Comentarios
a las lecturas del XV Domingo del Tiempo Ordinario 14 de julio de 2024
Las lecturas
de hoy, la profética y la evangélica, nos pueden permitir hacer un
retrato-robot de la identidad del cristiano a partir de los rasgos fundamentales
que caracterizan la misión apostólica. Porque el cristiano, seguidor de
Jesucristo, incluso antes de llamarse así, era aquél que, desde la fe en
Jesucristo como Señor, tomaba un nuevo camino y se ponía en marcha para
anunciar la Buena Noticia del Reino y para irla haciendo realidad. Dejar
el antiguo camino (pecado, idolatría, judaísmo, etc). para tomar con otros
el camino hacia el Reino del Padre.
Hoy como ayer, el Señor nos envía a anunciar su Palabra, a curar y consolar a los enfermos, a anunciar la paz que Él trae, la paz del espíritu y ello, aunque nos cueste indiferencia, incomprensión o persecución por su causa, pero, a pesar de ello, siempre habrá lugares donde evangelizar. ¿Cómo puedes y donde el Señor te llama y envia a evangelizar?. ¿Cómo ser profeta en tu vida cotidiana?.
La primera lectura nos sitúa ante el envió como profeta de Amos (Am. 7, 12-15 ), “ve y profetiza a mi pueblo de Israel”. texto de Am. 7,10-17 es capital para entender la vocación profética y, más en concreto, sus relaciones con los poderes establecidos: el rey y el sacerdote (cfr. Dt. 17-18). El rey del N. tiene su santuario real en Betel, la ciudad tradicionalmente ligada al patriarca Jacob (=Israel), en ella ofician sacerdotes creados por el fundador del reino, Jeroboam I, y que están al servicio del monarca de turno. Este santuario es como el corazón del reino, y así como el reino tiene sus fronteras también el templo es un espacio acotado y controlado por los sacerdotes al servicio del rey.
-Y en este espacio acotado irrumpe
algo nuevo e inesperado: la palabra de Dios traída por un profeta de allende
las fronteras. Viene de fuera, sin pedir permiso, como tomando posesión; más
aún, hace de Betel como una caja de resonancia para que el mensaje resuene en
todo el reino: el país no puede soportar sus palabras.
La amenaza de Amós pone en
movimiento el mecanismo de la denuncia: Amasías, representante de la religión
institucionalizada, denuncia al portador de la palabra divina ante el rey. Y
tras la denuncia, la orden de expulsión: en su patria, Judá, podrá desarrollar
su actividad profética, pero no en un territorio ajeno. El tinglado religioso
no puede desmontarse ni se puede perder la fuente de ingresos. Así el rey y el
gran sacerdote pretenden neutralizar la palabra de Dios como si ésta pudiera
depender del permiso y de la tolerancia del rey y del sacerdote.
-En ese momento Amós reacciona
con más vigor (v.s. 14-17). Amasías ha informado al rey y ha intentado
intimidar al profeta, pero Amós no predica por ganarse el sustento cuotidiano...
y así se siente libre para proclamar una sentencia soberana. Por medio de su
profeta, la palabra divina penetra, se instala, expulsa, actúa en la historia.
El profeta molestaba a
demasiada gente: a la casa real, a los funcionarios políticos, a los
comerciantes sin moral, a los sacerdotes adictos a las razones de Estado, a las
damas de la alta sociedad, a los magistrados corrompidos y corruptores, etc.
Más que en defender el origen carismático de su vocación y misión, Amós pone el
acento en demostrar que Dios lo ha investido de autoridad para denunciar ahora
y aquí los crímenes de Israel y predecir su castigo. Ante una religión que
busca instrumentalizar los conceptos de elección y de pacto, para crear en el
pueblo un sentido de seguridad respecto a su futuro, Amós denuncia la
infidelidad a la alianza. Si puede llamarse revolucionario, sólo lo será en el
sentido de que él busca restablecer el orden querido por Dios; la
transformación que preconiza es una conversión. El profeta manifiesta que si se
entrega a la tarea de denunciar el orden existente es en virtud de una
encomienda divina, directamente opuesta a la pretensión de Amasías: "Vete,
escapa a la tierra de Judá y come allí tu pan haciendo de profeta" (v 12).
La insistencia en el tema
revela el significado primordial del relato: el mensajero no puede elegir su
destino sino que debe ser inexorablemente fiel a quien le envía. «¡Ay de mí si
no evangelizara!» (1 Cor 9,16).
El conflicto entre Amós y
Amasías es el conflicto entre la autoridad de la palabra de Dios y la autoridad
del Estado, que se sirve de la religión. El pastor de Tecua no apela al éxtasis
ni a la pertenencia a asociaciones proféticas: la única prueba de autenticidad
de su palabra es su entrega total a ella. El profeta tiene el valor y la
sabiduría de enfrentarse a Amasías no con oscuros razonamientos, sino sólo con
la palabra, con los criterios de fe.
El salmo responsorial de hoy (Sal. 84) nos prepara, nos invita y nos hace expresar en actitud orante la
necesidad de la intimidad y cercanía del Señor. "Muéstranos, señor, tu
misericordia y danos tu salvación".
