Desde
los primeros tiempos de la Iglesia no se celebra Eucaristía hoy, Viernes Santo,
ni mañana, Sábado Santo.
Las
normas y costumbres litúrgicas son iguales que desde hace siglos. Ayer, Jueves
Santo, el Altar quedó desnudo, sin mantel, sin candelabros, sin cruz y el
Cuerpo de Cristo se reservó en el “monumento”, sagrario especialmente adornado
para el culto de los fieles. Imagen de soledad que no pasa desapercibida.
Sabemos que estamos solos y una tristeza enorme nos invade. No puede ser de
otra forma. A las tres de la tarde murió Jesús y desde esa hora los fieles de
todo el mundo no unimos para dar los pasos junto a la cruz.
El
Oficio del Viernes Santo comienza con la postración y silencio y a continuación
con la liturgia de la Palabra. El cuarto canto del Siervo de Yahvé que es la
profecía que manera prodigiosa narra la Pasión de Jesús, su sufrimiento y sus
efectos salvadores. Dicen que los antiguos judíos jamás repararon en estos
cantos del Siervo de Yahvé y mucho menos le dieron aplicación mesiánica.
Esperaban un triunfador.
Hemos rememorado los textos de la
Pasión y Muerte de Jesucristo. Su muerte no fue un hecho aislado, sino
consecuencia y síntesis de su vida. Vivió para los demás. Amó siempre a todos.
Gritó libertad y liberación con su propia vida. Se vació de sí mismo. Se hizo
pobre para que nosotros fuéramos ricos. Quebrantó el sábado y la ley cuando lo
pidió el amor, a pesar de provocar el escándalo. Creyó en el Padre hasta el
límite de la esperanza y la muerte. Tuvo miedo y siguió adelante. No vaciló en
la tarea de llevar a cabo el plan del Padre. Amó sin esperar recompensa.
Tras la muerte del Señor, el mundo se
sumerge en un silencio que parece sin fin. Mañana por la noche estallaremos en
gozo y alegría. Regresemos, ahora, a nuestras casas recordando a todos los
crucificados de nuestro mundo y tomemos el firme compromiso por la solidaridad
y la justicia.
La primera lectura (Is 52, 13-53, 12). Estamos ante el más largo y profundo
de los llamados cánticos del Siervo de Yahvé es el cuarto.
A medida que el anónimo profeta del exilio, el Segundo
Isaías, va analizando a este personaje misterioso, difumina sus trazos regios y
destaca en mayor proporción los proféticos, hasta ofrecernos una imagen única
en el AT. El texto empieza refiriéndose al siervo «glorificado», sin duda para
significar que el cántico sólo puede entenderse a la luz del resultado de la
obra del protagonista.
El cántico,
que presenta rasgos parecidos a los de los salmos de lamentación, da detalles
sobre los sufrimientos del protagonista: desprecio, enfermedad, desfiguración,
cárcel, muerte entre malhechores, abatimiento, sepultura deshonrosa, etc. El
profeta afirma insistentemente que el Siervo no sufrió por sus propios pecados,
sino a causa y en favor de los de los demás miembros de su pueblo. El justifica
a muchos, es decir, restablece las relaciones justas entre los hombres y Dios.
Comienza el
cántico con un oráculo divino (52, 13-15), en el que se anuncia de antemano el
éxito de su siervo. Éxito obtenido no por cálculos humanos, sino por su
docilidad al Señor. El desfigurado por su dolor hasta causar espanto es
admirado por reyes y pueblos después de su exaltación. "Yo soy un gusano,
no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme se burlan
de mí, hacen visajes, menean la cabeza..." (Sal 22, 07ss). Y los que antes
se espantaron de su figura, ahora deben permanecer callados en señal de
admiración. Algo inaudito ha ocurrido en la historia de la salvación.
-En el
cuerpo del relato (53, 1-11a), un grupo anónimo nos habla del nacimiento,
sufrimiento, muerte, sepultura y glorificación del Siervo.
El mensaje
de este cántico es tan inaudito que los oyentes no se lo creen (v. 1); y esta
incredulidad nace ante la humana debilidad de la que nos hablan los vs. 2-9. El
nacimiento y crecimiento del siervo es oscuro como raíz en tierra árida (v. 2).
