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sábado, 29 de junio de 2024

Comentario a las Lecturas del XIII Domingo del Tiempo Ordinario 30 de junio 2024

En la primera lectura (Sb. 1,13-15; 2, 23-25 ), se nos habla del designio salvador de Dios"Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes" (Sb 1, 13).

El libro de la Sabiduría, probablemente el último de los del Antiguo Testamento, fue escrito el siglo primero o segundo antes de Jesucristo, en el ambiente de la diáspora, es decir, en aquellos grupos de judíos que vivían lejos de Israel, en ciudades paganas. Seguramente fue escrito en Alejandría de Egipto, una ciudad en la que residía una numerosa colonia judía, que tenía que convivir y confrontarse con la mayoría helénica que le rodeaba.

El libro quiere ser una afirmación de la fe de Israel para sostener a los creyentes en medio de la variedad de sistemas religiosos y filosóficos en los que se hallaban inmersos, y en medio del clima relativista de costumbres y criterios morales, que hacían que los israelitas fieles fueran a menudo mal vistos y a veces incluso perseguidos. Pero al mismo tiempo esta afirmación de fe es explicitada en diálogo con el mundo helénico: el libro, en efecto, asume y utiliza categorías de la cultura helénica circundante.

El autor del libro de la Sabiduría dirige su escrito a judíos que vivían en la diáspora (posiblemente en Alejandría) y que, al contacto con la nueva cultura griega, se reían de la fe de sus mayores (en el libro se les denomina "impíos"). El autor no tiene miedo alguno en asimilar esta cultura y realizar una "transculturalización". A la luz de la dicotomía griega alma-cuerpo (inmortal-mortal), profundiza en los conceptos tradicionales de vida y muerte, obteniendo una concepción que sonaba como revolucionaria a sus compatriotas.

El doble fragmento que hoy leemos (son dos breves fragmentos unidos: 1,13-15 y 2,23-25) presenta un elemento fundamental de la afirmaci6n de fe frente al materialismo ambiental: Dios es el Dios de la vida, y llama a los hombres a vivir esta misma vida suya. El primer fragmento (hasta "inmortal") hace la afirmación general: Dios ha creado el mundo y al hombre para la vida, y todo lo que Dios es ("la justicia") conduce a la vida por siempre.

-1, 13-15 sirve de conclusión a todo el cap, 1, en el que los gobernantes de la tierra son invitados a buscar la justicia, a Dios. Los que así obran no encontrarán la muerte, sino la sabiduría y la vida.

- la segunda parte de nuestra lectura (2, 23-24), resalta  que el hombre no es un ser para la muerte; sino un ser para la vida eterna. Esto es lo querido por Dios.

El autor no habla de un paraíso perdido. No niega que exista la muerte, pero contempla las cosas en el conjunto de la creación y ve que todas las cosas tiene una finalidad y un objetivo.

 

El salmo de hoy ( Sal 29, 2 y 4. 5 6. 11 y 12a y 13b) es un salmo de petición y acción de gracias.

Este es un salmo de "todah", de "jubilosa acción de gracias", de "eucaristía". El verbo "dar gracias" aparece tres veces, y es la palabra final del salmo. El vocabulario de alegría es abundante: "fiesta" (2 veces), "exaltar", "gritos de alegría", "felicidad", "danza", "vestido de fiesta".

El "ropaje midráshico", es decir la "situación concreta evocada" es esta: un enfermo importante, en peligro de muerte, ha sido curado... Esta situación evoca la experiencia de Israel, que después de la agonía del exilio reencuentra la alegría de la alabanza. El pueblo de Israel consideró esta liberación como una especie de "Resurrección": "me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa".

Así comenta San Juan Pablo II: Dios disipa la gran pesadilla, el miedo a la muerte . Meditación sobre el Salmo 29 " Este himno de gratitud posee una gran fineza literaria y se basa en una serie de contrastes que expresan de manera simbólica la liberación obtenida gracias al Señor.

De este modo, al descenso «a la fosa» se le opone la salida «del abismo» (versículo 4); a su «cólera» que «dura un instante» le sustituye «su bondad de por vida» (versículo 6); al «lloro» del atardecer le sigue el «júbilo» de la mañana (ibídem); al «luto» le sigue la «danza», al «sayal» luctuoso el «vestido de fiesta» (versículo 12).

Pasada, por tanto, la noche de la muerte, surge la aurora del nuevo día. Por este motivo, la tradición cristiana ha visto este Salmo como un canto pascual. Lo atestigua la cita de apertura que la edición del texto litúrgico de las Vísperas toma de una gran escritor monástico del siglo IV, Juan Casiano: «Cristo da gracias al padre por su resurrección gloriosa».

2. El que ora se dirige en varias ocasiones al «Señor» --al menos ocho veces--, ya sea para anunciar que le alabará (Cf. versículos 2 y 13), ya sea para recordar el grito que le ha dirigido en tiempos de prueba (Cf. versículos 3 y 9) y su intervención liberadora (Cf. versículos 2, 3, 4, 8, 12), ya sea para invocar nuevamente su misericordia (Cf. versículo 11). En otro pasaje, el orante invita a los fieles a elevar himnos al Señor para darle gracias (Cf. versículo 5).

Las sensaciones oscilan constantemente entre el recuerdo terrible de la pesadilla pasada y la alegría de la liberación. Ciertamente, el peligro que ha quedado atrás es grave y todavía provoca escalofríos; el recuerdo del sufrimiento pasado es todavía claro y vivo; hace muy poco tiempo que se ha enjugado el llanto de los ojos. Pero ya ha salido la aurora del nuevo día; a la muerte le ha seguido la perspectiva de la vida que continúa.

3. El Salmo demuestra de este modo que no tenemos que rendirnos ante la oscuridad de la desesperación, cuando parece que todo está perdido. Pero tampoco hay que caer en la ilusión de salvarnos solos, por nuestras propias fuerzas. El salmista, de hecho, está tentado por la soberbia y la autosuficiencia: «Yo pensaba muy seguro: "no vacilaré jamás"» (versículo 7).

Los Padres de la Iglesia también reflexionaron sobre esta tentación que se presenta en tiempos de bienestar, y descubrieron en la prueba un llamamiento divino a la humildad. Es lo que dice, por ejemplo, Fulgencio, obispo de Ruspe (467-532), en su «Carta 3», dirigida a la religiosa Proba, en la que comenta este pasaje del Salmo con estas palabras: «El salmista confesaba que en ocasiones se enorgullecía de estar sano, como si fuera mérito suyo, y que así descubría el peligro de una enfermedad gravísima. De hecho, dice: ¡"Yo pensaba muy seguro: 'no vacilaré jamás'"! Y, dado que al decir esto, había sido abandonado del apoyo de la gracia divina, y turbado, cayó en su enfermedad, siguió diciendo: "Tu bondad, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza; pero escondiste tu rostro, y quedé desconcertado". Para mostrar que la ayuda de la gracia divina, aunque ya se cuente con ella, tiene que ser de todos modos invocada humildemente sin interrupción, añade: "A ti, Señor, llamo, suplico a mi Dios". Nadie pide ayuda si no reconoce su necesidad, ni cree que puede conservar lo que posee confiando sólo en sus propias fuerzas» (Fulgencio de Ruspe, «Las Cartas» --«Le lettere»--, Roma 1999, p. 113).

4. Después de haber confesado la tentación de soberbia experimentada en tiempos de prosperidad, el salmista recuerda la prueba que le siguió, diciendo al Señor: «escondiste tu rostro, y quedé desconcertado» (versículo 8).

Quien ora recuerda entonces la manera en que imploró al Señor: (Cf. versículos 9-11): gritó, pidió ayuda, suplicó que le preservara de la muerte, ofreciendo como argumento el hecho de que la muerte no ofrece ninguna ventaja a Dios, pues los muertos no son capaces de alabar a Dios, no tienen ya ningún motivo para proclamar la fidelidad de Dios, pues han sido abandonados por Él.

Podemos encontrar este mismo argumento en el Salmo 87, en el que el orante, ante la muerte, le pregunta a Dios: « ¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia, o tu fidelidad en el reino de la muerte?» (Salmo 87, 12). Del mismo modo, el rey Ezequías, gravemente enfermo y después curado, decía a Dios: «El Seol no te alaba ni la Muerte te glorifica..., El que vive, el que vive, ése te alaba» (Isaías 38, 18-19).

El Antiguo Testamento expresaba de este modo el intenso deseo humano de una victoria de Dios sobre la muerte y hacía referencia a los numerosos casos en los que fue alcanzada esta victoria: personas amenazadas de morir de hambre en el desierto, prisioneros que escaparon a la pena de muerte, enfermos curados, marineros salvados de naufragio (Cf. Salmo 106, 4-32). Ahora bien, se trataba de victorias que no eran definitivas. Tarde o temprano, la muerte lograba imponerse.