Este salmo está marcado en su
totalidad por el tema del "retorno". La situación que dio origen a
este salmo no es otra que el regreso de los deportados de Babilonia. Con base
en este acontecimiento histórico, considerado como un acto de perdón de Dios,
se le pide una nueva gracia. Luego del entusiasmo por el retorno de las
primeras caravanas de prisioneros liberados, se encuentra uno súbitamente ante
la decepción de lo "cotidiano": la reconstrucción del Templo tomaba
tiempo y los enemigos hostigaban sin cesar a los nuevos repatriados (Esdras
4,4).
El plan del salmo es claro:
La primera estrofa recuerda las
intervenciones de Dios en el pasado: seis verbos en pasado que tienen a Dios
como autor. Luego dos estrofas que expresan la oración actual, y que se resume
en dos peticiones: "Haznos volver". "¿No volverás?".
Finalmente el salmista se
recoge para "escuchar" la respuesta de Dios en forma de Oráculo: Sí,
Dios promete que va a volver, trayendo sus beneficios.
Desde el punto de vista
literario, admiremos el juego danzante de repetición de palabras. Once palabras
se repiten: regresar, salvación, amor, verdad, justicia, cólera, dar, tierra,
pueblo, decir... paz...
Así comenta San Juan Pablo II este salmo: " 1. El
salmo 84, que acabamos de proclamar, es un canto gozoso y lleno de esperanza en
el futuro de la salvación. Refleja el momento entusiasmante del regreso de
Israel del exilio babilónico a la tierra de sus padres. La vida nacional se
reanuda en aquel amado hogar, que había sido apagado y destruido en la
conquista de Jerusalén por obra del ejército del rey Nabucodonosor en el año
586 a.C.
En
efecto, en el original hebreo del Salmo aparece varias veces el verbo shûb, que indica el regreso de los
deportados, pero también significa un "regreso" espiritual, es decir,
la "conversión". Por eso, el renacimiento no sólo afecta a la nación,
sino también a la comunidad de los fieles, que habían considerado el exilio
como un castigo por los pecados cometidos y que veían ahora el regreso y la
nueva libertad como una bendición divina por la conversión realizada.
2. El
Salmo se puede seguir en su desarrollo de acuerdo con dos etapas fundamentales.
La primera está marcada por el tema del "regreso", con todos los
matices a los que aludíamos.
Ante
todo se celebra el regreso físico de Israel: "Señor (...), has
restaurado la suerte de Jacob" (v. 2); "restáuranos, Dios salvador
nuestro (...) ¿No vas a devolvernos la vida?" (vv. 5. 7). Se trata de
un valioso don de Dios, el cual se preocupa de liberar a sus hijos de la
opresión y se compromete en favor de su prosperidad: "Amas a todos
los seres (...). Con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor
que amas la vida" (Sb 11,
24. 26).
Ahora
bien, además de este "regreso", que unifica concretamente a los
dispersos, hay otro "regreso" más interior y espiritual. El salmista
le da gran espacio, atribuyéndole un relieve especial, que no sólo vale para el
antiguo Israel, sino también para los fieles de todos los tiempos.
3. En
este "regreso" actúa de forma eficaz el Señor, revelando su amor al
perdonar la maldad de su pueblo, al borrar todos sus pecados, al reprimir
totalmente su cólera, al frenar el incendio de su ira (cf. Sal 84, 3-4).
Precisamente
la liberación del mal, el perdón de las culpas y la purificación de los pecados
crean el nuevo pueblo de Dios. Eso se pone de manifiesto a través de una
invocación que también ha llegado a formar parte de la liturgia
cristiana: "Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu
salvación" (v. 8).
Pero
a este "regreso" de Dios que perdona debe corresponder el
"regreso", es decir, la conversión del hombre que se arrepiente. En
efecto, el Salmo declara que la paz y la salvación se ofrecen "a los que
se convierten de corazón" (v. 9). Los que avanzan con decisión por el
camino de la santidad reciben los dones de la alegría, la libertad y la paz.
Es
sabido que a menudo los términos bíblicos relativos al pecado evocan un
equivocarse de camino, no alcanzar la meta, desviarse de la senda recta. La
conversión es, precisamente, un "regreso" al buen camino que lleva a
la casa del Padre, el cual nos espera para abrazarnos, perdonarnos y hacernos
felices (cf. Lc 15, 11-32).
4. Así
llegamos a la segunda parte del Salmo (cf. vv. 10-14), tan familiar para la
tradición cristiana. Allí se describe un mundo nuevo, en el que el amor de Dios
y su fidelidad, como si fueran personas, se abrazan; del mismo modo, también la
justicia y la paz se besan al encontrarse. La verdad brota como en una
primavera renovada, y la justicia, que para la Biblia es también salvación y
santidad, mira desde el cielo para iniciar su camino en medio de la humanidad.