Hombre desfigurado por el dolor, por el sufrimiento y abandonado por los otros
hombres, dejado de lado por la sociedad como lo son todos los insignificantes
de este mundo. Soledad, ostracismo, al que son condenados por este sociedad
llamada civilizada. Este grupo anónimo considera su dolor como castigo por sus
pecados (v. 3). Y aquí surge su sorpresa; ante su exaltación se pregunta: ¿No
será él justo y nosotros los criminales? El pueblo se confiesa reconociendo que
el sufrimiento del siervo tiene un valor salvífico para los demás; sus
cicatrices tienen un valor curativo. El sufre, pero nosotros somos los
pecadores (vs. 4-6). Un juicio y una condena injusta acaban con él en la
sepultura (vs. 8-9) y la suma ironía consiste en reconocer su inocencia después
de su muerte. Pero su muerte no ha sido inútil y el profeta presenta al siervo
superviviendo de alguna manera (vs. 10-11a). Afirmar la resurrección sería
forzar el texto, pero su muerte no ha sido algo inútil; el fracaso ha conducido
al éxito, la muerte no es el punto final, sino que conduce a la vida.
El oráculo
divino de los vs. 11b-12 cierra el poema recordándonos que el siervo recibe el
premio de sus sufrimientos, de su abnegación. El vive y dará la vida a una gran
multitud. Debilidad y fuerza, inocencia y persecución, sufrimiento y paciencia,
humillación y exaltación, constituyen una parte importante de la vida de Jesús.
El desfigurado en su pasión y su muerte en la cruz es reconocido como el justo
(Hech. 3, 13 ss). Su silencio impresiona a Pilatos; es humillado y acepta la
humillación; después de muerto, el centurión reconocerá su inocencia. Dios lo
exaltará a su derecha y le dará en herencia una multitud inmensa entre la que
nosotros no contamos.
El responsorial es el Salmo 30 (Sal Sal 30,2 . 6. 12-13. 15-16. 17 . 25 ), en el se describe la actitud de confianza del
sufriente. Este Salmo nos sirve, a nosotros
creyentes del siglo XXI, para reflexión y expresión de confianza en los
momentos duros de la vida. Reproduce las palabras de Jesús al expirar.
Jesús en la cruz, tomó de él, su
"última palabra" antes de morir: "En tus manos, Señor, encomiendo mi Espíritu" (Lc 23,46). Todo
el salmo se aplica perfectamente a Jesús crucificado. Para hacer esta
aplicación personal, Jesús no tuvo necesidad de forzar el sentido.
Efectivamente, el salmo, antes de que Jesús se lo apropiara en su oración
personal, era ya una doble oración:
El comienzo es la súplica de un acusado inocente, de
un enfermo, de un moribundo, expuesto a la persecución: es un maldito, excluido
de la comunidad, y "que produce miedo en sus amigos" porque se lo
considera como embrujado por malos espíritus... Se huye de él como de un
apestado.. . ¿Será su mal contagioso?
La parte final del salmo es la oración de intimidad de
un huésped de Yahveh: a pesar de las acusaciones injustas de que es objeto este
moribundo, continúa cantando la felicidad de su vida de intimidad con Dios:
"Me confío en Ti, Señor... Mis días están en tus manos... Tu amor ha hecho
para mí maravillas... ¡Tú colmas a aquellos que confían en Ti!".
En los cinco primeros versículos vemos
al salmista bastante tenso, inseguro, aprensivo, el salmista está encerrado en
sí mismo. Si bien es verdad que dirige a Dios algunas miradas furtivas,
fugaces, el centro de atención, y hasta de obsesión, es él mismo y su
situación. Por eso, sentimos que en estos versículos la tensión y la
inseguridad avanzan en un crescendo incesante: que yo no quede defraudado,
ponme a salvo, ven aprisa a liberarme; por el amor de tu nombre, dirígeme, guíame,
sácame de la red que me han tendido (vv. 2-5).
En el versículo 6, el salmista toma conciencia de su
situación de encierro, y sale ¡otro verbo de liberación! Toda liberación es
siempre una salida. El salmista se suelta de sí mismo -estaba preso de sí- y
salta a otra órbita, a un Tú. «A tus
manos encomiendo mi espíritu» (v. 6). Y, al colocarse en ese otro «mundo»,
en ese otro «espacio», como por arte de magia se derrumban los muros de la
cárcel, se ensanchan los horizontes y desaparecen las sombras. Amaneció la
libertad.
