Este Año Jubilar de la
Misericordia, el Papa Francisco ha dado un especial sentido a la Cuaresma . Y
nos ha dado un lema muy significativo: “Misericordia
quiero y no sacrificio” (Mt 9,13), que bien puede
interpretarse como que la misericordia está por encima de cualquier rito. Y aun
reconociendo la importancia innegable de la liturgia cuaresmal, la necesaria
asistencia a todos sus actos y su importancia doctrinal y teológica, hemos de
hacer una cuaresma plena de misericordia de perdón, de ayuda y de auxilio
–espiritual y material—para todos y especialmente para quienes más lo necesiten.
En
la primera lectura, del Libro del Deuteronomio ( nos relata el modo en que la Ley de
Moisés explica el pago de las primicias, de los primores, de las cosechas al
Templo. Se trata de devolver a Dios lo que el Señor nos ha dado antes. Es una
buena enseñanza. Hemos de repartir con Dios y en nombre de Dios. Eso es la
limosna.
"Dijo
Moisés al pueblo: El sacerdote tomará de tu mano la cesta de las primicias y la
pondrá ante el altar..." (Dt 26, 4) Dios no
necesita nada, lo tiene todo. Es dueño de los bosques, de las montañas, de los
valles, de la llanura y de los mares. Precisamente por ser Señor de cuanto
existe, es necesario que el hombre reconozca de algún modo ese señorío. Desde
muy antiguo los pueblos ofrecen a Dios las primicias de los campos, los
primeros frutos, las primeras crías. Al ofrecer eso que era lo más preciado,
reconocían el dominio soberano de Dios, le rendían pleitesía. Hay que ofrecer
lo mejor a Dios. También hoy día, ya que también hoy Dios es dueño absoluto de
todo.
"Nos
introdujo en este lugar y nos dio una tierra que mana leche y miel. Por eso
ahora te traigo las primicias de los frutos del suelo..." (Dt 26, 10) Fue
Dios quien con mano segura condujo a su pueblo. Su presencia fortalecía a los
suyos, les animaba en la lucha. Él fue quien los libró de la servidumbre de
Egipto, el que les alimentó en el desierto. Quien hundió en las aguas a los
enemigos y quien derrumbó las murallas inexpugnables de Jericó. Sí, Dios los
introdujo en la rica tierra de la leche y de la miel.
"Tú,
que habitas al amparo del Altísimo..." (Sal 90, 2) Estamos ante
un salmo que, como otros muchos, habla de la confianza en el Señor, de la
esperanza como virtud teologal, de la fortaleza y del optimismo. Habitar al
amparo del Señor, vivir a su sombra, cobijarse en él como el polluelo bajo las
alas tibias y mullidas de su madre. No se te acercará la desgracia -insiste el
poema sacro-, ni la plaga llegará hasta tu tienda... A primera vista, da la
impresión de que este salmo resulta inadecuado para el tiempo de Cuaresma,
período de penitencia y de mortificación. Y, sin embargo, abre el ciclo del
tiempo preparatorio a la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
La razón principal de su inserción
en esta dominica primera de Cuaresma es porque en ella recordamos las
tentaciones de Cristo, y en una de ellas el demonio, con cita de algunos
versículos de este salmo, incita a Jesús a que se tire desde el alero del
templo, para que los ángeles de Dios le reciban antes de estrellarse. El
demonio, como harán sus seguidores luego, tergiversa el sentido de las
Escrituras y trata de tentar a Dios con un milagro inútil.
"Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no
tropiece en la piedra..." (Sal 90, 12)
Es
cierto que el salmista habla de la protección de los ángeles, que en verdad nos
protegen de continuo, aunque quizá muchas veces no nos demos cuenta de ello.
Pero también es verdad que esa protección no nos puede llevar a la temeridad de
meternos imprudentemente en el peligro y tentar a Dios. En este sentido es
lógico que este salmo se recite hoy. Con ello se nos pone en guardia contra una
falsa confianza, que nos hiciera olvidar que es necesario luchar, poner los
medios que están a nuestro alcance, aunque en último término dependa todo de
Dios.
“Nadie que cree en Él quedará defraudado”.
Escribiendo a los romanos, san Pablo hace una profesión de fe, en la que
resalta que Dios nos ha mostrado su cercanía enviándonos a Cristo. Éste es el
camino ofrecido generosamente para salvarse.
Rm 9-11 tiene como tema general el problema de la
situación en que se encuentra Israel después de haber rechazado a su Mesías.
