El Domingo de Ramos es un día alegre y, religiosamente, muy significativo. Es el primer día de la semana grande, de la Semana Santa, y en esta semana conmemoramos los cristianos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, a quien nosotros consideramos como nuestro Salvador.
El evangelio
que hoy inicia y acompaña a la bendición y procesión de ramos, nos presenta
un relato, repetido por los otros evangelistas,
que es sin duda uno de los más entrañables y alegres de la historia de
Jesucristo. En él intervienen los apóstoles y discípulos, el pueblo llano que
seguía entusiasmado a Cristo, los niños que tanto le querían y admiraban. El
marco escénico también contribuye a dar encanto y ternura, sencillez y
magnificencia a un tiempo a este suceso. El descenso desde Betfagé hasta
Jerusalén, hacia la Puerta Dorada probablemente, era un camino de bajada y
subida que muchas veces habían recorrido los peregrinos procedentes de Galilea.
Descendía por el monte de los Olivos, atravesaba el torrente Cedrón en el valle
de Josafat, zona de sepulcros y de muerte, para ascender casi en línea recta a
la explanada del Templo por la parte oriental, entrando por la Puerta Dorada,
llamada también Puerta de la Misericordia.
Del
evangelio proclamado en la bendición
comenta san Agustín: "No te
avergüences de ser jumento para el Señor. Llevarás a Cristo, no errarás la
marcha por el camino: sobre ti va sentado el Camino. ¿Os acordáis de aquel asno
presentado al Señor? Nadie sienta vergüenza: aquel asno somos nosotros. Vaya
sentado sobre nosotros el Señor y llámenos para llevarle a donde él quiera.
Somos su jumento y vamos a Jerusalén. Siendo él quien va sentado, no nos
sentimos oprimidos, sino elevados. Teniéndole a él por guía, no erramos: vamos
a él por él; no perecemos" . (San Agustín Sermón 189,4).
Toda la escena
tiene como trasfondo un pasaje de
Zacarías (Zac 9,9), a pesar de la inverosimilitud histórica. La profecía de
Zacarías -centro del relato- tuvo lugar entre los años 520 y 518 antes de
Cristo. Era la época del retorno de los judíos de la cautividad. El año
536 a.C. habían empezado los trabajos de reconstrucción del templo; pero
en forma tan modesta que los viejos, que habían conocido el templo de
Salomón, lloraban desconsolados. Zacarías y su contemporáneo Ageo quieren
presentar un Mesías sencillo, muy lejos de la imagen que los judíos
derrotados y humillados tenían de su soñado jefe. Por eso Zacarías lo
presenta sentado sobre un asno.
La
aclamación"¡Bendito el que
viene en el nombre del Señor!" está tomada del salmo 118 (vv. 25-26),
que se cantaba en algunas de las fiestas más solemnes; un salmo que nos
ayuda a captar el verdadero sentido de aquel episodio, y que quizá
recitaran completo. La aclamación "Hosanna" -"Dios
salva"- había perdido su sentido como invocación para pedir la ayuda
divina, y se había convertido en una expresión de júbilo y entusiasmo, como
nuestro "viva" o "aleluya". La exclamación "Viva
el Hijo de David" nos indica la realeza que esperan de Jesús: que
restaure la monarquía davídica. De ahí la frase de Marcos: "Bendito el
reino que llega, el de nuestro padre David".
Ya introducidos en la celebración vamos a seguir las
lecturas.
La
primera lectura del libro de
Isaías (Is.50, 4-7)
es del del tercer canto del Siervo. este aparece más como sabio que como
profeta. Asegura que el Señor le está introduciendo en su Sabiduría,
para poder llevar al abatido una palabra de aliento. Mañana tras mañana le
espabila y le abre el oído; y la consecuencia de tener el oído abierto a la
Palabra, es que no se rebela ni se echa atrás; más bien afrontará todos los
sinsabores de su historia, sin histerismos ni timideces, a pecho descubierto,
sabiendo que el Señor le ayuda, y por tanto no quedará avergonzado.
. La unidad de este tercer
canto del siervo (50, 4-9) está en las cuatro proposiciones que tiene al Señor
por sujeto ("mi Señor me...": vs. 4.5.7.9). La persona del siervo,
así como su ministerio, son interpretados de forma profética: vocación o
misión, sufrimientos que conlleva su ministerio, así como su total confianza en
Dios.
El siervo escucha y predica el
mensaje divino, pero esta misión resulta imposible de llevarla a cabo a no ser
que el Señor le dé "lengua de iniciado" o le abra el oído para
entender (vs. 4-5, la misión siempre nace de una vocación).
El está convencido de que es
Dios el que ha obrado esta maravilla.
El mensaje que proclama de
parte del Señor es de esperanza, y es que su palabra se dirige a hombres
concretos con su problemática específica; la situación del pueblo - que
presupone el texto- es muy diversa ya que la larga duración del destierro ha
provocado la desesperación de la gente. Al abatido es necesario reanimarle,
dirigirle una palabra de consuelo, de esperanza en el Señor (v. 4a;).
- A la vocación e invitación el
siervo responde con prontitud . Sabe que su tarea es amarga y así lo confiesa
en este relato que se asemeja a las confesiones de Jeremías. Intenta suscitar
esperanza en el pueblo y sólo recibe escepticismo por la tardanza de la
liberación. Como Ezequiel (2, 8) abre su boca para comer el mensaje divino,
pero éste no es dulce sino que le acarrea un gran sufrimiento: le apalean, le
mesan la barba (v. 6).
