El domingo IV de Cuaresma es notable, como se sabe, por diversos motivos: es el domingo "Laetare" -según el título clásico- que anuncia la proximidad de la Pascua, pasada ya la mitad de la Cuarentena; es el segundo domingo de escrutinios, segunda etapa de esta gran experiencia de examen interior y renovador que todos estamos llamados a realizar, en solidaridad con los candidatos al bautismo, incluso si éstos no son visibles en nuestra comunidad, pero que existen ciertamente en la Iglesia, es, en fin, sobre todo en el ciclo A, el domingo "luminoso": las lecturas y la eucología ambientan la celebración en un tono pre-pascual.
La primera lectura
del primer libro de Samuel (1S 16, 1b. 6-7. 10-13a) es un relato que
idealiza la juventud del rey David. Desde el primer momento, Dios ha
intervenido ya en la historia de este joven de Belén (elección), ordenando a
Samuel ungirle como rey.
Fragmentos del
inicio de la historia de David. Saúl, que había sido ungido para ser el primer
rey de Israel, no ha sido fiel al Señor. Ahora el Señor escogerá a otro. El
profeta Samuel es enviado a ungir al que debe ser el nuevo rey. La unción
consagraba a la persona ungida para una misión y le confería la fuerza para
llevarla a cabo. Al ver a Eliab, Samuel cree que ya ha encontrado al que debe
ungir. Pero el Señor no ha escogido a un hombre "de buena estatura",
como Saúl, sino al más joven de todos, que hacía de pastor. El Señor, como
tantas veces repetirá la Escritura, no se fija en las apariencias, sino en el
fondo del corazón.
Anticipación
de un rito que, en realidad, acaeció mucho después (cf. 2 S 2. 4; 5. 3). En su
interpretación teológica, el autor juega con la oposición entre las palabras
"ver"(="elegir":v.1/7) y "rechazar" (vv. 1/7; cf.
15. 23/26). Por su actitud, Saúl ha sido rechazado, y David es el elegido del
Señor; se hace necesario el traspaso de poderes. Lamentarse por Saúl (v. 1)
indica la muerte efectiva de su reinado (cf. cap. 15); por eso Dios ordena
buscar el sustituto (v.1). Las escenas del sacrificio y de la unción (vv.5-13)
nos evocan la unción de Saúl (9.-10. 1). El nuevo consagrado deberá suplantar
al primero. Dios no se fija en las apariencias humanas
(v.7:"apariencia" es una palabra en hebreo derivada de
"ver"). Eliab (v.6) es un muchacho de buena estatura como David (9.2;
10. 23), pero el Señor sólo atiende al corazón humano, centro y sede de toda
actividad humana, y por eso elige al menor (VV. 10-11. Es un tema clásico de
toda la literatura bíblica: cf. 2 S 1. 11). El Señor escoge la debilidad humana
para que así brille su poder y su gracia (1 Co 1. 27).
La unción es
el signo de esta elección. Como en el bautismo de Jesús (Mc 1. 10 y par.),
también aquí desciende el espíritu sobre él de forma estable (v.13). Es el
testimonio de fe de una comunidad que siempre considera a David como el elegido
del Señor.
Finalmente,
Samuel se da cuenta de que el Señor quiere por rey a aquel en quien nadie
pensaba: el hijo pequeño de Jesé, que estaba guardando el rebaño. La imagen del
pastor para designar la misión del rey de Israel y la del Señor mismo entrará
en la tradición de Israel y llegará al Nuevo Testamento.
La unción de
David se presenta con unos efectos perennes. El Espíritu del Señor se apodera
de David, no por un tiempo pasajero, como sucedió con Saúl, sino por siempre.
El responsorial: es el Salmo (Sal
22, 1-3a. 3b-4. 5. 6 ) Fijémonos en la estrofa oracional: El señor es mi pastor, nada me falta. El salmo 22, comienza con una afirmación
atrevida: "El Señor es mi pastor, nada me falta".
Dios como
pastor (vv. 1-4)
Dios como
anfitrión (v. 5-6).
El salmista
habla en primera persona a lo largo de todo el poema y en la primera parte
describe su experiencia bajo la solicitud y el amor de su pastor.
