En
la primera lectura (Sb. 1,13-15; 2, 23-25 ), se nos
habla del designio salvador de Dios"Dios no hizo la
muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes" (Sb 1, 13).
El libro quiere ser una
afirmación de la fe de Israel para sostener a los creyentes en medio de la
variedad de sistemas religiosos y filosóficos en los que se hallaban inmersos,
y en medio del clima relativista de costumbres y criterios morales, que hacían
que los israelitas fieles fueran a menudo mal vistos y a veces incluso perseguidos.
Pero al mismo tiempo esta afirmación de fe es explicitada en diálogo con el
mundo helénico: el libro, en efecto, asume y utiliza categorías de la cultura
helénica circundante.
El autor del libro de la
Sabiduría dirige su escrito a judíos que vivían en la diáspora (posiblemente en
Alejandría) y que, al contacto con la nueva cultura griega, se reían de la fe
de sus mayores (en el libro se les denomina "impíos"). El autor no
tiene miedo alguno en asimilar esta cultura y realizar una "transculturalización".
A la luz de la dicotomía griega alma-cuerpo (inmortal-mortal), profundiza en
los conceptos tradicionales de vida y muerte, obteniendo una concepción que
sonaba como revolucionaria a sus compatriotas.
El doble fragmento que hoy
leemos (son dos breves fragmentos unidos: 1,13-15 y 2,23-25) presenta un
elemento fundamental de la afirmaci6n de fe frente al materialismo ambiental:
Dios es el Dios de la vida, y llama a los hombres a vivir esta misma vida suya.
El primer fragmento (hasta "inmortal") hace la afirmación general:
Dios ha creado el mundo y al hombre para la vida, y todo lo que Dios es
("la justicia") conduce a la vida por siempre.
-1, 13-15 sirve de conclusión a
todo el cap, 1, en el que los gobernantes de la tierra son invitados a buscar
la justicia, a Dios. Los que así obran no encontrarán la muerte, sino la
sabiduría y la vida.
- la segunda parte de nuestra
lectura (2, 23-24), resalta que el
hombre no es un ser para la muerte; sino un ser para la vida eterna. Esto es lo
querido por Dios.
El autor no habla de un paraíso
perdido. No niega que exista la muerte, pero contempla las cosas en el conjunto
de la creación y ve que todas las cosas tiene una finalidad y un objetivo.
El salmo de
hoy ( Sal 29, 2 y 4. 5 6. 11
y 12a y 13b) es un
salmo de petición y acción de gracias.
Este es un salmo de
"todah", de "jubilosa acción de gracias", de
"eucaristía". El verbo "dar gracias" aparece tres veces, y
es la palabra final del salmo. El vocabulario de alegría es abundante:
"fiesta" (2 veces), "exaltar", "gritos de
alegría", "felicidad", "danza", "vestido de
fiesta".
El "ropaje
midráshico", es decir la "situación concreta evocada" es esta:
un enfermo importante, en peligro de muerte, ha sido curado... Esta situación
evoca la experiencia de Israel, que después de la agonía del exilio reencuentra
la alegría de la alabanza. El pueblo de Israel consideró esta liberación como
una especie de "Resurrección": "me hiciste revivir cuando bajaba
a la fosa".
Así
comenta San Juan Pablo II: Dios disipa
la gran pesadilla, el miedo a la muerte . Meditación sobre el Salmo 29
" Este himno de gratitud posee una
gran fineza literaria y se basa en una serie de contrastes que expresan de
manera simbólica la liberación obtenida gracias al Señor.
De este modo, al descenso «a la
fosa» se le opone la salida «del abismo» (versículo 4); a su «cólera» que «dura
un instante» le sustituye «su bondad de por vida» (versículo 6); al «lloro» del
atardecer le sigue el «júbilo» de la mañana (ibídem); al «luto» le sigue la
«danza», al «sayal» luctuoso el «vestido de fiesta» (versículo 12).
Pasada, por tanto, la noche de la
muerte, surge la aurora del nuevo día. Por este motivo, la tradición cristiana
ha visto este Salmo como un canto pascual. Lo atestigua la cita de apertura que
la edición del texto litúrgico de las Vísperas toma de una gran escritor
monástico del siglo IV, Juan Casiano: «Cristo da gracias al padre por su
resurrección gloriosa».
