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domingo, 21 de enero de 2024

Comentario a las Lecturas del III Domingo del Tiempo Ordinario 21 de enero 2024

 Estamos en  la Semana de la Unidad de los cristianos . La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos es una iniciativa a la que se adhieren la mayoría de las Iglesias y confesiones cristianas y que se viene celebrando desde 1908. A través de estos años ha ido configurándose como una cita anual que nos damos los cristianos de todo el mundo para rezar por nuestra


plena unidad visible según el deseo de Jesús, expresado en su oración a Dios Padre en la sobremesa de la última Cena: «Que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea» (Jn 17, 21).

Centrándonos en las lecturas de hoy, estas ponen todo su énfasis en la misericordia de Dios, cuya ternura es eterna.

La primera lectura es del libro de Jonás (Jonás,3,1-5.10) El libro de Jonás no es un relato histórico, sino didáctico.

Esta es la segunda vez que Jonás es llamado por Dios. La primera vez que Dios lo envía como profeta a Nínive para que la ciudad se convierta, Jonás reacciona al estilo de otros profetas: se resiste, y pretende escapar, en vano, de la acción de Dios, Nínive es la ciudad más cruel de las que se conocen y sus habitantes son uno de los peores enemigos del pueblo de Israel.

Lo que se cuenta en este fragmento es una parte de un librito que, todo él, forma una narración completa, no una colección de alocuciones como puede ser el caso de los otros doce profetas.

Todo ese conjunto, pues, tiene una finalidad didáctica: el poder de Yavé es equiparable a su bondad y su cuidado por el mundo, por todo el mundo, porque se extiende a todos los hombres, sin fronteras.

La misericordia de Yavé es incluso mayor que su justicia a la hora de condenar; aún más grande que lo que la estrechez de corazón humana pudiera imaginar. Nadie, ni siquiera Jonás, puede escapar al poder de Dios. Pero tampoco se ocultará el perdón a nadie, ni incluso a los israelitas que se conviertan, es decir, que se vuelvan piadosos y dispuestos a la penitencia. Esto muestra también el universalismo del amor de Dios frente al corriente particularismo dominante en aquel entonces.

Mediante esquemas y repeticiones, el autor de esta pequeña obra sólo nos quiere inculcar que Dios es, ante todo, misericordioso, perdona a todos, incluso a los paganos, con tal que se conviertan. Y para inculcarnos este mensaje tan extraordinario nos lo presenta en este relato ejemplar de Jonás, mucho más capaz de interpelarnos, de hacer que nos sintamos actores... que la afirmación aséptica de una verdad.

-Los caps. 3, 1-4, 4 forman una unidad literaria concéntrica cuyo núcleo es el edicto del rey ordenando ayuno y penitencia (3, 6-9). Dios habla con Jonás (3, 1-2) y le responde (4, 4); Jonás en Nínive (3, 3-4) y su lamentación al Señor (4, 1-3); efectos de su predicación (3, 5) y consecuencias de la penitencia realizada (3, 10).

(vv 1-3) Nínive, capital del imperio, era el símbolo de la opresión e injusticia contra Israel (cf. cap. 1). Los descubrimientos arqueológicos han confirmado que Nínive era una gran metrópoli (la distancia entre dos de sus puertas de entrada eran de 4 kms.), aunque no tanto como recalca el v. 3. Como centro de corrupción y de hostilidad juega, para el autor, el mismo papel que Babilonia en el relato de la torre de Babel (Gn 11, 1-9). Aquí es enviado Jonás a predicar por segunda vez. Por contraposición al primer mandato (cap. 1: Jonás huye en vez de obedecer), aquí se dirige a cumplir su misión. Dios ha vencido la obstinación de Jonás, pero no se dice para nada que éste haya accedido gustosamente.

(v. 4) "Dentro de 40 días, Nínive será arrasada". Este es el escueto mensaje de Jonás, breve, frío..., en nada parecido a la predicación profética. El número 40 es tiempo de espera, de preparación: 40 días dura el diluvio, 40 años es la etapa de prueba del desierto, 40...

(v. 5) Efectos de la predicación de Jonás.

Los extraños creen (he'emin) y se arrepienten mientras que el pueblo de Israel no hace caso a su palabra profética (Is 7, 9; 28, 16); los ninivitas se apoyan en Dios, lo toman en serio. El encuentro personal con el Señor es el centro de toda auténtica religiosidad, traduciéndose esta fe en obras concretas: ayunos, vestir el sayal... (gestos penitenciales, de arrepentimiento). La penitencia llega hasta el palacio real, ya que el rey cambia su trono por la ceniza, su manto por el sayal..., y manda promulgar un edicto para que todos hagan penitencia y se conviertan al Señor (vv. 6-9). El bando termina con las palabras "tal vez Dios..."; el perdón es puro don divino.

(v. 10) Y ante este volverse de los ninivitas de su mala conducta, Dios también se vuelve de la anunciada amenaza y concede su perdón. El Señor no quiere la muerte del hombre, sino su vida; la misericordia divina prevalece siempre sobre su justicia. Y no sólo se reserva a Israel, sino que abarca al mundo entero. Así, el mensaje divino es aceptado por el mundo pagano (universalismo).

En la parte final de este relato literario (4, 1-3) se nos describe como Jonás no entiende que la misericordia divina pueda alcanzar al mundo pagano y se enfada con Dios. Y el que se irrita porque la mata del ricino se seca y no puede darle sombra, ¿tiene derecho a quejarse de que Dios quiera salvar a Nínive? Jonás no quiere romper con sus tradicionales esquemas teológicos según los cuales la misericordia de Dios sólo debía extenderse al pueblo de Israel. Y al no querer romper, huye...

 

En el salmo de hoy (salmo 24) y desde la humildad, pedimos la ayuda del Señor  y reconocemos sus obras de misericordia "SEÑOR, ENSÉÑAME TUS CAMINOS".

"Señor, enséñame tus caminos,

instrúyeme en tus sendas.

Haz que camine con lealtad;

enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador".

.Dios es salvador, es bueno y enseña el camino a los humildes para que caminen con rectitud.

......

El Señor es bueno y es recto,

y enseña el camino a los pecadores;

hace caminar a los humildes con rectitud,

enseña su camino a los humildes.

Así comenta San Agustin los versiculos de este salmo 24.

" 4. [v. 4] Queden confundidos los que injustamente hacen cosas inútiles: queden confundidos los que actúan injustamente para granjearse cosas efímeras. Indícame tus caminos, Señor; enséñame tus sendas: no las anchas ni las que conducen a las muchedumbres1 a la perdición, sino enséñame tus sendas estrechas y de pocos conocidas.

5. [v. 5] Encamíname en tu verdad, en mi huida del error: cuando huyo de los errores. Y enséñame, ya que por mí mismo sólo conozco la mentira. Porque tú eres mi Dios y salvador, y en ti he esperado todo el día: si no sales a mi encuentro en mi extravío, soy incapaz de volver por mi mismo, después que me expulsaste del paraíso2 y emigré a lejanas tierras3. Mi retorno, efectivamente, ha esperado tu misericordia durante todo el lapso temporal de este mundo.

6. [v. 6] Acuérdate de tus misericordias, Señor: acuérdate de las obras de tu misericordia, Señor, ya que los hombres creen que te has olvidado. Y que tus misericordias existen desde siempre: y acuérdate de esto: que tus misericordias comienzan con la creación. De hecho nunca has carecido de ellas tú que incluso al pecador le sometiste al yugo de la vanidad pero dentro del margen de la esperanza, y que a tu criatura no la privaste de tantos y tan grandes consuelos.