Los ultrajes el siervo los
acepta y afronta con decisión, sin intentar vengarse; al insulto responde con
fría calma (v. 6); cree con total firmeza que el Señor está a su lado (le
nombra insistentemente: vs. 4.5.7.7.9) y por eso espera contra toda esperanza
sabiendo que al final el triunfo es suyo.
El, que dice al abatido una
palabra de consuelo, es un
incomprendido, y en consecuencia acepta su misión entregando su espalda a los
que le flagelan.
Confía plenamente en el éxito de su misión, no porque tenga fuerzas sobrehumanas, sino porque «mi Señor me ayudaba».
El responsorial es el Salmo 21, en el expresivamente repetimos la estrofa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Hermoso este salmo, con el cual Jesús
oro, en uno de los momentos más impresionantes de la pasión de Cristo, cuando
pronuncia aquellas palabras: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?" Expresan todo el drama espiritual que sufre en medio de
los tormentos de la cruz. San Mateo nos han transmitido estas palabras,
incluso en la lengua original: "Eli, Eli, lama sabactani?" . Si todos
recuerdan fácilmente estas palabras que inspiran un hondo sentimiento de
admiración hacia el crucificado agonizante, no todos sabrán seguramente que las
palabras de Jesús son el inicio del salmo 21, y que él probablemente lo
continuaría rezando, siendo consuelo para su alma y realización de una
palabra profética sobre el Mesías. A la luz de este salmo, la cruz no era
un fracaso, no era una derrota de uno que se había excedido en ilusiones
mesiánicas: era el cumplimiento de un plan trazado por Dios y desde
antiguo anunciado a su pueblo de Israel. "El misterio de la cruz,
escándalo o locura, aparecía a la luz del salmo 21 como el misterio de la
fuerza de Dios" (Scheifler). Cristo en la cruz ora con el salmo 21.
Toda su vida ha orado, como buen israelita, con los salmos de la Biblia.
El los ha constituido en alimento de su alma. Los ha hecho suyos, se ha
identificado con ellos, les ha dado cumplimiento. Y así no es de extrañar que
en el momento de su agonía vengan, diríamos espontáneamente, a su mente y
a sus labios, las oraciones sálmicas más apropiadas. Concretamente el
salmo 21, que es uno de los más conmovedores del salterio.
A pesar de la
sensación de abandono y hasta desesperación que refleja el salmo 21 --¡Dios
mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?-- implora la ayuda de Dios y sabe
de quien se ha fiado. Las últimas palabras de este salmo son las que le dan su
sentido esencial: aunque parezca paradójico, se trata de un salmo de
acción de gracias. El salmista canta la acción de gracias de Israel
resucitado a la vuelta del exilio. Lo que más llama la atención, es que
este poeta describe la liberaci6n de su pueblo, bajo el «ropaje» de un
«crucificado vuelto a la vida».
( vv. 8-9) Al verme se burlan
de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo
ponga a salvo, que lo libre si tanto lo quiere».
El suplicante es lo contrario
de los himnos de Israel. Pero, ¿cómo decir eso que está en contra de los
himnos, sino recurriendo también ahora a las palabras de los himnos,
tomadas al revés para que resulten una burla? «Nuestros padres esperaron y tú
los libraste», dicen los himnos. La burla dice hoy: «Acudió al Señor, que
lo ponga a salvo». ¿Para qué cambiar de palabras? Un salmista feliz decía
en el salmo 18: «Me libró porque me amaba» (v. 20). La burla de Sal 21,9
es casi una cita de esa acción de gracias! De cara a Dios, las palabras
se agotan (v. 2) y, por lo que hace a los hombres, se vacían y caen
inertes. La muerte de las palabras anuncia la muerte del hombre. Las palabras
que acabamos de comentar están llenas de amenazas. La negativa a creer
desencadena inmediatamente un proceso de aceleración, que es el de la
muerte. Quien no cree en la vida exige pruebas y por ello mismo se ve
rápidamente abocado a aportar él mismo las pruebas de lo contrario. Quien
no cree en la vida trabaja afanosamente a favor de la muerte.
(v. 17) Me acorrala una jauría
de mastines, me cerca una banda de malhechores, me taladran las manos
y los pies, (v. 18) y puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes,
(v. 19 ) se reparten mi ropa, se sortean mi túnica.
Es el momento de la inminencia.
La irrupción de los animales significa que ha pasado la hora de la
palabra. Se abren las fauces para atemorizar y devorar. Es la hora del
miedo, pues la víctima es la presa de una cacería a la inversa, en que
las grandes fieras utilizan a los perros contra el hombre, cuando lo
habitual es que el hombre se sirva de los perros contra las fieras. Pero
no es eso todo: los «perros» son en realidad los agentes humanos del mal.
Son hombres, como lo demuestra el paralelismo mastines/malhechores en el (v. 17)
(v. 20) Pues tú, Señor, no te
quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a auxiliarme; «¡Rápido! ».
Se lanza el grito hacia «mi Dios». (v. 23) ¡Tú me respondiste!. Y yo proclamo
tu nombre ante mis hermanos, en medio de la asamblea te alabo.
Al igual que la muerte
significaba abandono, soledad, separación, la vida aparece como comunión,
y el que ha sido salvado se vuelve hacia los demás. Tan rápido como el
recién nacido se vuelve hacia su madre, el que ha sido salvado se vuelve
hacia sus hermanos para «proclamar» el nombre de su salvador. El
suplicante hablaba a Dios de sus enemigos. El hombre que canta un himno
habla de Dios a sus hermanos.
