La primera lectura es del Libro del Éxodo (Ex 16, 2-4. 12-15). Los capítulos 16-18 del Éxodo describen la primera fase de la travesía por el desierto hasta las laderas del Sinaí. En este itinerario aparece el tema del maná como respuesta a las protestas y murmuraciones del pueblo y que es un signo de la solicitud de Dios y, también, como una
prueba que garantiza la misión de Moisés como enviado de Dios, profeta y libertador.
El desierto es presentado en el libro del Éxodo como una realidad ambivalente: por una parte, es el lugar de las revelaciones y de la cercanía de Dios, de la providencia solícita con su pueblo. Pero, por otra, es el lugar de las carencias, de las añoranzas dirigiendo las miradas hacia atrás. La aceptación del plan de Dios conllevó mucha oposición. Pero Dios sabe muy bien donde quiere conducir a su pueblo y para qué. Por eso su proyecto se realiza en contra de todas las oposiciones.
Con la liberación de Egipto, el
pueblo de Israel entra en una etapa que se caracteriza por la inseguridad del
alimento cotidiano. Era normal que surgiera el recuerdo de la situación
precedente que, si no daba libertad, garantizaba el alimento y la tranquilidad.
Pero el Dios de Israel no es un Dios que condene, sino el Dios que salva. En el
maná, el pueblo experimenta la presencia salvífica, aunque la fe queda sometida
a prueba. Al no poder acumular, permanece la inseguridad.
En esta lectura podemos distinguir dos partes:
a) Importancia
de la peregrinación como etapa intermedia (vs. 2-3).
* La
peregrinación de Israel por el desierto es un tiempo intermedio entre la
liberación del poder esclavizador del Faraón, de Egipto y la entrada. Israel
camina hacia la tierra prometida. El Señor no abandona a su pueblo en su lucha
hacia la libertad, pero toda etapa es dura, difícil. Y por eso el pueblo se
subleva protestando y murmurando (este es el marco de fondo de muchos de los
relatos de esta época). El desierto es lucha, prueba, crisol para probar la
madurez del pueblo.
* En su
peregrinar se acercan al Sinaí (no conocemos el lugar exacto de este relato), y
el autor nos recuerda una de tantas murmuraciones y protestas del pueblo contra
sus dirigentes, contra Dios. La falta de alimentos provoca la revuelta en la
que escuchamos aseveraciones blasfemas: La liberación de Egipto (=salida de la
esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida) es considerada como salida
hacia la muerte: "Nos has sacado a
este desierto para matar de hambre a toda la comunidad". Israel añora
los tiempos de pan abundante en Egipto (=seguridad con esclavitud) importándole
muy poco su libertad (=miedo al riesgo). La libertad es esfuerzo, y el esfuerzo
se rehuye.
b)
Alimentación en el desierto (vs. 4, 12-15)
* A pesar de
la postura de Israel, Dios no ceja en su afán de liberarlos, y por eso los
alimenta en el desierto (el autor de este relato unifica el tema del maná y las
codornices; según Nm. 11, 2 ss. El don divino tiene una finalidad: "para que sepáis que yo soy el Señor vuestro
Dios" (v. 12). El Señor está siempre lejano al pueblo y le ayuda.
El maná y
las codornices son don de Dios, respuesta divina a las reclamaciones del pueblo
hambriento. El maná viene del cielo como la lluvia que hace germinar los campos
(v. 4). También aquí hay una prueba: recoger sólo el necesario para cada día.
No se trata de hechos milagrosos, sino de fenómenos naturales de esta región.
En la península del Sinaí no es difícil apresar codornices que caen agotadas al
suelo en su lucha contra el viento: el maná es una especie de goma resinosa que
desprenden los tamariscos "manníferos". Su descubrimiento fue
considerado por el pueblo como un hecho milagroso, al menos en la mentalidad de
la tradición o de los escritores que lo han idealizado.
En el Éxodo
se considera este alimento como algo providencial, como don del Señor y
alimento que sacia (vv. 4. 8. 12. 16. 29...);
El Salmo es
el 77 (Sal. 77, 3 y 4bc. 23-24. 25 y 54). El Salmo nos
sitúa ante el tema de la memoria, por tanto, y la evocación de la «historia de
los orígenes» de Israel, el éxodo, se presenta en lugares claves de la
estructura general del salterio, casi como marcando un ritmo, el ritmo
del recuerdo, que no es puramente «repetitivo» sino también progresivo.
Llaman
particularmente la atención los Sal 77-78 por su posición central y por
el número de las ocurrencias de los dos términos ‘recordar’ y ‘olvidar’ (el más
alto entre los registrados). No se nos oculta, el hecho que el Sal 78 es un
poema en el que encontramos una de las «narraciones» más extensas de la
historia de los orígenes de Israel, de todo el Salterio.
