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domingo, 18 de junio de 2023

Comentario a las lecturas del XI Domingo del Tiempo Ordinario 18 de junio de 2023

Comentario a las lecturas del XI Domingo del Tiempo Ordinario 18 de junio de 2023

 

Las lecturas de hoy nos hablan de elección o llamado. Igual que en el Antiguo Testamento Dios eligió a Moisés, en el Nuevo Testamento Jesús, el Hijo de Dios, llama a los doce. En ambos casos el Señor busca reconstruir un pueblo que sea testigo de la salvación ante el mundo. El pasaje de la Carta a los Romanos recuerda la centralidad que tiene Jesucristo en la obra salvadora de Dios.

Primera Lectura Éxodo 19, 2-6

( v. 3) Moisés subió a Dios: la Shejiná, dentro de la nube . Desde el campamento en Er Rehab, el punto de su partida, Moisés probablemente pasaría por Wady Lejah o Wady Shuweib; luego subiendo por la ladera del monte mediante un ascenso sinuoso, tal vez la ruta que se suele tomar en la actualidad para escalarlo, llegaría a la amplia plataforma frente al pico más alto del Sinaí.

Se trata de un espacio amplio y abierto, totalmente aislado de la vista; y mientras se encontraba en esa elevada soledad, fue convocado por la voz de Yahvé para recibir el modelo de esa teocracia que ahora iba a establecerse en Israel. Al parecer, para comunicar al pueblo las bases de la nueva constitución e informar a Yahvé de su aceptación, tuvo que ascender al monte más de una vez ( Éxodo 19:3 ; Éxodo 19:6 ; Éxodo 19:8 ; Éxodo 19:10 ) en un día; tres días antes de la promulgación de la ley. Pero era un anciano sano, en plena y vigorosa actividad tanto de cuerpo como de mente, y estaba a la altura de tal esfuerzo.

Así dirás... El objeto por el cual Moisés subió fue recibir y transmitir al pueblo el mensaje contenido en estos versículos, cuyo propósito era un anuncio general de los términos en que Dios iba a llevar a los israelitas a una relación estrecha y especial consigo mismo. Al negociar de esta manera entre Dios y su pueblo, el más alto cargo que ningún hombre mortal ha sido llamado a ocupar,  Moisés no era más que un siervo. El único mediador es Jesucristo.

(v. 4). Vosotros habéis visto... cómo os llevé sobre las alas de las águilas:  una metáfora bellamente expresiva, utilizada para describir la totalidad de su liberación de las escenas de peligro, y la rapidez con la que fueron llevados en seguridad inexpugnable a un nido de águila distante entre las montañas (cf. Deuteronomio 32:11 ).

Este es el prototipo de la imagen empleada en ( Apocalipsis 12:14 ), para simbolizar a la Iglesia cristiana como una mujer llevada al desierto sobre las alas de una gran águila.

Y os he traído a mí, es decir, a un lugar donde puedan dedicarse al servicio de Dios.

( v. 5) . Ahora pues, si escucháis mi voz... y guardáis mi pacto. Dios había concertado un pacto especial con Abraham, garantizando la promesa de bendiciones espirituales; y si una gran parte de su posteridad no se aseguraba un interés en esa promesa, la culpa era suya. No obstante, Dios, por su amor a sus padres, y por muchas razones sabias e importantes, consideró conveniente permitirles el beneficio de un pacto externo.

Este nuevo pacto celebrado en el Sinaí no anuló el antiguo pacto; era intermedio, temporal y nacional; y así como Dios no puede tener contacto con los pecadores sin sacrificios y sin un Mediador, así este pacto del Sinaí fue fundado en sacrificios  y tenía un Mediador, Moisés .

Y en un pacto externo, típico, que aseguraba la prosperidad temporal, no era necesario un despliegue tan grande de la santidad divina como en un pacto que aseguraba un interés en la bondad amorosa especial de Dios. Por lo tanto, así como un Mediador de menor valor era suficiente para el primero, un Mediador típico era el más adecuado para un pacto típico.

Entonces seréis un tesoro especial para mí , propiedad, riqueza, de caagal, para obtener, para adquirir, lo que está cuidadosamente guardado y muy apreciado.

Así que los israelitas fueron elegidos como objetos del favor divino, redimidos de la esclavitud y entrenados bajo el cuidado divino para fines elevados en los que se representa a los cristianos como los herederos plenos de las bendiciones espirituales típicamente ofrecidas a los judíos)]. porque toda la tierra es mía. El Señor añadió esto inmediatamente después de declarar que en el caso de que 'obedecieran su voz y guardaran su pacto', serían 'un tesoro especial para él', para mostrar que si los eligió de entre las naciones, para conferirles privilegios especiales y muestras de su favor, no fue porque los necesitara o pudiera obtener alguna ventaja de sus servicios; pues como "toda la tierra era suya", en cualquier otro lugar podría haber establecido su culto; a algún otro pueblo podría haberle comunicado el conocimiento de su voluntad y su culto.

Por lo tanto, el hecho de que lo hiciera con ellos fue un acto de pura gracia. Pero la frase "porque toda la tierra es mía" se usó sin duda también para dar a entender que el significado del pacto que ahora se hacía con los israelitas no era la introducción de una religión nacional, o para el culto de una deidad local, sino que estaba diseñado para el beneficio final de todo el mundo.

(v. 6) Reino de sacerdotes. Puesto que el orden sacerdotal estaba separado de la masa común, los israelitas, en comparación con otros pueblos, debían mantener la misma relación cercana con Dios: una comunidad de soberanos espirituales.

Una nación santa, apartada para preservar el conocimiento y el culto a Dios. A partir de las funciones sagradas que, entre otros privilegios, pertenecían a los hijos mayores de las familias, debían ser perfectamente capaces de formarse una idea del significado de la declaración de que iban a ser un reino de sacerdotes; lo que implicaba que, a diferencia de las naciones gentiles, se les iba a enseñar por revelación directa un conocimiento del carácter y el culto del verdadero Dios, y que iban a estar con Él en una relación peculiarmente cercana.

Puesto que Dios se había propuesto salvar a la humanidad por medio de un Redentor, el cuerpo de los redimidos estaba representado, hasta el advenimiento de Cristo, por el pueblo elegido, que podía considerarse colectivamente como una especie de mediador, y que se describía justamente como "un reino de sacerdotes y una nación santa". Se dice que los hombres son santificados o hechos santos en sentidos muy diferentes.

La santificación (pues la distinción, aunque antigua, no es mala) es real o relativa. La santificación real es interna, consistente en la santidad del corazón y de la vida, o externa, consistente en las purificaciones externas y en una conducta libre de la contaminación de los pecados graves. La santificación relativa consiste en la separación del uso común y una relación especial con Dios y las cosas espirituales.

Aunque los israelitas no se caracterizaban en esta época por esa santidad que resulta de la excelencia moral o de las gracias del espíritu, y en cada período posterior de su historia había una gran cantidad de corrupción que infectaba su sociedad, sin embargo estaban destinados a ser "una nación santa", en la medida en que se distinguían por una santidad que consistía en la separación de las demás naciones, en la dedicación externa a Dios y su servicio, en poseer los símbolos externos de su presencia entre ellos.

Esa separación de otras naciones en qué consistía principalmente la santidad de la nación judía ( Éxodo 19:5  ) no era espiritual, resultante de la rectitud de corazón y una conducta correspondiente, sino simplemente externa, derivada de la institución de ciertos ritos y ceremonias sagradas, diferentes u opuestas a las de otras naciones.

La gloria de la sabiduría divina, no menos que la de la bondad y la gracia divinas, se manifestó en la elección de los israelitas para los importantes propósitos contemplados por su separación. En la simplicidad, así como en el poder de su carácter, se ve ahora claramente la idoneidad de los judíos para ilustrar el gobierno divino.

Éxodo 19:2Éxodo 19:7,8

 

Salmo Responsorial  (Sal 99 , 1b-3.5).

El salmo 99 nos invita al gozo y a la alegría. Cristo, victorioso vencedor de la muerte, es nuestro pastor, y nosotros, sus ovejas, caminamos, tras él y como él, hacia la resurrección. Aclamemos, pues, al Señor con alegría, y que esta hora, en la que Cristo entró en su gloria, aumente nuestra esperanza de que también nosotros, ovejas de su rebaño, entraremos un día por sus puertas con acción de gracias, bendiciendo su nombre.

El salmo 99 es un canto procesional de acción de gracias a Dios que ha elegido a Israel y lo guía con cuidado amoroso como a ovejas de su rebaño.

Pero Israel -la Iglesia- es un pueblo sacerdotal, es «Lumen gentium», luz de los gentiles; por ello no puede contentarse con cantar ella sola a Dios. Toda la tierra, todos los hombres, deben sumarse a esta alabanza: Aclama al Señor, tierra entera. Nosotros caminamos también procesionalmente siguiendo a Cristo, que ha pasado ya de este mundo al Padre, y nos dirigimos hacia el verdadero atrio de Dios, el reino donde Cristo victorioso está sentado a la derecha del Padre. Que la alegría y el canto sea pues el distintivo de los que creemos en el reinado que, ya en este mundo, es objeto de nuestra esperanza y de nuestros anhelos.

