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viernes, 7 de agosto de 2020

Comentario a las Lecturas de la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María a los cielos. 15 de agosto 2020

 Comentario a las Lecturas de la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María a los cielos. 15 de agosto 2020

De entre las cuatro solemnidades del calendario litúrgico en las que María es protagonista -1 de enero, maternidad divina; 8 de diciembre, inmaculada concepción; 15 de agosto, gloriosa asunción- o juega un papel decisivo -25 de marzo, anunciación del Señor-, podríamos decir que dos de ellas tienen referencias más cristológicas -maternidad y anunciación- y las otras dos las tienen más eclesiológicas -concepción y asunción-. Es cierto que para María -como para la Iglesia- todo es cristológico: ¡todo está en función del Cristo salvador! Pero con esta distinción quiero mostrar que en la comprensión de estos dos misterios de María entra un factor "ejemplar" para con la Iglesia que es importante: María es la primera redimida -inmaculada concepción- y es la primera glorificada -asunción-.

La fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, se celebra en toda la Iglesia el 15 de agosto.

Esta fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la asunción de su cuerpo al cielo. Así lo expresamos en el prefacio de la misa del día : "Porque hoy ha sido llevada al cielo la Virgen Madre de Dios, figura y primicia de la Iglesia, garantía de consuelo y esperanza para tu pueblo, todavía peregrino en la tierra.

Con razón no permitiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro aquella que, de un modo inefable, dio vida en su seno y carne de su carne al autor de toda vida, Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro".

Según la doctrina de la Iglesia católica, que se basa en una tradición acogida también por la Iglesia ortodoxa (si bien por ésta no definida dogmáticamente), María entró en la gloria no sólo con su espíritu, sino íntegramente con toda su persona, como primicia –detrás de Cristo- de la resurrección futura.. Fue establecido como dogma por el Papa Pío XII, el día 1 de noviembre de 1950.

¿En qué se diferencia la Asunción de María de la Ascensión de Cristo? La misma palabra <Asunción> lo sugiere: el verbo asumir significa “hacerse cargo de algo, tomar para sí”. La Virgen fue asunta, fue tomada por Dios, fue atraída por Dios, la Asunción fue obra de Dios, no de la Virgen María; en cambio, Cristo ascendió a los cielos por su propia fuerza y virtud. En definitiva, más allá de frases y metáforas, en esta fiesta de la Asunción de la Virgen, los cristianos debemos alabar a Dios y de darle gracias porque hizo posible que una criatura humana como nosotros –María- fuera directamente a vivir con Él, nada más terminada su vida terrena. Esta es la aspiración de cada uno de nosotros, los cristianos.

Hoy las lecturas nos sitúan ante la batalla entre dos fuerzas antagónicas. San Agustín en su obra «La ciudad de Dios», dice en una ocasión que toda la historia humana, la historia del mundo, es una lucha entre dos amores: el amor de Dios hasta la pérdida de sí mismo, hasta la entrega de sí mismo, y el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, hasta el odio de los demás. Esta misma interpretación de la historia, como lucha entre dos amores, entre el amor y el egoísmo, aparece también en la lectura tomada del Apocalipsis, proclamada hoy. Aquí, estos dos amores, aparecen en dos grandes figuras. Ante todo, una mujer vestida de sol y coronada de estrellas con la luna bajo sus pies.

La otra figura es el dragón rojo, fortísimo, con una manifestación impresionante e inquietante de poder sin gracia, sin amor, del egoísmo absoluto, del terror, de la violencia.

 

La primera lectura del libro del Apocalipsis (Ap. 11, 19; 12, 1-6. 10), nos sitúa ante una de las revelaciones de la grandeza y el poder de Dios. En la isla de Patmos, en medio a su destierro, San Juan contempla visiones grandiosas, que luego trasmite a los cristianos de su comunidad, perseguidos por la crueldad del emperador romano y sus secuaces. Como él, también ellos necesitaban el consuelo de aquellas revelaciones que anunciaban la grandeza y el poder del Señor. Era necesario recordarles que sus sufrimientos de entonces eran el precio de la gloria.

El Apocalipsis siempre se ha tenido como un escrito desconcertante, sobre todo por el género literario del que se sirve el autor: mezcla de forma apocalíptica y de estilo profético. El autor nos transmite el mensaje cristiano teniendo en cuenta la palabra de Dios y las situaciones por las que pasa la comunidad cristiana. De este modo nos descubre el sentido del mundo y de la historia. Para no reducirse a una interpretación circunstancial de un momento concreto, el elemento poético subyace en toda la obra.

La lectura de hoy se abre con un preámbulo (v. 19).

