El domingo pasado se centraba
nuestra atención más en el primero de los polos: nuestra situación; y se
subrayaba nuestra condición de pecadores. Este domingo, en cambio, se nos
presenta con fuerza el polo de la meta: la Resurrección, la vida plena en Dios.
En este segundo domingo,
también se nos insiste en la necesidad de encaminarnos hacia la meta de la
Pascua. O, lo que es lo mismo, salir de
nuestra situación para acercarnos, e incluso adentrarnos en la vida de Dios.
El
conjunto de las lecturas de este domingo se puede presentar como explicación de
un doble itinerario: el del hombre hacia Dios y el de Dios hacia el hombre. La
iniciativa, no obstante, en ambos itinerarios, pertenece a Dios: él es quien
llama al hombre -Abrahán (1a lectura) y a nosotros (2a lectura)- con una
vocación santa, hacia una bendición misteriosa. Él es, ahora, quien presenta a
los hombres a JC, su Hijo, el amado, su predilecto, para que le escuchen y le
sigan, y sean así partícipes de su gloria. El salmo es una súplica serena que
contempla ambos aspectos del itinerario: el amor de Dios que acompaña al hombre
en su itinerario de búsqueda, y la acción de Dios hacia el hombre liberándole
de la muerte, fundamento de nuestra esperanza.
Presencia,
llamada, agradecimiento de Dios y hacia Dios, son las líneas conductoras de
este domingo.
Si
hoy tuviéramos que elegir una imagen de Cristo . elegiríamos el Pantocrátor o
Cristo transfigurado, interpretado en la tradición de la Iglesia, sobre todo la
oriental, que lo venera en toda su liturgia y su iconografía, en esta imagen,
vemos como se hace converger toda la fuerza y la vida del universo, el celeste
y el terreno, el psíquico y el pneumático,
En
Cristo confluyen y de él nacen todas las
corrientes de vida que inundan la creación. Por eso está en comunión con todas
las criaturas de la tierra y del firmamento, de la altura y la profundidad,
sintiéndolas en sí, alentándolas en sí, amándolas, sufriéndolas y gozándolas.
Ese es el Kyrios que nos descubre San Pablo. (...) Ese Cristo Pantocrátor no
deja nunca de ser hombre y ahora podemos sentirle junto a nosotros, como en
Emaús, sentado a la misma mesa de los caminantes, es decir, de nosotros; pues
como Pedro, aún no podemos tener morada permanente en las tiendas del Tabor.
En
la primera lectura (Gn 12,1-4a) se describe
un éxodo "sal de tu tierra... hacia la tierra que te mostraré", éxodo que parece tener su
fundamento histórico en el movimiento de tribus nómadas o seminómadas desde las
tierras del Tigris y el Eufrates hasta Egipto pasando por Palestina. En Egipto,
sus caudillos llegaron a gobernar el territorio desde posiblemente el 1730
hasta el 1570 a.de C.
El relato se compone de un
mandato divino: "sal".(v.
1) que va unido a una promesa de bendición (vs. 2-3) y de una respuesta humana:
"marchó" =salió (vs. 4.
6-9). -La elección de Abraham es un relato de éxodo, de salida con todas las
dificultades que ésta entraña. El patriarca tiene que romper con todos sus
lazos más entrañables: la tierra nativa, la casa paterna (v. 1).
-El exodo va marcado por una
promesa: "la tierra que te mostraré",
y una bendición que abarca todas las aspiraciones humanas de aquella época:
descendencia numerosa a través de un hijo (v. 2) y un "nombre famoso" contrapuesto a
aquella fama buscada en Babel, y que sólo llevaba a la dispersión (11, 4 ss).
Pero todo es un futuro incierto, una marcha a lo desconocido teniendo que
romper con lo conocido.
Abrahán sale de Ur y, tras una
breve estancia en Canaán se dirige con su mujer a Egipto. Sin saber el porqué,
de nuevo regresa a Palestina. Y a estas tribus que se quedaron en Palestina se
les unirán, algunas generaciones después, algunos de sus compatriotas a las
órdenes de Josué.