La aspiración a la victoria se ha mantenido siempre a pesar de todo y se convirtió al final en una esperanza de resurrección. Es la satisfacción de que esta aspiración poderosa ha sido plenamente asegurada con la resurrección de Cristo, por la que nunca daremos suficientemente gracias a Dios." (San Juan Pablo II. Audiencia general, miércoles, 11 mayo 2004).

 

La segunda lectura  (2 Cor. 8, 7-9.13-15), cita un término curioso y muy interesante, es la palabra nivelar. Se aplica en la vida espiritual y a la vida material.

Los capítulos 8 y 9 de la segunda carta a los Corintios están dedicados a exhortar a la generosidad en la colecta a favor de la comunidad de Jerusalén. Vale la pena leer los dos capítulos enteros para situarla tanto histórica como teológicamente, y leer también el anuncio que de ella se hace en 1Co 16,1-3. La ayuda a la comunidad de Jerusalén, que vivía en situación de estrechez, fue uno de los signos de comunión cristiana que las comunidades procedentes del paganismo realizaron con la Iglesia madre (cf. también Hechos 11,29-30 y Rm 15,26).

De los versículos que leemos hoy a propósito de este tema, destacan sobre todo dos aspectos. El primero, la facilidad con que Pablo refiere toda realidad que afecte a la vida de los creyentes (aunque sea algo tan poco "espiritual" como una colecta) a los fundamentos de la fe: la colecta imita el estilo de Jesucristo, que se vació a sí mismo; y es que, de hecho, cualquier cosa que el creyente haga tiene que ser una realización de este estilo. El segundo aspecto se refiere al criterio económico que debe regir la vida de los creyentes, y que (como todo lo que hace la comunidad cristiana) tiene que ser modelo para el mundo: la búsqueda de la igualdad.

Así la segunda carta a los corintios nos habla hoy de un tema nuevo: la colecta por la Iglesia de Jerusalén, que se hallaba en situación de estrechez. Pablo se dedicaba en esta época a recoger dinero para aquella comunidad, y ahora escribe a los de Corinto para decirles que pronto vendrán unos enviados suyos a recoger su aportación: en el texto de hoy les exhorta a ser generosos.

Posee Pablo un estilo de exhortación en el que une cualquier detalle -grande o pequeño- de la vida cristiana con las raíces más profundas de esta misma vida. También aquí, en el caso de la colecta, pone como modelo de toda la encarnación-redención de Jesucristo, en un esquema parecido al del himno de Fil 2, 5-11; en la carta a los filipenses, sin embargo Jesucristo era presentado como modelo de humildad y rebajamiento, mientras que aquí lo es de generosidad.

Este breve y denso versículo, en efecto, presenta a Jesucristo dejando la riqueza de su condición divina, como acto de generosidad, para hacerse pobre como los hombres (solidario, diríamos ahora) y así hacer posible que los hombres se enriquezcan, que reciban los frutos de su rebajamiento.

Y ya en otro nivel, el apóstol propone a los corintios el ideal de la igualdad entre los cristianos: si en cierto momento unos tienen más que los demás, deben dar de eso que tienen de más; y, cuando sea necesario, a la inversa. El ejemplo es lo que hizo Dios con el maná, según la cita de Ex 16, 18: Dios mismo aseguraba la igualdad dentro de su pueblo, y a ejemplo de Dios deben actuar ahora los corintios.

" Ya que sobresalís en todo... distinguíos también ahora por vuestra generosidad. Bien sabéis lo generoso que ha sido nuestro señor Jesucristo; siendo rico... se hizo pobre". Esta apelación al corazón de los corintios tiene para Pablo especial relevancia dadas las graves dificultades que se crearon entre él y su querida comunidad, por una parte y, por otra, para disipar las dudas que surgieron acerca de su persona y su misión entre los paganos proclamando la liberación de las exigencias judías para pertenecer a la Iglesia y participar en la salvación: circuncisión y prácticas musaicas. Esta comunidad estaba enriquecida por muchos dones del Espíritu, ciertamente. Pero era necesario expresarlo a través de la generosidad en el compartir los bienes materiales. Es la razón profunda que mueve y empuja la comunión de bienes en la Iglesia. Y el modelo más profundo: Jesús. Quiso compartir con los pobres libremente, despojándose temporalmente de su rango de riqueza suma por ser Dios. Esta referencia disipa cualquier duda o dificultad en el compartir de los bienes. Por eso la comunión entre los cristianos es cristocéntrica y realista a la vez. Porque Jesús fue realmente pobre siendo realmente rico. Es un ideal, una utopía, pero posible desde la realidad humana de Jesús.

 

En el evangelio de hoy  (Mc 5, 21-43), prima la fe y la humildad.


En la perspectiva de un Reino de Dios abierto a todos, Marcos introducía el domingo pasado el tema de la fe en Jesús. El texto de hoy nos sitúa de nuevo en la orilla judía del lago de Genesaret, en medio de la habitual aglomeración de gente en torno a Jesús. El hilo narrativo lo configura el desplazamiento hasta la casa de Jairo, un encargado del orden en la sinagoga, cuya hija está mortalmente enferma. Entre partida de la orilla y llegada a la casa, Marcos intercala en los vs. 25-34 un episodio con una mujer. Se trata de la misma técnica narrativa que encontrábamos hace tres domingos en Mc. 3, 20-35. el episodio le sirve a Marcos para profundizar en el tema de la fe en Jesús.

Así el evangelio de hoy acopla dos milagros en una única narración. El leccionario prevé una lectura abreviada, pero debe ser recomendable leer el texto entero. De hecho, los tres sinópticos engarzan las dos curaciones en una relación seguida y no sin intención. Veámoslo: a) la mujer lleva doce años enferma (¡toda una vida!); la niña muere justamente a los doce años; b) la mujer va perdiendo la vida poco a poco (recordemos que la sangre es vida); la niña la pierde de golpe; c) la mujer actúa a escondidas (porque el flujo de sangre la convertía en "impura" y tocar a alguien era contagiarle su impureza) y con una mezcolanza de fe y de magia; el padre de la niña se presenta a Jesús y le pide su intervención; d) la mujer, al sentirse descubierta, tiembla atemorizada, pero Jesús la tranquiliza y le dice que es su fe la que la ha salvado y no el simple contacto físico; el padre de la niña es exhortado a tener fe y a no temer ni a la misma muerte.

Nos encontramos con Jesús que regresa a la otra orilla del lago de Galilea, lugar de vocación (1,16-20; 2,13-17) y enseñanza (3,9; 4,1).     

El fragmento que hoy proclamamos pertenece a la segunda sección de la primera parte del evangelio de Marcos: Jesús el Mesías que se manifiesta en las palabras y en los gestos.

El pasaje de este domingo nos ofrece un ejemplo del carácter histórico de los Evangelios. El nítido retrato de Jairo y su petición angustiosa de ayuda, el episodio de la mujer que se encuentran de camino a su casa, la actitud escéptica de los mensajeros hacia Jesús, la tenacidad de Cristo, el clima de la gente que llora a la niña muerta, el mandato de Jesús referido en la lengua original aramea, la conmovedora solicitud de Jesús de que se dé algo de comer a la niña resucitada. Todo hace pensar en un relato que remite a un testigo ocular del hecho.

Jesús nos muestra que está a favor de la vida. La enfermedad y la muerte nos interpelan y nos plantean no pocos interrogantes: ¿por qué sufrimos? ¿Por qué tenemos que morir?. Jesús no nos dio una explicación científica o filosófica sobre el sentido del mal o del dolor. Simplemente nos demuestra que se conmueve ante el sufrimiento humano y lo combate. No le da igual, sino que es solidario y trata de ayudar. Traspasa la frontera y va en busca de los excluidos.

El jefe de la sinagoga, Jairo, tiene que pasar de la lectura legalista de la sinagoga hacia el espacio trasgresor, profético y liberador de Jesús de Nazaret. El gesto de Jesús es siempre sorprendente. Este es un gesto de escándalo porque se supone que un varón desconocido no toca en público a una mujer y además, desde los conceptos de pureza ritual, no se toca un cadáver. Jesús al tocarla asume la condición de la hija del jefe de la sinagoga. Sólo con ese compromiso podemos decirles a los grupos y a las personas enfermas, postradas o vulnerables: ¡Levántate! .

La mujer acude a Jesús como a último y único remedio a sus trastornos corporales. Pero lo hace anónimamente, mágicamente. La propia situación multitudinaria parece aconsejar un acercamiento así. En estas circunstancias resuena firme la pregunta de Jesús. "¿Quién me ha tocado el manto?" Con esta pregunta Marcos parece querer indicarnos que el ámbito de la fe en Jesús no es el del anonimato, sino el de la intercomunicación personal. La mujer, en efecto, se ve impelida a salir del anonimato. Viene con temor y temblor, y se prosterna ante Jesús.