Así lo comenta San Juan Pablo II: " 1. En el clima de alegría y de fiesta que se prolonga durante esta última semana del tiempo navideño, queremos reanudar nuestra meditación sobre la liturgia de las Laudes. Hoy reflexionamos sobre el salmo 99, que se acaba de proclamar y que constituye una jubilosa invitación a alabar al Señor, pastor de su pueblo.

(….)

En el salmo se utilizan algunas palabras características para exaltar el vínculo de alianza que existe entre Dios e Israel. Destaca ante todo la afirmación de una plena pertenencia a Dios: «somos suyos, su pueblo» (Sal 99,3), una afirmación impregnada de orgullo y a la vez de humildad, ya que Israel se presenta como «ovejas de su rebaño» (ib.). En otros textos encontramos la expresión de la relación correspondiente: «El Señor es nuestro Dios» (cf. Sal 94,7). Luego vienen las palabras que expresan la relación de amor, la «misericordia» y «fidelidad», unidas a la «bondad» (cf. Sal 99,5), que en el original hebreo se formulan precisamente con los términos típicos del pacto que une a Israel con su Dios.

2. Aparecen también las coordenadas del espacio y del tiempo. En efecto, por una parte, se presenta ante nosotros la tierra entera, con sus habitantes, alabando a Dios (cf. v. 2); luego, el horizonte se reduce al área sagrada del templo de Jerusalén con sus atrios y sus puertas (cf. v. 4), donde se congrega la comunidad orante. Por otra parte, se hace referencia al tiempo en sus tres dimensiones fundamentales: el pasado de la creación («él nos hizo», v. 3), el presente de la alianza y del culto («somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño», v. 3) y, por último, el futuro, en el que la fidelidad misericordiosa del Señor se extiende «por todas las edades», mostrándose «eterna» (v. 5).

3. Consideremos ahora brevemente los siete imperativos que constituyen la larga invitación a alabar al Señor y ocupan casi todo el Salmo (cf. vv. 2-4), antes de encontrar, en el último versículo, su motivación en la exaltación de Dios, contemplado en su identidad íntima y profunda.

La primera invitación es a la aclamación jubilosa, que implica a la tierra entera en el canto de alabanza al Creador. Cuando oramos, debemos sentirnos en sintonía con todos los orantes que, en lenguas y formas diversas, ensalzan al único Señor. «Pues -como dice el profeta Malaquías- desde el sol levante hasta el poniente, grande es mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos» (Ml 1,11).

4. Luego vienen algunas invitaciones de índole litúrgica y ritual: «servir», «entrar en su presencia», «entrar por las puertas» del templo. Son verbos que, aludiendo también a las audiencias reales, describen los diversos gestos que los fieles realizan cuando entran en el santuario de Sión para participar en la oración comunitaria. Después del canto cósmico, el pueblo de Dios, «las ovejas de su rebaño», su «propiedad entre todos los pueblos» (Ex 19,5), celebra la liturgia.

La invitación a «entrar por sus puertas con acción de gracias», «por sus atrios con himnos», nos recuerda un pasaje del libro Los misterios, de san Ambrosio, donde se describe a los bautizados que se acercan al altar: «El pueblo purificado se acerca al altar de Cristo, diciendo: "Entraré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud" (Sal 42,4). En efecto, abandonando los despojos del error inveterado, el pueblo, renovado en su juventud como águila, se apresura a participar en este banquete celestial. Por ello, viene y, al ver el altar sacrosanto preparado convenientemente, exclama: "El Señor es mi pastor; nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas" (Sal 22,1-2)» (Opere dogmatiche III, SAEMO 17, pp. 158-159).

5. Los otros imperativos contenidos en el salmo proponen actitudes religiosas fundamentales del orante: reconocer, dar gracias, bendecir. El verbo reconocer expresa el contenido de la profesión de fe en el único Dios. En efecto, debemos proclamar que sólo «el Señor es Dios» (Sal 99,3), luchando contra toda idolatría y contra toda soberbia y poder humanos opuestos a él.

El término de los otros verbos, es decir, dar gracias y bendecir, es también «el nombre» del Señor (cf. v. 4), o sea, su persona, su presencia eficaz y salvadora.

A esta luz, el salmo concluye con una solemne exaltación de Dios, que es una especie de profesión de fe: el Señor es bueno y su fidelidad no nos abandona nunca, porque él está siempre dispuesto a sostenernos con su amor misericordioso. Con esta confianza el orante se abandona al abrazo de su Dios: «Gustad y ved qué bueno es el Señor -dice en otro lugar el salmista-; dichoso el que se acoge a él» (Sal 33,9; cf. 1 P 2,3)."  [San Juan Pablo. Audiencia general del Miércoles 8 de enero de 2003]

 

En respuesta al llamado de Dios, mostramos nuestra actitud de confianza absoluta y alegría desbordante proclamada en el salmo 99: “¡Aclamad al Señor, servidle con alegría!”.

 

Segunda Lectura (Rm  5, 6-11).

San Pablo, en su carta a los romanos, sigue desarrollando su tesis fundamental de que es Cristo quien nos salva. La fuerza del amor de Dios nos ha salvado y la reconciliación es gratuita e irreversible. Escuchemos atentos.

(vv. 5-8) San Pablo no puede exponer los resultados subjetivos de la gracia sin acudir al hecho histórico de la Cruz como prueba sublime del amor. La realidad histórica de la obra de la Cruz se imprime como lección de amor en el corazón del creyente por medio del Espíritu Santo que nos fue dado.

El argumento de San Pablo es sencillo. En los asuntos normales de los hombres —dice— sería difícil hallar a alguien dispuesto a arriesgar su vida para salvar la de un hombre conocido como recto, que daba a cada uno lo suyo, cuidando también de guardar para sí lo que le correspondía. En cambio, si un hombre bueno, que había manifestado un interés altruista en sus semejantes, aun a costa de sacrificios personales, se hallara —digamos— en una casa incendiada, quizá, —como excepción y como última manifestación de amor— alguien llegaría hasta precipitarse a través de las llamas, a riesgo de su propia vida, para salvarle. San Pablo destaca el amor divino sobre el fondo del egoísmo de los hombres en general. Quizá se halle el héroe que dé su vida por un hombre bueno, llevado por móviles de gratitud o de admiración, pero Dios presenta el valor real de su amor en que dio a su Hijo a la muerte por nosotros cuando aún éramos débiles, impíos, pecadores y enemigos. Es decir, se manifiesta como un amor que no conoce más aliciente ni móvil que su propia naturaleza divina, puesto que Dios es amor.

( vv. 6-8) San Pablo declara tajantemente que "todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios", subrayando una tragedia antropológica que hizo posible que Dios proveyera una salvación universal. Ésta brotó de la fuente de su gracia, siendo puesta a disposición de todo aquel que creyera, sin diferencias de raza, de religión, de sociedad o de moralidad. Vuelve al mismo tema aquí para poner de relieve el amor de Dios que ha de grabarse en el mismo ser del creyente como base para toda manifestación de gracia en su vida.

Fijémonos en los términos que describen el estado del hombre perdido: "débil", porque no halla en su naturaleza caída fuerzas morales o espirituales que le encaminen a Dios; "impío", por cuanto lleva adelante su vida en olvido de Dios, lo mismo si es religioso o vicioso; "pecador", porque nunca llega a cumplir las exigencias del Dios santo que era su Creador; "enemigo", a causa de la desobediencia y rebeldía del hombre frente a su Rey. El versículo 8 nos recuerda que todo eso éramos nosotros cuando Cristo murió a nuestro favor. Los términos que hemos agrupado refuerzan la doctrina bíblica de la depravación total del hombre como pecador por naturaleza e incapaz de salvarse. Al mismo tiempo, el amor de Dios, manifestado en la muerte expiatoria de su Hijo, se fija precisamente en estos seres débiles, impíos, pecadores y enemigos, sin indicio alguno de preferencias. De hecho, una salvación limitada por decreto divino a unos cuantos pecadores seleccionados destruiría toda la eficacia del argumento del Apóstol. Como en todas partes de las Escrituras, aprendemos que el hombre es un pecador perdido, incapaz de salvarse a sí mismo, siendo, a la vez, objeto del amor salvador de Dios, y, por ende, salvable. El propósito de Pablo es el de ensalzar el amor de Dios en el hecho histórico de la muerte de Cruz frente al mundo pecador. No se halla aquí ninguna teoría que explique el porqué de la Cruz, sino el sencillo hecho: "Cristo... murió por los impíos... por nosotros", sin esperar que hubiera mejoría moral en los objetos de su obra salvadora.

El versículo 6 nos hace ver que la Muerte fue realizada "a su debido tiempo", recordando, de paso, el desarrollo del programa divino determinado en la eternidad. Históricamente varios factores —que percibimos a medias— se combinaron de tal forma que aquel momento, y no otro, fue el más propicio para la realización de la Obra y para la extensión del Evangelio, pero la frase notada refiere todo al propósito divino que regía todo detalle de la gran intervención redentora de Dios en el mundo .

(vv. 9-11). Si tanto hizo en el pasado, podemos estar confiados en cuanto al porvenir, pues nuestra salvación nos ha de librar del día de ira que alcanzará a los rebeldes y vemos en la vida de Cristo a la Diestra la garantía de una salvación completa. Las expresiones son ricas en doctrina y necesitan tomarse una por una.