Todas
las virtudes, antes expulsadas de la tierra a causa del pecado, ahora vuelven a
la historia y, al encontrarse, trazan el mapa de un mundo de paz. La
misericordia, la verdad, la justicia y la paz se transforman casi en los cuatro
puntos cardinales de esta geografía del espíritu. También Isaías canta:
"Destilad, cielos, como rocío de lo alto; derramad, nubes, la victoria.
Ábrase la tierra y produzca salvación, y germine juntamente la justicia. Yo, el
Señor, lo he creado" (Is
45, 8).
5. Ya
en el siglo II con san Ireneo de Lyon, las palabras del salmista se leían como
anuncio de la "generación de Cristo en el seno de la Virgen" (Adversus haereses III, 5, 1). En
efecto, la venida de Cristo es la fuente de la misericordia, el brotar de la
verdad, el florecimiento de la justicia, el esplendor de la paz.
Por
eso, la tradición cristiana lee el Salmo, sobre todo en su parte final, en
clave navideña. San Agustín lo interpreta así en uno de sus discursos para la
Navidad. Dejemos que él concluya nuestra reflexión: ""La verdad
ha brotado de la tierra": Cristo, el cual dijo: "Yo soy
la verdad" (Jn 14, 6) nació
de una Virgen. "La justicia ha mirado desde el cielo": quien
cree en el que nació no se justifica por sí mismo, sino que es justificado por
Dios. "La verdad ha brotado de la tierra": porque "el
Verbo se hizo carne" (Jn
1, 14). "Y la justicia ha mirado desde el cielo": porque
"toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto" (St 1, 17). "La verdad ha
brotado de la tierra", es decir, ha tomado un cuerpo de María. "Y la
justicia ha mirado desde el cielo": porque "nadie puede recibir
nada si no se le ha dado del cielo"
(Jn 3, 27)" (Discorsi, IV/1, Roma 1984, p. 11). (San Juan
Pablo II. Audiencia del miércoles, 25
de septiembre de 2002 ).
La segunda lectura de la Carta
a los Efesios (Ef. 1, 3-14), El
escrito de Pablo que empezamos hoy, conocido como carta a los Efesios, se abre,
como de costumbre, con un saludo (v 1s) al que sigue un himno introductorio,
probablemente de origen litúrgico, que canta el misterio de Dios oculto desde
la eternidad y manifestado ahora (3-14).
Este himno a Cristo, es una de las cumbres de la literatura paulina.
Se expone en él el sentido de Jesucristo en términos totalmente globales y que
abarcan toda la historia. Estas líneas intentan nada menos que dar cuenta del
plan de Dios respecto al hombre y del puesto y misión de Cristo en ese plan.
En el saludo, las palabras «por
designio de Dios» expresan la comprensión que Pablo tiene de sí mismo como
cristiano: es lo que es sólo porque Dios lo ha querido así y por obra suya.
Esta comprensión de sí mismo en Pablo es fundamental, ya que orienta toda su
vida. El pensamiento cristiano, que ve el designio de Dios en la totalidad de
la propia vida, manifiesta la insuficiencia de un humanismo que cree que lo que
el hombre es y puede llegar a ser está totalmente en su mano.
En la primera estrofa (vv. 3-6)
se expone básicamente ese plan en un contexto de acción de gracias. Aparece la
predestinación y elección del hombre por parte de Dios. Predestinación a ser
hijo de Dios, no a ninguna otra cosa como luego entendieron los calvinistas. El
destino a ser hijos es lo primero, aunque aparezca después, en el texto la
santidad. Se destaca la libre, absolutamente libre, iniciativa de Dios.
Nada hay, sino su amor, que
explique por qué ha puesto en marcha este plan. La segunda estrofa (7-10): la acción
del Hijo. La constante repetición de fórmulas referidas a Cristo hacen ver la
importancia de su persona. A través de Jesucristo se va realizando el proyecto.
Este himno
cristológico resume la fe de los
cristianos de los primeros tiempos en Cristo Jesús. Es una auténtica oración,
una contemplación teológica de todo el plan salvífico de Dios. Todo el himno es
una alabanza a Dios por habernos bendecido en Cristo. La bendición era un
componente esencial de la promesa que Dios le había dado a Abraham (Génesis
12:1-3). Esta bendición nos da la historia del Antiguo Testamento. Esta
bendición daba la identidad al pueblo de Israel.
Esta bendición culmina en la
persona de Jesús. Jesús es la bendición prometida a Abraham (Gálatas 3:16).
Jesús es la única fuente de bendición. En el centro de la bendición resuena el
vocablo griego mysterion,
un término asociado habitualmente a los verbos de revelación («revelar»,
«conocer», «manifestar»). En efecto, este es el gran proyecto secreto que el
Padre había conservado en sí mismo desde la eternidad (cf. v. 9), y que decidió
actuar y revelar «en la plenitud de los tiempos» (cf. v. 10) en Jesucristo, su
Hijo.
El nos ha
elegido desde toda la eternidad para ser sus hijos en su Hijo, para que vivamos
una vida de amor y de acción de gracias, para reproducir en nosotros la imagen
de su Hijo querido. Dios tiene un plan desde antes de la fundación del
mundo. No es una adaptación agregado después que el hombre pecó. Antes de la
creación, sabía que Jesús iba a la cruz.
