Como el 19 de marzo,
solemnidad de San José, coincide este año con el tercer domingo de Cuaresma, la
Conferencia Episcopal Española ha decidido trasladar la celebración litúrgica
de la solemnidad de San José al lunes 20 de marzo.
La tradición en el culto a San José
tardó en tomar fuerza dentro del mundo cristiano, a pesar de ser el padre
elegido para Jesús. El motivo más probable es que en sus orígenes los
cristianos sólo rendían algún tipo de culto a los mártires y no era el caso de
San José.
En los principios del siglo IV ya
comenzaba a aparecer el culto a San José entre los Coptos (Egipcios de fe
cristiana), apareciendo su festividad en el día 20 de julio del calendario
Copto.
En el mundo occidental aparecen las
primeras referencias a su culto en el año 1129, donde se encuentra una Iglesia
dedicada a su nombre en Bolonia (Italia).
Los padres Carmelitas fueron los
primeros en trasladar su culto desde Oriente hasta Occidente de una manera
completa y tras su aparición en el calendario Dominico fue ganando cada vez más
fuerza.
Durante los años posteriores,
grandes personalidades que después fueron santos, en algunos de los casos,
tuvieron una gran devoción por San José, lo que hizo que su culto tomase más
fuerza. Es significativa la aportación de Jehan Charlier Gerson que en 1400 compuso un Oficio de los
Esponsales de San José.
En el pontificado de Sixto IV, San
José fue introducido en el calendario romano, que es el que ha llegado hasta
nuestros días, en el día del 19 de marzo.
Esto fue fundamental y a partir de
ese momento se convirtió en fiesta simple, pasando luego a fiesta doble por
Inocencio VIII, fiesta doble de segunda clase por Clemente XI. Finalmente Pío
IX le nombró patrono de la Iglesia Católica.
Las lecturas tienen un marcado carácter mesiánico. Dios
juró a David que su linaje sería perpetuo y que edificaría su trono para todas
las edades (1 lect. y salmo resp.)
José, el esposo de María, es de la estirpe de David, padre por la fe, de Jesús,
en quien alcanzan su plenitud las promesas hechas por Dios en el Antiguo Testamento
(2 lect.). José es modelo de fe, al aceptar la
revelación divina sobre el embarazo de María: «No temas acoger a María, tu
mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Ev.). Así fueron confiados a su fiel custodia los primeros
misterios de la salvación de los hombres (orac.
colecta). Y él se entregó por entero al servicio del Hijo de Dios hecho hombre
(orac. sobre las ofrendas).
La
primera lectura del Segundo libro de Samuel (2S 7 4-5, 12-14, 16) nos sitúa
ante la profecía
de Natán sobre la herencia de David referente al
templo "El edificará un templo en mi honor..."
(2 S 7,13) y que se
cumplió plenamente. Primero en figura, espléndida pero efímera, y luego en la
realidad, aunque de forma inaudita y definitiva. En efecto, el primer rey de la
dinastía davídica, Salomón, construyó el templo de Jerusalén, una de las
maravillas del mundo antiguo. Pero aquel templo sería destruido por los
asirios. Después Esdras y Nehemías lo reconstruyen modestamente. Finalmente el
templo es restaurado de manera ambiciosa por Herodes.
La profecía será el origen de la
espera en el Mesías; profecía que el
Señor Dios cumplirá. Los judíos esperaban esa promesa y en tiempos de
Jesús presidía los mejores anhelos del pueblo justo.
El responsorial es el Salmo 88 (Sal 88, 2-5, 27, 29). En el se expresa un profundo contenido mesiánico. En David se fundará un ‘linaje perpetuo’ y se verificará una alianza
estable. La relación paternal de Dios con esa descendencia se expresa
claramente.
“Yo sellé una alianza con mi elegido, jurando
a David, mi siervo: Dios
es siempre fiel a su Palabra y a sus promesas ". Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable. El me dirá: "Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora".
Yo lo constituiré mi primogénito, el más alto de los reyes de la tierra.
Le aseguraré mi amor eternamente, y mi alianza será estable para él.
Le aseguraré mi amor eternamente, y mi alianza será estable para él.
Por eso David,
con toda lealtad, puede llamar Padre a Dios; podrá invocar a Dios pues Él
estará siempre dispuesto a protegerlo y a defenderlo de sus enemigos. ¿Habrá
amor más grande hacia David, que el que Dios le ha manifestado?.
En la segunda lectura Rm 4 13, 16-18,22 San Pablo, narra a los paganos ya convertidos
otra promesa fundamental: la hecha por Dios a Abrahán y que paso de ser un
anciano estéril a padre de todos los pueblos.