7. [v. 7] No te acuerdes de los pecados de mi juventud ni de mi ignorancia: no reserves para la venganza los pecados de la audacia de confiar en mí ni mis ignorancias. Actúa como haciendo la vista gorda. Acuérdate de mí, oh Dios, de acuerdo con tu misericordia: sí, acuérdate de mí sin tener en cuenta la ira de la que soy acreedor, sino teniendo en cuenta tu misericordia, que es digna de ti. Por tu bondad, Señor: no en atención a mis merecimientos, sino teniendo presente tu bondad, Señor.

8. [v. 8] El Señor es dulce y recto: el Señor es dulce, pues ha usado de tanta misericordia con los pecadores y los impíos que les ha perdonado todos los pecados anteriores; pero también es recto el Señor, pues, tras la misericordia de la llamada y del perdón que entraña la gracia y no los merecimientos personales, exigirá en el juicio final los méritos correspondientes. Por eso impondrá la ley a los que delinquen en el camino: porque ha dado como garantía la misericordia para llevarlos al camino.

9. [v. 9] Dirigirá a los humildes en el juicio: dirigirá a los humildes y no atemorizará en el juicio a quienes acatan la voluntad de Dios y no anteponen la propia rebelándose contra él. Enseñará a los humildes sus caminos: enseñará sus caminos no a los que prefieren ir delante como sintiéndose capaces de ser los mejores guías de sí mismos, sino a los que no caminan cuellierguidos ni dan coces mientras se les impone el yugo suave y la carga ligera4. "  [1].                                                                         

 

La segunda lectura es de la primera carta a los corintios (1 Cor 7, 29-31), Este breve pasaje forma parte de una larga argumentación de Pablo encaminada a explicar a sus lectores que, desde JC, el matrimonio, aun cuando sigue siendo bueno, ya no es algo absoluto, y que la relación de los sexos no se resuelve ya tan solo en la unión conyugal, sino también en el encuentro personal de cada uno con el Señor.

a)El argumento principal mediante el que Pablo relativiza, por una parte, la institución matrimonial remite a la nueva concepción del "tiempo" nacida de la venida en el tiempo del Dios hecho hombre: el "tiempo se hace corto" (v. 29) y "pasa la figura de este mundo" (v. 31).

El texto es una exhortación a interesarse por los temas principales sin dejarse absorber por los inmediatos.

Pero aunque no tengamos ahora la misma idea que Pablo o sus coetáneos, el texto sigue teniendo validez.

Primero, porque el encuentro de cada uno con el Señor puede ocurrir en cualquier momento, aunque no sea porque la parusía va a venir en seguida. Pero los accidentes de carretera, por ejemplo, o cualquier otro modo de muerte rápida, nos puede hacer encontrarnos con Dios definitivamente en cualquier momento. Y aunque esto no resulte hoy día muy popular, no deja de ser cierto.

En segundo lugar, más generalmente, porque hay que dar a cada cosa su valor. Una inmersión en valores o realidades inmediatas, perdiendo de vista el horizonte total, no es lógico en cristianos. En unos momentos en que el consumismo lo llena casi todo, no es inútil recordar que hay algo más trascendente y definitivo que los bienes actuales.

Sin embargo, utilizar este texto, como se ha hecho, en el sentido de huida del mundo, no sería justo, porque olvida otros lugares paulinos y neotestamentarios, en que se nos dice que hemos de interesarnos seriamente por la vida presente y sus repercusiones en nosotros y en los demás. Dado que los cristianos hemos dado ejemplos abundantes de escapismo o espiritualismo de mala ley, conviene estar atentos al sentido profundo de los textos bíblicos sin dejarnos perder en interpretaciones demasiado simplistas y sin contexto completo.

 

En  el evangelio de hoy (Marcos, 1,14-20), se nos habla de conversión. En domingos anteriores recordábamos como Juan había predicado la conversión, un bautismo de penitencia, para recibir la llegada del Mesías. Su tono era amenazante. El mismo Juan señaló a sus discípulos que Jesús era aquél que todos esperaban "el cordero de Dios que quita el pecado del mundo". La voz venida del cielo lo ratificó. Tras su bautismo y posterior retiro al desierto, los evangelios sinópticos nos presenta a Jesús en Galilea. A primera vista lo que predica es parecido a lo de Juan: conversión. Sin embargo el tono que emplea y el significado de lo que anuncia es distinto: es un mensaje de esperanza que se hace realidad, no es una amenaza: "está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed en el evangelio".

Comenzamos hoy la lectura continua del evangelio de Marcos. Y la comenzamos con los primeros pasos de la predicación de Jesús, después de los acontecimientos introductorios (predicación de Juan, bautismo, tentaciones).

Los relatos de Marcos que vamos a leer en estos domingos hasta la Cuaresma son un continuo fluir de hechos que caen uno sobre otro pisándose los talones, en los que, con un frescor y una inmediatez que sólo se hallan en este evangelista, vemos a Jesús lanzado a actuar, "haciendo el bien y curando a todos los vejados por el diablo: por cuanto Dios estaba con él" (Hch 10,38): Marcos muestra cómo la aparición de JC representa la destrucción del diablo, del mal, de todo lo que oprime la vida concreta de los hombres. Y toda esta actividad de Jesús será la proclamación "en acto" de las palabras de síntesis que hoy encabezan el evangelio: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia".

El texto nos situa en la época de Herodes Antipas (año 4 a.C. -39 d. C), uno de los tres hijos de Herodes el Grande, hizo arrojar en la cárcel a Juan el Bautista (cfr.: 6, 17-29). De esta manera se prometía una mayor tranquilidad entre el pueblo judío, pero pronto se quedó perplejo, pues apareció Jesús en público. Naturalmente, Jesús no se limitó a seguir la actividad del Bautista, sino que entre uno y otro se dio una ruptura. Y no sólo por un cambio de escenario.

Por supuesto, la actividad de Jesús cambia de lugar, cambia exteriormente, Juan había desarrollado su labor en un desierto de Judea -en un lugar fijo y determinado, al que la gente tuvo que acudir-; Jesús, sin embargo, se hizo al camino en Galilea -al camino hacia los hombres-, en una comarca, de la que el historiador Flavio Josefo dijo que era una tierra, a lo largo del lago de Genesaret, llena de belleza, de naturaleza admirable. No es el desierto con su sequedad y sus temperaturas extremas lo que constituye el medio vital de Jesús, sino una fructífera tierra habitada, con sus aguas, su hierba (Mc 6, 39) y sus lugares sombreados.

Aún hubo otra cosa que en Jesús fue diferente; no dejó que los hombres fueran a él, sino que fue él quien se dirigió a ellos; se puso en camino hacia ellos para anunciarles el Evangelio, es decir, la buena noticia de Dios: "El tiempo se ha cumplido; el reino de Dios está cerca".

"Se ha cumplido el plazo", "ha sonado la hora", "ha llegado el tiempo"... La lengua griega tiene dos palabras para el término "tiempo"; por un lado, CRONOS; por el otro, KAIROS. El primero es el tiempo que pasa; el segundo es el momento, el instante (por ejemplo, el momento de la cosecha -12,20 o de la recogida de los higos -11,13-). Este segundo es el que emplea Marcos aquí. Por tanto, lo que Jesús anuncia es: Ha llegado el momento decisivo; no hay motivo para esperar a otro momento, porque el reinado de Dios ha comenzado ya (el reinado de Dios está aquí). Esta llamada tenía para los contemporáneos de Jesús un eco bíblico: eran conocidas las palabras de Isaías (52, 7-9). Y desde entonces, además, el deseo del pueblo judío de que Dios sea su rey nunca se había apagado. Aún más, se obviaría siempre todo aquello que pudiera impedir al creyente reconocer a Dios como su único rey (Sof 3, 14 s): Si viniera Dios de una vez y nos hiciera experimentar su reinado... En el marco de esta esperanza anuncia Jesús que el reino de Dios está ahí.