El salterio
nace de una meditación, de un recuerdo continuo de Dios, tal como es
testimoniado en diversos salmos, hasta mediante poemas sucesivos del Salterio
(42; 43; 44; 77; 78; 119; etc.). En otras palabras, el salterio es ya, desde
sus orígenes un «libro de la memoria», fruto de la consciencia que Israel tiene
de la propia vocación: vivir en el constante recuerdo de las maravillas de Dios
(cfr. Ex 13,3; 20,8; Nm 10,9; 15,39. 40; Dt 5,15; 7,18;
8,2. 18; 9,7; 15,15) manteniendo viva esta memoria «en medio de los pueblos»
(cfr. Est 4,17k-z; Sal 67,3; 96 3; 98,3; etc.). Justamente por
esto, cada persona (cfr. Sal 1,1) es invitada a recorrer su camino, a
orar con el pueblo de Dios en su itinerario hacia el Reino.
Prácticamente
toda la investigación actual está de acuerdo en que el Salterio, como Libro
tiene un portal de entrada (Sal 1 y 2) y un portal de salida a toda
orquesta (Sal 146-150), pero ¿posee también un ‘centro’?: todo el
Salterio hace memoria, canta y cuenta, orantemente, las maravillas de Dios (mirabilia
Dei) y dicho centro lo constituye el salmo 78, que según los cómputos
rabínicos está, aun materialmente, en el centro de los 2527 versos que componen
el entero libro. Ese centro se presenta como un gran fresco, - ¡para usar una
metáfora pictórica! -, de la historia de Israel que desde Egipto y el Sinaí
llega a culminación con la elección del mesías davídico (Sal 89; 132),
el pastor sabio, que los pastoreó con integridad de corazón (Sal
78,72)[1].
La segunda lectura es de la carta del Apóstol San
Pablo a los Efesios (Ef 4, 17. 20-24). Continuando con las exhortaciones éticas de la
carta, volvemos a encontrar una nueva recomendación general a una conducta
correcta y conforme a la fe que se dice profesar. Siempre sin entrar en muchos particulares. Por un
lado, está claro que el cristianismo no es un modo de vida libertino o
independiente de la ética y moral. Lo necesidad será averiguar las
concretizaciones de esta actitud general. Ciertamente, un creyente se
diferencia, aun en lo externo de quien no lo es o como él mismo antes de vivir
la fe.
Este fragmento de la
carta de los Efesios recuerda a los creyentes la santidad de vida a que han
sido llamados: “Dejad que
el Espíritu renueve vuestra mentalidad, y vestíos de la nueva condición humana,
creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas”. (v 24). Esta vocación
es, en primer lugar, a la unidad, que lleva a evitar todo aquello que puede ser
motivo de división o dispersión de los creyentes. Las relaciones entre los
hombres no son siempre fáciles ni llanas, y todo el mundo sabe la necesidad que
tenemos de humildad, mansedumbre, paciencia y capacidad de soportarnos
mutuamente para mantener vivas estas relaciones pacíficas con los otros. Es
verdad que la unidad y la paz son un don de Dios, pero es necesario que cada
uno la cultive en sí mismo para que así se implanten y florezcan en la
sociedad.
El autor se dirige a
los convertidos del paganismo y les pide que se despojen del hombre viejo.
Mantener formas de vida pagana, después de haber sido injertados en Cristo, es
absurdo. Los creyentes deben llegar a ser hombres totalmente nuevos, renovados
en la mente y en el espíritu.
Empieza la
exhortación confrontando la conducta de los gentiles y la de los cristianos. La
inmoralidad de los gentiles tiene su razón de ser en la perversión del criterio
moral. La pureza del cristiano se funda en la verdad que es Cristo. Existe en
cada uno de nosotros el hombre nuevo y el viejo. El hombre viejo es el hombre
en cuanto sujeto al pecado. Pablo lo presenta con tres rasgos: su corazón se ha
endurecido, su juicio se ha complacido en la vaciedad=ídolos, su pensamiento se
ha oscurecido. Presenta la conversión como un despojarse del hombre viejo y
revestirse del nuevo. El contenido de esta imagen es el de una renovación
interior y conversión moral. Despojarse y revestirse se realiza en el bautismo.
El rito de inmersión es despojarse-morir y el de emersión es
revestirse-renacer.