Este problema atormenta el corazón de San Pablo como buen judío que, él sabe,
por una parte, que Dios mantiene la fidelidad inquebrantable a sus propias
promesas y, por otra, el hecho histórico del rechazo de Israel. La afirmación
de la justificación por la fe llevaba a Pablo a evocar la justicia de Abrahán (c.4).
De igual modo, la afirmación de la salvación otorgada en el Espíritu, por el
amor de Dios, le obliga a tratar (c. 9-11), el caso de Israel, infiel a pesar
de las promesas de salvación que se le hicieron.
¡La Palabra de Dios alcanza la más profunda intimidad del
hombre!. La Palabra de Dios está cerca de
ti: la tienes en los labios y en el corazón... Por la fe del corazón llegamos a
la justicia, y por la profesión de los labios, a la salvación. Afirma el
apóstol la importancia de la escucha de la palabra de Dios para entrar en el
ámbito de la fe y, por ende, de la salvación. Israel no escuchó a su Mesías y
ni a sus apóstoles. De hecho, Israel se ha cerrado a la oferta de salvación que
se le ha hecho a través de Jesús, puesto que le ha rechazado. Uno de los temas
e hilos centrales enhebran el tejido cuaresmal del ciclo C es el de la
conversión y de la fe que es propio de un tiempo que nos conduce a la
renovación bautismal en la solemne Vigilia Pascual. Ante la fe ya no tienen
valor las prerrogativas del pasado. Israel debe entrar en el camino de la fe en
Jesucristo como último Enviado del Padre para la salvación de los hombres. Todo
se ha hecho de nuevo. Ha nacido el nuevo y verdadero Israel constituido por los
que escuchan la palabra de Jesús. Es necesario subrayar la relación íntima y
profunda que existe entre la palabra y la fe. Ésta surge en el corazón del
hombre como un don gratuito de Dios en el encuentro con la palabra que ha de
ser escuchada y acogida como parte esencial de ese don. La actitud de escuchar,
respuesta libre del hombre, es imprescindible ya que Dios respeta siempre la
libertad del hombre. Y esta oferta universal sigue siendo válida en nuestro
mundo. El pueblo judío sigue siendo invitado a entrar en el Evangelio.
es un relato, de carácter teológico, que
ha sido compuesto y transmitido, no para informar acerca de un episodio de la
vida de Jesús, sino para mostrar el modo con que el Hijo de Dios comprendió y
vivió su misión
mesiánica. Se quiere subrayar el hecho de la tentación en la existencia de Jesús, no el modo en que históricamente se presentó. El relato presenta como evento acaecido una vez, una experiencia que acompañó constantemente el ministerio del Mesías Jesús de Nazaret.
mesiánica. Se quiere subrayar el hecho de la tentación en la existencia de Jesús, no el modo en que históricamente se presentó. El relato presenta como evento acaecido una vez, una experiencia que acompañó constantemente el ministerio del Mesías Jesús de Nazaret.
Jesús, “lleno
del Espíritu Santo”, “era conducido (a go) por el
Espíritu en el desierto” (v. 1). No se describe a Jesús mientras va al
desierto, sino caminando en medio del desierto lleno del Espíritu Santo.
Durante cuarenta días fue tentado por el diablo y estuvo sin comer (v. 2). El
desierto es lugar detentación, de auto comprensión de la propia identidad, pero
también espacio para afirmar la fidelidad en Dios como único absoluto.
Jesús vive una
doble experiencia: la experiencia de la tentación, delante de la cual permanece
firme, y la experiencia de la plenitud divina, siendo conducido permanentemente
por el Espíritu. Como “hijo de Adán” (Lc 3,38b)
advierte la dificultad y la seriedad del momento de la prueba en su relación
con Dios; como “Hijo de Dios” (Lc 3,38) vive, lleno
del Espíritu, la plenitud de la intimidad divina. A diferencia de Adán (Gen 3),
Jesús supera la prueba demostrando su adhesión obediente y filial a Dios en
forma inquebrantable. Se mantiene firme proclamando su fidelidad absoluta y su
confianza inquebrantable en los caminos del Padre: “No tentarás al Señor tu
Dios” (Lc 4,12). Jesús es el modelo de adhesión plena
y total a Dios y a su voluntad.
Las “tres”
tentaciones de Jesús no son sino una sola: la tentación de abandonar el
mesianismo humilde y obediente en favor de los hombres y emprender un camino de
gloria, de poder y de autosuficiencia humana. Para Lucas, la tentación máxima
que Jesús enfrenta y supera es el terror a la muerte. En el relato se afirma,
en efecto, que “el diablo se alejó de él hasta el momento oportuno” (v. 13), es
decir, hasta el momento del sufrimiento y de la angustia de la pasión, que
Lucas llamará “la hora del poder de las tinieblas” (Lc
22,53), cuando “Satanás había entrado en Judas Iscariote” (Lc
22,3).