El salmista se encontraba hasta
ahora solitario; nadie había visto a los hermanos. Apenas salvado, entona
su canto dirigido a ellos y se convierte en el centro de una asamblea
convocada para entonar una alabanza. El que no era reconocido por el grupo
es el que convoca al grupo.
(v. 24) Fieles del Señor,
alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; respetadlo, linaje de
Israel;
La palabra que reúne a los
grupos es un himno en toda regla. Pero el himno tiene una forma que hace
pensar en el Evangelio: el pueblo es invitado («alabad», «glorificad»,
«respetad» ) a escuchar una buena noticia. Pero esta buena noticia, bien
conocida por nosotros, es que Dios se acerca al pobre y escucha su queja.
¿Por qué cambiar de palabras? Mirado en otro tiempo como una «vergüenza»
(v. 7) ante la que se esconde el rostro, el salmista anuncia a todos que
Dios, por su parte, no ha sentido ese horror, que no se ha «velado el
rostro». El Evangelio de los salmos es que Dios escucha a los pobres, a
los desdichados.
La segunda lectura de la carta del apóstol San Pablo a los
filipenses (Fil 2, 6-11), nos acerca a la actitud radical
de Jesús, su Vaciamiento hasta la muerte.
Este himno cristológico refleja la entrega de Jesús, hasta vaciarse por
nosotros. Este despojo lleva un nombre técnico en teología: es la
"kenosis" de Cristo. Kenosis viene del griego "kenos", que
significa precisamente "vacío". Se concretizó en una obediencia total
a su misión, que era la voluntad del Padre. Y no sólo aceptó esta obediencia,
sino que escogió también el vivirla hasta el final, "hasta la muerte y la
muerte en la cruz", esta muerte que era reservada a los malhechores o a
los esclavos. En este sentido, Jesús dio libremente su vida.
San Pablo, encarcelado y juzgado por ser cristiano (Fil. 1,
13), probablemente en Éfeso , ya ha comparecido ante el tribunal, pero la
sentencia está todavía pendiente.
Desde allí escribe a los filipenses. Pablo puede pedir con
coherencia y autoridad a los miembros de la comunidad de Filipos que den a su
vez testimonio cristiano. ¿Qué tipo de testimonio? El de la concordia y el
amor. En efecto, el egoísmo, la envidia y la presunción habían empezado a
causar estragos en la comunidad; ésta se estaba convirtiendo en un antisigno
escandaloso. Dada esta situación. Pablo pide a los cristianos de Filipos que
tengan la grandeza de ánimo suficiente para superar el propio interés y abrirse
con sencillez a los demás (Flp 2, 3-4). Al pedir esto, Pablo no se basa en una
simple pedagogía humana, sino en el caso concreto de Cristo Jesús, que siendo
Dios se hace hombre. Para ello, Pablo se sirve de un himno litúrgico, que él
incorpora a su carta. Este himno describe la dinámica existencial de Cristo
Jesús.
Este fragmento con toda probabilidad no fue compuesto por San
Pablo, sino que parece ser un himno, quizás litúrgico, que fue introducido por
el Apóstol en esta sección de la carta porque le convenía para apoyar su
exhortación a la humildad y sencillez, a la renuncia a creerse superior...
cosas todas que quería inculcar a los cristianos de Filipos.
El texto manifiesta la unión que hay entre la exhortación
moral de san Pablo a los Flp para que evitaran las disensiones y la motivación
cristológica de tal exhortación. ¿Por qué han de amarse los Flp? ¿Por qué han
de conservar la unidad? ¿Por qué han de respetarse unos a otros? La suprema
motivación que el Apóstol da a los filipenses para que eviten las disensiones
que amenazan la vida de toda la comunidad es "porque Dios nos ha
amado" Y, ¿cómo sabemos esto? Porque Cristo, siendo de condición divina,
descendió a nuestra condición humana, se humilló, abandonó el poder y entró por
este camino del amor humilde, del amor solidario, y se hizo obediente hasta la
muerte.
El texto nos presenta
el proceso de la Encarnación, abajamiento, exaltación y Resurrección de
Jesucristo.
El primer tema del himno
-aunque no el más importante en su estructura- es la preexistencia de Cristo.
Describe su condición divina (v. 6). No se describe en sí misma, sino como
punto de arranque de una actuación que inicia su marcha en el insondable mundo
de Dios.
Quiere indicar que la
existencia total de Jesús no comienza con su aparición en el mundo, sino tiene
una "prehistoria". Dicho de otro modo: la preexistencia es una forma
de expresar la trascendencia en términos temporales. Cristo-Jesús es el Hijo de
Dios desde siempre, igual al Padre.
Condición humana (vv. 7-8).
Antitética de la anterior. Fruto de una decisión puramente libre. Está
presentada polarmente: momento inicial y final de la existencia humana de
Jesús. Así el segundo punto es el vaciamiento. No se trata de afirmaciones
ontológicas sobre un imposible abandono de la naturaleza divina por parte del
Hijo, sino de insistir en su solidaridad con el hombre, compartiendo el destino
de ésta aun en sus lados más oscuros y negativos. Indica una actitud
contrastante con la de Adán, que quiso ser lo que no podía. El Hijo, en cambio,
no vive como podía, sino como nosotros, haciendo una suerte de milagro por puro
amor gratuito.
Jesús es hombre. Muere en la de
cruz -probablemente retoque personal paulino del himno original-. Lleva a cabo
su misión de predicar el Reino asumiendo las consecuencias de su vida, de su
acción concreta de predicar la justicia y el amor en un mundo donde ello a
menudo no se admite. Con ello corre el riesgo, al ser pobre, desamparado y
pacífico, de morir injustamente. Ello sucede de hecho.