Despojarse del hombre
viejo y revestirse del nuevo, exige renovarse en la mente. Esto se manifiesta
en el abandono del comportamiento pagano. Quien quiere revestirse y ser hombre
nuevo ha de alimentarse del manjar nuevo, que es Cristo. La Iglesia, pueblo de
creyentes en camino por el desierto, busca su seguridad no en las realidades
terrenas ni en las instituciones, sino en el ejemplo y doctrina de Cristo.
La búsqueda de la
unidad, que es un bien social, aparece, además, entre los creyentes como una
exigencia lógica dimanante de las enseñanzas recibidas. En efecto, se les dice
que solamente hay un cuerpo y un Espíritu, una sola esperanza, un solo Señor,
una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios, Padre de todos. Así, pues, las
divisiones entre ellos no tienen ningún sentido. Por otro lado, las diferencias
existentes entre los miembros del cuerpo por haber recibido dones diversos no
son para el provecho personal de los favorecidos sino una ayuda en las tareas
de servicio que les han sido encomendadas. Porque, de hecho, cuanto se realiza
en la comunidad sólo tiene un fin: el perfeccionamiento de los consagrados para
la edificación del cuerpo de Cristo. Todos ellos han sido como absorbidos por
una corriente caudalosa de vida que los dirige hacia la misma meta: la unidad
de fe en el pleno conocimiento del Hijo de Dios, el hombre acabado. Llevados
por semejante corriente de vida, todo lo otro que los hombres les puedan
ofrecer o prometer suena a sus oídos como vendavales huecos que no se sabe ni
de dónde vienen ni adónde van.
Podemos afirmar como
resumen que el texto de hoy no hace otra cosa que invitarnos a reflexionar
sobre la seriedad y solidez de la vocación cristiana, sobre la unidad del amor
comparándola con la inconsistencia de cualquier otro ideal que los hombres
puedan ofrecer a los creyentes.
Así San comenta Agustín
esta segunda lectura
“ Vuestra santidad oyó conmigo al apóstol Pablo cuando lo leímos. Decía:
Como es verdad en Jesús, deponed e! antiguo modo de vivir ajustado al hombre
viejo, viciado por apetencias seductoras; renovaos en el Espíritu de vuestra
mente y revestíos del hombre nuevo creado según Dios en justicia y santidad
verdaderas (Ef 4,21-24). Para que nadie piense que debe despojarse de alguna
prenda, como se despoja de una túnica, o que debe tomar algo externo, como
quien recibe un vestido, como quien se quita una túnica y se pone otra, forma
carnal de entender que impediría a los hombres el obrar espiritualmente en su
interior, a continuación expuso en qué consiste el despojarse del hombre viejo
y revestirse del nuevo. El resto de la lectura va encaminado a hacerlo
entender.
Alguien le podría decir: «¿Cómo he de despojarme
del viejo o revestirme del nuevo? ¿Soy acaso un tercer hombre que he de deponer
el viejo hombre que tuve y asumir uno nuevo que no he tenido? Habría que pensar
en tres hombres, hallándose en el medio el que depone el viejo y asume el
nuevo». Así, pues, para que nadie, obstaculizado por tal forma carnal de
comprender, dejase de hacer lo que se le manda y para no hacerlo buscase
excusas en la oscuridad de la lectura, continúa: Por tanto, abandonando la
mentira, hablad verdad. En esto consiste el despojarse del hombre viejo y
revestirse del nuevo: Por tanto, abandonando la mentira, que cada cual hable
verdad con su prójimo, puesto que somos miembros los unos de los otros (Ef
4;25).”. ( San Agustin. Comentarios
al salmo 25 II, 1-3).
El Evangelio
es de San Juan (Jn 6, 24-35). El capítulo 6 lo concibe el autor como una
celebración paralela de la fiesta de Pascua. Para Juan, la Pascua no se celebra dónde está el Templo, sino allí
donde está Jesús. La fiesta al aire libre de comienzos del cap. 6 el autor la
presenta como contrarréplica al cuadro deprimente de inválidos en Jerusalén a
comienzos del cap. 5. El Templo genera personas inválidas; Jesús, personas
libres.
El texto comienza
cuestionando la búsqueda de Jesús por parte de la gente. Se trata de una
búsqueda anecdótica, interesada, que no profundiza. Sigue en el v. 27 una
invitación a otro tipo de búsqueda, a otro tipo de esfuerzo y de trabajo. ¿Qué
trabajo es éste?, se pregunta el v. 28. Respuesta: dar crédito al enviado de
Dios (v. 29). Pregunta: danos una señal de credibilidad, como Moisés dio la
suya (vs. 30-310. ¿Moisés? No. Dios es quien da la señal de credibilidad (vs.
32-330. Esta señal es Jesús (v. 35).