Con el relato de la llamada a
Abraham se pretende indica:
b) El comienzo de una nueva
etapa de salvación: la etapa patriarcal. Es cierto que el Señor había castigado
la maldad humana: destierro de Adán y Eva, de Caín, envío del diluvio,
dispersión de la Humanidad, pero... el castigo nunca es la última palabra
divina, sino el perdón y la misericordia.
A la etapa de maldición el
autor le contrapone esta nueva de "bendición"
(aparece cinco veces la palabra en los vv. 2-3) que debe alcanzar a los
patriarcas, a su descendencia y al resto de la Humanidad.
Desde la Bondad y la Misericordia,
Dios quiere salvar a todos los hombres creados a través de un hombre, Abrahán,
y de un pueblo, Israel. El juicio, la maldición o bendición de todo hombre,
dependerá de la actitud de éste frente a la presencia divina salvadora.
En el salmo de hoy (Sal 32, 4-5.18-22) manifestamos la confianza
ilimitada en el poder misericordioso de
Dios. En el salmo resuena sinfónicamente, con la
aportación peculiar de cada uno de nosotros, la alabanza del Señor. Dios nos ha
hablado. Cristo, que habita por la fe en nuestros corazones, es su Palabra
siempre interpoladora y convocadora. Por esta Palabra Dios hizo el cielo,
sujetó a la creatura inestable del agua, conduce la historia; por ella hemos
adquirido nuestra identidad de hijos, nos mantenemos unidos y congregados en el
amor comunitario y enviados a la misión; " él ama la
justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra."
Motivo
de alabanza es la confianza ilimitada en el poder misericordioso de Dios, porque "Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme, en
los que esperan en su misericordia,"
Tenemos
la certeza de que nuestro servicio a la causa del progresivo reinado de Dios
tiene futuro y no es una ilusoria utopía. La certeza no nace de de nuestras
cualidades humanas, de nuestro número o de nuestras técnicas: «No vence el rey por su gran ejército, no
escapa el soldado por su mucha fuerza... ni por su gran ejército se salva».
La certeza brota de la seguridad de que Dios está ahi " para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre"
Dios
ha puesto sus ojos en nuestra pobre humanidad, reanimándonos en nuestra
escasez, alegrándonos en nuestras penas, auxiliándonos en las situaciones
desesperadas: " Nosotros
aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo. "
Expresamos con
esperanza, nuestra confianza en Dios: "Que tu misericordia, Señor, venga sobre
nosotros, como lo esperamos de ti."
En la segunda lectura (2 Tim 1,8b-10), San Pablo nos muestra como ejerce sobre las
comunidades que él ha fundado y sobre algunas otras una autoridad soberana, y como con
mucha frecuencia envía a ellas a algunos discípulos como delegados suyos.
Hoy
es Timoteo a quien se dirige. En el texto de hoy, San Pablo se limita a
insistir sobre un don particular de Timoteo: la fuerza que se le ha dado para
no avergonzarse del Evangelio (vv. 7-9).
San
Pablo nos describe la meta humana como "una vida santa" (v. 9), es decir, la adecuación de nuestra
vida y nuestra sociedad con el plan de Dios, el cumplimiento de la vocación
irrenunciable que Él ha señalado a todo hombre, la obediencia a esa Palabra que
Él sigue pronunciando sobre nosotros desde la creación: Palabra reveladora de
nuestro verdadero ser y fuerza para la realización de los hombres.
El texto
del evangelio de hoy (Mt 17,1-9) nos introduce con el
relato de la transfiguración, en presentarnos como Cristo establece los poderes
mesiánicos en la Iglesia, confiriendo en particular a sus apóstoles el derecho
a ser escuchados, ese derecho que Él mismo ha recibido en su transfiguración.