Con metáforas
sacadas del mundo pastoril va enumerando las pruebas del exquisito amor del
pastor hacia él, afirmando ya desde el principio que nada le falta porque Dios
piensa en todo: verdes praderas, fuentes tranquilas, sendero justo: todo lo
positivo y lo agradable de la vida se lo proporciona el pastor de quien se
siente hondamente amado. Dios obra así "en honor de su nombre", es
decir, para que su reputación de Dios bondadoso, grande en misericordia y rico
en perdón, se manifieste y se viva. Dios no puede ser tildado de negligente o
indiferente en lo que respecta a su pueblo y al bien de los suyos.
Frente a las
dificultades y angustias de la vida, simbolizadas por las "cañadas
oscuras", el salmista nada teme. Se fía del Pastor. Se encuentra en sus
manos, y por tanto, ¿qué le puede suceder de malo? ¿no le protegerá el amor y
la solicitud de su pastor?
"Tu vara y tu cayado me sosiegan".
Una doble imagen que puede ser simplemente una redundancia, pero que igualmente
pueden significar una defensa: la vara contra los animales, chacales, lobos, y
el cayado como una guía que encamina y endereza e impide descarriarse. Así el
salmista se siente protegido, seguro, feliz.
La descripción
muestra con claridad meridiana la bondad
de Dios, su providencia, su atención solícita hacia aquellos que confían en él.
La tradición
cristiana, desde los primeros tiempos, ha visto poéticamente en la mención de
la vara y el cayado los dos brazos de la cruz de Cristo, el buen Pastor: así,
por ejemplo, san Justino y san Zenón de Verona.
Siguiendo el
tono simbólico, el salmista pasa del pastor guía y protector de sus ovejas, a
la imagen del huésped espléndido o anfitrión que invita a un banquete.
Y este festín
no lo hemos de imaginar como un momento o un día especial: el pensamiento del salmista
lo ve como una cosa continuada, de cada día. Así como el pastor siempre se
preocupa de sus ovejas, las guía y las alimenta, así ahora, igualmente, el
mismo Dios, con la figura del huésped, favorece magníficamente a aquellos que
se sienten amados por él, les regala con dones exquisitos. Por esto el salmista
no ha imaginado otra cosa más expresiva que un banquete: una mesa preparada, un
ambiente de alegría y de riqueza (ungüento para la cabeza, rebosar de la copa).
La mención de
los enemigos la hace el salmista para recalcar la seguridad de aquél que es
favorecido por Dios; así como antes hablaba de cañadas oscuras, ahora menciona
a los enemigos, que son ya impotentes y se ven como derrotados viendo la suerte
feliz de aquél a quien querían malherir o aniquilar.
Se habla del
creyente como el huésped de Dios, para
expresar una experiencia de intimidad con Dios, utiliza dos imágenes
universales: el pastizal... el festín... (el Pastor... y el huésped...). En los
países en que la vida está en armonía con la naturaleza, este lenguaje es
poético.
El tema del
"Pastor" aparece constantemente, en la Biblia. Los judíos vivían en
una civilización rural y hasta cierto punto nómada. Para un hombre cuyo rebaño
es la principal riqueza, toda la vida está "polarizada" por su
cuidado: encontrar verdes praderas, conducir a las ovejas al abrevadero, hacer
reposar el rebaño bajo la sombra, conocer los senderos seguros y evitar los
pasajes peligrosos, proteger con el bastón los ataques de las fieras. Dios es
presentado como este "Pastor" diligente: Ezequiel 34 - Oseas 4,16 -
Jeremías 23,1- Miqueas 7,14 - Isaías 40,10; 49,10; 63,11.
El tema del
"huésped" es también universal. Cuanto más sencillas son las
civilizaciones, más sentido de hospitalidad tienen los hombres. Cuanto más
pobre, más generoso, ordinariamente. Aquí, la hospitalidad se resume en tres
detalles concretos: la mesa con abundantes alimentos, la copa desbordante en la
mano, el aceite perfumado que se echa en la cabeza para refrescar al visitante
que llega, del sol abrasador.
