Comentarios a las lecturas del
XX Domingo del Tiempo Ordinario 18
de agosto de 2024
En
los domingos durante el año la lectura
del Antiguo Testamento prepara el mensaje del evangelio (no pasa lo mismo con
la 2a lectura, que sigue su ritmo propio). Estos domingos pasados, por ejemplo,
el discurso sobre el pan de la Vida era ya ambientado por lecturas que hablaban
de comida en la historia de Eliseo, Moisés y Elías.
Las
lecturas de los domingos anteriores apuntaban al misterio de Cristo hacia la
Eucaristía. : El milagro de los panes; el maná nuevo; el Pan de vida que
promete Jesús. Es el alimento nuevo. Alimento que es necesario tomar. Y hay que
tomarlo como el se presenta: venido del Padre y muerto por nosotros. Necesaria
la fe
Seguimos con el mismo tema. Sólo que con una tonalidad nueva. Vamos a probar a representarlo bajo la imagen de "banquete". Al término comer, de los domingos pasados, se añade el de beber. Comer la carne y beber la sangre un auténtico banquete. El banquete evoca la compañía:"coméis", "bebéis"; hay un plural significativo. La promesa "habitará en mí y yo en él" encaja satisfactoriamente. En ese banquete está la Vida: "Lo resucitaré en el último día". Así se da también cumplida respuesta a la más profunda aspiración humana, representada en el salmo: "¿Hay alguien que ame la vida?". Y la constante e imperiosa invitación a acercarse: "Gustad y ved que bueno es el Señor". Por otra parte, la Eucaristía nos introduce en una comunión inefable con Dios en Cristo: "Como el Padre vive y yo vivo por el Padre, el que come mi carne y bebe mi sangre vivirá por mí".
La
primera Lectura es de Proverbios ( Pr 9,
1-6). Los nueve primeros
capítulos del libro de los Proverbios forman la introducción general de la
obra. Son la
parte más reciente del libro, obra del último redactor, en la época
postexílica. Y constituyen una invitación al alumno-lector para que ponga
atención a los contenidos de la obra. En esta introducción se entrecruzan una
serie de temas: la necesidad de escuchar para adquirir entendimiento, la huida
de las malas compañías y de las mujeres extrañas, la necesidad de disciplina
para forjarse en la vida.
El tema de la mujer es típico
en la literatura sapiencial, hasta el punto de que la misma Sabiduría divina se
personifica en la mujer ideal (cf. Pr 31,10-31).
Nuestra pericopa es un ejemplo
concreto. El capítulo 9 contrapone dos estilos de vida: la Sabiduría y la
Necedad, y ambas invitan a los jóvenes a su banquete. El banquete de la primera
consiste en pan y vino que proporcionan vida y sensatez. Mientras que la
segunda ofrece las delicias de los manjares robados que conducen a la muerte y
a la vergüenza. " Venid a comer
mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid
el camino de la prudencia".
En la lectura proclamada hoy,
la Sabiduría divina se muestra ansiosa por comunicarse a los hombres: en su
trascendencia, Dios no cesa de animar a todas las cosas desde dentro y de
preparar así su encarnación. Pero para poder recibirla, el hombre tiene que ser
pobre de espíritu y reconocer su ignorancia (v. 4).
En el banquete es donde mejor
se manifiesta la comunicación del huésped (v. 3) y la receptividad de los
comensales (versículo 5), la riqueza y la abundancia del Dios que invita, la
sencillez y la pobreza espiritual de los hambrientos de vida divina.
Así se comprende que haya sido
fundamentalmente en el banquete donde Cristo ha comunicado a los pecadores la
justicia de Dios (Lc 5, 29-32), donde ha revelado a los pobres el pan que viene
del cielo (Jn 6, 56-59).
La
"sabiduría" es un don divino, como lo es también la vida. Son inseparables. Quien camina en
"sabiduría" alcanza la "vida" demuestra ser "sabio".
La
contemplación de la naturaleza, la reflexión sobre la historia y la meditación
de los vaivenes de la vida son el pábulo del sabio. hay muchos interrogantes
en la vida y muchos misterios en la creación y en la historia. La experiencia,
propia y ajena, y la revelación de lo alto ayudan a ordenarlos y a
comprenderlos de alguna forma. Sobre la creación y sobre el hombre, en
particular, hay un ser que lo ordena y dirige todo. Orden y concierto en todo
lo creado. ¿Cómo llegar a conocer el espíritu que los anima y la finalidad que
lo orienta? Están, al mismo tiempo, sembrados de paradojas y contrastes. Cómo
encontrar la clave de todo ello? El hombre es menguado de inteligencia y de
corta duración. ¿Cómo conocer el propio destino y el camino práctico que a él
conduce en medio de tanta encrucijada intelectual y afectiva? La Sabiduría,
personificación de saber divino, "orden" y "providencia",
le sale al encuentro y se le ofrece abiertamente. Es un don de Dios.