El proceso termina en la
exaltación, como indica la segunda parte del himno. Condición glorificada (vv.
9-11). Entra en escena Dios, a quien la condición humana de Jesús ha puesto en
entredicho. Se trata de Jesús en su destino final y definitivo gloriosos, de su
proclamación como Señor de todo, o sea, de reconocimiento de cuanto era de
hecho, pero disimulado a lo largo de su vida mortal. Comenzado todo ello en su
Resurrección.
Los Evangelio de este día nos dan el
relato de la Pasión según San Mateo. San Mateo destaca la importancia que tiene
el tema del cumplimiento de las Escrituras. Mateo prueba a los judeo-cristianos,
que esperaban un Mesías triunfador y glorioso, que los profetas anunciaron un
Mesías paciente y que las Escrituras previeron el desarrollo de la pasión hasta
en sus menores detalles.
Así, la
agonía de Jesús en Getsemaní estaba prevista por el Sal 41/62, 6 (26, 38). Apenas
detenido Jesús, Mateo precisa que era necesario que así sucediera para cumplir
las Escrituras (26, 54, 56), rechazando con ello la opinión de quienes pudieran
ser partidarios de una respuesta armada a la detención de Jesús. Y cuando se
produce este suceso, Jesús hace alusión al procedimiento que le identifica con
los maleantes (26, 55), actuación que él relaciona con la del Siervo paciente
en Is. 53, 9, 12.
En el
diálogo entre Cristo y el sumo sacerdote, Mateo subraya también el tema del
Templo (26, 21), "cumplido" en la persona de Cristo, y cita el pasaje de Dan. 7, 13 sobre el Hijo del hombre (26, 64). El
evangelista es también el único que descubre la muerte de Judas (27, 3-10), en
la que ve de nuevo el cumplimiento de las Escrituras (cita de Zac. 11, 12-13).
Al contrario
que Lucas y Juan, Mateo y Marcos insisten en el hecho de que Jesús no contesta nada a Pilatos. Reflejan así el silencio del
Siervo paciente ante las injurias (Is. 53, 7). Mateo alude igualmente al gesto
de Pilatos lavándose las manos (26, 24-25), duda porque en él ve un rito
ejecutado en cumplimiento de la ley (Dt. 21, 6-9; Sal. 72/73, 13). La multitud
responde también a Pilatos por medio de una expresión tradicional: "Que su
sangre caiga..." (27, 25); quizá Mateo haya visto en ello una profecía de
la decadencia del pueblo judío.
Mientras que
los demás evangelistas no prestan gran atención al detalle, Mateo especifica
que la bebida que se le ofrece a Cristo en la cruz era de hiel, con lo que
verifica el texto del Sal. 68/69, 22 (Mt. 27, 34). Utiliza el mismo
procedimiento a propósito del reparto de sus vestiduras, y del grito lanzado en
la cruz, y otras aplicaciones, según él, del Sal. 21/22 (Mt. 27, 35). Mateo es
igualmente el único que relaciona las burlas de los judíos contra Cristo en la
cruz: "Ha salvado a otros...",
con las burlas de los impíos respecto al Justo (cf. 27, 43).
Y también es
el único autor que describe los episodios que se desarrollaron después de la
muerte de Jesús: el velo del Templo que se rasga, las resurrecciones, los
temblores de tierra son fenómenos anunciados por los profetas para el día de
Yahvé (Am. 8, 9). Mateo es, finalmente, el único que menciona la riqueza de
José de Arimatea (Marcos habla de su notoriedad y Lucas de su piedad), con el fin
de verificar la profecía de Is. 53, 9: tendrá su sepulcro entre los ricos. No
estará de más señalar que, en el pensamiento de Isaías, esta profecía quería
significar que el Siervo sería confundido con los impíos.
San Mateo siente la preocupación por explicar los hechos por la Palabra: palabra de las Escrituras cumplidas, palabra del mismo Jesús (mucho más pródigo en Mateo que en las demás versiones). No se trata, pues, de una simple visión de conjunto: en Mateo se elabora ya una teología que se centra preferentemente en torno a la idea de cumplimiento: los acontecimientos de la Pasión no tienen nada de accidental y forman parte del designio de Dios sobre el mundo.
Todo se
desarrolla tan bien de la mano de Dios en los acontecimientos de la Pasión que
Mateo puede hacer de ella el final de la era antigua y el comienzo de la era de
la Iglesia. Más aún que los otros, el primer Evangelio subraya el alcance
escatológico y eclesiológico de los acontecimientos. El velo desgarrado es
señal de la caducidad de la economía antigua y el temblor de tierra señala la
introducción de la nueva. La fe del centurión constituye las primicias de la
conversión de las naciones. Al devolver a los "discípulos" el cuerpo
de Cristo, los sumos sacerdotes abdican definitivamente sus prerrogativas y
dejan a la Iglesia la tarea de ser signo de Cristo en el mundo.
Una de las
características propias del relato de San Mateo, bastante compleja por otro
lado, es la mención de los guardias en la cruz (Mt. 27, 36 y 54) y sobre todo
en el sepulcro (Mt. 27, 62-66), una mención que no hacen los demás
evangelistas. La clave de esa mención nos la da el mismo Mateo en 28, 11-15.