En la Biblia,
este tema se aplica también constantemente a Dios: el tema del Templo,
considerado "Casa de Dios" en la que se quiere habitar, como los
levitas, que tenían la fortuna de pasar su vida en la Casa de Dios. No
olvidemos que el Templo de Jerusalén era el lugar de los sacrificios rituales:
los animales inmolados, ofrecidos a Dios (asados al fuego, que simbolizaba
justamente a Dios), eran cocidos, y distribuidos entre los fieles en forma de
"comida sagrada". En Israel, la "mesa" y la "copa"
no eran solamente un símbolo, eran realmente un festín sagrado.
El salmo nos
presenta como realidad la intimidad con Dios. Sería grave, que los cristianos
apareciéramos como gente desesperada y
triste, nosotros que tenemos el secreto fantástico de la plena alegría: la
humanidad avanza hacia Dios, felicidad infinita. ¿Por qué no comenzar de
inmediato? " Tu bondad y tu
misericordia me acompañan todos los
días de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor todos los días de mi vida".
El clima árido "de la sociedad de consumo" lleva a muchos jóvenes y
menos jóvenes a la búsqueda de "fuentes frescas". El hombre no vive
solamente de pan ni de supermercados, ni de placeres... Hoy descubre alegrías
más profundas. La experiencia de la "vida con" Dios hace parte de estas
alegrías secretas: "porque Tú estás
conmigo"... "Nada me falta", cuando vivo esta experiencia.
Vuelta a la
naturaleza. Es esta una de las aspiraciones del hombre moderno. Este salmo nos
invita a mirar las praderas, las fuentes, los trabajos pastoriles: " El Señor es mi pastor, nada me falta: en
verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas"
, la mesa en que recibimos a los amigos, las casas que nos alojan. Muchas
alegrías inocentes están a nuestro alcance. ¿Por qué no aprovecharlas? ¿Por qué
no proporcionarlas a los demás?
El salmo 22 ha
sido muy frecuentemente comentado por los Padres.
Para San
Cirilo de Jerusalén es una profecía de la iniciación cristiana: "El
bienaventurado David te da a conocer la gracia del sacramento (de la
Eucaristía), cuando dice: "Has preparado una mesa delante de mis
ojos, frente a los que me persiguen. ¿Qué otra cosa puede significar con
esta expresión sino la Mesa del sacramento y del Espíritu que Dios nos ha
preparado? Has ungido mi cabeza con óleo. Sí. El ha ungido tu cabeza
sobre la frente con el sello de Dios que has recibido para que quedes grabado
con el sello, con la consagración a Dios. Y ves también que se habla del
cáliz; es aquél sobre el que Cristo dijo, después de dar gracias: Este es
el cáliz de mi sangre" (Catequesis Mistagógicas IV. PG 33, 1.101. 1.104).
San Ambrosio
comenta el mismo salmo y le da la misma explicación: "Escucha cuál
es el sacramento que has recibido, escucha a David que habla. También él
preveía, en el espíritu, estos misterios y exultaba y afirmaba "no carecer
de nada". ¿Por qué? Porque quien ha recibido el Cuerpo de Cristo no
tendrá jamás hambre. ¡Cuántas veces has oído el salmo 22 sin entenderlo!
Ahora ves qué bien se ajusta a los sacramentos del cielo" (AMBROSIO
DE MILÁN. Los sacramentos, 5. 12-13).
Así pues, el
salmo 22 es considerado como una síntesis de la catequesis sacramental y ocupa
un puesto importante en el rito de iniciación cristiana que se hacía en la
antigüedad. Hemos de citar todavía otros dos pasajes patrísticos en los
que descubrimos la preocupación pastoral que tenían los Padres.
San Gregorio
Nisa escribe: "En el salmo, David invita a ser oveja cuyo Pastor sea
Cristo, y que no te falte bien alguno a ti para quien el Buen Pastor se convierte
a la vez en pasto, en agua de reposo, en alimento, en tregua en la
fatiga, en camino y guía, distribuyendo sus gracias según tus
necesidades. Así enseña a la Iglesia que cada uno debe hacerse oveja de este
Buen Pastor que conduce, mediante la catequesis de salvación, a los
prados y a las fuentes de la sagrada doctrina" (GREGORIO DE NISA. PG
46 692).
