Comentarios a
las lecturas del IV Domingo de Adviento 23 de diciembre de 2018.
El cuarto
Domingo de Adviento es sumamente mariano.
Por encima del profeta Isaías, Juan Bautista y José, es María el
personaje fundamental del Adviento. Ella es quien esperó como nadie supo
esperar la venida del Mesías, pues le llevó en su seno. Ella señala, en la
historia de la salvación, el paso de la profecía mesiánica a la realidad
evangélica, de la esperanza a la presencia real del Verbo encarnado.
(1. lectura). "El
tiempo en que la madre da a luz" El profeta Miqueas, ocho siglos antes
anuncia el nacimiento del Mesías en la pequeña aldea de Belén de Efrata. Será
"el jefe de Israel". Cuando "la madre dé a luz" todo
cambiará para el pueblo elegido. Esa madre dibujada vagamente por Miqueas es
María de Nazaret, la Virgen. La Madre del que "pastoreará con la fuerza
del Señor", aquel cuyo "origen es desde lo antiguo, de tiempo
inmemorial", el Hijo eterno del Padre. Sus dones serán: la
"tranquilidad" y la "paz". Este anuncio resuena con dulzura.
(2. lectura). Jesús a punto de entrar en el
mundo (Navidad-Encarnación), expresa sus sentimientos, en oferta gozosa al Padre
"Aquí estoy". Son palabras garantizadas por el Espíritu Santo y
puestas en boca del Hijo eterno, que se desposa con la humanidad para
rescatarla y elevarla: "... me has preparado un cuerpo... Aquí estoy, oh
Dios, para hacer tu voluntad". Palabras casi idénticas, pero en situaci6n
dramática, dirá en Getsemaní, poco antes de aceptar la pasión (Lc 22,42). La
Navidad ya encierra la Pascua.
En este
domingo María es la gran figura del Adviento para la Iglesia. María, conocedora
de la situación de Isabel "se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a
un pueblo de Judá". Sale de su tranquilidad y presurosa, va a ayudar a su
prima. Ejemplo de servicio, pero sobre todo figura de quien se deja conducir
por el Espíritu, para llevar a Cristo a los demás. María modelo de evangelización,
portadora del gozo de Dios. Dichosa por su fe; modelo privilegiado de las
actitudes que pide el Adviento a la Iglesia. Así se está dispuesto y preparado
para recibir a Dios en la Navidad.
La primera
lectura tomada del Profeta Miqueas (Miq.
5, 1-4a)
nos habla de Belén como el lugar destinado al nacimiento del Mesías. Nos
hallamos en la segunda mitad del s. VII a.C. El profeta Miqueas, contemporáneo
de Isaías, anuncia al Mesías que debe venir a salvar a su pueblo. Ambos
profetas creen en la salvación que debe llegar a través del linaje de David, y
ambos insisten en que la confianza en Yahvé, y no en su propia fuerza o en las
alianzas humanas, es lo que salvará a Israel. Pero para Isaías, aristócrata
jerosolimitano, la capital tiene una importancia que para Miqueas, hijo de
campesinos, no tiene.
EL libro del
profeta Miqueas está estructurado según el más clásico estilo profético sobre
el doble eje de castigo-promesa de salvación. Este profeta ha denunciado con
acritud (ha pasado a la historia como un profeta de la desgracia, cf. Jer 26,
18) dos males que están llevando al pueblo de Dios a la ruina: los cultos
paganos y las desigualdades sociales. El profeta se desata en denuestos contra
todos: contra el pueblo porque va tras los ídolos; contra los poderosos de la
sociedad porque no piensan más que en su propia ganancia y las desigualdades
sociales son ya abismales. Por eso Israel tiene que ser deshecho, aniquilado.
El profeta sacrifica su soledad ante todos en pro de la verdad de la fe. Pero
también hay un aspecto positivo (es nuestro pasaje): el castigo se transforma
en llamada a la conversión. Y Dios prepara una renovación profunda en el
humilde clan de Efrata en el que se espera un rey mesiánico. Con la necesidad
renacen las antiguas esperanzas.
Este Rey se
caracteriza por:
1) sus
orígenes humildes, como humildes fueron los orígenes de David, significados en
la aldea de Belén;
2) su
continuidad con la dinastía davídica, que gobierna al pueblo "desde tiempo
inmemorial";
3) serán el
final del tiempo actual de abandono y dispersión: el pueblo entero, incluso el
Reino del Norte destruido, será nuevamente reunido;
4) en él se
manifestará la obra de Dios, que a través de este rey velará por su pueblo;
5) el objetivo
es que el pueblo pueda vivir en paz, liberado de las angustias que ahora sufre:
por eso este rey tiene como nombre la misma paz.