Parece que San
Mateo, o la tradición que representa, compuso esta narración de la custodia con
una finalidad apologética: contrarrestar la fábula judía de la sustracción del
cuerpo. La fe de Mateo en Cristo es tan fuerte que llega incluso a componer un
relato con el fin de anular radicalmente la mentira de los judíos. De hecho, si
Mateo parece engañarnos, a nosotros y a nuestra mentalidad moderna, es fiel a
una historia más verdadera, la de su fe, de la que sabe perfectamente que no
descansa sobre la experiencia verificable de Jesús saliendo del sepulcro. (Maertens-Frisque
nueva guia de la asamblea cristiana III marova Madrid 1969.Pág. 232-234)
El episodio
de Jesús en Getsemaní posee gran importancia para comprender la pasión que
sigue. Es una escena de revelación. Mientras que la transfiguración (17,1-9)
revelaba por anticipado la gloria del Hijo del hombre, aunque encaminándose hacia
la cruz, aquí se revela la profunda humanidad de Cristo, su
"debilidad". Es una revelación que podemos resumir así: este hombre
que siente "tristeza y angustia", cuya alma está triste hasta morir y
que experimenta el peso de la "carne débil", es el portador de la
revelación definitiva de Dios, ¡es el Hijo de Dios! Así pues, una profunda
revelación del misterio de Cristo que el discípulo, como siempre, no comprende;
en lugar de velar y acompañar, el discípulo se abandona al sueño.
Efectivamente, se advierte un doble movimiento en el relato: por una parte,
Jesús que se aleja, solo (es una manera de subrayar el carácter inaccesible del
misterio encerrado en la oración de Jesús); por otra, Jesús que se acerca, que
vuelve a los discípulos y les invita a acompañarlo (se subraya la cercanía del
misterio de Jesús); pero el discípulo, aunque invitado, no comprende. Además de
revelarnos la profunda humanidad de Jesús (por tanto, el relato que sigue se ha
de leer tomando muy en serio la humanidad del Hijo de Dios), el relato nos
manifiesta la reacción íntima de Jesús frente a los acontecimientos dolorosos
inminentes. Los relatos que siguen (proceso, condena, insultos, crucifixión)
son la superficie de la pasión, los hechos, la crónica; aquí se nos revela la
reacción íntima de Jesús; allí lo que los hombres hicieron con Jesús; aquí cómo
reaccionó en su ánimo. Por tanto, la escena de Getsemaní es, también desde este
punto de vista, una clave indispensable para comprender en profundidad el resto
de la narración.
El evangelista
no pierde ocasión de subrayar que Jesús es inocente. La mujer de Pilatos lo
llama "hombre justo"
(27,19) y Pilatos, a su vez, reconoce públicamente su inocencia (27-24): "Yo soy inocente de la sangre de este justo.
Allá vosotros". Jesús es condenado como inocente por su pueblo; una
inocencia tan clara, que hasta los paganos la reconocen. Sin embargo, es
condenado, a pesar de la afirmación de la inocencia por el mismo Pilatos. El
procurador romano asume una actitud manifiestamente contradictoria. Abre el
proceso con una clara intención de objetividad y se esfuerza en librar a Cristo
de la condena. Mas apenas se ve comprometido personalmente ("Viendo que no
conseguía nada y que aumentaba el alboroto": (v.24), su objetividad
desaparece; su deseo de objetividad no va más allá de un cierto precio. Hay una
razón de estado que prevalece sobre la verdad y la justicia. Pilatos no está de
ningún modo dispuesto a perderse a sí mismo.
Los judíos deben elegir entre el Mesías y Barrabás
(v.17); se ven forzados a elegir -ironía de la vida- entre el Mesías y un
ladrón. La escena es altamente simbólica. No se puede rechazar a Cristo sin
más; se lo cambia. Todo rechazo es una elección.
Mateo
precisa que el rechazo es colectivo (v.20). Es todo el pueblo quien condena al Mesías,
y no sólo los jefes: "Todo el pueblo respondió: Recaiga su sangre sobre
nosotros y sobre nuestros hijos". Los judíos habían entregado Jesús a
Pilatos (27,2); ahora Pilatos lo entrega a los soldados para que lo crucifiquen
(v.26).
Antes del
viaje al Calvario, el evangelista relata una segunda escena de ultraje (vv.
27-31), paralela a la escena precedente, que seguía al proceso judío; allí se
hacía burla de Jesús profeta; aquí, de Jesús rey. Es una escena importante; en
cierto sentido ocupa el centro de toda la sección y enlaza los dos temas
principales que el evangelista desarrolla, a saber, la revelación de la realeza
de Jesús y su rechazo por parte del mundo. El juego cruel de los soldados es
burla y rechazo; Jesús es revestido de las enseñas reales por burla. Sin
embargo, y a despecho de todo, es proclamado "el rey de los judíos".
El tema más
importante del texto proclamado es la
realeza de Jesús. San Mateo lo ha introducido desde el principio de su
evangelio (2,2), desaparece por completo del relato evangélico y no reaparece
hasta el relato de la pasión. La de Jesús es una realeza que únicamente en un
contexto de pasión destaca en todo su verdadero esplendor y en su auténtico
sentido; solamente a la sombra de la cruz se la puede entender sin equívocos.
La escena de los ultrajes no expresa solamente hasta qué punto Jesús fue
rechazado y en qué grado se humilló; pretende demostrar hasta dónde la realeza
de Dios, manifestada en Jesús, es diversa de los esquemas comunes; lo es hasta
el punto de parecer una burla.
Jesús
moribundo es insultado por los transeúntes (vv. 39-40), que lanzan contra él
nuevamente la acusación de los falsos testigos en el proceso: se glorió de
poder destruir el templo y luego reconstruirlo; que se salve a sí mismo.