San Cirilo de Alejandría dice de este salmo que es "el canto de los paganos convertidos, transformados en discípulos de Dios, que alimentados y reanimados espiritualmente, expresan a coro su reconocimiento por el alimento salvador y aclaman al Pastor, pues han tenido por guía no un santo como Israel tuvo a Moisés, sino al Príncipe de los pastores y al Señor de toda doctrina en quien están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (CIRILO DE ALEJANDRÍA, PG 69, 840).
La segunda lectura
es de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (Ef 5, 8-14) y forma parte
de la última sección de Efesios,
que como tantas otras cartas de la tradición paulina, está dedicada a la
práctica de la vida cristiana. Y también como es frecuente, se
fundamenta en la actuación del cristiano en temas fundamentales. Son como
recuerdos de la condición fundamental en que estamos para animar a vivir en la
realidad conforme a ella.
La intención
de este párrafo es motivar a los cristianos a esas conductas. Han de ser
conscientes de lo que son. La práctica ha de corresponder a la teoría, pues no
hay dicotomías entre los distintos aspectos de la persona, so pena de caer en la
incoherencia. Entre otras cosas, Cristo ha venido para hacernos ver cómo la
ética, el comportamiento humano concreto, está integrado en los planes de Dios
acerca del hombre. Por tanto, quienes dicen aceptar esos planes, lógicamente
también han de preocuparse de que esa aceptación no se quede en una mera
palabrería.
Por medio de
dos imágenes contrapuestas, tinieblas-luz, Pablo -como eco de lo que antes
llamaba hombre viejo y hombre nuevo- insiste a los creyentes para que tomen
conciencia de lo que son y se decidan a obrar según su estado. Tinieblas y luz
indicarían dos posibles maneras de ser, opuestas y excluyentes entre sí, como
la noche y el día, oponiendo lo que estos hombres eran y lo que ahora son. La
luz, que brilla, ilumina y se esparce, hace pensar en las obras buenas, en el
fruto «lleno de bondad, honradez y sinceridad» (v 9). También las tinieblas son
operantes, pero sus obras son «estériles» (11), hechas "en secreto" y
de las que da vergüenza hablar (12). Que los cristianos se guarden de mezclarse
en las obras de la oscuridad, aunque sea para criticarlas y oponerse a ellas.
Antes, también ellos eran tinieblas, pero ahora son luz, aunque no han sido ellos los que se han convertido, sino la luz misma la que los ha iluminado y hecho suyos. Es decir, la imagen de la luz indica lo que son: la obra de Cristo en ellos (13s). Son luz, no debido a su voluntad, sino a Cristo que los ha transformado.
El evangelio de
hoy de san Juan (Jn 9, 1-41), nos sitúa ante la mirada de Jesús: "Vio, al
pasar, a un hombre ciego de nacimiento" (Jn 9, 1). Admiremos una vez más
esta capacidad que tiene Jesús de vernos pasar. En el relato de San Juan se
advierte hasta qué punto la escena se ha grabado profundamente en el espíritu
de los apóstoles y ha renovado su manera de observar a los otros y de
observarse a sí mismos. Y más especialmente su observación del pecado y de los
pecadores.
Un hombre ciego de nacimiento, al borde del camino. Un marginado. Y la pregunta de los discípulos, que da por descontado que la ceguera es un castigo de Dios por los pecados de alguien: "Maestro, ¿quién había pecado, él o sus padres, para que naciera ciego?" Era la ideología dominante. Los males de la sociedad no se podían achacar directamente a Dios, pero se le atribuían indirectamente: alguien que había pecado individualmente había provocado contra sí mismo o contra sus descendientes la ira divina. Así no había que preocuparse demasiado por los sufrimientos de los demás: siempre se debía a algún oscuro pecado.
Jesús le atiende: "[Jesús] escupió en tierra, hizo barro con la saliva, le untó su barro en los ojos y le dijo: -Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa 'Enviado')".
Jesús pone en
los ojos del ciego la imagen del hombre nuevo, simbolizada por el barro,. Y lo
manda a lavarse en la piscina del Enviado. Esto es, le ofrece un proyecto de
hombre, el hombre que vive preocupándose, por amor, de la felicidad de los
demás; ese proyecto es Jesús mismo -su saliva, su barro-, que es la luz del
mundo. Se lo pone en los ojos y lo invita a descubrirlo y a aceptarlo
libremente. Y el que había sido ciego percibe la luz por primera vez y ve, se
ve a sí mismo, se conoce: "Fue, se
lavó, y volvió con vista. Los vecinos... preguntaban: ¿No es ése el que estaba
sentado y mendigaba?... Él afirmaba: Soy yo". Ya no va a dejar que la
tiniebla le venza de nuevo, aunque la tiniebla lo va a intentar.