Este rey que el
profeta anuncia lo imagina para un tiempo muy cercano: los dos versículos que
siguen al texto de hoy hablan de que este rey liberará al pueblo del asedio de
los asirios.
Un anuncio
como éste no se realizó plenamente bajo ningún rey; el Mesías que aquí se
dibuja va mucho más allá de la institución monárquica israelita. No siendo posible señalar el momento histórico en que se
cumplen los tiempos mesiánicos del profeta, ni su posibilidad en el futuro el
texto nos traslada a la visión de un mundo nuevo, diferente, en el que el
Israel histórico se transforma en otro Israel, el de la esperanza. Las palabras
de Miqueas rezuman la seguridad de la victoria que se conseguirá como obra de
la potencia de Yahvé y de la majestad de su nombre (v 3).
El
Salmo responsorial de hoy es el 79 : (Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19)
El salmo 79 es
la oración de Israel ante una gran desgracia. El enemigo ha invadido el
territorio nacional y ha destruido la ciudad y el templo, y Dios parece
mostrarse indiferente y callado ante tamaña desgracia: «Pastor de Israel, ¿hasta cuándo
estarás airado?; mira desde el cielo, fíjate y ven a visitar tu viña,
suscita, Señor, un nuevo rey que dirija las victorias de tu pueblo, fortalece
un hombre haciéndole cabeza de Israel y que
tu mano proteja, a éste, tu
escogido.»
Lamentación
pública en una grave desgracia: invasión militar. El estribillo (oh Dios, restáuranos...)
señala el tono, ensanchando cada vez el nombre divino.
VV. 2-3:
Invocación y títulos: Israel y José representan aquí el reino septentrional,
del cual se citan tres tribus que ocupan la región central de Palestina. Dios
es pastor, sobre todo, en el desierto.
Dios pastoreó
a Jacob desde su juventud. Las rutas del desierto fueron holladas por el
Pastor, guía de Israel. Tras él avanzaba el Pueblo. Si ahora ha ocultado su
rostro, el pueblo le apremia a que aparezca nuevamente. Israel acepta de buen
grado que su Dios se oculte, pero a condición de que posteriormente
resplandezca, porque Dios es el buen Pastor que cuida y vela por su rebaño.
Busca la oveja perdida, torna a la descarriada, cura a la herida y sana a la
enferma. Han sido congregadas las ovejas dispersas por los montes, en torno a
quien afirma ser el Buen Pastor. En él también nosotros hemos hallado al Pastor
y guardián de nuestras almas. Dios ha hecho brillar su rostro sobre nosotros y
nos salva.
Los querubines
son los animales alados que sustentan el trono de Dios; y el resplandor indica
la aparición o teofanía.
VV. 15-16:
Dios debe actuar, pues se trata de «tu
viña que tu
diestra plantó, que tú
hiciste vigorosa».
La tradición[1] ha
entendido siempre que esta viña de Dios es la Iglesia, que extiende sus
pámpanos hasta el mar y sus brotes hasta el Gran Río. El Señor es la verdadera
vid, nosotros los sarmientos y su Padre el labrador. De las cepas de los
Patriarcas y los Profetas, ha germinado Cristo, como un vástago prodigioso.[2] La
antigua viña infiel ha sido renovada por Él y de ella ha nacido la Iglesia,
plenitud de Cristo mismo, que forma con Jesús una misma cosay se extiende y
dilata sobre toda la superficie de la tierra.
Israel es una
cepa selecta plantada por Yahvé; es la viña frondosa. Dios mismo la cuidó con
mimo: «la entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas» (Is 5,2). El obrero
enamorado de su viña tan sólo tiene que esperar la abundante cosecha de uva que
sus cuidados merecen. Espera y trabajos de amor perdidos: la viña dará sólo
agrazones, asesinatos y lamentos. El primer amor se trueca en celo destructor y
purificador. La viña pasará a otros que paguen los frutos a su tiempo (Mt
21,41). Esos otros somos nosotros; es la Iglesia injertada en la vid verdadera,
que extiende sus pámpanos de un extremo al otro de la tierra. El nuevo Israel,
nacido de esa vid selecta, no puede ser estéril -so pena de que sus sarmientos
sean amputados y se sequen-, sino que dará un fruto de sazonada justicia, que
es el amor.
V. 19:
Aleccionado por el castigo, el pueblo promete la enmienda, es decir, la
fidelidad a Dios, para convivir con Él e invocar exclusivamente su nombre y no
el de otros dioses.
