domingo, 7 de mayo de 2017

Comentario a las lecturas del IV Domingo de Pascua 7 de mayo de 2017

En este IV Domingo del tiempo pascual,  la Iglesia nos presenta la figura de Cristo, Buen Pastor, que nos lleva al Padre, que da su vida por nosotros, que nos alimenta con su Palabra,  su Cuerpo y su Sangre, que nos defiende del lobo rapaz del demonio y de sus secuaces.
La figura evangélica del Buen Pastor. Es una imagen bella y poética que penetró hondamente en los corazones de los cristianos de Roma. En las catacumbas de Domitila, que se remontan al siglo I, aparecen pinturas del Buen Pastor. Imagen oficial en lugar del crucificado; tal vez por repugnancia.
En este domingo la Iglesia celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones: al sacerdocio y ministerios, a la vida misionera, a la profesión de los consejos evangélicos en la vida religiosa o en institutos seculares. Es tarea permanente, pero más que nunca de este día, orar por las vocaciones consagradas: las que hay y las que tendría que haber. Para que sean puerta que abren el acceso a Dios y buenos pastores, como Jesús, para su pueblo.

La primera lectura del libro de los hechos de los apóstoles (Hch 2, 14a. 36-41), constituye el final del primer discurso de Pedro a un auditorio exclusivamente judío (v. 36) y de la reacción provocada en el mismo (vs. 37-41). El v. 36 es una  síntesis del mensaje pascual. Resume pues en primer lugar la exposición anterior sobre el testimonio de culpabilidad que la resurrección hace recaer sobre el pueblo de Israel: "al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías".
La actuación quiere preparar el camino de conversión. Dios ha actuado ratificando la mesianidad de Jesús.
Destaca dos hechos:
1.-La crucifixión, simplemente constatada;
2.-la resurrección, interpretada. La resurrección de Jesús es presentada como entronización. Los títulos de Señor y Mesías representan en el pensamiento de la iglesia primitiva los dos aspectos fundamentales de la realeza de Jesús resucitado. Pero esta realeza, contrariamente a las aspiraciones judías, no es concebida en clave política, sino en clave salvífica global.
Ambos títulos tienen sabor apologético frente al judaísmo. El título de Mesías mira hacia el pasado: Jesús lleva a cumplimiento las profecías mesiánicas: el de Señor, hacia el futuro: Jesús volverá y su vuelta inaugurará la fase gloriosa del Reino de Dios.
Dios en persona es testigo y actor de excepción. Durante su caminar por Palestina, Jesús se había manifestado de tal manera que denunciaba poseer rango divino. Tenía, pues, que ser Dios mismo, en cuyo lugar se había puesto Jesús, quien aclarase si éste era o no un impostor. La resurrección constituye precisamente la respuesta de Dios; es la gran señal de que Dios aprueba la actitud prepascual de Jesús. El es efectivamente el Hijo de Dios.
Reacción de los oyentes (vs. 27-41). Las últimas palabras de Pedro han sonado como una amarga queja. Los contemporáneos de Jesús no supieron reconocerle durante su vida terrestre. Sólo ahora caen en la cuenta del significado que Jesús tiene para sus vidas. Por eso buscan adherirse a El. Pedro les urge a que aprovechen el ofrecimiento de salvación. Si Jesús no le basta al hombre para su conversión, el hombre ya no tiene remedio, porque no quedan más mesías que le puedan convertir, dado que Jesús es el ofrecimiento último y definitivo de Dios al hombre.
-"¿Qué tenemos que hacer, hermanos?": La reacción de los oyentes es parecida a la de los que escuchaban la predicación de Juan Bautista (Lc 3, 10). Pero la respuesta de Pedro no hace ninguna referencia a la conversión como un cambio moral, sino como una asimilación con Cristo.
-Literalmente, la respuesta formula dos condiciones: "Convertíos y bautizaos" y dos promesas "para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu Santo". Pero, propiamente, condiciones y promesas constituyen un todo: el bautismo es conversión y perdón, porque Jesús glorificado entra en relación personal con el bautizado por el don del Espíritu.
-"En nombre de Jesucristo": El bautismo recibido es una gracia de Jesús glorificado y al mismo tiempo expresa una pertenencia; como Israel, en la Antigua Alianza, era una propiedad de Dios. Ahora, después de Pascua, el bautismo es la expresión de la llamada a seguir a Jesús y a pertenecer a su comunidad de discípulos.
-"Escapad de esta generación perversa": El ofrecimiento de la salvación lleva necesariamente a una separación: los que acogen el mensaje y los que se obstinan en el rechazo de Jesús. El verdadero Israel se separa del falso, que no ha descubierto que el día definitivo llamaba a sus puertas.