San Mateo presenta a Jesús como el nuevo
Moisés, legislador de la nueva economía de salvación. Espera convencer así a
los judeo-cristianos de que la ley ha sido superada por la de JC. Así
escuchamos como San Mateo nombra a Moisés antes que a Elías (v. 3). Es también
el único evangelista que habla de la irradiación del rostro de Cristo (v. 2),
en correspondencia con la irradiación de la figura de Moisés en el Sinaí (Ex
34. 29-35; 2 Co 3. 7-11).
Recibe este título porque primero pasó por la obediencia al sufrimiento y a la muerte. El nuevo Moisés ha comenzado por obedecer personalmente a la ley que propone; contrariamente a Moisés, Cristo es un legislador que no se contenta con imponer una ley, sino que proporciona al mismo tiempo los medios interiores de corresponder a ella.
La transfiguración tiene en San
Mateo un carácter fundamental de investidura mesiánica (cf. la alusión a la
fiesta de las tiendas, por ejemplo),. Lo mismo que el Siervo paciente debió a
su obediencia en convertirse en luz del mundo, así Cristo está habilitado para
convertirse en el maestro que habla y enseña a sus discípulos. y en el nuevo
legislador del mundo porque ha sido el primero en someterse a la ley nueva que
Él mismo trae, ley de amor y de renuncia (v. 9). En el relato Cristo es al
mismo tiempo, el Señor divino, penetrado por la luz de Dios y envuelto en la
nube (signos de la presencia divina).
Así
comenta San Agustín este evangelio: " Ve esto
Pedro y, juzgando de lo humano a lo humano, dice: Señor, bueno es estarnos aquí (Mt 17,4). Sufría el tedio de la
turba, había encontrado la soledad de la montaña. Allí tenía a Cristo, pan del
alma. ¿Para qué salir de aquel lugar hacia las fatigas y los dolores, teniendo
los santos amores de Dios y, por tanto, las buenas costumbres? Quería que le
fuera bien, por lo que añadió: Si
quieres, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías
(ib.). Nada respondió a esto el Señor, pero Pedro recibió, no obstante, una
respuesta, pues mientras decía esto, vino una nube refulgente y los cubrió. Él
buscaba tres tiendas. La respuesta del cielo manifestó que para nosotros es una
sola cosa lo que el sentido humano quería dividir. Cristo es la Palabra de
Dios, Palabra de Dios en la ley, Palabra de Dios en los profetas. ¿Por qué
quieres dividir, Pedro? Más te conviene unir. Busca tres, pero comprende
también la unidad.
Al
cubrirlos a todos la nube y hacer en cierto modo una sola tienda, sonó desde
ella una voz que decía: Éste es mi
Hijo amado (ib., 5). Allí estaba Moisés, allí estaba Elías. No se dijo:
«Éstos son mis amados». Una cosa es, en efecto, el único, y otra los adoptados.
Se recomienda a aquél de donde procedía la gloria a la ley y a los profetas. Éste es, dice, mi Hijo amado, en quien me he complacido;
escuchadle (ib.), puesto que en los profetas fue a él a quien
escuchasteis y lo mismo en la ley. Y ¿dónde no le oísteis a él? Oído esto,
cayeron a tierra. Ya se nos manifiesta en la Iglesia el reino de Dios. En ella
está el Señor, la ley y los profetas; pero el Señor como Señor; la ley en
Moisés, la profecía en Elías, en condición de servidores, de ministros. Ellos,
como vasos; él, como fuente. Moisés y los profetas hablaban y escribían, pero
cuanto fluía de ellos, de él lo tomaban.