 Se inicia con la presentación del acontecimiento de la aparición del arca en el templo celestial (11. 19a), situándonos en el "hoy" del tiempo mesiánico y escatológico; y, una vez "situados", aparecen dos signos (12. 1-6a): la mujer y el dragón, signos que deben ser interpretados por la asamblea litúrgica en el espacio-tiempo del hoy; signos que representan la lucha dramática entre el bien y el mal, entre el anuncio del Evangelio y el rechazo-indiferencia del mundo en que vive la asamblea.

El templo es la morada de Dios, y el arca su símbolo. El templo de Dios es su Hijo, Cristo (Jn. 2, 19). Con Cristo se establece la alianza definitiva con la humanidad, la morada de Dios entre los hombres. La tormenta formidable (que une lo anterior con lo que sigue) es en la tradición israelita un signo teofánico.

 

La gran señal: la mujer (12, 1-2). La tradición exegética, en su mayoría, la ha interpretado en clave eclesiológica. La mujer simboliza la Iglesia del A.T. que esperaba la hora del Mesías (v.2, cfr. Is. 66, 7-10). La Iglesia como vida (Eva=vida, Gen. 3.20), que ve cumplidas sus esperanzas.

"Después apareció... una mujer": es el pueblo de Dios. Con la imagen de la mujer en la tradición bíblica van muy unidas la idea de "la esposa" -la alianza de Dios con su pueblo- así como la de "la madre": Jerusalén, los hijos de Sión, los hijos de Dios. Dios cubre a la mujer ("vestida del sol") con los dones de la fidelidad y de las promesas para llevar a cabo su misión en el hoy del tiempo inaugurado ("la luna" representa el tiempo).

Misión destinada a triunfar: la corona es el símbolo de la victoria final. La mujer representa a toda la asamblea del pueblo de Dios: las "doce-estrellas" simbolizan su unidad, la del AT y la del NT.

 En contraposición al gran signo aparece el dragón rojo (v.3), símbolo del poder adverso, el que resiste el señorío de Cristo, el que traspasó a la serpiente huidiza (Job 26, 12-13). Las cabezas, cuernos y diademas son símbolos del poder y de su reinado (v. 3b). Se establece una tensión entre ambos poderes. El Mal planea, acecha (v. 4) y no acepta la Esperanza, el Ungido (v. 5).

"Apareció otro portento... Un enorme dragón rojo": el mal, que actúa penetrando la historia humana, sobre todo desde los "centros de poder" (las siete-cabezas con las siete-diademas), destruyendo la unidad y la comunión de la asamblea (barre del cielo parte de las estrellas). El mal se opone a que la mujer dé a luz y quiere destruir su fruto. El Mesías es el hijo alumbrado por la asamblea en cada época de la historia, hasta su venida en la plenitud de la gloria. La garantía de que nada impedirá su alumbramiento es que "lo llevaron junto al trono de Dios"; así pues, el mal no impedirá el alumbramiento de Xto en el hoy por la asamblea del pueblo de Dios.

La mujer que huye al desierto (v. 6a), la Iglesia que permanece en la tierra en espera del triunfo, de la promesa definitiva y de la victoria (v. 10). María, como nueva Eva, es tipo de la Iglesia. En ella la Iglesia ya llegó a su perfección. Por eso el pasaje anterior adquiere también una aplicación mariológica.

 

En esta ocasión el cielo se abre para mostrar una gran aparición, "una señal grande": Una mujer vestida de sol y coronada de estrellas con la luna bajo sus pies. Es, sin duda, uno de esos numerosos signos en los que tanto abundan los escritos de S. Juan. Por otra parte, como los demás signos, su significado es polivalente. Pero el que hoy nos sugiere la Iglesia es que contemplemos la figura rutilante de Santa María, enfrentada al dragón rojo, segura de su victoria. Para que confiemos en su protección y su ayuda.

 

El responsorial es el salmo14 (Sal 44, 10. 11-12. 16)

 El salmo 44 es un poema nupcial en dos partes: la primera canta al Rey, el esposo (vv. 2-10); la segunda, a su esposa (vv. 11-18). Según algunos autores, este salmo sería un canto profano para las bodas de un rey israelita, Salomón, Jeroboam II o Ajab. Pero las tradiciones judía y cristiana lo refieren a los desposorios del Rey Mesías con Israel (figura de la Iglesia), y la liturgia, a su vez, amplía la alegoría refiriéndolo a la Virgen María. El poeta se dirige primero al Rey Mesías, vv. 3-10, aplicándole atributos de Yahvé y del Emmanuel; luego, a la reina, (vv. 11-17).

Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Canto nupcial. Es una composición , en la que se celebran las bodas del rey de Israel con una princesa extranjera. El rey debe gobernar con equidad y defender al pueblo (vv. 2-9), y la reina debe olvidar su patria anterior para adaptarse a su nueva condición (vv. 11ss).