El resto de lo que Jesús hizo por Galilea no le interesó a Marcos. Sólo le preocupó lo importante. Y puesto que por mucho tiempo los cristianos fueron una "cosa pequeña" y una excepción (no se trató de una expansión como la de otras grandes religiones), a Marcos le preocupa constatar la vida, la existencia de los creyentes, de las comunidades (que, por otra parte, incluso en el año 70 d. C son también algo excepcional).

Las comunidades de discípulos de Jesús comienzan a existir en el preciso momento, en ese mismo momento, en que llama a las dos parejas de hermanos Simón y Andrés, Santiago y Juan. Las primeras comunidades cristianas tienen en definitiva un solo motivo de existencia: la palabra de Jesús.

 

Para nuestra vida

Reflexionemos esta semana en  tres puntos  emanados de las lecturas para seguir construyendo el Reino de Dios dentro de nosotros. Estos son :

 -Dios perdona siempre  (1ª lectura.

-prioridad por las cosas de Dios, por la cercanía del Señor (2ª lectura).

-urgencia  a convertirnos y a creer en Él y en lo que anuncia (Evangelio)

 

En la primera lectura ya se expresa la misericordia de Dios cuando Dios se compadece y se arrepiente de la catástrofe con que había amenazado a Nínive y envía a Jonás.

"Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo". El profeta Jonás conocía las intenciones de Dios y por eso no quería ir a Nínive a predicar la conversión, porque sabía muy bien que, si se convertían, Dios los iba a perdonar y no serían destruidos. Jonás pensaba que era conveniente que Nínive fuera destruida, puesto que era una ciudad enemiga del pueblo de Israel. Pero la misericordia de Dios era mucho más universal que los intereses políticos de Jonás y, por eso, Dios le fuerza a Jonás a ir a Nínive y a predicar allí la conversión. Ya sabemos la historia: Nínive se convierte y Dios se arrepiente de su amenaza, con gran disgusto del profeta Jonás. Predicar la conversión a los enemigos, en lugar de destruirlos, eso es lo que quiere el Señor y así debemos actuar los cristianos. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. La enseñanza, pues, que nos ofrece la primera lectura es sencilla y definitiva: Dios perdona siempre y de poco sirven las ideas preconcebidas y justicieras que tengamos nosotros.

Jonás sirve y obedece al Señor en contra de su parecer. No cree que Dios perdone a los de Nínive, pero realiza su pregón. Nos tendríamos que preguntar nosotros si hacemos lo que el Señor quiere, aunque no nos guste. Probablemente, no. Y así construimos, entonces, nuestra acción religiosa en solo aquello que nos gusta o que a nosotros nos parece bien. Es decir, creamos una religión a la medida, que intentamos aplicar a los demás, sin tener en cuenta los mandatos del Señor.

¿Cuántos Jonás existen aún en nuestro mundo cristiano? -Nínive cree, confía, se pone en manos de Dios: "tal vez el Señor..." conceda su perdón. Y la gran metrópoli, símbolo de la corrupción e injusticia entre los israelitas, es por su fe modelo a imitar según la predicación de Jesús en Mt 12, 41, ya que en Israel no ha encontrado tanta fe (Mt 8, 10). ¿No serán los de afuera mejores que los que están dentro?

 

El salmo 24, es un salmo que respira una ferviente piedad personal. El procedimiento adoptado para su composición es el llamado alfabético. Es decir, que el autor para componer el salmo sigue la sucesión de las letras del alfabeto. El primer versículo corresponde a la primera letra. Y así sucesivamente..., respetando rigurosamente el orden.

Para un israelita se trataba de algo muy serio. También el alfabeto es un don de Dios. Por eso es usado para alabar a Yahvé: incluso en la sucesión de las letras. En cierto sentido es restituido al Señor, elaborado por la inteligencia humana, lo que él le ha regalado. Además no hemos de olvidar otro aspecto religioso del alfabetismo: alabar a Dios con las mismas letras con que ha sido escrita la ley.

El salmista a pesar de las implacables limitaciones impuestas por el «género» adoptado, ha sabido construir una oración original, viva, personal, articulada sobre algunos temas importantes.

Nos encontramos con un autentico hombre que ora.

Hoy es fácil encontrar gente que polemiza. Que hace alarde de inteligencia (al menos así se lo cree). O que añora el pasado. Que plantea unas cuestiones demasiado bonitas como para que sean auténticas. Que mastica sus propias ideas «futuristas». O que rumia, desconsolada, sus propias desilusiones.

En medio de tanto jaleo espero que habrá algún lugar también para un hombre que simplemente se contenta con orar. Es decir, para uno que tiene algo que decir al Señor.

Todo el salmo oscila entre dos polos: lo que ha hecho o lo que hace el Señor, y lo que ha hecho o hace el salmista.

Dios es presentado como el que indica el camino justo a seguir:

Hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.
Las sendas del Señor son misericordia y lealtad,
para los que guardan su alianza y sus mandatos
(v. 9-10).

El salmista en su oración se hace atrevido. Llega a sugerir al Señor lo que debe olvidar.

No te acuerdes de los pecados
ni de las maldades de mi juventud
(v. 7).

Y también lo que debe recordar:

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas
(v. 6).

Y si te quieres acordar de mí no te pares en mis imbecilidades:

Acuérdate de mí con misericordia (v. 7).

Incluso quien se ha equivocado no es abandonado a sí mismo:

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores
(v. 8).

Basta con tender hacia el bien, no a lo que nos gusta y es cómodo, para que él siempre esté allí, dispuesto a señalar el camino que hay que recorrer.

 

En la segunda lectura, san Pablo hace una  recomendación  a los cristianos de Corinto que sigue siendo válida hoy para nosotros, aunque hoy vivamos en situaciones y expectativas muy distintas. "Porque la representación de este mundo se termina". El momento presente es siempre importantísimo, el más importante, pero no pasa de ser sólo un momento respecto al tiempo total de nuestra vida.  Vivamos cada día con intensidad –carpe diem- pero sabiendo que cada día es sólo un día más de un tiempo que, inevitablemente, se acabará pronto. Somos peregrinos, caminantes, y no podemos, ni debemos, perder nunca de vista la dirección y final del camino. Esforcémonos, cada día, para que el reino de Dios venga a nuestros corazones y a nuestro mundo. Cuidemos con exquisitez la intimidad con el Señor. Alejemos de nuestra vida todo aquello que empobrece nuestra relación y amistad con Él.

¿Nos suenan difíciles las palabras de San Pablo  que acabamos de escuchar? ¿Parece que quita importancia a cosas que para nosotros son importantes, incluso imprescindibles? San Pablo minimiza y obvia cosas que son fundamentales para nuestra sociedad y demasiadas veces también para nosotros: vivir casados como si no lo estuviéramos; los tristes como si no sintieran esa tristeza, ni los alegres esa alegría. ¿qué quiere decirnos Pablo?. San pablo establece un régimen de prioridades. Ciertamente, comparando todas esas cosas con la Eternidad, parece que valen poco. Nuestra convivencia final con Dios es lo más importante que puede haber.