“"... Dios nos escogió en Cristo ..." (Efesios 1:4)
… Nos predestinó para adopción como
hijos…” (Efesios 1:5)
“… Para la alabanza de su gloría …” (Efesios 1:6)
Cristo es así nuestro Señor y
nuestro hermano: el que con su sangre borra nuestro pecado, y nos llena de la
gracia y del favor del Padre. Cristo, es la síntesis y el cumplimiento del plan
de Dios: en El, todos nosotros y toda la creación somos una sola cosa; El es el
centro de todo, y nosotros no podemos menos de girar en su órbita, y vivir en
una segura esperanza de la herencia que nos está destinada.
En nuestro momento histórico es importe tener
claro y valorar en todas sus consecuencias esta recapitulación de todo en
Cristo. . La cual recapitulación es el punto final del proceso comenzado por la
iniciativa divina aún antes de la creación. Es hacer que toda la humanidad
reconozca a Cristo como Señor, se someta a El y El a su vez la una con Dios, de
forma que Dios sea todo en todas las cosas (I Cor, 15, 27-28). La última
estrofa (11, 14), es una especie de aplicación concreta de esta gran
construcción. El arco de bóveda abarca toda la historia, apoyándose en cada uno
de sus extremos. Cristo no deja fuera a nadie ni a nada. La recapitulación es
la manera de llegar a ser hijos. Nadie puede pensar que el plan divino no va
con él.
Pero de hecho sucede a menudo
que cada vez, hay más agnósticos. En
gran parte es nuestra responsabilidad hacer que esto no suceda, no con
imposiciones o predicaciones que todavía alejan a más gente y hacen más
increíble este plan, sino con amor a la gente real. Este es el reto que los
cristianos tenemos en este momento de nuestra historia.
El evangelio
de hoy del evangelista San Marcos, (Mc.
6, 7- 13 ) nos sitúa
ante el envío de Jesús: "En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue
enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos".
Ante el rechazo de Jesús por
sus paisanos, San Marcos comentaba el domingo pasado: "Y se extrañaba de aquella falta de fe y
recorría las aldeas de alrededor enseñando" (Mc. 6, 6). Acto seguido
añade los versículos que leemos hoy. En ellos se conserva el colorido localista
de Palestina.
Los vs. 7 y 12 nos remiten a
Mc. 3, 13-15. Son su realización. El envío por parejas era una costumbre
habitual en el judaísmo. Según la legislación judicial judía, para la validez
de un testimonio se requerían al menos dos varones adultos. Los doce, enviados
de dos en dos, serán testigos de Jesús, darán testimonio en favor de él en un
momento en que los indicios de rechazo de Jesús empiezan a hacer su aparición
con fuerza (cfr. Mc. 3, 6; 6, 1-6).
La misión de los doce no es
para enseñar (esto es específico de Jesús), sino para proclamar la conversión
(v. 12; cfr. 3, 14). El término conversión nos remite a la proclamación
programática de Jesús y connota una urgencia, dada la cercanía del La semántica
básica del término expresa un cambio radical de mentalidad, un giro copernicano
en las categorías mentales, las cuales, a su vez, determinan la actuación del
hombre.
Fijémonos en la insistencia en la pobreza como condición
indispensable para la misión: ni pan, ni morral, ni dinero, sino sólo calzado
corriente, un bastón y un solo manto (versículos 8-9). Se trata de una pobreza
que es fe, libertad y ligereza. Ante todo, libertad y ligereza; un discípulo
cargado de equipaje se hace sedentario, conservador, incapaz de captar la
novedad de Dios y demasiado hábil para encontrar mil razones utilitarias y
considerar irrenunciable la casa donde se ha instalado y de la que no quiere
salir (¡demasiadas maletas que hacer y demasiadas seguridades a las que
renunciar!). Pero la pobreza es también fe; es la señal de que uno no confía en
sí mismo, de que no quiere estar asegurado a todo riesgo.
Hay finalmente un tercer
aspecto que no conviene olvidar: la atmósfera "dramática" de la
misión. Quizás sea ésta la nota dominante de todo el capítulo. Está la
dramaticidad de la repulsa y la dramaticidad de la contradicción. Dos
sufrimientos que el discípulo tiene que arrastrar con valentía. La repulsa está
ya prevista (versículo 11): la palabra de Dios es eficaz, pero a su modo. El
discípulo tiene que proclamar el mensaje y jugárselo todo en él.
Al discípulo se le ha confiado
una tarea, pero no se le ha garantizado el resultado. La otra dramaticidad, la
de la contradicción, todavía es más interior a la naturaleza misma de la
misión. El anuncio del discípulo no es una instrucción teórica, sino una
palabra que actúa, en la que se hace presente el poder de Dios, una palabra que
compromete y frente a la cual es preciso tomar una postura. Por tanto, es una
palabra que sacude, que suscita contradicciones, que parece llevar la división
en donde había paz, el desorden en donde había tranquilidad. La misión es, como
dice Marcos, una lucha contra el maligno; donde llega la palabra del discípulo,
Satanás no tiene más remedio que manifestarse, tienen que salir a la luz el
pecado, la injusticia, la ambición; hay que contar con la oposición y con la
resistencia. Por eso el discípulo no es únicamente un maestro que enseña, sino
un testigo que se compromete en la lucha contra Satanás de parte de la verdad,
de la libertad y del amor.