2. El que ora se dirige en varias
ocasiones al «Señor» --al menos ocho veces--, ya sea para anunciar que le
alabará (Cf. versículos 2 y 13), ya sea para recordar el grito que le ha
dirigido en tiempos de prueba (Cf. versículos 3 y 9) y su intervención
liberadora (Cf. versículos 2, 3, 4, 8, 12), ya sea para invocar nuevamente su
misericordia (Cf. versículo 11). En otro pasaje, el orante invita a los fieles
a elevar himnos al Señor para darle gracias (Cf. versículo 5).
Las sensaciones oscilan
constantemente entre el recuerdo terrible de la pesadilla pasada y la alegría
de la liberación. Ciertamente, el peligro que ha quedado atrás es grave y
todavía provoca escalofríos; el recuerdo del sufrimiento pasado es todavía
claro y vivo; hace muy poco tiempo que se ha enjugado el llanto de los ojos.
Pero ya ha salido la aurora del nuevo día; a la muerte le ha seguido la
perspectiva de la vida que continúa.
3. El Salmo demuestra de este
modo que no tenemos que rendirnos ante la oscuridad de la desesperación, cuando
parece que todo está perdido. Pero tampoco hay que caer en la ilusión de
salvarnos solos, por nuestras propias fuerzas. El salmista, de hecho, está
tentado por la soberbia y la autosuficiencia: «Yo pensaba muy seguro: "no
vacilaré jamás"» (versículo 7).
Los Padres de la Iglesia también
reflexionaron sobre esta tentación que se presenta en tiempos de bienestar, y
descubrieron en la prueba un llamamiento divino a la humildad. Es lo que dice,
por ejemplo, Fulgencio, obispo de Ruspe (467-532), en su «Carta 3», dirigida a
la religiosa Proba, en la que comenta este pasaje del Salmo con estas palabras:
«El salmista confesaba que en ocasiones se enorgullecía de estar sano, como si
fuera mérito suyo, y que así descubría el peligro de una enfermedad gravísima.
De hecho, dice: ¡"Yo pensaba muy seguro: 'no vacilaré jamás'"! Y,
dado que al decir esto, había sido abandonado del apoyo de la gracia divina, y
turbado, cayó en su enfermedad, siguió diciendo: "Tu bondad, Señor, me
aseguraba el honor y la fuerza; pero escondiste tu rostro, y quedé
desconcertado". Para mostrar que la ayuda de la gracia divina, aunque ya
se cuente con ella, tiene que ser de todos modos invocada humildemente sin
interrupción, añade: "A ti, Señor, llamo, suplico a mi Dios". Nadie
pide ayuda si no reconoce su necesidad, ni cree que puede conservar lo que
posee confiando sólo en sus propias fuerzas» (Fulgencio de Ruspe, «Las Cartas»
--«Le lettere»--, Roma 1999, p. 113).
4. Después de haber confesado la
tentación de soberbia experimentada en tiempos de prosperidad, el salmista
recuerda la prueba que le siguió, diciendo al Señor: «escondiste tu rostro, y
quedé desconcertado» (versículo 8).
Quien ora recuerda entonces la
manera en que imploró al Señor: (Cf. versículos 9-11): gritó, pidió ayuda,
suplicó que le preservara de la muerte, ofreciendo como argumento el hecho de
que la muerte no ofrece ninguna ventaja a Dios, pues los muertos no son capaces
de alabar a Dios, no tienen ya ningún motivo para proclamar la fidelidad de
Dios, pues han sido abandonados por Él.
Podemos encontrar este mismo
argumento en el Salmo 87, en el que el orante, ante la muerte, le pregunta a
Dios: « ¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia, o tu fidelidad en el reino
de la muerte?» (Salmo 87, 12). Del mismo modo, el rey Ezequías, gravemente
enfermo y después curado, decía a Dios: «El Seol no te alaba ni la Muerte te
glorifica..., El que vive, el que vive, ése te alaba» (Isaías 38, 18-19).
El Antiguo Testamento expresaba
de este modo el intenso deseo humano de una victoria de Dios sobre la muerte y
hacía referencia a los numerosos casos en los que fue alcanzada esta victoria:
personas amenazadas de morir de hambre en el desierto, prisioneros que
escaparon a la pena de muerte, enfermos curados, marineros salvados de
naufragio (Cf. Salmo 106, 4-32). Ahora bien, se trataba de victorias que no
eran definitivas. Tarde o temprano, la muerte lograba imponerse.
La aspiración a la victoria se ha
mantenido siempre a pesar de todo y se convirtió al final en una esperanza de
resurrección. Es la satisfacción de que esta aspiración poderosa ha sido
plenamente asegurada con la resurrección de Cristo, por la que nunca daremos
suficientemente gracias a Dios." (San Juan Pablo II.
