Jn 14, 1-12
Primera lectura Hch 6, 1-7 “Escogieron a siete hombres
llenos de espíritu”.
Salmo 32 “Que tu misericordia, Señor, venga sobre
nosotros, como lo esperamos de ti”.
Segunda lectura 1P 2, 4-9 “Vosotros sois una raza
elegida, un sacerdocio real”.
Evangelio Jn 14, 1-12 “Yo soy el camino, y la verdad,
y la vida”.
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios
y creed también en mí. En la casa de mi Padre
hay muchas moradas; si no, os lo habría
dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando
vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo,
para que donde estoy yo estéis también vosotros.
Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo podemos saber
el camino?». Jesús le responde: «Yo soy el camino
y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por
mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a
mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos
basta». Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con
vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto
a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos
al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre
en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El
Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo
estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores,
porque yo me voy al Padre».
presentan a nosotros. Y a toda comunidad que,
como la de Juan, reflexiona sobre el seguimiento
de Cristo cuando ha conocido su Pascua. O que da
vueltas a si seguir o no un camino que pasa por el
compromiso, por el servicio... por la cruz. Todo
buen discípulo duda y pregunta al Maestro. ¡Dejémonos
llevar por las respuestas de Jesús!
Jesús, delante de las dudas de quienes buscamos
Dios, afirma que lo podemos encontrar en Él. Él y
el Padre son uno (Jn 10, 30): “quién me ha visto a
mí ha visto el Padre”. Jesús es el Hijo que se queda
por siempre jamás a la casa “del Padre” -expresión
no de un espacio físico, sino una relación
personal íntima-. Dios no le tenemos que buscar
fuera de este mundo. Lo encontramos en el hombre
Jesús de Nazaret (Jn 19, 5), quien aparece sometido
a la injusticia, quien ha asumido esta condición
de los hombres y las mujeres haciendo la
gran opción del amor sin medida y se ha hecho
carne (Jn 1, 14).
La tarea de conocerlo es de nunca acabar: “hace
tanto... ¿y no me conoces Felipe?”. Ante esta tarea
incansable, lo que denominamos Estudio del Evangelio,
hecho de manera habitual, es un medio ideal.
Ver, mirar, escuchar, contemplar, seguir... amar a Jesús
en sus palabras, en sus gestos, en sus actitudes,
en su atención a las personas, en su paso por
los márgenes, en su dulzura y en su clamor a favor
de lso pobres, en su comunión con el Padre....
Esta fe en Jesús, el verdadero “camino” que lleva
a la vida en Dios ahora-aquí y después, da capacidad
para “hacer las obras que Él hace... e incluso
mayores”. Los discípulos son aquellos que dudan
y tiene dificultades para entender y para vivir
con coherencia -nosotros, como Tomás y Felipees
también quien pone fe en Jesús, quien se pone
en manos del Padre. Y, de esta manera, vive la
misma vida de Jesús, aquel que también fue débil,
pequeño, condenado... servidor de todos. O, dicho
de otra manera, acepta que el Resucitado viva en
él y lo traiga, pasando por el servicio hasta darlo
todo, a vivir plenamente con el Padre.
Las obras de Jesús (Jn 14, 11) tienen el valor de
signo; es decir, el que Jesús ha hecho y dado, su
amor, revelan su identidad de Dios hecho hombre.
Si creemos en la persona de Jesús, lo que ha dicho
y hecho será fundamental para nuestros pensamientos
y nuestras acciones, y las obras que
haremos manifestarán que Dios es a nuestro lado.
De ahí nuestra acción militante; de la importancia
de tener un equipo de acción, de ahí el presentar
horizontes nuevos y de transformación...
tán aplanados. Los acontecimientos que les ha
ocurrido no es para menos (traición de Judas, las
negaciones de Pedro, el odio de los jefes judíos...).
Jesús, experto en mirar a los que sufren,
lee en el rostro de los suyos sus angustias paralizantes.
