Por eso, bienaventurados. Jesús habla a los discípulos (Lucas 6:20). Habla a los que se encuentran bajo el poder de su llamada. Esta llamada los ha hecho pobres, combatidos, hambrientos. Los proclama bienaventurados, no por su escasez o renuncia. Ni la una ni la otra constituyen un fundamento de cualquier clase de bienaventuranza. El único fundamento válido es la llamada y la promesa, por las que viven en escasez y renuncia.
Las bienaventuranzasBienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos
Los discípulos carecen absolutamente de todo. Son Pobres. Sin seguridad, sin posesiones que puedan considerar como propias, sin un trozo de tierra a la que puedan llamar su patria... Pero también sin fuerza, ni experiencia, ni conocimientos espirituales propios a los que puedan invocar y con los que puedan consolarse. Por amor a él lo han perdido todo. Al seguirle, se han perdido incluso a sí mismos y, con esto, todo lo que aún podría enriquecerles. Ahora son pobres, tan inexperimentados, tan imprudentes, que no pueden poner su esperanza más que en el que los ha llamado.
Jesús conoce también a otros, los representantes y predicadores de la religión popular, los poderosos llenos de prestigio, firmemente asentados en la tierra e indisolublemente enraizados en las costumbres, en el espíritu de la época y la piedad popular. Pero no es a ellos, sino sólo a sus discípulos a quienes dice: bienaventurados, porque vuestro es el reino de los cielos. Sobre ellos, que viven en renuncia y pobreza, irrumpe el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados
Los que lloran son los que están dispuestos a vivir renunciando a lo que el mundo llama felicidad y paz, los que en nada pueden estar de acuerdo con el mundo, los que no se le asemejan. Sufren por el mundo, por su culpa, su destino y su felicidad... El sufrimiento no cansa, desgasta y amarga a los discípulos, dejándolos destrozados. Lo llevan con la fuerza del que ha padecido. Los discípulos llevan su dolor con la fuerza de aquel que lo sufrió todo en la cruz. Como sufrientes, se hallan en comunión con el crucificado. Son extranjeros por la fuerza de aquel que resultó tan extraño al mundo, que lo crucificó. Esto es su consuelo; más bien, éste es su consuelo, su consolador.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra
Ningún derecho propio protege a la comunidad de los extranjeros en el mundo. Tampoco lo reivindican, porque son los mansos, que viven por amor a Jesús en la renuncia a todo derecho propio... Prefieren dejarlo todo a la justicia de Dios.
Ellos poseerán la tierra. La tierra pertenece a estos hombres débiles y sin derechos. Los que ahora la poseen con la fuerza y la injusticia, terminarán perdiéndola, y los que han renunciado a ella completamente, mostrándose mansos hasta la cruz, dominarán la nueva tierra.
Dios no abandona la tierra. La ha creado. Ha enviado a ella a su Hijo. Edificó sobre ella su comunidad... Se dio un signo. Ya aquí se ha dado a los débiles un trozo de tierra: la iglesia, su comunidad, sus bienes, sus hermanos y hermanas, en medio de persecuciones hasta la cruz. También el Gólgota es un trozo de tierra. A partir del Gólgota, donde murió el más manso de todos, debe ser renovada la tierra. Cuando llegue el reino de Dios, los mansos poseerán la tierra.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados
Los que siguen a Cristo no sólo viven en renuncia a su propio derecho, sino incluso en renuncia a la propia justicia. No se glorían en nada de lo que hacen y sacrifican. Sólo pueden poseer la justicia en el hambre y la sed de ella; ni la propia justicia, ni la de Dios sobre la tierra; desean en todo tiempo la futura justicia de Dios, pero no pueden implantarla por sí mismos. Los que siguen a Jesús tienen hambre y sed durante el camino. Anhelan el perdón de todos los pecados y la renovación plena, la renovación de la tierra y la justicia perfecta de Dios.