En el cap 4
San Pablo con una amplia riqueza de palabras y de imágenes, describe el
ministerio apostólico como la luz de Dios en las tinieblas del mundo. Al
hacerlo, explica de nuevo, con mayor claridad, sus verdaderos objetivos, para
defender su ministerio y su conducta ministerial frente a las suspicacias y
ataques de que era objeto en Corinto (4,2.5).
Cuando
Dios llamó a Abran, prometió, “Y haré de ti una nación grande” (Génesis 12:2).
Esa promesa no podía ser cumplida por medio de la obediencia de la ley por
Abran, porque serían cuatro siglos más tarde que Dios entregó la ley en Sinai. La virtud de Abran era la fe en vez de la
observación de la ley.
La única parte
de la promesa que Abraham fue permitido a observar fue el nacimiento de Isaac –
su hijo y heredero. “Ni Abraham ni sus más inmediatos herederos – su hijo Isaac
y su nieto Jacob – habían tenido propiedades en Canaán, excepto un pequeño
campo cerca de Mamre en el que se ubicaba la cueva de
Machpelah… Abraham vio la Tierra Prometida y erró por
ella como nómada, pero nunca fue suya”. Es por eso que Pablo puede decir que la
promesa vino a Abraham por medio de la fe. Vivió y murió sin ver cumplida la
promesa de Dios, pero confiando que sería cumplida.
“Abraham,
el cual es padre de todos nosotros” (v. 16). Pablo escribe a
una iglesia que incluye a ambos judíos y gentiles. Que él diga que Abraham es
“padre de todos nosotros” es algo bastante radical. Cristianos judíos clamarían
ser semilla de Abraham por línea sanguínea, pero Pablo nos dice que todo
cristiano puede reclamar ser descendiente espiritual de Abraham.
“Según está escrito: «Te he constituido
padre de muchos pueblos»;” (griego:
ethnon – se puede traducir “naciones” o
“gentiles”) (v. 17).
“la promesa
está asegurada ante aquel en quien creyó, el Dios que da vida a los muertos y
llama a la existencia lo que no existe.” (v. 17).
Pablo se fija en dos atributos de Dios:
•
Primero, Dios “da vida á los muertos.” Esto hace pensar de Abraham y Sara,
quienes se creían muertos, pero por la gracia de Dios dieron vida a
descendientes “como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena inmunerable que está á la orilla de la mar” (Hebreos 11:12.
Véase también Génesis 17:15-21; 18:11-14). También hace pensar de los huesos
secos que revivieron ante la palabra de Dios (Ezequiel 37). El punto de Pablo
es que gentiles estaban espiritualmente muertos, pero el Dios que revive los
muertos ha respirado vida aún en el pueblo gentil.
•
Segundo, Dios “llama las cosas que no son, como las que son.” “El verbo llamar
puede significar nombrar o convocar. También puede significar crear, y ése
es el significado que encontramos aquí… Pablo habla de Dios creando, por medio
de su llamada, algo de nada (Morris, 208-209). Igual que Dios creó un pueblo de
Dios de los descendientes carnales de Abraham que se hallaban convertidos en
esclavos en Egipto, también así Dios ha creado un pueblo de Dios de entre
gentiles humildes.
“El
(Abran) creyó en esperanza contra esperanza, para venir á ser padre de muchas
gentes” (v. 18). Abran encuentra una promesa contra un problema. El
problema era que él y su esposa, Sarai, eran ancianos
– el tiempo de criar niños ya muy pasado. Pero Dios le había enseñado a Abran
las estrellas, diciendo, “Así será tu descendencia” (v. 18). Unos años después,
cuando Abraham y Sara (sus nuevos nombres bajo el convenio de Dios) eran aún
menos capaces de engendrar hijos, Dios volvió a confirmar la promesa con estas
palabras:
“Yo, he
aquí mi pacto contigo: Serás padre de muchedumbre de gentes:
Y no se llamará más tu nombre Abran, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes.
Y no se llamará más tu nombre Abran, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes.
Y
multiplicarte he mucho en gran manera, y te pondré en gentes, y reyes saldrán
de ti. Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu simiente después de ti en sus
generaciones, por alianza perpetua, para serte á ti por Dios, y á tu simiente
después de ti.
Y te daré
á ti, y á tu simiente después de ti, la tierra de tus peregrinaciones, toda la
tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos” (Génesis
17:4-8).
El evangelio de hoy (Mt 1 16, 18-21, 24), forma parte del primer capítulo de Mateo que a su
vez forma parte de la sección referente a la concepción, nacimiento e infancia
de Jesús.
El centro de todo el relato es la persona de Jesús a la que se suman todos los
sucesos y las personas mencionadas en la narración..