La segunda lectura
tomada de la Carta a los Hebreos (Hb 10, 5-10) presenta la
misión del Mesías
El fragmento de
hoy, se inscribe dentro de la sección de 10,1-18. En 5,9-10 el autor de Hebreos
había anunciado tres temas: que Jesús es sacerdote según el orden de
Melquisedec, que es sacerdote perfecto y que es causa de eterna salvación para
los hombres. En los cc 7-9 ha desarrollado los dos primeros temas. Ahora se
centra en el tercero.
Uno de los
momentos culminantes de la carta a los Hebreos, que, leído en este último domingo
de Adviento, muestra cómo la encarnación del Hijo de Dios incluye su vida
entera, la realización del plan del amor de Dios que se manifestará en el amor
entregado de Jesús en toda su vida hasta la muerte en cruz. Y a través de esta
vida entera a nosotros se nos han abierto las puertas de la vida de Dios.
A partir de un
fragmento del salmo 40 (39), el autor muestra que el camino hacia Dios no pasa
por la Ley de Israel y sus prescripciones sino por una actuación en la vida (en
el "cuerpo") que realice la "voluntad" de Dios, su proyecto
de hombre. Jesús es el que es capaz de decir plenamente lo que Dios espera diga
el hombre: "Aquí estoy para hacer tu voluntad".
Jesucristo ha
realizado "la oblación de su cuerpo", es decir, ha puesto toda su
vida en función del proyecto que Dios tenía: ha realizado la vida de Dios (el
amor total) en una vida humana.
El sacrificio
de Jesús, núcleo de su misterio, consiste en su donación total, personal al
Padre. En otros pasajes, Heb dice que Jesucristo «se ofreció él mismo a Dios» o
le ofreció un sacrificio «en su propia sangre». «Realizar el designio de Dios»
y «ofrecerse a sí mismo» son la misma cosa; no en el sentido de que Dios
quisiera la muerte de Jesús en la cruz, sino en el sentido más radical de la
autodonación de Jesús a Dios con todas sus consecuencias, hasta la donación
cruenta de la propia vida.
El autor
introduce las palabras de Sal 40 con una expresión iluminadora, que lleva hasta
el final de su concepción: Jesucristo, «al entrar en el mundo, dice» (10,5a).
El sacrificio de Jesús no fue un rito externo, sino su plena entrega interior a
Dios; pues bien: esta entrega no se limitó al momento de su muerte, sino que
fue la razón de ser de toda su vida. El sacrificio de Jesús fue toda su vida
«en la carne» (5,7), animada toda ella por una absoluta entrega a Dios y,
después, asumida, consumada, llevada a la perfección en la cruz. Es preciso
releer toda la carta entendiendo el «sacrificio de Jesús», núcleo explicativo
de todo su ser, no como un momento puntual de su vida, sino como el sentido de
toda ella, consumada en la cruz. La mentalidad cultual es asumida, pero también
transformada y llevada a su cumplimiento. Jesucristo es el "una vez para
siempre" de la historia de los hombres.
La utilización
del Sal 40, puesto en boca de Jesús para expresar el núcleo de su misterio,
puede ser muy aleccionadora para nosotros. Heb no juzga en bloque lo que
nosotros llamamos Antiguo Testamento. Encuentra en él muchas «palabras» que
anuncian algo nuevo y distinto: un nuevo sacerdote según el orden de
Melquisedec (7,11.17), una alianza nueva, interior (8,7-13) y, en la raíz, un
sacrificio distinto, el único válido (10,4-10). Es más: estos mismos oráculos
desautorizan el sacerdocio levítico, la alianza caduca, los sacrificios de
animales. Del complejo conjunto del mundo antiguo, Heb recoge aquellos oráculos
proféticos que ve realizados en Cristo y rechaza el culto, incapaz de perdonar
el pecado. Sin duda, la luz que le ha permitido entender el mensaje de tales
oráculos y el fracaso del culto es su fe en Jesucristo muerto y consumado en
Dios. La comprensión del misterio de Jesucristo le ha dado la libertad de
condenar lo que era condenable de la antigüedad y, al mismo tiempo, la suprema
libertad de aprobar y asumir lo que era bueno.
Este es el
sentido de su encarnación. Y así todos los hombres, si se unen a él (= si creen
y ponen toda la confianza en él, y si intentan vivir como él), son "santificados",
se les abren las puertas de la vida divina.
El evangelio
es un texto de San Lucas (Lc. 1, 39-45).
El evangelio
de hoy nos sumerge de lleno en el gran acontecimiento de todos los tiempos: la
Navidad. "En
aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo
de Judá..." (Lc 1, 39). El Evangelio dice con bastante
imprecisión: "En aquellos días", sin permitirnos decir cuánto tiempo
transcurrió entre el anuncio del ángel y el viaje de
María. Por otro lado, el
Evangelio precisa el tiempo que María estuvo con Isabel fuera de su casa:
"María permaneció con ella (Isabel) unos tres meses, y se volvió a su casa
(Lc 1,56). La intención del evangelista es hacer comprender que María se quedó
con Isabel hasta después del nacimiento de su hijo Juan. Es claro que María
volvió a su casa cuando ella misma tenía más de tres meses de embarazo.
