Comentario de las lecturas
del II Domingo de Adviento. 4 de diciembre de 2016.
Desde evangelio de San Mateo proclamado nos llega un claro mensaje de lo
que puede y debe ser el adviento. Hay que convertirse, hay que hacer
penitencia, para así mejorar nuestro camino hacia la conversión verdadera. Pero
habremos de tener en cuentas las duras palabras que Juan Bautista dirige a
fariseos y saduceos. ¿Nos la diría a nosotros también hoy?
Este segundo domingo de
Adviento se nos invita a hacer realidad un propósito sincero de conversión.
Conversión, es tiempo de preparar los caminos y enderezar las sendas para que
se acerque el advenimiento del Reino.
La conversión es un
cambio radical de mentalidad y de actitudes profundas, que luego se va
manifestando en acciones nuevas, en una vida nueva.
El primer paso de la
conversión es el sentirse juzgado por Dios. Lo que puede haber de decisión
personal para cambiar, está movido por la acción previa de la iniciativa de
Dios. Cuando se ha recibido el fuego de la acción juzgadora de Dios, entonces
se recibe el Espíritu.
El juicio de Dios, que
nos lleva a la conversión, es el inicio de nuestra justificación.
La unidad literaria de Is. 10, 33; 11, 10, insertada dentro del "Libro del
Emmanuel" (7-11), habla de juicio y de salvación divina. -El castigo
divino nunca es, en la Biblia, su palabra última y definitiva.
El profeta Isaías sigue
así iluminando nuestro peregrinar terrenal. Isaías profetiza un tiempo de paz y
de amor insuperables que, evidentemente, todavía no ha llegado. La fraternidad
entre un lobo y un cabrito, pastoreados ambos, por un niño, por un muchacho es
un bien deseable. Pero para llegar a esa paz hay convertir nuestros corazones a la paz del
Señor a quien esperamos.
Así el árbol talado aún
no está muerto sino que de su tocón va a brotar un tierno vástago; la raíz o
tocón se refiere a la muy humilde familia de Jesé, padre de David, de la que
brotará este nuevo vástago (v.1), un segundo David que, al igual que el
primero, estará equipado para su trabajo con el don del Espíritu divino (v. 2,
cfr. I Sam. 16, 1-13; 2 Sam 23, 2ss). Poseerá el
espíritu de prudencia y el don de sabiduría para poder percatarse de la
situación concreta y obrar en consecuencia (capacidad para saber juzgar),
espíritu de consejo para poder prescindir de opiniones interesadas y egoístas
(el futuro rey no necesita consejeros parciales), espíritu de valentía para
llevar a cabo las sabias y valientes decisiones tomadas. Más aún, su actuar
estará en perfecta consonancia con el querer de Dios: "espíritu de
conocimiento y respeto del Señor".
-El vástago, equipado
con estos dones tan preclaros, ejerce su oficio estableciendo un reino justo
(vs. 3-5). Los jueces humanos sentencian de acuerdo con el testimonio que
aportan los testigos que, con frecuencia, es falso; el nuevo juez nunca juzgará
por apariencias sino por la realidad que conoce con todo detalle. Del juicio
divino queda desterrada toda ambigüedad, todo lado oscuro del problema, toda
ignorancia, el sentenciar atendiendo a la emoción del momento... El nuevo juez
es siempre incorruptible: defiende al pobre y al oprimido, al desamparado (tema
muy bíblico, cfr. Is. 9, 6; 32,1; Sal.
72,12 ss.; 101...) sin dejarse violentar por la sinrazón de la fuerza o del
poder; su sentencia judicial es la vara que castiga y condena al malvado (I
Rey. 8, 32), justicia y lealtad son el lema y la insignia de su reinado.
-En el v. 2, el
autor usa el símbolo de los vientos o
espíritus que convergen en el tocón de Jesé, ahora (vs. 6-9) a través de un
símbolo vegetal y animal intenta enseñarnos cómo debería ser una sociedad
humana ideal: los animales salvajes cohabitan, sin temor, con los domesticados
ya que la hierba ha sustituido a la matanza; tampoco se temen el hombre y los
animales, todos pueden vivir en paz y armonía, como en el relato primigenio de
la creación (Gn. 1, 29), rota por el pecado humano (Gn. 9, 2ss.). Comienza una nueva era paradisíaca en la que
el hombre ni mata ni teme a ningún animal, la enemistad con la serpiente se da
por terminada y al hombre se le concede la ciencia del Señor (cfr. Gn. 3).