Los doce deben ser ellos mismos
signo visible de la conversión que proclaman. En las circunstancias concretas
de su momento histórico, los doce no necesitan más bagaje de un bastón, que
casi resultaba imprescindible como protección, y unas sandalias, sin las que no
se podía caminar por el suelo pedregoso de Palestina. La fuerza y credibilidad
de su misión no estriban en los modelos socioeconómicos constituidos. Este es
el significado del v. 9. Los vs, 10-11, en cambio, se mueven en otros campos de
significación: el de la urgencia de dedicación a la proclamación (v. 10) y el
de la gravedad que lleva consigo el rechazo del proclamador o de su
proclamación.
La misión de los doce busca
provocar una transformación.
El alcance de esta
transformación queda puesto de manifiesto en el poder que Jesús les confiere
sobre los espíritus inmundos. Esta expresión mitológica engloba todo lo que de
inhumano y hostil destruye al hombre. La transformación no se reduce a la sola
dimensión espiritual, sino que afecta a la totalidad del hombre. La conversión
tiene también una dimensión material como elemento constituyente.
Para
nuestra vida.
La llamada de Dios a Amós, la
llamada de Jesús a los Doce, y el propio ejemplo de San Pablo que habla en la
segunda lectura, no son casos excepcionales, propios de un sector de los
cristianos (curas y obispos, por ejemplo). Curas y obispos realizan su tarea
evangelizadora de un modo más institucional, por así decirlo. Pero la llamada
es para todos. En este sentido, el ejemplo de Amós en la primera lectura, es
significativo: él no es un profesional de la profecía, vinculado a tal o cual
santuario, sino que es un individuo normal, un pastor y campesino que se siente
llamado a dar a conocer a su pueblo la llamada de Dios. Y como él, todo
cristiano ha sido llamado a esto: a coger el bastón y las sandalias, a ir por
el mundo sacando demonios e invitando a cambiar el corazón. Y en cada época y
en cada situación deberá verse qué es lo que esto significa.
En nuestra situación, en una
sociedad que ya no es cristiana (que es "país de misión"), significa
ante todo que la Iglesia no puede sentirse satisfecha teniendo mucha gente
enrolada en consejos parroquiales, organizaciones, catequesis... como si el
ideal fuera esto: que los cristianos se pasaran muchas horas en el interior de
la iglesia, de manera que la iglesia se convierta en una especie de club que
encierre y tranquilice a la gente. Las organizaciones de iglesia serán válidas
si sirven para esto: para que los cristianos sean en el mundo verdaderos
testigos de la fe.
Y significa, en segundo lugar,
que la Iglesia como tal debe presentarse ante el mundo como un verdadero
testigo transparente del amor de Dios. La iglesia esta llamada a hacerse solidaria con los anhelos y
preocupaciones de los hombres para llevarles la Buena Nueva que Jesucristo le
encargó comunicar.
En la primera lectura se nos presenta a Amós como
profeta es un ejemplo que debe servirnos a todos, cuando predicamos el
evangelio.
La obligación de todo cristiano es ser fiel al evangelio, guste o no guste a
los jefes religiosos o políticos. Aunque esto no haya sido siempre así en la
historia de nuestra Iglesia, sí es verdad que así lo hicieron los mártires y
muchos de los grandes santos.
Este pastor y
campesino del siglo VIII a. C., está en un contexto donde el pueblo escogido se
encontraba por entonces, dividido en dos reinos. Amos era
un pobre hombre del sur, de Judá y ha ido a profetizar al reino del
norte. El rey se enoja, evidentemente, y manda que lo expulsen. Un hombre
pobre, pastor de oficio y conservador a destajo de los frutos de los sicomoros.
Son estos unos árboles corrientes por aquellas tierras. Es un árbol majestuoso,
de hoja semejante a la de la morera, pero de fruto muy parecido al higo.
Amós
condenó la injusticia social y la violencia del lujo, la depravación religiosa
y el formalismo de un culto vacío; anunció por vez primera el castigo del Día
de Yahvé y el exilio del Reino del Norte. Habló donde era preciso hablar y en
el momento oportuno, que es cuando hablan los profetas y callan los maestros y
sacerdotes que viven de su oficio. Por eso sus palabras resultaron
insoportables. No es de extrañar que le salga al paso el sumo sacerdote Amasías
que, como buen funcionario, debe velar por los intereses del rey de Israel.