El
Señor extendió su mano y levantó a los caídos. A continuación no vieron a nadie más que a Jesús solo
(ib., 8). ¿Qué significa esto? Cuando se leía el Apóstol, oísteis que ahora vemos en un espejo, en misterio, pero
entonces veremos cara a cara. Hasta las lenguas desaparecerán cuando
llegue lo que ahora esperamos y creemos. En el caer a tierra simbolizaron la
mortalidad, puesto que se dijo a la carne: Tierra eres y a la tierra volverás (Gn 3,19). Y cuando el Señor
los levantó, indicaba la resurrección. Después de ésta, ¿para qué la ley, para
qué la profecía? Por esto no aparecen ya ni Elías ni Moisés. Te queda sólo: En el principio existía la Palabra y la
Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios (Jn 1 ,1). Te queda el
que Dios es todo en todo. Allí estará Moisés, pero no ya la ley. Veremos allí a
Elías, pero no ya al profeta. La ley y los profetas dieron testimonio de
Cristo, de que convenía que padeciese, resucitase al tercer día de entre los
muertos y entrase en su gloria. Así se cumple lo que Dios prometió a los que lo
aman: El que me ama será amado por mi
Padre y yo también lo amaré. Y como si le preguntase: «Dado que le amas,
¿qué le vas a dar?». Y me mostraré a
él (Jn 14,21). ¡Gran don y gran promesa! El premio que Dios te reserva
no es algo suyo, sino él mismo. ¿Por qué no te basta, ¡oh avaro!, lo que Cristo
prometió? Te crees rico, pero si no tienes a Dios ¿qué tienes? Otro puede ser
pobre, pero si tiene a Dios, ¿qué no tiene?
Desciende,
Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica la palabra,
insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con toda longanimidad
y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad,
por el candor y la belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas
vestiduras del Señor. Cuando se lee al Apóstol, oímos que dice en elogio de la
caridad: No busca lo propio (I
Cor 13,5). No busca lo propio,
porque entrega lo que tiene. Y en otro lugar dijo algo, que si no lo entiendes
bien, puede ser peligroso; siempre con referencia a la caridad, el Apóstol
ordena a los miembros fieles de Cristo: Nadie
busque lo suyo, sino lo ajeno (1 Cor 10,24). Oído esto, la avaricia,
como buscando lo ajeno a modo de negocio, maquina fraudes para embaucar a
alguien y conseguir, no lo propio, sino lo ajeno. Reprímase la avaricia y salga
adelante la justicia.
Escuchemos
y comprendamos. Se dijo a la caridad: Nadie
busque lo propio, sino lo ajeno. Pero a ti, avaro, que ofreces
resistencia y te amparas en este precepto para desear lo ajeno, hay que
decirte: «Pierde lo tuyo». En la medida en que te conozco, quieres poseer lo
tuyo y lo ajeno. Cometes fraudes para poseer lo ajeno; sufre un robo que te
haga perder lo tuyo, tú que no quieres buscar lo tuyo, sino que quitas lo
ajeno. Si haces esto, no obras bien. Oye, avaro; escucha. En otro lugar te
expone el Apóstol con más claridad estas palabras: Nadie busque lo suyo, sino lo ajeno. Dice de sí mismo: Pues no busco mi utilidad, sino la de
muchos, para que se salven (ib., 33). Pedro aún no entendía esto cuando
deseaba vivir con Cristo en el monte. Esto, ¡oh Pedro!, te lo reservaba para
después de su muerte. Ahora, no obstante, dice: «Desciende a trabajar a la
tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la
tierra. Descendió la Vida para encontrar la muerte; bajó el Pan para sentir
hambre; bajó el Camino para cansarse en el camino; descendió el Manantial para
sentir sed, y ¿rehúsas trabajar tú? No busques tus cosas. Ten caridad, predica
la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad»". (San Agustín. Sermón
78,3-6).
Para nuestra vida
El
domingo anterior se presentaba la necesaria opción por un camino de vida (de
bien) o de muerte (de mal). Ya se insinuaba (1. lectura y evangelio) que a
menudo no queda claro dónde se hallan el uno y el otro.
