Comentario a las lecturas del II Domingo de Cuaresma . 12 de marzo 2017.
Presencia, llamada, agradecimiento de Dios y hacia
Dios, son las líneas conductoras de este domingo.
El conjunto de las lecturas de este
domingo del ciclo A se puede presentar como explicación de un doble itinerario:
el del hombre hacia Dios y el de Dios hacia el hombre. La iniciativa, no
obstante, en ambos itinerarios, pertenece a Dios: él es quien llama al hombre
-Abrahán (1a lectura) y a nosotros (2a lectura)- con una vocación santa, hacia
una bendición misteriosa. Él es, ahora, quien presenta a los hombres a JC, su
Hijo, el amado, su predilecto, para que le escuchen y le sigan, y sean así
partícipes de su gloria. El salmo es una súplica serena que contempla ambos
aspectos del itinerario: el amor de Dios que acompaña al hombre en su
itinerario de búsqueda, y la acción de Dios hacia el hombre liberándole de la
muerte, fundamento de nuestra esperanza.
Si hoy tuviéramos que elegir una
imagen de Cristo . elegiríamos el Pantocrátor o Cristo transfigurado,
interpretado en la tradición de la Iglesia, sobre todo la oriental, que lo
venera en toda su liturgia y su iconografía, en esta imagen, vemos como se hace
converger toda la fuerza y la vida del universo, el celeste y el terreno, el
psíquico y el pneumático,
En Cristo confluyen y de él nacen todas las corrientes de
vida que inundan la creación. Por eso está en comunión con todas las criaturas
de la tierra y del firmamento, de la altura y la profundidad, sintiéndolas en
sí, alentándolas en sí, amándolas, sufriéndolas y gozándolas. Ese es el Kyrios que nos descubre San Pablo. (...) Ese Cristo
Pantocrátor no deja nunca de ser hombre y ahora podemos sentirle junto a
nosotros, como en Emaús, sentado a la misma mesa de los caminantes, es decir,
de nosotros; pues como Pedro, aún no podemos tener morada permanente en las
tiendas del Tabor.
En este segundo domingo, también
se nos insiste en la necesidad de encaminarnos hacia la meta de la Pascua. O,
lo que es lo mismo, salir de nuestra
situación para acercarnos, e incluso adentrarnos en la vida de Dios.
El domingo pasado se centraba
nuestra atención más en el primero de los polos: nuestra situación; y se
subrayaba nuestra condición de pecadores. Este domingo, en cambio, se nos
presenta con fuerza el polo de la meta: la Resurrección, la vida plena en Dios.
En la
primera lectura (Gn 12,1-4a) se describe un éxodo
"sal de tu tierra... hacia la tierra que te mostraré", parece tener su fundamento
histórico en el movimiento de tribus nómadas o seminómadas
desde las tierras del Tigris y el Eufrates hasta
Egipto pasando por Palestina. En Egipto, sus caudillos llegaron a gobernar el
territorio desde ¿1730? hasta el 1570 a.de C.
El relato se compone de un
mandato divino: "sal".(v. 1) que va unido a una promesa de bendición
(vs. 2-3) y de una respuesta humana: "marchó" =salió (vs. 4. 6-9).
-La elección de Abraham es un relato de éxodo, de salida con todas las
dificultades que ésta entraña. El patriarca tiene que romper con todos sus
lazos más entrañables: la tierra nativa, la casa paterna (v. 1).
-También es cierto que se les
hace una promesa: "la tierra que te mostraré", y una bendición que
abarca todas las aspiraciones humanas de aquella época: descendencia numerosa a
través de un hijo (v. 2; cfr. 13, 16; 15, 15; 17, 5; 18, 18; 22, 17; 2-4. 24;
28, 14...) y un "nombre famoso" contrapuesto a aquella fama buscada
en Babel, y que sólo llevaba a la dispersión (11, 4 ss).
Pero todo es un futuro incierto, una marcha a lo desconocido teniendo que
romper con lo conocido.
Abrahán sale de Ur y, tras una breve estancia en Canaán se dirige con su
mujer a Egipto. Sin saber el porqué, de nuevo regresa a Palestina. Y a estas
tribus que se quedaron en Palestina se les unirán, algunas generaciones después,
algunos de sus compatriotas a las órdenes de Josué.