Un
palacio suntuoso, un "banquete" espléndido, una invitación cordial a
todos. Invita con sencillez, acoge benigna, sacia con prontitud. Reparte el pan
de la vida y escancia el vino de la inmortalidad. Gratis, gustosa, atractiva.
A los hambrientos, a los sedientos, a los sencillos. Llama a los incautos,
espolea a los inexpertos. Es el arte del "buen vivir". La vida está en
el camino de la "prudencia". La "inexperiencia", la falta
de "juicio", llevan a la muerte. La "sabiduría" comienza
por el temor de Dios. El "sabio" invita a caminar según los preceptos
del Señor. En ellos encontraremos la vida. Pues Dios hizo la vida, no la
muerte. Es un bien ofrecido a todos los hombres. ¡Venid: comed y bebed!
La
Sabiduría, personificación, se revelará persona, Cristo, Sabiduría de Dios, Sabiduría nuestra.
El
salmo responsorial es el 33 (Sal 33,2-3.10-11.12-13.14-I5 ). El
Salmo responsorial es el mismo del
pasado domingo, pero ha cambiado el centro de atención: en consonancia con
la lectura de Proverbios,
nos presenta al Señor que satisface las necesidades de aquellos que le buscan y
nos instruyen en el "temor del Señor", esto es, en la fe que llega a
ser vida
El Salmo 33 es un canto de
acción de gracias. Son muchos los beneficios que el salmista ha recibido del
Señor y se ve en la necesidad de agradecérselos. En tantos momentos,
especialmente en las pruebas de la vida, ha visto la mano bondadosa de Dios, su
fidelidad, su solicitud, que ahora quiere expresar en un canto estupendo toda
su gratitud al Dios providente de Israel.
Las pruebas que Dios permite no
superan nunca las fuerzas del justo, de modo que las fuerzas del mal no parecen
romper el equilibrio de la fidelidad.
El salmista tiene experiencia
de esta protección y solicitud de Dios y por eso le agradece su bondad y al
mismo tiempo comunica a los demás su vivencia, exhortándolos a la fidelidad y a
la confianza, invitándoles incluso a que ellos mismos tengan esa experiencia de
la providencia y de la cercanía de Dios.
Por esto este salmo tiene
igualmente un cariz sapiencial y exhortativo. Como muchos salmos de tipo
sapiencial, el salmo 33 tiene en su original hebreo forma acróstica o
alfabética.
La estructura del salmo
(dividido en dos partes en la Liturgia de las Horas) la podemos fijar así:
a) Introducción: el salmista se
exhorta a sí mismo y a los demás a agradecer y bendecir al Señor: vv. 2-4.
b) Motivación: la bondad y la
condescendencia de Dios: vv. 5-8.
c) Invitación a la confianza en
Dios: vv. 9-21.
d) Conclusión: resumen de la
enseñanza de todo el salmo.
Alabanza y agradecimiento
sinceros: el salmista alaba incesantemente, en todo tiempo, al Señor; su
alabanza está siempre en sus labios. En Dios tiene puesta su gloria: su orgullo
y su felicidad es Yahvé, su todo. Este inicio nos recuerda el comienzo del
Magníficat de María: también la Virgen se sentía dichosa y feliz viendo las
maravillas del Señor. Salmo: "Bendigo al Señor en todo momento... mi alma
se gloría en el Señor..."
Dios
es inabarcable. Hay que repetir una y otra vez el intento de "gustar"
y de "ver" que bueno es el Señor. Nuestra condición actual lo
necesita. Nos limitan el espacio y el tiempo. La bondad del Señor se hace
sentir de diversas formas y en distintos momentos. También nuestra actitud es
diferente: pedimos, esperamos, agradecemos,
contemplamos, reflexionamos, consideramos. Queremos bendecir al Señor
en todo momento. Cuando llueve y cuando no llueve; cuando tenemos y cuando no
tenemos; cuando estamos sanos y cuando estamos enfermos: Siempre.
Los
versículos elegidos presentan un carácter marcadamente sapiencial. El salmista
quiere darnos una instrucción para alcanzar la vida y días de prosperidad. La
última estrofa señala el camino: Guarda tu lengua del mal… busca la paz y corre
tras ella. El camino del Señor es el camino de la vida. El salmo nos invita a
reflexionar. Reflexionemos y actuemos en consecuencia.