Centrándonos
en el texto vemos que ya había comenzado
la historia del amor divino, en el misterio
de la Encarnación. En efecto, en las
entrañas de María, había comenzado a
latir un germen de vida que un día llegaría a ser el Mesías. Como todo hombre
que comienza su gestación en el seno materno, Jesús, el Hijo de Dios hecho
hombre, había iniciado su historia en el tiempo. Otro hombre también lo hacía en
el seno de otra mujer, Isabel, la mujer de
Zacarías.
Para nuestra vida.
En las
lecturas de este cuarto domingo de Adviento, vemos que ni Belén de Éfrata fue grande por el simple
hecho de ser pequeña, sino porque de ella salió el Mesías; ni Isabel y María
fueron grandes por ser económica o socialmente pobres, sino por poner su vida
enteramente al servicio del Señor; ni Cristo fue grande por ofrecer a Yahvé
grandes sacrificios y holocaustos, sino por ofrecer el sacrificio de su
voluntad del Padre. Son lecturas que nos llaman a la humildad.
Llegamos al
final del Adviento. Hoy, ahora, hemos completado la iluminación del altar con
la cuarta vela de nuestra corona. Y surge la reflexión de que es --¿qué está
siendo?-- el Adviento para nosotros. Es conveniente centrar nuestro interés en ver la perfecta
secuencia todo el camino litúrgico de la llegada de Jesús. Los textos de este
cuarto domingo de Adviento son muy significativos. La profecía de Miqueas sobre
Belén ya centra el lugar del nacimiento del Señor. El Salmo habla de que el
Señor nos mire y nos salve. Y es que quedan pocas jornadas para el gran
acontecimiento de la Navidad y debemos estar preparados. Hemos esperado la
llegada del Niño y eso es el Adviento.
El IV domingo
pone a María en conexión profunda con el Mesías que viene. En la antífona de
comunión se propone el versículo de Mt 1,23 que recoge a Is 7,14: "La
Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel".
La oración sobre las ofrendas reza: "El mismo Espíritu, que cubrió con su
sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre,
santifique... estos dones que hemos colocado sobre tu altar". María es la
tierra fecunda, que por la acción santificadora del Espíritu Santo, da a luz al
mundo, al Dios- con-nosotros. Este IV domingo la contempla como figura
culminante del Adviento, en su actitud de donación y fecundidad generosa. María
"esperó (a su Hijo) con inefable amor de Madre". María, portadora del
Hijo de Dios, lo lleva a casa de Isabel. María es la "bendita... entre las
mujeres" y lo que es porque ha "creído". Al final "se
cumplirá... lo que... ha dicho el Señor" (evangelio).
También la
Iglesia llegará a la Navidad siendo dichosa si acoge a Jesús como María, si cree
lo que el Espíritu Santo le comunica en la Palabra y en los signos de los
tiempos, si es portadora de Dios (=evangelizadora) y lo comunica con fidelidad
y en actitud de servicio
La primera
lectura tomada del Profeta Miqueas (Miq.
5, 1-4a)
nos habla de Belén como el lugar destinado al nacimiento del Mesías. Y
"Esto
dice el Señor: Pero tú Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti
saldrá el jefe de Israel" (Mi 5, 1). Belén, la
ciudad de David. Belén de Judá: la ciudad señalada con el dedo de Dios. Perdida
en la historia de los patriarcas y renacida luego por ser cuna del rey David,
el de palabras encendidas y de nobles sentimientos. El profeta Miqueas
contempla extasiado cómo en este pueblo, cuyo nombre significa "Casa del
pan", nacerá el Mesías.
El oráculo de
la lectura de hoy hace probablemente alusión a la famosa profecía del Emmanuel
(Is 7), pronunciada por Isaías unos treinta años antes, pero en lugar de hablar
del David rey de Jerusalén habla del David pastor de Belén. Efrata era
originariamente el nombre de un clan aliado del de Caleb, que se instaló en la
región de Belén y acabó dando el nombre a esta ciudad: "Belén de
Efrata". Al morir Raquel, fue sepultada "en el camino de Efrata, o
sea en Belén" (Gn 35,19; cf. 48.7). Al casarse los bisabuelos de David,
Booz y Rut, la gente del pueblo grita: "Que seas poderoso en Efrata, y
famoso en Belén" (Rt 4,11). Js 15,59 habla de "Efrata, que es
Belén", al hacer la lista de las ciudades de Judá.