«Tú, el Dios
leal, me librarás» (v. 6). Al situarse el hombre en el «espacio» divino, al
experimentar a Dios como roca y fuerza, se esfuma el miedo y, como
consecuencia, desaparecen los enemigos. He ahí el itinerario de la libertad.
«Yo confío en el Señor» (v. 7). En todo acto de confianza hay un salir de sí mismo, un soltar tensiones y un entregar al otro las llaves de la propia casa, como quien extiende un cheque en blanco. En un salto más audaz, la libertad se encarama sobre un pináculo mucho más elevado: «tu misericordia», expresión entrañable, sinónimo en el Antiguo Testamento de lealtad, gracia, amor , «es mi gozo y mi alegría» (v. 8). Y en los siguientes versículos (vv. 8-9) viene a decir: cuando las aguas ya me llegaban al cuello y sentía que me ahogaba, tú me mirabas atenta y solícitamente, revoloteando sobre mí como el águila madre; no has permitido que las sombras me devoraran ni me alcanzaran las manos de mis enemigos, sino que, por el contrario, has colocado mis pies en un camino anchuroso, iluminado por la libertad .
Al desprenderse de Dios y volver de nuevo a sí mismo, vuelven
las sombras, y un enjambre de espectros con ellas.
Los vv. 10-14, describen esta situación: los enemigos
se burlan, los vecinos se ríen de él, los conocidos evitan cruzarse en su
camino (v. 12), se le deja olvidado como a un muerto, se le desecha como a un
trasto viejo (v. 13), todos hablan en su contra, todo le da miedo, conjuran
contra él, traman quitarle la vida (v. 14).
La recaída en el ensimismamiento hace que el
salmista viva y describa escenas de
horror, lo mismo que en una pesadilla nocturna: una persona, en el primer
sueño, protagoniza un episodio tan horrible que despierta con taquicardia, y
con todos los síntomas de haber librado una batalla de muerte. Despierta, y...
¡qué alivio!, ¡todo fue un sueño! En estos versículos, el salmista está
realmente dormido en la mazmorra de un ensimismamiento, enclaustrado,
perseguido por las sombras, girando en torno a alucinantes espectros. Al
despertar (v. 15), comprobará la mendacidad de tales aprensiones.
Desde aquí y hasta el versículo final, tendrá buen
cuidado de no volverse sobre sí mismo, porque ya sabe por experiencia que ahí
está la raíz de sus más íntimas desventuras; sabe también que mientras mantenga
su atención fija en los ojos del Señor, no retornarán los sobresaltos, y el
miedo no volverá a rondar su morada.
El liberador es Dios, pero la liberación no se
consumará mágicamente. Mientras el hombre se mantenga centrado en sí mismo,
encerrado en los muros del egoísmo, será víctima fatal de sus propios enredos y
obsesiones, y no habrá liberación posible. El problema consiste siempre en
confiar, en depositar en sus manos las inquietudes, y en descargar las
tensiones en su corazón. Efectivamente, el salmista reclina la cabeza en el
regazo del Padre, coloca en sus manos las tareas y los azares (v. 16), como
quien extiende un cheque en blanco.
La libertad profunda, esa libertad tejida de alegría y
seguridad, consiste en que «brille tu rostro
sobre tu siervo» (v. 17), Entonces, las angustias se las lleva el viento, y
los enemigos rinden sus armas por el poder de «su misericordia» (v. 17), el
temor tiene su asiento en el interior del hombre, pero el Señor nos libra del
temor.
En los versículos finales, el salmista avanza
jubilosamente, de victoria en victoria, hasta clavar en la cumbre más
prominente este enorme grito de esperanza: «Sed
fuertes y valientes los que esperáis en el Señor» (v. 25).
- La segunda lectura de Hebreos (He 4,14-16;5,7-9). A
unos judíos convertidos, posiblemente de estirpe sacerdotal, que añoran el
templo de Jerusalén y el esplendor de su culto externo, el autor de la carta a
los Hebreos les quiere mostrar la grandeza y la eficacia del culto cristiano
"en espíritu y en verdad". El sacerdocio levítico debe ceder ante el
sacerdocio de Cristo, único mediador de la nueva alianza. El sacerdocio de
Cristo supera el de los sacerdotes levíticos, e incluso el del sumo sacerdote
del templo, porque está al mismo tiempo más elevado junto a Dios y más rebajado
al lado de los hombres: ha atravesado los cielos hasta llegar a la derecha del
Padre, y por otra parte "no es
incapaz de compadecerse de nuestra debilidades, sino que ha sido probado en
todo... excepto en el pecado". El sumo sacerdote judío no llegaba ni
tan arriba ni tan abajo. Se mantenía excesivamente distante de Dios y de los
hombres.