"Y brotará un
retoño del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un
vástago" (Is 11, 1).El retoñar de los árboles es un milagro que se
repite cada primavera. Troncos aparentemente muertos que echan brotes verditiernos, raíces perdidas en el fondo de la tierra que
asoman reverdecidas y pujantes. Con esa imagen Dios llama a la esperanza en
este período del Adviento. Isaías se dirige a los hombres de su tiempo. No todo
está perdido, les dice. De ese madero carcomido y viejo brotará un vástago, de
ese pueblo deportado y dividido surgirá el Mesías que salve a la humanidad
entera.
Y esto ¿como será
posible?. " Sobre él se
posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de
prudencia y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor…" La justicia será el cinturón de sus lomos, y
la lealtad, cinturón de sus caderas. Naturalmente que estas palabras del
profeta Isaías son palabras utópicas, en el sentido literal de esta palabra,
porque nunca se han realizado, ni se realizarán en ningún sitio de esta tierra,
mientras el hombre sea lo es hoy: hombre pecador. Pero el mensaje que nos
presentan estas palabras de la profecía sí es real y posible: que nos
esforcemos todos en construir un camino hacia una fraternidad universal de toda
la humanidad entre sí y de la humanidad con la naturaleza en la que vivimos y
de la somos huéspedes temporales.
"En aquel día, el renuevo de la raíz de
Jesé, se alzará como estandarte para los pueblos, y le buscarán las gentes, y
será gloriosa su morada" (Is 11, 10). De este modo contempla
el profeta en el horizonte de la historia a ese brote nuevo que se alzará como
bandera de salvación. Todas las gentes le buscarán, pues sólo en Él está la
libertad, el amor, la paz, la alegría... Nosotros también queremos caminar
hacia ti, cambiar nuestras rutas perdidas y orientarlas con decisión hacia donde
Tú estás.
Cambiar de ruta, día a
día. Mirar tu luz y ponernos en camino, sin rodeos ni demora. Es necesario
estar continuamente agarrado al volante, cosido al timón de nuestra nave.
Tenemos, sin remedio, un defecto en el mecanismo de nuestra dirección, e
insensiblemente nos inclinamos a uno o a otro lado. El Adviento es un período
de conversión, de cambio de conducta... Hemos de entrar en este movimiento que
la Iglesia alienta esperanzada. Hemos de pararnos a considerar cómo marcha
nuestra vida, hemos de hacer una revisión a fondo en el motor de nuestro
espíritu. Ponerlo a punto, con el deseo y la ilusión renovada de caminar hacia
Cristo, de vivir siempre de cara a Dios.
Este salmo era para los
judíos del tiempo de Jesús una plegaria de espera a la venida de Dios o de su
Mesías.
El salmo está escrito después del exilio, en una época en
que ya la dinastía de David no estaba en el trono, se refiere directamente al
"rey-Mesías", ¡al reino Mesiánico esperado como "universal' y
"eterno"! Sólo Dios puede tener un reino eterno, "que dure tanto
como el sol, hasta la consumación de los siglos". En vano un rey
cualquiera puede pretender tal cosa. Como en los demás salmos, encontramos en
éste, el procedimiento literario llamado de "revestimiento": se trata
de un lenguaje florido, que utiliza el "estilo de las cortes reales de
oriente", con sus hipérboles gloriosas y su ideología real, para expresar
un "misterio", para "revestir" una revelación no sobre un
sistema político sino sobre Dios mismo.
...Es de notar la particular insistencia con la
que el salmista subraya el compromiso moral de regir al pueblo según la
justicia y el derecho: «Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo
de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con
rectitud... Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del
pobre y quebrante al explotador» (versículos 1-2.4).
Así como el Señor rige
al mundo según la justicia (Cf. Salmo 35, 7), el rey que es su representante
visible en la tierra --según la antigua concepción bíblica-- tiene que
uniformarse con la acción de su Dios.
2. Si se violan los
derechos de los pobres, no se cumple sólo un acto políticamente injusto y
moralmente inicuo. Para la Biblia se perpetra también un acto contra Dios, un
delito religioso, pues el Señor es el tutor y el defensor de los oprimidos, de
las viudas, de los huérfanos (Cf. Salmo 67, 6), es decir, de quienes no tienen
protectores humanos.