Supuesto que el cristiano tiene como meta lo último, la manifestación de Jesús, su vida ha de moverse en ese horizonte; que tanto su alegría como su llanto encuentren su sitio y su contexto en el marco del reino. Toda la vida del creyente tiene que tener este matiz cristiano y escatológico si quiere rendir al máximo en su camino de fe. Corinto era una ciudad particularmente rica, centro comercial de primera importancia. Incluso en la comunidad de cristianos había, al parecer, algunos hombres ricos (cf. cap 11). Por eso Pablo dice con claridad: está fuera del contexto cristiano quien tiene la sensación de seguridad en sus propias negocios. Al fin y al cabo la única seguridad es Jesús. No tiene más probabilidades de éxito el rico, ya que el reino no tiene nada que ver ni con el dinero ni con la posición social.

Con esta conclusión no invita Pablo a un desentendimiento sin más de las realidades presentes. Sino a un trabajo humano pero cristiano, con la óptica de Jesús y del reino. Esto hará precisamente que el trabajo cristiano adquiera una dimensión nueva y fructífera en favor de todos.

 

Desde el evangelio, hoy,  es  conveniente recordar aquel día en que Jesús nos llamó. Hubo una palabra de alguien, una línea de un libro, un acontecimiento, que nos hizo necesitar, desde ese mismo momento, la cercanía de Jesús: sus palabras, su mensaje, su consuelo. Ese fue el día que nos llamó.

Jesús anuncia que el tiempo ya se ha terminado y que es necesario convertirse mediante la fe en la Buena Nueva. A su vez refleja con todos los detalles –y muy pocas palabras—la llamada a Pedro y Andrés y a Santiago y Andrés. Son pescadores en el lago de Galilea y serán después “pescadores de hombres”.

Jesús nos dice que debemos convertirnos y creer en el evangelio para que el reino de Dios pueda llegar hasta nosotros. "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el evangelio". El "convertíos y creed en el evangelio"  es una condición necesaria e imprescindible para que el reino de Dios pueda realizarse entre nosotros. La conversión supone siempre un esfuerzo personal para conseguir que el reino de Dios se haga realidad en nuestra vida.

Necesitamos tomar muy en serio nuestro camino espiritual. Es más, los cristianos no sólo debemos aspirar a nuestra conversión individual, sino que debemos poner los medios para que toda la sociedad se convierta. La actitud cuidadosa para conseguir que el reino de Dios pueda hacerse realidad en mí y en nuestro mundo no es sólo un consejo, es un deber de conciencia que sigue a la actitud de seguir a Jesús. Dios quiere que le abramos libremente las puertas de nuestro corazón y nuestra mente, para que él pueda reinar en nuestras vidas. Jesús  quiere  que todos nosotros, los cristianos, nos pongamos al lado de nuestro maestro, defendiéndole a él y proclamando su mensaje, en el día a día de nuestra vida, con las armas del amor, de la justicia, de la paz, de la santidad y de la gracia. Es decir convirtiéndonos y creyendo en el evangelio.

 

Respecto a la conversión hagámonos algunas preguntas: ¿Cuánto tiempo llevamos escuchando el mensaje de Jesús sin hacerle caso?.

 Incluso, los que presumimos  de ser cristianos, si somos humildes y coherentes, comprenderemos que poco hemos entendido, que demasiadas, el Reino está muy lejos de nosotros, y que lo que sabemos es útil solo para una pequeña parte de nuestra vida, no para todas las horas del día. Es muy urgente que nos convirtamos, porque si lo hacemos de corazón, podremos llevar la Buena Nueva a nuestros hermanos más necesitados de ella. No hay tiempo que perder, porque cada vez hay más personas ignorantes de lo que es el Camino, la Verdad y la Vida que nos da Cristo.

¿De qué cosas debemos alejarnos porque nos alejan del reino de Dios y todo lo que supone para nuestra vida.

¿Cómo respondemos a la llamada a ser "pescadores de hombre".

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 

 



[1]  San Agustín, Comentario a los salmos. http://www.augustinus.it/spagnolo/esposizioni_salmi/index2.htm

sábado, 2 de diciembre de 2023

Comentario a las Lecturas del I Domingo de Adviento 3 de diciembre del 2023

 

Comentario a las Lecturas del I Domingo de Adviento 3 de diciembre del 2023

En este tiempo de Adviento , comenzamos un nuevo ciclo litúrgico (Ciclo B),. En este nuevo ciclo litúrgico, será ahora San Marcos quien nos acompañará y guiará.


Al comenzar el ciclo litúrgico, la Iglesia nuestra Madre nos recuerda que este mundo ha de tener un final. Con ello nos va preparando a rememorar la venida a la tierra del Hijo de Dios hecho hombre, su nacimiento en Belén que inicia la Redención. A primera vista pudiera parecer que son dos hechos, el del fin del mundo y el de la Navidad, que no tienen conexión alguna entre sí.

Y, sin embargo, sí que la tienen, pues se trata en ambos casos de la venida del Señor. En efecto, cuando todo termine vendrá de nuevo Jesús hasta nosotros, para juzgar a vivos y muertos. En el tiempo precedente a la venida de Cristo es preciso prepararse con penitencias y ayunos, con la enmienda de la vida, avivando el deseo de su llegada.

Durante esta primer semana las lecturas bíblicas y la predicación son una invitación con las palabras del Evangelio: "Velad y estad preparados, porque no sabéis cuándo llegará el momento". Es importante que, como Iglesia, nos hagamos un propósito que nos permita avanzar en el camino hacia la Navidad. Como resultado de nuestras reflexiones deberemos buscar el perdón de quienes hemos ofendido y darlo a quienes nos hayan ofendido para comenzar el Adviento viviendo en un ambiente de armonía y amor creyente. Desde luego, esto deberá ser extensivo también a los grupos de personas con los que nos relacionamos diariamente, como la familia, el trabajo, los vecinos, etc. Esta semana, en cada comunidad parroquial, encenderemos la primer vela de la Corona de Adviento, color morada, como signo de vigilancia y deseos de conversión.

La necesidad que tenemos de la venida del Señor a nuestro encuentro, para poder ser salvos.

Lo cantamos todos los años al comenzar el Adviento: rorate, Coeli, desuper et nubes pluant justum: "destilad, cielos, el rocío y lloved, nubes, al justo".

Las lecturas bíblicas de estos cuatro domingos del Adviento litúrgico se refieren al Adviento espiritual, tiempo de preparación para la llegada del Reino de Dios, de la parusía, tal como lo entendieron los judíos, durante siglos. El color propio de este Adviento espiritual sería el color verde, que significa esperanza. De hecho, el color verde es el color que usamos en la liturgia durante todo el tiempo ordinario, porque, como hemos dicho, toda nuestra vida es preparación y esperanza en nuestra Pascua definitiva, junto a Cristo, que ocurrirá después de nuestra muerte. Nuestro Adviento litúrgico debe ser, también, un recuerdo del largo Adviento judío, que duró siglos, esperando al Mesías.

Al comenzar la liturgia de este primer domingo del Adviento deseémonos mutuamente la gracia y la paz de Dios nuestro padre y de Jesucristo, el Señor, palabras que oiremos en la segunda lectura.

 

La primera lectura es del libro de Isaías (Is 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7). El texto es una unidad literaria, muy compleja, que recoge la súplica del pueblo en forma de lamentación ante la mayor desgracia que le ha acaecido a lo largo de la historia. Es un texto en el que se mezclan el recuerdo de las gestas divinas en el pasado, la rebelión del pueblo, su castigo, la confesión del pecado. Todos estos elementos están muy libremente entretejidos.