Se debe tener presente que el Evangelio revela una teología de la historia de
Jesús, por eso, al acercarnos a la Palabra de Dios debemos recoger el mensaje
escondido bajo los velos de la historia sin perdernos, como sabiamente nos
avisa San Pablo, “en las cuestiones tontas”, guardándonos “de las genealogías,
de las cuestiones y de las discusiones en torno a la ley, porque son cosas
inútiles y vanas”. (Tm 3:9)
Este texto se conecta a la
genealogía de Jesús, que Mateo compone con el intento de subrayar la sucesión
dinástica de Jesús, el salvador de su pueblo (Mt 1:21). A Jesús le son
otorgados todos los derechos hereditarios de la estirpe davídica, de “José,
hijo de David” (Mt 1:20;) su padre legal. Para el mundo bíblico y hebraico la
paternidad legal bastaba para conferir todos los derechos de la estirpe en
cuestión (cf.: la ley del levirato y de la adopción Dt
25:5 ss) Por esto, después del comienzo de la
genealogía, a Jesús se le designa como “Cristo hijo de David” (Mt 1:1), esto
es, el ungido del Señor hijo de David, con el cual se cumplirán todas las
promesas de Dios a David su siervo.
Jesús nace de “María desposada con
José” Mt 1:18a) que “se halló en cinta por obra del Espíritu Santo” (Mt 1:18b).
Mateo no nos cuenta el relato de la anunciación como lo hace Lucas (Lc 1, 26-38), pero estructura la narración desde el punto
de vista de la experiencia de José el hombre justo. La Biblia nos revela que
Dios ama a sus justos. Pensamos en Noé “hombre justo e íntegro entre sus
contemporáneos” (Gén 6:9). O en Joás
que “hizo lo que era recto a los ojos del Señor” (2Re 12:3).
Una idea constante en la Biblia es
el “sueño” como lugar privilegiado donde Dios da a conocer sus proyectos y
planes, y algunas veces revela el futuro. Bien conocido son los sueños de Jacob
en Betel (Gén 28: 10ss) y los de José su hijo, como
también los del coopero y repostero prisioneros en Egipto con él, (Gén 37:5ss; Gén 40:5ss) y los
sueños del Faraón que revelaron los futuros años de prosperidad y carestía (Gén 41:1ss).
A José se le aparece “en sueños un
ángel del Señor” (Mt 1.20) para revelarle el plan de Dios. En los evangelios de
la infancia aparece a menudo el ángel del Señor como mensajero celestial (Mt
1:20.24; 2:13.19; Lc 1:11; 2:9) y también en otras
ocasiones esta figura aparece para tranquilizar, revelar el proyecto de Dios,
curar, liberar de la esclavitud (cf.: Mt 28:2; Jn
5:4; Act 5:19; 8:26; 12: 7.23). Muchas son las
referencias al ángel del Señor también en el Antiguo Testamento, donde
originariamente representaba al mismo Señor que cuida y protege a su pueblo
siempre acompañándolo de cerca.
Para nuestra
vida
La primera lectura es del
Segundo Libro de Samuel. José es descendiente de la
familia de David, con lo que en Jesús –su Hijo adoptivo- se cumple la promesa
hecha al rey David de poner a un descendiente suyo en ese trono que duraría por
siempre en la Presencia de Dios.
Destruido el templo,
la profecía hecha a David se cumpliría... Un nuevo templo se alza, no
sobre la gran explanada de Herodes sino sobre la nueva Jerusalén. Pero ahora el
templo es el Cordero, Cristo mismo glorificado, la nueva Shekiná,
la misteriosa y amable presencia de Dios en medio de su Pueblo.
El salmo nos habla de la fidelidad de Dios a
David.
A nosotros,
Dios nos ama por medio de Cristo, Dios nos ha amado hasta el extremo. Desde
Cristo Dios no sólo es llamado Padre nuestro, sino que en verdad lo tenemos por
nuestro Padre. Cuando nos acercamos a pedirle perdón Él nos recibe y nos vuelve
a enviar como testigos de su amor y de su misericordia. Por eso aprendamos a no
luchar contra las fuerzas del mal con nuestros propios recursos, pues
saldríamos vencidos. Pongámonos en manos de Dios y hagamos nuestra la Victoria
de Jesucristo sobre el pecado y la muerte.
Dios es
siempre fiel a sus promesas; su amor hacia los suyos jamás dará marcha atrás, pues
lo que Dios da jamás lo retira. Él escogió a David como siervo suyo; lo ungió
y, poniéndolo al frente del Pueblo, Dios siempre estuvo de su lado.
San Pablo en
el fragmento de hoy de su Carta a los Romanos nos habla de Abraham, el padre de
todos los creyentes, porque creyó contra toda esperanza que sería padre de
muchas naciones. ¡Buen ejemplo de fe!