La tradición
judeocristiana ha visto constantemente en este oráculo una profecía mesiánica
anunciando la venida de un personaje futuro encargado de gobernar a Israel. Sus
orígenes son los de la familia real de Judá, ya que, nacido en Belén y pastor
del rebaño mesiánico, él dibuja la figura del nuevo David. El evangelio ha visto
la realización de esta promesa en el nacimiento del mismo Jesús (cf. Mt 2, 6).
Lugares comunes que quieren decir la esperanza siempre nueva de vernos más
cerca del día futuro.
Miqueas
predice que de Belén de Efrata saldrá «el jefe de Israel» (5,1). Con él llegará
a Israel la paz (v 4).
Esta profecía
estará muy presente en la historia de Israel, que esperaba su liberación por medio
de ese personaje biblico. En tiempos de Jesús la figura del Mesías estaba vista
como un jefe político dotado de fuerza sobrehumana que libraría al pueblo judío
de su esclavitud. Pero la sabiduría de Dios preveía una libertad no temporal,
sino espiritual y eterna. El Mesías que llegó venía a salvar almas y buscar la
Gloria futura de los cuerpos. Y para nada pretendía sustituir un imperio por
otro.
El
Salmo responsorial de hoy es el 79 : (Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19)
expresa un deseo ardiente : "Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y
nos salve".
Por el pecado original con el que nacemos, nacemos como vasijas rotas,
inclinadas al pecado, con múltiples ranuras y debilidades.
Con este salmo
podemos hoy pedir por la Iglesia y sus pastores. También el nuevo Israel
sucumbe frecuentemente ante el enemigo, y le falta mucho para ser aquella vid
frondosa que atrae las miradas de quienes tienen hambre de Dios. Esa Iglesia universal,
cuya sombra quieres
que cubra las montañas, que extienda
sus sarmientos hasta el mar. Una Iglesia cuyo mensaje topa con dificultades, su Evangelio,
con frecuencia, es adulterado. Pidamos para que Dios ponga sus ojos sobre su
Iglesia, que tu mano
proteja a los pastores, a los
hombres que tú fortaleciste para guiar a tu Iglesia.
Aclamación confiada en el salmo. Con la
esperanza de que el Señor venga pronto a restaurar nuestras debilidades y
pecados, preparamos, alegres, para el día de la Navidad.
Expresa un deseo ardiente : "Oh Dios, restáuranos, que brille tu
rostro y nos salve".
Por el pecado original con el que nacemos, nacemos como vasijas rotas,
inclinadas al pecado, con múltiples ranuras y debilidades.
Debemos
pedirle a Dios todos los días que nos restaure, es decir, que llene con su
gracia las debilidades físicas y morales con las que ya venimos a este mundo.
Pedirle a Dios que muestre su poder y que venga a salvarnos. Es esta una buena petición para este tiempo último de
Adviento, ya en vísperas de la Navidad.
Así
comenta San Juan Pablo II este salmo:" El Señor visita su
viña
1. El salmo que se
acaba de proclamar tiene el tono de una lamentación y de una súplica de todo el
pueblo de Israel. La primera parte utiliza un célebre símbolo bíblico, el del
pastor y su rebaño. El Señor es invocado como "pastor de Israel", el
que "guía a José como un rebaño" (Sal 79, 2). Desde lo alto del arca de la alianza, sentado sobre
los querubines, el Señor guía a su rebaño, es decir, a su pueblo, y lo protege
en los peligros.
Así lo había hecho cuando
Israel atravesó el desierto. Sin embargo, ahora parece ausente, como adormilado
o indiferente. Al rebaño que debía guiar y alimentar (cf. Sal 22) le da de comer llanto (cf. Sal 79, 6). Los enemigos se burlan
de este pueblo humillado y ofendido; y, a pesar de ello, Dios no parece
interesado, no "despierta" (v. 3), ni muestra su poder en defensa de
las víctimas de la violencia y de la opresión. La invocación que se repite en
forma de antífona (cf. vv. 4. 8) trata de sacar a Dios de su actitud
indiferente, procurando que vuelva a ser pastor y defensa de su pueblo.
2. En la segunda
parte de la oración, llena de preocupación y a la vez de confianza, encontramos
otro símbolo muy frecuente en la Biblia, el de la viña. Es una imagen fácil de
comprender, porque pertenece al panorama de la tierra prometida y es signo de
fecundidad y de alegría.