(v. 9) reitera que somos justificados en su sangre, que recuerda todo el tema de la propiciación y su fruto en la justificación, enseñando a la vez que esta gran obra abarca necesariamente la liberación futura del creyente cuando los nubarrones de la ira divina estallen sobre los contenciosos .

 (v.10). Aquí el Apóstol introduce un nuevo concepto: el de la reconciliación que surge de los términos ya mencionados de "enemigos" y de "la ira". En la experiencia humana la reconciliación presupone un estado anterior de enemistad existente entre ciertos individuos o comunidades y, normalmente, la reconciliación se efectúa por medio de concesiones mutuas. Si se trata de un súbdito rebelde, éste ha de acogerse a las condiciones de alguna amnistía promulgada por el monarca legítimo. Como siempre ocurre cuando se trata de aplicar metáforas humanas a la esfera de las operaciones divinas, tenemos que tomar en cuenta los atributos de Dios y los factores que rigen en sus relaciones con los hombres pecadores. A causa de su justicia esencial e inmutable, Dios no puede ofrecer la amnistía sobre la sola base de su misericordia. A causa de su depravación el súbdito no puede ofrecer nada que facilitara la reconciliación. Pero la muerte del Hijo de Dios ha efectuado la propiciación, que, según la definición que hemos expuesto anteriormente, satisface la justicia de Dios por medio de un acto divino en la persona de quien realmente representa la raza rebelde.

El término reconciliación se entiende a veces subjetivamente, como si todo dependiera de las actitudes y los sentimientos de los hombres; pero el texto declara el hecho —"fuimos reconciliados"—

La Muerte terminó con la muerte por haber quitado de en medio el pecado, de modo que la Vida del Resucitado encierra en sí la vida y la victoria de toda la nueva raza que se acerca a Dios por medio de él. No sólo eso, sino el Mediador administra los gloriosos resultados de su victoria sobre la muerte desde la Diestra de Dios, esperando el triunfo final sobre todos sus enemigos .

(v. 11). " Y no solo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación". San Pablo nos hace saber que lo más sublime de la vida nueva es gloriamos en Dios mismo, al quedar el creyente extasiado frente a la Persona misma, con referencia especial al Dios que es amor (vv. 6-7) . Es verdad que "hemos recibido ahora la reconciliación", pero lo importante no es el don, sino su efecto, pues una vez derribadas las murallas de odio y de rebeldía, llegamos a la presencia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo para contemplarle como él es, rindiéndole el homenaje de nuestros corazones reconciliados.

En este pasaje se nos presenta  una de las cimas de la obra de Dios a nuestro favor al contemplar diversos aspectos de una nueva vida que se ha hecho posible por la justificación, que, a su vez, depende de la Cruz. Fijémonos  en esta obra: a) El Agente que realizó la obra de gracia: Cristo murió (vv. 6-7); por él seremos salvos de la ira (v. 9); nos gloriamos en Dios por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación. b) La obra cruenta que realizó: Cristo murió (vv. 6-7); justificados en su vida victoriosa que es fuente y garantía de la nuestra: una vez reconciliados seremos salvos por su vida (v. 10).

 

Evangelio (Mt 9,36--10, 8).

El pasaje evangélico de san Mateo nos explica la razón de ser de la misión de los discípulos de Jesús. La misión propia de Jesús va a prolongarse en el mundo por medio de sus discípulos de ayer y de hoy.

Jesús anda mirando a las gentes. Se deja impresionar, afectar, cuestionar por lo que vive la muchedumbre.  No es una mirada para acusar, reprochar o escandalizarse. Es una mirada para comprender: Quiere captar su mundo interior, lo que sienten, lo que sufren, lo que necesitan, lo que esperan.  Una mirada «compasiva», que le toca en lo más hondo de su corazón. De algún modo, hace suyo lo que le llega. No quiere imaginar ni deducir, ni tiene ideas previas. Jesús escucha, se interesa, pregunta y trata de comprender. No sabemos si aquella gente era buena, si su vida estaba moralmente en regla, si eran o no pecadores... Podemos  suponer que habría de todo. Pero parece que tienen algo en común: es gente que sufre. Ésta es la primera percepción de Jesús. Y Jesús se «compadece» de ellos, es decir, participa de su sufrimiento y decide (como hizo Dios con Israel) hacer algo por ellos, en su favor.

            Andaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor. Pero pastores tenían, y en abundancia. Todo el gremio de sacerdotes, con su milimétrico cuidado del culto del templo, los letrados y fariseos, bien formados, con la doctrina clara, precisa y minuciosa, como para resolver todas las situaciones que pudieran plantearse y marcar lo correcto y lo incorrecto, lo moral y lo inmoral. Expertos en casuística (aunque no en personas), se consideraban portavoces cualificados de la voluntad de Dios. 
             Cuando más adelante Jesús llama a los cansados y agobiados y les habla de su yugo llevadero y su carga ligera probablemente se refiera a que estos pastores y su forma de tratar al rebaño son la causa de ese agobio y cansancio, de ese estar extenuados y abandonados. Aquellas gentes no necesitan pastores que multipliquen las normas, que excluyan a los que no cumplen la voluntad de Dios, que lo regulen todo y que parezca que la Alianza (1ª lectura) - un pacto de amor y entrega por el que Dios se había convertido en libertador de un pueblo para hacer de ellos un pueblo de sacerdotes y una nación santa- consiste en un código de obligaciones y prohibiciones que no les hacía ni más felices, ni más hermanos ni más libres. Aquellos pastores andaban escasos de misericordia y desentendidos de los sufrimientos del pueblo, sin presentarles alternativas ni ayudarles a salir de su penosa situación.

                  Por eso, llama a «otros». A los que han escuchado el mensaje de las bienaventuranzas y están dispuestos a vivir de un modo diferente, y que convierten su relación con Dios en un camino de felicidad, donde el que está mal es el centro principal del Reino, de la relación con Dios, donde nadie que excluido. 
           Son un grupo de Apóstoles/pastores que reciben un difícil encargo: «proclamad, curad, resucitad,  limpiad echad demonios». Como se ve por todos estos imperativos, se trata en primer lugar de anunciar con gozo (sin riñas, ni amenazas, ni obligaciones) la cercanía, presencia y compromiso de Dios (eso es el Reino). Y esa presencia, para que no se quede en palabras vacías (de las que ya están muy hartas las ovejas) se comprobará en que éstas irán siendo reintegradas en la comunidad, se harán conscientes de su dignidad y su preferencia por parte de Dios, se les aliviará su sufrimiento, se luchará contra las causas de sus heridas, de su suciedad, de su falta de vida, de sus sufrimientos. En definitiva: se trata de que pasen de ser «muchedumbre» a ser «comunidades» donde se aman, lo tienen todo en común y se atiende a cada cual según sus necesidades. Yo entiendo que esta sería la misión principal de cualquier Obispo, párroco o agente de pastoral (con la implicación de todos los demás, claro).


          Lo que marca la pertenencia a esta comunidad no son unas normas rituales o religiosas, sino el compromiso de acoger, compadecer,  compartir y aliviar la carga de los otros.  El Reino de Dios está cerca cuando los que hemos conocido a Jesús ponemos en el centro de nuestra relación con Dios, en el centro de nuestras inquietudes y preocupaciones a los que están peor.  Sin imponerles, sin juzgarles, sin reñirles, sin reprocharles, sin ponerles condiciones (tampoco económicas: lo nuestro ha de ser gratis). 

 

Para nuestra vida

El reino de Dios no es solo una salvación que comienza después de la muerte. Es una irrupción de gracia y de vida ya en nuestra existencia actual. Más aún. El signo más claro de que el reino está cerca es precisamente esta corriente de vida que comienza a abrirse paso en la tierra. «Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios». Hoy más que nunca deberíamos escuchar los creyentes la invitación de Jesús a poner nueva vida en la sociedad.

Se está abriendo un abismo inquietante entre el progreso técnico y nuestro desarrollo espiritual. Se diría que el hombre no tiene fuerza espiritual para animar y dar sentido a su incesante progreso. Los resultados son palpables. A bastantes se les ve empobrecidos por su dinero y por las cosas que creen poseer. El cansancio de la vida y el aburrimiento se apoderan de muchos. La «contaminación interior» está ensuciando lo mejor de no pocas personas. Hay hombres y mujeres que viven perdidos, sin poder encontrar un sentido a su vida. Hay personas que viven corriendo, sumergidas en una nerviosa e intensa actividad, vaciándose por dentro, sin saber exactamente lo que quieren.

Estamos en el Domingo Once del Tiempo Ordinario. La Liturgia de la Palabra de hoy resalta la gran misericordia de Dios llamándonos a ser su pueblo, y enviándonos como mensajeros de salvación a las ovejas descarriadas, para que nadie se pierda. Eternamente agradecidos, pidamos al dueño de la cosecha que mande más trabajadores a recogerla. Además hoy celebramos en Venezuela el día del Padre, encomendamos a todos los padres presentes para que el Señor los acompañe y los haga fieles al servicio que Dios les ha encomendado.

Las lecturas de hoy nos hablan de elección o llamado. Igual que en el Antiguo Testamento Dios eligió a Moisés, en el Nuevo Testamento Jesús, el Hijo de Dios, llama a los doce. En ambos casos el Señor busca reconstruir un pueblo que sea testigo de la salvación ante el mundo.