(v. 10). Hijas de reyes: alusión a las princesas del séquito que acompañaba y daba esplendor a la reina esposa. De pie a tu derecha está la reina: se introduce la mención de la reina, a la cual en seguida se dirigirá una alocución. Estar a la derecha era un sumo honor en Israel. Enjoyada con oro de Ofir: lit. tela o joyas hechas con ese oro, que era el oro tenido en más aprecio, del cual se proveía en abundancia Salomón.

(v. 11). La alocución que ahora empieza va dirigida a la reina; tiene el carácter  de exhortación, consejo o pronóstico, y, en realidad, el pensamiento del poeta sigue centrado en el rey.

Escucha, hija: estas frases exhortativas parecen estar sacadas de los libros sapienciales. Inclina el oído: el sentido técnico de esta expresión es no solamente escuchar prestando atención, sino llevar a la práctica o cumplir lo que se dice. Olvida tu pueblo o nación de donde has venido. La tradición cristiana se complace en ver una asunción a dignidad mayor o a un nuevo estado, incluso de otra naturaleza. La casa, o palacio, en sentido local o amplio de corte, de tu padre, que por la misma necesidad del contexto se ve que es un rey extranjero. Este pedir una adaptación a las nuevas circunstancias no es sólo un prudente consejo humano, sino que avanza hacia un sentido alegórico, determinable en función de la interpretación que se dé al salmo.

(vv. 12-13). El nuevo esposo o señor suplirá con creces el afecto paterno. La ciudad de Tiro se postrará ante la reina con dones o regalos. Tiro, una de las más importantes ciudades-estado fenicias, es un ejemplo concreto de los pueblos extraños que honrarán a la nueva reina. San Atanasio ve significada en los tirios la vocación de los gentiles. En tercer lugar, implorarán el favor de la reina los más nobles de su nuevo pueblo adoptivo. De este modo los extranjeros amigos y los súbditos nacionales la agasajarán, como expresión de una totalidad compleja.

(vv. 14-16). Se inicia la procesión nupcial con el esplendor de Oriente, que el salmista da por muy bien conocido. Bastan unas frases entrecortadas para suscitar las imágenes y el recuerdo de las ceremonias. Entre alegría y algazara: sin duda, con cantos, danzas, sones de instrumentos y poemas improvisados, como éste del salmista.

 

La segunda lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios. (1ª Cor.15, 20-27), nos habla de la certeza de la Resurrección. Entre los corintios había algunos que negaban la resurrección de los muertos. Las antiguas costumbres e ideas pesaban aún en ellos. No es fácil extirpar del todo el error y los vicios. Pero el Apóstol San Pablo les rebate con claridad y vigor. La resurrección es posible pues Cristo ha resucitado, hecho verificado por cuantos les vieron vivo después de haberlo visto muerto en la Cruz. En una ocasión fueron más de quinientos hermanos los que pudieron verle y escucharle. Puesta estas premisas, la conclusión es que también nosotros podemos resucitar, también nosotros resucitaremos. Acude S. Pablo a otro argumento y les recuerda que si por Adán entró la muerte en el mundo, de la misma manera por Cristo ha entrado la vida... Es cierto que la muerte aún no ha sido vencida pues será el último enemigo en caer. Sin embargo, aunque pasemos por la muerte, como Cristo, pasó, el final será la resurrección, la vida eterna.

San Pablo sale al paso de los gnósticos de Corinto, que creen poseer ya en esta vida la plenitud de la salvación, por lo que desprecian el mensaje cristiano de la resurrección de los muertos. Pablo recuerda que Jesús ha resucitado y se ha convertido en primicia de todos los que han muerto; esto es, que ya ha comenzado la resurrección de los muertos; pero la muerte, el último enemigo de los hombres, aún no ha sido totalmente aniquilada. Esto sólo sucederá cuando el Señor vuelva; entonces se acabará con ella cualquier otra opresión que padecen los hombres desde el pecado de Adán.

Derrocados el poder y la fuerza de los señores de este mundo, no habrá otro señor que el mismo Dios, ni otro reino que el reino de Dios. Dios será todo en todos. Mientras tanto, el evangelio no es sólo el anuncio de una salvación en marcha, sino también de una promesa pendiente. Por lo tanto hay un camino que recorrer, un deber que cumplir, una lucha que realizar en la historia. Negar esto sería caer en vanas ilusiones. Y esto lo niegan prácticamente los que creen que "ya han llegado" y no esperan otra cosa, pero igualmente aquéllos que confunden la esperanza cristiana con la pasividad y el verlas venir. Lo que está por venir, en cierto sentido, está por hacer.

-"Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto": La resurrección de Cristo no es un hecho excepcional ni aislado, sino que está en función de la salvación de los hombres. Y así como los israelitas, precisamente el día siguiente de la Pascua ofrecían las primicias de la cosecha, como una consagración de su totalidad, así también Cristo es el primer resucitado, no sólo cronológicamente sino sobre todo como principio de la resurrección de los hombres.