Los
destinatarios de la carta, en vez de evocar nostálgicamente la antigua
liturgia, deben estar contentos del misterio cristiano en el que han creído, y
deben tener la seguridad, a pesar de su simplicidad externa, de encontrar en él
la ayuda eficaz que los ritos judíos no les podían procurar.
Se nos recuerda que Jesús es nuestro Sumo y Eterno Sacerdote,
que ha penetrado en el Santuario de los cielos para interceder por nosotros;
esto es un motivo más que suficiente para que nos llenemos de confianza y de
gozo. Por ello el autor nos exhorta a que nos mantengamos firmes en la fe que
profesamos. Y también en la esperanza, pues sabemos que Jesús puede
compadecerse de nuestros sufrimientos, ya que él mismo los ha padecido en su
propia carne. En su afán de acercamiento se ha hecho semejante en todo a
nosotros, menos en el pecado.
En el texto se nos exhorta a que nos acerquemos llenos de confianza al
trono de la gracia, es decir, al trono de Dios. Si miramos hacia nuestro
interior tenemos muchas cosas de las que arrepentirnos, motivos para pensar que
Dios nos rechazará. Para nuestra suerte Dios es mucho más grande y generoso, y
tiene compasión de nosotros que, al fin y al cabo, hemos sido redimidos con la
sangre de Cristo.
Al final de la sección dedicada a Jesús, sumo
sacerdote fiel, compasivo y misericordioso, encontramos la parte final del
texto de hoy, en que se aplica a Cristo algún rasgo del mediador de las "cosas de Dios" (5,1). Aspecto
fundamental de esta intercesión es la solidaridad del intercesor con aquellos
por quienes intercede. Él también está rodeado de debilidad y se compadece de
sus hermanos (5,2), no desde arriba o condescendientemente, sino por ser él
mismo parte de ellos, si bien ha sido llamado por Dios a la labor mediadora, no
por propia iniciativa (5, 4).
Es muy importante destacar que Hebreos ve la mediación
de Cristo de modo muy especialmente ligado a su ser hombre como los demás.
Justo lo contrario de la visión sacerdotal alejada del común de los mortales.
Jesús es Sacerdote porque es como nosotros. Este es un punto importantísimo. Es
su ordenación sacerdotal (5, 9).
El evangelio
hoy es el relato de la Pasión según Juan
(Jn
18, 1-19,42). Como todos los años, el Viernes
Santo, la narración de San Juan se deja oír con toda su grandiosidad y belleza,
con todo su misterio y su claridad. El IV Evangelio fue escrito el último de
todos. Al ser escrito muchos años después que los sinópticos, ya recoge los
dones maravillosos de la Pasión salvadora de Cristo. Hechos meditados y
descubiertos en la intimidad de la oración, en la contemplación amorosa. Por
ello su relato aparece lleno de luz pascual.
Bajo esa luz, la inspiración de San Juan recuerda
al fin de su vida, y pone por escrito, los hechos y dichos de Jesús,
completando los relatos de los otros evangelistas.
El relato de la pasión según san Juan coincide en gran parte con los sinópticos, pero hay diferencias muy claras. La característica especial de Juan es el punto de vista teológico desde el que enfoca todo el evangelio: la revelación de la gloria de Jesús, la llegada de su exaltación. Para él también en la pasión se revela la gloria del Hijo de Dios. Juan no presenta la pasión y muerte de Jesús desde la reacción natural psicológica, sino que trata de dar el sentido espiritual de la misma. La muerte de Jesús es su glorificación.
El relato histórico y la forma
literaria están en función de unos temas doctrinales que explican la
originalidad y las diferencias de la narración de Juan en relación con los
otros evangelios.
Presenta la pasión en cuatro
cuadros: Getsemaní (18,1-11); ante Anás (18,16-27); ante Pilato (18,28-19,15);
en el Calvario (19,19-37). En cada uno de estos cuadros hay un rasgo
característico, un tema principal y una declaración importante.