Audiencia general, miércoles, 11 mayo 2004).
La
segunda lectura (2 Cor. 8,
7-9.13-15), cita un
término curioso y muy interesante, es la palabra nivelar. Se aplica en la vida
espiritual y a la vida material.
Los capítulos 8 y 9 de la
segunda carta a los Corintios están dedicados a exhortar a la generosidad en la
colecta a favor de la comunidad de Jerusalén. Vale la pena leer los dos
capítulos enteros para situarla tanto histórica como teológicamente, y leer
también el anuncio que de ella se hace en 1Co 16,1-3. La ayuda a la comunidad
de Jerusalén, que vivía en situación de estrechez, fue uno de los signos de
comunión cristiana que las comunidades procedentes del paganismo realizaron con
la Iglesia madre (cf. también Hechos 11,29-30 y Rm 15,26).
De los versículos que leemos
hoy a propósito de este tema, destacan sobre todo dos aspectos. El primero, la
facilidad con que Pablo refiere toda realidad que afecte a la vida de los
creyentes (aunque sea algo tan poco "espiritual" como una colecta) a
los fundamentos de la fe: la colecta imita el estilo de Jesucristo, que se
vació a sí mismo; y es que, de hecho, cualquier cosa que el creyente haga tiene
que ser una realización de este estilo. El segundo aspecto se refiere al
criterio económico que debe regir la vida de los creyentes, y que (como todo lo
que hace la comunidad cristiana) tiene que ser modelo para el mundo: la
búsqueda de la igualdad.
Así la segunda carta a los
corintios nos habla hoy de un tema nuevo: la colecta por la Iglesia de
Jerusalén, que se hallaba en situación de estrechez. Pablo se dedicaba en esta
época a recoger dinero para aquella comunidad, y ahora escribe a los de Corinto
para decirles que pronto vendrán unos enviados suyos a recoger su aportación:
en el texto de hoy les exhorta a ser generosos.
Posee Pablo un estilo de
exhortación en el que une cualquier detalle -grande o pequeño- de la vida
cristiana con las raíces más profundas de esta misma vida. También aquí, en el
caso de la colecta, pone como modelo de toda la encarnación-redención de Jesucristo,
en un esquema parecido al del himno de Fil 2, 5-11; en la carta a los
filipenses, sin embargo Jesucristo era presentado como modelo de humildad y
rebajamiento, mientras que aquí lo es de generosidad.
Este breve y denso versículo,
en efecto, presenta a Jesucristo dejando la riqueza de su condición divina,
como acto de generosidad, para hacerse pobre como los hombres (solidario,
diríamos ahora) y así hacer posible que los hombres se enriquezcan, que reciban
los frutos de su rebajamiento.
Y ya en otro nivel, el apóstol
propone a los corintios el ideal de la igualdad entre los cristianos: si en
cierto momento unos tienen más que los demás, deben dar de eso que tienen de
más; y, cuando sea necesario, a la inversa. El ejemplo es lo que hizo Dios con
el maná, según la cita de Ex 16, 18: Dios mismo aseguraba la igualdad dentro de
su pueblo, y a ejemplo de Dios deben actuar ahora los corintios.
" Ya que
sobresalís en todo... distinguíos también ahora por vuestra generosidad. Bien
sabéis lo generoso que ha sido nuestro señor Jesucristo; siendo rico... se hizo
pobre". Esta apelación al corazón de los corintios tiene para Pablo
especial relevancia dadas las graves dificultades que se crearon entre él y su
querida comunidad, por una parte y, por otra, para disipar las dudas que
surgieron acerca de su persona y su misión entre los paganos proclamando la
liberación de las exigencias judías para pertenecer a la Iglesia y participar
en la salvación: circuncisión y prácticas musaicas. Esta comunidad estaba
enriquecida por muchos dones del Espíritu, ciertamente. Pero era necesario
expresarlo a través de la generosidad en el compartir los bienes materiales. Es
la razón profunda que mueve y empuja la comunión de bienes en la Iglesia. Y el
modelo más profundo: Jesús. Quiso compartir con los pobres libremente,
despojándose temporalmente de su rango de riqueza suma por ser Dios. Esta
referencia disipa cualquier duda o dificultad en el compartir de los bienes. Por
eso la comunión entre los cristianos es cristocéntrica y realista a la vez.
Porque Jesús fue realmente pobre siendo realmente rico. Es un ideal, una
utopía, pero posible desde la realidad humana de Jesús.