-"Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida": Comparación de Cristo con una figura tipológica negativa. Adán abrió la puerta a la muerte (como alejamiento de Dios y como realidad física) y Cristo abre el camino de la resurrección también en el doble aspecto espiritual y corporal. Con Cristo nace una humanidad nueva, puesto que el proyecto de la Creación quedó colapsado por el pecado de Adán.

-"Primero Cristo como primicia; después, cuando él vuelva, todos los cristianos...": La resurrección tiene unos momentos: Cristo, los creyentes y, finalmente, después de la destrucción de todos los poderes que se oponen a Dios, la restitución de la soberanía de Dios sobre todas las cosas. Será el momento de la plena reconciliación de la Creación con Dios. En esta reconciliación, la última acción de Cristo es la destrucción de la muerte, la realidad introducida por Adán.

 

El pasaje del Evangelio de san Lucas elegido para esta fiesta (Lc.1, 39-56) es el episodio de la Visitación de María a Santa Isabel, que se cierra con el sublime canto del Magníficat. Este episodio de la visita de María a Isabel muestra otro aspecto típico de San Lucas. Todas las palabras y actitudes, sobre todo el cántico de María, forman una gran celebración de alabanza. San Lucas evoca el ambiente litúrgico y celebrativo, en el cual Jesús fue formado y en el cual las comunidades tenían que vivir su fe.

María sale para visitar a Isabel (vv.39-40). San Lucas acentúa la prontitud de María en atender las exigencias de la Palabra de Dios. El ángel le habló de que María estaba embarazada e, inmediatamente, María se levanta para verificar lo que el ángel le había anunciado, y sale de casa para ir a ayudar a una persona necesitada. De Nazaret hasta las montañas de Judá son ¡más de 100 kilómetros!.

El saludo de María a su prima Isabel y su presencia provocan la respuesta entusiasmada de esta última. Isabel se siente inspirada y prorrumpe en alabanzas a María para expresar la acción del espíritu que conmueve sus entrañas. Sólo gracias al Espíritu Santo puede conocer Isabel la dignidad del hijo de María y la gracia de que ha sido objeto quien viene a visitarla.

Las mujeres de Israel se sentían honradas y estimadas por los hijos que tenían. Este pueblo, orientado hacia el futuro por las promesas que le habían sido hechas, se gozaba en los descendientes y lo esperaba todo del que tenía que venir. De ahí la dicha y la gloria de todas las madres de Israel y la profunda pena de las mujeres que no podían dar a luz. Si María es la que lleva en sus entrañas al que tenía que venir, al Mesías prometido, al Bendito, era por ello mismo la más bendita entre todas las mujeres.

Isabel felicita también a María porque ha creído. Jesús pondrá la verdadera dicha en la fe, que está por encima de los vínculos de la sangre. Recordemos lo que contestó a aquella mujer del pueblo que bendijo a su madre: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan" (Lc/11/27s). La verdadera afinidad con Jesús es espiritual. Por la fe entramos en comunión de vida con Jesús y con el Padre que nos lo ha enviado.

El canto del Magnificat está en la tradición de otros cantos del A.T., como el de Ana, la madre de Samuel (1 Sam 2, 1-10). En realidad se trata de una composición hecha con elementos bíblicos anteriores.

Saludo de Isabel. (vv.41-44) Isabel representa el Antiguo Testamento que termina. María, el Nuevo que empieza. El Antiguo Testamento acoge el Nuevo con gratitud y confianza, reconociendo en él el don gratuito de Dios que viene a realizar y completar toda la expectativa de la gente. En el encuentro de las dos mujeres se manifiesta el don del Espíritu que hace saltar al niño en el seno de Isabel. La Buena Nueva de Dios revela su presencia en una de las cosas más comunes de la vida humana: dos mujeres de casa visitándose para ayudarse. Visita, alegría, embarazo, niños, ayuda mutua, casa, familia: es aquí donde Lucas quiere que las comunidades (y nosotros todos) perciban y descubran la presencia del Reino. Las palabras de Isabel, hasta hoy, forman parte del salmo más conocido y más rezado en todo el mundo, que es el Ave María.

 El elogio que Isabel hace a María (v. 45). "Feliz la que ha creído que se cumplieran las cosas que le fueron dicha de parte del Señor". Es el recado de Lucas a las Comunidades: creer en la Palabra de Dios, pues tiene la fuerza de realizar aquello que ella nos dice. Es Palabra creadora. Engendra vida en el seno de una virgen, en el seno del pueblo pobre y abandonado que la acoge con fe.