El salmo de hoy es el  99, que  es un himno procesional compuesto para dar gracias a Dios. De ahí que esté lleno de exultante regocijo. Desde el templo, lugar de plegaria y síntesis de las maravillosas relaciones de Dios con su pueblo, surgen los imperativos para que toda la tierra se una a la acción de gracias. Israel es un invitado especial: él, más que ningún otro pueblo, sabe quién y cómo es su Dios. Sabe sus maravillas del pasado y su bondad y fidelidad presentes. Israel expresa su reconocida alabanza en nombre de toda la creación.

En la 2ª lectura San Pablo centra nuestra atención en una verdad convincente: Cristo no murió por nosotros porque fuéramos piadosos. Él no murió por los religiosos ni por los morales ni por los buenos. Murió por nosotros, los impíos, aunque todavía éramos pecadores.

Es ya muy raro que las personas mueran por otras personas. A veces leemos acerca de alguien que da la vida en una guerra o en un desastre para salvar a otra persona. Pablo reconoce que en raras oportunidades pudiera alguien morir por una persona justa, alguien que merecía ser salvo. Sería una persona muy notable que dio su vida por salvar a una buena persona. ¿Pero ha oído alguna vez de alguien dispuesto a morir por un malvado? ¿Moriría alguien por un hombre miserable, malvado y ruin? Solo Jesucristo lo haría.

Ese es el verdadero amor, el amor del que la Biblia nos habla. Es la clase de amor que hizo que Cristo muriera por los peores, no por los mejores. Esa es la maravilla del amor de Dios. Su asombroso amor hacia nosotros se muestra en que Cristo murió por nosotros aunque todavía éramos pecadores. El amor de Dios no tuvo nada que ver con nuestro atractivo o dignidad. Solo tuvo que ver con el carácter de Dios, el hecho de que Dios es amor.

Cristo no murió por nosotros porque fuéramos dignos o encantadores o piadosos. Pablo dice que estábamos sin fuerzas, indefensos e incapaces de salvarnos a nosotros mismos. No había nada que admirar en nosotros pero Dios nos amó. Cristo murió por nosotros porque éramos indignos e indefensos. No se puede expresar el evangelio de una forma más directa que esa: Cristo murió por los impíos, no por los justos. Lo hizo porque nos ama, no por ninguna otra razón. Un amor que no merecíamos produjo un sacrificio que no merecíamos. Pero eso es lo que hace la gracia.

Ese amor, ese sacrificio, produce gratitud en nuestra vida. Espero que usted sienta gran gratitud todos los días, sin olvidar jamás cuán indigno es del amor de Dios en Jesucristo. No hemos hecho nada para merecer su misericordia. No tenemos ningún atributo deseable para atraer su amor. Aunque estábamos indefensos y éramos impíos, aunque estábamos en rebelión contra Él, Dios mostró su amor por nosotros al enviar a Cristo a que muriera en nuestro lugar.

El evangelio de este domingo inicia el discurso apostólico de Jesús, que constituye un esbozo de una primera teología de la misión; una perspectiva apropiada para definir la vocación e identidad de la comunidad eclesial en el mundo actual.

Siendo ya bien conocido, y con numerosos seguidores, Jesús sabe que su permanencia entre los hombres es limitada en cuanto al tiempo. Tiene que apresurarse en la formación de un núcleo seleccionado de entre sus prosélitos y comenzar a entrenarles. Es entonces que nombra a los doce, asignándoles tareas propias de su misión, a la vez que los envía como avanzada y agentes multiplicadores del mensaje de salvación.

El creyente se siente comprometido a la misión, a un cambio de la realidad, fundamentado en la responsabilidad de toda la Iglesia. Cada creyente es llamado personalmente a trabajar por el Reino sin caer en el pecado de atender a sus propios intereses.

Si la fe es una experiencia personal vivida en la comunidad, la misión también lo es. Y la medida apropiada no es la eficacia inmediata de la acción, sino la fidelidad a la voluntad de Dios.

Los ministros de la Iglesia son «elegidos entre los hombres» y están sujetos a las tentaciones y a las debilidades de todos. Jesús no intentó fundar una sociedad de perfectos.

Hay una ventaja en los sacerdotes «revestidos de debilidad»: están más preparados para compadecer a los demás, para no sorprenderse de ningún pecado ni miseria, para ser, en resumen, misericordiosos, que es tal vez la cualidad más bella en un sacerdote. A lo mejor precisamente por esto Jesús puso al frente de los apóstoles a Simón Pedro, quien le había negado tres veces: para que aprendiera a perdonar «setenta veces siete».

 

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 

sábado, 6 de julio de 2019

Lecturas del XIV Domingo del Tiempo Ordinario 7 de julio de 2019


PRIMERA LECTURA
LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 66, 10-14c
Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto, mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes.
Porque así dice el Señor:
«Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones.
Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados.
Al verlo, se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos florecerán como un prado; se manifestará a sus siervos la mano del Señor».
Palabra de Dios

SALMO RESPONSORIAL
Salmo 65, 1-3a. 4-5. 16 y 20
R. ACLAMAD AL SEÑOR, TIERRA ENTERA.
Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre;
cantad himnos a su gloria;
decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras!» R.

Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres. R.

Transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos en él,
que con su poder gobierna eternamente. R.

Los que teméis a Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica,
ni me retiró su favor. R.

SEGUNDA LECTURA
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS GÁLATAS 6, 14-18
Hermanos:
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mi, y yo para el mundo.
Pues lo que cuenta no es circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura.
La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios.
En adelante, que nadie me moleste, pues yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén.
Palabra de Dios.

ALELUYA Col 3, 15a. 16a
La palabra de Cristo reine en vuestro corazón; la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza.

EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 10, 1-9
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
Image result for poneos en camino«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella y decidles: "El reino de Dios. ha llegado a vosotros"».
 Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.
Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».
Él les dijo:
«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».
Palabra del Señor

sábado, 14 de julio de 2018

Lecturas del XV Domingo del Tiempo Ordinario 15 de julio de 2018

PRIMERA LECTURA
LECTURA DE LA PROFECÍA DE AMÓS 7, 12-15
En aquellos días, Amasías, sacerdote de Betel, dijo a Amós:
«Vidente, vete, huye al territorio de Judá. Allí podrás ganarte el pan y allí profetizar. Pero en Betel no vuelvas a profetizar, porque es el santuario del rey y la casa del reino».
Pero Amós respondió a Amasías:
«Yo no soy profeta ni hijo de profeta. Yo era un pastor y cultivador de sicomoros. Pero el Señor me arrancó de mi rebaño y me dijo: 'Ve y profetiza a mi pueblo Israel"».
Palabra de Dios

SALMO RESPONSORIAL
Salmo 84, 9ab-10. 11-12. 13-14
R. MUÉSTRANOS, SEÑOR, TU MISERICORDIA Y DANOS TU SALVACIÓN

Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos.»
La salvación está cerca de los que lo temen,
y la gloria habitará en nuestra tierra. R.

La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. R.

El Señor nos dará lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
y sus pasos señalarán el camino. R.

SEGUNDA LECTURA
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 1,3-14
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
En él, por su sangre, tenemos la redención, el perdón de los pecados, conforme a la riqueza de la gracia que en su sabiduría y prudencia ha derrochado para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad: el plan que había proyectado realizar por Cristo, en la plenitud de los tiempos: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.
En él hemos heredado también los que estábamos destinados por decisión del que lo hace todo según su voluntad, para que seamos alabanza de su gloria quienes antes esperábamos en el Mesías.
En él también vosotros, después de haber escuchado la palabra de verdad - el evangelio de vuestra salvación -, creyendo en él habéis sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido.
Él es la prenda de nuestra herencia, mientras llega la redención del pueblo de su propiedad, para alabanza de su gloria.
Palabra de Dios

ALELUYA Cf. Ef 1, 17-18
El Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine los ojos de nuestro corazón, para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama.

EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 6, 7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Resultado de imagen de envio apostolesY añadió:
«Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos».
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Palabra del Señor

Comentarios a las lecturas del XV Domingo del Tiempo Ordinario. 15 de julio de 2018

Comentarios a las lecturas del XV Domingo del Tiempo Ordinario. 15 de julio de 2018
Las lecturas de hoy, la profética y la evangélica, nos pueden permitir hacer algo así como  un retrato-robot de la identidad del cristiano a partir de los rasgos fundamentales que  caracterizan la misión apostólica. Porque el cristiano, seguidor de Jesucristo, incluso antes  de llamarse así, era aquél que, desde la fe en Jesucristo como Señor, tomaba un nuevo  camino y se ponía en marcha para anunciar la Buena Noticia del Reino y para irla haciendo  realidad. Dejar el antiguo camino (pecado, idolatría, judaísmo, etc). para tomar con otros el  camino hacia el Reino del Padre.
Hoy como ayer, el Señor nos envía a anunciar su Palabra, a curar y consolar a los enfermos, a anunciar la paz que Él trae, la paz del espíritu y ello, aunque nos cueste indiferencia, incomprensión o persecución por su causa, pero, a pesar de ello, siempre habrá lugares donde evangelizar. ¿Cómo puedes y donde el Señor te llama y envia a evangelizar?. ¿Cómo ser profeta en tu vida cotidiana?.