La
segunda Lectura es de Efesios (Ef 5,15-20).
La carta a los Efesios ha hecho una síntesis de la vida cristiana a partir del
principio de que en Cristo todo ha adquirido un nuevo y definitivo sentido: el querer salvador de Dios ha
llegado a plenitud en él. Esto lleva al creyente a celebrar la fe (caps 1-3) en
comunidad, y a vivir un nuevo estilo de vida (cap. 4-6).
Esta segunda parte es donde se
insertan esta serie de avisos que Pablo hace a los lectores; construir el
triunfo de Jesús en nuestra vida exige una toma de posiciones claras: cuestión
de generosidad.
v. 16: La expresión "días malos" ha sido comprendida
pensando en la época de la carta, o mejor como caracterizando el tiempo de la
iglesia en general. El tema, conocido en la literatura sapiencial (Qo 9, 10),
toma aquí un vuelo escatológico. El espíritu ha sido comprendido en la primera
comunidad como la fuerza opuesta al vigor pasajero de la borrachera (cf. Hch
2). La normalidad y dureza de la vida diaria asumida son la prueba externa de
la asistencia de ese poder de Dios que es el espíritu.
La fe cristiana no es un
conjunto de cosas extrañas sino la vida vivida desde dentro con la fuerza del
que cree en ella y con el cariño del que la ama de verdad.( v. 19). La vida
cristiana se celebra también y se vive en el marco del gozo que produce el llegar
a saber que se va captando lo esencial del mensaje y que se está poniendo el
acento donde es su lugar. Esto produce gozo y alabanza al Dios bueno.
La celebración de la gracia de
Dios es una de las notas dominantes de toda la carta desde la bendición inicial
(1, 3-14) hasta las exhortaciones de la segunda parte (4, 7). Cuando la fe
llega a tocar los puntos vitales de la vida, rápidamente se pasa a la alabanza.
El creyente no puede callar, hacerse lenguas, prorrumpir en alabanzas.
El evangelio continua siendo de San Juan
( Jn 6, 51-59). Su comienzo
recoge las afirmaciones finales del domingo pasado para cuestionarlas. el texto de hoy reasume los dos últimos versículos
de la lectura del domingo pasado. Sirven de puente. Aquí encabezan la
declaración de Jesús y enlazan el tema del "Pan de vida" con el de la
"Carne" y "Sangre" que deben ser comida y bebida. Pasamos
de un misterio a otro en la misma línea.
El cuestionamiento lo hacen
también los maestros responsables de la formación del pueblo. Seguimos pues en
el debate iniciado el domingo pasado. Los maestros insisten en cómo una persona
física puede tener capacidad de ser alimento para los demás.
En su respuesta reafirma Jesús
que él es el alimento de vida eterna en su calidad de Hijo del Hombre enviado
por el Padre. Entre el Padre y él hay una comunión de vida que le constituye a
él en el alimento y bebida verdaderos. En esa misma comunión de vida entra todo
el que se alimenta de Jesús.
Puesto que la Ley procede y
deriva de Dios, los maestros de Israel podían atribuirle las cualidades y
virtualidades que se reflejan, por ejemplo, en el Salmo 19, 8-11: es perfecta,
genera sosiego, instruye, ilumina, es más preciosa que el oro, más dulce que la
miel. La consideraban fuente de libertad, bienestar y vida. Era sinónimo de
sabiduría y amor.
El texto de hoy fundamenta la
supremacía de Jesús sobre la Ley en algo que ésta no podía en absoluto poseer:
la capacidad de comunión personal. Jesús es alguien, no algo. Alguien distinto
del Padre y en comunión con El. Alguien que vive la misma vida del Padre y que
por vivirla la puede transmitir a otros, haciéndoles capaces de ser hijos del
Padre. A una persona no es una Ley, por divina que ésta sea, lo que de verdad
puede saciar sus aspiraciones. Como personas creyentes vivimos la increíble
sorpresa de poder comer el cuerpo de Cristo y beber su sangre, entrenándonos
para la vida de Dios.
El fragmento de este domingo
entra de lleno en la clave eucarística, tal como era entendida y vivida por la
comunidad joánica. "Mi carne para la
vida del mundo", en el fondo de esta expresión hay una fórmula aramea
en la que "carne" sustituye
a "cuerpo" para designar la
realidad creatural de la persona humana. "Mundo" acentúa el sentido universalista de la salvación. Las
murmuraciones de los judíos del v. 42 nos recuerdan las de sus antepasados ante
Moisés en la travesía del desierto del Sinaí.