Jesús de Nazaret se deja tocar por una mujer no judía e impura. Es un escándalo, pero deja bien claro que el hombre está por encima de la ley. Lo que le importa es el sufrimiento de esta mujer y su fe. Por eso es capaz de trasgredir la ley para favorecer la misericordia. Estamos convencidos que el núcleo de nuestra acción pastoral debe ser construir puentes que lleven a la inclusión y a la reconciliación. Ricos y pobres, el lado judío y gentil de todos los lugares, todos necesitamos ser curados de nuestras incredulidades, dudas, temores y prejuicios.

En este contexto no puede interpretarse el temor y temblor desde planteamientos psicológicos. Representan más bien la reacción humana a la manifestación o epifanía divina. Se pone con ello de manifiesto que la mujer no había actuado por magia, sino por fe: ella había creído sencillamente en Jesús, había visto en él al enviado de Dios. Esto es lo que Marcos quiere resaltar y así lo sigue haciendo en la continuación del relato, ahora ya con Jairo.

También éste se ha prosternado ante Jesús reconociendo en él soberanía y majestad. El propio Jesús le invita a tener fe en él.

A partir de este momento el relato se hace íntimo, personal.

(v. 37) El Maestro toma consigo únicamente a los tres discípulos que serían también los testigos de su transfiguración (9, 2) y de su agonía en Getsemaní (14, 33).

Jesús entra en la casa transmitiendo seguridad y dominio de la situación; el evangelista conserva las palabras en arameo, dándoles, por tanto, un fuerte valor simbólico; Jesús actúa con gran sencillez (habla como si aquello no tuviera importancia: "La niña no está muerta...";

(v. 38) Se trata de las plañideras que lloran por oficio y que para eso han sido contratadas. Esto explica que se rían después al oír a Jesús que la niña estaba dormida.

 Se limita a dar la mano a la niña y a decir una palabra nada retórica...), signo de su fuerza y su poder. Y todo el conjunto se convierte en afirmación de la fuerza salvadora de Jesús que libera al hombre sin ninguna barrera, y llama a la confianza en esta liberación. La resurrección de la niña acontece por el poder de la palabra de Jesús que Marcos ha conservado en original arameo. Jesús se manifiesta como señor de la vida y de la muerte.

Con la exclusión de gentío y plañideras se pone de nuevo de manifiesto que el ámbito de la fe en Jesús no puede ser otro que el de la relación personalizada. Es en un ámbito así en el que lo insospechado puede hacerse realidad.

El relato termina con el sorprendente encargo, característico en el Evangelio de Marcos, de no divulgar el hecho.

Para nuestra vida.

El mensaje de hoy es, por una parte, la existencia de la enfermedad y la muerte en nuestra historia, y por otra, más importante, el anuncio del proyecto de Dios, que es proyecto de vida, y del poder liberador de Jesús que cura a la mujer enferma y resucita a la niña.

En la primera lectura se nos recuerda que Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser. La muerte es una cuestión siempre abierta. La fe de Israel, expresada en la narración del paraíso, es que Dios no quiere la muerte sino la vida; que el hombre no está destinado a la muerte, sino que su destino original -es decir, en el designio de Dios, que es el verdadero origen del hombre- es la vida plena: por algo ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.

Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera.. Dios creó al hombre incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza. La justicia es inmortal! Estas afirmaciones remiten y recuerdan las primeras páginas del Génesis donde se manifiesta el auténtico proyecto de Dios. El Dios verdadero es un Dios vivo y que crea para proyectar su vida y su ser feliz. Es una convicción profunda que recorre la Escritura. Esta revelación sale al encuentro de la preocupación más profunda del hombre: después de esta vida ¿qué nos espera? El autor de la Sabiduría contesta: la vida y la inmortalidad. Ésta será la respuesta de Jesús cuando le planteen la misma pregunta: los hombres serán como ángeles de Dios y están destinados a la resurrección. La firme esperanza de la humanidad, apoyada en la revelación de Dios, es saberse destinada a la vida sin fin en la inmortalidad y en la felicidad. Es una verdad segura y que necesitan los hombres de nuestro tiempo más que nunca.

El deseo íntimo de Dios es la salvación de todos. Su proyecto primordial no podía ser más ventajoso para el hombre: Dios creó al hombre incorruptible, lo hizo imagen de su misma naturaleza. El hombre se parecía a su Creador como un hijo se parece a su padre. En su corazón existía la misma sed de amar y de ser amado. Su inteligencia se complacía y descansaba tan sólo en la verdad.

El Príncipe de las tinieblas. el envidioso, el soberbio, el ángel de la Luz, el que viéndose tan hermoso y fuerte se atrevió a luchar contra Dios, a rebelarse a los planes divinos. Vio cómo Dios amaba al hombre y se llenó de tristeza. Su astucia y su odio se desplegaron como sucias alas de vampiro. Y vino la tentación, la caída, las trágicas consecuencias de la desobediencia a la voluntad de Dios.

  Después de la triste experiencia de Adán, Dios nos ha regenerado y nos ha llamado de nuevo a la unión estrecha con Él, a la amistad que satisface plenamente el alma. Y cuando le somos fieles, sentimos en nuestro espíritu una alegría que se desborda, una paz sublime.

Es una lección de sana humildad que nos reconozcamos formando parte de esta tierra y de este universo perecederos. Que reconozcamos que la inmortalidad es un don gratuito, que va más allá de todas las posibilidades y las fuerzas del universo del que formamos parte.

Las ansias de vida inscritas en nuestro corazón tienen su origen en aquel que nos ha creado y apuntan hacia el don gratuito e inesperado que nos da en Jesucristo, el Señor.

Hoy el panorama cultural y antropológico es muy diverso al vivido por el autor del libro de la Sabiduría: la nueva antropología rechaza abiertamente la distinción griega de alma y cuerpo; y habla de un más allá -cuando lo hace- en un sentido muy diverso del tradicional.

-Existen los nuevos "Epicuro" para quienes cuando la muerte es, el hombre ya no es, y mientras el hombre es, la muerte aún no es. Existen otros, como Bloch, que afirman: cuando la muerte es, el hombre aún no es, y cuando el hombre es, la muerte ya no es; pero se quedan en una concepción puramente inmanentista.

-Otros abrimos las puertas a un futuro trascendente como hizo el autor de la Sabiduría. El mensaje siempre es válido, pero lo que debe cambiar en el lenguaje del teólogo y del predicador son las formas culturales. No se puede predicar siendo ajeno a nuestra cultura, haciendo hincapié en concepciones antropológicas trasnochadas. El autor de Sabiduría fue un revolucionario de su tiempo; también lo debemos ser nosotros.

En la lectura se respira optimismo ante la creación y el hombre. Optimismo fundado en la bondad y poder de Dios. Esta actitud puede ser una respuesta a los que preguntan si puede el hombre llegar a ser feliz, cuando sabe que su vida es un caminar hacia la muerte. El autor del libro de la Sabiduría responde diciendo que Dios no es responsable de esta situación. Es el hombre quien con su pecado ha roto la armonía del mundo. Dios quiere que el hombre viva y sea feliz. El hombre puede superar el miedo a la muerte amando la justicia. En ella encontrará la bondad de las cosas que debemos hacer llegar hasta Dios.

 

El salmo nos invita a la alegría agradecida y esperanzada. "Te ensalzaré, Señor, porque me has librado".  Para recitarla cuando nos sentimos librados de una pena (la enfermedad, la enfermedad de una persona amada, una desgracia que nos oprimía...). Para recitarla en el momento de la muerte de un amigo creyente. Para cantarla con el Señor celebrando su Pascua. Para reconocer que por mucho que suframos -y hay personas y familias que sufren mucho-, por mucho que nos sintamos abandonados de Dios -y Jesús mismo se sintió abandonado: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?-, "su cólera dura un instante; su bondad, de por vida; sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa".

Más que un conjunto complejo de doctrinas, más que una moral perfeccionada, la fe cristiana es un "sentido" dado a la existencia. Cualquier persona, así sea de poca cultura, tiene conciencia de que la humanidad está "herida, enferma". Cuando todo va bien, cuando estamos saludables, tenemos la tentación de decir como el salmista: "¡Cuando estaba dichoso me decía: jamás nada me turbará!" Esta es la gran tentación del hombre moderno: creer que ha dominado las fuerzas nocivas. Luego, el riesgo de alejarse de Dios: "¡No necesito de El! ¡me bastan mis propias fuerzas!" Sin embargo, basta poca cosa, basta que Dios "oculte su rostro" y todo está perdido: sin Dios, el hombre es poca cosa... ¡Es evidente!