La primera lectura nos sitúa ante el envió como profeta de Amos (Am.  7, 12-15 ), “ve y profetiza a mi pueblo de Israel”. texto de Am. 7,10-17 es capital para entender la vocación profética y, más en concreto, sus relaciones con los poderes establecidos: el rey y el sacerdote (cfr. Dt. 17-18). El rey del N. tiene su santuario real en Betel, la ciudad tradicionalmente ligada al patriarca Jacob (=Israel), en ella ofician sacerdotes creados por el fundador del reino, Jeroboam I, y que están al servicio del monarca de turno. Este santuario es como el corazón del reino, y así como el reino tiene sus fronteras también el templo es un espacio acotado y controlado por los sacerdotes al servicio del rey.
-Y en este espacio acotado irrumpe algo nuevo e inesperado: la palabra de Dios traída por un profeta de allende las fronteras. Viene de fuera, sin pedir permiso, como tomando posesión; más aún, hace de Betel como una caja de resonancia para que el mensaje resuene en todo el reino: el país no puede soportar sus palabras.
La amenaza de Amós pone en movimiento el mecanismo de la denuncia: Amasías, representante de la religión institucionalizada, denuncia al portador de la palabra divina ante el rey. Y tras la denuncia, la orden de expulsión: en su patria, Judá, podrá desarrollar su actividad profética, pero no en un territorio ajeno. El tinglado religioso no puede desmontarse ni se puede perder la fuente de ingresos. Así el rey y el gran sacerdote pretenden neutralizar la palabra de Dios como si ésta pudiera depender del permiso y de la tolerancia del rey y del sacerdote.
-En ese momento Amós reacciona con más vigor (v.s. 14-17). Amasías ha informado al rey y ha intentado intimidar al profeta, pero Amós no predica por ganarse el sustento cuotidiano... y así se siente libre para proclamar una sentencia soberana. Por medio de su profeta, la palabra divina penetra, se instala, expulsa, actúa en la historia.
El profeta molestaba a demasiada gente: a la casa real, a los funcionarios políticos, a los comerciantes sin moral, a los sacerdotes adictos a las razones de Estado, a las damas de la alta sociedad, a los magistrados corrompidos y corruptores, etc. Más que en defender el origen carismático de su vocación y misión, Amós pone el acento en demostrar que Dios lo ha investido de autoridad para denunciar ahora y aquí los crímenes de Israel y predecir su castigo. Ante una religión que busca instrumentalizar los conceptos de elección y de pacto, para crear en el pueblo un sentido de seguridad respecto a su futuro, Amós denuncia la infidelidad a la alianza. Si puede llamarse revolucionario, sólo lo será en el sentido de que él busca restablecer el orden querido por Dios; la transformación que preconiza es una conversión. El profeta manifiesta que si se entrega a la tarea de denunciar el orden existente es en virtud de una encomienda divina, directamente opuesta a la pretensión de Amasías: "Vete, escapa a la tierra de Judá y come allí tu pan haciendo de profeta" (v 12).
La insistencia en el tema revela el significado primordial del relato: el mensajero no puede elegir su destino sino que debe ser inexorablemente fiel a quien le envía. «¡Ay de mí si no evangelizara!» (1 Cor 9,16).
El conflicto entre Amós y Amasías es el conflicto entre la autoridad de la palabra de Dios y la autoridad del Estado, que se sirve de la religión. El pastor de Tecua no apela al éxtasis ni a la pertenencia a asociaciones proféticas: la única prueba de autenticidad de su palabra es su entrega total a ella. El profeta tiene el valor y la sabiduría de enfrentarse a Amasías no con oscuros razonamientos, sino sólo con la palabra, con los criterios de fe.

El salmo responsorial de hoy (Sal. 84) nos prepara, nos invita y nos hace expresar en actitud orante la necesidad de la intimidad y cercania del Señor. MUÉSTRANOS, SEÑOR, TU MISERICORDIA Y DANOS TU SALVACIÓN
Este salmo está marcado en su totalidad por el tema del "retorno". La situación que dio origen a este salmo no es otra que el regreso de los deportados de Babilonia. Con base en este acontecimiento histórico, considerado como un acto de perdón de Dios, se le pide una nueva gracia. Luego del entusiasmo por el retorno de las primeras caravanas de prisioneros liberados, se encuentra uno súbitamente ante la decepción de lo "cotidiano": la reconstrucción del Templo tomaba tiempo y los enemigos hostigaban sin cesar a los nuevos repatriados (Esdras 4,4).
El plan del salmo es claro:
La primera estrofa recuerda las intervenciones de Dios en el pasado: seis verbos en pasado que tienen a Dios como autor. Luego dos estrofas que expresan la oración actual, y que se resume en dos peticiones: "Haznos volver". "¿No volverás?".
Finalmente el salmista se recoge para "escuchar" la respuesta de Dios en forma de ORÁCULO: Sí, Dios promete que va a volver, trayendo sus beneficios.
Desde el punto de vista literario, admiremos el juego danzante de repetición de palabras. Once palabras se repiten: regresar, salvación, amor, verdad, justicia, cólera, dar, tierra, pueblo, decir... paz...
Así comenta San Juan Pablo II este salmo: " 1. El salmo 84, que acabamos de proclamar, es un canto gozoso y lleno de esperanza en el futuro de la salvación. Refleja el momento entusiasmante del regreso de Israel del exilio babilónico a la tierra de sus padres. La vida nacional se reanuda en aquel amado hogar, que había sido apagado y destruido en la conquista de Jerusalén por obra del ejército del rey Nabucodonosor en el año 586 a.C.
En efecto, en el original hebreo del Salmo aparece varias veces el verbo shûb, que indica el regreso de los deportados, pero también significa un "regreso" espiritual, es decir, la "conversión". Por eso, el renacimiento no sólo afecta a la nación, sino también a la comunidad de los fieles, que habían considerado el exilio como un castigo por los pecados cometidos y que veían ahora el regreso y la nueva libertad como una bendición divina por la conversión realizada.
2. El Salmo se puede seguir en su desarrollo de acuerdo con dos etapas fundamentales. La primera está marcada por el tema del "regreso", con todos los matices a los que aludíamos.
Ante todo se celebra el regreso físico de Israel:  "Señor (...), has restaurado la suerte de Jacob" (v. 2); "restáuranos, Dios salvador nuestro (...) ¿No vas a devolvernos la vida?" (vv. 5. 7). Se trata de un valioso don de Dios, el cual se preocupa de liberar a sus hijos de la opresión y se compromete en favor de su prosperidad:  "Amas a todos los seres (...). Con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida" (Sb 11, 24. 26).
Ahora bien, además de este "regreso", que unifica concretamente a los dispersos, hay otro "regreso" más interior y espiritual. El salmista le da gran espacio, atribuyéndole un relieve especial, que no sólo vale para el antiguo Israel, sino también para los fieles de todos los tiempos.
3. En este "regreso" actúa de forma eficaz el Señor, revelando su amor al perdonar la maldad de su pueblo, al borrar todos sus pecados, al reprimir totalmente su cólera, al frenar el incendio de su ira (cf. Sal 84, 3-4).
Precisamente la liberación del mal, el perdón de las culpas y la purificación de los pecados crean el nuevo pueblo de Dios. Eso se pone de manifiesto a través de una invocación que también ha llegado a formar parte de la liturgia cristiana:  "Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación" (v. 8).
Pero a este "regreso" de Dios que perdona debe corresponder el "regreso", es decir, la conversión del hombre que se arrepiente. En efecto, el Salmo declara que la paz y la salvación se ofrecen "a los que se convierten de corazón" (v. 9). Los que avanzan con decisión por el camino de la santidad reciben los dones de la alegría, la libertad y la paz.
Es sabido que a menudo los términos bíblicos relativos al pecado evocan un equivocarse de camino, no alcanzar la meta, desviarse de la senda recta. La conversión es, precisamente, un "regreso" al buen camino que lleva a la casa del Padre, el cual nos espera para abrazarnos, perdonarnos y hacernos felices (cf. Lc 15, 11-32).
4. Así llegamos a la segunda parte del Salmo (cf. vv. 10-14), tan familiar para la tradición cristiana. Allí se describe un mundo nuevo, en el que el amor de Dios y su fidelidad, como si fueran personas, se abrazan; del mismo modo, también la justicia y la paz se besan al encontrarse. La verdad brota como en una primavera renovada, y la justicia, que para la Biblia es también salvación y santidad, mira desde el cielo para iniciar su camino en medio de la humanidad.
Todas las virtudes, antes expulsadas de la tierra a causa del pecado, ahora vuelven a la historia y, al encontrarse, trazan el mapa de un mundo de paz. La misericordia, la verdad, la justicia y la paz se transforman casi en los cuatro puntos cardinales de esta geografía del espíritu. También Isaías canta:  "Destilad, cielos, como rocío de lo alto; derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca salvación, y germine juntamente la justicia. Yo, el Señor, lo he creado" (Is 45, 8).
5. Ya en el siglo II con san Ireneo de Lyon, las palabras del salmista se leían como anuncio de la "generación de Cristo en el seno de la Virgen" (Adversus haereses III, 5, 1). En efecto, la venida de Cristo es la fuente de la misericordia, el brotar de la verdad, el florecimiento de la justicia, el esplendor de la paz.
Por eso, la tradición cristiana lee el Salmo, sobre todo en su parte final, en clave navideña. San Agustín lo interpreta así en uno de sus discursos para la Navidad. Dejemos que él concluya nuestra reflexión:  ""La verdad ha brotado de la tierra":  Cristo, el cual dijo:  "Yo soy la verdad" (Jn 14, 6) nació de una Virgen. "La justicia ha mirado desde el cielo":  quien cree en el que nació no se justifica por sí mismo, sino que es justificado por Dios. "La verdad ha brotado de la tierra":  porque "el Verbo se hizo carne" (Jn 1, 14). "Y la justicia ha mirado desde el cielo":  porque "toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto" (St 1, 17). "La verdad ha brotado de la tierra", es decir, ha tomado un cuerpo de María. "Y la justicia ha mirado desde el cielo":  porque "nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo" (Jn 3, 27)" (Discorsi, IV/1, Roma 1984, p. 11). (San Juan Pablo II. Audiencia del miércoles, 25 de septiembre de 2002 ).