En el evangelio de hoy (Mc 5, 21-43), prima la fe y la humildad.
En la perspectiva de un Reino de Dios abierto a todos, Marcos introducía el domingo pasado el tema de la fe en Jesús. El texto de hoy nos sitúa de nuevo en la orilla judía del lago de Genesaret, en medio de la habitual aglomeración de gente en torno a Jesús. El hilo narrativo lo configura el desplazamiento hasta la casa de Jairo, un encargado del orden en la sinagoga, cuya hija está mortalmente enferma. Entre partida de la orilla y llegada a la casa, Marcos intercala en los vs. 25-34 un episodio con una mujer. Se trata de la misma técnica narrativa que encontrábamos hace tres domingos en Mc. 3, 20-35. el episodio le sirve a Marcos para profundizar en el tema de la fe en Jesús.
Así el evangelio de hoy acopla
dos milagros en una única narración. El leccionario prevé una lectura
abreviada, pero debe ser recomendable leer el texto entero. De hecho, los tres
sinópticos engarzan las dos curaciones en una relación seguida y no sin
intención. Veámoslo: a) la mujer lleva doce años enferma (¡toda una vida!); la
niña muere justamente a los doce años; b) la mujer va perdiendo la vida poco a
poco (recordemos que la sangre es vida); la niña la pierde de golpe; c) la
mujer actúa a escondidas (porque el flujo de sangre la convertía en
"impura" y tocar a alguien era contagiarle su impureza) y con una
mezcolanza de fe y de magia; el padre de la niña se presenta a Jesús y le pide
su intervención; d) la mujer, al sentirse descubierta, tiembla atemorizada,
pero Jesús la tranquiliza y le dice que es su fe la que la ha salvado y no el
simple contacto físico; el padre de la niña es exhortado a tener fe y a no
temer ni a la misma muerte.
Nos encontramos con Jesús que regresa a la otra orilla del
lago de Galilea, lugar de vocación (1,16-20; 2,13-17) y enseñanza (3,9; 4,1).
El fragmento que hoy proclamamos pertenece a la segunda
sección de la primera parte del evangelio de Marcos: Jesús el Mesías que se
manifiesta en las palabras y en los gestos.
El pasaje de este domingo nos ofrece un ejemplo del carácter
histórico de los Evangelios. El nítido retrato de Jairo y su petición
angustiosa de ayuda, el episodio de la mujer que se encuentran de camino a su
casa, la actitud escéptica de los mensajeros hacia Jesús, la tenacidad de
Cristo, el clima de la gente que llora a la niña muerta, el mandato de Jesús
referido en la lengua original aramea, la conmovedora solicitud de Jesús de que
se dé algo de comer a la niña resucitada. Todo hace pensar en un relato que
remite a un testigo ocular del hecho.
Jesús nos muestra que está a favor de la vida. La enfermedad
y la muerte nos interpelan y nos plantean no pocos interrogantes: ¿por qué
sufrimos? ¿Por qué tenemos que morir?. Jesús no nos dio una explicación
científica o filosófica sobre el sentido del mal o del dolor. Simplemente nos demuestra
que se conmueve ante el sufrimiento humano y lo combate. No le da igual, sino
que es solidario y trata de ayudar. Traspasa la frontera y va en busca de los
excluidos.
El jefe de la sinagoga, Jairo, tiene que pasar de la
lectura legalista de la sinagoga hacia el espacio trasgresor, profético y
liberador de Jesús de Nazaret. El gesto de Jesús es siempre sorprendente. Este
es un gesto de escándalo porque se supone que un varón desconocido no toca en
público a una mujer y además, desde los conceptos de pureza ritual, no se toca
un cadáver. Jesús al tocarla asume la condición de la hija del jefe de la
sinagoga. Sólo con ese compromiso podemos decirles a los grupos y a las
personas enfermas, postradas o vulnerables: ¡Levántate! .
La mujer acude a Jesús como a
último y único remedio a sus trastornos corporales. Pero lo hace anónimamente,
mágicamente. La propia situación multitudinaria parece aconsejar un
acercamiento así. En estas circunstancias resuena firme la pregunta de Jesús.
"¿Quién me ha tocado el manto?" Con esta pregunta Marcos parece
querer indicarnos que el ámbito de la fe en Jesús no es el del anonimato, sino
el de la intercomunicación personal. La mujer, en efecto, se ve impelida a
salir del anonimato. Viene con temor y temblor, y se prosterna ante Jesús.