El
domingo de la transfiguración sigue al de la tentación. Esto es muy
significativo... La tentación viene a colocarse al comienzo del camino del
sufrimiento y acecha todo a lo largo de él. La tentación pretende esencialmente
acortar el camino, alcanzar una transfiguración prematura apoyándose en las
propias fuerzas; quiere pasar por encima de las etapas fijadas en dicho camino,
quiere rehuir la cruz. Si cede a todo esto, viene la muerte y el abismo. En
último término, la caída de nuestros primeros padres no fue otra cosa, y la
misma tentación de Cristo no apuntaba sino a que manifestase prematuramente y
de modo arbitrario la gloria divina que en El residía.
En el tiempo de Cuaresma debemos examinarnos de si nos
encontramos prestos para optar por el Señor resueltamente, sin división, sin
arrepentimiento y sin pesar.
Toda atadura constituye un
obstáculo para la respuesta al llamamiento que el Señor nos dirige; y este
llamamiento nos llega no sólo a la hora de las decisiones graves, en los
momentos transcendentales de nuestra vida, sino también cada día, ante cada una
de nuestras acciones, ante las innumerables opciones en las cuales la vida nos
sitúa entre el bien y el mal, entre lo mediocre y lo mejor. Ciertamente, es
necesario que nos liberemos de las ataduras graves y desordenadas; pero también
las pequeñas ataduras constituyen un verdadero obstáculo. Si quiero elevarme es
seguro que no lo conseguiría si me encuentro sujeto al suelo por un cable, pero
mientras que una fibra me mantenga sujeto a una brizna de hierba, yo no podría
elevarme si no sacrifico este tenue lazo, aunque sea de color de rosa y me
resulte agradable. No importa cuál es el viejo obstáculo que no quiero cortar.
Hoy
hay que insistir en la opción de fe que significa creer en el camino de
fidelidad al único Señor, Dios, revelado en Jesucristo; la fidelidad a su
camino de verdad, amor, justicia, bondad... es el único camino de Vida, el
único camino de Victoria.
En la primera lectura, del libro del
Génesis, el Señor pide a Abrahán que lo deje todo para iniciar una misión
enorme: crear el pueblo de Dios. A todos nosotros, alguna vez, Dios también nos pide que
demos prioridad al camino que Él nos sugiere y que, así, abandonemos lo
superfluo, lo que nada vale para mejor servirle a Él y a los hermanos. Hemos de
tenerlo en cuenta.
-Abraham no puede quedar
indeciso, ya que el mandato divino exige una respuesta (v. 4a; cfr. vs. 6-9). Y
en este momento crucial el patriarca confía. El verbo "marchar"
indica la obediencia de este hombre que se fía de Dios a pesar de todas las
dificultades. Por eso, él es el modelo y héroe de la fe (Hb. 11, 8 ss).
-El éxodo de Abraham es
prototipo de todo éxodo humano, tanto a nivel individual como colectivo. Miles
de personas, cada año, deben romper con lo inmediato y querido: tierra,
familia... rumbo a lo desconocido. A todos ellos les alienta la esperanza de
una vida más digna y humana, un poder alimentar a sus seres queridos, un...;
pero ¿y si todo fuera una vana ilusión?. Toda existencia humana es una difícil
encrucijada. Me viene a la mente la dura situación de esos hombres de color que
patean los bares de nuestras ciudades con esas cajas de sorpresas, los
temporeros agrícolas de la vendimia y de la recogida de la aceituna, los...
-El éxodo de Abraham es también
prototipo de la vida del pueblo de Israel, de la Iglesia como pueblo de Dios.
Nuestra existencia cristiana siempre implica ruptura con lo que nos agrada,
salida de lo inmediato y palpable... rumbo a lo desconocido. La fe nunca es
fácil, porque ¿y si todo fuera mentira? El fiarse de Dios siempre implica un
riesgo; pero el que no ama el riesgo no puede llamarse cristiano.
Abraham es presentado como modelo.
Abraham, padre de los
creyentes, puesto que él se apoyó en su fe y aceptó por ella el trastorno de su
vida. El v. 5 nos dice tranquilamente: «Tomó,
pues, Abraham a Saray, su mujer»; está fuera de lugar suponer que esto no
sucedió sin algunas discusiones, sin alguna escena de familia: «¿Quién es el
que toma a mi marido? El pretende que el Señor exige de nosotros que plantemos
todo allá: propiedades, familia...»