Un tema clave es la libertad de
Jesús ante la muerte. Jesús va a la muerte con pleno conocimiento de lo que le
espera: conociendo todo lo que iba a acontecer (18,4), consciente de que todo
está cumplido (19,28). Como pastor de las ovejas entrega su vida por ellas
(10,17-18). Nadie le quita la vida. La da. Conoce la intención de Judas.
Prohíbe a Pedro que le defienda. Se entrega cuando quiere.
En las escenas de la pasión aparece
siempre dueño de sí mismo y de sus enemigos. El lleva la cruz y con ella se
aparece como rey vencedor. Juan presenta la pasión como la epifanía de Cristo
Rey.
Es la hora de la exaltación y
glorificación. Para resaltar esta idea Juan abrevia y omite toda descripción
encaminada a relatar los sufrimientos físicos y las circunstancias que podrían
sobre- excitar la sensibilidad. En cambio ofrece desde otro aspecto una larga
descripción del arresto en Getsemaní, del proceso ante Anás y ante Pilato. Pero
omite o reduce otros episodios que ha puesto en otro contexto: el complot de
los judíos (11,47-53); la unción de Betania (12,1-8); la agonía (12,27); y
sobre todo la última cena con el discurso de despedida, la denuncia de la
traición y el abandono (12,1-2.21-32.36-38; 14,13). La brevedad de la escena
ante Caifás se explica porque el juicio se había realizado ya durante la vida -
cc. 5 y 7-9-. La escena ante Pilato adquiere un tono majestuoso en el que casi
no se sabe quién es el juez. Le bastan unas palabras para describir la subida
al Calvario y la crucifixión. Para Juan es la marcha de Jesús para tomar
posesión de su trono. Elimina todos los demás acontecimientos (Simón de Cirene,
las mujeres...) para mantener la atención fija en Jesús y en su cruz. Jesús
crucificado en medio de los dos ladrones es su exaltación y la expresión de su
poder de salvación.
San Juan a lo largo del evangelio se
ha preguntado repetidas veces quién era Jesús: cuando los sacerdotes (1,19); la
Samaritana (4,11.29); la muchedumbre (6,2.26); las autoridades judías (7,27;
8,13; 9,29); durante la pasión se hace la pregunta dos veces (18, 4.7; 19,9).
La respuesta ha sido: Jesús es el Hijo de Dios. Para facilitar esta aceptación
de Jesús, como Hijo de Dios, pone de relieve los indicios de su divinidad.
Nadie podía juzgar a Jesús.
Para expresar esta verdad Juan
presenta el juicio ante el mundo y el imperio (19,15). La sentencia se da en
las tres lenguas universales (19,20) a fin de atraer a todos los hombres en
torno a la cruz.
Por la muerte Jesús llega a la
glorificación. La pasión es la hora de la misteriosa glorificación del Hijo del
Hombre. Isaías sitúa esta elevación después de la muerte del siervo (Is 52,13;
53,11). Pablo la identifica con la resurrección y la ascensión (Flp 2,8s). Juan
la ve en lo más profundo de la pasión. Para recordar y explicar este aspecto
Juan hace coincidir la muerte de Jesús con la hora de la inmolación del cordero
pascual. Es la hora en la que la humanidad entra en comunión de vida con Dios.
Para nuestra vida.
Del ritual litúrgico destacamos la
Oración universal larga y completa. También las palabras que invitan a la
adoración de la cruz: "Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del hombre".
Hoy se nos invita a reflexionar qué hizo Jesús por nosotros y qué
hacemos nosotros por El. El vino para ser Camino, Verdad y Vida. Los creyentes
a menudo, caminamos por nuestros caminos, nos creamos nuestras verdades y no
dejamos que El dé sentido a nuestra vida. Vino para darnos la vida y la
salvación, como la vid da la vida a los sarmientos (Jn 15, 1-6). Fue el Mesías
prometido por Dios a su pueblo. Pero fue también el "Siervo de Yahvé"
que soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores. Jesús terminó
clavado en la cruz construida con la madera de un frío árbol, fue asesinado por
su infinito Amor a nosotros y por su obediencia a la voluntad del Padre. El
canto del Siervo de Yahvé es desgarrador: "maltratado voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como un
cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no
abría la boca". La cruz es símbolo de adhesión, de confianza, de amor.