Con la marcha de Jesús al final del domingo
pasado, el autor dejaba en suspenso el reconocimiento de la realeza de Jesús
hasta la hora de la cruz. El texto de hoy restablece la comunicación de la
gente con Jesús. La primera pregunta (¿cuándo has venido?) suena casi formal,
una forma de iniciar la conversación. Inmediatamente Jesús centra el tema en
los vs. 26-27 invitando a la gente a descubrir lo que quería evocar la acción
milagrosa realizada el domingo pasado.
La
formulación del descubrimiento en términos laborales determina la siguiente
pregunta de la gente. ¿Qué tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios
quiere? La gente pide a Jesús un aval, una garantía de lo que acaba de decir, a
semejanza de lo que hizo Moisés con sus antepasados:
¿Qué
signo nos ofreces tú? ¿Cuál es su trabajo? (vs. 30-31). Jesús responde
afirmando que el sello de garantía del pan lo pone el Padre (vs. 32-33). Ante
un pan que tiene un sello de garantía de tal categoría la gente no tiene más
pregunta que una petición: Danos siempre de ese pan (v. 34). Llegamos al
momento culminante del diálogo: “Yo soy
el pan de vida. El que acude a mí no pasará hambre, el que cree en mí no tendrá
nunca sed”.
La
palabra clave del discurso es el "pan". Por eso Juan lo repite siete
veces en cada sección de este capítulo. Y siete veces aparecerá la expresión:
"que ha bajado del cielo".
Y ahora se añade que "Jesús se hace nuestro pan cuando creemos en
él". Antiguamente Dios facilitó a los israelitas un alimento especial (el
maná), cuando les faltó todo en el desierto. Quizá los oyentes esperaban ahora
que Dios les solucionara los problemas. Y nosotros hacemos lo mismo pidiéndole
constantemente favores. Pero, si Dios se conforma con ser nuestro bienhechor y
nosotros aceptamos ser simples limosneros, pronto terminamos por fijarnos
solamente en las cosas que Dios nos proporciona; casi no se las agradecemos y,
luego, nos volvemos a quejar. Así pasó con esos israelitas que, después de
recibir el maná, se rebelaron contra Dios y "murieron en el
desierto". Y es que las cosas, aunque vengan del cielo, no nos hacen
mejores ni nos confieren la vida eterna.
Por
eso, ahora Dios propone algo nuevo. El "pan que baja del cielo" no es alguna cosa, sino alguien, y ése
es Cristo. Ese pan verdadero nos comunica la vida eterna, pero, para recibirlo,
se necesita dar un paso, o sea, creer en Cristo a raíz de un compromiso
personal.
Para nuestra vida.
En la primera lectura se describe que el pueblo,
tras su salida de Egipto, ya en el desierto, desesperado, protesta contra
Moisés porque los ha llevado a una libertad que viene a ser para ellos una
esclavitud mayor.
El tema del
libro del Éxodo es la liberación de Egipto y la manifestación de Dios en el
Sinaí por medio de la alianza. Al lado de este tema hay unas narraciones sobre
la peregrinación de Israel por el desierto. La finalidad de estos relatos es
afirmar que en el desierto Yahvé ha hecho de Israel su pueblo. Con algunas
incongruencias, el esquema de estas narraciones es: murmuración contra Moisés
por alguna situación desagradable; diálogo entre Moisés y Dios; milagro o
solución de la dificultad.
En el texto
bíblico encontramos dos temas bien diferenciados, pero que se complementan
mutuamente. En el primer tema -la murmuración del pueblo (vv 2-3.6-7.9-12) hay
que destacar la reacción negativa del pueblo ante las dificultades que comporta
el camino de la libertad (v 3). El pueblo se cansa pronto de la lucha, y a la
hora de optar entre la comodidad y la libertad, cede al encanto de la
comodidad. Hay también otro aspecto muy importante en la manera de hacer del
pueblo: la murmuración contra los jefes (v.2): el pueblo, en masa, renuncia
fácilmente a las responsabilidades colectivas. Los que habían hecho la opción
por la libertad y habían salido de Egipto eran todos. En teoría, todos estaban
decididos a todo. Pero ahora, cuando se encuentran con la dura realidad,
renuncian a los principios democráticos y hacen recaer la responsabilidad de
las dificultades únicamente sobre los jefes. Por eso Moisés tiene que
puntualizar: no murmuráis contra nosotros sino contra Yahvé ( v 7 ). El es el
que lleva la iniciativa de la liberación. Los jefes no son más que servidores
suyos y del pueblo.