Peregrinar exige como condición
indispensable la de abandonar. Conocemos a mucha gente que está atada a sus
costumbres de tal manera que les resultaría imposible viajar. Tienen medios
para hacerlo.Intentar peregrinar sin abandonar es pretender la cuadratura del círculo.
Espiritualmente también esto es
verdadero. Es necesario desinstalarnos, constantemente desinstalarnos, porque
nos estamos arraigando sin cesar, como la araña que teje de nuevo la tela que
un golpe ha desgarrado, como la yedra que encuentra siempre un trozo de muro
donde engancharse.
Es necesario que nos guardemos
de estar apegados a nuestros hábitos, ¡aunque sean buenos! Precisamente porque
son buenos nos parecerán respetables; pero, por el hecho de ser hábitos, son
perjudiciales.
Pensemos en todos aquellos que
en el Antiguo Testamento recibieron de Dios una llamada importante e «incómoda».
Recordemos, por ejemplo, a Jonás: «La
Palabra de Yahvé llegó a Jonás, diciéndole: Levántate y ve a Nínive. Jonás
levantóse para huir» (Jn. I, 1-3).
También el Pueblo de Dios se
convirtió en nómada por obediencia al Señor. Abandonó un cierto confort en
Egipto por seguir aquella aventura; sin embargo, echará de menos aquel confort
relativo y no cesará de reprochar a Moisés la aventura a la cual le ha
arrastrado. «Ellos dijeron a Moisés: ¿Es que no había sepulcros en Egipto, que
nos has traído al desierto a morir? ¿Qué es lo que nos has hecho con sacarnos
de Egipto?» (Ex. xrv, 11). «Los hijos de Israel decían: «Por qué no hemos
muerto de mano de Yahvé en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de
carne y nos hartábamos de pan? Nos habéis traído al desierto para matar de
hambre a toda esta muchedumbre» (Ex 16, 3).
Fijémonos en la Virgen.
Conocemos su respuesta cuando el enviado de Dios le presenta la más
extraordinaria vocación que jamás nadie pudo escuchar: «Yo no conozco varón».
Esto no es una objeción al proyecto divino, sino una constatación de la
oposición entre aquel mensaje y la consagración de su vida a Dios, realizada
como respuesta a un llamamiento interior. El ángel viene ciertamente a desinstalar
a María, en el sentido espiritual.
También Jesucristo. El
renuncia, si así puede decirse, a la serenidad, a la tranquilidad de la vida
trinitaria para lanzarse a la aventura humana: «He aquí que vengo para hacer,
oh Dios, tu voluntad» (Salmo XL, 9, citado en Heb. X, 7). El conoce la
incomodidad hasta el punto de «no tener dónde reposar la cabeza» (Mt. VIII, 20
y Lc. IX, 58); ya conocemos al detalle lo que oculta esta expresión. Y su
enseñanza es exigente, a la medida del ejemplo que éI nos da: «El que ama al
padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí... El que no toma su cruz y
me sigue, no es digno de mí. El que halla su vida la perderá, y el que la
perdiere por amor a mí, la hallará» (Mt. X, 37-39 y lugares paralelos).
Jesús desarraiga a los que
llama: «Dijo a Pedro y a Andrés: Venid en
pos de mí y os haré pescadores de hombres. Ellos dejaron al instante las redes
y le siguieron. Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, "Santiago
el de Zebedeo y Juan, su hermano, que en la barca, con Zebedeo, su padre,
componían las redes, y los llamó. Ellos, dejando luego la barca y a su padre,
le siguieron" (Mt. 4, 18-22). «Jesús
salió y vio a un publicano por nombre Leví sentado al telonio y le dijo:
Sígueme. El, dejándolo todo, se levantó y le siguió» (Lc. 5, 27). Los
apóstoles son conscientes del trastorno que para sus vidas representa el
llamamiento del Maestro: «Pedro entonces
comenzó a decirle: Pues nosotros hemos dejado todas las cosas y te hemos
seguido» (Mc. 10, 28).