Pero creemos en la Resurrección... Creemos que Dios envió a su Hijo, para curar la humanidad herida por el pecado... Creemos que nuestra limitación no es absoluta, sino que desemboca en el espíritu mismo de Dios... ¡Creemos que la muerte se transforma en vida, y nuestro duelo y decrepitudes en danza! "Este es el sentido de la vida humana. ¡Vamos, no hacia la muerte, sino hacia la plenitud de vida en Dios!

"Al atardecer nos visita el llanto, por la mañana, el júbilo".

Admirable fórmula poética para definir la actitud existencial del cristiano. Realista, pues mira de frente el mal del mundo y su propio mal, el pecado. Optimista, pues no se desalienta jamás y comienza de nuevo cada mañana.

Las "lágrimas de la tarde", lágrimas preciosas que corren cuando, al mirar la jornada... observamos lo que no ha estado bien, nuestras faltas, nuestras fealdades, nuestras negligencias... y todo lo que el mundo circundante ha añadido al peso de la condición humana... ¡La "revisión de vida" es ante todo una mirada realista! El hombre prudente, en todas las civilizaciones es aquél que es capaz de examinar su jornada lealmente, y dar un juicio de responsabilidad, sin culpabilización excesiva, pero igualmente sin falsas apariencias. Cuánto fango en nuestros caminos, en una jornada humana.

Estas "lágrimas de la tarde" preparan mañanas felices, días nuevos de fidelidad, de trabajo, de amor, de valor, de servicio. Quien se ha juzgado sin engaño, puede iniciar la marcha de nuevo, con "gritos de alegría". ¡Pascua, es eso también!

 

En la segunda lectura San Pablo introduce otra novedad: el criterio de la igualdad. Tiene gran importancia para nuestra sociedad y para nosotros cristianos que vivimos en una sociedad de grandes desniveles.

La abundancia de unos en simultáneo con la carencia de otros es detrimento para todos. A la larga todos pierden cuando unos ganan a costa de otros. La igualdad de los hombres es criterio novedoso que introduce el Evangelio, cuyo fundamento último es en definitiva la dignidad “crística” del hombre. Esta “igualdad” de la que habla San Pablo es novedad del cristianismo.

También el marxismo habla de igualdad. ¿es pensable Carlos Marx en una cultura no cristiana? Quizás sólo en una cultura cristiana pueda surgir el anhelo marxista de la igualdad, la utopía de un reino de justicia y verdad terrenal. El problema es erradicar el fundamento mismo que es trascendente: Jesucristo, ya que sin Jesucristo no puede subsistir el valor, del cual el Señor es “último fundamento”.

El Papa Benedicto XVI decía en Aparecida, Brasil, en el contexto de la Inauguración de la Asamblea del CELAM, el 13 de mayo de 2007: “La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado.” Y esto es así porque es el Evangelio el que propugna la vida, es Cristo el fundamento último de la justicia, de la dignidad humana y de todos los derechos humanos. El Dios que nos revela Jesucristo es el que se ocupa y se hace cargo de la vida del hombre y quiere que las cosas coincidan con lo que son y esto es novedad del Evangelio en la historia de la humanidad y para este momento de nuestra historia.

El Papa Francisco en su reciente encíclica “Laudato si” trata de sensibilizar al mundo entero sobre la injusticia que permite que millones de personas pasen hambre. Ha denunciado que la crisis ecológica es una manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad. Invita a todos, no sólo a los católicos, a una "valiente revolución cultural". Critica con fuerza a los "poderes económicos" y llama con fuerza a una "conversión ecológica", a un "cambio radical en el comportamiento de la humanidad" --con un estilo de vida más sobrio, simple, solidario, menos acelerado y consumista--, así como a un cambio del sistema mundial, "insostenible desde diversos puntos de vista". El Papa Francisco nos dice que hay que escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres: "Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos. Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles y, a la vez, recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano". La alternativa para hacer efectivo el “principio de igualdad” paulino implica no el despojar a unos para beneficiar a otros, sino un genuino interés en el bien común y en la dignidad de todos. Es decir, se trata de igualar, pero igualar por arriba con justicia para que todos los hombres puedan vivir con dignidad.

San Pablo pide a los Corintios que sean generosos, como Jesús: nos viene a buscar allí donde estamos (el dominio de la muerte) y nos enriquece con su pobreza; sometiéndose a la muerte nos abre a una vida plena; nos devuelve a la imagen original (el Dios inmortal), borrada por el pecado. El texto nos invita también a hablar de una manera muy realista y muy humana de la comunicación de bienes. Y no sólo a escala doméstica; también a escala mundial: entre los países de la abundancia y los países del hambre. Al fin y al cabo Jesús nos ha enriquecido a todos con su pobreza.

San Pablo se nos muestra muy humano y sensato. Los bienes de la tierra son para todos: practiquemos, pues, la ley de los vasos comunicantes. Una exhortación especialmente apremiante en nuestra situación mundial. ¿Qué podemos hacer? A los cristianos, el ejemplo de Jesucristo no nos puede dejar tranquilos. Si él nos ha enriquecido con su pobreza (asumiendo la pobreza humana, hasta la muerte y muerte en cruz), no podemos ser insensibles a la miseria extrema de aquellos hermanos por los cuales también ha muerto el Señor.

 

En el evangelio, nos encontramos como el domingo pasado, ante una catequesis sobre la fe. La fe salva a aquella mujer de su enfermedad. Ya antes le había llevado a transgredir la ley (atravesar una barrera religioso-legal) y acercarse a Jesús hasta tocarle. Jairo es conducido por la fe a atravesar la barrera definitiva: "Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?", le dicen las plañideras escandalosas; es decir, ante el muro de la muerte no hay nada que hacer. Pero Jesús le dice: "No temas; basta que tengas fe". Los representantes de la muerte se ríen de él. Jairo, acompañado de Jesús, atraviesa el muro y recupera a la hija con vida.

Jairo era un hombre importante en medio de su pueblo. Y, sin embargo, se acerca al joven rabino de Nazaret, ese mismo que muchos capitostes de Israel rechazaban. Su situación de dolor, su preocupación de padre por la hija que se le muere le ayuda a superar prejuicios y cualquier orgullo de casta. A menudo es preciso el sufrimiento para domeñar nuestra soberbia y derribar esa latente convicción de que somos mejores que los demás.

Jesús atiende de inmediato su petición y marcha con él a su casa para curar a la niña. Podemos afirmar que un hombre humilde es siempre atendido por el Señor. Un corazón contrito y humillado Dios no lo rechaza, dice el salmo Miserere. Y así es, en efecto. La omnipotencia divina, su misma justicia, parece quedar desarmada ante el pobrecito que se sabe sin nada y acude confiado a quien todo lo tiene. Sin duda que el camino de la humildad, del reconocimiento sencillo de la personal indigencia es el más fácil y andadero para llegarnos, una y otra vez, hasta Dios.

La mujer hemorroísa también escoge ese mismo sendero de humildad. Se esconde entre la multitud, se considera indigna de que Jesús la tocara, o la mirara a ella, impura según la ley mosaica. Oculta en el tropel de la gente consigue por fin alargar su mano y rozar con sus dedos trémulos la túnica del Señor. El milagro se produce, Jesús vuelve a mirar con la ternura en sus ojos a un alma sencilla y humilde.

Junto a su profunda humildad, destaca en los personajes evangélicos de hoy, una gran fe, una confianza inquebrantable en el poder y en la bondad de Dios. Jairo no ceja en su empeño, a pesar de que la niña estaba muerta y de que la gente se ríe de Jesús porque dice que se ha dormido. La hemorroísa sabe que todos apretujan a Jesús en su afán de estar cerca de Él. Pero ella sabe también que cuando llegue a tocar el borde de la túnica que viste el Maestro quedará sana de su enfermedad vergonzosa. Y así ocurrió. Y así ocurrirá siempre que nos acerquemos hasta Jesús llenos de humildad y de compunción por nuestras faltas y pecados, confiando en su poder sin límites y en su bondad infinita.

Urge que nosotros toquemos esas realidades y asumamos sin miedo y con valentía esas condiciones. Jesucristo nos da ejemplo de lo que tenemos que hacer nosotros. Dios quiere que colaboremos a que todos puedan gozar una vida digna.

 

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 

 

sábado, 26 de febrero de 2022

Comentario a las lecturas del VIII Domingo del Tiempo Ordinario 27 de febrero 2022

 

Comentario a las lecturas del VIII Domingo del Tiempo Ordinario  27 de febrero  2022

Acaba hoy la primera parte del tiempo ordinario, porque el próximo miércoles iniciamos ya la Cuaresma.

Además, tanto en la segunda lectura como en el evangelio, concluimos la lectura de los textos que íbamos leyendo a los largo de las últimas semanas; así acabamos la lectura continuada de la primera carta de san Pablo a los cristianos de Corinto, y también el resumen del mensaje de Jesús que el evangelista Lucas ha recogido en el capítulo 6, y del que hoy leemos el tercer y último fragmento. 