Como enseña el profeta
Isaías en una de sus más elevadas páginas poéticas (cf. Is 5, 1-7), la viña encarna a Israel. Ilustra dos dimensiones
fundamentales: por una parte, dado que ha sido plantada por Dios (cf. Is 5, 2; Sal 79, 9-10), la viña representa el don, la gracia, el amor de
Dios; por otra, exige el trabajo diario del campesino, gracias al cual produce
uvas que pueden dar vino y, por consiguiente, simboliza la respuesta humana, el
compromiso personal y el fruto de obras justas.
3. A través de la
imagen de la viña, el Salmo evoca de nuevo las etapas principales de la
historia judía: sus raíces, la experiencia del éxodo de Egipto y el
ingreso en la tierra prometida. La viña había alcanzado su máxima extensión en
toda la región palestina, y más allá, con el reino de Salomón. En efecto, se
extendía desde los montes septentrionales del Líbano, con sus cedros, hasta el
mar Mediterráneo y casi hasta el gran río Éufrates (cf. vv. 11-12).
Pero el esplendor de este
florecimiento había pasado ya. El Salmo nos recuerda que sobre la viña de Dios
se abatió la tempestad, es decir, que Israel sufrió una dura prueba, una cruel
invasión que devastó la tierra prometida. Dios mismo derribó, como si fuera un
invasor, la cerca que protegía la viña, permitiendo así que la saquearan los
viandantes, representados por los jabalíes, animales considerados violentos e
impuros, según las antiguas costumbres. A la fuerza del jabalí se asocian todas
las alimañas, símbolo de una horda enemiga que lo devasta todo (cf. vv. 13-14).
4. Entonces se dirige
a Dios una súplica apremiante para que vuelva a defender a las víctimas,
rompiendo su silencio: "Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira
desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña" (v. 15). Dios seguirá
siendo el protector del tronco vital de esta viña sobre la que se ha abatido
una tempestad tan violenta, arrojando fuera a todos los que habían intentado
talarla y quemarla (cf. vv. 16-17).
En este punto el Salmo se
abre a una esperanza con colores mesiánicos. En efecto, en el versículo 18 reza
así: "Que tu mano proteja a tu escogido, al hijo del hombre que tú
fortaleciste". Tal vez el pensamiento se dirige, ante todo, al rey
davídico que, con la ayuda del Señor, encabezará la revuelta para reconquistar
la libertad. Sin embargo, está implícita la confianza en el futuro Mesías, el
"hijo del hombre" que cantará el profeta Daniel (cf. Dn 7, 13-14) y que Jesús escogerá
como título predilecto para definir su obra y su persona mesiánica. Más aún,
los Padres de la Iglesia afirmarán de forma unánime que la viña evocada por el
Salmo es una prefiguración profética de Cristo, "la verdadera vid" (Jn 15, 1) y de la Iglesia.
5. Ciertamente, para
que el rostro del Señor brille nuevamente, es necesario que Israel se
convierta, con la fidelidad y la oración, volviendo a Dios salvador.
Es lo que el salmista expresa, al afirmar: "No nos alejaremos de
ti" (Sal 79, 19).
Así pues, el salmo 79 es un canto marcado fuertemente por el sufrimiento, pero también por una confianza inquebrantable. Dios siempre está dispuesto a "volver" hacia su pueblo, pero es necesario que también su pueblo "vuelva" a él con la fidelidad. Si nosotros nos convertimos del pecado, el Señor se "convertirá" de su intención de castigar: esta es la convicción del salmista, que encuentra eco también en nuestro corazón, abriéndolo a la esperanza" . (San Juan Pablo II . Audiencia general . Miércoles 10 de abril de 2002).
Así pues, el salmo 79 es un canto marcado fuertemente por el sufrimiento, pero también por una confianza inquebrantable. Dios siempre está dispuesto a "volver" hacia su pueblo, pero es necesario que también su pueblo "vuelva" a él con la fidelidad. Si nosotros nos convertimos del pecado, el Señor se "convertirá" de su intención de castigar: esta es la convicción del salmista, que encuentra eco también en nuestro corazón, abriéndolo a la esperanza" . (San Juan Pablo II . Audiencia general . Miércoles 10 de abril de 2002).
A Dios debemos
pedirle todos los días que nos restaure, es decir, que llene con su gracia las
debilidades físicas y morales con las que ya venimos a este mundo. Pedirle a
Dios que muestre su poder y que venga a salvarnos. Es esta una buena petición para este tiempo último de
Adviento, ya en vísperas de la Navidad.
Hagamos nuestra
la estrofa del salmo: " OH DIOS, RESTÁURANOS, QUE BRILLE TU ROSTRO Y NOS
SALVE".
La segunda lectura
tomada de la Carta a los Hebreos (Hb 10, 5-10) presenta la
misión del Mesías. El texto se inscribe dentro de la sección de 10,1-18
En este clima de Adviento, el texto se centra
en las palabras "cuando Cristo entró en el mundo", como anticipación
de la Encarnación que celebraremos en Navidad. Toda la vida de Jesús es
salvífica, desde la Encarnación a la Resurrección; pues toda ella, desde el
primer momento, estuvo a disposición de Dios.