Es fácil intuir que la
figura del rey davídico, con frecuencia decepcionante, fuera sustituida --ya a
partir de la caída de la dinastía de Judá (siglo VI a.C.)-- por la fisonomía
luminosa y gloriosa del Mesías, según la línea de la esperanza profética
expresada por Isaías: «Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con
rectitud a los pobres de la tierra» (11,4). O, según el anuncio de Jeremías,
«Mirad que días vienen --dice el Señor-- en que suscitaré a David un germen
justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra»
(23,5)." ( San Juan Pablo II. Dios
es defensor de los oprimidos. Comentario a la primera parte del Salmo
71. ROMA, miércoles, 1 diciembre 2004).
San Pablo , habla a los fieles de Roma de las antiguas Escrituras y del tiempo del Reino de
Jesús. Es perfectamente válida también para nosotros, porque en definitiva,
Cristo esta viniendo para también salvarnos.
El v. 4 es una
consideración sobre el valor de las Sagradas Escrituras, que naturalmente se
refiere a lo que nosotros conocemos como A.T., supuesto que el Nuevo no estaba
todavía escrito cuando se envía esta carta a la comunidad romana. Se destaca
entre esas funciones la del consuelo y esperanza. No está escrita la revelación
para opresión o angustia del género humano, sino para lo contrario. ¡Ojalá no
desvirtuáramos ese carácter como normalmente, por desgracia, sucede! ¿Cuántos
cristianos piensan en la Escritura -con mayor razón se puede decir esto del
N.T.- como fuente de consuelo y esperanza?
Los vv. 5-6 son
exhortación a la concordia y oración común de alabanza. Cuando uno está
contento, cosa que debería ser lo normal en el cristiano, precisamente porque
cree en lo que dice la Biblia, es más fácil orar y ayudarse, alabar y dar
gracias.
Por último, (vv. 7-9) se
nos pone delante el ejemplo de Cristo. Tenemos en él la realización de las
promesas, de los compromisos de Dios con el Hombre. Ha puesto en marcha desde
el comienzo del tiempo la historia de la salvación humana. No tratamos de algo
futuro sin más, sino que, aun cuando haya proyecciones hacia adelante, ella se
basa en lo acontecido, la intervención de Dios en Cristo a favor del hombre.
Por eso nos ha de resultar más fácil la mutua entrega y solidaridad, cuyo
ejemplo máximo es precisamente Cristo.
Pablo continúa
describiendo la obra de la redención como un servicio, servicio hecho
precisamente en favor de los hermanos, de los judeocristianos, que ahora son
los débiles en la fe. Cristo, siervo del pueblo judío, ha libertado a los
judíos, y con ellos, subraya el autor, a vosotros, a los paganos (vv 7-8). La libertad, si es cristiana, debe ser como la de
Cristo, no debe estar al servicio del propio placer o deseo, sino al servicio
de los otros, cuando así lo exige su fe. Que el carisma de nuestra libertad
esté al servicio de los otros no implica ponerse a merced del capricho de unos
eternos niños en la fe, sino contribuir constantemente a su crecimiento en la
fe.
A diferencia de Marcos y de Lucas, Mateo
introduce a Juan Bautista en acción y después lo presenta. De esta forma
resalta más el mensaje transmitido (v.2) que la identidad del mensajero (vs.
3-4). Como los otros evangelistas, también Mateo resalta el impacto y acogida
del mensaje (vs. 5-6), pero a partir del v. 7 tiene un punto de mira propio:
fariseos y saduceos. Ellos, en exclusiva, son los destinatarios del desarrollo
del mensaje. Fariseos y saduceos representaban las dos corrientes religiosas
más representativas de la sociedad judía. Los fariseos, con sus haburot o fraternidades laicales, empeñadas en el más
estricto cumplimiento de la Ley, interpretada ésta de
acuerdo a una tradición que buscaba acomodar los principios a las situaciones
siempre cambiantes; los saduceos, con su sacerdocio y su culto en el Templo y
con su fundamentalismo religioso que sólo tenía en cuenta la Ley escrita, sin
la dinámica de la tradición.