Le insultan
los escribas, los fariseos y los ancianos, sus jueces: Ha salvado a otros y no
puede salvarse a sí mismo; si realmente fuera el Mesías, Dios le bajaría de la
cruz; si realmente fuera amigo de Dios, Dios lo libraría. Así pues, éstos ponen
en duda la validez de sus milagros (ya los habían interpretado como
provenientes de Satanás: 12/24), la verdad de sus pretensiones mesiánicas y la
validez de su experiencia del Padre. Se niega la identidad más profunda de
Jesús. También los dos malhechores crucificados con él le insultan del mismo
modo.
El hombre
corriente, las autoridades y los desheredados, todos están contra Jesús. Para
comprender el significado profundo de estos insultos hemos de hacer una
precisión. En la voz de los transeúntes, de los sacerdotes y de los dos
malhechores resuena la misma voz de satanás que ya escuchamos en el relato de
la tentación (/Mt/04/03): "Si eres el Hijo de Dios...". Si realmente eres
el Hijo de Dios, debes usar el poder de que dispones para obtener credibilidad,
para hacer triunfar la verdad. Los jueces tienen ahora la prueba de la verdad
de su veredicto (una prueba, diríamos, ¡tomada de las Escrituras!): si no puede
salvarse, si Dios no le salva, significa que hemos tenido razón al tomarlo por
un falso mesías, por un impostor y un blasfemo. Así comprendemos la soledad de
Jesús. Es la soledad del que se siente al final desmentido, abandonado de aquel
mismo Dios en el que únicamente había confiado y por cuya obediencia ha
emprendido su camino: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?" (/Mt/27/46).
San Mateo, insiste
más en algunos aspectos, al parecer secundarios, que en la misma crucifixión,
que la narra, muy de pasada. Uno de estos tres motivos catequéticos (los otros
dos serán el de la inscripción en la cabeza del leño y las burlas de los
judíos) es el del reparto de la ropa (vv. 35-36). Es el despojo total de Jesús
que se indica con el Sal 22 que es una súplica a Dios en un momento de
abandono, ya que hasta Dios mismo parece que no escucha la oración del
sufriente (Sal 22, 1). Es el despojo máximo de Jesús junto con la irrisión que
lleva consigo.
La
inscripción o título de la cruz era una tablilla que llevaba el condenado
especificando la causa de la condena. Pilatos hizo escribir esto para burlarse
de la religiosidad judía. Esta perícopa narra con claridad las objeciones que
entonces, y ahora, se pueden hacer a una muerte tan calamitosa: ¿cómo puede ser
rey nuestro un crucificado? (objeción judía o farisea): ¿cómo puede ser éste el
Hijo de Dios? (objeción cristiana de los discípulos): ¿cómo va a poder este
pobre salvar? (objeción de la sabiduría griega).
(v. 41) Este
es el tercer motivo catequético y en el que Mateo quiere hacer sobre todo
hincapié. Si se tiene en cuenta los versículos del Sal 22 que se citan (vv.
2.8.9.19) nos damos cuenta de que las burlas no vienen a subrayar la maldad de
los hombres o los sufrimientos morales de Jesús, sino el hecho irrisorio para
el justo de que el mesías haya sido entregado a la muerte por Dios. Cristo
abandonado por su Dios. Esto no lo puede comprender una mentalidad que esperaba
un mesías libertador y potente. Jesús ha elegido un camino de salvación
perfectamente incomprensible para judíos y griegos.
Este grito
del v. 46 está en estrecha relación con el del v. 50. Son dos gritos de
aflicción. Pero hacemos notar en primer lugar, que estos gritos se dirigen a su
Padre ("Dios mío"), es
decir, que son gritos de fe. En segundo lugar que son el grito de un judío fiel
(no en vano emplea el Sal 22, salmo oracional) que confía en Dios, de ahí que
se trate de una aflicción tanto más real por cuanto no ha abandonado el plano
de la fidelidad al Dios que salva. En él se realiza el juicio salvador de Dios
(Rm 3, 21s). Lo trágico del desenlace de Jesús llega aquí a los más hondos
niveles antropológicos y teológicos. No hay ficción, sino cruda realidad.
La reacción
del centurión ante los raros fenómenos que acompañan a la muerte de Jesús es
(típicamente pagana, por lo que se excluye una confesión de la divinidad de
Jesús en boca del soldado. Incluso parece ser que esta expresión era corriente
en labios de paganos para designar a personalidades extraordinarias.
Para nuestra vida
Celebramos hoy la entrada Jesús en Jerusalén como Mesías en
un humilde borrico, como había sido profetizado muchos siglos antes (Zacarías
4, 4). Y los cantos del pueblo son claramente mesiánicos; esta gente conocía
bien las profecías y se llena de júbilo. Jesús admite el homenaje. Su triunfo
es sencillo, sobre un pobre animal por trono. Jesús quiere también entrar hoy
triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que
demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con
nuestra alegría, con nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por
los demás. Desde el evangelio y meditando la reflexión de San Agustín podemos
decir: Como un borrico soy ante Ti, Señor..., como un borrico de carga, y siempre
estaré contigo.