Y, sin embargo, cuando somos incoherentes le matamos en nuestro corazón....le
entregamos como Judas, a cambio de unas pocas monedas sin valor: egoísmo,
comodidad, mediocridad, falta de confianza...).
En la primera lectura el profeta
Isaías nos sitúa ante el “Siervo del Yahvé”, doliente y humillado por el
sufrimiento y la muerte, si bien se anuncia que al final tendrá éxito y será
motivo de salvación para la humanidad. Este anuncio del
profeta nos pone delante de Jesús, el varón de dolores; su entrega hasta la
muerte, se convierte en causa de salvación para nosotros. Escuchemos este
relato estremecedor, pero lleno de esperanza.
El
“siervo de Yahveh” “tomó el pecado de
muchos e intercedió por los pecadores”. En esta tarde de viernes santo
vamos a unirnos nosotros al “cordero llevado al matadero, sin abrir la boca”,
para hacernos corredentores con Cristo y para ayudarle a quitar el pecado del
mundo.
No sabemos, a quién se refería el profeta Isaías cuando hablaba del “siervo de Yahveh”. Es un cántico que nosotros, los cristianos, desde los principios, aplicamos a Jesús de Nazaret, en los momentos últimos de su pasión y muerte.
Jesucristo en su Pasión y Muerte, con sus padecimientos cumple cuanto en dicha
profecía se anunciaba, incluido el valor redentor de su sacrificio, así como el
final glorioso de sus padecimientos.
Las
palabras del profeta parecen proferidas ante la contemplación directa de cuanto
ocurrió en la Pasión. El cargó sobre el peso de nuestros pecados, soportó en
sus espaldas el castigo que habíamos merecido. Por eso Jesús, sabiendo lo que
le esperaba, pide al Padre que le libre de aquella hora, al mismo tiempo que llevado de su amor acepta
sereno su muerte.
Muy útil el salmo para nuestra oración.
"Soy el hazmerreir de mis adversarios...".
fariseos, escribas... se burlaban de El. No se contentaron con matarlo, se
ensañaron y lo envilecieron, entregándolo a los ultrajes humillantes de la
soldadesca... El motivo mismo de la condenación era una burla de desprecio,
escrita en tres idiomas: "Jesús Nazareno, ¡Rey de los judíos!".
"Huyen de Mi... Mis amigos me tienen
miedo...". A pocas horas de la Ultima Cena tomada con ellos, los
apóstoles todos huyeron en el momento del arresto en Getsemaní...
"Oigo las burlas de la gente; se ponen de
acuerdo para quitarme la vida...". Escuchamos a las multitudes
excitadas por sus jefes pedir su muerte: "¡que lo crucifiquen! ¡Qué su
sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!". La muerte que
deseamos para nuestros seres queridos, para nosotros mismos es la muerte
apacible, rodeados por aquellos que nos aman. ¡Qué fortuna para un moribundo,
cuyos últimos instantes transcurren mano sobre mano con la persona amada!
Jesús, por el contrario, estuvo rodeado de rostros airados.
"Me han olvidado como a un muerto, como a un
cacharro inútil...". Expresiones de una violencia inaudita. No, la
muerte de Jesús no fue una muerte "natural"... Fue una muerte
"de desprecio", la muerte de los esclavos y de los condenados,
"como una cosa"... que se puede, si se quiere, "clavar".
"Sin embargo, confío en Ti, Señor, y digo: ¡Tú eres mi Dios!". Hace
bien pensar que Jesús tenía la costumbre de este ritmo de oración en dos
tiempos, que estructuran tantos salmos: a la "lamentación" sigue
"la acción de gracias". Volvemos a encontrar el ritmo del salmo 21,
que comienza en la "derelección" y termina en la alegría de la
"Eucaristía jubilosa".
"En tu mano está mi destino... En tus manos
encomiendo mi espíritu". Estas palabras del salmo afloraron
espontáneamente en sus labios... Antes de entrar en el "sueño de la
muerte". Y la Iglesia en el oficio de "Completas", nos sugiere
repetir cada tarde, antes de acostarnos: ponernos en las manos del Padre.
"Sálvame por tu amor... Bendito sea Dios, su
amor ha hecho en mi maravillas...". En el texto hebreo, aparece la
famosa palabra "Hessed", el amor. La resurrección está próxima, Jesús
lo sabe. ¿Cómo podría olvidarlo en este instante?