En el salmo 32 se agradece a Dios que vele permanente por
sus criaturas. Se
expresa, el deseo de amar a Dios por encima de todo y enseña a quienes no le
conocen a amarle también.
Es
necesario personalizar este salmo, en nuestra propia vida y en nuestra propio estilo:
alabar... Creer en el poder de Dios... Creer que Dios interviene "hoy y
siempre en los acontecimientos contemporáneos..." "hacerse
pobre": la "mirada de Dios" sobre nosotros es una defensa
más segura que todos los medios del poder humano.
En la segunda lectura, San
Pablo recomienda a su discípulo Timoteo: "Toma parte en los duros trabajos
del Evangelio".
La evangelización es un trabajo duro. El que evangeliza vive en una continua
confrontación en el mundo y con el mundo. Evangelizar no es decir palabras
hermosas en el templo, en nuestra casa, en un medio acogedor y complaciente,
que muchas veces huye de los problemas reales del mundo. Evangelizar es salir
con la palabra y la vida a la plaza. El que evangeliza es un
"enviado", que tiene que ir a donde no le gustaría ir, que tiene que
hablar con oportunidad y sin ella, y, sobre todo, tiene que hacer lo que muchas
veces el mundo no está dispuesto a tolerar.
También San
Pablo, anuncia que Jesús sacó a la luz la vida inmortal por medio del
Evangelio. Esa luz y esa vida inmortal nos están presentes la luminosidad de la
Transfiguración.
San Mateo presenta la
Transfiguración, como un relato lleno de luz y de aires de eternidad, hasta la ingenuidad de Pedro que
pretende continuar allí para siempre. En esta escena Jesús quiso mostrar a sus
discípulos la Gloria, antes de iniciar el camino hacia su muerte redentora.
Este texto es como un paradigma
de oración. Primero retirarse de la actividad ordinaria Jesús en el Evangelio lo
hace varias veces. Jesús hombre como nosotros, tiene necesidad del tiempo y
espacio de oración. En el momento de encontrar a Dios en gratuidad. Otros serán
los tiempos de encontrarlo activamente.
Así hoy se nos proclama que
Jesús, se los llevó a una montaña alta. Subir es el proceso simbólico de acercamiento
a Dios. En la montaña surgen las Teofanías. Pedro, Santiago y Juan suben con
Jesús. En esta soledad amigable, Jesús se transfigura. El que ora descubre
quién es de verdad Jesús. El ámbito de la divinidad -lo blanco, la luz- inunda
al hombre. Descubre cómo culmina la ley y los profetas en Él. El gozo del
Espíritu trastorna a Pedro -al orante-. ¡Qué hermoso! A uno le gustaría estar
siempre así. La tentación de evadirse del mundo acecha.
EI momento crucial de la
oración esta en el escuchar a Dios. Él ya sabe qué nos apremia. No intentemos
marearle con nuestras voces. Más bien es para escucharle, para afinar nuestro
oído. Elías lo oyó en la brisa que apenas movía las hojas. En la oración vamos
percibiendo la voluntad de Dios, crecemos en ganas de construir el Reino,
logramos dar paso a los gritos de los pobres, como Moisés.
Jesús se acercó, y tocándolos
les dijo: "Levantaos, no temáis".
Las palabras de ánimo en el coloquio final son necesarias en toda nuestra vida.
Ten confianza, no temas.
Si primero fue subir, el tiempo
de oración es bajar del monte. Bajar a la vida a encontrarnos con el
epiléptico, con el enfermo, el necesitado, el compañero que sufre de soledad o
que, sin más, quiere pasar un rato charlando con alguien.
El evangelio también plantea
una tentación de la condición humana la tentación a "instalarse".