El magníficat o cántico de María (vv. 46-56). Enseña cómo se debe cantar y rezar. Lucas 1,46-50: María empieza proclamando la mutación que ha acontecido en su propia vida bajo la mirada amorosa de Dios, lleno de misericordia. Por esto canta feliz: "Exulto de alegría en Dios, mi Salvador".

(vv. 1,51-53): En seguida después, canta la fidelidad de Dios para con su pueblo y proclama el cambio que el brazo de Yavé estaba realizando a favor de los pobres y de los hambrientos.

Esta es la fuerza salvadora de Dios que hace acontecer la mutación: dispersa a los orgullosos (1,51), destrona a los poderosos y eleva a los humildes (1,52), manda a los ricos con las manos vacías y llena de bienes a los hambrientos (1,53).

Al final (54-55 recuerda) que todo esto es expresión de la misericordia de Dios para con su pueblo y expresión de su fidelidad a las promesas hechas a Abrahán. La Buena Nueva viene no como recompensa por la observancia de la Ley, sino como expresión de la bondad y de la fidelidad de Dios a las promesas.

 

Para nuestra vida

Celebrar hoy la fiesta de la Asunción de la Virgen María a los cielos no es conmemorar un privilegio más de María que la aparte más y más de nosotros. Celebrar la Asunción es aunarnos al canto de María: "Dichosa porque me felicitarán de generación en generación porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí".

Celebrar la Asunción de María es celebrar la esperanza. Sí, hermanos, hoy es el día esperanzador en que empieza a cumplirse una de las promesas que el Señor, Jesús, el Hijo de Dios, nos ha hecho a nosotros: "el que cree en mí, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día".

En la fiesta de la Asunción de la Virgen María celebramos lo que aguarda al que cree y espera por la fe: la gloria de Dios. El mayor gozo, por el cual salta también María, es el vernos a nosotros sus hijos por la dirección adecuada: recordando las maravillas del Señor, viviendo según su voluntad, proclamando su santo nombre y abriendo las ventanas de nuestro vivir para que Dios entre por ellas y sea un gran vecino en nuestros corazones.

La Asunción de María no hace más que anticipar nuestra resurrección y nuestra ascensión a los cielos. María, una como nosotros, ha alcanzado lo más alto. Es verdad que María tuvo una misión y un puesto de privilegio: el ser Madre del Hijo de Dios. Y verdad es que María tuvo la libertad de decir Sí o decir No. El verdadero mérito de María nos lo dice Jesús en el Evangelio en aquel pasaje en el cual las mujeres le gritan diciéndole: "bendito el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron", a lo que Jesús responde resaltando la verdadera virtud de María, no su puesto de privilegio como madre suya, sino como creyente: "más bien bendito el que oye la palabra de Dios y la cumple, el que cree en mi y en mi palabra, porque tiene vida eterna".

Las Iglesias Orientales hablan de la Dormición de María como titularidad de la presente fiesta. Es, tal vez, más completa la nomenclatura eclesial de Occidente que habla de asunción: de subida al cielo. Sin embargo, existen lugares en España donde la Dormición se celebra e, incluso, hay bellas imágenes de la Señora muy bella en su sueño… y que, además, procesionan por calles y plazas. La Dormición --el plácido sueño-- como tránsito de esta vida a su presencia eterna en la Gloria de Dios es algo muy bello. En la Liturgia de las Horas, en las Completas, todas las noches, antes de rezar la última antífona que está dedicada a la Virgen, se repite: "El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una muerte santa". El sueño parece una antesala de la muerte cuando los cristianos despegamos del hecho de morir todo lo truculento o desagradable que culturalmente hemos añadido y la fe nos lleva a considerarlo como una Dormición.

 La vida María, desde Nazaret es un canto a la bondad del Señor. Su “sí” fue desde el principio un ponerse manos a la obra y a lo que Dios mandase. Al colocarse al lado de Jesús lo hizo desde la humildad y con el silencio. Bien sabía, María, quién era Dios, qué esperaba Dios y qué tenía que hacer para que Dios cumpliera en Cristo lo profetizado desde antiguo.

Para nosotros habitantes de Europa esta fiesta entraña una expresión de nuestras raíces cristianas y mariologicas. Un fragmento de la preciosidad de la descripción del Apocalipsis, “coronada de doce estrellas” dice el texto, fue captado en 1955 por Arsène Heitz, pintor de Estrasburgo, y aprobada el 8 de diciembre. El piadoso artista consiguió que su proyecto fuera aceptado como bandera emblemática de Europa, precisamente un día muy vinculado con la Virgen. Algunos años me he permitido poner la bandera de la Unión Europea, junto al altar, en el celebraba la misa, es un homenaje a ella. La Fe de la Europa de Puy en Velay, Chartres, La Salette, Lourdes, Fátima y del Pilar, queda reflejada en ella.