Cristo cumple las expectativas
del Antiguo Testamento: es el verdadero Moisés que nos nutre con el maná de la
Eucaristía, es la verdadera Sabiduría que nos ofrece el pan y el vino de su
Palabra y de su Persona presente en el Sacramento. Esa vida de Cristo nos
compromete a ponerla en obra en nuestra vida de cada día, como nos indicaba
Pablo.
La Eucaristía proporciona una
comunión real de vida y de destino con la persona de Jesús. Lo acentúa nuestro
texto de varias maneras: el cuerpo de Jesús nos hace participar en la
resurrección, nos hace vivir "por Cristo", que es vida "para
siempre". Ello hay que entenderlo no de una manera mágica, sino como una
comunión auténticamente personal. La clave de comunión es, además, típica de la
teología joánica: comunión de Cristo con el Padre, del discípulo con Cristo, y
del creyente con el Padre y con Cristo.
Para nuestra vida
Las
lecturas inciden en el tema de la Sabiduría..
La Sabiduría, Cristo, según san Pablo se presenta bajo la figura de un
banquete: una sala suntuosa, vino mezclado, pan, invitados. ¿No fue el deseo de
ser "sabio" el que introdujo la muerte en el mundo?" Así fue en
efecto; por envidia de la serpiente. De nuevo se presenta el mismo apetitoso
fruto; pero con notable diferencia. La oferta viene de Dios, no del diablo; por
amor a los hombres, no por envidia; no para romper con Dios, sino para vivir en
él su misma vida. Es Cristo y sus dones. El Árbol de la Vida, la Cruz de
Cristo, nos señala el camino: cumplir la voluntad de Dios. Y esta es creer en
su Hijo, comer su carne y beber su sangre. Banquete que comunica la Sabiduría,
banquete que da la Vida.
El
Espíritu que se nos otorga en este banquete, ilumina, consuela, anima, robustece,
embriaga, sostiene y sublima la realidad. Es el Vino de Dios, el auténtico
vino que precisa el hombre. El don está vinculado al comer el cuerpo y beber la
sangre de Cristo.
El
banquete eucarístico, prepara y anuncia el Gran Banquete del cielo. Es prenda
segura y pregustación de aquella Gran Cena de Bodas que el Señor tiene
preparada para los que lo aman.
La
primera lectura, en un contexto eucarístico de estos domingos nos mueve a
fijarnos en el banquete de la Sabiduría como prototipo del banquete cristiano: el pan y el vino que nos
presenta Cristo contienen la Vida y la Sabiduría de Dios, siempre y cuando nos
comprometamos en nuestro proyecto de vida.
El libro de los Proverbios
presenta la revelación del designio de Dios de manera "humanista". La
importancia que el autor quiere darles viene subrayada al ponerlos bajo el
patronazgo de un gran rey de la historia de Israel, Salomón.
En el pasaje de hoy se
personifica a la sabiduría de una forma singular: bajo el modelo de una mujer.
La sabiduría inmanente en el mundo y en el hombre no sólo se limita a
interpelar a este hombre, sino que también le ama. El cúmulo de tópicos del
lenguaje amoroso se despliega en textos de Prov 1-9. Este ir más allá de la
expresión externa de la sabiduría, este querer encontrar ese punto de arranque
donde todo se comprende bajo la óptica del amor es la pregunta que el hombre
plantea continuamente. Para el creyente habrá una respuesta en Jesús.
La presencia de columnas en la
casa de "Doña Sabiduría" hace como una referencia a los palacios
reales y a los templos. Según el valor simbólico de la cifra siete, se puede
pensar que esta morada de muchas columnas quiere afirmar que la Sabiduría posee
una dignidad real, ya afirmada en el cap. 8. Son maneras de "adornar"
la figura de esta señora para hacerla más atractiva, más capaz de sugestionar
al hombre para hacer pasar de un simple conocimiento externo a una experiencia
de eso último que es la pregunta de todo hombre. Sólo a partir de la vida puede
plantearse bien la pregunta y sólo desde la vida podrá darse bien la respuesta.
La sabiduría no es algo oculto,
sino que llama al hombre. Y lo hace de una manera pública, incluso
"enviando criados a llamar". No habla en el ámbito de lo sagrado, sino
en los sitios públicos más profanos. La última pregunta del hombre no se
responde desde un ámbito diferente al del hombre mismo, sino desde lo hondo de
la vida. Desde esa vida aceptada y amada es desde donde Jesús ha tratado de
esbozar una respuesta para el que le acepta (cf. evangelio).