La
murmuración es la actitud del que se encuentra en una situación nueva en la que
está en juego su vida. Es la situación del que se fuga de un campo de
concentración o de tantos otros peligros. Se siente libre, pero poco a poco le
llega la inseguridad, el hambre, el no dejarse ver ni reconocer. ¿Qué libertad
es la que ha adquirido? Surge el miedo de haber tenido el valor de escapar, de
haber mirado hacia adelante, de haberse comprometido, y desea volver atrás. La
murmuración es una realidad que también nos
afecta a los creyentes de esta siglo XXI.
En el segundo tema se nos presenta
el contorno providencial del hallazgo de un nuevo alimento. Aquellos hombres se
veían obligados a vivir sobre todo de los productos del ganado que habían
tomado consigo en el momento del éxodo (cf. 23). El descubrimiento de nuevos
alimentos en aquellas trágicas circunstancias es recibido como un verdadero
milagro de la providencia de Dios. Y ciertamente es Dios el que lleva al hombre
a descubrir -"dominar"- las riquezas que él mismo ha puesto como
posibilidades de la creación. En lo que se refiere al tema concreto del maná,
la reflexión teológica de Israel lo va desarrollando en el sentido de
relacionar estrechamente, hasta identificarlos, los conceptos de "pan del
cielo" y de "palabra de Dios". El signo del maná es
presentado por el autor como una prueba. Dios quiere de su pueblo algo
importante, como es establecer con él una alianza definitiva. Entender la fe
como encuentro personal con el Dios providente y solícito no es tarea fácil. El
camino de la fe está sembrado de pruebas y debates.
Jesús tomará
de nuevo estas expresiones "pan del cielo" y de "palabra de
Dios" y las llevará a la plenitud total: el pan-palabra bajado del cielo,
que sacia realmente el hambre del hombre y le da «vida», es él mismo, comido en
la eucaristía, memorial de su sacrificio salvador.
El
relato constituye lo que se conoce como
las tentaciones del desierto, lo que es proverbial en la tradición bíblica y en
algunos salmos (v. g. Sal 94). Moisés, como intermediario, pide a Dios su
intervención y se le comunican las decisiones. Dios no abandona a los suyos y
les envía las codornices y el maná, cosas naturales por otra parte, aunque
después se le ha dado un valor significativamente teológico y espiritual. Los
recuerdos y las tradiciones del desierto han marcado la historia de la “liberación”
de la esclavitud para poner de manifiesto que si bien es verdad que lo pasaron
muy mal, nunca Dios los abandonó.
Todos
sabemos que estas cosas pueden ser consideradas como sucesos naturales, ya que
una banda de aves que van de paso pueden servir de alimento para ellos. Y de la
misma manera en el desierto, por razones de la ecología misma, del contraste
entre sus altas temperaturas del día y las bajas de la noche ciertas plantas
tienen un proceso de producción de néctares, los cuales recogidos y cocinados
puede ser como unos panecillos. Los beduinos del desierto lo saben. Pero lo
importante en un relato popular religioso como éste y poner de manifiesto la
providencia de Dios que no abandona a su pueblo y les pide la fidelidad. Y esa
es la lección constante de la vida. Por ello, en la tradición bíblica, el maná
estará cargado de una teología que el evangelio de Juan transformará en una de
las claves de su capítulo sobre el pan de vida.
El salmo 77 y en los versículos proclamados hoy es
comentado así por Jerónimo
Presbítero "La Sagrada Escritura nos pide
que, cuando seamos invitados a un rico banquete, extendamos con mucha
discreción nuestra mano hacia los manjares (cf. Pr 23,1). Tenemos dispuesto ante nosotros el rico banquete de las
Escrituras. Nos encontramos ante una pradera con gran abundancia de flores: por
allí brilla una rosa, más acá la blanca pureza de unos lirios, por todas partes
nos atraen toda suerte de flores. Nuestra alma vacila a la hora de elegir entre
las más hermosas. Si nos decidimos por la rosa nos privamos de los lirios, si
no renunciamos a su blancura nos quedamos sin margaritas. Lo mismo sucede con
el salmo septuagésimo séptimo, lleno de enigmas y recubierto de innumerables
misterios en cualquiera de sus expresiones que decidamos tomar en
consideración. ¡No nos es posible elegirlas todas, elijamos las que podamos!