Para redactor del libro del Gn este relato de la llamada a Abraham es un texto que pretende
indica el:
a) Cierre de la etapa
primitiva, considerada por el autor como la época del hombre bajo el imperio
del mal. La criatura humana, salida de las manos de Dios, no ha respondido como
debiera al don divino de la creación, evaluada por el mismo Señor como
"muy buena" (1. 31). Alejándose de Dios y de los demás seres creados,
el hombre ha implantado en el mundo el miedo y el terror: los primeros padres
se avergüenzan de Dios y se acusan sin piedad (Gn
2-3), Caín comete el primer fratricidio (Cap. 4), los contemporáneos de Noé se
corrompen y Dios tiene que poner coto al miedo, terror y venganza que el hombre
impone en la creación (Gn 6. 1ss.; 9. 1-7), con la
torre de Babel y su afán de gloria el hombre pretende subirse a las mismas
barbas del Creador... La maldad y el egoísmo humano, ¿acabarán alguna vez?
b) Comienzo de una nueva etapa
de salvación: la etapa patriarcal. Es cierto que el Señor había castigado la
maldad humana: destierro de Adán y Eva, de Caín, envío del diluvio, dispersión
de la Humanidad, pero... el castigo nunca es la última palabra divina, sino el
perdón y la misericordia. Por eso, a la etapa de maldición el autor le
contrapone esta nueva de "bendición" (aparece cinco veces la palabra
en los vv. 2-3) que debe alcanzar a los patriarcas, a su descendencia y al
resto de la Humanidad. Dios, bondadoso y misericordioso, quiere salvar a todos
los hombres creados a través de un hombre, Abrahán, y de un pueblo, Israel. El
juicio, la maldición o bendición de todo hombre, dependerá de la actitud de
éste frente a la presencia divina salvadora.
En el salmo de hoy (Sal 32,4-5.18-22) manifestamos la confianza ilimitada en el poder
misericordioso de Dios. En el salmo resuena
sinfónicamente, con la aportación peculiar de cada uno de nosotros, la alabanza
del Señor. Dios nos ha hablado. Cristo, que habita por la fe en nuestros
corazones, es su Palabra siempre interpoladora
y convocadora. Por esta Palabra Dios hizo el cielo, sujetó a la creatura inestable
del agua, conduce la historia; por ella hemos adquirido nuestra identidad de
hijos, nos mantenemos unidos y congregados en el amor comunitario y enviados a la misión; " él ama la justicia y el derecho, y su misericordia
llena la tierra."
Motivo
de alabanza es la confianza ilimitada en el poder misericordioso de Dios, porque "Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme, en
los que esperan en su misericordia,"
Tenemos
la certeza de que nuestro servicio a la causa del progresivo reinado de Dios
tiene futuro y no es una ilusoria utopía. La certeza no nace de de nuestras
cualidades humanas, de nuestro número o de nuestras técnicas: «No vence el rey
por su gran ejército, no escapa el soldado por su mucha fuerza... ni por su
gran ejército se salva». La certeza brota de la seguridad de que Dios está ahi " para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre"
Dios
ha puesto sus ojos en nuestra pobre humanidad, reanimándonos en nuestra
escasez, alegrándonos en nuestras penas, auxiliándonos en las situaciones
desesperadas: " Nosotros
aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo. "
Expresamos con
y esperanza, nuestra confianza en Dios: "Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de
ti."
En la segunda lectura (2
Tim 1,8b-10),San Pablo
nos muestra como ejerce sobre las comunidades que él ha fundado y sobre algunas
otras una autoridad soberana, y como con mucha frecuencia envía a ellas a
algunos discípulos como delegados suyos. Es el caso de Timoteo, a quien hoy se
dirige. En el texto de hoy, San Pablo no es muy explícito sobre los poderes de
Timoteo: se limita a insistir sobre un don particular: la fuerza que se le ha
dado para no avergonzarse del Evangelio (vv. 7-9).
San Pablo nos describe la meta humana
como "una vida santa" (2 Tm 2. 9), es decir, la adecuación de
nuestra vida y nuestra sociedad con el plan de Dios, el cumplimiento de la
vocación irrenunciable que Él ha señalado a todo hombre, la obediencia a esa
Palabra que Él sigue pronunciando sobre nosotros desde la creación: Palabra
reveladora de nuestro verdadero ser y fuerza para la realización de los hombres.