Por tanto, toda la liturgia de hoy nos invita a cerrar un período, una etapa del año litúrgico, durante la cual hemos ido siguiendo los inicios del ministerio de Jesús, para iniciar otra la próxima semana: la Cuaresma, un tiempo fuerte, con todo lo que comporta. 

 

La primera lectura es del libro del Eclesiástico (Eclo 27,4-7) Un notable de Jerusalén escribe este libro con la sola intención de poner sus conocimientos de la Escritura al servicio de su pueblo. Se trata de un hombre que ha viajado mucho, que conoce el corazón del hombre.

El libro del Eclesiástico, conocido también con el nombre de Sirácida, fue compuesto en hebreo por Jesús, hijo de Sirá (cf. 50,27), en Jerusalén hacia el año 200 a.C., y traducido al griego por el nieto del autor en Egipto hacia el año 120-130 (cf. prólogo). Es la obra de un hombre que reflexiona a partir de la Escritura y de la historia de Israel, y elabora un conjunto de enseñanzas para mantener y valorar la fe y la tradición del pueblo, amenazadas por la fuerza creciente de la cultura helénica. Estas enseñanzas son la "sabiduría" verdadera, que tiene como depositario a Israel, el pueblo de Dios.

Este conjunto de enseñanzas son muy variadas. Lo que hoy leemos como preparación del evangelio de este domingo es un breve poema que invita a no equivocarse a la hora de valorar las personas. Cuando se agita la criba se ve lo que había bueno o malo; cuando el alfarero pone su obra en el horno se ve si estaba bien hecha; cuando un árbol da fruto se ve qué tipo de árbol es. De la misma manera, cuando el hombre se manifiesta exteriormente se ve qué llevaba en su interior.

¿Cómo conocer a los hombres? La lectura señala tres criterios: el de la criba, el del horno y el del fruto.

De la misma manera que la criba separa el trigo de la cascarilla y la suciedad que lo acompaña, así la bondad o la maldad de los hombres se reflejan en sus reflexiones y en sus palabras. De la misma manera que las deficiencias de las piezas de alfarería se manifiestan a la hora de ser cocidas en el horno, así las pasiones de los hombres se revelan en el calor de la discusión.

Lo mismo que los árboles se conocen por sus frutos, así los pensamientos y los corazones de los hombres se traslucen en sus palabras y en sus obras. En resumen, para pronunciarse sobre el modo de ser de un hombre, es necesario conocer antes su modo de pensar, hablar y obrar.

Salmo responsorial (Sal  91, 2-3. 13-14. 15-16 (r: cf. 2a)) Este salmo es un himno que se asemeja mucho al salmo I. Un hombre piadoso canta la "felicidad", que surge de su contemplación permanente de las "acciones" de Dios, obras de su "amor-fidelidad" (Hessed). En oposición, ve lo efímero de los impíos, cuyo éxito es sólo pasajero y frágil... Mientras los justos se arraigan en la solidez de Dios.

Así comenta el  Papa San Juan Pablo II en la catequesis de la audiencia general del miércoles, 12 de Junio

"Alabanza a Dios creador

1. La antigua tradición hebrea reserva una situación particular al salmo 91, que acabamos de proclamar como el canto del hombre justo a Dios creador. En efecto, el título puesto al Salmo indica que está destinado al día de sábado (cf. v. 1). Por consiguiente, es el himno que se eleva al Señor eterno y excelso cuando, al ponerse el sol del viernes, se entra en la jornada santa de la oración, la contemplación y el descanso sereno del cuerpo y del espíritu.

En el centro del Salmo se yergue, solemne y grandiosa, la figura del Dios altísimo (cf. v. 9), en torno al cual se delinea un mundo armónico y pacificado. Ante él se encuentra también la persona del justo que, según una concepción típica del Antiguo Testamento, es colmado de bienestar, alegría y larga vida, como consecuencia natural de su existencia honrada y fiel. Se trata de la llamada "teoría de la retribución", según la cual todo delito tiene ya un castigo en la tierra y todo acto bueno, una recompensa. Aunque en esta concepción hay un elemento de verdad, sin embargo -como dejará intuir Job y como reafirmará Jesús (cf. Jn 9, 2-3)- la realidad del dolor humano es mucho más compleja y no se puede simplificar tan fácilmente. En efecto, el sufrimiento humano se debe ver desde la perspectiva de la eternidad.

2. Pero examinemos ahora este himno sapiencial con matices litúrgicos. Está constituido por una intensa invitación a la alabanza, al canto alegre de acción de gracias, al júbilo de la música, acompañada por el arpa de diez cuerdas, el laúd y la cítara (cf. vv. 2-4). El amor y la fidelidad del Señor se deben celebrar con el canto litúrgico, que se ha de entonar "con maestría" (cf. Sal 46, 8). Esta invitación vale también para nuestras celebraciones, a fin de que recuperen su esplendor no sólo en las palabras y en los ritos, sino también en las melodías que las animan.

Después de esta invitación a no apagar nunca el hilo interior y exterior de la oración, verdadera respiración constante de la humanidad fiel, el salmo 91 presenta, casi en dos retratos, el perfil del malvado (cf. vv. 7-10) y del justo (cf. vv. 13-16). Con todo, el malvado se halla ante el Señor, "el excelso por los siglos" (v. 9), que hará perecer a sus enemigos y dispersará a todos los malhechores (cf. v. 10). En efecto, sólo a la luz divina se logra comprender a fondo el bien y el mal, la justicia y la perversión.

3. La figura del pecador se describe con una imagen tomada del mundo vegetal:  "Aunque germinen como hierba los malvados y florezcan los malhechores..." (v. 8). Pero este florecimiento está destinado a  secarse y  desaparecer. En efecto, el salmista multiplica los verbos y los términos que aluden a la destrucción:  "Serán destruidos para siempre. (...) Tus enemigos, Señor, perecerán; los malhechores serán dispersados" (vv. 8. 10).

En el origen de este final catastrófico se encuentra el mal profundo que embarga la mente y el corazón del malvado:  "El ignorante no entiende, ni el necio se da cuenta" (v. 7). Los adjetivos que se usan aquí pertenecen al lenguaje sapiencial y denotan la brutalidad, la ceguera, la torpeza de quien piensa que puede hacer lo que quiera sobre la faz de la tierra sin frenos morales, creyendo erróneamente que Dios está ausente o es indiferente. El orante, en cambio, tiene la certeza de que, antes o después, el Señor aparecerá en el horizonte para hacer justicia y doblegar la arrogancia del insensato (cf. Sal 13).

4. Luego se nos presenta la figura del justo, dibujada como en una pintura amplia y densa de colores. También en este caso se recurre a una imagen del mundo vegetal, fresca y verde (cf. vv. 13-16). A diferencia del malvado, que es como la hierba del campo, lozana pero efímera, el justo se yergue hacia el cielo, sólido y majestuoso como palmera y cedro del Líbano. Por otra parte, los justos están "plantados en la casa del Señor" (v. 14), es decir, tienen una relación muy firme y estable con el templo y, por consiguiente, con el Señor, que en él ha establecido su morada.

La tradición cristiana jugará también con los dos significados de la palabra griega fo¤nij, usada para traducir el término hebreo que indica la palmera. Fo¤nij es el nombre griego de la palmera, pero también del ave que llamamos "fénix". Ahora bien, ya se sabe que el fénix era símbolo de inmortalidad, porque se imaginaba que esa ave renacía de sus cenizas. El cristiano hace una experiencia semejante gracias a su participación en la muerte de Cristo, manantial de vida nueva (cf. Rm 6, 3-4). "Dios (...), estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo" -dice la carta a los Efesios- "y con él nos resucitó" (Ef 2, 5-6).

5. Otra imagen, tomada esta vez del mundo animal, representa al justo y está destinada a exaltar la fuerza que Dios otorga, incluso cuando llega la vejez:  "A mí me das la fuerza de un búfalo y me unges con aceite nuevo" (Sal 91, 11). Por una parte, el don de la potencia divina hace triunfar y da seguridad (cf. v. 12); por otra, la frente gloriosa del justo es ungida con aceite que irradia una energía y una bendición protectora. Así pues, el salmo 91 es un himno optimista, potenciado también por la música y el canto. Celebra la confianza en Dios, que es fuente de serenidad y paz, incluso cuando se asiste al éxito aparente del malvado. Una paz que se mantiene intacta también en la vejez (cf. v. 15), edad vivida aún con fecundidad y seguridad.