El relato de
las tentaciones no pretende sólo informar al lector acerca de las pruebas
sufridas por Jesús, sino que es una página de catequesis que invita a estar
atentos para no caer en las actuales tentaciones del poder, del materialismo y
de la religión espectacular e impositiva.
Para
nuestra vida.
Recién
comenzada la cuaresma ¿Con qué sentimientos
podríamos comenzar la Cuaresma? Lo primero, interiorizar que nos preparamos
para la Pascua, es decir para la vida. En cada día de la Cuaresma tenemos que
morir a algo, para que alcancemos una vida en plenitud.
En segundo lugar, la vida se hace auténticamente cristiana
cuando el cambio de vida es fruto de la toma de conciencia de lo que somos y
debemos hacer, y no el catálogo de buenas intenciones que repetimos sin cumplir
cada año. Aprovechemos para quitarnos las máscaras que nos hacen hipócritas;
así dejaremos de actuar y comenzaremos a vivir como verdaderos cristianos
En tercer
lugar, la reconciliación, que es el sacramento de la autentica comunión , no
puede dejarse para más tarde, porque éste el es el
tiempo y la hora de comenzar.
En cuarto
lugar la Cuaresma es un tiempo para recordar que por nuestra naturaleza humana
estamos expuestos al egoísmo que se hace injusticia, corrupción y muerte, pero
al mismo tiempo, que contamos con la misericordia de Dios, nuestro mejor aliado
si queremos salir vencedores frente a las tentaciones y el pecado.
Desde el evangelio se nos proporciona luz para vivir la realidad cotidiana
de las tentaciones. "Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió
hambre" (Lc 4, 2) El Hijo de
Dios se hizo hombre con todas sus consecuencias, menos en una, en el pecado.
Sin embargo, quiso someterse a las asechanzas del peor enemigo del hombre, el
Demonio.
Aceptó sufrir la tentación, esa
situación penosa en la que el hombre se ve envuelto con frecuencia. Situación
tan penosa a veces que, si no se tiene la conciencia bien formada, se puede
confundir y llenarse de angustiosos escrúpulos, porque en su imaginación, o en
sus deseos, se esconden las peores aberraciones. Por eso, la primera enseñanza
que hemos de sacar de este pasaje es que la tentación no es de por sí un
pecado, y que si la vencemos, es incluso, un acto meritorio a los ojos del
Señor.
Las
tentaciones de Jesús en el desierto son las nuestras. Jesús se retiró al
desierto para orar y prepararse para su misión. La
experiencia del desierto nos muestra la evidencia de la fragilidad de nuestra
vida de fe. El desierto es carencia y prueba, nos muestra la realidad de
nuestra pobreza. Por eso tenemos miedo a entrar en nuestro interior, sentimos
pavor ante el silencio. Surge la tentación, la prueba.....Sin embargo, el
exponerse a una prueba es lo que hace progresar al deportista o al estudiante.
* Las tentaciones de Jesús en el
desierto son las nuestras:
-- El hambre, que simboliza todas
las "reivindicaciones" del cuerpo.
-- La necesidad de seguridad,
aunque sea al precio de perjudicar al prójimo.
-- La sed de poder, el temible
instinto de dominación.
¿Por qué fue
tentado Jesús?
San Agustín nos dice que permitió ser tentado para ayudarnos a resistir al
tentador: "El rey de los mártires nos presenta ejemplos de cómo hemos de
combatir y de cómo ayuda misericordiosamente a los combatientes. Si el mundo te
promete placer carnal, respóndele que más deleitable es Dios. Si te promete
honores y dignidades temporales, respóndele que el reino de Dios es más excelso
que todo. Si te promete curiosidades superfluas y condenables, respóndele que
sólo la verdad de Dios no se equivoca. En todos los halagos del mundo aparecen
estas tres cosas: o el placer, o la curiosidad, o la soberbia". La
diferencia entre Jesús y nosotros es que el triunfó donde nosotros sucumbimos a
menudo.
Como
creyentes no podemos obviar la realidad del pecado. Sólo el
reconocimiento de nuestro pecado nos pone en disposición para captar la
generosidad del perdón de Dios. Es el don gratuito de la amnistía que Dios nos
regala a raudales. El pecado es dejarse llevar por la sinrazón. Es el engaño
que nos seduce como aparece en el relato del Génesis. Sólo cuando se nos abren
los ojos nos damos cuenta de que nos hemos equivocado. Porque el pecado es una
traición al amor de Dios, es no ser fiel a nuestro compromiso bautismal, es
alejarnos de Aquél que es nuestra vida. Por eso debemos pedir al Señor un corazón
puro, renovado, transformado. Nos dice el Papa en su mensaje para esta
Cuaresma: “Las obras de misericordia nos recuerdan que nuestra fe se traduce en
gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el
cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo,
consolarlo y educarlo. En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de
nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en
fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con
cuidado»… más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en
Cristo que sufren a causa de su fe.” (Papa Francisco. Mensaje cuaresma 2016).