 ( vv.7-14) es una meditación histórica. La desgracia presente del destierro evoca la amargura de Egipto, pero también el éxodo liberador en el que Dios actuó en favor de Israel. Recordar es evocar al amigo que ahora aparenta ser enemigo pero no lo es. Recordar es generar esperanzas en el Dios liberador. Guiando a su pueblo el Señor se ganó un renombre, ¿por qué no se lo gana en la situación presente, muy similar a la anterior? (63. 14).

(vv.15-64) lamentación propiamente dicha.

( vv.19b-64. 4a) el autor pide una manifestación o teofanía del Señor. La confesión o conversión interna deben provocar esta manifestación externa, que es liberadora. Por eso el poeta grita: "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases...!", como un día lo hicieras en el Sinaí con acompañamiento cósmico y temblor de los enemigos (elementos comunes de teofanía). El silencio es conmovedor; el cielo es un oscuro nubarrón y Dios da la impresión de no escuchar. El hombre espera y anhela esa manifestación. Es cierto que la esperanza no suprime el dolor pero hace que el silencio angustioso se haga revelador.

Dios no puede defraudar al que en Él espera (v. 3). Israel (=arcilla) está en manos de Dios (=alfarero); el artista no puede consentir que sea destruida su obra de arte, el Padre jamás puede consentir que su hijo perezca. Así Israel es perdonado.

 

El responsorial es el salmo 79 (Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19). El salmo 79 tiene el tono de una lamentación y de una súplica de todo el pueblo de Israel. La primera parte utiliza un célebre símbolo bíblico, el del pastor y su rebaño. El Señor es invocado como «pastor de Israel», el que «guía a José como un rebaño» (Sal 79,2). Desde lo alto del arca de la alianza, sentado sobre los querubines, el Señor guía a su rebaño, es decir, a su pueblo, y lo protege en los peligros.

Así lo había hecho cuando Israel atravesó el desierto. Sin embargo, ahora parece ausente, como adormilado o indiferente. Al rebaño que debía guiar y alimentar (cf. Sal 22) le da de comer llanto (cf. Sal 79,6). Los enemigos se burlan de este pueblo humillado y ofendido; y, a pesar de ello, Dios no parece interesado, no «despierta» (v. 3), ni muestra su poder en defensa de las víctimas de la violencia y de la opresión. La invocación que se repite en forma de antífona (cf. vv. 4 y 8) trata de sacar a Dios de su actitud indiferente, procurando que vuelva a ser pastor y defensa de su pueblo.

(vv. 2-3) Invocación y títulos: Israel y José representan aquí el reino septentrional, del cual se citan tres tribus que ocupan la región central de Palestina. Dios es pastor, sobre todo, en el desierto. Los querubines son los animales alados que sustentan el trono de Dios; y el resplandor indica la aparición o teofanía.

(vv. 15-16) Dios debe actuar, pues se trata de «tu viña que tu diestra plantó, que hiciste vigorosa».

(v. 1) Aleccionado por el castigo, el pueblo promete la enmienda, es decir, la fidelidad a Dios, para convivir con Él e invocar exclusivamente su nombre y no el de otros dioses.

En la catequesis del Papa San Juan Pablo II en la audiencia general del miércoles, 10 de abril 2002, comentaba así este salmo: " 1. El salmo que se acaba de proclamar tiene el tono de una lamentación y de una súplica de todo el pueblo de Israel. La primera parte utiliza un célebre símbolo bíblico, el del pastor y su rebaño. El Señor es invocado como "pastor de Israel", el que "guía a José como un rebaño" (Sal 79, 2). Desde lo alto del arca de la alianza, sentado sobre los querubines, el Señor guía a su rebaño, es decir, a su pueblo, y lo protege en los peligros.

Así lo había hecho cuando Israel atravesó el desierto. Sin embargo, ahora parece ausente, como adormilado o indiferente. Al rebaño que debía guiar y alimentar (cf. Sal 22) le da de comer llanto (cf. Sal 79, 6). Los enemigos se burlan de este pueblo humillado y ofendido; y, a pesar de ello, Dios no parece interesado, no "despierta" (v. 3), ni muestra su poder en defensa de las víctimas de la violencia y de la opresión. La invocación que se repite en forma de antífona (cf. vv. 4. 8) trata de sacar a Dios de su actitud indiferente, procurando que vuelva a ser pastor y defensa de su pueblo.

....

Así pues, el salmo 79 es un canto marcado fuertemente por el sufrimiento, pero también por una confianza inquebrantable. Dios siempre está dispuesto a "volver" hacia su pueblo, pero es necesario que también su pueblo "vuelva" a él con la fidelidad. Si nosotros nos convertimos del pecado, el Señor se "convertirá" de su intención de castigar:  esta es la convicción del salmista, que encuentra eco también en nuestro corazón, abriéndolo a la esperanza." (San Juan Pablo II en la audiencia general del miércoles, 10 de abril 2002).

La estrofa repetida" Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve", enmarca lo fundamental de la actitud orante del salmo:

En la segunda lectura de la primera carta San Pablo a los Corintios (1 Cor. 1,3-9). escuchamos a San Pablo - que está en el tercer viaje misionero-, probablemente en Efeso (Hch 19,1). La carta que comenzamos hoy  responde a necesidades pastorales de la comunidad que, ante dificultades y dudas en su camino de fe, decidió consultar al Apóstol (7,1); también cabe que Pablo se enterara de tales necesidades a través de personas que le llevaban a Éfeso noticias de Corinto (v 11).

Tras el saludo inicial y la acción de gracias, San Pablo afronta la primera dificultad: la división de la Iglesia. No es una dificultad cualquiera y, por una causa u otra, siempre ha sido motivo de preocupación. En el caso concreto de la comunidad de Corinto había varias divisiones, si bien la más polémica era probablemente el enfrentamiento entre grupos que se decían partidarios de diferentes apóstoles. Pablo era el fundador de la comunidad. Cefas, el apóstol a quien se apareció por vez primera el Señor (15,5) y una «columna» de la Iglesia (Gál 2,10).

Apolo, judío converso de origen alejandrino, era hombre de gran cultura y elocuencia; versado en las Escrituras, refutaba con fuerza y públicamente a los judíos (Hch 18,24-28). No hay duda de que la comunidad conocía a los tres y había quedado impresionada por la personalidad de todos ellos.

San Pablo comienza a examinar el problema, desechando cualquier idea de protagonismo. En realidad, ningún apóstol puede invocar derechos de posesión por grande que haya sido su actividad en medio de la comunidad. Ni el predicar, ni el bautizar, ni el fundar pueden justificar nunca el «sentido de propiedad» sobre una comunidad. En todo momento, el apóstol debe tener conciencia de que es un enviado y de que su éxito consiste en centrar toda la atención de sus oyentes en el núcleo del mensaje, del que es portador. Sólo Cristo es la roca indivisible que puede cimentar establemente una auténtica comunidad. Sólo Cristo murió por la salvación de todos los creyentes.

Escuchamos  lo que san Pablo pedía siempre al Señor para los fieles de Corinto, al comienzo de sus eucaristías: La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo, estén siempre con vosotros”. Esto mismo es lo que hemos pedido hoy nosotros al Señor cuando  comenzamos nuestra eucaristía: la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y de nuestro Señor Jesucristo.

La gracia y la paz, la salvación y la nueva vida, nos vienen de Dios por Jesucristo. También por Jesucristo tenemos que dar gracias a Dios. En su acción de gracias (esto es, en su eucaristía), Pablo se acuerda de los corintios delante del Padre y da gracias por sí mismo y por ellos. Siempre que celebramos la Eucaristía debemos hacerlo por todos los creyentes y aun por todos los hombres; es el sentido que tiene el "memento".