Jesús de Nazaret se deja tocar por una mujer no judía e
impura. Es un escándalo, pero deja bien claro que el hombre está por encima de
la ley. Lo que le importa es el sufrimiento de esta mujer y su fe. Por eso es
capaz de trasgredir la ley para favorecer la misericordia. Estamos convencidos
que el núcleo de nuestra acción pastoral debe ser construir puentes que lleven
a la inclusión y a la reconciliación. Ricos y pobres, el lado judío y gentil de
todos los lugares, todos necesitamos ser curados de nuestras incredulidades,
dudas, temores y prejuicios.
En este contexto no puede
interpretarse el temor y temblor desde planteamientos psicológicos. Representan
más bien la reacción humana a la manifestación o epifanía divina. Se pone con
ello de manifiesto que la mujer no había actuado por magia, sino por fe: ella
había creído sencillamente en Jesús, había visto en él al enviado de Dios. Esto
es lo que Marcos quiere resaltar y así lo sigue haciendo en la continuación del
relato, ahora ya con Jairo.
También éste se ha prosternado
ante Jesús reconociendo en él soberanía y majestad. El propio Jesús le invita a
tener fe en él.
A partir de este momento el
relato se hace íntimo, personal.
(v. 37) El Maestro toma consigo
únicamente a los tres discípulos que serían también los testigos de su
transfiguración (9, 2) y de su agonía en Getsemaní (14, 33).
Jesús entra en la casa
transmitiendo seguridad y dominio de la situación; el evangelista conserva las
palabras en arameo, dándoles, por tanto, un fuerte valor simbólico; Jesús actúa
con gran sencillez (habla como si aquello no tuviera importancia: "La niña
no está muerta...";
(v. 38) Se trata de las
plañideras que lloran por oficio y que para eso han sido contratadas. Esto
explica que se rían después al oír a Jesús que la niña estaba dormida.
Se limita a dar la mano a la niña y a decir
una palabra nada retórica...), signo de su fuerza y su poder. Y todo el
conjunto se convierte en afirmación de la fuerza salvadora de Jesús que libera
al hombre sin ninguna barrera, y llama a la confianza en esta liberación. La
resurrección de la niña acontece por el poder de la palabra de Jesús que Marcos
ha conservado en original arameo. Jesús se manifiesta como señor de la vida y
de la muerte.
Con la exclusión de gentío y plañideras
se pone de nuevo de manifiesto que el ámbito de la fe en Jesús no puede ser
otro que el de la relación personalizada. Es en un ámbito así en el que lo
insospechado puede hacerse realidad.
El relato termina con el
sorprendente encargo, característico en el Evangelio de Marcos, de no divulgar
el hecho.
Para nuestra vida.
El mensaje de
hoy es, por una parte, la existencia de la enfermedad y la muerte en nuestra
historia, y por otra, más importante, el anuncio del proyecto de Dios, que es
proyecto de vida, y del poder liberador de Jesús que cura a la mujer enferma y
resucita a la niña.
En la primera lectura se nos recuerda que Dios
creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser. La muerte es
una cuestión siempre abierta. La fe de Israel, expresada en la narración del
paraíso, es que Dios no quiere la muerte sino la vida; que el hombre no está
destinado a la muerte, sino que su destino original -es decir, en el designio
de Dios, que es el verdadero origen del hombre- es la vida plena: por algo ha
sido creado a imagen y semejanza de Dios.
Dios
no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo
creó para que subsistiera.. Dios creó al hombre incorruptible, le hizo imagen
de su misma naturaleza. La justicia es inmortal! Estas afirmaciones remiten y
recuerdan las primeras páginas del Génesis donde se manifiesta el auténtico
proyecto de Dios. El Dios verdadero es un Dios vivo y que crea para proyectar
su vida y su ser feliz. Es una convicción profunda que recorre la Escritura.
Esta revelación sale al encuentro de la preocupación más profunda del hombre:
después de esta vida ¿qué nos espera? El autor de la Sabiduría contesta: la
vida y la inmortalidad. Ésta será la respuesta de Jesús cuando le planteen la
misma pregunta: los hombres serán como ángeles de Dios y están destinados a la
resurrección. La firme esperanza de la humanidad, apoyada en la revelación de
Dios, es saberse destinada a la vida sin fin en la inmortalidad y en la
felicidad. Es una verdad segura y que necesitan los hombres de nuestro tiempo
más que nunca.