Hoy deben resonar en nosotros en toda su plenitud las palabras finales
del Padrenuestro: “Y no nos dejes caer en la
tentación”…
La frase del padrenuestro --la oración que Jesús nos enseñó y que define
perfectamente la figura de Dios Padre-- nos sitúa claramente en la existencia
de la tentación. Todos somos tentados y muy frecuentemente. Incluso, en
aquellos, que como Oscar Wilde, dicen que el “mejor remedio contra la tentación
es caer en ella”, el grueso o volumen de esa tentación va aumentando hasta
convertirse en algo muy grave y, a veces, insufrible. Ignacio de Loyola en sus
ejercicios espirituales dice en su punto 314: “En las personas que
van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra comúnmente el enemigo
proponerles placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres
sensuales, por más los conservar y aumentar en sus vicios y pecados”.
No debemos olvidar que para que
la tentación tenga acogida busca en primer lugar hacernos
desconfiar de Dios y de la bondad de su Plan para contigo, pues mientras nos
aferres a la palabra y consejos divinos tal como lo hizo Jesús en el desierto, no
podrá vencernos. ¡Cuántas veces el Demonio nos sugiere que Dios en realidad no
quiere nuestro bien (ver Gén 3, 2-5), que es un
egoísta, que no nos escucha, que seguir su Plan es renunciar a nuestra propia
felicidad, condenarnos a una vida oscura, triste e infeliz! Y una vez que
siembra en nuestro corazón la desconfianza en Dios y en sus amorosos designios
para nuestra vida, él mismo se presenta como aquel que es digno de ser creído,
y su tentación como “la verdad” que conduce a nuestra felicidad, realización, y vida plena, a lo largo de los
siglos resuenan las palabras del Génesis “¡serás como Dios!”.
El evangelio de hoy nos enseña
que el mejor modo de vencer la tentación del enemigo y evitar el pecado, es la
oración y la mortificación. Por muy fuerte que sea la inclinación al mal que
podamos sentir, siempre la venceremos con la ayuda de Dios y con nuestro
esfuerzo. Si actuamos así, estaremos seguros de la victoria; de lo contrario
seremos víctimas fáciles del enemigo. Este tiempo de Cuaresma es propicio para
esas dos prácticas que tanto bien hacen a nuestra alma. Orar sin cesar, pensar
en Dios y pedirle su ayuda continuamente. Es cierto que hay que buscar un rato
para estar a solas con el Señor, pero también es cierto que podemos acudir a
Dios y pensar en él en medio de nuestro trabajo de cada día, en la calle o en
casa; donde quiera que estemos allí está también Dios, dispuesto a escucharnos
y a echarnos una mano en nuestras necesidades. Sobre todo recurramos a él, y a
su Madre, cuando sintamos cerca al enemigo que nos tienta al pecado.
Y, además, la mortificación,
negar a nuestro cuerpo alguna cosa, ser austeros en nuestras comidas y en
nuestro modo de vivir. Luchar contra el afán de confort que reina en nuestra
sociedad de consumo, el privarse de alguna cosa que realmente no es necesaria,
el suprimir un gasto caprichoso y entregar ese dinero a una obra buena, o para
socorrer a un pobre. Estas palabras pueden parecer extrañas e incluso
desfasadas para el hombre de hoy. Sin embargo, tienen una actualidad perenne
porque perenne es el Evangelio, y perenne es nuestra fragilidad para el mal, la
inclinación de nuestra voluntad para lo fácil, aunque esa facilidad nos
conduzca a nuestra perdición física o moral. Es preciso robustecer la voluntad
mediante una ascesis que la haga fuerte y ágil, para que siga con prontitud y
eficacia lo que el entendimiento descubre como mejor. Y, sobre todo, hemos de
ser fieles a Jesucristo. Cosa imposible sin oración y mortificación.
Este esfuerzo, concretado en la
mortificación y espíritu de penitencia propias del tiempo cuaresmal, es lo que
la Iglesia nos recuerda. Si caminamos
con Cristo paciente, le acompañaremos también en su itinerario de gloria. Son
cuarenta días de desierto que, si los vivimos como es debido, serán la preparación
adecuada para la gran fiesta de la Pascua.
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