El texto
del evangelio de hoy (Mt 17,1-9) con el relato de
la transfiguración introduce, en San Mateo, el discurso del cap. 18, en el que Cristo
establece los poderes mesiánicos en la Iglesia, confiriendo en particular a sus
apóstoles el derecho a ser escuchados (Mt 18. 15-18), ese derecho que Él mismo
ha recibido en su transfiguración.
San Mateo presenta
a Jesús como el nuevo Moisés, legislador de la nueva economía de salvación. Espera
convencer así a los judeo-cristianos de que la ley ha
sido superada por la de JC. Así escuchamos como San Mateo nombra a Moisés antes
que a Elías (v. 3). Es también el único evangelista que habla de la irradiación
del rostro de Cristo (v. 2), en correspondencia con la irradiación de la figura
de Moisés en el Sinaí (Ex 34. 29-35; 2 Co 3. 7-11).
Igualmente, la voz que habla
desde la nube (v. 5) corresponde a la que se dejó oír en la nube del Sinaí (Ex
19. 16-24). La recomendación "escuchadle" (v. 5) evoca el anuncio
hecho a Moisés de una futura réplica de sí mismo "al que tú
escucharás" (Dt 18. 15). Además, contrariamente a Lucas y a Marcos, que
citan únicamente el Sal 2: "He aquí a mi Hijo", Mateo añade algunas
palabras tomadas de Is 42. 1: "En quien me he
complacido" (v. 5), alusión al Siervo, "luz de las naciones"
porque hace la voluntad de Dios. Finalmente, el hecho de que la transfiguración
se sitúe al final de "seis días" (v. 1), contrariamente a Lc 9. 28, permite relacionar este episodio con la subida de
Moisés al Sinaí (Ex 24. 16-18). En conclusión, por encima de su carácter
escatológico, Cristo aparece como el nuevo Moisés, legislador del nuevo pueblo.
Recibe este título porque
primero pasó por la obediencia al sufrimiento y a la muerte. El nuevo Moisés ha
comenzado por obedecer personalmente a la ley que propone; contrariamente a
Moisés, Cristo es un legislador que no se contenta con imponer una ley, sino
que proporciona al mismo tiempo los medios interiores de corresponder a ella.
La transfiguración mantiene en San
Mateo su carácter fundamental de investidura mesiánica (cf. la alusión a la fiesta
de las tiendas, por ejemplo),. Lo mismo que el Siervo paciente debió a su
obediencia en convertirse en luz del mundo, así Cristo está habilitado para
convertirse en el maestro que habla y enseña a sus discípulos. y en el nuevo
legislador del mundo porque ha sido el primero en someterse a la ley nueva que
Él mismo trae, ley de amor y de renuncia (v. 9). En el relato Cristo es al
mismo tiempo, el Señor divino, penetrado por la luz de Dios y envuelto en la
nube (signos de la presencia divina).
Así
comenta San Agustín este evangelio: " Ve esto
Pedro y, juzgando de lo humano a lo humano, dice: Señor, bueno es estarnos aquí (Mt 17,4). Sufría el tedio de la
turba, había encontrado la soledad de la montaña. Allí tenía a Cristo, pan del
alma. ¿Para qué salir de aquel lugar hacia las fatigas y los dolores, teniendo
los santos amores de Dios y, por tanto, las buenas costumbres? Quería que le
fuera bien, por lo que añadió: Si
quieres, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías
(ib.). Nada respondió a esto el Señor, pero Pedro recibió, no obstante, una
respuesta, pues mientras decía esto, vino una nube refulgente y los cubrió. Él
buscaba tres tiendas. La respuesta del cielo manifestó que para nosotros es una
sola cosa lo que el sentido humano quería dividir. Cristo es la Palabra de
Dios, Palabra de Dios en la ley, Palabra de Dios en los profetas. ¿Por qué
quieres dividir, Pedro? Más te conviene unir. Busca tres, pero comprende
también la unidad.