Concluyamos con las palabras de Orígenes, traducidas por san Jerónimo, que toman como punto de partida la frase en la que el salmista dice a Dios:  "Me unges con aceite nuevo" (v. 11). Orígenes comenta:  "Nuestra vejez necesita el aceite de Dios. De la misma manera que nuestro cuerpo, cuando está cansado, sólo recobra su vigor si es ungido con aceite, como la llamita de la lámpara se extingue si no se le añade aceite, así también la llamita de mi vejez necesita, para crecer, el aceite de la misericordia de Dios. Por lo demás, también los apóstoles suben al monte de los Olivos (cf. Hch 1, 12) para recibir luz del aceite del Señor, puesto que estaban cansados y sus lámparas necesitaban el aceite del Señor... Por eso, pidamos al Señor que nuestra vejez, todos nuestros trabajos y todas nuestras tinieblas sean iluminadas por el aceite del Señor" (74 Omelie sul Libro del Salmi, Milán 1993, pp. 280-282, passim)." (San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 12 de junio de 2002).

 

La segunda lectura es de la primera carta del apóstol San Pablo a los corintios (1 Cor. 15, 54-58) En el contexto de este capítulo, dedicado a afirmar la resurrección de los hombres en virtud del influjo de Cristo Resucitado, llega Pablo a la coronación y final de todo el argumento.

Este es uno de los pasajes más esperanzadores para la vida del cristiano. San Pablo ha empezado ya a hablar de la resurrección. En los domingos 6° y 7°, Ciclo C, oímos sus reflexiones a este respecto. Aquí, tiene empeño en descender a puntualizaciones: "Lo que en nosotros es corruptible se convertirá en incorrupción, y lo que es mortal se revestirá de inmortalidad". A san Pablo le gusta la expresión "revestir" que, en él, como en otros escritos, no significa en modo alguno una forma exterior, sino una mutación real. Así, "por el bautismo, nos hemos revestido de Cristo" (Ga 3, 27). Mediante esta mutación, nos transformamos radicalmente... Se trata de un nuevo nacimiento. Encontramos aquí la misma imagen. Seremos revestidos de inmortalidad. Esta vestidura de inmortalidad es celestial (1 Co 15, 40; 47-50; 2 Co 5, 2). Nuestro cuerpo miserable, escribe también san Pablo, será transformado en cuerpo glorioso como el de Jesucristo (Flp 3, 20-21).

A partir de este momento, el cristiano ha de ver la muerte de manera enteramente distinta de como la ve el que no cree ni recibió el bautismo. En el cristiano se realizarán las palabras de la Escritura ¿En qué parte de la Escritura se lee esta reflexión? En realidad, no se encuentra así en la Biblia; tal reflexión, en san Pablo resulta de la lectura de dos pasajes distintos: el primero, en Isaías 25, 8, cuando el profeta escribe: "Aniquilará la muerte para siempre".

En las últimas frases del c. 15, las afirmaciones sobre la resurrección alcanzan su punto álgido y concluyente: en el mundo divino no existe muerte alguna ni corrupción alguna. De ahí que, como nosotros somos mortales, tendremos que transformarnos para poder entrar en el mundo de Dios. El inicio o puesta en marcha de este proceso ha sido establecido: el aguijón de la muerte, el pecado (Rm/07/07-24), ha sido derrotado por la muerte y la resurrección de Jesús. Las consecuencias prácticas son evidentes: quien pertenece al Señor (está "en el Señor") sabe que el esfuerzo de su fe y de su fidelidad no es vano, porque ése ya ha dado el paso de la muerte a la vida.

En primer lugar (vs. 54-55) hay una confesión de esperanza. Pablo sabe que no todo se ha cumplido ya con la Resurrección de Cristo, aunque cierta- mente están puestos los fundamentos para ello y puede decirse en otro sentido que todo ya se ha realizado. Pero hay un aspecto en que todavía es preciso esperar la victoria final individual. Esto es lo que afirma al principio del párrafo.

La muerte ha quedado vencida, herida de muerte, por la resurrección de Cristo, pero nosotros todavía morimos. Sin embargo, además de que esa nuestra muerte ya no es lo mismo que sin la resurrección de Cristo, todavía habrá de desaparecer plenamente. Una segunda afirmación sintética muy importante es la de el v.56, donde San Pablo relaciona una vez más, con toda fuerza, muerte, pecado y ley. Hay consecuencia de una categoría a la otra. No se puede separar pecado y muerte por un lado y ley por otro. Las tres pertenecen al mismo mundo. La "fuerza del pecado es la ley".

Se trata de una afirmación muy fuerte y muy seria. Fuerte porque crea y aumenta la conciencia del pecado y porque la ley, para nosotros de hecho, es ocasión de que pequemos más. No sólo por la atracción de lo prohibido, sino porque se nos fomenta la autosuficiencia y la soberbia por medio de la ley, sobre todo si se cumple. Esta podría ser una verosímil interpretación de esta acusadora frase paulina.

Termina el párrafo con una acción de gracias a quien hace posible nuestra liberación de todos esos poderes y una exhortación a seguir por este camino.

 

Aleluya Flp 2 15d. 16a.
"Brilláis como lumbreras del mundo, manteniendo firme la palabra de la vida.

El evangelio es según San Lucas (Lc 6, 39 - 45). Al igual que el domingo pasado, los destinatarios de las palabras de Jesús son absolutamente todos los oyentes (los doce, discípulos y gentío). Restringiendo esas palabras a los discípulos, la traducción litúrgica no hace justicia al texto de Lucas. El versículo inicial califica al texto de comparación o parábola. Todo el texto es parábola y no sólo los dos primeros versículos. A diferencia, sin embargo, de otros casos, la parábola de hoy es discontinua o, mejor, es un mosaico de cinco piezas distintas, como lo demuestra el hecho de que en Mateo esas mismas piezas se encuentren diseminadas en contextos diferentes.


El texto evangélico forma parte de la conocida enseñanza que comienza con las bienaventuranzas. Lucas presenta esta enseñanza como una instrucción a los discípulos. Al hacerlo así va persiguiendo un fin pedagógico: configurar el comportamiento de todo aquel que quiera ser seguidor de Jesús.

Este texto  evangélico tiene dos partes: la primera consiste en una llamada a la humildad, a la sencillez, a la hora de valorarnos a nosotros y a los demás.

Los dos versículos iniciales 39-40 van precisamente en esa línea , buscan motivar al discípulo, despertar en él el ansia de aprender. El cristiano está llamado a ser guía, a orientar. Debe por tanto saber hacerlo, debe aprender. Nadie, en efecto, nace enseñado; sólo el aprendizaje hace del discípulo un buen maestro.

Los vs. 41-42 abordan un tema concreto de aprendizaje. Lo hacen de una manera gráfica y deliberadamente exagerada y grotesca: la mota en el ojo del otro; la viga en el ojo propio. El cuadro gráfico ilustra la inclinación que experimenta el ser humano a criticar y a encontrar defectos en el prójimo, sin el más mínimo asomo de autocrítica y de conciencia de los propios defectos, que con frecuencia superan con creces a los del prójimo criticado.

A partir de las imágenes del ciego que no puede ser guía de otro ciego, y del discípulo que no está tan instruido como su maestro, Jesús hace una llamada a ser conscientes de la propia limitación, a la capacidad de autocrítica. Este pensamiento culmina con el ejemplo de la viga en el propio ojo y la mota en el del vecino: "¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?" 

Los versículos finales 43-45 completan el tema anterior abordándolo de una manera positiva. La formulación es gráfica, tomada esta vez del campo de la agricultura y de las leyes que la rigen. Como cada árbol y cada especie vegetal, cada persona debe saber desarrollar sus capacidades.

A partir de la falsa situación del que pretende enseñar siendo ciego o un simple discípulo, y del que pretende corregir a los demás cuando él está aún más cargado de faltas, Jesús invita, en esta segunda parte del texto, a descubrir al hombre en su propia realidad. Una realidad que halla su aspecto más auténtico en lo que hay en el fondo del corazón. Lo que vale en cada persona no es lo que dice, ni lo que hace, sino lo que hay en su corazón. Y lo que hay en el fondo del corazón se expresará después en sus palabras y en sus obras.

En vez de fijarse en los defectos de los demás, el discípulo es aquél que aprende a fijarse en sus propios defectos y aprende a ser fructífero.

 

Para nuestra vida

La primera lectura de hoy está tomada del libro del Eclesiástico y es el típico texto de la literatura sapiencial con sabor poético. A partir de varias imágenes (la criba, el horno, el fruto del árbol) se nos dice que la bondad del hombre se manifiesta auténticamente después de haber sido probada, después de haber sido examinada. Tan sólo entonces se constata si es algo sólo superficial o si es algo que mana de lo hondo del corazón: "No alabes a nadie antes de que razone, porque ésa es la prueba del hombre". 

Este texto no es más que un breve eco de una doctrina a la que Ben Sira da una gran importancia. Conoce todos los pecados de la lengua: las discusiones que provoca, las promesas demasiado rápidas, las mentiras y los chismes y, sobre todo, la falsedad.