Fariseos y saduceos son
objeto de crítica en su calidad de corrientes religiosas que apelaban a su
pertenencia al Pueblo de Dios. No os hagáis ilusiones pensando que sois
descendientes de Abrahán. A pesar de esa pertenencia se les acusa de no dar
frutos adecuados de conversión y por eso se les amenaza con la llegada del día
del Señor, una llegada en la que precisamente ellos tenían depositada la máxima
esperanza. Se les dice que esa llegada es inminente en la persona del que tiene
toda la fuerza y la autoridad de Dios para discernir los corazones.
En su identificación de
Juan en los vs. 3-4, Mateo lo había presentado vestido a la usanza de Elías
(ver 2 Reyes 1, 8). Para Mateo, Juan es el mensajero del día del Señor, el
Elías esperado inmediatamente antes del final de los tiempos para preparar a
los miembros del Pueblo de Dios a salir airosos ante la llegada del Mesías.
Juan Bautista , es el
último profeta del Antiguo Testamento y marca la transición entre las dos
etapas de la acción de Dios en el mundo. Juan tenía una vocación fuerte y un
comportamiento austero que lindaba ya con lo infrahumano. Su sinceridad era
evidente y esa sinceridad le costó la vida ante Herodes por no callar los pecados
del rey. Juan, además, no se atribuyó jamás poder alguno y solo su capacidad
anunciadora. El Evangelio hace referencia a la profecía de Isaías que marca el
ámbito de la proclamación del Nuevo Camino en el desierto. Y en el desierto iba
a formarse Juan a la espera de la Primera Venida.
"Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos..." (Mt 3,
2). La
ansiedad de salvación que todo hombre
lleva dentro de sí, escondida quizá en lo más íntimo de su ser, es un
sentimiento que se agudiza cuando crece el temor y la angustia, motivados quizá
por circunstancias particularmente difíciles. Eso es lo que ocurría en los
tiempos en que aparece el Bautista a orillas del Jordán. Israel estaba bajo el
yugo de Roma, tiranizada además por los herodianos, los descendientes del cruel
Herodes el Grande que dejó su reino entre los hijos que le quedaron, después de
haber matado él mismo a aquellos que más derecho tenían a subir a su trono.
Eran años de intrigas palaciegas que intentaban acabar con el viejo rey, que no
acababa de morir y eliminaba fríamente a quienes intentaran algo contra él,
aunque fuesen los hijos de su más querida esposa, o el primogénito. Días de
violencia y de terrorismo en los que la sangre corría con frecuencia por las
calles, en los que la tortura y el encarcelamiento estaban a la orden del día.
Por otra parte la corrupción moral llegaba a límites inconcebibles en una
degradación cada vez más profunda y extendida. Por todo ello el anhelo de un
salvador, la esperanza de que llegara pronto el Mesías se hacía cada vez más
intensa.
Él os bautizará con
Espíritu Santo y fuego. Juan Bautista sabía muy bien que él era sólo el precursor,
el que venía a preparar el camino al Señor Jesús. A esto aspiramos nosotros en
Adviento: a llenarnos del Espíritu Santo, a vivir como bautizados en el
Espíritu del Señor Jesús. Este Espíritu Santo del Señor Jesús es el que nos
describe, en la primera lectura, el profeta Isaías.
Para nuestra vida
En este Adviento tenemos
la oportunidad de pararnos y
preguntarnos: ¿qué camino estamos siguiendo, el falso o el que conduce a la
felicidad? Si
vivimos obsesionados por el dinero, el placer, la vanagloria, el pensar sólo en
ti mismo, nos estamos equivocando. Esto no puede traernos la felicidad. A lo
largo de esta Adviento, tiempo de gracia y de conversión, tenemos la
oportunidad de rectificar y allanar el camino. ¿Cómo podemos preparar el camino que conduce a Jesús, qué
piedras son las que te hacen tropezar, qué baches son los que te encuentras?
Sólo si tienes ilusión y ganas por llegar a la meta, podrás llegar. No lo harás
solo, pues hay otros muchos que te acompañan.
No olvides que otra
Navidad es posible. Prepárate para la Navidad. No te dejes arrastrar por el
desenfreno de las cenas, el gasto inútil, las prisas..... Sólo merecerá la pena
esta Navidad si encuentras de nuevo tu camino interior y escuchas al Dios de la
misericordia, que viene a consolarte y a regalarte la salvación. ¿Estarás
atento a su voz?
La primera lectura del Profeta Isaías expone las profecías sobre la llegada del Mesías.