Al
cubrirlos a todos la nube y hacer en cierto modo una sola tienda, sonó desde
ella una voz que decía: Éste es mi
Hijo amado (ib., 5). Allí estaba Moisés, allí estaba Elías. No se dijo:
«Éstos son mis amados». Una cosa es, en efecto, el único, y otra los adoptados.
Se recomienda a aquél de donde procedía la gloria a la ley y a los profetas. Éste es, dice, mi Hijo amado, en quien me he complacido;
escuchadle (ib.), puesto que en los profetas fue a él a quien
escuchasteis y lo mismo en la ley. Y ¿dónde no le oísteis a él? Oído esto,
cayeron a tierra. Ya se nos manifiesta en la Iglesia el reino de Dios. En ella
está el Señor, la ley y los profetas; pero el Señor como Señor; la ley en
Moisés, la profecía en Elías, en condición de servidores, de ministros. Ellos,
como vasos; él, como fuente. Moisés y los profetas hablaban y escribían, pero
cuanto fluía de ellos, de él lo tomaban.
El
Señor extendió su mano y levantó a los caídos. A continuación no vieron a nadie más que a Jesús solo
(ib., 8). ¿Qué significa esto? Cuando se leía el Apóstol, oísteis que ahora vemos en un espejo, en misterio, pero
entonces veremos cara a cara. Hasta las lenguas desaparecerán cuando
llegue lo que ahora esperamos y creemos. En el caer a tierra simbolizaron la
mortalidad, puesto que se dijo a la carne: Tierra eres y a la tierra volverás (Gn
3,19). Y cuando el Señor los levantó, indicaba la resurrección. Después de
ésta, ¿para qué la ley, para qué la profecía? Por esto no aparecen ya ni Elías
ni Moisés. Te queda sólo: En el
principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era
Dios (Jn 1 ,1). Te queda el que Dios es todo en todo. Allí estará
Moisés, pero no ya la ley. Veremos allí a Elías, pero no ya al profeta. La ley
y los profetas dieron testimonio de Cristo, de que convenía que padeciese,
resucitase al tercer día de entre los muertos y entrase en su gloria. Así se
cumple lo que Dios prometió a los que lo aman: El que me ama será amado por mi Padre y yo también lo amaré. Y
como si le preguntase: «Dado que le amas, ¿qué le vas a dar?». Y me mostraré a él (Jn 14,21). ¡Gran
don y gran promesa! El premio que Dios te reserva no es algo suyo, sino él
mismo. ¿Por qué no te basta, ¡oh avaro!, lo que Cristo prometió? Te crees rico,
pero si no tienes a Dios ¿qué tienes? Otro puede ser pobre, pero si tiene a
Dios, ¿qué no tiene?
Desciende,
Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica la palabra,
insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con toda longanimidad
y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad,
por el candor y la belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas
vestiduras del Señor. Cuando se lee al Apóstol, oímos que dice en elogio de la
caridad: No busca lo propio (I Cor 13,5). No
busca lo propio, porque entrega lo que tiene. Y en otro lugar dijo algo,
que si no lo entiendes bien, puede ser peligroso; siempre con referencia a la
caridad, el Apóstol ordena a los miembros fieles de Cristo: Nadie busque lo suyo, sino lo ajeno
(1 Cor 10,24). Oído esto, la avaricia, como buscando
lo ajeno a modo de negocio, maquina fraudes para embaucar a alguien y
conseguir, no lo propio, sino lo ajeno. Reprímase la avaricia y salga adelante
la justicia.
Escuchemos
y comprendamos. Se dijo a la caridad: Nadie
busque lo propio, sino lo ajeno. Pero a ti, avaro, que ofreces
resistencia y te amparas en este precepto para desear lo ajeno, hay que
decirte: «Pierde lo tuyo». En la medida en que te conozco, quieres poseer lo
tuyo y lo ajeno. Cometes fraudes para poseer lo ajeno; sufre un robo que te
haga perder lo tuyo, tú que no quieres buscar lo tuyo, sino que quitas lo
ajeno. Si haces esto, no obras bien. Oye, avaro; escucha. En otro lugar te
expone el Apóstol con más claridad estas palabras: Nadie busque lo suyo, sino lo ajeno. Dice de sí mismo: Pues no busco mi utilidad, sino la de
muchos, para que se salven (ib., 33). Pedro aún no entendía esto cuando
deseaba vivir con Cristo en el monte. Esto, ¡oh Pedro!, te lo reservaba para
después de su muerte. Ahora, no obstante, dice: «Desciende a trabajar a la
tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la
tierra. Descendió la Vida para encontrar la muerte; bajó el Pan para sentir
hambre; bajó el Camino para cansarse en el camino; descendió el Manantial para
sentir sed, y ¿rehúsas trabajar tú? No busques tus cosas. Ten caridad, predica
la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad»". (San Agustín. Sermón 78,3-6).