(...) Habría mucho más que decir dado que este salmo es riquísimo, pero no
disponemos de tiempo. Roguemos al Señor que abra el mar [para lograr cruzarlo
sin ahogarnos] y que a nuestro paso de una roca haga brote agua, de modo que
nuestros cadáveres no queden diseminados por el desierto. Ciertamente ustedes
no ignoran que los despojos de nuestros padres yacen por el desierto hasta el
día de hoy. ¡Créanme! Cada vez que diviso una sinagoga me vienen a la mente
aquellas palabras del apóstol Pablo (Rm 11,17-18), por las que nos exhorta a no menospreciar al olivo [noble],
cuyas ramas fueron desgajadas, sino sentir temor, pues si aquello le ocurrió a
las ramas naturales, ¡cuánto más [podría ocurrir] con nosotros, que fuimos
injertados en él! " (Jerónimo
Presbítero, Tratado sobre el salmo 77).
La segunda lectura de Efesios prosigue la parte
exhortativa de la carta a los Efesios del domingo anterior. El
texto es de la segunda parte del
capítulo 4 cuyo tema es la vida nueva en Cristo.
El
autor de la carta deja la reflexión de alcance eclesial propiamente dicha, para
exhorta al sentido personal (aunque siempre comunitario) de la existencia
cristiana. Son como las exigencias de la vida cristiana, en un conjunto muchos
más amplio (4,17-5,20). Es una exhortación ética en plena regla, pero desde la
ética cristiana. Se han usado los criterios literarios propios de la época,
incluso con un estilo retórico bien definido para resaltar los contrastes entre
la vida cristiana y la vida mundana. Eso quiere decir que la ética humana es
asumida plenamente en el cristianismo primitivo, pero con las connotaciones que
el Espíritu de Jesucristo “acuña” en el corazón del cristiano, que le hace
sentirse una persona nueva. Toda ética propugna una persona nueva, pero esto no
se puede conseguir solamente con la fuerza de voluntad. El cristiano tiene que
ponerse en manos del Espíritu de Jesucristo.
El
autor, pues, les convoca a vivir como personas nuevas, no como viven los
paganos, que no tienen la experiencia del Espíritu por la que los cristianos
están marcados. Aquí, como en casi toda la literatura neotestamentaria, se
presenta el contraste entre el hombre viejo y el hombre nuevo con un énfasis
particular sobre la “banalidad de la vida”, la vida vacía, la vida sin sentido
y la vida entregada a los poderes de este mundo. Porque debemos reconocer que
los no-creyentes o no religiosos no son triviales por naturaleza; por el
contrario, hay personas que no siendo religiosas o cristianas tienen una ética
envidiable; y muchos religiosos e incluso cristianos tienen más de personas
viejas que de hombres nuevos. En esto debemos tener cuidado a la hora de
presentar estos valores. Es verdad que entonces, con un dualismo exagerado, se
pensaba que los «otros» que están fuera, que no son de los nuestros, no están
en el camino verdadero. Pero a pesar de todo, lo fundamental de la lectura de
hoy es una exhortación a ser discípulos de Jesús viviendo su Espíritu, porque
no tener ese Espíritu significa estar sometidos a los criterios de este mundo
en el que ya sabemos que no hay lugar para el amor, el perdón, la misericordia,
la paz y la entrega sin medida.
El
mensaje del texto es claro, la esperanza cristiana no exime al hombre de su
compromiso temporal, pero le ofrece la clave de interpretarlo y asumirlo desde
la fe. Ofrece al hombre otro modo de entender el cotidiano vivir. La fe
proporciona al hombre una nueva condición humana porque tiene fuerza humanizadora.
El Evangelio proporciona a los creyentes un cambio de mentalidad, no de
domicilio. Y este cambio de mentalidad favorece y posibilita la verdadera
humanización del mundo. El autor de la carta remite al proyecto original de
Dios sobre el hombre: es su imagen. Cristo Jesús ofrece al hombre el
reencuentro con su origen, siempre según el modo de entender al hombre la Escritura: la obra escatológica de Cristo
conecta con el proyecto original de Dios.
La gracia de
Dios es el mismo Jesucristo, comunicado a los hombres con la fuerza del
Espíritu. Acentuar este principio es "personalizar" la realización
entre Dios y nosotros, huir de una posible cosificación de la gracia y de
los dones de Dios. Es también -y muy importante- "personalizar"
la Eucaristía, como actualización sacramental de la iniciativa salvífica
realizada definitivamente en el misterio de Cristo.
La fe es, a la
vez, gracia de Dios y esfuerzo del hombre. Aquí puede ayudar mucho el
texto de la segunda lectura: "Vestíos de la nueva condición humana, creada
a imagen de Dios". La alusión, indicada antes, al tema del paraíso
queda completada. Hay que hacer el esfuerzo de revestirse, despojándose
antes de la naturaleza envejecida; pero el nuevo vestido no es autodado,
sino "creado por Dios". Difícilmente se puede explicar mejor el
acto de fe. Su consecuencia está clara en las palabras de Jesús: los que
van=creen en él, quedarán perfectamente saciados.