Los fariseos,
los ideólogos religiosos de aquel tiempo, los que se sentían responsables de
conservar la fe y las tradiciones recibidas, empezaron a cavilar: ¿Cómo es
posible que un hombre que no cumple las leyes religiosas actúe en nombre de
Dios? ¿Cómo es posible que un hombre que hace barro en día de sábado (día en el
que estaba expresamente prohibido hacer barro y cualquier otro trabajo) dé
vista a los ciegos, tarea que los profetas habían anunciado que realizaría el
Mesías?
Atacan
virulentamente: primero intentan negar el hecho, a pesar de estar clarísimo: «Los dirigentes judíos no creyeron que aquél
había sido ciego y había llegado a ver...»; después pretenden que aquel
hombre afirme, también en contra de la evidencia de los hechos, que el que lo
había curado era un pecador y, por tanto, no actuaba en nombre de Dios: "Llamaron entonces por segunda vez al hombre
que había sido ciego y le dijeron: Reconócelo tú ante Dios. A nosotros nos
consta que ese hombre es un pecador". Y como el hombre se resiste, lo
excomulgan, lo declaran fuera del pueblo de Dios: "Empecatado naciste tú de arriba abajo... Y lo echaron fuera".
Al no someterse, lo marginan.
Cuando el
hombre aquel ha asumido su nueva realidad con firmeza, después de haber sido
expulsado de su religión y haberse mantenido firme, Jesús sale a su encuentro y
se da a conocer. Sólo entonces le propone que le dé su adhesión, que acepte su
fe: "Se enteró Jesús de que lo habían
echado fuera, fue a buscarlo, y le dijo: " ¿Crees tú en el Hijo del hombre?". Y el que había sido ciego,
ahora que ve claro, acepta:"Creo, señor». Y se postró ante él" .
Termina el
capítulo con una fuerte acusación a los dirigentes religiosos de Israel. El
relato comenzó con la negación de la relación entre la ceguera física y el
pecado, y concluye con la afirmación de que la ceguera del corazón sí que es
causada por el pecado.
Jesús vino a
traer la luz a los que son conscientes de no ver: a los que se reconocen
pecadores y necesitados de salvación- liberación; y la ceguera a los que creen
que ven, como los fariseos. Su misión no es la de juzgar a la humanidad, pero
con su mensaje y su vida denuncia las obras perversas del "mundo" y
obliga a definirse. Quienes estén a favor del bien del hombre, estarán a favor
de Jesús; los que busquen sus intereses y privilegios, se le pondrán en contra.
Y resulta que los que buscan el bien de los demás son los pobres..., los que el
"mundo" cree "que no ven"; mientras que los "que
ven" andan afanados, preocupados de sí mismos... Jesús "ha venido a
este mundo para que los que no ven vean y los que ven se queden ciegos".
Palabras duras y verdaderas para todas las épocas de la historia. ¡Cuándo descubriremos
que es necesario ser pobre para evangelizar y dejarse evangelizar! Y no
olvidemos que no se es pobre por decirlo, como tampoco cristiano.
En las
actitudes que con relación a Jesús han adoptado el hombre que recobró la vista
y los fariseos se reflejan los dos caminos que seguirán los hombres. Los que
vivan en la ilusión de tener buena vista, de poseer el debido conocimiento de
Dios y de sí mismos..., mientras explotan y engañan al pueblo con falsas ideas
y doctrinas, estarán cada vez más ciegos, Ios que sean conscientes de sus
limitaciones y pecados... verán cada vez mejor la realidad como es.
Los fariseos
que se encontraban presentes se sintieron aludidos por las palabras de Jesús, y
le preguntan entre indignados e irónicos si también a ellos los cuenta entre
los ciegos a quienes debe prestar ayuda para que recuperen la vista. Es una
pregunta que delata incredulidad y autosuficiencia.