"Te hago padre de muchos pueblos" (Rm 4, 17) De nuevo otra profecía mesiánica. En
esta ocasión fue Abrahán quien recibe esta promesa de una generación numerosa,
la mejor bendición que se podía recibir en aquellos tiempos. El patriarca creyó
en la palabra de Dios, a pesar de que Sara era estéril y luego sólo tuvo un
hijo... También José es llamado patriarca, pues también él creyó en las
palabras misteriosas del arcángel Gabriel.
El evangelio
nos recuerda el mensaje de la primera lectura. José es descendiente de David. Destacando los aspectos de fe y confianza en Dios, San Mateo nos
cuenta que fue Jacob quien engendró a José y así Jesús recibe la herencia
antigua. Y nos relata el mundo de dudas en el que se vio inmerso San José ante
la futura maternidad de la Virgen. Para sacarle de dudas se le parece un ángel
en sueños que, además, la llama “José, Hijo de David, confirmándose una vez más
el linaje que es portador de la promesa divina. Y esa visita del ángel del
Señor es paralela y coincidente con la presencia de Gabriel ante la Virgen
María en el momento de la Anunciación. El fruto del vientre de María procede
del Espíritu Santo y vendrá al mundo para salvar al pueblo de su pecado.
Así lo
llama el Ángel cuando se manifiesta en sus sueños en el momento en que lo
consumía la preocupación por la situación que generaba el aparentemente
injustificado embarazo de María, su esposa. Como a José, el Señor siempre nos
muestra cual es el Camino.
Dios cuenta con un hombre humilde y sencillo. El Señor confía
y valora las capacidades humanas, los deseos sinceros de amar de José, de serle
fiel. Por eso, en este día deseamos aprender primero de Dios que quiso contar con
sus criaturas –fiado de ellas-- para llevar a cabo su plan de Redención: la
empresa más grande jamás pensada. También aprendemos de José que no defraudó a
quien había depositado en él su confianza. La confianza que Dios deposita en
José pone de manifiesto hasta qué punto Dios valora a las personas. Somos
ciertamente muy poca cosa, apenas nos cuesta reconocerlo, al contemplar la
fragilidad e imperfección humanas, sin embargo, Dios no sólo ha tomado nuestra
carne naciendo de una mujer, sino que se dejó cuidar en todo en su primera
infancia por unos padres humanos; y luego, algo mayor, aprendió quizá sobre
todo de su padre, José, las costumbres y tradiciones propias de su región, de
su país, de su culto.
Las
narraciones evangélicas nos hablan de José y de su fidelidad. Estando desposado
con la Virgen María y comprendiendo que Ella esperaba un hijo sin que hubieran
convivido, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en
secreto. Así manifiesta su virtud: decidió retirarse del misterio de la
Encarnación sin difamar a María y fue necesario que un ángel le dijera: “José,
hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido
concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
José es justo
y cumple su misión calladamente. Se dispone a hacer como el ángel del Señor le
había mandado, y recibió a su esposa. San José, que era justo, decidió
abandonarla en secreto. Legalmente podía haberla denunciado y María seguramente
habría sido lapidada en público hasta morir, tal como estaba mandado en la ley
judía. Pero José, precisamente porque era justo y sabía, porque se lo decía su
corazón, que María era inocente, no quiso hacer uso de la justicia legal. Él
sabía que la verdadera justicia, la justicia bíblica que aplicaba Yahveh, el Dios de la justicia, era siempre una justicia
moral, es decir, una justicia misericordiosa y compasiva. Su hijo, Jesús, sería
después el modelo y predicador de esta justicia misericordiosa. La justicia
legal, aplicada sin amor y misericordia, se convierte muchas veces en cruel
injusticia. También en esto San José debe ser para nosotros, los cristianos, un
modelo imitable. Debemos buscar siempre la justicia que salva y construye, no
la que condena y destruye. La justicia de Dios es siempre una justicia de
Padre, antes que una justicia de juez. Así debe ser nuestra justicia, así fue,
en este caso, la justicia que inspiró el comportamiento generoso de José.
Y
cuando ella dio a luz un hijo; comienza su misión de padre del Redentor según
el plan divino. Una tarea sobrenatural –como deben ser todas las tareas
humanas- que vivió confiando en Dios mientras veía que Dios había confiado en
él. En su fiesta, nos encomendamos al que fue siempre fiel a Dios, al que contó
en todo con la confianza de su Creador. Le pedimos nos consiga de Dios la
gracia de una fe a la medida de la suya cuando cuidaba de Jesús y de María; una
fe que nos lleve a sentirnos más responsables con Dios, que también se hace
presente en nuestra vida y confía en el amor de cada uno.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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