En la primera lectura, vemos y contemplamos al
"Siervo de Yahvé" . Los judíos veían representado en él al
pueblo de Israel perseguido e incomprendido por los otros pueblos. Los
cristianos vemos en el "Siervo" la prefiguración del Mesías
sufriente, que en la cruz recibe insultos y salivazos, que ofrece la espalda a
los que le golpean. No es un loco ni un necio, sino alguien que se fía de Dios
y cumple su voluntad. Por eso, no se acobarda ni se echa atrás ante el
sufrimiento o la misma muerte. Sabe que el Señor le ayuda y que no quedará
avergonzado
Los contenidos oracionales del
salmo de hoy, se dan en Jesús hasta los más mínimos detalles sugeridos por el
salmista: la agonía, el carácter infamante del suplicio, la sed causada
por la deshidratación, los miembros dislocados, la sangre que mana de
pies y manos, el golpe de gracia con la lanza, las vestiduras dadas a los
verdugos según la costumbre, los insultos de los acusadores... En esta
primera parte del género «lamentación«, se expresa un punzante
sufrimiento, casi insoportable en su realismo, y en el cual podemos
admirar la belleza de este «hombre de dolores«: a diferencia de las
lamentaciones de Jeremías, no tiene rabia ni lanza maldiciones contra sus
verdugos... gime, sí... expresa su dolor en medio de una paz profunda en
que mezcla acentos de esperanza «Tú, sin embargo, eres santo... en Ti
esperaron nuestros padres... Tú me acogiste desde mi nacimiento... Tú eres mi
Dios...» Tampoco aparece ninguna preocupación filosófica sobre el
problema del mal: sufre, y ora con mayor intensidad.
El
salmo nos permite llegar a lo profundo del alma de Jesús: «Tú estás
lejos... no permanezcas alejado... me has respondido...» La Resurrección, la
gloria, la alabanza, estaban en su corazón aun mientras permanecía en la
cruz. Lee una
vez más la tercera parte de este salmo, poniéndola en labios de Jesús en
la cruz: es una explosión de acción de gracias (Eucaristía en griego). Ia
víspera de su muerte, Jesús «mimó» su sacrificio en la «acción de
Gracias» de la comida Pascual. Era consciente de la enorme fecundidad de
su muerte; convidó a todos sus hermanos a tomar parte en la «comida de
los pobres» para asociarlos a la alabanza del Padre: «¡Esta es la obra
del Señor!»
En la segunda lectura se nos
recuerda que por la cruz se llega a la luz.
El anonadamiento de Cristo es la puerta que conduce la glorificación. Sólo en
la cruz se desvela el misterio.
Ese Jesús crucificado es "verdaderamente el Hijo de Dios", es el
Cristo, Mesías Exaltó a aquél que se había despojado en la muerte. Estamos
acostumbrados a oír "al tercer día resucito de entre los muertos" que
apenas nos hace mella el despojamiento de la cruz (Ver Cuadernos de Oración,
núm. 75-1990: La locura de la cruz). Más allá de la vida nuevamente conseguida,
estas palabras se refieren al puesto que ahora se confía a Jesús, el obediente.
"En el cielo, en la
tierra, en el abismo". No se habla de hombres, sino de potestades. Se
trata de aquellas potestades que hasta ahora esclavizaban el destino de los
hombres y reducían la humanidad a esclavitud. Si doblan la rodilla ante Cristo,
esto significa no sólo que le reconocen como más poderoso, sino también que el
antiguo poder de ellos ha sido quebrantado. Se ha producido en el cosmos un
cambio de dominio. "KYRIOS": el Jesús obediente
ocupa ahora el puesto de Señor del universo.
El sentido del mundo no es ya
la insensatez, la ceguera, el azar, sino JC. Él es la respuesta a las preguntas
que turban a los hombres. En él recobra el mundo su sentido. Estas mismas
líneas maestras de este precioso himno a Cristo Señor se encuentran también en
el relato de la Pasión de este ciclo A. En la epístola a los Flp, JC "se
despojó de su rango"; en el evangelio parece que no quiere que la gente
descubra que Él es el Mesías: prohíbe hablar, manda callar.
Jesús se despojo y se hizo
obediente en una doble vertiente. Obediente no sólo al Padre. También se hizo
obediente a la condición humana que había tomado, a lo que exige la realidad de
vivir como hombre. Esto quiere decir que Cristo, al hacerse hombre, no lo hizo
con condiciones especiales. ¡Es que Él era Dios!, decimos.
Se sometió, "obediente
hasta la muerte" a todo lo que comporta vivir como hombre:
condicionamientos físicos y materiales (hambre, sed, calor, fatiga); condicionamientos
económicos y culturales (los de la propia sociedad de su tiempo, cultura
limitada, medios pobres, oportunidades concretas más o menos reducidas); y,
sobre todo, condicionamientos sociales, que le implican en los intereses
(legítimos o ilegítimos, puros o bastardos) de las gentes de su tiempo, que le
aman y son amados por él, le aceptan, o le rechazan, o le utilizan... y
finalmente le matan, porque no se acomodaba a lo que ellos ansiaban y esto les
molesta.
Se hizo obediente a la realidad
humana, promoviendo todo lo que era verdaderamente humano y rechazando todo lo
que era contrario al hombre. Y así, de esta forma, obediente también al Padre,
dando testimonio "hasta la muerte" de lo que el Padre quiere que sea
la realidad humana.
Y es esto precisamente lo que
san Pablo recomienda a los filipenses: "tened los mismos sentimientos de
Cristo Jesús"; la misma obediencia a la realidad humana y al Padre, aunque
esto pueda costaros la vida, "hasta la muerte".
La vida de Jesús es asumir la
situación de los otros y ver cómo desde dentro de esa situación se puede crear
la relación filial con el Padre y fraternal con los hermanos. Miremos el
ejemplo de Jesús: deja tu "condición divina" -porque todos nos
creemos de condición divina, nos hacemos absolutos y nos creemos dioses- y
ponte en la condición del otro y procura sentir desde dentro al otro y padecer
desde su situación.