La segunda lectura de la Carta a los Efesios (Ef. 1, 3-14), El escrito de Pablo que empezamos hoy, conocido como carta a los Efesios, se abre, como de costumbre, con un saludo (v 1s) al que sigue un himno introductorio, probablemente de origen litúrgico, que canta el misterio de Dios oculto desde la eternidad y manifestado ahora (3-14).
Este himno a Cristo, es  una de las cumbres de la literatura paulina. Se expone en él el sentido de Jesucristo en términos totalmente globales y que abarcan toda la historia. Estas líneas intentan nada menos que dar cuenta del plan de Dios respecto al hombre y del puesto y misión de Cristo en ese plan.
En el saludo, las palabras «por designio de Dios» expresan la comprensión que Pablo tiene de sí mismo como cristiano: es lo que es sólo porque Dios lo ha querido así y por obra suya. Esta comprensión de sí mismo en Pablo es fundamental, ya que orienta toda su vida. El pensamiento cristiano, que ve el designio de Dios en la totalidad de la propia vida, manifiesta la insuficiencia de un humanismo que cree que lo que el hombre es y puede llegar a ser está totalmente en su mano.
En la primera estrofa (vv. 3-6) se expone básicamente ese plan en un contexto de acción de gracias. Aparece la predestinación y elección del hombre por parte de Dios. Predestinación a ser hijo de Dios, no a ninguna otra cosa como luego entendieron los calvinistas. El destino a ser hijos es lo primero, aunque aparezca después, en el texto la santidad. Se destaca la libre, absolutamente libre, iniciativa de Dios.
Nada hay, sino su amor, que explique por qué ha puesto en marcha este plan. La segunda estrofa (7-10): la acción del Hijo. La constante repetición de fórmulas referidas a Cristo hacen ver la importancia de su persona. A través de Jesucristo se va realizando el proyecto.
Este himno cristológico   resume la fe de los cristianos de los primeros tiempos en Cristo Jesús. Es una auténtica oración, una contemplación teológica de todo el plan salvífico de Dios. Todo el himno es una alabanza a Dios por habernos bendecido en Cristo. La bendición era un componente esencial de la promesa que Dios le había dado a Abraham (Génesis 12:1-3). Esta bendición nos da la historia del Antiguo Testamento. Esta bendición daba la identidad al pueblo de Israel.
Esta bendición culmina en la persona de Jesús. Jesús es la bendición prometida a Abraham (Gálatas 3:16). Jesús es la única fuente de bendición. En el centro de la bendición resuena el vocablo griego mysterion, un término asociado habitualmente a los verbos de revelación («revelar», «conocer», «manifestar»). En efecto, este es el gran proyecto secreto que el Padre había conservado en sí mismo desde la eternidad (cf. v. 9), y que decidió actuar y revelar «en la plenitud de los tiempos» (cf. v. 10) en Jesucristo, su Hijo.
El nos ha elegido desde toda la eternidad para ser sus hijos en su Hijo, para que vivamos una vida de amor y de acción de gracias, para reproducir en nosotros la imagen de su Hijo querido. Dios tiene un plan desde antes de la fundación del mundo. No es una adaptación agregado después que el hombre pecó. Antes de la creación, sabía que Jesús iba a la cruz.
 “"... Dios nos escogió en Cristo ..." (Efesios 1:4)
Nos predestinó para adopción como hijos…” (Efesios 1:5)
 “… Para la alabanza de su gloría …” (Efesios 1:6)
Cristo es así nuestro Señor y nuestro hermano: el que con su sangre borra nuestro pecado, y nos llena de la gracia y del favor del Padre. Cristo, es la síntesis y el cumplimiento del plan de Dios: en El, todos nosotros y toda la creación somos una sola cosa; El es el centro de todo, y nosotros no podemos menos de girar en su órbita, y vivir en una segura esperanza de la herencia que nos está destinada.
  En nuestro momento histórico es importe tener claro y valorar en todas sus consecuencias esta recapitulación de todo en Cristo. . La cual recapitulación es el punto final del proceso comenzado por la iniciativa divina aún antes de la creación. Es hacer que toda la humanidad reconozca a Cristo como Señor, se someta a El y El a su vez la una con Dios, de forma que Dios sea todo en todas las cosas (I Cor, 15, 27-28). La última estrofa (11, 14), es una especie de aplicación concreta de esta gran construcción. El arco de bóveda abarca toda la historia, apoyándose en cada uno de sus extremos. Cristo no deja fuera a nadie ni a nada. La recapitulación es la manera de llegar a ser hijos. Nadie puede pensar que el plan divino no va con él.
Pero de hecho sucede a menudo que cada vez,  hay más agnósticos. En gran parte es nuestra responsabilidad hacer que esto no suceda, no con imposiciones o predicaciones que todavía alejan a más gente y hacen más increíble este plan, sino con amor a la gente real. Este es el reto que los cristianos tenemos en este momento de nuestra historia.

El evangelio de hoy del evangelista San Marcos,  (Mc. 6, 7- 13 ) nos sitúa ante el envío de Jesús: "En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos".
Ante el rechazo de Jesús por sus paisanos, San Marcos comentaba el domingo pasado: "Y se extrañaba de aquella falta de fe y recorría las aldeas de alrededor enseñando" (Mc. 6, 6). Acto seguido añade los versículos que leemos hoy. En ellos se conserva el colorido localista de Palestina.
Los vs. 7 y 12 nos remiten a Mc. 3, 13-15. Son su realización. El envío por parejas era una costumbre habitual en el judaísmo. Según la legislación judicial judía, para la validez de un testimonio se requerían al menos dos varones adultos. Los doce, enviados de dos en dos, serán testigos de Jesús, darán testimonio en favor de él en un momento en que los indicios de rechazo de Jesús empiezan a hacer su aparición con fuerza (cfr. Mc. 3, 6; 6, 1-6).
Imagen relacionadaLa misión de los doce no es para enseñar (esto es específico de Jesús), sino para proclamar la conversión (v. 12; cfr. 3, 14). El término conversión nos remite a la proclamación programática de Jesús y connota una urgencia, dada la cercanía del reinado de Dios (cfr. Mc. 1, 15). La semántica básica del término expresa un cambio radical de mentalidad, un giro copernicano en las categorías mentales, las cuales, a su vez, determinan la actuación del hombre.
Fijémonos en  la insistencia en la pobreza como condición indispensable para la misión: ni pan, ni morral, ni dinero, sino sólo calzado corriente, un bastón y un solo manto (versículos 8-9). Se trata de una pobreza que es fe, libertad y ligereza. Ante todo, libertad y ligereza; un discípulo cargado de equipaje se hace sedentario, conservador, incapaz de captar la novedad de Dios y demasiado hábil para encontrar mil razones utilitarias y considerar irrenunciable la casa donde se ha instalado y de la que no quiere salir (¡demasiadas maletas que hacer y demasiadas seguridades a las que renunciar!). Pero la pobreza es también fe; es la señal de que uno no confía en sí mismo, de que no quiere estar asegurado a todo riesgo.
Hay finalmente un tercer aspecto que no conviene olvidar: la atmósfera "dramática" de la misión. Quizás sea ésta la nota dominante de todo el capítulo. Está la dramaticidad de la repulsa y la dramaticidad de la contradicción. Dos sufrimientos que el discípulo tiene que arrastrar con valentía. La repulsa está ya prevista (versículo 11): la palabra de Dios es eficaz, pero a su modo. El discípulo tiene que proclamar el mensaje y jugárselo todo en él.
Al discípulo se le ha confiado una tarea, pero no se le ha garantizado el resultado. La otra dramaticidad, la de la contradicción, todavía es más interior a la naturaleza misma de la misión. El anuncio del discípulo no es una instrucción teórica, sino una palabra que actúa, en la que se hace presente el poder de Dios, una palabra que compromete y frente a la cual es preciso tomar una postura. Por tanto, es una palabra que sacude, que suscita contradicciones, que parece llevar la división en donde había paz, el desorden en donde había tranquilidad. La misión es, como dice Marcos, una lucha contra el maligno; donde llega la palabra del discípulo, Satanás no tiene más remedio que manifestarse, tienen que salir a la luz el pecado, la injusticia, la ambición; hay que contar con la oposición y con la resistencia. Por eso el discípulo no es únicamente un maestro que enseña, sino un testigo que se compromete en la lucha contra Satanás de parte de la verdad, de la libertad y del amor.
Los doce deben ser ellos mismos signo visible de la conversión que proclaman. En las circunstancias concretas de su momento histórico, los doce no necesitan más bagaje de un bastón, que casi resultaba imprescindible como protección, y unas sandalias, sin las que no se podía caminar por el suelo pedregoso de Palestina. La fuerza y credibilidad de su misión no estriban en los modelos socioeconómicos constituidos. Este es el significado del v. 9. Los vs, 10-11, en cambio, se mueven en otros campos de significación: el de la urgencia de dedicación a la proclamación (v. 10) y el de la gravedad que lleva consigo el rechazo del proclamador o de su proclamación.
La misión de los doce busca provocar una transformación.
El alcance de esta transformación queda puesto de manifiesto en el poder que Jesús les confiere sobre los espíritus inmundos. Esta expresión mitológica engloba todo lo que de inhumano y hostil destruye al hombre. La transformación no se reduce a la sola dimensión espiritual, sino que afecta a la totalidad del hombre. La conversión tiene también una dimensión material como elemento constituyente.