El responsorial es el Salmo 22 (Sm 22, 1-3a. 3b-4. 5.). El salmo comienza con una afirmación atrevida: "El Señor es mi pastor, nada me falta". Este creyente que se sabe guiado y acompañado por la mano firme y protectora del pastor, proclama con tranquila audacia su ausencia de ambiciones. Tiene todo lo que necesita: conducción, seguridad, alimento, defensa, escolta, techo donde habitar...
El Señor es mi pastor, nada me falta (v. 1).
El salmista se siente acompañado y protegido  «me guía por el sendero justo» (v. 3). En verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas (v. 2-3).
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo (v. 4).
Como quiera que sea el sendero está allí y yo me voy por él. Pero cuando creo que me separa una gran distancia del rebaño, cuando he perdido todo camino de vuelta, me encuentro junto a ti, «tú vas conmigo» (v. 4).
No has estado en paz hasta que no me has encontrado. Te sentías empobrecido de mí. De mí, la oveja de la última fila.
Ningún reproche, sino gesto de plena acogida festiva.
Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa (v. 5).
El salmo 22 ha sido muy frecuentemente comentado por los Padres. Es considerado como una síntesis de la catequesis sacramental y ocupa un puesto importante en el rito de iniciación cristiana que se hacía en la antigüedad. 
Para  San Cirilo de Jerusalén es una profecía de la iniciación cristiana:  "El bienaventurado David te da a conocer la gracia del sacramento (de la Eucaristía),  cuando dice: "Has preparado una mesa delante de mis ojos, frente a los que me persiguen.  ¿Qué otra cosa puede significar con esta expresión sino la Mesa del sacramento y del  Espíritu que Dios nos ha preparado? Has ungido mi cabeza con óleo. Sí. El ha ungido tu  cabeza sobre la frente con el sello de Dios que has recibido para que quedes grabado con  el sello, con la consagración a Dios. Y ves también que se habla del cáliz; es aquél sobre el  que Cristo dijo, después de dar gracias: Este es el cáliz de mi sangre" (Cirilo de Jerusalén. Catequesis Mistagógicas IV. PG 33, 1.101. 1.104).
San Ambrosio comenta el mismo salmo y le da la misma explicación:  "Escucha cuál es el sacramento que has recibido, escucha a David que habla. También  él preveía, en el espíritu, estos misterios y exultaba y afirmaba "no carecer de nada". ¿Por  qué? Porque quien ha recibido el Cuerpo de Cristo no tendrá jamás hambre. ¡Cuántas  veces has oído el salmo 22 sin entenderlo! Ahora ves qué bien se ajusta a los sacramentos  del cielo" (Ambrosio de Milán. Los sacramentos, 5. 12-13).