El misterio de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo nos invita a hacer una pausa en la agitada vida que llevamos para reflexionar sobre el sentido de nuestra vida aquí en la tierra, sobre nuestro fin último: la Vida Eterna, junto con la Santísima Trinidad, la Santísima Virgen María y los Angeles y Santos del Cielo. El saber que María ya está en el Cielo gloriosa en cuerpo y alma, como se nos ha prometido a aquéllos que hagamos la Voluntad de Dios, nos renueva la esperanza en nuestra futura inmortalidad y felicidad perfecta para siempre.

 

La primera lectura  es la segunda parte de la visión de San Juan, que nosotros conocemos como Libro del Apocalipsis. La Iglesia ha salido del mundo judío y se amplía el horizonte. La Iglesia va a conquistar el mundo de las naciones, luchando contra el poder del demonio. Empieza una serie de siete signos en el cielo. Los dos primeros nos presentan a los protagonistas de la historia sagrada, la mujer y el dragón, el pueblo de Dios y el demonio.

Aparece una mujer rodeada de gloria, pero sufriendo los dolores del parto. Es la humanidad. En el principio de la Biblia, estaba representada por Eva, la mujer que pecó. Ahora, vemos a la humanidad tal como Dios la quiere. Sufre dolores de parto, porque toda nuestra historia es la dolorosa preparación de nuestra salvación. Da a luz un niño que es el propio Cristo. El Salvador es el fruto del amor de Dios por la humanidad. La salvación viene a la vez de Dios y de los hombres.

¿Quién es esta mujer vestida con el sol y coronada con doce estrellas? Su hijo es el Mesías, como se dice expresamente en el v. 5 (cf. Sal 2, 9). Además, la descripción que se hace de esta figura nos recuerda la profecía de Isaías: "El Señor mismo os dará por eso la señal: He aquí que la virgen grávida va a dar a luz un hijo y le llama Emmanuel" (Is. 7, 14). Por tanto, parece que se trata de la Virgen María, la Madre de Jesús, que es el Cristo o Mesías. Sin embargo, no hay que olvidar que los profetas comparan también al pueblo de Israel a una mujer en estado de buena esperanza, ya que de ese pueblo iba a nacer el mesías prometido (cf. Is 26, 17; 66,7s; Miq 4,9s). En consecuencia, podemos decir que la mujer encinta es María de Nazaret, en tanto representa a todo el pueblo elegido, porque en ella han ido a parar todas las esperanzas de Israel y en sus entrañas van a madurar todas las promesas para dar el fruto de su vientre, Jesús. Por eso aparece coronada con doce estrellas, porque es el centro de las doce tribus de Israel.

Por otra parte, la mujer se describe después como la Madre de los creyentes en Jesucristo, de los que "guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesucristo" (v. 17). Y, en este sentido, podemos decir también que la mujer es la madre de la Iglesia, y ésta el verdadero Israel de Dios. En tercer lugar, la mujer que escapa al desierto, después de que sea arrebatado al trono de Dios el niño de sus entrañas, es María como prototipo de la Iglesia. Es, por tanto, también la Iglesia perseguida por el dragón y protegida por Dios en su lucha definitiva.

Pero Dios, que ha salvado a su Hijo, que lo ha resucitado de entre los muertos y lo ha glorificado, sentándolo a su derecha, no abandona a su iglesia y prepara un refugio para ella hasta que todo termine.

La victoria de Dios sobre el dragón, que ha sido ya decidida en Cristo y como tal se celebra en el cielo, es para la Iglesia que lucha (v. 13-18) un motivo inquebrantable de esperanza.

 

El salmo 44 literalmente es un epitalamio en honor de un rey de Judá que se desposa con una princesa extranjera.

Es un salmo real, que celebra la entronización de un nuevo rey y su matrimonio. Encontramos aquí las maravillosas hipérboles y los colores vivos de las cortes orientales. El rey es investido de su misión, pero no solamente de una misión humana. Su combate no es cualquier combate. Es el "combate de Dios": por la justicia, la clemencia, la verdad. El rey es defensor de los pobres y destructor del mal. Elevándolo a su trono, y dándole el cetro, se le recuerda su programa de gobierno: amar la justicia, y reprobar el mal.

La reina, por su parte, es presentada en medio del fasto de las fiestas orientales.

La primera parte del salmo (vv. 2-10) canta la belleza y cualidades del joven esposo; la segunda (vv. 11-18) es una exhortación a la nueva princesa para que ame al rey, se sienta feliz por el matrimonio que le ha tocado en suerte y olvide, ante tanta dicha, toda su vida anterior.