Para nuestra
vida
El domingo anterior se presentaba la
necesaria opción por un camino de vida (de bien) o de muerte (de mal). Ya se
insinuaba (1. lectura y evangelio) que a menudo no queda claro dónde se hallan
el uno y el otro.
El domingo de la transfiguración sigue
al de la tentación. Esto es muy significativo... La tentación viene a colocarse
al comienzo del camino del sufrimiento y acecha todo a lo largo de él. La
tentación pretende esencialmente acortar el camino, alcanzar una
transfiguración prematura apoyándose en las propias fuerzas; quiere pasar por
encima de las etapas fijadas en dicho camino, quiere rehuir la cruz. Si cede a
todo esto, viene la muerte y el abismo. En último término, la caída de nuestros
primeros padres no fue otra cosa, y la misma tentación de Cristo no apuntaba
sino a que manifestase prematuramente y de modo arbitrario la gloria divina que
en El residía.
Hoy hay que insistir en la opción de
fe que significa creer en el camino de fidelidad al único Señor, Dios, revelado
en Jesucristo; la fidelidad a su camino de verdad, amor, justicia, bondad... es
el único camino de Vida, el único camino de Victoria.
En la
primera lectura, del libro del Génesis, el Señor pide a Abrahán que lo deje
todo para iniciar una misión enorme: crear el pueblo de Dios. A todos nosotros, alguna vez, Dios
también nos pide que demos prioridad al camino que Él nos sugiere y que, así,
abandonemos lo superfluo, lo que nada vale para mejor servirle a Él y a los
hermanos. Hemos de tenerlo en cuenta.
-Abraham no puede quedar
indeciso, ya que el mandato divino exige una respuesta (v. 4a; cfr. vs. 6-9). Y
en este momento crucial el patriarca confía. El verbo "marchar"
indica la obediencia de este hombre que se fía de Dios a pesar de todas las
dificultades. Por eso, él es el modelo y héroe de la fe (Hb.
11, 8 ss).
-El éxodo de Abraham es
prototipo de todo éxodo humano, tanto a nivel individual como colectivo. Miles
de personas, cada año, deben romper con lo inmediato y querido: tierra,
familia... rumbo a lo desconocido. A todos ellos les alienta la esperanza de
una vida más digna y humana, un poder alimentar a sus seres queridos, un...;
pero ¿y si todo fuera una vana ilusión? Toda existencia humana es una difícil
encrucijada. Me viene a la mente la dura situación de esos hombres de color que
patean los bares de nuestras ciudades con esas cajas de sorpresas, los
temporeros agrícolas de la vendimia y de la recogida de la aceituna, los...
-El éxodo de Abraham es también
prototipo de la vida del pueblo de Israel, de la Iglesia como pueblo de Dios.
Nuestra existencia cristiana siempre implica ruptura con lo que nos agrada,
salida de lo inmediato y palpable... rumbo a lo desconocido. La fe nunca es
fácil, porque ¿y si todo fuera mentira? El fiarse de Dios siempre implica un
riesgo; pero el que no ama el riesgo no puede llamarse cristiano.
Abraham nos es presentado como
modelo.
Fijémonos en Abraham, padre de
los creyentes, puesto que él se apoyó en su fe y aceptó por ella el trastorno
de su vida. El v. 5 nos dice tranquilamente: «Tomó, pues, Abraham a Saray, su
mujer»; está fuera de lugar suponer que esto no sucedió sin algunas
discusiones, sin alguna escena de familia: «¿Quién es el que toma a mi marido?
El pretende que el Señor exige de nosotros que plantemos todo allá:
propiedades, familia...»