El autor pone
en labios de Jesús, apenas nacido, las palabras del Sal 40. En el contexto
original se trata de un salmo en el que un hombre justo, después de haber
experimentado en su vida la salvación de Dios, le da gracias y promete cumplir
su voluntad en vez de ofrecerle sacrificios de animales y holocaustos. Pero en
la boca de Jesús estas palabras son como el "introito" del sacrificio
de su vida que ha de culminar en la cruz. Jesús entra en el mundo bajo el signo
de la obediencia al Padre y permanece bajo este signo hasta que todo haya sido
cumplido según la voluntad del Padre.
Concisamente
explica el autor el sentido de su cita: los sacrificios del A.T. no agradan a
Dios y son abolidos definitivamente; en su lugar, Jesús establece el único
sacrificio que agrada a Dios y que consiste en cumplir su voluntad.
Participar en
el sacrificio de Cristo es siempre y radicalmente cumplir, como él, la voluntad
de Dios.
Si Jesús se ha
ofrecido de una vez por todas, pues se ha ofrecido sin reservas al Padre, ya no
tiene por qué repetir su sacrificio.
Cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas… Entonces yo dije lo que está
escrito en el libro: aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.
Y si él se ha
ofrecido por todos los hombres, podemos confiar que por su sangre todos hemos
sido salvados.
Dios ha
consumado su salvación. Como se nos dice y se nos repite varias veces en el
fragmento de la carta a los Hebreos, Cristo ofreció de una vez para siempre un
sacrificio al Padre, el sacrificio de su propia vida. Ese era el sacrificio que
Dios, su Padre, le pedía y con ese sacrificio único del Hijo, el Padre nos
libró a todos nosotros de nuestros pecados. El mayor sacrificio que podemos
hacer nosotros en nuestra propia vida cristiana es cumplir la voluntad de Dios,
nuestro Padre. Si asociamos nuestro sacrificio con el sacrificio de Cristo,
nuestro sacrificio tendrá un valor redentor. Eso es lo que hacemos de una
manera sacramental y única en el sacrificio de la misa y eso es lo que debemos
hacer siempre cuando ofrecemos a Dios algún sacrificio determinado: unir
nuestro sacrificio al sacrificio de Cristo.
Hoy el evangelio nos presenta una escena entrañable. Nos sumerge de lleno en el
gran acontecimiento de todos los tiempos: la Navidad. "En aquellos días, María
se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá..." (Lc
1, 39). El Evangelio dice con bastante imprecisión: "En
aquellos días", sin permitirnos decir cuánto tiempo transcurrió entre el
anuncio del ángel y el viaje de María. Por otro lado, el Evangelio precisa el
tiempo que María estuvo con Isabel fuera de su casa: "María permaneció con
ella (Isabel) unos tres meses, y se volvió a su casa (Lc 1,56). La intención
del evangelista es hacer comprender que María se quedó con Isabel hasta después
del nacimiento de su hijo Juan. Es claro que María volvió a su casa cuando ella
misma tenía más de tres meses de embarazo.
Centrándonos
en el texto vemos que ya había comenzado
la historia del amor divino, en el misterio
de la Encarnación. En efecto, en las
entrañas de María, había comenzado a
latir un germen de vida que un día llegaría a ser el Mesías. Como todo hombre
que comienza su gestación en el seno materno, Jesús, el Hijo de Dios hecho
hombre, había iniciado su historia en el tiempo. Otro hombre también lo hacía en
el seno de otra mujer, Isabel, la mujer de
Zacarías.
Lucas acentúa la prontitud de María en servir, en ser sierva.
El ángel habla del embarazo de Isabel e, inmediatamente María se dirige de prisa
a su casa para ayudarla. De Nazaret hasta la casa de Isabel hay una distancia
de más de 100 Km., cuatro días de viaje, en las condiciones de aquel tiempo.
María empieza a servir y a cumplir su misión a favor
del pueblo de Dios.
Isabel representa el Antiguo Testamento que estaba terminando. María
representa el Nuevo que está empezando. El Antiguo Testamento acoge el Nuevo
con gratitud y confianza, reconociendo en ello el don gratuito de Dios que
viene a realizar y a completar la expectativa de la gente. En el encuentro de
las dos mujeres se manifiesta el don del Espíritu. La criatura salta de alegría
en el seno de Isabel. Esta es la lectura de fe que Isabel hace de las cosas de
la vida.