Para nuestra vida.
La llamada de Dios a Amós, la llamada de Jesús a los Doce, y el propio ejemplo de Pablo que habla en la segunda lectura, no son casos excepcionales, propios de un sector de los cristianos (curas y obispos, por ejemplo). Curas y obispos realizan su tarea evangelizadora de un modo más institucional, por así decirlo. Pero la llamada es para todos. En este sentido, el ejemplo de Amós en la primera lectura, es significativo: él no es un profesional de la profecía, vinculado a tal o cual santuario, sino que es un individuo normal, un pastor y campesino que se siente llamado a dar a conocer a su pueblo la llamada de Dios. Y como él, todo cristiano ha sido llamado a esto: a coger el bastón y las sandalias, a ir por el mundo sacando demonios e invitando a cambiar el corazón. Y en cada época y en cada situación deberá verse qué es lo que esto significa.
En nuestra situación, en una sociedad que ya no es cristiana (que es "país de misión"), significa ante todo que la Iglesia no puede sentirse satisfecha teniendo mucha gente enrolada en consejos parroquiales, organizaciones, catequesis... como si el ideal fuera esto: que los cristianos se pasaran muchas horas en el interior de la iglesia, de manera que la iglesia se convierta en una especie de club que encierre y tranquilice a la gente. Las organizaciones de iglesia serán válidas si sirven para esto: para que los cristianos sean en el mundo verdaderos testigos de la fe.
Y significa, en segundo lugar, que la Iglesia como tal debe presentarse ante el mundo como un verdadero testigo transparente del amor de Dios. La iglesia esta llamada a  hacerse solidaria con los anhelos y preocupaciones de los hombres para llevarles la Buena Nueva que Jesucristo le encargó comunicar.

En la primera lectura se nos presenta a Amós como profeta es un ejemplo que debe servirnos a todos, cuando predicamos el evangelio. La obligación de todo cristiano es ser fiel al evangelio, guste o no guste a los jefes religiosos o políticos. Aunque esto no haya sido siempre así en la historia de nuestra Iglesia, sí es verdad que así lo hicieron los mártires y muchos de los grandes santos.
Este pastor y campesino del siglo VIII a. C., está en un contexto donde el pueblo escogido se encontraba por entonces, dividido en dos reinos.  Amos era  un pobre hombre del sur, de Judá y ha ido a profetizar al reino del norte. El rey se enoja, evidentemente, y manda que lo expulsen. Un hombre pobre, pastor de oficio y conservador a destajo de los frutos de los sicomoros. Son estos unos árboles corrientes por aquellas tierras. Es un árbol majestuoso, de hoja semejante a la de la morera, pero de fruto muy parecido al higo.
Amós condenó la injusticia social y la violencia del lujo, la depravación religiosa y el formalismo de un culto vacío; anunció por vez primera el castigo del Día de Yahvé y el exilio del Reino del Norte. Habló donde era preciso hablar y en el momento oportuno, que es cuando hablan los profetas y callan los maestros y sacerdotes que viven de su oficio. Por eso sus palabras resultaron insoportables. No es de extrañar que le salga al paso el sumo sacerdote Amasías que, como buen funcionario, debe velar por los intereses del rey de Israel. Amasías denunciaría la predicación del profeta Amós ante Jeroboán II. Amós le responde enérgicamente y le dice que si él predica la palabra de Dios no lo hace por vocación humana o por simple interés, sino porque Dios le ha mandado profetizar contra Israel. Por encima de la voluntad de Amasías y la presión del poder está la autoridad indiscutible de Dios, que le dice “ve y profetiza”. Amós es claro exponente del profetismo, que encarna siempre una fidelidad a la vocación de Señor, no de capricho, ni de ambición. Ser profeta significa sin duda ser persona incómoda. Pero es un signo de fidelidad y una muestra, para quien le escuche, de que Dios no olvida a nadie.
Las palabras de Amós son muy duras y a la vez muy claras. Autoridades religiosas que acotan el lugar sagrado, profetas y funcionarios del templo que viven de él, porque no saben dedicarse a otra cosa, y que tratan de proteger su sustento aunque sea a costa del mensaje evangélico... son muy abundantes. ¡Que cada cual cargue con la vela que le corresponda!.

El salmo responsorial de hoy, presenta la realidad humana en su historicidad cotidiana. El pasado, el presente, el porvenir. Así como el pueblo de Israel recordaba los beneficios que Dios le había hecho en el pasado, para tener seguridad de su protección en el futuro, nosotros también, en los días de prueba, debemos recordar las gracias que han marcado nuestra infancia, nuestra juventud, nuestro pasado. Actualizando la primera estrofa del salmo, podemos decir: "Señor, Tú has hecho esto con-migo... Tú me has concedido esto o aquello... Tú me has perdonado...".
La tierra responde al cielo, el cielo responde a la tierra. La afirmación, "la verdad brotará de la tierra, y del cielo penderá la justicia", no es sólo una imagen maravillosa, sino la definición misma de la "religión": religar, establecer relación, entre la tierra y el cielo, entre el hombre y Dios. Los campanarios, los minaretes, y todas las arquitecturas religiosas del mundo, apuntan hacia el cielo como una especie de signo simbólico.
El salmo nos recuerda, el optimismo bíblico. La Biblia es más optimista y moderna, ya que nos habla de una especie de encuentro recíproco: la tierra busca al cielo y el cielo busca a la tierra..."la verdad brotará de la tierra". Ha habido épocas en que se ha querido rebajar al hombre como si fuera totalmente incapaz de descubrir la verdad.
Amor y verdad se encuentran, justicia y paz se abrazan. ¡Qué equilibrio en estos "encuentros", en estos "besos"! Con frecuencia oponemos estas realidades. Insistimos en la caridad y caemos en una especie de subjetivismo que nos hace abandonar verdades fundamentales. O bien, somos en tal forma defensores de la verdad, que olvidamos la caridad más elemental hacia los adversarios con quienes estamos en desacuerdo. Hay que unir "amor y verdad" para no caer ni en el sectarismo, ni en el sentimentalismo bonachón. Tengo miedo de la gente que "posee la verdad" y no tiene amor. Pero temo igualmente a las personas que hablan de "amor" y no tienen el rigor de análisis para descubrir la verdad en situaciones y doctrinas.
Es necesario por otra parte reconciliar la "justicia" y la "paz". El mundo moderno habla mucho de "luchas", de "combates", de "justicia"... Y esto está bien. Pero también hay que construir la "paz", el "diálogo", la "concordia".
Detrás de las palabras de este salmo, avizoramos los conflictos sociales que sacuden nuestro mundo, nuestras familias, nuestras empresas, nuestra Iglesia.
"Escucho... ¿qué dirá el Señor Dios?". Dejemos resonar en nosotros estas palabras, este interrogante. Estemos a la escucha de Dios. Nos quejamos con frecuencia del "silencio de Dios". ¿Dejamos que El nos hable? ¿Aceptamos que El contradiga nuestros puntos de vista y no esté de acuerdo con nosotros? ¿Estamos dispuestos a escucharlo? ¿Estamos dispuestos a construir con El el mundo de paz-amor-verdad-justicia... que nos "pide" hacer?
Dios y el hombre se buscan mutuamente, se miran el uno al otro. Al observar las ojivas que estructuran las bóvedas de nuestras catedrales, se ve justamente este doble movimiento, estas dos búsquedas que se apoyan la una sobre la otra, y no pueden mantenerse la una sin la otra. La gracia y la libertad son necesarias. La gracia, sin la respuesta del hombre, es estéril desgraciadamente. El esfuerzo del hombre sin la gracia está abocado al fracaso. Señor, inclínate hacia mí, mientras me esfuerzo por hacer germinar mi vida.