La sabiduría llama a los hombres y espera su respuesta.
Por eso esta llamada solamente es comprensible desde una postura de gran
honradez humana. Construir cualquier tipo de fe desde lejos de lo humano, es
correr el riesgo de caer en la vaciedad de una ilusión.
La imagen del banquete como la
del "vino mezclado" están empujando al lector hacia ese ámbito del
amor desde el que la sabiduría, el saber ser hombre, alcanza toda su plenitud.
De ahí que el autor haga, a lo largo del libro, una ferviente llamada a llegar
a amar la sabiduría y a dejarse amar por ella (Pr. 4, 8: 7,9); ese tal puede
considerarse dichoso (Pr 9, 34). Merece la plena esforzarse en llegar a estos
contextos hondos de vida donde se resuelve el verdadero ser del hombre. La
persona viva de Jesús es el camino histórico que ha llegado a hacer realidad
esta aspiración del hombre. Este es el Jesús que da vida (cf 3. lectura).
Es
el salmo 33 sencillo, reiterativo, pero de una lección grande, siempre actual y
necesaria.
Expresa la confianza en Dios, la fe perseverante y la confianza en el Dios de
la salvación que nunca falta, y se obtiene de él más aún de lo que se le pide.
Si durante tres mil años este
salmo ha ido dando su lección a los corazones de los fieles, tal vez en nuestro
tiempo es cuando esta lección se hace más apremiante. El mundo moderno parece
alejado de Dios, inmerso en la inquietud, en la angustia, en la inseguridad. La
confianza parece ausente, y la paz como desterrada de un mundo lleno de convulsiones
y de guerras.
Sobre este mundo resuena una
palabra de esperanza, de confianza: es el salmo 33, magnífica lección que
alimenta el corazón del hombre creyente,
Una corriente de opinión cada
vez más fuerte se abre paso en las sociedades modernas. Se pide una mayor
igualdad social en favor de los más pobres. Mediante toda clase de leyes se
trata de ayudar a las clases menos favorecidas. Esta corriente aunque no sea lo
suficientemente eficaz, es un "signo de los tiempos". Quienes en esta
época no quieren escuchar el "grito de los pobres" se colocan
abiertamente fuera del plan de Dios. "Un pobre ha gritado, y ¡Dios lo
escucha!" Por decir eso lo acusan a uno de "hacer política".
Esto es ignorar totalmente la revelación religiosa de la Escritura. Quien no
está con los pobres, contra las injusticias y las desigualdades, no puede
llamarse realmente un hombre religioso. Ante esta toma de posición global, no
hay alternativa posible. Caben opciones diferentes únicamente en los
"medios concretos", para realizar este fin, en la selección de tal o
cual política. Y tratándose de estas cuestiones sociales candentes no olvidemos
que el verdadero y gran problema del siglo XXI, no se sitúa solamente dentro de
los sistemas occidentales, sino en todas las sociedades industrializadas (que
han vencido el hambre), y los países del tercer mundo (¡que gritan de hambre!).
Releyendo el salmo 33 en esta perspectiva, toma una fuerza extraordinaria de
"oración en el corazón del mundo".
Invitación a la acción para
"liberar", "salvar", "abolir el mal". ¿Cómo
podríamos sin hipocresía decir: "óiganlo y alégrense hombres
humildes" si al mismo tiempo no nos comprometemos de veras para que de
alguna manera esto sea realidad?
Promesas de felicidad. Quien
quiere ser feliz debe "huir del mal", "practicar el bien",
"adorar a Dios", "buscar a Dios". ¡Ingenuidad! dirán
ciertos espíritus fuertes. ¡Y si esto es verdad! ¡Si los únicos felices son
aquellos de quienes habla el salmo! Hagamos la experiencia.
El autor invita a los humildes
a que le escuchen y se alegren, y también ellos se sumen a su alabanza:
"Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su
nombre": él se siente insuficiente para aclamar y agradecer al Señor, y
por esto recurre a sus fieles para que le acompañen en su alabanza.
La vida interior intensa, la
experiencia de Dios se traslucen siempre, se irradian espontáneamente, se
comunican. Es como la lámpara que arde e ilumina.
Hace varios domingos que vamos
leyendo, como segunda lectura, la carta
a los Efesios: podemos aludir al pasaje que hemos
leído hoy, y que habla de vivir llenos del Espíritu, elevando a Dios salmos y
cantos de alabanza, y "celebrando la Acción de Gracias por todos en nombre
de Cristo", o sea, con la Eucaristía como centro y motor de nuestra vida
cristiana personal y comunitaria.