La acción de
gracias es el ambiente en el que se vive la fe. No puede ser de otro modo
cuando esta fe es consciente de su naturaleza. Por eso, la vida cristiana es
una vida "eucarística", que tiene en la Eucaristía, "su
fuente y su culminación". La fuente, porque en la Eucaristía se
actualiza, para cada creyente y para toda la Iglesia, el misterio del don
de Dios: el pan que baja del cielo para dar la vida al mundo. La
culminación, porque la vida en la fe no tiene otra manera más perfecta de
expresarse que la de incorporarse a la acción sacrificial y de alabanza
del Padre, que es la oblación amorosa del Enviado.
Así comenta San
Agustín esta lectura: “Hermanos, nadie de
vosotros piense que debe hablar verdad con los cristianos y mentira con los
paganos. Habla verdad con tu prójimo. Tú prójimo es todo aquel que ha nacido
como tú de Adán y Eva. Todos somos prójimos en razón de nuestro nacimiento
terreno; y de otra forma, hermanos en razón de la esperanza de la herencia
eterna. Debes considerar como prójimo tuyo a todo hombre, incluso antes de ser
cristiano. En efecto, no sabes lo que él es ante Dios; ignoras cómo lo ha conocido
Dios en su presciencia. A veces se convierte aquel de quien te mofas, porque
adora a las piedras, y comienza a adorar a Dios con más fervor que tú que poco
antes te mofabas de él. Luego hay prójimos nuestros latentes entre los hombres
que aún no pertenecen a la Iglesia y hay muchos ocultos en la Iglesia que están
lejos de nosotros. Por tanto, dado que desconocemos el futuro, consideremos a
todos los hombres como prójimos, no sólo en atención a la misma condición de la
mortalidad humana, por la que llegamos a esta tierra en situación idéntica,
sino también considerando la esperanza de aquella herencia, puesto que no
sabemos lo que ha de ser quien ahora no es nada.
Prestad atención a los restantes actos del revestirse del hombre nuevo y
del despojarse del viejo. Abandonando la mentira, que cada cual hable verdad
con su prójimo, puesto que somos miembros los unos de los otros; airaos, pero
no pequéis. Por tanto, si te aíras contra tu siervo porque ha pecado aírate
también contra ti mismo para no pecar tú. No se ponga el sol sobre vuestra ira
(Ef 4,26). Esto ha de entenderse, hermanos, en su sentido literal. Si debido a
la condición humana y a la debilidad de la mortalidad que pesa sobre nosotros,
consiguió entrar la ira en el corazón del cristiano, no debe permanecer en él
por largo tiempo, ni siquiera hasta el día siguiente. Expúlsala del corazón
antes de que se ponga esta luz visible, para que no te abandone la luz
invisible.
Pero se puede entender también justamente de otra manera, puesto que
nuestro sol de justicia es Cristo-verdad. No se trata de este sol que adoran
los paganos y maniqueos y que ven incluso las bestias, sino aquel otro cuya
verdad ilumina a la naturaleza humana, en cuya presencia gozan los ángeles,
mientras que la débil mirada del corazón de los hombre, que parpadea a la luz
de sus rayos, necesita ser purificada mediante el cumplimiento de los
mandamientos, para poder contemplarla. Cuando este sol comience a habitar en el
hombre por medio de la fe, no tenga tanta fuerza la ira que nazca en ti que se
ponga el sol sobre tu ira, es decir, que abandone Cristo tu mente. Cristo, en
efecto, no quiere habitar con tu ira: Da la impresión que es él quien declina
de ti, cuando en realidad eres tú quien declinas de él. La ira cuando envejece
se convierte en odio; y una vez que se haya convertido en odio, eres ya un
homicida. Todo el que odia a su hermano es un homicida (1 Jn 3,15), dice el
apóstol Juan. Él mismo dice además: Todo el que odia a su hermano permanece en
las tinieblas (ib., 29). Nada tiene de extraño que permanezca en las tinieblas
aquel en quien se ha puesto el sol”. ( San Agustin. Comentarios al salmo 25 II, 1-3).
Hoy el evangelio nos lleva hasta la ciudad de
Cafarnaúm a donde Juan quiere traernos después de la multiplicación de los
panes, cuando Jesús huye de los que quieren hacerle rey evitando un mesianismo
político. Todo es, no obstante, un marco bien adecuado para
un gran discurso, una penetrante catequesis sobre el pan de vida, en la que
confluirán elementos sapienciales y eucarísticos. Este discurso es de tal
densidad teológica, que se necesita ir paso a paso para poder asumirlo con
sentido. Jesús no quiere que le busquen como a un simple hacedor de milagros,
como si se hubieran saciado de un pan que perece. Jesús hacía aquellas cosas
extraordinarios como signos que apuntaban a un alimento de la vida de orden
sobrenatural. De hecho, en el relato se dice que Moisés les dio a los
israelitas en el desierto pan, por eso lo consideran grande; esa era la idea
que se tenía. Jesús quiere ir más allá, y aclara que no fue Moisés, sino Dios,
que es quien tiene cuidado de nuestra vida.