Peregrinar exige como condición
indispensable la de abandonar. Conocemos a mucha gente que está atada a sus
costumbres de tal manera que les resultaría imposible viajar. Tienen medios
para hacerlo.Intentar peregrinar sin abandonar es
pretender la cuadratura del circulo.
Espiritualmente también esto es
verdadero. Es necesario desinstalarnos, constantemente desinstalarnos, porque
nos estamos arraigando sin cesar, como la araña que teje de nuevo la tela que
un golpe ha desgarrado, como la yedra que encuentra siempre un trozo de muro
donde engancharse.
Es necesario que nos guardemos
de estar apegados a nuestros hábitos, ¡aunque sean buenos! Precisamente porque
son buenos nos parecerán respetables; pero, por el hecho de ser hábitos, son
perjudiciales.
Pensemos en todos aquellos que
en el Antiguo Testamento recibieron de Dios un llamamiento importante e
«incómodo». Recordemos, por ejemplo, a Jonás: «La Palabra de Yahvé llegó a
Jonás, diciéndole: Levántate y ve a Nínive. Jonás levantóse
para huir» (Jn. I, 1-3).
También el Pueblo de Dios se
convirtió en nómada por obediencia al Señor. Abandonó un cierto confort en
Egipto por seguir aquella aventura; sin embargo, echará de menos aquel confort
relativo y no cesará de reprochar a Moisés la aventura a la cual le ha
arrastrado. «Ellos dijeron a Moisés: ¿Es que no había sepulcros en Egipto, que
nos has traído al desierto a morir? ¿Qué es lo que nos has hecho con sacarnos
de Egipto?» (Ex. xrv, 11).
«Los hijos de Israel decían: «Por qué no hemos muerto de mano de Yahvé en
Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos hartábamos de
pan? Nos habéis traído al desierto para matar de hambre a toda esta
muchedumbre» (Ex XVI, 3).
Fijémonos en la Virgen
Conocemos su respuesta cuando el enviado de Dios le presenta la más
extraordinaria vocación que jamás nadie pudo escuchar: «Yo no conozco varón».
Esto no es una objeción al proyecto divino, sino una constatación de la
oposición entre aquel mensaje y la consagración de su vida a Dios, realizada
como respuesta a un llamamiento interior. El ángel viene ciertamente a
desinstalar a María, en el sentido espiritual.
También Jesucristo. El
renuncia, si así puede decirse, a la serenidad, a la tranquilidad de la vida
trinitaria para lanzarse a la aventura humana: «He aquí que vengo para hacer,
oh Dios, tu voluntad» (Salmo XL, 9, citado en Heb. X,
7). El conoce la incomodidad hasta el punto de «no tener dónde reposar la
cabeza» (Mt. VIII, 20 y Lc. IX, 58); ya conocemos al detalle lo que oculta esta
expresión. Y su enseñanza es exigente, a la medida del ejemplo que éI nos da: «El que ama al padre o a la madre más que a mí,
no es digno de mí... El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El
que halla su vida la perderá, y el que la perdiere por amor a mí, la hallará»
(Mt. X, 37-39 y lugares paralelos).
Jesús desarraiga a los que
llama: «Dijo a Pedro y a Andrés: Venid en pos de mí y os haré pescadores de
hombres. Ellos dejaron al instante las redes y le siguieron. Pasando más adelante,
vio a otros dos hermanos, "Santiago el de Zebedeo y Juan, su hermano, que
en la barca, con Zebedeo, su padre, componían las redes, y los llamó. Ellos,
dejando luego la barca y a su padre, le siguieron" (Mt. IV, 18-22). «Jesús
salió y vio a un publicano por nombre Leví sentado al
telonio y le dijo: Sígueme. El, dejándolo todo, se levantó y le siguió» (Lc. V
27). Los apóstoles son conscientes del trastorno que para sus vidas representa
el llamamiento del Maestro: «Pedro entonces comenzó a decirle: Pues nosotros
hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido» (Mc. X, 28).