(v. 5)El "hablar y el saber", el carisma de la palabra y del entendimiento, son dones que Dios concede para construir la comunidad de los que esperan el día de la manifestación del Señor. El entendimiento anticipa la visión de lo que se ha de manifestar, la gloria de Dios en Jesucristo; la palabra anuncia la venida del Señor. Ambos dones o carismas son necesarios para dar testimonio de Cristo.

(vv. 8-9) Dios responderá con su fidelidad a la nuestra, a la fidelidad de nuestro testimonio, Dios no nos fallará porque es verdadero Dios y no un dios falso, porque es poderoso para cumplir lo que promete.

Aleluya sal 84, 8 "muéstranos, señor, tu misericordia y danos tu salvación." 

El evangelio es de San Marcos (Mc 13, 33-37). Es el  Evangelio que nos presidirá y nos enseñará durante este ciclo B. El texto del evangelio de este domingo es corto .

Nos hallamos ante la versión de Mc de la parábola que hace dos domingos veíamos en Mt 25. 13-30. En ambos casos se trata de una invitación a vivir con la mirada puesta en el futuro: "Velad porque no sabéis el día ni la hora" (Mt 25. 13). "Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento" (Mc 13. 33). Las diferencias de ambas versiones están en los interlocutores y en el desarrollo.

Una palabra resume esta actividad del seguidor de Jesús, por la que la esperanza del cristiano se autentifica y cristaliza en realidades concretas: velar; palabra cuyo sentido se explica en el cap. 13, pues a lo largo de toda esta reflexión sobre el final de los tiempos, corre el mismo llamamiento a la vigilancia, traducido en expresiones como éstas: "que no os engañe nadie" (v. 5), "mirad por vosotros mismos" (v. 9), "no os preocupéis de..., pero el que persevere hasta el fin..." (vv. 11/13), "estar sobre aviso; mirad que os lo he predicho todo" (v. 25).

Velar es trabajar. Dice el evangelista que cada cual ha recibido ya su "trabajo" (v. 34); no desarrolla más el tema. (...).

El evangelista sabe que los cristianos deben esperar la venida de Jesús, entregados a su trabajo de cada día, pero se interesa más por la profunda actitud interior sin la cual no podría hablarse de trabajo que realizar: la mirada creyente, la fe.

(...). Velar es lo contrario de "dormir" (v. 36); es tener abiertos los ojos; es mirar con ojos atentos a todas las lecciones que pueden instruirnos, incluso a las impartidas por la naturaleza.

San Marcos tiene ante la vista un doble peligro: efectivamente; por un lado, parece dirigirse a unas personas que han descuidado la vigilancia y no viven ya en la perspectiva escatológica, adaptándose quizás demasiado bien a este mundo; por otro, se opone a los que parecían creer que el final era inminente. A los primeros les dice: "Estad atentos y vigilad. Los hechos y los comportamientos de nuestra época indican que están ya a punto de empezar las agitaciones escatológicas." Y a los otros les dice: "No ha llegado todavía el final. Ni siquiera el Hijo del Hombre conoce la fecha."

Señalamos los diversos aspectos que encierra la vigilancia cristiana, tal como se deducen del conjunto del discurso y especialmente de la parábola del señor que regresa de noche a su casa.

Vigilar significa estar constantemente alerta, despiertos, en situación de espera. Significa vivir una actitud de servicio permanente, a disposición del amo, que puede regresar en cualquier momento. Significa, finalmente, lucha, fatiga, renuncia. No significa ni mucho menos indiferencia o falta de compromiso ante las obligaciones de cada día.

Pero esperar y confiar en Dios, no significa adentrarse por la senda de la vagancia y de la inoperancia. Hemos de pedir a Dios que nos cure, pero hemos de acudir al médico y poner toda nuestra voluntad en curarnos. Y así con todas las cosas de la vida. Es posible, no obstante, que el conocimiento de las ciencias modernas y de las tecnologías recién descubiertas nos lleven a pensar en lo contrario: que no necesitamos a Dios. Y eso puede ser un error fatal. Trabajamos junto a Dios para hacer un mundo mejor y para buscar el bienestar legítimo de nuestros hermanos. Sabemos que Jesús de Nazaret nos ha pedido que colaboremos con Dios Padre –con la Trinidad— en la redención de todos los hombres. Y la espera, hoy, que nos pide San Marcos es un tiempo de esperanza, dirigido a hacer mejor nuestro trabajo, cuyas pautas fundamentales no son otras que esas ya muy sabidas de amar a Dios sobre todas las cosas y que ese mismo amor dirigido a los hermanos nos lleve a entregarnos a ellos, sin reservas, para su salvación y por tanto para su felicidad, tanto aquí en la tierra, como un poco más tarde, allá en el cielo.

Para nuestra vida.

Este domingo comienza el Adviento litúrgico, que durará hasta el día de Navidad. El Adviento litúrgico es el tiempo que la Iglesia quiere que los cristianos lo dediquemos a prepararnos para conmemorar dignamente el aniversario de la venida de nuestro Señor Jesucristo al mundo, acontecimiento que, como sabemos, ocurrió hace ya dos mil diecisiete años. El Adviento litúrgico se refiere, naturalmente, a la preparación litúrgica. El color morado que usamos en las celebraciones de Adviento significa preparación y penitencia, porque queremos llegar a la Navidad con el alma limpia. También es propia de este tiempo la que llamamos “corona de Adviento”, que son las cuatro pequeñas velas de esta corona, que significan la luz de Cristo que debe alumbrar nuestro camino hasta el día de Navidad. Tres de estas velas son de color morado, penitencia, y una de color rosado, alegría propia del tercer domingo, domingo Gaudete, por la alegría que nos proporciona la cercanía de la Navidad. Frente a este Adviento litúrgico está el Adviento espiritual que a nosotros nos dura toda la vida, porque toda la vida es tiempo de preparación para encontrarnos definitivamente con Cristo, cuando Dios nos llame a su lado

Comencemos, pues, nosotros hoy nuestro corto Adviento litúrgico, sin olvidar que toda nuestra vida es un Adviento espiritual en preparación para la muerte. Un tiempo en el que deben predominar las virtudes de penitencia interior, lucha contra el pecado, y esperanza en que la presencia redentora de Cristo nos salvará, siendo la luz y el camino que nos guiará hasta nuestro encuentro definitivo con Dios nuestro Padre. Vigilemos, pues, y oremos durante todo este tiempo y durante toda nuestra vida para que, cuando Dios nos llame, nos encuentre bien preparados, porque no sabemos ni el día, ni la hora en los que va a ocurrir este encuentro. La palabra clave en este tiempo de Adviento que hoy comenzamos es "vigilancia" en espera de la venida del Señor.

 

En la primera lectura de Isaías se nos proclamaY, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos, obra de tu mano”. La plegaria de lamentación de Is 63 7-64,11 es una típica plegaria de adviento, llena de esperanza, a pesar de reflejar la desilusión de la comunidad postexílica por el retraso de la manifestación de Dios. Forma parte de la recopilación de Is 56-66 que nace de una desilusión superada y de una esperanza enraizada en la convicción de que la salvación y la justicia de Dios están cerca (temática de fondo del tercer Isaías).

La lectura de hoy, por un lado, pone de relieve el momento critico en que vive la comunidad: el peligro de los ídolos y las divisiones internas. Y, por otro, manifiesta esta esperanza enraizada e indestructible: en medio de todas las cosas (enraizados en una situación concreta) Señor, eres nuestro padre; "nosotros somos la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tus manos"

-¿Dios dejará que nos perdamos?