Con su
respuesta Jesús afirma que no es pecado ser ciego, pero sí lo es el no querer
abrir los ojos, el serlo voluntariamente, rechazando toda evidencia. Los
dirigentes no sólo no quieren ver, sino que imponen sus mentiras como verdades.
Son ciegos voluntarios que buscan cegar a los demás. No obran
inconscientemente, saben muy bien lo qué pretenden. Van a quedar
definitivamente ciegos. ¿No es éste el pecado "contra el Espíritu
Santo"? (Mt 12,31-32).
Para nuestra vida.
La primera lectura nos presenta los inicios del
rey David. Las figuras bíblicas son de carne y hueso y no de cartón como tantas
veces nos han presentado a los santos. David es un ser contradictorio con
grandes defectos, pero también con grandes cualidades: guerrero que recurre al
pillaje, pero incapaz de clavarle la lanza a Saúl que le persigue con ánimo de
matarle, adúltero con alevosía, pero hombre íntegro que sabe reconocer su culpa
y pedir perdón, político de grandes miras, y a la vez astuto y cicatero
negociador con el filisteo... David todo lo hace a lo grande, con entusiasmo,
con pasión, poniendo la carne en el asador... Es cierto que sus etapas de luz
fueron mas numerosas que las de sombra, pero cuando se equivocó supo
reconocerlo con humildad.
En el
responsorial vemos al salmista, creyente en Yahveh, que se sabe guiado y
acompañado por la mano firme y protectora del pastor. Tiene todo lo
que necesita: conducción, seguridad, alimento, defensa, escolta, techo donde
habitar...
Dios, el gran
protagonista del salmo, se nos describe con los colores más hermosos que puedan
representar la bondad, la providencia, la ayuda, la generosidad, la
esplendidez. Dios no deja nada de lo que pueda contribuir al bien, a la
alegría, a la paz de sus fieles. Por esto el salmista confiesa, agradecido, que
la bondad y la misericordia del Señor le acompañan siempre, todos los días de
su vida. Constata su situación de privilegio, , sentirse amado por Dios, y plenamente consciente
de sus favores, de su predilección.
Y de la misma
forma, por su experiencia de un Dios tan inmensamente bueno y providente, se
siente seguro de aquella bondad que ha experimentado siempre, y prorrumpe en
una afirmación llena de fe y de esperanza: "habitaré en la casa del Señor por años sin término".
Solamente el
espíritu cristiano puede comprender la profundidad de esta mención de la
eternidad feliz. El salmista la ignoraba del todo en su tiempo, y por esto lo
que él veía y pretendía era la certeza de vivir junto al templo del Señor hasta
el final de sus días. Nada le separa del templo, nada le alejara de aquella
intimidad, de aquella experiencia de un Dios que él mismo calificó de pastor y
de huésped.
Nuevamente la
antigua tradición cristiana leyó algunas veces esta segunda parte del salmo en
clave sacramental: la mesa preparada sería la eucaristía; el ungüento o la
unción en la cabeza significaría la unción del Espíritu, la confirmación; las
cañadas oscuras de antes (sombras de muerte) eran imagen del bautismo, ser
sepultados con Cristo. Todas estas gracias sacramentales harán que el cristiano
tenga siempre vida eterna, ahora ya en este mundo, y luego, para siempre, en la
gloria.
En la segunda lectura San Pablo siente la dificultad de conseguir
que otros piensen y vean las cosas como él las piensa y las ve. Experimenta la
dificultad, mejor imposibilidad, de transmitir el propio conocimiento del
misterio de Cristo. Es decir, no puede, por más que insista, hacer ver a los
creyentes lo que él -por gracia- ha visto y vivido. Así, las imágenes de
tinieblas y luz, en lugar de ser un juicio sobre la conducta de los hombres,
representan un recurso de Pablo para mostrar a los cristianos que lo que les
pide no es sino lo que ellos, en el fondo, desean y buscan en todo momento,
aunque no siempre lo consigan: vivir como personas sensatas y no como necios,
como inteligentes y no como insensatos, no a base de vino y lujuria, sino por
el Espíritu. Por eso, que eviten las obras malas, como rechazan las tinieblas,
y busquen obrar el bien como son atraídos por la luz. Una llamada, en fin, a la
propia conciencia de cada uno, para que caigan en la cuenta de que Pablo no les
pide sino lo que siempre han buscado, el bien, y para que se decidan con esfuerzo
a practicarlo.