Amasías denunciaría la predicación del profeta Amós ante Jeroboán II. Amós le
responde enérgicamente y le dice que si él predica la palabra de Dios no lo
hace por vocación humana o por simple interés, sino porque Dios le ha mandado
profetizar contra Israel. Por encima de la voluntad de Amasías y la presión del
poder está la autoridad indiscutible de Dios, que le dice “ve y profetiza”. Amós es claro exponente del profetismo, que encarna
siempre una fidelidad a la vocación de Señor, no de capricho, ni de ambición.
Ser profeta significa sin duda ser persona incómoda. Pero es un signo de
fidelidad y una muestra, para quien le escuche, de que Dios no
olvida a nadie.
Las palabras de Amós son muy
duras y a la vez muy claras. Autoridades religiosas que acotan el lugar
sagrado, profetas y funcionarios del templo que viven de él, porque no saben
dedicarse a otra cosa, y que tratan de proteger su sustento aunque sea a costa
del mensaje evangélico... son muy abundantes. ¡Que cada cual cargue con la vela
que le corresponda!.
El
salmo responsorial de hoy, presenta la realidad humana en su historicidad cotidiana. El pasado, el presente, el
porvenir. Así como el pueblo de Israel recordaba los beneficios que Dios le
había hecho en el pasado, para tener seguridad de su protección en el futuro,
nosotros también, en los días de prueba, debemos recordar las gracias que han
marcado nuestra infancia, nuestra juventud, nuestro pasado. Actualizando la
primera estrofa del salmo, podemos decir: "Señor, Tú has hecho esto
con-migo... Tú me has concedido esto o aquello... Tú me has perdonado...".
La tierra responde al cielo, el
cielo responde a la tierra. La afirmación, "la verdad brotará de la tierra, y del cielo penderá la justicia",
no es sólo una imagen maravillosa, sino la definición misma de la
"religión": religar, establecer relación, entre la tierra y el cielo,
entre el hombre y Dios. Los campanarios, los minaretes, y todas las
arquitecturas religiosas del mundo, apuntan hacia el cielo como una especie de
signo simbólico.
El salmo nos recuerda, el
optimismo bíblico. La Biblia es más optimista y moderna, ya que nos habla de
una especie de encuentro recíproco: la tierra busca al cielo y el cielo busca a
la tierra..."la verdad brotará de la tierra". Ha habido épocas en que
se ha querido rebajar al hombre como si fuera totalmente incapaz de descubrir
la verdad.
Amor y verdad se encuentran,
justicia y paz se abrazan. ¡Qué equilibrio en estos "encuentros", en
estos "besos"! Con frecuencia oponemos estas realidades. Insistimos
en la caridad y caemos en una especie de subjetivismo que nos hace abandonar
verdades fundamentales. O bien, somos en tal forma defensores de la verdad, que
olvidamos la caridad más elemental hacia los adversarios con quienes estamos en
desacuerdo. Hay que unir "amor y verdad" para no caer ni en el
sectarismo, ni en el sentimentalismo bonachón. Tengo miedo de la gente que
"posee la verdad" y no tiene amor. Pero temo igualmente a las
personas que hablan de "amor" y no tienen el rigor de análisis para
descubrir la verdad en situaciones y doctrinas.
Es necesario por otra parte
reconciliar la "justicia" y la "paz". El mundo moderno
habla mucho de "luchas", de "combates", de
"justicia"... Y esto está bien. Pero también hay que construir la
"paz", el "diálogo", la "concordia".
Detrás de las palabras de este
salmo, avizoramos los conflictos sociales que sacuden nuestro mundo, nuestras
familias, nuestras empresas, nuestra Iglesia.
"Escucho... ¿qué dirá el
Señor Dios?". Dejemos resonar en nosotros estas palabras, este
interrogante. Estemos a la escucha de Dios. Nos quejamos con frecuencia del
"silencio de Dios". ¿Dejamos que El nos hable? ¿Aceptamos que El
contradiga nuestros puntos de vista y no esté de acuerdo con nosotros? ¿Estamos
dispuestos a escucharlo? ¿Estamos dispuestos a construir con El el mundo de
paz-amor-verdad-justicia... que nos "pide" hacer?
Dios y el hombre se buscan
mutuamente, se miran el uno al otro. Al observar las ojivas que estructuran las
bóvedas de nuestras catedrales, se ve justamente este doble movimiento, estas
dos búsquedas que se apoyan la una sobre la otra, y no pueden mantenerse la una
sin la otra. La gracia y la libertad son necesarias. La gracia, sin la
respuesta del hombre, es estéril desgraciadamente. El esfuerzo del hombre sin
la gracia está abocado al fracaso. Señor, inclínate hacia mí, mientras me
esfuerzo por hacer germinar mi vida.
Hoy hemos escuchado en la segunda lectura, un
himno tomado de la carta
a los Efesios (cf. Ef 1,3-14), un himno que se repite en la liturgia de las Vísperas
de cada una de las cuatro semanas. Este
himno es una oración de bendición dirigida a Dios Padre. Su desarrollo delinea
las diversas etapas del plan de salvación que se realiza a través de la obra de
Cristo.