Aunque
el pan que sustenta nuestra vida es necesario, hay otro pan, otro alimento, que
se hace eterno para nosotros. Juan, por su parte, quiere ir a lo cristológico,
bajo la figura del Hijo del hombre. Los rabinos consideraban que el maná era el
signo de la Ley y ésta, pues, el pan de vida; el evangelista combate dicho
simbolismo en cuanto el maná es un alimento que perece (como lo hace notar el
texto de Ex 16,20) y, por la misma razón, en esta oposición entre Jesús y la
Ley, se pone de manifiesto que la ley es un don que perece para dar paso a algo
que permanece para siempre. Jesús es el verdadero pan de vida que Dios nos ha
dado para dar sentido a nuestra existencia. El pan de vida desciende del cielo,
viene de Dios, alimenta una dimensión germinal de la vida que nunca se puede
descuidar. La revelación joánica de Jesús: “yo soy” (ego
eimi) es para escuchar a Jesús y creer en El, ya que ello, en
oposición a la Ley, nos trae el sentido de la vida eterna.
El
discurso refleja toda la entraña polémica de la escuela o la comunidad joánica.
Ya vimos el domingo pasado que el relato de la multiplicación de los panes era
la “excusa” del autor o los autores del evangelio de Juan para este discurso de
hoy que llevará a una de las crisis en el entorno del mismo Jesús (y según la
interpretación de la escuela joánica). Estamos, sin duda, ante un discurso que
todavía es “sapiencial” para acabar siendo “eucarístico” a todos los efectos
como reconocen los grandes intérpretes (Jn 6,53-58).
En
esta parte del discurso de Jn 6 se nos está hablando del “pan de la verdad”,
que es la palabra de Jesús en oposición a la Ley como fuente de verdad y de
vida para los judíos. Antes, pues, de pasar a hablarnos del pan de la vida, se
nos están introduciendo en todo ello, por medio del signo y la significación
del maná, del pan de la verdad. Y el pan de la verdad nos ha venido, de parte
de Dios, por medio de Jesús que nos ha revelado la fuente y el misterio de
Dios, del misterio de la vida.
Jesús no se conforma con mostrar la
bondad de Dios en la multiplicación de los panes, sino que quiere que
aprendamos la lección que hay detrás de este acontecimiento. La realidad
material es importante, las necesidades físicas son urgentes, pero el Señor no
quiere que nos acerquemos a Él sólo por esto. Hay temas más relevantes.
El Señor no quiere que nos quedemos
en lo superficial y en lo material, sino que desea que sus discípulos den el
paso de la fe mirando la realidad con profundidad. Nos pide que trabajemos no
por el pan material que es perecedero, sino por el alimento que perdura hasta
la vida eterna. Esto supone un cambio radical, ya que lo inmediato no es lo más
importante.
Las palabras de Jesús crean
desconcierto en sus oyentes, que se preguntan qué es lo que Dios quiere. La
respuesta es que Dios espera de nosotros que creamos en el que Él ha enviado,
porque la fe supone entrar en un camino de seguimiento y transformación de
nuestra vida. Pero sus oyentes piden signos para creer. También nos pasa, en
ocasiones, a nosotros cuando vivimos una fe fría y desencarnada. Uno de los
signos que quedó en la memoria de Israel fue el maná, que atribuían a Moisés.
Jesús quiere que entiendan que ese alimento fue un don de su Padre Dios y
expresión de su providencia amorosa.
El discurso de Jesús debió ser tan
cálido y tan claro, que no provocó el rechazo en sus oyentes, sino que aumentó
el deseo. No acusan a Jesús de considerarse hijo de Dios, que era una osadía,
sino que le piden tener siempre de ese pan.
Entonces se produce la revelación
fundamental: Jesús es ese pan de vida, que sacia al que lo come y llena al que
cree en Él. No hemos de buscar, pues, otros alimentos que nos prometan aquello
que anhelamos.
Todo lo que necesitamos está en
Jesús y Él se nos entrega en la Eucaristía. Agradezcamos este inmenso don y
dejemos que nos llene de su vida para llevarla a los que no la conocen y viven
en sombras de muerte.
Rafael
Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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