Se le ha prometido que quedará saciado. Alcanzarán la justicia, no sólo de oídas, sino hasta saciarse corporalmente. El pan de la verdadera vida les alimentará en la cena futura con el Señor. Este pan futuro es el que los hace bienaventurados, puesto que ya lo tienen presente.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia
Estos pobres, estos extraños, estos débiles, estos pecadores, estos seguidores de Jesús viven también con él renunciando a la propia dignidad, porque son misericordiosos. No les basta su propia necesidad y escasez, sino que también se hacen partícipes de la necesidad ajena, de la pequeñez ajena, de la culpa ajena.
El misericordioso regala su propia honra al que ha caído en la infamia, y toma sobre sí la vergüenza ajena. Se deja encontrar entre publicanos y pecadores... se despojan del bien supremo del hombre, la propia honra y dignidad, y son misericordiosos.
Sólo una honra y dignidad conocen: la misericordia de su Señor, de la que viven. El no se avergonzó de sus discípulos, se convirtió en hermano de los hombres, llevó su ignominia hasta la muerte de cruz. Esta es la misericordia de Jesús la única que quieren vivir los que están ligados a él, la misericordia del crucificado... si se los injuria por esto, son felices. Porque alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios
¿Quién es de limpio corazón? Sólo el que ha entregado plenamente su corazón a Jesús, para que este reine exclusivamente en su interior; el que no mancha su corazón con el propio mal, ni tampoco con el bien. El corazón puro es el corazón sencillo del niño, que nada sabe del bien y del mal, el corazón de Adán antes de la caída, el corazón en el que no reina la conciencia, sino la voluntad de Jesús.
Sólo verá a Dios quien en esta vida sólo se ha fijado en Jesucristo, el Hijo de Dios. Su corazón está libre de imágenes que le manchen, sin dejarse arrastrar por la pluralidad de los propios deseos e intenciones. Está totalmente arrebatado en la contemplación de Dios. A Dios le contemplará aquel cuyo corazón se haya convertido en espejo de la imagen de Jesucristo.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios
El seguidor de Jesús está llamado a la paz. Cuando Jesús los llamó encontraron su paz. Jesús es paz. Pero no sólo deben tener paz, sino también, deben crearla... Los discípulos de Cristo mantienen la paz, prefiriendo sufrir a ocasionar dolor a otro, conservan la comunidad cuando otro la rompe, renuncian a imponerse y soportan en silencio el odio y la injusticia. De este modo vencen el mal con el bien y son creadores de paz divina en medio de un mundo de odio y guerra... Los pacíficos llevaran la cruz con su Señor; porque en la cruz se crea la paz. Por haber sido insertados de este modo en la obra pacificadora de Cristo, por haber sido llamados a colaborar con el Hijo de Dios, serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos
No se habla aquí de la justicia de Dios, sino de los padecimientos por una causa justa, por el juicio y la acción justa de los discípulos de Jesús. Los que siguen a Jesús renunciando a las posesiones, a la felicidad, al derecho, a la justicia, a la honra, al poder, se distinguen en sus juicios y acciones del mundo; resultarán chocantes al mundo. Y así serán perseguidos por causa de la justicia. La recompensa que el mundo da a su palabra y actividad no es el reconocimiento sino la repulsa. Es importante que Jesús proclame bienaventurados a sus discípulos cuando no sufren inmediatamente por la confesión de su nombre, sino simplemente por una causa justa. Se les hace la misma promesa que a los pobres. Como perseguidos se asemejan a ellos.
Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo
'Por mi causa': Los discípulos son injuriados, pero encuentran al mismo Jesús. Sobre él recae todo, ya que por su causa son injuriados. El carga con la culpa. La injuria, la persecución mortal y las mentiras malignas constituyen la felicidad de los discípulos en su comunidad con Jesús. Es forzoso que el mundo ataque a estos mansos extranjeros con sus palabras, su fuerza y sus calumnias. La voz de estos pobres y mansos es demasiado amenazadora y potente, su vida demasiado paciente y silenciosa; estos discípulos de Jesús, con pobreza y sus sufrimientos, dan un testimonio demasiado poderoso de la injusticia del mundo. Resulta mortal. Mientras Jesús dice: bienaventurados, bienaventurados, el mundo grita: ¡fuera! ¡fuera! Sí, fuera. Pero ¿a dónde? Al reino de los cielos. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos".
(Dietrich Bonhoeffer. El Precio de la Gracia o El Costo del Discipulado),
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