Para infundirles sosiego, les dirige estas
palabras: “No perdáis la calma”. Y, Jesús, nos invita
a hacer-servir-estimar como él (Jn 13, 15.34-35)
¿Cómo liberarse del miedo y remediar tan profunda
angustia? Tras la última cena, después de haber lavado
los pies a los discípulos, Jesús anuncia que se
va a la casa del Padre. Juan, empieza y acaba con
una invitación de Jesús a creer. Superar al angustia-
miedo, con fe (Sal 26, 14: “espera en el Señor”); el
que cree en Dios pone sus pies en roca firme.
Seguir Jesús, incluso estar dispuesto a dar la vida;
pero ¿dónde se va/vuelve? Si ahora los discípulos
no pueden seguir Jesús, tienen que continuar sosteniéndose
en su persona, tal y como el creyente
se sostiene y espera en Dios. Es una invitación a
andar: “Envíame la luz y la verdad; que ellas me
guíen, que me lleven a la montaña santa, al lugar
dónde resides” (Sal 43, 3).
Jesús vuelve a la casa del Padre para prepararnos
un lugar. Jesús nos hace un lugar junto al Padre.
Ahora se nos invita a fijarnos en el camino que
trae. El camino es una opción: “Seguir el camino
que ha señalado el Señor, vuestro Dios: así seréis
felices y tendréis una larga vida en el país que ahora
poseeréis” (Dt 5, 33). “Hoy te propongo escoger
entre la vida y la muerte, entre la felicidad y la desgracia”
(Dt 30, 15-19). Jesús nos propone que optamos
por Él. Si creemos que Él es la Verdad y la
Vida, ciertamente que encontraremos en Él el camino
que trae de cabeza al Padre, el camino de vida
y felicidad verdaderas. Jesús se nos presenta como
el Camino lleva al Padre. Hemos visto en el Sal 43,
3 que la luz y la verdad nos atraerán al lugar dónde
Dios reside. “Jesús es la luz” (Jn 6, 12; 9, 5) “y la
verdad” (Jn 8, 32; 18, 37-38) que atrae.
Jesús se nos presenta tan Dios como el Padre. A
veces, los cristianos hemos pensado, sospechado
que Jesús y el Padre son dos, o que Jesús sólo es
el intermediario entre el Padre y nosotros. Pues
¡no! Jesús es Dios hecho hombre, su humanidad es
el camino al Padre, a la vida de Dios. Sólo podemos
ser como Dios si nos unimos a Jesús, Dios hecho
hombre, porque nosotros nos unimos al Padre,
aconteciendo una comunión; es decir, una unidad
en la diversidad, una sola cosa, todo y ser diferentes,
sin anular la diferencia: nuestra humanidad.
Hemos llegado al núcleo de nuestra contemplación
de Jesús: “Quien me ha visto a mí ha visto el Padre”.
Creemos que Jesús está en el Padre y el Padre
en Él. La fe -en Jesús resucitado- es clave
para poderlo captar, atisbar o entrever. Jesús sacia
nuestra búsqueda de Dios, nuestra sed de
Dios. Si buscamos a Dios, miramos a Jesús. La
búsqueda de Dios es la búsqueda de todo creyente:
“tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré
a ver el rostro de Dios?” (Sal 42, 3). Ahora sabemos
que ver Jesús es ver Dios frente a frente.
Los discípulos -aquí Tomás y Felipe- tienen dudas,
no acaban de entender lo que Jesús les propone
para vivir: ¿cómo podrán seguirlo, vivir con Él,
cuando Él no sea del mismo modo que es ahora?
¿Cómo sabrán que andan tras el Padre? Nos re
La escucha de la Palabra nos lleva a un encuentro vital con Cristo - Palabra hecha carne-. En nuestras reflexiones seguimos básicamente la antigua y siempre válida tradición de la ·Lectio divina", la cual nos permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia. Nos alimentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización e Iconos de la Misericordia de Dios en lo cotidiano de la vida.
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