La segunda lectura de la primera carta del apóstol San Pedro (1 Pe 2, 20-25), presenta una reflexión sobre la actitud de los esclavos cristianos ante su situación social. En la carta no hay ninguna intención de combatir la esclavitud. Se considera como una realidad injusta, pero que no se puede rehuir en el momento presente.
¡ El esclavo en la situación que le toca vivir debe tomar ejemplo de Cristo que sufrió por los demás y también injustamente: "dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas". Dos son los rasgos de la actitud de Jesús que parecen impresionar más al autor de la carta: la paciencia y el silencio ante los insultos en la cruz y los tormentos. Con el recurso a textos del Siervo doliente de Is 53, nos hace ver cómo en la Pasión, Cristo no hizo valer sus derechos, sino que se entregó en las manos de la justicia de Dios que rehabilita al inocente. De igual modo el derecho del esclavo que sufre injustamente está en las manos de la justicia de Dios.
-"Cargado con nuestros pecados subió al leño": El árbol que manifiesta la condena del culpable, según Dt 21, 22, es el lugar donde Jesús muere no a causa de los propios pecados, sino de los nuestros. La cruz, presentada como el altar donde uno aportaba la víctima de los sacrificios en el A.T, es donde Jesús ofrece el sacrificio de su propio cuerpo. Desde ahora el cristiano vive como justo, en virtud de una justicia que no nace de un esfuerzo moral, sino del amor de Cristo.
Así comenta San Agustín esta lectura." Veamos, pues, cómo se debe seguir a Cristo, prescindiendo del derramamiento de la sangre y de la prueba que es la pasión. Hablando del mismo Cristo, dice el Apóstol: Quien existiendo en la forma de Dios, no consideró una rapiña el ser igual a Dios -¡sublime majestad!-; sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho a semejanza de los hombres y hallado como un hombre en el porte exterior. ¡Qué humildad! Cristo se humilló: tienes, ¡oh cristiano!, a qué agarrarte. Cristo se hizo obediente, ¿por qué te engríes? ¿Hasta dónde llegó la obediencia de Cristo? Hasta encarnarse la Palabra, hasta participar de la mortalidad humana, hasta ser tentado tres veces, hasta ser el objeto de las burlas del pueblo judío, hasta ser escupido y encadenado, abofeteado y flagelado; y si esto es poco, hasta la muerte. Y si todavía hay que añadir el género de muerte: la muerte en cruz (Flp 2,6-8). Tal es nuestro ejemplo de humildad, medicina para nuestra soberbia. ¿Por qué te hinchas? ¡Oh hombre! ¿Por qué te extiendes pellejo muerto? Pus fétido, ¿por qué te hinchas? Jadeas, te lamentas, te sofocas porque alguien te injurió. ¿En base a qué reclamas venganza? ¿Por qué te quema la sed de las fauces, hasta el punto de que sólo desistes de ir tras ella cuando te hayas vengado de quien te hirió?
Si eres cristiano, contempla a tu rey; que se vengue antes Cristo, pues aún no se ha vengado quien por ti padeció tantos males, a pesar de que su majestad es tal que podía o no haber padecido nada o haberse vengado al instante. Pero en él la medida de su poder fue también la medida de su paciencia, pues padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas.
Sin duda estáis viendo amadísimos, que hay muchas maneras de seguir a Cristo, aún dejando de lado el derramamiento de la sangre, las cadenas y las cárceles, los azotes y los garfios. Pasada esta humildad y derrotada la muerte, Cristo ascendió al cielo: sigámosle. Escuchemos al Apóstol que dice: Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios, buscad las cosas de arriba, no las de la tierra (Col 3,1-2). Vomitad cuanto de deleitable os haya inoculado el mundo de las cosas temporales; aunque brame asperezas y cosas terribles, despreciadlo. Quien se comporte así, no dude de que se asocia a las huellas de Cristo, hasta poder decir, con razón, en compañía del apóstol Pablo: Nuestra vida está en los cielos (Flp 3,20) (San Agustín. Sermón 304,2-3)