Cuando Israel ya no tuvo reyes, aplicó este antiguo salmo al desposorio del pueblo elegido con Yahvé, su nuevo y único Rey. La Iglesia cristiana, en esta misma línea y desde muy antiguo, usó este canto nupcial para cantar las bodas de Cristo con su Iglesia y también para describir la vocación de María y de las vírgenes cristianas, personalización la más acabada del amor nupcial de la Iglesia hacia Cristo.

 El salmo,  nos ha de servir de poema de amor en honor de Cristo, nuestro esposo. En su primera parte -aquella que, en su sentido original, estaba consagrada al esposo-, cantaremos, con las palabras del salmo, la belleza y la victoria pascual de Cristo y el amor con que el Padre lo ama: Eres el más bello de los hombres; los pueblos se te rinden, se acobardan los enemigos del rey (la muerte y el pecado); el Señor, tu Dios, te ha ungido.

La segunda parte del salmo -la que en el texto original se dedicaba a la esposa- la hemos de escuchar como una exhortación a la fidelidad y al amor de Cristo, el esposo verdadero de la Iglesia, dirigida a la Iglesia y a cada uno de nosotros: Olvidemos nuestro pueblo y la casa paterna; a cambio de nuestros padres (los bienes que habremos dejado) tendremos hijos, que serán príncipes, es decir, que serán bienes imperecederos.

" Muchos Padres de la Iglesia, como es sabido, han interpretado el retrato de la reina aplicándolo a María, desde la exhortación inicial: «Escucha, hija, mira, inclina el oído...» (v. 11). Así sucedió, por ejemplo, en la Homilía sobre la Madre de Dios de Crisipo de Jerusalén, un monje capadocio de los fundadores del monasterio de San Eutimio, en Palestina, que, después de su ordenación sacerdotal, fue guardián de la santa cruz en la basílica de la Anástasis en Jerusalén.

«A ti se dirige mi discurso -dice, hablando a María-, a ti que debes convertirte en esposa del gran rey; mi discurso se dirige a ti, que estás a punto de concebir al Verbo de Dios, del modo que él conoce. (...) "Escucha, hija, mira, inclina el oído". En efecto, se cumple el gozoso anuncio de la redención del mundo. Inclina el oído y lo que vas a escuchar te elevará el corazón. (...) "Olvida tu pueblo y la casa paterna": no prestes atención a tu parentesco terreno, pues tú te transformarás en una reina celestial. Y escucha -dice- cuánto te ama el Creador y Señor de todo. En efecto, dice, "prendado está el rey de tu belleza": el Padre mismo te tomará por esposa; el Espíritu dispondrá todas las condiciones que sean necesarias para este desposorio. (...) No creas que vas a dar a luz a un niño humano, "porque él es tu Señor y tú lo adorarás". Tu Creador se ha hecho hijo tuyo; lo concebirás y, juntamente con los demás, lo adorarás como a tu Señor» (Testi mariani del primo millennio, I, Roma 1998, pp. 605-606).[San Juan Pablo II. Audiencia general Miércoles 6 de octubre de 2004]

 

La segunda lectura enfoca el Reino de Cristo desde una perspectiva típicamente paulina: la del Misterio de Cristo. El Señor como Alfa y Omega del universo (cfr. Col. 1, 13-20 y Ef. 1, 3-14). En el contexto de la Resurrección y sus efectos salvadores en los hombres, propio del capítulo 15 de primera Corintios, San Pablo traza las líneas maestras de esta soberanía y señorío de Cristo.

este dominio del Señor no es desde fuera o por la fuerza, sino dando la vida, con principios internos o interiorizados. En este punto conviene notar el sentido analógico que tiene el título de "Rey" dado a Jesucristo y que el mismo prefacio de la misa de hoy subraya. La victoria no es por imposición extrínseca, sino por la misma fuerza de la vida. De ahí que el enemigo por antonomasia sea la muerte.

El proceso que lleva al punto final glorioso es lento y laborioso. No se puede, o se debe, pensar en una victoria relampagueante o espectacular, pero es cierta. El punto final es la identificación de todo el cosmos, por el hombre, con Cristo. Y, obviamente del Hijo con el Padre, coronando así todo el proceso salvador iniciado en la creación. Desde la salvación integral es desde donde es preciso enfocar el Reinado de nuestro Dios. No desde ideologías, poderes u otras categorías.

El pensamiento de Pablo sobre la resurrección se va ensanchando hasta adquirir proporciones universales y cósmicas. En realidad, la resurrección de Jesús no tiene un campo limitado de irradiación y de acción. Constituye el epicentro de un movimiento incontenible de vida que acabará envolviendo a la humanidad entera y a la creación. La comparación entre Cristo y Adán, desarrollada después en la carta a los Romanos (5,12ss), tiene la virtud de situarnos en una perspectiva unitaria de la historia de la humanidad y del mundo. A diferencia de otras concepciones religiosas, el pensamiento bíblico no considera la creación como el resultado degradado o devaluado de fuerzas antagónicas. La creación, tal como salió de las manos de Dios, no espera su destrucción porque es una «obra buena».