En este texto el profeta pone en boca del pueblo un grito de auxilio al Señor Yahvé, su padre y redentor, para que no les deje desamparados y solos. El pueblo reconoce que su pecado es la causa de sus males y, por eso, pide al Señor que, como padre que es, olvide las culpas de sus hijos y les salve: no te excedas en la ira, Señor, no recuerdes siempre nuestra culpa; mira que somos tu pueblo. ¿Qué relación puede tener este texto con el tiempo de Adviento que hoy comenzamos?. Desde las palabras de esta primera lectura se anuncia la espera del Adviento¡ “Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en el. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos.

 En este primer domingo de Adviento podemos y debemos decir, con el profeta Isaías, que Dios es nos ama y nos gobierna como un padre y un pastor que aman a sus ovejas y las dirige hacia fuentes tranquilas. El profeta Isaías es el cantor de nuestra esperanza en un Dios misericordioso, en un Dios redentor, en un Dios Padre, en un Dios alfarero que quiere hacernos dignos hijos suyos. Pero para que esto pueda ocurrir nosotros debemos dejarnos hacer y rehacer por Dios, como la arcilla se deja formar y transformar por las manos del alfarero. Ninguna preparación mejor que esta podemos hacer en estos cuatro domingos del tiempo litúrgico de Adviento. Pidamos a Dios que nos preparemos para el día de Navidad dejándonos formar y transformar por las manos misericordiosas de un Dios que quiere ser nuestro Padre, nuestro redentor, nuestro pastor supremo y el alfarero de nuestras vidas.

"¿Puedes quedarte insensible ante todo esto, Señor?". Así suplicaba Israel a Dios, y así podemos seguir suplicando en el siglo XXI ante tantas desgracias que se abaten sobre nuestro mundo: armas atómicas que pueden dejar hecha la tierra un desierto, flagrantes injusticias que asolan a países enteros del tercer mundo con el hambre y enfermedades... ¿Por qué continúas obcecando nuestro corazón? ¿Seremos incapaces de romper con estas fuerzas salvajes? ¡Ojalá que rasgases el cielo y bajases...!

El hombre de nuestra sociedad o no siente a Dios o lo ve muy lejano, ajeno a nuestro mundo. Su silencio nos suena a ausencia, a no existencia.

Muchas frases de este relato suenan a ateas. Y es que Israel no sabe descubrir a ese Dios liberador, lo pone en duda y se queja amargamente. Pero esta queja es ya una súplica, un abrirse al Dios Padre. Así lamentándose Israel nos enseña a descubrir a nuestro verdadero Padre.

Al empezar el Adviento, también nosotros confesamos nuestras culpas; y en medio de los negros nubarrones, del denso silencio... gritamos con fuerza y esperanza: "Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano. ".

 

En el salmo responsorial (Salmo 79) de hoy, imploramos la necesidad de la ayuda del Señor, sin esa ayuda, caeremos como las hojas del árbol en otoño y nuestras maldades nos arrastrarán como el viento. Por eso, nosotros rezamos hoy en el salmo responsorial: Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Es el grito que dirigimos a Dios desde la desesperanza, el desánimo o la impotencia. Es posible que incluso le pidamos que venga sobre el mundo su castigo para que reaccione, que baje desde el cielo y derrita los montes para imponer la auténtica justicia, como dice el profeta Isaías.

El salmista lamenta el silencio de Dios. También el hombre de hoy es testigo de ese silencio: Dios calla y los ídolos han sido destruidos. Pero se trata de un silencio diferente. Nos resulta difícil hablar sobre Dios y dirigirnos a él. Pero también es preciso aceptar que el silencio es el estado habitual y definitivo de Dios, incluso en su revelación, como dice certeramente san Juan de la Cruz: «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída por el hombre».

En el un comentario a este salmo 79, San Juan Pablo II decía: "2. En la segunda parte de la oración, llena de preocupación y a la vez de confianza, encontramos otro símbolo muy frecuente en la Biblia, el de la viña. Es una imagen fácil de comprender, porque pertenece al panorama de la tierra prometida y es signo de fecundidad y de alegría.

Como enseña el profeta Isaías en una de sus más elevadas páginas poéticas (cf. Is 5, 1-7), la viña encarna a Israel. Ilustra dos dimensiones fundamentales:  por una parte, dado que ha sido plantada por Dios (cf. Is 5, 2; Sal 79, 9-10), la viña representa el don, la gracia, el amor de Dios; por otra, exige el trabajo diario del campesino, gracias al cual produce uvas que pueden dar vino y, por consiguiente, simboliza la respuesta humana, el compromiso personal y el fruto de obras justas.

3. A través de la imagen de la viña, el Salmo evoca de nuevo las etapas principales de la historia judía:  sus raíces, la experiencia del éxodo de Egipto y el ingreso en la tierra prometida. La viña había alcanzado su máxima extensión en toda la región palestina, y más allá, con el reino de Salomón. En efecto, se extendía desde los montes septentrionales del Líbano, con sus cedros, hasta el mar Mediterráneo y casi hasta el gran río Éufrates (cf. vv. 11-12).

Pero el esplendor de este florecimiento había pasado ya. El Salmo nos recuerda que sobre la viña de Dios se abatió la tempestad, es decir, que Israel sufrió una dura prueba, una cruel invasión que devastó la tierra prometida. Dios mismo derribó, como si fuera un invasor, la cerca que protegía la viña, permitiendo así que la saquearan los viandantes, representados por los jabalíes, animales considerados violentos e impuros, según las antiguas costumbres. A la fuerza del jabalí se asocian todas las alimañas, símbolo de una horda enemiga que lo devasta todo (cf. vv. 13-14).

4. Entonces se dirige a Dios una súplica apremiante para que vuelva a defender a las víctimas, rompiendo su silencio:  "Dios de los Ejércitos, vuélvete:  mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña" (v. 15). Dios seguirá siendo el protector del tronco vital de esta viña sobre la que se ha abatido una tempestad tan violenta, arrojando fuera a todos los que habían intentado talarla y quemarla (cf. vv. 16-17).

En este punto el Salmo se abre a una esperanza con colores mesiánicos. En efecto, en el versículo 18 reza así:  "Que tu mano proteja a tu escogido, al hijo del hombre que tú fortaleciste". Tal vez el pensamiento se dirige, ante todo, al rey davídico que, con la ayuda del Señor, encabezará la revuelta para reconquistar la libertad. Sin embargo, está implícita la confianza en el futuro Mesías, el "hijo del hombre" que cantará el profeta Daniel (cf. Dn 7, 13-14) y que Jesús escogerá como título predilecto para definir su obra y su persona mesiánica. Más aún, los Padres de la Iglesia afirmarán de forma unánime que la viña evocada por el Salmo es una prefiguración profética de Cristo, "la verdadera vid" (Jn 15, 1) y de la Iglesia.

5. Ciertamente, para que el rostro del Señor brille nuevamente, es necesario que Israel se convierta, con la fidelidad y la oración, volviendo a Dios salvador. Es lo que el salmista expresa, al afirmar:  "No nos alejaremos de ti" (Sal 79, 19)."(San Juan Pablo II en la audiencia general del miércoles, 10 de abril 2002).