"Mirad atentamente cómo vivís". La cosa no es tan simple. Hay
fuerzas de dentro (2, 3) y fuerzas de fuera, que están operando para oscurecer
la luz, turbar la mirada e impedir o dificultar la recta opción.
Y ya no deben vivir como "necios", puesto que han dejado de
serlo al recibir en sí abundantemente la riqueza de la gracia de Dios como suma
de toda sabiduría e inteligencia a través de la revelación del misterio de la
voluntad de Dios (1,8s). Por el contrario, deben vivir como "sabios". Hay que estar atentos a
esta vida, ya que en ella está la verdadera sabiduría. Ésta no consiste en una
descuidada e irreflexiva improvisación al día, sino en un consciente "aprovechar el tiempo". La palabra
griega kairos dice más que tiempo: se refiere al contenido de este tiempo, a la
situación que este tiempo trae consigo, a las posibilidades que ofrece. Y
"aprovechar el tiempo" quiere decir sacar ventaja de estas
posibilidades con vistas al fin último, entresacando de cada situación lo mejor.
Esto es sabiduría, y sabiduría
urgente, "...pues los días son malos".
Luchas, tentaciones y peligros. Descubrir la voluntad de Dios en todas estas
cosas no puede realizarse sin la ayuda de la sabiduría. De aquí la repetición:
"no seáis insensatos".
¡Sólo la voluntad de Dios! Conocerla es lo contrario de la insensatez. La
voluntad de Dios es decisiva para todo lo que hay que hacer, permitir o
padecer.
No deja de ser sorprendente la
exhortación a no embriagarse con vino. Cabría esperar que a la embriaguez se le
opusiera la templanza; pero lo que se considera como su anverso es la
"embriaguez en el Espíritu".
De la embriaguez se dice que
hay en ella asotia, esto es, ausencia de salvación, perdición. La tentación del
hombre es buscar en la embriaguez refugio y salvación en sus necesidades y
angustias. Realmente, desaparecen así por un momento las preocupaciones de cada
día, proyectándolas a la vida "en otro mundo". Esto es lo que ocurre
verdaderamente en el mundo, del que el Espíritu nos arrebata en diversas maneras
y grados, como primicias de la vida en Dios, a cuyo encuentro vamos.
La
palabras de San Pablo evocan, en el fondo, el banquete cristiano, la Eucaristía.
No las comilonas, no el alcohol, no los cantares paganos, sucios y orgiásticos.
No las drogas, no la embriagueces, no falsa euforia y huida de la realidad.
Todo lo contrario: "la Acción de Gracias a Dios Padre en nuestro Señor
Jesucristo". Cena del Señor, comunicación fraterna de bienes; cantos
inspirados, himnos, acción de gracias; asistencia mutua, consuelo de los afligidos,
amor entrañable; plenitud del Espíritu, dones espirituales.
Fijémonos en las instrucciones
de S. Pablo en el tema de la vida nueva. Hoy la considera
situada en el espacio que media entre el
bautismo que nos ha renovado y el momento de la llegada a la gloria. Y desea
que saquemos partido al tiempo presente. Este tiempo intermedio tiene sus
peligros, porque nuestros tiempos son malos. Los nuevos cristianos tenían que
vivir en ambientes paganos con el consiguiente peligro de volver a caer
insensiblemente en el paganismo.
Es también nuestra situación
actual. Hay que reconocer que muchos de nuestros cristianos llevan una vida
pagana, coloreada de ciertas prácticas de cristianismo, sin tener un mínimo de
la sabiduría y penetración cristianas y sin intentar tenerlas. En medio de esta
promiscuidad hay que trabajar por descubrir la voluntad de Dios. La oración en
todas sus formas es el medio para conservarlas y reencontrarlas.
San Pablo delinea el marco de
lo que seguramente serían las reuniones litúrgicas de aquel tiempo: los salmos,
los himnos, los cánticos inspirados deben estar en boca de todos y todos deben
celebrar al Señor poniendo en ello todo el corazón. La actitud de acción de
gracias debe ser una dominante en la vida del cristiano: dar gracias a Dios
Padre en nombre de nuestro Señor Jesucristo. S. Pablo enuncia luego el ideal de
la oración constante: hay que orar en todo tiempo y circunstancia. Tenemos que
adquirir un hábito y una técnica de oración que nos posibilite estar siempre en
ese estado de unión con Dios y nos dé la posibilidad de vivir en ambiente
pagano sin abandonar la penetración propia de nuestra vida nueva.
Así seremos capaces de captar
la voluntad de Dios y de cumplirla, como lo pedimos en la oración del Padrenuestro:
Que se haga tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.