Al aproximarse la Cuaresma
debemos examinarnos de si nos encontramos prestos para optar por el Señor
resueltamente, sin división, sin arrepentimiento y sin pesar. Toda atadura
constituye un obstáculo para la respuesta al llamamiento que el Señor nos
dirige; y este llamamiento nos llega no sólo a la hora de las decisiones
graves, en los momentos transcendentales de nuestra vida, sino también cada
día, ante cada una de nuestras acciones, ante las innumerables opciones en las
cuales la vida nos sitúa entre el bien y el mal, entre lo mediocre y lo mejor.
Ciertamente, es necesario que nos liberemos de las ataduras graves y
desordenadas; pero también las pequeñas ataduras constituyen un verdadero
obstáculo. Si quiero elevarme es seguro que no lo conseguiría si me encuentro
sujeto al suelo por un cable, pero mientras que una fibra me mantenga sujeto a
una brizna de hierba, yo no podría elevarme si no sacrifico este tenue lazo,
aunque sea de color de rosa y me resulte agradable. No importa cuál es el viejo
obstáculo que no quiero cortar.
En el salmo 32 se agradece a Dios que
vele permanente por sus criaturas. Se expresa, el deseo de amar a Dios por encima
de todo y enseña a quienes no le conocen a amarle también.
Es necesario personalizar este salmo,
en nuestra propia vida y en nuestra propio estilo: alabar... Creer en el
poder de Dios... Creer que Dios interviene "hoy y siempre en los
acontecimientos contemporáneos..." "hacerse pobre": la
"mirada de Dios" sobre nosotros es una defensa más segura que
todos los medios del poder humano.
En la segunda lectura, San Pablo recomienda a su discípulo Timoteo:
"Toma parte en los duros trabajos del Evangelio". La
evangelización es un trabajo duro. El que evangeliza vive en una continua
confrontación en el mundo y con el mundo. Evangelizar no es decir palabras
hermosas en el templo, en nuestra casa, en un medio acogedor y complaciente,
que muchas veces huye de los problemas reales del mundo. Evangelizar es salir
con la palabra y la vida a la plaza. El que evangeliza es un
"enviado", que tiene que ir a donde no le gustaría ir, que tiene que
hablar con oportunidad y sin ella, y, sobre todo, tiene que hacer lo que muchas
veces el mundo no está dispuesto a tolerar.
También San Pablo, anuncia que Jesús sacó a la luz la
vida inmortal por medio del Evangelio. Esa luz y esa vida inmortal nos están
presentes la luminosidad de la Transfiguración.
San Mateo
presenta la Transfiguración, un relato lleno de luz y de aires de eternidad, hasta la ingenuidad de Pedro que
pretende continuar allí para siempre. En esta escena Jesús quiso mostrar a sus
discípulos la Gloria, antes de iniciar el camino hacia su muerte redentora.
Este texto es como un paradigma
de oración. Primero retirarse de la actividad ordinaria Jesús en el Evangelio lo
hace varias veces. Jesús hombre como nosotros, tiene necesidad del tiempo y
espacio de oración. En el momento de encontrar a Dios en gratuidad. Otros serán
los tiempos de encontrarlo activamente.
Así hoy se nos proclama que
Jesús, se los llevó a una montaña alta. Subir es el proceso simbólico de acercamiento
a Dios. En la montaña surgen las Teofanías. Pedro, Santiago y Juan suben con
Jesús. En esta soledad amigable, Jesús se transfigura. El que ora descubre
quién es de verdad Jesús. El ámbito de la divinidad -lo blanco, la luz- inunda
al hombre. Descubre cómo culmina la ley y los profetas en Él. El gozo del
Espíritu trastorna a Pedro -al orante-. ¡Qué hermoso! A uno le gustaría estar
siempre así. La tentación de evadirse del mundo acecha.
EI momento crucial de la
oración esta en el escuchar a Dios. Él ya sabe qué nos apremia. No intentemos
marearle con nuestras voces. Más bien es para escucharle, para afinar nuestro
oído. Elías lo oyó en la brisa que apenas movía las hojas. En la oración vamos
percibiendo la voluntad de Dios, crecemos en ganas de construir el Reino,
logramos dar pa so a los gritos de los pobres, como
Moisés.
Jesús se acercó, y tocándolos
les dijo: Levantaos, no temáis. Las palabras de ánimo en el coloquio final son
necesarias en toda nuestra vida. Ten confianza, no temas.
