la
tierra las diversas semillas, para que germinara tanta variedad de frutales,
tanta hermosura de árboles! ¡Qué poderoso es Dios, qué grande es Dios! Tú
pregunta, la criatura responderá; y por su respuesta, cual confesión de la
criatura, tú, santo de Dios, bendices a Dios y anuncias su poder". (San Agustín.
Comentario al salmo 144,13).
En la segunda lectura se nos habla de vivir según
el espíritu, por espíritu se entiende el Espíritu divino, el Espíritu de
Dios que es fuerza. La
oposición entre "carne" y Espíritu nos lleva a la comprensión de todo
lo que San Pablo quiere enseñarnos en el texto de hoy. El cristiano vive en
relación con Dios y el Espíritu. Su bautismo le ha sustraído, en principio, a
la carne de pecado y está ya en la vida del Espíritu. Esto implica
consecuencias radicales para la vida cristiana. Su orientación debe ser la
lucha contra todas las empresas de la carne de pecado a las que los restos de
su debilidad le inclinan; debe matar en sí mismo los desórdenes del hombre
pecador para poder vivir. Dicho de otra manera, el cristiano debe realizar en
sí mismo el misterio pascual de la crucifixión, matando al mal con Cristo para
resucitar y vivir con él.
San Pablo
presenta la situación del que vive bajo la Ley, que actúa según "la
carne", es decir, mirando sólo al propio yo (en la línea del que cree que
ha de hacer cosas para ganarse el favor de Dios). Ahora habla del que vive bajo
el Espíritu, del hombre libre. El Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo son
el mismo. Es la presencia de Dios entre los hombres después de la resurrección
de Jesús, obra del mismo Espíritu. Este Espíritu habita en los bautizados: Dios
está presente en los creyentes en Jesucristo, y de aquí nace su libertad. Pablo
insiste fuertemente en esta realidad.
Lo lógico es
vivir lo que se es y no conforme a lo que uno ha dejado de ser, (vs. 11-13) aun
cuando se tenga todavía esa triste posibilidad. Ciertamente nosotros no estamos
en igualdad de condiciones respecto a un mundo o a otro. El árbol, aun cuando
no haya llegado todavía al suelo, ya ha empezado a caer inexorablemente del
lado del Resucitado. Podemos pararlo o dar marcha atrás, pero lo lógico es
vivir conforme a ese Espíritu que vive en nosotros.
Cada uno de
nosotros como cristiano, conducido por el Espíritu, hemos de dejar que Dios opere
la salvación día a día, dando muerte a las obras del cuerpo, de la
"carne", para resucitar con Cristo a una vida eterna según Dios.
El evangelio nos presenta una de las invitaciones
más cordiales: "Venid a mí..." En el
conjunto del texto el v. 27 ocupa el lugar central no sólo por posición sino,
sobre todo, por importancia. El, en efecto, irradia luz a los anteriores y a
los posteriores. Estos, a su vez, ayudan a ver la perspectiva de las
afirmaciones del versículo central. En él niega a la Ley toda pretensión de
mediación válida para el conocimiento del Padre y del Hijo.
Una invitación
conmovedora. Las palabras de Jesús, sin duda, son el secreto de la coherencia
de la propia vida. No es complicado. Es cuestión de sencillez, de dejarse
arrebatar por la persona de Cristo. A fin de cuentas, ofrece reposo. Él hace
que el corazón de los que se entregan, confirmado, avance serenamente por las
rutas que el Espíritu tiene trazadas para cada bautizado. Meditemos esta semana
este texto evangélico. Hagamos el
propósito de confiar a Cristo las preocupaciones, las fatigas, los desencantos,
las trabas de la vida... Aprender a encontrar algún momento diario de silencio
para confiarse al Señor a través de la contemplación de su existencia reflejada
en los evangelios.
¿Quién
entiende el evangelio? ¿los sabios, los letrados, los que han estudiado....?,
¿los curas, los teólogos? ¿son estos los que entienden a Jesús, los que
entienden el evangelio? hay razones para dudarlo. Sobre todo si apenas han
hecho otra cosa que estudiar.
Lo primero que
hace falta para comprender el evangelio es escucharlo, y lo segundo, semejante
a lo primero e inseparable con lo primero, es ponerlo en práctica. Pues el que
no hace lo que escucha no ha entendido nada. Por eso dice Jesús: "Dichoso
el que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica".
-No "los
sabios y entendidos": Pues la capacidad de escuchar de un hombre
cualquiera depende de la necesidad de preguntar. De modo que el "sabio y
el entendido", el que vive sin problemas y cree que todo lo tiene
resuelto, el satisfecho, el situado en bienes y opiniones, el que se cree justo
y juzga a los demás, el autosuficiente..., no pregunta, no busca, no escucha ni
puede escuchar. Y menos aún escucha un mensaje como el evangelio que habla de
salvación, de liberación, de perdón.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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