El
deseo íntimo de Dios es la salvación de todos. Su proyecto primordial no podía
ser más ventajoso para el hombre: Dios creó al hombre incorruptible, lo hizo
imagen de su misma naturaleza. El hombre se parecía a su Creador como un hijo
se parece a su padre. En su corazón existía la misma sed de amar y de ser
amado. Su inteligencia se complacía y descansaba tan sólo en la verdad.
El
Príncipe de las tinieblas. el envidioso, el soberbio, el ángel de la Luz, el
que viéndose tan hermoso y fuerte se atrevió a luchar contra Dios, a rebelarse
a los planes divinos. Vio cómo Dios amaba al hombre y se llenó de tristeza. Su
astucia y su odio se desplegaron como sucias alas de vampiro. Y vino la
tentación, la caída, las trágicas consecuencias de la desobediencia a la
voluntad de Dios.
Después de la triste experiencia de Adán, Dios
nos ha regenerado y nos ha llamado de nuevo a la unión estrecha con Él, a la
amistad que satisface plenamente el alma. Y cuando le somos fieles, sentimos en
nuestro espíritu una alegría que se desborda, una paz sublime.
Es una lección
de sana humildad que nos reconozcamos formando parte de esta tierra y de este
universo perecederos. Que reconozcamos que la inmortalidad es un don gratuito,
que va más allá de todas las posibilidades y las fuerzas del universo del que
formamos parte.
Las ansias de
vida inscritas en nuestro corazón tienen su origen en aquel que nos ha creado y
apuntan hacia el don gratuito e inesperado que nos da en Jesucristo, el Señor.
Hoy el panorama cultural y
antropológico es muy diverso al vivido por el autor del libro de la Sabiduría:
la nueva antropología rechaza abiertamente la distinción griega de alma y
cuerpo; y habla de un más allá -cuando lo hace- en un sentido muy diverso del
tradicional.
-Existen los nuevos
"Epicuro" para quienes cuando la muerte es, el hombre ya no es, y
mientras el hombre es, la muerte aún no es. Existen otros, como Bloch, que
afirman: cuando la muerte es, el hombre aún no es, y cuando el hombre es, la
muerte ya no es; pero se quedan en una concepción puramente inmanentista.
-Otros abrimos las puertas a un
futuro trascendente como hizo el autor de la Sabiduría. El mensaje siempre es
válido, pero lo que debe cambiar en el lenguaje del teólogo y del predicador
son las formas culturales. No se puede predicar siendo ajeno a nuestra cultura,
haciendo hincapié en concepciones antropológicas trasnochadas. El autor de
Sabiduría fue un revolucionario de su tiempo; también lo debemos ser nosotros.
En la lectura se respira
optimismo ante la creación y el hombre. Optimismo fundado en la bondad y poder
de Dios. Esta actitud puede ser una respuesta a los que preguntan si puede el
hombre llegar a ser feliz, cuando sabe que su vida es un caminar hacia la muerte.
El autor del libro de la Sabiduría responde diciendo que Dios no es responsable
de esta situación. Es el hombre quien con su pecado ha roto la armonía del
mundo. Dios quiere que el hombre viva y sea feliz. El hombre puede superar el
miedo a la muerte amando la justicia. En ella encontrará la bondad de las cosas
que debemos hacer llegar hasta Dios.
El salmo nos invita a la alegría
agradecida y esperanzada. "Te
ensalzaré, Señor, porque me has librado". Para recitarla cuando nos sentimos librados
de una pena (la enfermedad, la enfermedad de una persona amada, una desgracia
que nos oprimía...). Para recitarla en el momento de la muerte de un amigo
creyente. Para cantarla con el Señor celebrando su Pascua. Para reconocer que
por mucho que suframos -y hay personas y familias que sufren mucho-, por mucho
que nos sintamos abandonados de Dios -y Jesús mismo se sintió abandonado: Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?-, "su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida; sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando
bajaba a la fosa".
Más que un conjunto complejo de
doctrinas, más que una moral perfeccionada, la fe cristiana es un
"sentido" dado a la existencia. Cualquier persona, así sea de poca
cultura, tiene conciencia de que la humanidad está "herida, enferma".
Cuando todo va bien, cuando estamos saludables, tenemos la tentación de decir
como el salmista: "¡Cuando estaba dichoso me decía: jamás nada me
turbará!" Esta es la gran tentación del hombre moderno: creer que ha
dominado las fuerzas nocivas. Luego, el riesgo de alejarse de Dios: "¡No
necesito de El! ¡me bastan mis propias fuerzas!" Sin embargo, basta poca
cosa, basta que Dios "oculte su rostro" y todo está perdido: sin
Dios, el hombre es poca cosa... ¡Es evidente!