Consejos
paulinos muy importantes y necesarios en nuestras comunidades y vida personal.
En el evangelio nos encontramos con un ciego de
nacimiento al Jesús cura. Las dificultades que rodean al ciego en su
experiencia de iluminado son, por otro lado, indicativas de situaciones
paralelas en nuestras vidas: el cristiano se encuentra fácilmente con
reacciones de admiración, de contradicción, de exclusión, de interrogación,
incluso de desconocimiento ("No es él, pero se le parece"). Hace
falta toda la convicción de la fe para mantener el testimonio, y únicamente
dejándonos iluminar más y más por el Señor conseguiremos llevar una vida
luminosa.
Esta luz es
frágil, también en nuestros tiempos. La Cuaresma es el tiempo propicio para
alimentarla: con la Palabra de Dios, con la contemplación personal, con los
sacramentos de la Eucaristía y de Penitencia.
La acusación
de los fariseos a Jesús nos motiva a hacernos algunas preguntas. ¿Es lícito o
no curar en sábado? A nosotros la pregunta nos hace reír. Pero, si insertamos
la pregunta en un contexto contemporáneo (cualquier orden establecido). ¿Se
puede hacer el bien cuando su ejecución tropieza con el orden establecido? Dar
de comer al hambriento, socorrer al que necesita ayuda, dar albergue al forastero,
son otras tantas obras de misericordia. Son "obras buenas". Pero si
el hambriento o el que nos pide ayuda o posada resulta ser enemigo del orden
establecido, la obra de misericordia nos convierte en cómplices ante la ley.
¿También el bien debe hacerse sólo dentro de un orden? La ambigüedad de esta
situaciones, más frecuentes de lo que sería deseable, fuerza al creyente a
radicalizar la cuestión.
¿Sólo es justo
lo que la ley permite o debe ser la ley la que se atenga a lo que es justo?
¿Hay que hacer el bien dentro de un orden? ¿Y quién decide ese orden? Para los
creyentes la respuesta es tan sencilla como comprometida la responsabilidad.
Para el creyente el primer orden es el establecido por Dios. Cualquier otro
orden al margen o en contra del orden divino es puro desorden legalizado.
Porque un creyente no puede aceptar de ninguna manera que una autoridad (sea
política o eclesiástica) intente desautorizar la autoridad soberana de Dios. Y
de Dios hemos recibido el imperativo: haced el bien a vuestros enemigos, a los
que os persiguen y calumnian.
Jesús fue, sin
duda ninguna, un hombre absolutamente libre, un hombre que rompió todos los
esquemas de su tiempo y todos los esquemas de los tiempos que le sucedieron.
Concretamente en el terreno religioso fue un judío que "sin abolir la Ley,
sino dándole su cumplimiento", dio en su entorno y para la posteridad una
lección clarísima de cómo deben entenderse las relaciones con Dios.
Difícilmente
encontraremos en el Evangelio normas ni reglamentos sino más bien actitudes;
metas altísimas que estimulan al hombre y lo lanzan hacia un Dios Padre que
está atento no a la letra sino al Espíritu.
Por eso ni
Jesús ni sus discípulos guardaban el sábado, porque sabiamente opinaban que no
era el sábado para el hombre sino el hombre para el sábado; ni hacían las
abluciones rituales antes de comer porque no es lo que el hombre toca sino lo
que el hombre alberga en su interior, lo que lo hace puro o impuro. Por eso a
Jesucristo no le importa comer con los oficialmente "pecadores"
-porque eran ellos y no los "buenos" oficiales los que lo buscaban y
lo necesitaban imperiosamente- y no le importaba que una Mujer como Magdalena
-que había amado tanto- regara con sus lágrimas de mujer, consciente de sus
pequeñeces, los pies que no habían sido lavados por el anfitrión, y no le
importó que aun cuando la ley mosaica mandaba lapidar a las adúlteras "in
fraganti", aquella adúltera que estaba delante de El saliera como nueva
sin recibir ni siquiera un reproche de sus labios. Por eso no le importó
calificar a los fariseos con los más rotundos epítetos que encontramos en su
léxico y llamar "zorro" a Herodes. No le importó hacer todo eso
porque Jesús era, fue, un hombre absolutamente libre que no conocía más que una
norma: hacer la voluntad de su Padre, un Padre que es fundamentalmente
espíritu. Y, por eso, a los suyos, cuando les dice que llegará un día en que
los dejará, les promete enviarles no un Código para que sepan exactamente lo
que tiene que hacer en cada momento sino el Espíritu que soplara donde quiera y
de la manera más extraordinaria y hará el milagro de convertir a aquellos
hombres vulgares y corrientes en hombres libres dispuestos a todo.