Hoy, con todas las ventajas y el confort de la civilización, esta
tentación está bastante generalizada. Podemos alcanzar una instalación
perfecta en la que nos encontramos francamente bien, perfectamente arropados y
lejos de cualquier aventura que comprometa nuestra bien ganada
tranquilidad. Hoy podemos caer en la tentación de cerrar los ojos y los
oídos a toda llamada que nos haga "salir" de nuestro bienestar,
evitar por todos los medios que sintamos la necesidad de marchar para colaborar
en la construcción de una tierra nueva, más cristiana, en una palabra; una
tierra en la que es necesario vivir prácticamente la fe, aceptar el desafío que
supone creer en un Dios que pide a los suyos algo más que la aceptación de unas
verdades o la práctica de unos determinados cultos.
Y esto aparece también en el
Evangelio de hoy. Ante la espléndida visión de Jesús transfigurado aparece
Pedro queriendo "instalarse", quedarse allí para siempre, olvidarse
del mundo que seguía al pie del monte y que esperaba con impaciencia el
paso del Señor. No pudo conseguir su propósito.
Desapareció la luz y el
resplandor y quedó solo Jesús frente a ellos con una advertencia: ni una
palabra de todo esto hasta "que el Hijo del Hombre resucite de entre los
muertos". Nada, por tanto, de instalaciones. Es necesario bajar del monte
y enfrentarse valientemente al reto de la propia vocación, de la llamada
de Dios que sigue pidiendo el éxodo como condición para encontrarse con
El. La advertencia de Jesús es un indicativo de que no es posible, para los
suyos, la acomodación. No será posible ni efectivo hablar de la gloria
hasta que no se haya resucitado -no se encontrará la tierra nueva- hasta que no
se haya aceptado el riesgo, hasta que no se haya descendido a la tierra, para
encontrarse con los hombres que viven en ella con sus problemas y sus
inquietudes y acercarse a ellos para mostrarles a Dios, con todo el
riesgo que eso lleva consigo.
Algo
de la transfiguración nos puede tocar a nosotros, pero para que podamos
transfigurarnos y resplandecer tenemos que escuchar al Hijo predilecto de Dios.
Toda la Cuaresma es una escucha intensa de la Palabra que salva; imitando a San
Pedro, deberíamos como cristianos exclamar: ¡qué hermoso es vivir este tiempo de
gracia y renovación, para bajar al valle de lo cotidiano pertrechados de una
gracia y fuerza nueva! Así un día podremos subir al definitivo Tabor de los
cielos después de haber caminado por la vida manifestando en todo la gloria de
Dios.
La
Iglesia es el Tabor de nuestro tiempo. En la Iglesia, en la comunidad podemos encontrar a Jesús y escuchar su palabra; podemos relacionarnos con los profetas y los santos; podemos dejarnos envolver y transfigurar por la nube
del Espíritu y podemos encontrar fuerza
esperanzada para transformarlo todo. Cierto que no todo lo que allí encontramos
es luminoso y santo. La Iglesia tiene aún mucho de Sinaí y del monte de las
tentaciones. Es también monte Calvario. Pero en la Iglesia hay también
experiencia de Dios, presencia de Cristo, dinamismo del Espíritu. En la Iglesia
se recogen y actualizan las palabras de Moisés y los profetas, se escucha la
voz del Padre y nos envuelve la nube misteriosa. En la Iglesia se renueva la
transfiguración, se enciende la esperanza y se contagia la alegría. En la
Iglesia toda transformación es posible, el cambio es necesario y se afirma la
trascendencia. En la Iglesia hay verdad y certeza y amistad. En la Iglesia está
Cristo resucitado, el Hijo bien amado y el derroche del Espíritu, que nos
llevan al Padre. La Iglesia, Tabor de las revelaciones y transfiguraciones, el
monte de la luz, de la palabra y del amor. Entonces es claro que también
nosotros podemos «estar con El en el
Monte Santo» (2 Pe. 1,18).
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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