aleluya jn 10, 14
yo soy el buen pastor, dice el señor, conozco a mis ovejas y las mías me conocen
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El evangelio continua siendo de  San Juan (Jn 10, 1-10)-, en el encontramos tres definiciones que hace Cristo de sí mismo: es puerta, pastor y aprisco.
En la Biblia se habla muchas veces de la puerta de la ciudad, que, fortificada, garantiza la seguridad de los ciudadanos. Franquear las puerta del templo significa a cercarse a Dios; salvarse es penetrar por la puerta del cielo, que se abre a quien llama desde la fe. Jesús es la puerta de acceso al Padre, la puerta que introduce en los pastos donde se ofrecen libremente los bienes divinos. Los discípulos de Jesús deben ser siempre "puerta" abierta para los demás, y no pared de rebote o muro de choque. Y para que el cristiano aparezca ante el mundo como una "puerta" de entrada; como oferta de salvación, cada creyente tiene la responsabilidad de vaciarse de sí mismo para no ser un obstáculo.
Jesús es el único y buen pastor de la comunidad cristiana. Superando una idea bucólica o despectiva, hay que entender al pastor como el hombre de coraje, de audacia y de prudencia, que camina delante y conoce las ovejas. En lenguaje actualizado, el pastor es el líder y el guía. Desde las catacumbas, los cristianos siempre han reconocido a Jesús como el buen Pastor que da la vida por sus ovejas y muere como "cordero de Dios" para hacerse alimento de su rebaño. Por eso su ejemplo es camino para sus seguidores.
Jesús es también el aprisco del rebaño. En él se encuentra la defensa, el abrigo y el descanso. Él es el Reino de Dios, al que no se entra con astucia, como los ladrones, ni con violencia, como los salteadores, sino en la fidelidad, en el servicio total, en la paz que es plenitud de bien.
Versículos 1-6. El autor califica estos versículos de comparación. Es decir, nos hallamos ante un símil o semejanza entre dos situaciones. Para poder entenderlas habrá, pues, que conocer las dos situaciones que se comparan. El desconocimiento de una de ellas haría ininteligible la comparación.
Una de las situaciones es la formulada por la misma comparación: un aprisco, la puerta de acceso, el depredador, el pastor, la actividad del pastor, resaltando especialmente la compenetración mutua entre ovejas y pastor.
El autor comenta que los destinatarios<![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]> de la comparación no entendieron de qué les hablaba. Al desconocer la segunda de las situaciones es lógico que no entiendan la comparación.
Versículos 7-10. Lo comparado son la puerta del aprisco y Jesús. La comparación entre el pastor y Jesús no se hace en estos versículos, sino a partir del v. 11.
El mensaje que el autor quiere transmitir guarda relación con la ley, en la que los fariseo se hallan instalados y que, sin embargo, constituye su pecado, pecado del que ellos ni siquiera son conscientes. Por eso no pueden entender los fariseos el sentido de la comparación. En ella, en definitiva, se afirma que el acceso al aprisco no pasa por la Ley, sino por Jesús. No es un comportamiento inmoral lo que el autor critica en los fariseos, sino algo mucho más hondo y complejo: una estructura mental esclerótica, una actitud monolítica y cerrada. Este pecado es de verdad un auténtico drama por su carga de ironía fatal, que destruye al personaje cuanto más consciente, dueño y bueno éste se cree.
El texto de hoy es muy duro con la Ley. El tono tajante de las afirmaciones en los vs. 8 y 10 así lo pone de manifiesto. Sin demagogia ni palabrería, por supuesto, hay que mantener este aspecto del mensaje que el autor parece querer transmitirnos.
 En contraste con la anterior dureza está el v.9 y la última afirmación del v. 10. Te recomiendo que cuando hayas terminado de leer estos versículos, leas todo el capitulo 9. Y si no tienes demasiada prisa, lee también 5, 1-9 (fíjate en la multitud de tullidos en la piscina de cinco pórticos) y 8, 1-11. Estos textos explican los vs. 9-10 de hoy.
Dos detalles del texto a destacar: Jesús camina delante y conoce a sus ovejas. Él es el camino verdadero y viviente. Su vida y su muerte están patentes ante los ojos de todos. No dirige su comunidad desde un despacho. Por otra parte, en la comunidad de Jesús no se funciona como en una masa social en base a números de carnet o apellidos. El conocimiento es personal. Él conoce el nombre de cada oveja, y ellas le conocen a él. Nada parecido a un ejército o a una gran empresa. Rebaño y pastor son uno. Jesús es la puerta de entrada de la comunidad cristiana más allá de las herencias sociales en materia de religión. Una puerta siempre abierta es una posibilidad que se ofrece y no es nunca un obstáculo. La comunidad y sus pastores de cada momento habrán de cuidar para no estrechar ni agrandar su dintel, modificando lo establecido por el único pastor. La fidelidad al Señor es el alimento de su rebaño.