Pero al filo
de estas consideraciones podríamos preguntarnos si los cristianos damos a los
que no lo son la sensación de que somos hombres maduros o más bien parecemos
niños pequeños necesitados siempre de atención y consejo. Si damos la sensación
de hombres capaces de autonomía o de ciegos o tullidos que necesitan siempre la
mano de otro para que nos diga por dónde tenemos que andar. Sería cuestión de
pensarlo seriamente y dar respuesta sincera a la luz de la actuación de Jesús
en el evangelio de hoy.
Dejemos que
Jesús cuide nuestra mirada. Cristo está aquí. En su mano tiene el lodo que
proporciona la salud. Y la misteriosa piscina de Siloé está representada por el
cáliz con el agua y sangre que brotaron
del costado del Crucificado. Todo está dispuesto para la salvación, para la
iluminación. Y he aquí que también nosotros, los ciegos de nacimiento, estamos
presentes. Pero ¡con qué facilidad el pecado vuelve de nuevo a enturbiar
nuestra vista! Los enigmas de la vida, la confusión de los acontecimientos
mundiales, las angustias y contratiempos de nuestra propia existencia nos
acongojan. Vemos el poder de las tinieblas y la debilidad de los buenos, y no
lo acabamos de comprender. Es que no penetramos hasta el fundamento de la
historia, que es donde actúan las manos creadoras del amor divino. Demasiadas
veces caminamos como ciegos, no viendo la realidad como Dios quiere que la
veamos.
No olvidemos
que lo Jesús, por mucho que nosotros nos empeñemos, no es una religión, ni lo
será por muchos esfuerzos que nosotros hagamos para deformar sus enseñanzas. Lo
de Jesús no es una religión y por eso la gente religiosa, cuando lo veía
actuar, sentenciaba sin rubor: «no viene de Dios». Y lo que viven muchos
cristianos -de todos los tiempos y lugares- tampoco es una religión; por eso
hay muchos religiosos que, a estos cristianos, les llaman ateos, comunistas
(ahora habrá que buscarles un calificativo nuevo), y otras lindezas por el
estilo.
La religión
(toda y cualquier religión) es cómoda; nos deja tranquilos y contentos, no nos
crea apenas problemas, o son de fácil solución; lo tiene todo previsto y
regulado y no hay que hacer más que seguir las normas, cuanto más al pie de la
letra, mejor. Ser cristiano complica la vida; se nos puede llegar a llamar de
todo: que no venimos de Dios, ateos, rojos, revolucionarios, que nos metemos en
política, que no somos piadosos... Complica, pero merece la pena.
También el texto del evangelio nos plantea la
realidad del pecado. La mirada que los contemporáneos de Cristo dirigen a las
personas es una mirada que juzga. ¿Es diferente la mirada que nosotros
dirigimos a nuestros contemporáneos? En el momento mismo en que negamos el
pecado. (¿Acaso, según el pensamiento moderno, no nos encierra en un universo
mórbido y destructivo? ¿La libertad a la que el hombre tiene derecho no exige
la liberación de las reglas y de los tabúes al mismo tiempo que la negación de
todo valor?). Clasificamos a los hombres en buenos y malos, justos e injustos,
pecadores y sin pecado. Nos presentamos como justos ante los demás. Me hago el
justo ante mi parroquia cuando desdeño todas las iniciativas. Los que frecuentamos
tal o cual grupo, quienes vivimos en tal o cual corriente, sabemos bien qué
mediocre y carente de impulso es la parroquia. ¡Sólo van unos cristianos
sociológicos, adeptos a la misa de once. Y además llegan tarde!".
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com