El texto describe la era
mesiánica con imágenes agrícolas y ganaderas, que vosotros, mis queridos
jóvenes lectores, debéis traducir a realidades de hoy, a realidades vuestras,
cotidianas. El león, la serpiente, el cabrito, el novillo, serán para vosotros
imágenes lejanas, imaginarias tal vez. A mí no tanto. He tocado cabritos,
serpientes y culebras, me ha picado un escorpión y nada me ha hecho. Los
peligros que acechan hoy serán seguramente el alcohol, el malgastar inútil, la
egoísta satisfacción sensorial, sensual y sexual. El dinero para presumir, el
poder para avasallar, el atractivo personal para arrastrar y dominar.
Nosotros esperamos al
Mesías salvador. El que esperamos será justo y dará paz a la tierra y los
conflictos desaparecerán. No sólo los que el género humanos ha producido a lo
largo de los siglos, si no también –y eso es muy interesante-- habrá paz en la
misma naturaleza. La fraternidad llegará incluso a las especies animales que
siempre están en conflicto por su propia supervivencia: “La vaca –dice
el profeta-- pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león
comerá paja con el buey”. ¿No es especialmente hermoso? Nuestra esperanza
es saber que todo el contenido de la Escritura, del Antiguo y del Nuevo
Testamento, profetizado en torno al Mesías se cumplirá. No es una utopía o un
bello texto de ficción lo que nos dice Isaías. Se cumplirá.
Le va a llegar a Israel
la savia que fluye todavía de David el elegido, el mítico más bien, el que
impulsó a su pueblo, protegió, defendió y enriqueció. El árbol de las promesas
no se ha secado, todavía puede dar fruto, es capaz de vitalizar a su pueblo.
Esto se le dice a Israel, el elegido. Esto se nos dice a nosotros, ya que la
Iglesia es la realización de las antiguas promesas hechas a Abraham y a los
profetas.
Promesas cumplidas en Jesús
de Nazaret, el es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Jesús mientras
vivió en esta tierra manifestó el cumplimiento de las promesas. Vivió en su propia vida, la fraternidad
universal, amando a todos: a ricos y pobres, a santos y pecadores, a los amigos
y hasta a los propios enemigos. Si dejamos que sobre nosotros se pose el
espíritu de Señor también nosotros seremos personas fraternas, solidarias,
amantes y nunca excluyentes. Que nunca juzguemos a los demás por apariencias,
ni de oídas, sino siempre con justicia y rectitud, sobre todo a los que se
encuentren más desamparados.
El salmo proclamado hoy es muy indicado para este Segundo
Domingo de Adviento.
Salmo marcadamente mesiánico, con la riqueza y la
fuerza evocativa de sus imágenes proclama el reino universal de justicia y de
prosperidad, de paz y abundancia de liberación y rehabilitación del rey-mesías,
el esperado de Israel. De esta filigrana se destaca la figura ideal del
descendiente de David, el verdadero ungido de Dios, dibujado con
prerrogativas grandiosas; en efecto, él realizará cosas maravillosas y
manifestará su gloria, que es la gloria misma de Dios. La lectura litúrgica ve
aquí el sentido pleno de la bendición perenne realizada en Jesucristo.
El canto de este salmo durante el adviento
expresa igualmente la espera de Cristo, rey de paz, ayuda y defensor de los
pequeños y de los pobres, de los débiles y de los oprimidos, en contra de toda
violencia y de todo abuso.
En la segunda lectura San Pablo: se nos presenta una
doctrina y enseñanza dirigidas a la comunidad de Roma que se hallaba dividida en
dos grupos o facciones: los "débiles" y los "fuertes". Los primeros se
abstenían de comer carne y de beber vino los días señalados, por motivos
religiosos; los segundos no distinguían los alimentos, pensando que todas estas
prácticas no son lo importante para la fe. Aunque Pablo reconoce en teoría el
buen sentido de los "fuertes", invita a los dos grupos a que se
respeten y se acojan los unos a los otros como hizo Cristo.
Una comunidad dividida
en facciones intolerantes no puede unirse para tributar a Dios una misma
alabanza. Por lo tanto, la asamblea eucarística presupone, al menos, la unidad
de todos sus participantes en una misma esperanza y en una misma fe en Jesucristo.