El pecado y la muerte no son fuerzas primordiales incontrolables, sino que, para la Biblia en general y sobre todo para san Pablo, tienen un comienzo concreto: la historia humana. Una historia misteriosa de gracia y libertad, tal vez siempre en conflicto, pero nunca abstracta. Y en el marco de esta historia viva y existencial, la comparación es iluminadora: "Lo mismo que por Adán todos mueren, así también por Cristo todos recibirán nueva vida" (v 22).

Indudablemente, el concepto de primicia (20-23) que se predica de Cristo implica en él una absoluta solidaridad con la humanidad y con su historia. Pero la contraposición que se establece entre Adán y Cristo supone que en Cristo cambia de sentido el curso de la historia y comienza una creación nueva, que tendrá su último día (23) cuando «Dios sea todo en todos» (28).

Pero los hombres que participan en la obra de Cristo experimentan en su «aquí y ahora» la tensión provocada por unas fuerzas todavía no aniquiladas. Pablo propone el ejemplo de su comportamiento (30-32): exponerse todos los días al peligro de morir y vivir en donación constante es una actitud que sólo puede adoptar quien vive su propia existencia con la segura esperanza de que la resurrección ya ha comenzado.

 

El evangelio nos presenta la visita de maría a su prima Isabel. En esta visita el evangelista nos presenta la oración del Magnificat  una nueva forma  de contemplar a Dios y un nuevo modo de contemplar el mundo y la historia. Dios es visto como Señor, omnipotente, santo, y al mismo tiempo como «mi Salvador»; como excelso, trascendente, y al mismo tiempo como lleno de premura y de amor por sus criaturas. Del mundo se pone en evidencia la triste división en poderosos y humildes, ricos y pobres, saciados y hambrientos, pero se anuncia también el derrocamiento que Dios ha decidido obrar en Cristo entre estas categorías: «Ha derribado a los poderosos...».

El cántico de María es una especie de preludio al Evangelio. Las bienaventuranzas evangélicas se contienen ahí como en un germen y en un primer esbozo: «Bienaventurados los pobres, bienaventurados los que tienen hambre...».

En este canto María se considera parte de los anawim, de los “pobres de Dios”, de aquéllos que ”temen a Dios”, poniendo en Él toda su confianza y esperanza y que en el plano humano no gozan de ningún derecho o prestigio. La espiritualidad de los anawinpuede ser sintetizada por las palabras del salmo 37,79: “Está delante de Dios en silencio y espera en Él”, porque “aquéllos que esperan en el Señor poseerán la tierra”.

 En el Salmo 86,6, el orante, dirigiéndose a Dios, dice: “Da a tu siervo tu fuerza”: aquí el término “siervo” expresa el estar sometido, como también el sentimiento de pertenencia a Dios, de sentirse seguro junto a Él.

 Los pobres, en el sentido estrictamente bíblico, son aquéllos que ponen en Dios una confianza incondicionada; por esto han de ser considerados como la parte mejor, cualitativa, del pueblo de Israel.

 Los orgullosos, por el contrario, son los que ponen toda su confianza en sí mismos.

 Ahora, según el Magnificat, los pobres tienen muchísimos motivos para alegrarse, porque Dios glorifica a los anawim (Sal 149,4) y desprecia a los orgullosos. Una imagen del N. T. que traduce muy bien el comportamiento del pobre del A. T. , es la del publicano que con humildad se golpea el pecho, mientras el fariseo complaciéndose de sus méritos se consuma en el orgullo (Lc 18,9-14). En definitiva María celebra todo lo que Dios ha obrado en ella y cuanto obra en el creyente. Gozo y gratitud caracterizan este himno de salvación, que reconoce grande a Dios, pero que también hace grande a quien lo canta.

En el Magnificat María nos habla también de sí, de su glorificación ante todas las generaciones futuras:

«Ha puesto sus ojos en la humildad de su sierva. Por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada.

Porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí».

 De esta glorificación de María nosotros mismos somos testigos «oculares». ¿Qué criatura humana ha sido más amada e invocada, en la alegría, en el dolor y en el llanto, qué nombre ha aflorado con más frecuencia que el suyo en labios de los hombres? ¿Y esto no es gloria? ¿A qué criatura, después de Cristo, han elevado los hombres más oraciones, más himnos, más catedrales? ¿Qué rostro, más que el suyo, han buscado reproducir en el arte? «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada», dijo de sí María en el Magnificat (o mejor, había dicho de ella el Espíritu Santo); y ahí están veinte siglos para demostrar que no se ha equivocado.

 

Rafael Pla Calatayud

rafael@betaniajerusalen.com