Pero creemos en la Resurrección...
Creemos que Dios envió a su Hijo, para curar la humanidad herida por el
pecado... Creemos que nuestra limitación no es absoluta, sino que desemboca en
el espíritu mismo de Dios... ¡Creemos que la muerte se transforma en vida, y
nuestro duelo y decrepitudes en danza! "Este es el sentido de la vida
humana. ¡Vamos, no hacia la muerte, sino hacia la plenitud de vida en Dios!
"Al atardecer nos visita el llanto, por la mañana, el júbilo".
Admirable fórmula poética para
definir la actitud existencial del cristiano. Realista, pues mira de frente el
mal del mundo y su propio mal, el pecado. Optimista, pues no se desalienta
jamás y comienza de nuevo cada mañana.
Las "lágrimas de la
tarde", lágrimas preciosas que corren cuando, al mirar la jornada... observamos
lo que no ha estado bien, nuestras faltas, nuestras fealdades, nuestras
negligencias... y todo lo que el mundo circundante ha añadido al peso de la
condición humana... ¡La "revisión de vida" es ante todo una mirada
realista! El hombre prudente, en todas las civilizaciones es aquél que es capaz
de examinar su jornada lealmente, y dar un juicio de responsabilidad, sin
culpabilización excesiva, pero igualmente sin falsas apariencias. Cuánto fango
en nuestros caminos, en una jornada humana.
Estas "lágrimas de la
tarde" preparan mañanas felices, días nuevos de fidelidad, de trabajo, de
amor, de valor, de servicio. Quien se ha juzgado sin engaño, puede iniciar la
marcha de nuevo, con "gritos de alegría". ¡Pascua, es eso también!
En la segunda
lectura San Pablo introduce otra novedad: el criterio de la igualdad. Tiene gran importancia para nuestra sociedad y para
nosotros cristianos que vivimos en una sociedad de grandes desniveles.
La abundancia de unos en simultáneo con la carencia
de otros es detrimento para todos. A la larga todos pierden cuando unos ganan a
costa de otros. La igualdad de los hombres es criterio novedoso que introduce
el Evangelio, cuyo fundamento último es en definitiva la dignidad “crística”
del hombre. Esta “igualdad” de la que habla San Pablo es novedad del
cristianismo.
También el marxismo habla de igualdad. ¿es pensable
Carlos Marx en una cultura no cristiana? Quizás sólo en una cultura cristiana
pueda surgir el anhelo marxista de la igualdad, la utopía de un reino de
justicia y verdad terrenal. El problema es erradicar el fundamento mismo que es
trascendente: Jesucristo, ya que sin Jesucristo no puede subsistir el valor,
del cual el Señor es “último fundamento”.
El Papa Benedicto XVI decía en Aparecida, Brasil,
en el contexto de la Inauguración de la Asamblea del CELAM, el 13 de mayo de
2007: “La utopía de volver a dar vida a
las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal,
no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia
un momento histórico anclado en el pasado.” Y esto es así porque es el
Evangelio el que propugna la vida, es Cristo el fundamento último de la
justicia, de la dignidad humana y de todos los derechos humanos. El Dios que
nos revela Jesucristo es el que se ocupa y se hace cargo de la vida del hombre
y quiere que las cosas coincidan con lo que son y esto es novedad del Evangelio
en la historia de la humanidad y para este momento de nuestra historia.
El
Papa Francisco en su reciente encíclica “Laudato si” trata de sensibilizar al
mundo entero sobre la injusticia que permite que millones de personas pasen
hambre. Ha denunciado que la crisis ecológica es una manifestación externa de
la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad. Invita a todos, no
sólo a los católicos, a una "valiente revolución cultural". Critica
con fuerza a los "poderes económicos" y llama con fuerza a una
"conversión ecológica", a un "cambio radical en el
comportamiento de la humanidad" --con un estilo de vida más sobrio,
simple, solidario, menos acelerado y consumista--, así como a un cambio del
sistema mundial, "insostenible desde diversos puntos de vista". El
Papa Francisco nos dice que hay que escuchar tanto el clamor de la tierra como
el clamor de los pobres: "Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa
común como en los últimos dos siglos. Nadie pretende volver a la época de las
cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de
otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles y, a la vez, recuperar
los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano".