Para nuestra vida
Después de haber contemplado los domingos anteriores, diversos momentos de la experiencia pascual de los discípulos del Señor, las lecturas de hoy nos ayudan a hacernos la pregunta sobre quién es para nosotros este Cristo resucitado, de quien nos dice el libro de los Hechos de los Apóstoles que "Dios lo ha constituido Mesías y Señor": ¿es verdaderamente el Señor de nuestras vidas?

En la primera lectura se presenta  parte del discurso de Pedro en el que ofrece una síntesis del mensaje cristiano: Jesús es el Cristo. Aquellos que escuchan este anuncio deben dar un nuevo sentido a su vida y actuar consecuentemente con su nueva visión de las cosas. Por el Bautismo entramos a formar parte de la comunidad de discípulos y, en adelante, nuestra existencia no estará movida por la Ley sino por el Espíritu Santo.
Todo ello supone un nuevo vivir, un nuevo nacimiento, una “metanoia” o conversión.
Los que escuchaban a San Pedro y nosotros estamos llamados a vivir como bautizados y convertidos, esto es  vivir habitados y llenos del Espíritu Santo, no siguiendo los consejos y las pautas de la generación perversa en la que nos ha tocado  vivir. Estas palabras del apóstol Pedro que leemos en la primera lectura de este domingo, a todos los que se habían congregado en Jerusalén en el día de Pentecostés, debemos hoy aplicarlas a cada uno de nosotros. Si tenemos el Espíritu Santo, debemos dar los frutos del Espíritu Santo, no los frutos de la carne
La comunidad primitiva cumple la esencial función de evangelizar. Ni entonces ni hoy se trata de un mero proselitismo para que aumente el número de miembros de la Iglesia, sino de facilitar el encuentro con Cristo del hombre de nuestro tiempo, porque la iglesia no es la luz sino testigo de la luz. Cuando alguien descubre un tesoro debe intentar compartirlo con aquellos a quienes ama.

El salmo 22, uno de los más bellos de toda la Biblia, comienza con una afirmación sincera y atrevida: "El Señor es mi pastor, nada me falta". El autor es un creyente que se sabe guiado y acompañado por la mano firme y protectora del pastor. Proclama que quien sigue a Jesús tiene todo lo que necesita: seguridad, alimento, protección techo donde habitar... Difícilmente anidarán en su corazón la agresividad, la envidia, la rivalidad, todas esas actitudes que amenazan siempre el convivir con los otros fraternalmente.
En los siguientes textos vemos la  preocupación pastoral que tenían los Padres.
San Gregorio Nisa escribe: "En el salmo, David invita a ser oveja cuyo Pastor sea Cristo, y que no te falte bien alguno a ti para quien el Buen Pastor se convierte a la vez en pasto, en agua de reposo, en  alimento, en tregua en la fatiga, en camino y guía, distribuyendo sus gracias según tus  necesidades. Así enseña a la Iglesia que cada uno debe hacerse oveja de este Buen  Pastor que conduce, mediante la catequesis de salvación, a los prados y a las fuentes de la  sagrada doctrina" (Gregorio de Nisa. PG 46 692). 
San Cirilo de Alejandría dice de este salmo que es  "el canto de los paganos convertidos, transformados en discípulos de Dios, que  alimentados y reanimados espiritualmente, expresan a coro su reconocimiento por el  alimento salvador y aclaman al Pastor, pues han tenido por guía no un santo como Israel  tuvo a Moisés, sino al Príncipe de los pastores y al Señor de toda doctrina en quien están  todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Cirilo de Alejandría, PG 69, 840).