El
texto del evangelio nos sitúa ante un verdadero escándalo: los judíos están
indignados ante lo que escuchan. "¿Cómo puede éste darnos a comer su
carne?".
Nosotros ya no nos extrañamos apenas: ¡estamos tan habituados a estas
palabras....! Sin embargo, el realismo de las palabras de Jesús tiene motivos
para desconcertar. Se trata de pan, de carne dada como comida, de sangre
vertida para apagar la sed. Se trata de comer e incluso, en el texto original,
de "masticar". Nos hallamos muy lejos de ese alimento espiritual que
no se podía tocar con los dientes, so pena de sacrilegio. Para nosotros ya no
existe el escándalo, porque hemos des-encarnado la Eucaristía: una hostia
inmaculada muy distinta del grosero pan de cada día.
Pero nuestras asambleas
eucarísticas deberían constituir verdaderos escándalos públicos. "¿Cómo
puede ser eso?". Sí: los hombres deberían extrañarse al vernos tomar el
grosero pan de nuestras vidas, la vida de todos los hombres, con sus miserias y
sus esperanzas, y atrevernos a pronunciar sobre esas humildes realidades las
palabras del Señor: "Esto es mi cuerpo". Porque ahí está el
escándalo: Dios toma sobre sí la vida del mundo y, si nosotros hemos hecho del "símbolo"
del pan el símbolo del símbolo, es porque ¡hemos deshumanizado a Dios!
"¿Cómo puede ser eso?". No tenemos más testimonio que dar que el
desconcertante anuncio de un Dios que ha dejado su casa para habitar el mundo
de los hombres.
Hasta ahora había hablado Jesús
del pan de vida que baja del cielo, del pan con el que regala el Padre a los
hombres enviándoles a su propio Hijo. Este es el pan de vida (v. 35, 48-51 a).
Pero ahora habla Jesús del pan que él mismo les dará y se refiere expresamente
a su carne y sangre, los dones eucarísticos.
El lugar paralelo a estas
palabras "vida del mundo"
lo encontramos en las que pronuncia Cristo sobre el pan en la Cena y
precisamente en la forma que recoge la tradición paulina en 1 Cor 11, 24. La
expresión "para la vida del mundo"
significa lo mismo que "entregada
para la vida del mundo" y es una alusión clara al sacrificio de su
muerte en la cruz. Por lo tanto, el pan que da la vida es precisamente el
cuerpo de Cristo entregado a la muerte para salvar al mundo. (cfr. Luc. 22,
19).
Los judíos entienden estas
palabras literalmente, como verdadera comida de la carne de Jesús. Pero les
parece un disparate, una locura. No obstante, Jesús no mitiga el escándalo que
han producido sus palabras. Ahora, confirmando de nuevo el sentido, realista,
añade que es también preciso beber su sangre, lo cual resultaba especialmente
escandaloso para los judíos, a quienes les estaba prohibido el alimentarse de
sangre (Lev. 17, 10 s.; Hech, 15, 20).
De la misma suerte que el
alimento natural se une orgánicamente al hombre, así también el que come la
carne y bebe la sangre de Cristo entra en una unión de vida con él. Esta unión
es comparada a la que Jesús tiene con el Padre que le ha enviado al mundo. Así
como el Hijo tiene vida por el Padre (cfr. 5, 26), así también el que coma la
carne de Cristo tendrá vida por el Hijo, esto es, participará en aquella misma
vida que el Hijo recibe del Padre.
Las palabras "vivirá por mí" son equivalentes a
"vivirá por mi carne y sangre";
por lo tanto, esta última expresión debe entenderse de todo lo que Jesús es. El
verdadero pan de vida bajado del cielo no es el "maná", sino el que
da Cristo. Porque éste sí que viene verdaderamente del Padre y conduce a la
vida eterna a todos los que lo reciben con fe y se unen de este modo a Cristo
que se entrega para vida del mundo. Comulgar es entrar en unión de vida con
Cristo para entregarse con él a todos los hombres y alcanzar así vida eterna.
Comer es incorporarse,
fusionar. Tomar el cuerpo y la sangre de Cristo es entrar en comunión de amor y
de destino.
Tomar el cuerpo y la sangre es,
además, reconocer la vida del Espíritu en la carne y en la sangre de la
humanidad de hoy. La humanidad que sufre, que busca, que da a luz al mundo con
dolor; la humanidad que se regocija, que canta y que baila. Humanidad de ricos
y de pobres, humanidad de pecadores y de santos.