Pero esta unidad en Cristo, el verdadero punto de coincidencia y el único
mediador, es un don de Dios.
Cristo nos ha dejado el
mejor ejemplo de comprensión mutua: él se sometió a la
"circuncisión", es decir, a la Ley, y aceptando la Ley y sirviendo a
los judíos, dio pruebas de la fidelidad de Dios que cumple las promesas hechas
a los patriarcas y al pueblo de Israel; pero no se olvidó de acoger también a
los gentiles para manifestarles la misericordia de Dios y lo alaben por esa
misericordia. De unos y otros, de judíos y gentiles, hizo Cristo un solo pueblo
de Dios. De igual manera es preciso que los cristianos, superando todas las
diferencias, lleguen a la unanimidad de una misma alabanza al Padre por Cristo
y en Cristo.
San Pablo nos recuerda " Cristo salvó a todos los hombres". En los designios
divinos Cristo, del que todos los hombres necesitan para ser salvados, es el
gran Reconciliador. San Pablo llama al amor la «ley de Cristo» (Gál 6,2) o «la plenitud de la ley» (Rm
13,10; Gál 5,14). La importancia del amor cristiano
es tal que no puede absolutamente ser llamado una virtud; sería como vaciar de
su sentido verdadero al amor de Dios mismo o de su Hijo hacia nosotros.
Para San Pablo, el ejemplo de Cristo, que para salvarnos se hace
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2,
8), ha de ser estímulo y acicate para que nosotros hagamos lo mismo por la
salvación de los hermanos.
San Pablo exhorta "En una palabra;
acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios". Estas palabras que escribe a los primeros cristianos de
Roma deben servirnos a nosotros para formular, un propósito de conversión a Dios y a los hermanos, siguiendo
siempre el ejemplo de Cristo que nos acogió a todos nosotros para gloria de
Dios Padre. No es posible una verdadera conversión cristiana sin este propósito
de amar a Dios y al prójimo, siguiendo siempre el ejemplo de nuestro Señor
Jesús. Que en nuestras palabras y en nuestras obras se note siempre que estamos
bautizados con el Espíritu Santo y con el fuego de nuestro Señor.
El Adviento, tiempo de espera, debe incitar a todos los cristianos a
una profunda reflexión sobre nuestra responsabilidad en la salvación de los
hombres alejados de Dios.
Todos los evangelistas
cuentan con la actividad del Bautista como previa a la de Jesús. Cada uno lo
presenta desde un punto de vista y los diversos aspectos de esta figura
singular nos proporcionan otros tantos elementos para reconstruir su
extraordinaria personalidad. Mateo acentúa el aspecto de predicador que lleva a
cabo su quehacer al estilo profético. Los profetas antiguos se distinguían
tanto por sus vestidos ásperos como por la austeridad de su vida (2 Re 1, 8). El
Bautista entra en escena como un predicador penitencial.
El contenido
esquematizado de su predicación coincide absolutamente con lo que después
anunciaría Jesús (4, 17). Exige la conversión. Era tema y exigencia continua
también entre los fariseos. La diferencia estaba en el modo de entenderla. La
conversión "farisaica" significaba únicamente el "cambio de
mente". La conversión exigida por el Bautista, y por Jesús, es mucho más:
la exigencia de un cambio radical, total, en la relación con Dios y esta relación
con Dios comprende no sólo el interior sino también lo externo, todo lo que es
visible en la conducta humana (v. 8: dar frutos dignos de penitencia). La recta
relación con Dios debe traducirse en la correspondiente ordenación y conducta
recta de toda la vida. El ejemplo del árbol lo ilustra: si el árbol es bueno,
produce buenos frutos, frutos dignos de sí. Quien se convierte a Dios es como
una planta de su inmenso campo y sus frutos-obras deben ser buenos. Si el árbol
no produce buenos frutos es señal evidente de que no es bueno.Entonces
será cortado y arrojado al fuego.
La radicalidad en las
exigencias del Bautista molestaban a los piadosos de la época: los
"fariseos", movimiento de laicos instruidos y piadosos, que buscaban,
con su conversión interna, la seguridad frente al juicio divino, y los
"saduceos", la nobleza sacerdotal influyente.