En la segunda lectura San Pedro nos presenta a Jesús sufriente., modelo y fortaleza de la vida cristiana. Si el cristiano descubre el sentido del sufrimiento y, sin temor a los hombres, acepta la cruz pacientemente, su dolor estará fortalecido con la esperanza que no defrauda; imitará a Jesús  Maestro que también padeció injustamente, y alcanzará la vida. Jesús, que fue llevado a la muerte como oveja al matadero, Jesús, por cuyas heridas hemos sido curados, vive, y ahora es el pastor y guardián de nuestras vidas. Hay que seguir luchando por la justicia, a pesar de las dificultades. La paciencia cristiana es la única manera de resistir a la injusticia sin desesperaciones suicidas y sin traiciones cobardes a la justicia.
"Cristo, cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado". El sufrimiento de Cristo fue un sufrimiento redentor, su sufrimiento nos curó, así nosotros también debemos soportar nuestros sufrimientos y convertirlos en instrumentos de salvación. El dolor y el sufrimiento son algo inherente a la condición humana, lo importante es, como decimos, hacer de nuestros dolores y sufrimientos caminos de salvación. El dolor es como el fuego, puede destruirnos, o purificarnos. De nosotros depende elegir una cosa u otra. Lo que Cristo eligió ya lo sabemos, tal como hemos leído hoy en estas palabras del apóstol Pedro. Seamos buenos discípulos y seguidores del único Señor y Pastor al que queremos seguir. Y que nuestro dolor sea provechoso y redentor no sólo para nosotros, sino también para los demás.
El evangelio nos presenta  a Jesús  como puerta, como acceso al Padre. Hay que "pasar" por El si se quiere llegar a los pastos que dan la vida en plenitud, porque. El ha venido "para que tengamos vida abundante". En el Antiguo Testamento el culto es la puerta que establece la comunicación entre en mundo divino y el terrestre. Esto ha sido ya superado. Solo Jesús es nuestro guía. Dos detalles del texto se pueden recordar: Jesús camina delante y conoce a sus ovejas. Él es el camino verdadero y viviente. No dirige su comunidad desde un despacho. En la comunidad de Jesús no se funciona como en una masa social en base a números de carnet o apellidos. El conocimiento es personal. Él conoce el nombre de cada oveja, y ellas le conocen a él. Nada parecido a un ejército o a una gran empresa. Rebaño y pastor son uno. Jesús es la puerta de entrada de la comunidad cristiana más allá de las herencias sociales en materia de religión. Una puerta siempre abierta es una posibilidad que se ofrece y no es nunca un obstáculo. La comunidad y sus pastores de cada momento habrán de cuidar para no estrechar ni agrandar su dintel, modificando lo establecido por el único pastor. La fidelidad al Señor es el alimento de su rebaño.
Es importante que cada uno de nosotros revisemos nuestra adhesión a Cristo. Y que lo hagamos ahora: después de haber vivido la Cuaresma, que -preparando la Pascua- pretendía renovar nuestra "conversión"; y después de haber renovado las promesas bautismales en la noche de Pascua. ¿Qué autoridad tiene Jesús en mi vida? Y debemos plantearnos esa pregunta a partir de los hechos más sencillos y cotidianos de la vida. Desde que nos levantamos por la mañana hasta que nos acostamos, nada de lo que hacemos puede quedar al margen de nuestra "vocación": Cristo os dejó "un ejemplo para que sigáis sus huellas", nos dice la carta de san Pedro.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

<![if !supportFootnotes]>

<![endif]>
<![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]> Los destinatarios de la comparación son los fariseos, a quienes se les acaba de decir que si fueran ciegos no tendrían pecado, pero que, como dicen ver, su pecado persiste (ver Jn. 9, 41). Los fariseos están caracterizados en el cuarto Evangelio como hombres de la Ley, guardianes y responsables de la misma. A Juan le han preguntado por qué bautizaba siendo así que no podía hacerlo (ver Jn 1, 25). A Jesús le han venido con una adúltera a la que la Ley prescribe lapidar (ver Jn. 8, 3-5). A Jesús le recuerdan que para que un testimonio tenga validez debe estar avalado por dos testigos, a lo que Jesús responde que efectivamente cuenta con dos testigos: él mismo y el Padre (ver Jn, 8, 13 y 8, 17-18). Al ex-ciego le interrogan porque en su curación se ha lesionado la Ley del Sábado (ver 9, 14).

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