En el himno las etapas de ese
plan se señalan mediante las acciones salvíficas de Dios por Cristo en el
Espíritu. Ante todo -este es el primer acto-, el Padre nos elige desde la
eternidad para que seamos santos e irreprochables ante él por el amor (cf. v.
4); después nos predestina a ser sus hijos (cf. vv. 5-6); además, nos redime y
nos perdona los pecados (cf. vv. 7-8); nos revela plenamente el misterio de la
salvación en Cristo (cf. vv. 9-10); y, por último, nos da la herencia eterna (cf.
vv. 11-12), ofreciéndonos ya ahora como prenda el don del Espíritu Santo con
vistas a la resurrección final (cf. vv. 13-14).
Desde
el himno cristológico de efesios demos también nosotros gracias a Dios y
alabémosle por habernos dado a su Hijo, como camino, verdad y vida. Toda
nuestra vida, como dice el salmo, debe ser un sacrificio de alabanza a
Dios.
De este himno dice San Juan
Pablo II " 1. El espléndido himno de
«bendición», con el que inicia la carta a los Efesios y que se proclama todos los lunes en la
liturgia de Vísperas, será objeto de una serie de meditaciones a lo largo de
nuestro itinerario. Por ahora nos limitamos a una mirada de conjunto a este
texto solemne y bien estructurado, casi como una majestuosa construcción,
destinada a exaltar la admirable obra de Dios, realizada a nuestro favor en
Cristo.
Se
comienza con un «antes» que precede al tiempo y a la creación: es la eternidad
divina, en la que ya se pone en marcha un proyecto que nos supera, una
«pre-destinación», es decir, el plan amoroso y gratuito de un destino de
salvación y de gloria.
2.
En este proyecto trascendente, que abarca la creación y la redención, el cosmos
y la historia humana, Dios se propuso de antemano, «según el beneplácito de su
voluntad», «recapitular en Cristo todas las cosas», es decir, restablecer en él
el orden y el sentido profundo de todas las realidades, tanto las del cielo
como las de la tierra (cf. Ef 1,10). Ciertamente, él es «cabeza de la Iglesia,
que es su cuerpo» (Ef 1,22-23), pero también es el principio vital de
referencia del universo.
Por
tanto, el señorío de Cristo se extiende tanto al cosmos como al horizonte más
específico que es la Iglesia. Cristo desempeña una función de «plenitud», de
forma que en él se revela el «misterio» (Ef 1,9) oculto desde los siglos y toda
la realidad realiza -en su orden específico y en su grado- el plan concebido
por el Padre desde toda la eternidad."
(San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 18 de febrero de 2004).
San Ireneo, reconoce que «no
hay más que un solo Dios Padre y un solo Cristo Jesús, Señor nuestro, que ha
venido por medio de toda "economía" y que ha recapitulado en sí todas
las cosas. En esto de "todas las cosas" queda comprendido también el
hombre, esta obra modelada por Dios, y así ha recapitulado también en sí al
hombre; de invisible haciéndose visible, de inasible asible, de impasible
pasible y de Verbo hombre» (San Irineo. Contra
las herejías).
¿De dónde venimos? ¿A dónde
vamos? El "misterio" ha quedado revelado. No hay azar. Dios tiene un
"plan": Dios ha creado para nosotros el mundo, casa abierta para los
hijos de Dios. No vamos a la deriva, caminamos hacia una meta: todos los
hombres reunidos en torno a Cristo formando un inmenso Cuerpo, la humanidad
regenerada sentada en torno a la mesa familiar, el encuentro definitivo de los
hombres con Dios y de los hombres entre sí.
El himno, para entenderlo es preciso que lo
escuchemos como dicho para nosotros, hasta llegar -en cierto modo- a cantarlo
nosotros mismos. Sólo con esta actitud, y no por la curiosidad de examinar la
"realidad" de que se habla, podremos comprender que Dios nos bendiga
con su bendición (3). El mundo y la vida que se cantan en el himno parecen
extraños a la vida y al mundo nuestro de aquí. Pero no es así, ya que, aunque
apenas se alude, en realidad nos abre a una nueva forma de comprendernos a
nosotros mismos, lo que supone una nueva manera de vivir en relación con
nosotros y con los demás. No seremos los mismos -para con nosotros y para los
demás-, ni nos comportaremos de la misma forma, si nos consideramos todos
bendecidos (3), elegidos de antemano para ser santos (4), escogidos en orden a
una filiación adoptiva por parte de Dios (5), redimidos, perdonados (7), llenos
de gracia por obra del Señor, rebosantes de sabiduría e inteligencia (8). Lo
que se ha realizado en Cristo no es sólo para la salvación de unos cuantos; el
designio de Dios es «hacer la unidad del universo en Cristo, de lo terrestre y
de lo celeste» (10). Y, al final, en nuestro interior, tal vez caeremos de rodillas
ante el misterio del hombre, que no es otro sino el de ser el lugar del
misterio de Dios, donde llega a hacerse realidad la obra de Dios en Cristo.