El motivo de estas
exigencias es la proximidad del reino de los cielos. Mateo, al estilo judío,
evita en lo posible, por un exagerado respeto, pronunciar el nombre de Dios y
recurre a sucedáneos, como "el cielo". El reino de los cielos y el
reino de Dios -de que nos hablan Marcos y Lucas- son la misma realidad. El
reino, o mejor, reinado de Dios, era la más alta aspiración y esperanza del
Antiguo Testamento y del judaísmo. Algo que pertenecía al más allá y que Dios
concedería en el momento oportuno. Sería como el nuevo cielo y la nueva tierra
donde no habrá pecado, muerte ni dolor. El Bautista anuncia que todo esto, que
los judíos esperaban para un futuro incalculable, se realiza en la persona de
Jesús y a través de ella. Estamos ante la razón última de las exigencias de la
conversión: el hombre debe volverse a Dios, porque Dios se ha vuelto a los
hombres.
Juan Bautista se
presentó en el desierto de Judea, predicando: “convertíos, porque está cerca
el Reino de los Cielos”. Las palabras de Juan Bautista, predicando la
conversión, siguen teniendo hoy valor total para todos nosotros. Porque todos
los nacidos de mujer nacemos empecatados, es decir, con unas tendencias innatas
al pecado.
Juan es el último
profeta del Antiguo Testamento y el primero del Nuevo, es el precursor del
salvador. Nos invita a la conversión, al cambio de mente y de corazón, de
pensamiento y sentimiento. Nos invita a tomar postura, de ella depende la
diferencia que separará a unos de otros. Nosotros preguntamos también:
¿entonces, qué hacemos? Él nos indica un camino: compartir nuestros bienes,
servir al necesitado, no aprovecharse de los demás, dar de comer al
hambriento...
Juan predicaba a unas personas inmersas en una sociedad de vilencia e injusticias. Sociedad dominada por Roma y
gobernada por los fieles a Roma en lo civil y en lo religiosos por unos
estamentos que generalmente olvidaban a Dios y presentaban los medios como lo
que salvaba. Demasiadas veces parece que vivimos tiempos parecidos, o tal vez
peor. sí Se puede afirmar que hay miedo en las calles, sobre todo a
determinadas horas y por ciertos sectores de cualquier ciudad. Es verdad
también que la sangre salta con demasiada frecuencia, y con excesiva cercanía,
a las páginas de los rotativos. También podemos decir, sin exageraciones, que
la degradación moral está destruyendo los cimientos de nuestro viejo mundo, que
se rompe la familia, sin que haya formas adecuadas para recomponerla una vez
rota. Se busca con demasiada frecuencia el placer y el confort por encima de
todo y a costa de lo que sea. Sí, sin ponernos trágicos, hay que reconocer que
cada día ocurren cosas de las que hemos de lamentarnos, o que hemos de temer.
Ante todo esto podemos pensar que el hombre de hoy anhela con ansiedad la
salvación, ese nuevo Mesías que nos redima otra vez, sin considerar que ya
estamos redimidos y que lo que hay que hacer es cooperar con Dios para hacer
realidad sus planes de redención. Por ello las palabras del Bautista tienen
plena vigencia. Sí, también nosotros tenemos que convertirnos, hacer penitencia
y preparar nuestro espíritu para la llegada del Señor. Convertirnos y hacer
penitencia. Volver a Dios, que eso es convertirse a Él. Dejar nuestra situación
de pecado, o de tibieza que es peor quizá, por medio de una buena confesión de
nuestras faltas. Dolernos en lo más hondo de haber pecado, proponernos
sinceramente rectificar. Y luego hacer penitencia, mortificar nuestras pasiones
y malas inclinaciones, prescindir de nuestra ansia de comodidad, huir del
confort excesivo, contradecir alguna vez nuestro gusto o deseo. Conversión y
penitencia. Sólo así haremos posible la salvación y recibiremos adecuadamente a
nuestro.
El adviento, nos sugiere
ser más un tiempo de esperanza, de alegría que de penitencia.
¿ No merece el Señor,
que –aquello que desafina y no está atinado en nuestra forma de ser- sea
cambiado para que su Nacimiento sea algo real y palpable en lo más hondo de
nuestras entrañas?
El adviento, por ser
tiempo de esperanza…también es época de poda. De cortar aquellas ramas que, en
el tronco de nuestras personas, pesan o aparentan más de lo que son, sobran o
no dan fruto, son frondosas por fuera...pero quién sabe si no están huecas por
dentro.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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