María, sale a
nuestro encuentro para que, salgamos de nuestros egoísmos particulares y
ofrezcamos nuestro esfuerzo y nuestra ayuda para que, este mundo nuestro, sea
un poco más hermano, más pacífico y menos sufriente. ¿Acaso lo tuvo fácil
María? ¿E Isabel?
En el caso de
María, la emoción y la ternura de la madre que espera ilusionada a su querido
hijo ha sido sacralizada, por decirlo así, en la devoción popular que la
Iglesia ratificó con su liturgia. En efecto, los días que preceden a la Navidad
son los días de la Virgen de la O. ¡Oh!, exclamación gozosa y llena de
admiración ante la grandeza de ese Niño que va a nacer, y que a partir del día
diecisiete de diciembre, el oficio de Vísperas va repitiendo en sus antífonas
al "magníficat", al tiempo que aclama al Mesías como Sabiduría
divina, Dios y Jefe de la casa de Israel, Raíz de Jesé y llave de David, Sol
naciente y Rey de los pueblos, el Emmanuel prometido y deseado.
Isabel embarazada reconoce la maternidad divina de María. La
sensibilidad femenina ha sido capaz de descubrir aquello que estaba oculto.
Isabel dice a
María: “¡Bendita eres tú entre todas las
mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!” Hasta hoy,
estas palabras forman parte de la oración
más conocida y más rezada en el mundo entero, que es el "Dios te
salve María".
¡Bendita Tú entre las mujeres! Fue el
grito espontáneo de Isabel a María.
"¡Dichosa por haber creído que de
cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor!”. Es el elogio
de Isabel a María y lo que recuerda Lucas a las comunidades: creer en la
Palabra de Dios, pues la Palabra de Dios tiene la fuerza para realizar todo
aquello que nos dice. Es Palabra creadora. Engendra vida en el seno de la
virgen, en el seno de la gente pobre que la acoge con fe.
El encuentro
de María con Isabel no ha quedado sólo en Ein Karem. Hoy, aquí y ahora, María
se encuentra con nosotros para ayudarnos a descubrir el tesoro de la fe que,
por lo que sea, puede estar oscurecido o demasiado escondido.
. Hoy, como entonces, María se ha
puesto en camino. Y, en este domingo IV de adviento, nos ayuda a alegrarnos por
lo que está por venir; por lo que está por pasar; por lo que, Ella, ha sabido
guardar y hacer crecer en las en los entresijos de Madre. Pero ¿cómo alegrar al
mundo si, tal vez, nosotros hemos perdido la alegría del acontecimiento por el
Nacimiento del Salvador? Recuperemos no sólo la cuna o el pesebre, recuperemos
el contenido de la Navidad.
Ojalá la
contemplación de estos hechos que precedieron al nacimiento de Jesús introduzca
en nuestro corazón, bajo la acción del Espíritu Santo, la misma humildad, la
misma sencillez y la misma fe inquebrantable de María. También nosotros,
movidos por el Espíritu Santo como Isabel, digámosle
"bienaventurada", para que se cumpla su oráculo: "Todas las
generaciones me llamarán 'bienaventurada', porque el Poderoso ha hecho cosas
grandes por mí" (Lc 1,48-49).
El elogio de
Isabel a María: “¡Has creído!” Su marido tuvo problema en creer lo que el ángel
le decía. ¿Y yo?.
Viene el
Señor, y aunque por lo inesperado que resultó su visita ante una realidad que
le aguardaba victorioso y potente, ojala nos sintamos privilegiados para vivir,
sentir y celebrar la Navidad como el mejor regalo de Dios a la humanidad.
Vivamos estos días con este gozo, con esta alegría interior, con esto
que también Isabel le dice a la Virgen, ”Feliz
de Ti por haber creído que se cumplirá”, también nosotros creamos profundamente en este
Dios que viene a cumplir sus promesas en nuestra historia personal.
Colocándome en
la posición de María e Isabel: ¿soy capaz de percibir y experimentar la
presencia de Dios en las cosas sencillas y comunes de la vida de cada día?
Señor,
queremos ser como Isabel para confiar en
tu Amor sabiendo que sólo desde la humildad,
se puede descubrir tus caminos, tus obras.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
[1]
TEODORETO, Interpretatio in psalmos, 79, PG 80. En
el mismo sentido la tradición, P. SALMON OSB, Les 'Tituli psalmorum' des
manuscrits latins, París 1959, Serie I (S. Columbano), 79, p. 143: 'quod ipse
(Christus) super cherubim residens ecclesiasticam vineam dilatet ac defendat.';
Serie Vl (Casiododro-S. Beda), 79, p. 167: 'Vox prophetae de adventu Christi,
et de vineae, id est, Ecclesiae dilatatione.'
[2] Is 11: 1