Si primero fue subir, el tiempo
de oración es bajar del monte. Bajar a la vida a encontrarnos con el
epiléptico, con el enfermo, el necesitado, el compañero que sufre de soledad o
que, sin más, quiere pasar un rato charlando con alguien.
La Iglesia es el Tabor de nuestro tiempo. En
la Iglesia, en la comunidad podemos encontrar a Jesús y escuchar su palabra; podemos
relacionarnos con los profetas y los
santos; podemos dejarnos envolver y
transfigurar por la nube del Espíritu y podemos encontrar fuerza esperanzada para
transformarlo todo. Cierto que no todo lo que allí encontramos es luminoso y
santo. La Iglesia tiene aún mucho de Sinaí y del monte de las tentaciones. Es
también monte Calvario. Pero en la Iglesia hay también experiencia de Dios,
presencia de Cristo, dinamismo del Espíritu. En la Iglesia se recogen y
actualizan las palabras de Moisés y los profetas, se escucha la voz del Padre y
nos envuelve la nube misteriosa. En la Iglesia se renueva la transfiguración,
se enciende la esperanza y se contagia la alegría. En la Iglesia toda
transformación es posible, el cambio es necesario y se afirma la trascendencia.
En la Iglesia hay verdad y certeza y amistad. En la Iglesia está Cristo
resucitado, el Hijo bien amado y el derroche del Espíritu, que nos llevan al
Padre. La Iglesia, Tabor de las revelaciones y transfiguraciones, el monte de
la luz, de la palabra y del amor. Entonces es claro que también nosotros
podemos «estar con El en el Monte Santo» (2P. 1,18).
El evangelio también plantea una
tentación de la condición humana la tentación a "instalarse". Hoy,
con todas las ventajas y el confort de la civilización, esta tentación está
bastante generalizada. Podemos alcanzar una instalación perfecta en la
que nos encontramos francamente bien, perfectamente arropados y lejos de
cualquier aventura que comprometa nuestra bien ganada tranquilidad. Hoy podemos
caer en la tentación de cerrar los ojos y los oídos a toda llamada que
nos haga "salir" de nuestro bienestar, evitar por todos los medios
que sintamos la necesidad de marchar para colaborar en la construcción de una
tierra nueva, más cristiana, en una palabra; una tierra en la que es necesario
vivir prácticamente la fe, aceptar el desafío que supone creer en un Dios que
pide a los suyos algo más que la aceptación de unas verdades o la práctica
de unos determinados cultos.
Y esto aparece también en el
Evangelio de hoy. Ante la espléndida visión de Jesús transfigurado aparece
Pedro queriendo "instalarse", quedarse allí para siempre, olvidarse
del mundo que seguía al pie del monte y que esperaba con impaciencia el paso
del Señor. No pudo conseguir su propósito.
Desapareció la luz y el
resplandor y quedó solo Jesús frente a ellos con una advertencia: ni una
palabra de todo esto hasta "que el Hijo del Hombre resucite de entre los
muertos". Nada, por tanto, de instalaciones. Es necesario bajar del monte
y enfrentarse valientemente al reto de la propia vocación, de la llamada
de Dios que sigue pidiendo el éxodo como condición para encontrarse con
El. La advertencia de Jesús es un indicativo de que no es posible, para los
suyos, la acomodación. No será posible ni efectivo hablar de la gloria
hasta que no se haya resucitado -no se encontrará la tierra nueva- hasta que no
se haya aceptado el riesgo, hasta que no se haya descendido a la tierra, para
encontrarse con los hombres que viven en ella con sus problemas y sus
inquietudes y acercarse a ellos para mostrarles a Dios, con todo el
riesgo que eso lleva consigo.
Algo de la transfiguración nos puede tocar
a nosotros, pero para que podamos transfigurarnos y resplandecer tenemos que
escuchar al Hijo predilecto de Dios. Toda la Cuaresma es una escucha intensa de
la Palabra que salva; imitando a San Pedro, deberíamos como cristianos exclamar:
¡qué hermoso es vivir este tiempo de gracia y renovación, para bajar al valle
de lo cotidiano pertrechados de una gracia y fuerza nueva! Así un día podremos
subir al definitivo Tabor de los cielos después de haber caminado por la vida
manifestando en todo la gloria de Dios.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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