La alternativa para hacer efectivo el “principio de igualdad” paulino implica
no el despojar a unos para beneficiar a otros, sino un genuino interés en el
bien común y en la dignidad de todos. Es decir, se trata de igualar, pero
igualar por arriba con justicia para que todos los hombres puedan vivir con
dignidad.
San
Pablo pide a los Corintios que sean generosos, como Jesús: nos viene a buscar
allí donde estamos (el dominio de la muerte) y nos enriquece con su pobreza;
sometiéndose a la muerte nos abre a una vida plena; nos devuelve a la imagen
original (el Dios inmortal), borrada por el pecado. El texto nos invita también
a hablar de una manera muy realista y muy humana de la comunicación de bienes.
Y no sólo a escala doméstica; también a escala mundial: entre los países de la
abundancia y los países del hambre. Al fin y al cabo Jesús nos ha enriquecido a
todos con su pobreza.
San
Pablo se nos muestra muy humano y sensato. Los bienes de la tierra son para
todos: practiquemos, pues, la ley de los vasos comunicantes. Una exhortación
especialmente apremiante en nuestra situación mundial. ¿Qué podemos hacer? A
los cristianos, el ejemplo de Jesucristo no nos puede dejar tranquilos. Si él
nos ha enriquecido con su pobreza (asumiendo la pobreza humana, hasta la muerte
y muerte en cruz), no podemos ser insensibles a la miseria extrema de aquellos
hermanos por los cuales también ha muerto el Señor.
En el evangelio, nos encontramos
como el domingo pasado, ante una catequesis sobre la fe. La fe salva a aquella
mujer de su enfermedad. Ya antes le había llevado a transgredir la ley (atravesar una barrera
religioso-legal) y acercarse a Jesús hasta tocarle. Jairo es conducido por la fe a atravesar la barrera definitiva:
"Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?", le
dicen las plañideras escandalosas; es decir, ante el muro de la muerte no hay
nada que hacer. Pero Jesús le dice: "No temas; basta que tengas fe".
Los representantes de la muerte se ríen de él. Jairo, acompañado de Jesús,
atraviesa el muro y recupera a la hija con vida.
Jairo
era un hombre importante en medio de su pueblo. Y, sin embargo, se acerca al
joven rabino de Nazaret, ese mismo que muchos capitostes de Israel rechazaban.
Su situación de dolor, su preocupación de padre por la hija que se le muere le
ayuda a superar prejuicios y cualquier orgullo de casta. A menudo es preciso el
sufrimiento para domeñar nuestra soberbia y derribar esa latente convicción de
que somos mejores que los demás.
Jesús
atiende de inmediato su petición y marcha con él a su casa para curar a la
niña. Podemos afirmar que un hombre humilde es siempre atendido por el Señor.
Un corazón contrito y humillado Dios no lo rechaza, dice el salmo Miserere. Y
así es, en efecto. La omnipotencia divina, su misma justicia, parece quedar
desarmada ante el pobrecito que se sabe sin nada y acude confiado a quien todo
lo tiene. Sin duda que el camino de la humildad, del reconocimiento sencillo de
la personal indigencia es el más fácil y andadero para llegarnos, una y otra
vez, hasta Dios.
La
mujer hemorroísa también escoge ese mismo sendero de humildad. Se esconde entre
la multitud, se considera indigna de que Jesús la tocara, o la mirara a ella,
impura según la ley mosaica. Oculta en el tropel de la gente consigue por fin
alargar su mano y rozar con sus dedos trémulos la túnica del Señor. El milagro
se produce, Jesús vuelve a mirar con la ternura en sus ojos a un alma sencilla
y humilde.
Junto
a su profunda humildad, destaca en los personajes evangélicos de hoy, una gran
fe, una confianza inquebrantable en el poder y en la bondad de Dios. Jairo no
ceja en su empeño, a pesar de que la niña estaba muerta y de que la gente se
ríe de Jesús porque dice que se ha dormido. La hemorroísa sabe que todos
apretujan a Jesús en su afán de estar cerca de Él. Pero ella sabe también que
cuando llegue a tocar el borde de la túnica que viste el Maestro quedará sana
de su enfermedad vergonzosa. Y así ocurrió. Y así ocurrirá siempre que nos
acerquemos hasta Jesús llenos de humildad y de compunción por nuestras faltas y
pecados, confiando en su poder sin límites y en su bondad infinita.
Urge
que nosotros toquemos esas realidades y asumamos sin miedo y con valentía esas
condiciones. Jesucristo nos da ejemplo de lo que tenemos que hacer nosotros.
Dios quiere que colaboremos a que todos puedan gozar una vida digna.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com