"Sed fuertes y valientes de corazón todos
cuantos esperáis en el Señor..." Jesús tenía conciencia de que no
moriría para El solo. Se dirige a todos. El es "el icono" de todo
hombre que muere: "ánimo", nos dice.
Habiendo
puesto este salmo "en labios" de Jesús, hay que ponerlo "en
nuestros propios labios", repetirlo por cuenta nuestra, y para el mundo de
hoy. ¡Hay tantos enfermos, en los hogares y en los hospitales! ¡Tantos
perseguidos, tantos despreciados, tantas personas consideradas como
"cosas"! ¡Tantos aislados, abandonados! Pero vayamos hasta el fin del
salmo, y repitamos también la acción de gracias.
En la segunda lectura de la carta
a los Hebreos, Jesús es el mediador entre el Padre y la humanidad, y ahora
intercede por sus hermanos. Él ha conocido nuestra
debilidad y ha saboreado nuestras lágrimas y dolores; su obediencia y su
ofrenda son la causa de la nueva vida para nosotros. Configurarse con Él es la
meta que se nos propone, hoy, a sus seguidores. Escuchemos esta inmensa
confesión de fe del autor sagrado.
Esta
lectura nos comunica fortaleza, recordando lo
realizado por Jesucristo. "Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para
alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente".
Cristo
es mediador por esto mismo. Puesto por Dios como Mediador, de lo cual no cabe
duda alguna, el autor de Hb subraya y destaca su sacerdocio en cuanto es
solidario con sus hermanos. Un caso concreto es el de la oración en momentos de
angustia y peligro de muerte. Quizá esté pensando en Getsemaní. Ciertamente se
refiere a alguna situación de la vida de Cristo semejante a la Oración del
Huerto. También Jesús conoce por propia experiencia el lado oscuro y sufriente
de la condición humana. Ello nos hace tener, o poder tener, mayor confianza en
él que si lo viéramos desde fuera. Podemos acudir a Él sabiendo que nos
comprende.
El evangelista San Juan nos muestra los últimos pasos del
Maestro, el nuevo hombre. Una piltrafa humana, levantado
sobre la Cruz, mostrado ante el mundo como el mayor de los fracasados de la
historia. Para nosotros, los creyentes, este Crucificado es el resucitado por
Dios, el que con su muerte ha vencido a la muerte y la ha destruido para
siempre. La lectura y meditación del relato de la Pasión, hoy es el centro de nuestra
celebración.
Hoy podemos meditar los hechos narrados en la Pasión. ¿Cómo nos
identificamos en los hechos y personajes?.
El relato de la Pasión del Señor, según San Juan, nos impresiona. Como se sabe la otra jornada de
la Semana Santa en la que se proclama completo el relato de la Pasión ha sido
este pasado Domingo de Ramos. En su liturgia se lee, según el ciclo B, que nos
corresponde este año, el texto evangélico de San Marcos. Y si hoy leemos a Juan
es porque expone la exaltación hacia la gloria total del Señor Jesús.
Juan, como Lucas, ve en la pasión el combate con el
poder de las tinieblas y subraya el carácter voluntario de la entrega de Jesús.
En Juan, como en Mateo, Jesús es rechazado por Israel no sólo porque ha
preferido a Barrabás, sino porque ha elegido al César. El poder de Jesús no es
sólo afirmado, sino que se manifiesta en forma visible en el huerto de
Getsemaní y se impone en los interrogatorios ante Anás y Pilato. Como en Marcos
su relato conserva el carácter de testimonio vivido no por el joven que huye en
la oscuridad, sino por el discípulo amado que testifica oficialmente los hechos
(Jn 19,26.35).
La pasión según san Juan no es sólo una invitación a
un acto de fe como en Marcos, o de adoración como en Mateo, o a la
participación como en Lucas; sino que es sentirse comprometido en el camino que
lleva a la cruz.
La vida humana está llena de
dificultades y problemas, a veces muy graves. Y es en la capacidad para
aguantar y superar estas dificultades y sufrimientos donde se fragua la virtud
y la santidad cristiana. Cristo prefirió sufrir hasta la muerte, antes que ser
infiel a la misión que su Padre le había encomendado. Queda como ejemplo
para nosotros.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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