 

San Pablo en el fragmento que hemos escuchado hoy segunda lectura,  nos confirma con sencillez y profundidad esa paternidad de Dios Padre, por revelación de Jesucristo. Hay además un matiz muy importante para estos tiempos: el llamamiento que Pablo de Tarso que hace a los Corintios contiene una invocación a la unidad, por la misma que mantienen Padre e Hijo. Y hemos de tenerlo en cuenta en este primer día del Adviento. Hemos de esperar a Jesús pero todos unidos. Eso no significa un uniformismo a ultranza o un diseño exclusivo del pensamiento de los fieles cristianos. La discrepancia es posible y hasta aconsejable. Pero no en nada de lo que es fundamental y que no es otra cosa que nuestra comunión en la unidad de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Habría además una unidad operativa, útil y no restadora de libertades, que es la posición fraterna de todos aquellos que comparten la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pues dicha unidad es fuente de confianza para aquellos hermanos alejados que se acercan a nosotros.

En este primer domingo de Adviento es bueno que también nosotros hoy nos deseemos unos a otros la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor. Un Adviento vivido, individual y comunitariamente, en la gracia y en la paz de Dios será siempre un buen Adviento, porque el que vive en la gracia y en la paz de Dios vive en el amor de Dios y amando a los hermanos. Si, como venimos diciendo, el Adviento es tiempo de penitencia y preparación para la Navidad, ninguna penitencia mejor para esto que dejarnos formar y transformar cada día por las manos misericordiosas de Dios, nuestro Padre, nuestro Rey y el Buen Pastor de nuestras almas.

Constatando nuestras debilidades, necesitamos la gracia de Dios, para que el Señor, con su fuerza, restaure nuestra naturaleza caída y menesterosa, y podamos así recibirle con dignidad cristiana, en esta Navidad y siempre. Necesitamos la paz de Dios, una paz que es a su vez gracia y don, no cálculo interesado de nuestros egoísmos y conveniencias particulares. Sí, la paz de los hombres necesita estar siempre defendida con armas y dinero; la paz de Dios, en cambio, brota del corazón y busca siempre el bien del prójimo tanto como el de uno mismo.

 

En el Evangelio de San Marcos, evangelista correspondiente a este ciclo B que hoy iniciamos, se nos exhorta a la vigilancia: " Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento”.

Esta invitación a vivir vigilantes, será el hilo conductor del tiempo de Adviento. La vigilancia es un imperativo ético en todas las edades y situaciones de la vida de un ser humano. Cuando desaparece la vigilancia aumenta el riesgo y la posibilidad de corrupción y decadencia, tanto en la vida corporal, como en la vida social y en la vida religiosa. Un creyente  serio y responsable es siempre una persona vigilante, con una vigilancia activa y esperanzada. Se nos pide que vivamos siempre vigilantes y preparados, para que cuando el Señor llegue nos encuentre bien preparados para poder recibirle con dignidad cristiana. No se trata sólo de preparar con dignidad cristiana las fiestas de la Navidad, sino de vivir siempre bien preparados y dispuestos para que cuando venga el Señor a nuestras vidas nos encuentre bien preparados. En este primer domingo del Adviento hagamos el propósito firme de ser siempre personas espiritualmente activas, para que cuando el Señor venga a nuestro encuentro, no nos encuentre dormidos.

San Marcos nos llama a la vigilancia. Es el Señor quien nos la recomienda insistentemente: "Al atardecer, a medianoche, al canto del gallo, al amanecer", las cuatro vigilias en que se dividía la noche. Velad como el vigilante de una obra en construcción, como el jugador que espera que el entrenador le ponga a calentar, o el hombre de negocios la ocasión propicia; como el profeta a la escucha de cualquier signo, como la esposa que espera la llegada del amado, como el guardaespaldas para defender a la persona encomendada. Necesitamos velar para reconocerlo y acogerlo. Es lo propio del Adviento. El Señor está cerca. El Señor viene. Es el tiempo de la preparación de nuestro interior.

 “Mirad, vigilad, Velad”. Son tres palabras y una misma actitud. Mirar es ver con detenimiento y profundidad. Mirar es fijar los ojos con interés y con alguna esperanza. Mirar es dejarse sorprender. Miremos de verdad a las personas, a las cosas, a los acontecimientos, a la vida. La vigilancia es fruto de la fe, de la esperanza y del amor. Vigilamos cuando esperamos, vigilamos cuando creemos, vigilamos cuando confiamos, vigilamos cuando amamos. No dejemos de velar.

*Velad, porque Dios es sorprendente. El viene siempre, pero no sabemos cuándo, cómo y por dónde. Velad para no dormir, dejando pasar la ocasión del encuentro.

* Velad para reconocer y acoger a Dios, siempre que quiera presentarse.

*Velad, pero cumpliendo cada uno su tarea.

*Velad, porque la vigilancia es hija de la esperanza.

*Velad, porque vivimos en un adviento continuado.

Este domingo nos recuerda el horizonte último de la historia, que se identifica con la venida del Hijo del Hombre. Ahí se inscribe nuestra vida, se subraya la importancia de lo que está en juego y constituye una llamada a la seriedad. De aquí la recomendación a velar: con frecuencia nos dormimos, nada es automático, es necesaria una verdadera elección. 

Una cierta tensión atraviesa los textos de hoy y de todo el Adviento: "a ti, Señor, levanto mi alma; en ti, Dios mío, confío; los que esperan en ti no quedan defraudados" (entrada). "Aviva en tus fieles el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras" (colecta). "Cuando venga de nuevo podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar" (prefacio). Una cierta tensión, una sana tirantez debería ser también la tónica de nuestra vida.

Como  cristianos no debemos dejarnos atrapar en las mallas sinuosas del ambiente desencantado, regalón o "pasota" que nos rodea. y debemos extraer continuamente razones de vivir y esperar a la fuente inagotable de la fe.

Dejamos este poema de Pedro Casaldàliga, que nos puede ayudar a caminar en este tiempo de Adviento.

"Hay que nacer de nuevo, hermanos Nicodemos"

"De esperanza en esperanza, de pesebre en pesebre, todavía hay Navidad"

"Sube a nacer conmigo,
dice el poeta Neruda.
Baja a nacer conmigo,
dice el Dios de Jesús.
Hay que nacer de nuevo,
hermanos Nicodemos
y hay que nacer subiendo desde abajo.

De esperanza en esperanza,
de pesebre en pesebre,
todavía hay Navidad.
Desconcertados por el viento del desierto
que no sabemos de dónde viene
ni adónde va.
Encharcados en sangre y en codicia,
prohibidos de vivir
con dignidad,
sólo este Niño puede salvarnos.

De esperanza en esperanza,
de pesebre en pesebre,
de Navidad en Navidad.
Siempre de noche
naciendo de nuevo, Nicodemos.

“Desde las periferias existenciales;”
con la fe de María
y los silencios de José
y todo el Misterio del Niño,
hay Navidad.

Con los pobres de la tierra,
confesamos
que Él nos ha amado hasta el extremo
de entregarnos su propio Hijo,
hecho Dios venido a menos,
en una Kénosis[1] total.
Y es Navidad.
Y es Tiempo Nuevo.

Y la consigna es
que todo es Gracia,
todo es Pascua,
todo es Reino."

(Pedro Casaldàliga)[2]

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 



[1] En la teología cristiana, la kénosis (del griego κένωσις: «vaciamiento»)​ es el vaciamiento de la propia voluntad para llegar a ser completamente receptivo a la voluntad de Dios.

[2] Pere Casaldáliga (Balsareny, Barcelona: 16 de febrero de 1928), es un religioso, escritor y poeta español, que ha permanecido gran parte de su vida en Brasil. Ha estado siempre vinculado a la teología de la liberación y ha sido siempre un defensor de los derechos de los menos favorecidos.