Tenían razón para
escandalizarse, porque en lo sucesivo, cuando unos hombres y mujeres, reunidos
en el nombre del Señor, compartan el pan dando gracias, se producirá una y otra
vez el advenimiento de la sorprendente novedad de Dios que toma carne viva, la
carne de la existencia entera de los hombres.
¿Es así en nuestras
eucaristías?.
Nos puede servir el comentario
que San Agustín hace a este pasaje evangélico: " ¿Que palabras habéis oído de boca del Señor que nos invita?, ¿Quién nos
invita? ¿A quiénes invitó y qué preparó? Fue el Señor quien invitó a sus
siervos, y les preparó como alimento a sí mismo. ¿Quién se atreverá a comer a
su Señor? Con todo, dice: Quien me come, vive por mí (Jn 6,58). Cuando
se come a Cristo, se come la vida. No se le da muerte para comerlo; al
contrario, él da la vida a los muertos. Cuando se le come, da fuerzas, pero él
no mengua. Por tanto, hermanos, no temamos comer este pan por miedo a que se
acabe y no encontremos después qué tomar. Comamos a Cristo: aunque comido,
vive, puesto que habiendo muerto resucitó. Ni siquiera lo partimos en trozos
cuando lo comemos. Así acontece, en efecto, en el sacramento.
Los
fieles saben cómo comen la carne de Cristo: cada uno recibe su parte, razón por
la que a esa gracia llamamos «partes». Se le come en porciones, pero permanece
todo entero; en el sacramento se le come en porciones, pero permanece íntegro
en el cielo, íntegro en tu corazón. Íntegro estaba junto al Padre cuando vino a
la Virgen; la llenó, pero sin apartarse de él. Venía a la carne para que los
hombres lo comieran, y, a la vez, permanecía íntegro en el Padre, para
alimentar a los ángeles. Para que lo sepáis, hermanos -los que ya lo sabéis; y
quienes no lo sabéis debéis saberlo-, cuando Cristo se hizo hombre, el hombre comió pan de los ángeles (Sal
77,25). ¿En base a qué, cómo, por qué camino, por mérito de quién, por qué
dignidad iba a comer el hombre pan de los ángeles si no se hubiera hecho hombre
el creador de los ángeles? Comámosle, pues, tranquilos; no se agota lo que
comemos; comámoslo para no agotarnos nosotros. ¿En qué consiste comer a Cristo?
No consiste sólo en comer su cuerpo en el sacramento, pues son muchos los que
lo reciben indignamente. De ellos dice el Apóstol: Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, come y bebe
su condenación (1 Cor 11,29).
Pero,
¿cómo ha de ser comido Cristo? Como él mismo lo indica: quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él
(Jn 6,57). Así, pues, si él permanece en mí y yo en él, es entonces cuando me
come y me bebe; quien, en cambio, no permanece en mí ni yo en él, aunque reciba
el sacramento, lo que consigue es un gran tormento. Lo que él dice: Quien permanece en mí, lo repite en
otro lugar: Quien cumple mis
mandamientos, permanece en mí y yo en él (1 Jn 3,24). Ved. hermanos, que
si los fieles os separáis del cuerpo del Señor, es de temer que os muráis de
hambre. Él mismo dijo: Quien no come
mi carne ni bebe mi sangre, no tendrá vida en sí (Jn 6,54). Si, pues, os
separáis hasta el punto de no tomar el cuerpo ni la sangre del Señor, es de
temer que muráis; en cambio, si lo recibís y bebéis indignamente, es de temer
que comáis y bebáis vuestra condenación.
Os
halláis en grandes estrecheces; vivid bien, y esas estrecheces se dilatarán. No
os prometáis vida, si vivís mal; el hombre se engaña cuando se promete a sí
mismo lo que no le promete Dios. Mal testigo, te prometes a ti mismo lo que la
verdad te niega. Dice la Verdad: «Si vivís mal, moriréis por siempre», y ¿dices
tú: «Viviré ahora mal, pero viviré por siempre con Cristo»? ¿Cómo puede ser
posible que mienta la Verdad y digas tú verdad? Todo hombre es mentiroso (Sal
115,11). Por tanto, no podéis vivir bien si él no os ayuda, si él no os lo
otorga, si él no os lo concede. Orad y comed de él. Orad y os libraréis de esas
estrecheces: Al obrar el bien y al vivir bien, él os llenará. Examinad vuestra
conciencia. Vuestra boca se llenará de alabanza y gozo de Dios, y, una vez
liberados de tan grandes estrecheces le diréis: Libraste mis pasos bajo mí y no se han borrado mis huellas (Sal
17,37)."
(San Agustín. Sermón 132 A.).
Rafael
Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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