Esto no son sólo palabras
bonitas, promesas sin garantía. Entre nosotros vive un hombre en quien se ha cumplido
ya todo esto: Jesucristo, muerto para resucitar. Tenemos además en nosotros el
fermento de la metamorfosis futura: el Espíritu Santo. Tenemos, más o menos
arraigado en nosotros, ese espíritu filial de fe y confianza que ilumina a
tantos corazones cuando penetran este misterio y entran en este plan.
Cada eucaristía recordamos este
proyecto de Dios, participamos en él y esperamos que termine por ser realidad
total. Cada día de la semana, cada acontecimiento de nuestra vida, es una etapa
en el camino de Dios.
El
evangelio nos sitúa ante la misión. Los doce habían sido escogidos para que
"estuvieran con él y enviarlos a predicar" (3, 14-15). En los
capítulos anteriores les hemos visto separarse de la gente y seguir a Jesús,
escuchar y aprender, vivir en comunidad con él; ahora (6, 7-13) Marcos nos muestra la otra
dimensión del discípulo, la misionera. Las pocas palabras de Marcos (versículos
7-13) son muy densas del significado y constituyen, dentro de su brevedad, una
especie de regla misionera.
Para describir la misión de los
discípulos usa Marcos las mismas palabras que utiliza a través de todo el
evangelio para describir la misión de Jesús: predicaban la conversión, curaban
a los enfermos, echaban a los demonios (versículos 12-13). La misión de los discípulos
depende totalmente de la de Cristo y encuentra en ella su motivación y su
modelo. Cristo supone en el discípulo esta triple conciencia: conciencia del
origen divino de su misión ("los envió"), esto es, de una actividad
querida por otro y no decidida por nosotros mismos; de un proyecto en que
estamos metidos pero sin ser nosotros los directores de escena; la conciencia
de salir de si mismo y de ir a otro sitio, a lugares nuevos, continuamente de
viaje; la conciencia finalmente de poseer un mensaje nuevo y alegre que
comunicar a los demás.
El
envío por parejas era una costumbre habitual en el judaísmo. Según la
legislación judicial judía, para la validez de un testimonio se requerían al
menos dos varones adultos. Los doce, enviados de dos en dos, serán testigos de
Jesús, darán testimonio en favor de él en un momento en que los indicios de
rechazo de Jesús empiezan a hacer su aparición con fuerza. La misión de los
doce no es para enseñar, sino para proclamar la conversión, que expresa
un cambio radical de mentalidad, un giro copernicano en las categorías
mentales, las cuales, a su vez, determinan la actuación del hombre. La misión
de los doce busca provocar una transformación. Los doce deben ser ellos mismos
signo visible de la conversión que proclaman. En las circunstancias concretas
de su momento histórico, los doce no necesitan más bagaje que un bastón, que
casi resultaba imprescindible como protección, y unas sandalias, sin las que no
se podía caminar por el suelo pedregoso de Palestina.
Los
consejos de Jesús al envío de los
apóstoles nos habla de la pobreza. La
pobreza no debemos entenderla como miseria y falta de lo necesario para vivir,
sino como sobriedad y austeridad en nuestros gastos. Además de ser pobres en
este sentido, la pobreza cristiana debe tener siempre una dimensión social; así
lo predicaba siempre san Agustín con su palabra y con su ejemplo: en los
monasterios agustinianos no había diferencia alguna económica entre los monjes,
porque todo era de todos y lo que les sobraba lo daban a los pobres. San
Agustín decía a sus fieles que lo que no necesitaban, los bienes superfluos, se
lo dieran a los pobres, porque los bienes superfluos de los ricos son los
bienes necesarios de los pobres.
"Les encargó que llevaran
para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto
en la faja". Es evidente
que los tiempos han cambiado, pero el mensaje que nos transmiten estas palabras
del evangelio sigue siendo válido para nosotros, nos recuerdan el valor de puro
medio que tienen los bienes materiales y como no debemos estar apegados a
ellos.
"Ellos salieron a predicar
la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y
los curaban". La
predicación cristiana debe tener siempre estas dos dimensiones: predicar el
evangelio, la Palabra de Dios, y hacer el bien a las personas a las que se
predica. Así lo hacía Cristo y así lo hicieron todos los verdaderos profetas
cristianos. Hablar es necesario, pero no es suficiente; las palabras deben
estar siempre corroboradas con las obras. Si uno habla y habla, y lo que dice
es verdad, pero sus acciones son contrarias a sus palabras, automáticamente
está perdiendo credibilidad.
¿Cómo
es nuestro predicar y nuestro testimonio?. Si los cristianos del siglo XXI,
además de predicar el evangelio lo cumpliéramos de verdad, el mundo nos vería
como veían a los cristianos de los primeros siglos, con admiración y respeto.
Las palabras hoy día están bastante devaluadas, porque nuestros gobernantes
están acostumbrados a decirnos unas cosas y a hacer otras, y los grandes medios
de comunicación son más servidores de quienes les pagan que de la verdad. En
cambio, los más grandes santos de nuestro calendario cristiano fueron personas
que sobresalieron tanto por sus hechos como por sus palabras. Hagamos nosotros
lo mismo, si queremos ser cristianos de verdad hoy.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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