La palabra pertenece, pues, al ser más intimo del hombre; revela su fuerza y su vitalidad, su espíritu y sus proyectos. Que la palabra corra sin penetrar en el fondo de la persona no es solamente un pecado, sino una dicotomía profunda y desequilibrada. Pero la cultura moderna, sometida a la publicidad o a la propaganda, enajena la palabra, la desata de toda raíz humana y la hace el elemento de un juego incontrolado, hasta el punto de que el lenguaje pierde su valor racional, no une ya entre ellas a las personas, sino que agrupa en una enorme torre de Babel a aquellos que creen emplear el mismo vocabulario y hablar el mismo idioma. No es únicamente el corazón de un hombre al que revela la palabra, sino el mismo corazón de toda la civilización en desorden.

 

El salmo de hoy nos recuerda precisamente la importancia de que las raíces sean hondas y estén agarradas en el Señor, "El justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano: plantado en la casa del Señor.. En la vejez seguirá dando fruto... "

Este salmo es un himno que se asemeja mucho al salmo I. Un hombre piadoso canta la "felicidad", que surge de su contemplación permanente de las "acciones" de Dios, obras de su "amor-fidelidad" (Hessed). En oposición, ve lo efímero de los impíos, cuyo éxito es sólo pasajero y frágil... Mientras los justos se arraigan en la solidez de Dios.

La liturgia cristiana, como originariamente la hebrea, ha cantado siempre el salmo 91 en la mañana del sábado, debido precisamente al contenido de esta estrofa. Por medio de ella, la Iglesia, que tiene como misión declarar sobre la tierra la gloria del Señor, celebra las obras admirables de Dios: la Creación, la Redención y la Santificación.

Lo mismo que le sucede con la tierra, el agua, las plantas y los animales, el hombre judío, que respira por todos sus poros la naturaleza circundante, contempla el día y la noche como destello de la gloria de su Creador. Por eso, de acuerdo con las leyes del paralelismo propio de la poesía hebrea, el día y la noche son citados aquí por separado como sugiriendo que, por encima de la alternancia de ambos, hay un algo que debe permanecer constante: nuestra alabanza agradecida a Dios misericordioso y fiel, por medio de su Hijo, en Espíritu Santo.[1]

El Justo se alzará como un Cedro del Líbano: Aquí intuimos una alusión tipológica a Cristo Resucitado. Él mismo expresó su misterio con la figura del árbol de la vida, plantado en la Iglesia -la Casa del Señor- que con esta victoria suya -la más completa que cabe pensar- realiza la redención objetiva y así destruye a los malvados para siempre: todos los pecados de cada uno de los hombres y nuestra condenación eterna. Sin olvidar el optimismo que dimana de esa certeza: mis oídos escucharán su derrota.

He ahí por qué dar gracias al Señor y tocar para su nombre (v. 2) es, en definitiva, entonar un canto de alabanza a la obra de la Redención.

La robustez, la fecundidad y la longevidad de los cedros y de las palmeras -las plantas más lozanas de Palestina- son un símbolo expresivo de la inefable riqueza de la vida interior de Jesucristo. Debido a la bondad y solidez de su raíz, este Árbol santísimo -Cristo mismo- crece y fructifica en tantos y tantos Santos que adornan, desde los primeros siglos, el jardín espléndido de la Iglesia. Oportunamente señala Agustín:[2] "Tenemos una raíz que se orienta hacia lo alto. Nuestra raíz es Cristo, que asciende al Cielo."

5. Catequesis del Papa en la audiencia general del miércoles, 3 de Septiembre

Alabanza al Dios creador

" 1.Se nos ha propuesto el cántico de un hombre fiel al Dios santo. Se trata del salmo 91, que, como sugiere el antiguo título de la composición, se usaba en la tradición judía "para el día del sábado" (v. 1). El himno comienza con una amplia invitación a celebrar y alabar al Señor con el canto y la música (cf. vv. 2-4). Es un filón de oración que parece no interrumpirse nunca, porque el amor divino debe ser exaltado por la mañana, al comenzar la jornada, pero también debe proclamarse durante el día y a lo largo de las horas de la noche (cf. v. 3). Precisamente la referencia a los instrumentos musicales, que el salmista hace en la invitación inicial, impulsó a san Agustín a esta meditación dentro de la Exposición sobre el salmo 91:  "En efecto, ¿qué significa tañer con el salterio? El salterio es un instrumento musical de cuerda. Nuestro salterio son nuestras obras. Cualquiera que realice con sus manos obras buenas, alaba a Dios con el salterio. Cualquiera que confiese con la boca, canta a Dios. Canta con la boca y salmodia con las obras. (...) Pero, entonces, ¿quiénes son los que cantan? Los que obran el bien con alegría. Efectivamente, el canto es signo de alegría. ¿Qué dice el Apóstol? "Dios ama al que da con alegría" (2 Co 9, 7). Hagas lo que hagas, hazlo con alegría. Si obras con alegría, haces el bien y lo haces bien. En cambio, si obras con tristeza, aunque por medio de ti se haga el bien, no eres tú quien lo hace:  tienes en las manos el salterio, pero no cantas" (Esposizioni sui Salmi, III, Roma 1976, pp. 192-195).

2.Esas palabras de san Agustín nos ayudan a abordar el centro de nuestra reflexión, y afrontar el tema fundamental del salmo:  el del bien y el mal. Uno y otro son evaluados por el Dios justo y santo, "el excelso por los siglos" (v. 9), el que es eterno e infinito, al que no escapa nada de lo que hace el hombre.

Así se confrontan, de modo reiterado, dos  comportamientos  opuestos. La conducta del fiel celebra las obras divinas, penetra en la profundidad de los pensamientos del Señor y, por este camino, su vida se llena de luz y alegría (cf. vv. 5-6). Al contrario, el malvado es descrito en su torpeza, incapaz de comprender el sentido oculto de las vicisitudes humanas. El éxito momentáneo lo hace arrogante, pero en realidad es íntimamente frágil y, después del éxito efímero, está destinado al fracaso y a la ruina (cf. vv. 7-8). El salmista, siguiendo un modelo de interpretación típico del Antiguo Testamento, el de la retribución, está convencido de que Dios recompensará a los justos ya en esta vida, dándoles una vejez feliz (cf. v. 15) y pronto castigará a los malvados.

En realidad, como afirmaba Job y enseñó Jesús, la historia no se puede interpretar de una forma tan uniforme. Por eso, la visión del salmista se transforma en una súplica al Dios justo y "excelso" (cf. v. 9) para que entre en la serie de los acontecimientos humanos a fin de juzgarlos,  haciendo  que  resplandezca el bien.

3. El orante vuelve a presentar el contraste entre el justo y el malvado. Por una parte, están los "enemigos" del Señor,  los "malvados", una vez más destinados a la dispersión y al fracaso (cf. v. 10). Por otra, aparecen en todo su esplendor los fieles, encarnados por el salmista, que se describe a sí mismo con imágenes pintorescas, tomadas de la simbología oriental. El justo tiene la fuerza irresistible de un búfalo y está dispuesto a afrontar cualquier adversidad; su frente gloriosa está ungida con el aceite de la protección divina, transformada casi en un escudo, que defiende al elegido proporcionándole seguridad (cf. v. 11). Desde la altura de su poder y seguridad, el orante ve cómo los malvados se precipitan en el abismo de su ruina (cf. v. 12).

Así pues, el salmo 91 rebosa felicidad, confianza y optimismo, dones que hemos de pedir a Dios, especialmente en nuestro tiempo, en el que se insinúa fácilmente la tentación de desconfianza e, incluso, de desesperación.

4. Nuestro himno, en la línea de la profunda serenidad que lo impregna, al final echa una mirada a los días de la vejez de los justos y los prevé también serenos. Incluso al llegar esos días, el espíritu del orante seguirá vivo, alegre y activo (cf. v. 15). Se siente como las palmeras y los cedros plantados en los patios del templo de Sión (cf. vv. 13-14).

El justo tiene sus raíces en Dios mismo, del que recibe la savia de la gracia divina. La vida del Señor lo alimenta y lo transforma haciéndolo florido y frondoso, es decir, capaz de dar a los demás y testimoniar su fe. En efecto, las últimas palabras del salmista, en esta descripción de una existencia justa y laboriosa, y de una vejez intensa y activa, están vinculadas al anuncio de la fidelidad perenne del Señor (cf. v. 16). Así pues, podríamos concluir con la proclamación del canto que se eleva al Dios glorioso en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis:  un libro de terrible lucha entre el bien y el mal, pero también de esperanza en la victoria final de Cristo:  "Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de las naciones! (...) Porque sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque  han quedado de manifiesto tus justos designios. (...) Justo eres tú, aquel que es y que era, el Santo, pues has hecho así justicia. (...) Sí, Señor, Dios  todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos" (Ap 15, 3-4; 16, 5. 7). (San Juan Pablo II. Catequesis en la audiencia general del miércoles, 3 de septiembre de 2003)

 

En la segunda lectura San Pablo nos recuerda dónde se encuentra el fundamento de nuestra esperanza: la victoria de Cristo que ha engullido la muerte. Si arraigamos profundamente nuestro corazón en esta convicción, nuestra vida será un auténtico testimonio de la fe que profesamos. "¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! De modo que, hermanos míos queridos, manteneos firmes e inconmovibles.

Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor. ".

San Pablo finaliza este cap. 15 de su carta, dedicado al tema de la resurrección y a los problemas que suscitaba en la comunidad de Corinto, con una especie de himno a la victoria definitiva de la vida sobre la muerte que Jesucristo ha alcanzado.

Cuando todos los elegidos habrán llegado ya a aquella vida "incorruptible", "inmortal", entonces se habrá cumplido ya el objetivo final de Dios manifestado en la Escritura, que es la liquidación del poder de la muerte. Pablo utiliza dos textos de la Escritura (Is 25,8 y Os 13,14), citados muy libremente, para expresar este objetivo, y lo enlaza con la explicación del porqué de esta aniquilación del poder de la muerte: la causa era el pecado, y el pecado existía debido a la Ley, que mostraba qué había que hacer pero no ofrecía la fuerza para hacerlo, de modo que los hombres tenían que vivir siempre con la conciencia culpable de ser infieles a la voluntad de Dios; ahora, Jesús sí ha realizado lo que realmente es la voluntad de Dios, y el hombre puede adherirse a él y liberarse del pecado.

San Pablo sabe que esta transformación a imagen del Señor Jesús ya ha comenzado, pero también percibe que no ha llegado a desarrollar todas las virtualidades que contiene en sí. Lo que aún falta lo resume con la palabra "corrupción" y con la de mortalidad, que resaltan bien los aspectos negativos todavía presentes en la existencia.

Lo importante está en la certeza de la victoria. De tal manera que, aun siendo algo futuro, permite emplear a Pablo un pasado: «la muerte ya ha sido absorbida por la victoria». Es un enemigo herido, precisamente, de muerte, aunque todavía no haya desaparecido del todo. Sería bueno destacar que, por todo esto, la esperanza no es algo sólo futuro, sino que hunde sus raíces en el pasado de Cristo y de cada uno de nosotros. Porque ello permitiría vivir en consonancia mayor con esta situación cristiana fundamental. A lo cual exhorta el Apóstol en los versículos los finales del párrafo.

Es interesante también destacar la vinculación entre muerte, pecado y ley. Muerte no sólo física, sino en cuanto acertado símbolo de cuanto deshumaniza y hace la vida humana menos humana; pecado como fuerza del mal presente y actuante en el mundo, productora de deshumanizaciones varias, como podemos ver todos los días. Y ley. En la misma categoría negativa de las dos potencias anteriores. Ley, no sólo judía, sino actitud de autosuficiencia, pecadora soberbia y consiguiente desprecio de los demás.

Estos tres poderes, los tres, también han sido ya vencidos por el Señor Jesús, no de un modo general, sino en cada uno de nosotros que podemos y debemos vivir según esa victoria.

El razonamiento paulino acaba con una conclusión en orden a la vida cristiana. Este convencimiento de victoria y de vida plena en Jesucristo, que estamos invitados a creer firmemente, es lo que empuja a "trabajar siempre por el Señor, sin reservas", con la seguridad de que realmente vale la pena.

 

El evangelio de hoy usa el estilo de la primera lectura, con una serie de máximas e imágenes del mismo tipo de las que hemos visto en la primera lectura, algunas incluso calcadas: el ciego y el hoyo, el discípulo y su maestro, la mota y la viga en el ojo, el árbol y sus frutos, el corazón y la boca.

El pasaje del evangelio es un conjunto de consignas y sentencias del Jesús sin unidad entre ellas. pero resulta claro que el pensamiento central lo constituye la alegoría del árbol. el árbol bueno da buenos frutos y el árbol enfermo da frutos dañados; "no se cosechan higos de las zarzas".

También el mensaje de este fragmento de Lucas enlaza con el de la 1ª lectura. El núcleo de este mensaje  consiste en valorar lo interior. Jesús invita a la profundidad y a la sinceridad de corazón; a no quedarse con la imagen exterior, que sólo es al fin y al cabo un reflejo de la interioridad de la persona. 

Jesús nos invita a cultivar la dimensión interior de la persona, aquello que constituye la parte más profunda y auténtica de su ser. Una dimensión interior que Jesús ve en positivo, al decir que "El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien". Pero este tesoro de bondad que cada cual guarda en su corazón se ha de cultivar para que dé su fruto. Por eso es tan importante trabajar la vida interior de las personas, su capacidad de reflexión, de escucha, de meditación, de silencio. 

El tema de los falsos profetas y de los falsos maestros era un tema candente en la sociedad de Jesús y en las primeras comunidades cristianas. los escritos del nuevo testamento hacen referencia a ellos con frecuencia. basta leer las diatribas de mateo con las que Jesús abre los ojos del pueblo sencillo para que no se dejen embaucar (Mt. 23,3). ¿quiénes son los verdaderos profetas? ¿quiénes orientan debidamente al pueblo de dios? ¿de quiénes nos hemos de fiar? Jesús ofrece un criterio indefectible para reconocerlos. es preciso preguntarse: ¿qué pretenden? ¿qué intereses les mueven? ¿qué actitudes despiertan con su palabra y su conducta?

También nosotros somos profetas, testigos del señor. ¿Cómo reconocerán la autenticidad de nuestro mensaje? ¿por nuestras palabras llenas de misticismo y entusiasmo? ¿por nuestros rezos y celebraciones? ¿Cómo sabremos que caminamos de verdad por las sendas del evangelio? en este sentido es necesario satisfacer una doble exigencia: que el amor se traduzca en obras y que las obras estén animadas por el amor. es decir, se nos invita a un amor afectivo y efectivo.

Amor con obras. todo el nuevo testamento está sembrado de llamadas a un amor efectivo y a no engañarse a sí mismo con el follaje de las creencias, los sentimientos infecundos, los deseos vaporosos, los cultos y oraciones muy solemnes y las palabras altisonantes. sólo las obras son el verdadero test con garantía de autenticidad de la fe. advierte jesús categóricamente: "no basta decir: ¡señor, señor!, para entrar en el reino de dios; no, hay que poner por obra la voluntad de mi padre del cielo" (Mt. 7,21). el mismo mensaje tiene la parábola de los dos hijos (Mt. 21,28-32), la parábola de la higuera estéril (le 13,6-9), la maldición de la higuera infecunda (Mt. 21,18-32). cuando le indican a Jesús que su madre y sus hermanos quieren verle, contesta: "mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra y la ponen por obra" (le 8,21). es conocidísimo el dicho de santa teresa de Jesús: "obras son amores y no buenas razones". sólo es auténtica y verdadera la fe que actúa por la caridad.

Las obras con que hemos de demostrar el amor son, ante todo, obras de servicio, de solidaridad con el prójimo, principalmente con el necesitado. ni el padre ni Jesucristo necesitan nada para sí. como sabemos, San Juan advierte muy seriamente: "el que diga: yo amo a dios, mientras se despreocupa de su hermano, es un embustero, porque quien no ama a su hermano a quien está viendo, no puede amar a dios a quien no ve" (Jn 4,20).

Jesús insiste que no bastan las obras; se requiere que estén animadas por el amor. las motivaciones egoístas y la búsqueda de diversos intereses pueden viciar miserablemente gestos en sí generosos. lo advierte seriamente Jesús poniendo para escarmiento las "buenas obras" de los escribas y fariseos, que las realizan "para ser bien vistos de los hombres". ni sus limosnas, ni sus oraciones, ni sus ayunos les sirven para nada.

Generalmente nuestras motivaciones son mixtas, están impulsadas por un cierto nivel de generosidad y por algunos  intereses egoístas que los acompañan. siguiendo la alegoría de Jesús, diremos que el árbol de nuestro espíritu está más o menos enfermo, y por eso sus frutos no son ni todo lo abundantes ni todo lo sanos que deberían ser. necesitamos, por lo tanto, redoblar los cuidados. Para producir frutos abundantes y sanos es necesario que la savia circule por el árbol. y esa savia vital nos viene de Cristo: "el que sigue conmigo y yo con él es quien da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn. 15,5). necesitamos un proceso de interiorización para producir frutos abundantes y sanos.

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 

 



[1] H. RAGUER OSB, El día y la noche en los salmos, en "Orar con los salmos", Dossiers CPL, 43, Barcelona, 1990, p. 64.

[2] S. AGUSTIN, Enarrationes in psalmos, 91, 13.