Hoy  hemos escuchado en la segunda lectura, un himno tomado de la carta a los Efesios (cf. Ef 1,3-14), un himno que se repite en la liturgia de las Vísperas de cada una de las cuatro semanas. Este himno es una oración de bendición dirigida a Dios Padre. Su desarrollo delinea las diversas etapas del plan de salvación que se realiza a través de la obra de Cristo.
En el himno las etapas de ese plan se señalan mediante las acciones salvíficas de Dios por Cristo en el Espíritu. Ante todo -este es el primer acto-, el Padre nos elige desde la eternidad para que seamos santos e irreprochables ante él por el amor (cf. v. 4); después nos predestina a ser sus hijos (cf. vv. 5-6); además, nos redime y nos perdona los pecados (cf. vv. 7-8); nos revela plenamente el misterio de la salvación en Cristo (cf. vv. 9-10); y, por último, nos da la herencia eterna (cf. vv. 11-12), ofreciéndonos ya ahora como prenda el don del Espíritu Santo con vistas a la resurrección final (cf. vv. 13-14).
Desde el himno cristológico de efesios demos también nosotros gracias a Dios y alabémosle por habernos dado a su Hijo, como camino, verdad y vida. Toda nuestra vida, como dice el salmo, debe ser un sacrificio de alabanza a Dios. 
De este himno dice San Juan Pablo II " 1. El espléndido himno de «bendición», con el que inicia la carta a los Efesios y que se proclama todos los lunes en la liturgia de Vísperas, será objeto de una serie de meditaciones a lo largo de nuestro itinerario. Por ahora nos limitamos a una mirada de conjunto a este texto solemne y bien estructurado, casi como una majestuosa construcción, destinada a exaltar la admirable obra de Dios, realizada a nuestro favor en Cristo.
Se comienza con un «antes» que precede al tiempo y a la creación: es la eternidad divina, en la que ya se pone en marcha un proyecto que nos supera, una «pre-destinación», es decir, el plan amoroso y gratuito de un destino de salvación y de gloria.
2. En este proyecto trascendente, que abarca la creación y la redención, el cosmos y la historia humana, Dios se propuso de antemano, «según el beneplácito de su voluntad», «recapitular en Cristo todas las cosas», es decir, restablecer en él el orden y el sentido profundo de todas las realidades, tanto las del cielo como las de la tierra (cf. Ef 1,10). Ciertamente, él es «cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo» (Ef 1,22-23), pero también es el principio vital de referencia del universo.
Por tanto, el señorío de Cristo se extiende tanto al cosmos como al horizonte más específico que es la Iglesia. Cristo desempeña una función de «plenitud», de forma que en él se revela el «misterio» (Ef 1,9) oculto desde los siglos y toda la realidad realiza -en su orden específico y en su grado- el plan concebido por el Padre desde toda la eternidad." (San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 18 de febrero de 2004).
San Ireneo, reconoce que «no hay más que un solo Dios Padre y un solo Cristo Jesús, Señor nuestro, que ha venido por medio de toda "economía" y que ha recapitulado en sí todas las cosas. En esto de "todas las cosas" queda comprendido también el hombre, esta obra modelada por Dios, y así ha recapitulado también en sí al hombre; de invisible haciéndose visible, de inasible asible, de impasible pasible y de Verbo hombre» (San Irineo. Contra las herejías).
¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? El "misterio" ha quedado revelado. No hay azar. Dios tiene un "plan": Dios ha creado para nosotros el mundo, casa abierta para los hijos de Dios. No vamos a la deriva, caminamos hacia una meta: todos los hombres reunidos en torno a Cristo formando un inmenso Cuerpo, la humanidad regenerada sentada en torno a la mesa familiar, el encuentro definitivo de los hombres con Dios y de los hombres entre sí.
El  himno, para entenderlo es preciso que lo escuchemos como dicho para nosotros, hasta llegar -en cierto modo- a cantarlo nosotros mismos. Sólo con esta actitud, y no por la curiosidad de examinar la "realidad" de que se habla, podremos comprender que Dios nos bendiga con su bendición (3). El mundo y la vida que se cantan en el himno parecen extraños a la vida y al mundo nuestro de aquí. Pero no es así, ya que, aunque apenas se alude, en realidad nos abre a una nueva forma de comprendernos a nosotros mismos, lo que supone una nueva manera de vivir en relación con nosotros y con los demás. No seremos los mismos -para con nosotros y para los demás-, ni nos comportaremos de la misma forma, si nos consideramos todos bendecidos (3), elegidos de antemano para ser santos (4), escogidos en orden a una filiación adoptiva por parte de Dios (5), redimidos, perdonados (7), llenos de gracia por obra del Señor, rebosantes de sabiduría e inteligencia (8). Lo que se ha realizado en Cristo no es sólo para la salvación de unos cuantos; el designio de Dios es «hacer la unidad del universo en Cristo, de lo terrestre y de lo celeste» (10). Y, al final, en nuestro interior, tal vez caeremos de rodillas ante el misterio del hombre, que no es otro sino el de ser el lugar del misterio de Dios, donde llega a hacerse realidad la obra de Dios en Cristo.
Esto no son sólo palabras bonitas, promesas sin garantía. Entre nosotros vive un hombre en quien se ha cumplido ya todo esto: Jesucristo, muerto para resucitar. Tenemos además en nosotros el fermento de la metamorfosis futura: el Espíritu Santo. Tenemos, más o menos arraigado en nosotros, ese espíritu filial de fe y confianza que ilumina a tantos corazones cuando penetran este misterio y entran en este plan.
Cada eucaristía recordamos este proyecto de Dios, participamos en él y esperamos que termine por ser realidad total. Cada día de la semana, cada acontecimiento de nuestra vida, es una etapa en el camino de Dios.

El evangelio nos sitúa ante la misión. Los doce habían sido escogidos para que "estuvieran con él y enviarlos a predicar" (3, 14-15). En los capítulos anteriores les hemos visto separarse de la gente y seguir a Jesús, escuchar y aprender, vivir en comunidad con él; ahora (6, 7-13) Marcos nos muestra la otra dimensión del discípulo, la misionera. Las pocas palabras de Marcos (versículos 7-13) son muy densas del significado y constituyen, dentro de su brevedad, una especie de regla misionera.
Para describir la misión de los discípulos usa Marcos las mismas palabras que utiliza a través de todo el evangelio para describir la misión de Jesús: predicaban la conversión, curaban a los enfermos, echaban a los demonios (versículos 12-13). La misión de los discípulos depende totalmente de la de Cristo y encuentra en ella su motivación y su modelo. Cristo supone en el discípulo esta triple conciencia: conciencia del origen divino de su misión ("los envió"), esto es, de una actividad querida por otro y no decidida por nosotros mismos; de un proyecto en que estamos metidos pero sin ser nosotros los directores de escena; la conciencia de salir de si mismo y de ir a otro sitio, a lugares nuevos, continuamente de viaje; la conciencia finalmente de poseer un mensaje nuevo y alegre que comunicar a los demás.
El envío por parejas era una costumbre habitual en el judaísmo. Según la legislación judicial judía, para la validez de un testimonio se requerían al menos dos varones adultos. Los doce, enviados de dos en dos, serán testigos de Jesús, darán testimonio en favor de él en un momento en que los indicios de rechazo de Jesús empiezan a hacer su aparición con fuerza. La misión de los doce no es para enseñar, sino para proclamar la conversión, que  expresa un cambio radical de mentalidad, un giro copernicano en las categorías mentales, las cuales, a su vez, determinan la actuación del hombre. La misión de los doce busca provocar una transformación. Los doce deben ser ellos mismos signo visible de la conversión que proclaman. En las circunstancias concretas de su momento histórico, los doce no necesitan más bagaje que un bastón, que casi resultaba imprescindible como protección, y unas sandalias, sin las que no se podía caminar por el suelo pedregoso de Palestina.
Imagen relacionadaLos consejos de Jesús al  envío de los apóstoles nos habla de la pobreza. La pobreza no debemos entenderla como miseria y falta de lo necesario para vivir, sino como sobriedad y austeridad en nuestros gastos. Además de ser pobres en este sentido, la pobreza cristiana debe tener siempre una dimensión social; así lo predicaba siempre san Agustín con su palabra y con su ejemplo: en los monasterios agustinianos no había diferencia alguna económica entre los monjes, porque todo era de todos y lo que les sobraba lo daban a los pobres. San Agustín decía a sus fieles que lo que no necesitaban, los bienes superfluos, se lo dieran a los pobres, porque los bienes superfluos de los ricos son los bienes necesarios de los pobres.  
"Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja". Es evidente que los tiempos han cambiado, pero el mensaje que nos transmiten estas palabras del evangelio sigue siendo válido para nosotros, nos recuerdan el valor de puro medio que tienen los bienes materiales y como no debemos estar apegados a ellos.
"Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban". La predicación cristiana debe tener siempre estas dos dimensiones: predicar el evangelio, la Palabra de Dios, y hacer el bien a las personas a las que se predica. Así lo hacía Cristo y así lo hicieron todos los verdaderos profetas cristianos. Hablar es necesario, pero no es suficiente; las palabras deben estar siempre corroboradas con las obras. Si uno habla y habla, y lo que dice es verdad, pero sus acciones son contrarias a sus palabras, automáticamente está perdiendo credibilidad.
¿Cómo es nuestro predicar y nuestro testimonio?. Si los cristianos del siglo XXI, además de predicar el evangelio lo cumpliéramos de verdad, el mundo nos vería como veían a los cristianos de los primeros siglos, con admiración y respeto. Las palabras hoy día están bastante devaluadas, porque nuestros gobernantes están acostumbrados a decirnos unas cosas y a hacer otras, y los grandes medios de comunicación son más servidores de quienes les pagan que de la verdad. En cambio, los más grandes santos de nuestro calendario cristiano fueron personas que sobresalieron tanto por sus hechos como por sus palabras. Hagamos nosotros lo mismo, si queremos ser cristianos de verdad hoy.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com