. ¿Con qué personaje de la pasión nos
identificamos: con Pedro que le negó, con Judas que le traicionó, con el pueblo
que no le acepta, o con Juan y las mujeres que le acompañaron? “Orad y
contemplad la Pasión y la muerte de Cristo, es el mejor medio de acercarnos a
la semana Santa. al Triduo pascual.
Jesús en este
domingo de Ramos es aclamado por aquellos que después van a quitarle de en medio.
Todo esto ocurre porque Jesús se mete en el mundo, asume el dolor de todos los
hombres que hoy son "crucificados". Jesús se empeña en estar en todos
los líos, se sitúa en las entrañas de la vida, allí donde se juega el futuro de
la humanidad. No le va la muerte ni la marginación -siempre injusta- . Lucha
por acabar con todo aquello que degrada al hombre, que le humilla y hunde en el
abismo. Fue valiente, por eso le mataron tanto el poder político como el
religioso. Pero Jesús sigue muriendo hoy día...
Nosotros
seguimos crucificando a muchos "cristos" y gritando:
"¡Crucifícalo!". Muchos hombres siguen viviendo su “pasión”: mujeres
maltratadas, niños esclavizados, parados cansados de buscar trabajo, millones
de personas que mueren de hambre… Que la entrega de Jesucristo por nosotros nos
ayude a entregarnos a los hermanos y a ser más humanos cada día.
Fijémonos en algunos aspectos del
relato de la Pasión según san Mateo.
San Mateo ve
en este acontecimiento la realización del vaticinio del profeta Zacarías, que
anunciaba la llegada del Rey de Israel, avanzando hacia el monte Sión, lleno de
mansedumbre y majestad, sentado sobre un borrico. La Iglesia repite cada año en
todo el mundo, también en el camino que baja de Betfagé hacia Jerusalén, esa
procesión de hombres y de mujeres, de niños con ramos de olivos y con palmas,
que aclaman al Señor con júbilo y entusiasmo. Sólo los orgullosos sonríen con
ironía o protestan indignados, los que no tienen fe, los que sólo miran con los
ojos de la carne porque están ciegos en el alma. A ellos el Señor, cuando le
piden que acalle a la multitud, les contesta: "Si éstos callaran, las
piedras gritarían". Y es que las piedras son más blandas y sensibles que
el corazón de los orgullosos y los soberbios...
-Getsemaní. De Getsemaní emana una lección de
vida para la comunidad cristiana. Como Cristo, por medio de la vigilancia y de
la oración al Padre, superó victoriosamente el momento decisivo de la prueba,
así el discípulo: "Vigilad y orad"
es la invitación reiterada a la Iglesia. El episodio se convierte en un modelo
para la existencia cristiana, en una ilustración de la advertencia que Mateo ha
colocado como conclusión del discurso escatológico (24,42): "Velad, pues, porque no sabéis el día en que
vendrá el Señor".
Cuando
aparece en el texto la realeza de Cristo, vemos que hay una diferencia radical
entre la realeza de Cristo y la del mundo, entre las manifestaciones de la
primera y las manifestaciones de la segunda. No hay nada en común entre ambas;
la realeza del mundo se manifiesta en el poder, en la imposición, en la
salvación de sí mismo; la realeza de Cristo se manifiesta en el servicio, en el
amor, en el rechazo del poder como medio de sustraerse a las contradicciones.
Por eso el mundo rechaza la realeza de Cristo, no la comprende y hasta la
considera una realeza de burla. Por eso los mismos discípulos se sienten con
frecuencia tentados -¡incluso por amor al Maestro!- a modificar la realeza de
Jesús, a hacerla semejante a la del mundo, en un intento, se diría, de hacerla
más convincente y eficaz.
Hoy a nivel
eclesial también , demasiadas veces queremos una Iglesia poderosa, de gran
influencia social. Olvidamos que su razón de ser es el servicio.
Contemplando
al Mesías abandonado que nos presenta San Mateo, nos damos cuenta de que la petición de un milagro no solo es un
razonamiento meramente humano; sino que esta basado en toda una literatura de
martirio que asegura justamente que Dios interviene siempre, aunque sea en el
último momento, para derrotar a los enemigos y hacer triunfar al justo. Así en
Sal 34,8 y en Sal 1,9-12: "Teniendo a Yahvé por refugio, el Altísimo por
tu asilo, no te llegará la calamidad ni se acercará la plaga a tu tienda, pues
te encomendará a sus ángeles para que te guarden en todos sus caminos". Es
la tentación en los momentos difíciles de nuestra fe, pedir e incluso exigir la
intervención de Dios.
La
inscripción o título de la cruz narra con claridad las objeciones que entonces,
y ahora, se pueden hacer a una muerte tan calamitosa: ¿cómo puede ser rey nuestro
un crucificado?. Parece
imposible dar crédito a una persona en tal estado de fracaso. Ya lo decía Pablo
con claridad: "para los judíos un escándalo, para los paganos una
locura" (/1Co/01/23). Sin embargo éste es el
Cristo de nuestra fe.
En nuestra realidad
eclesial continua siendo , demasiadas veces incomprensible el escándalo de la
cruz. Como en la época de Jesús -que lo parecía muerte se convertirá en vida de
verdad- , continua siendo realidad. El camino del triunfo en la fe es el de
saber valorar la cruz de ser hombre, con las limitaciones que esto conlleva.
Ya la
primera comunidad cristiana vio en este relato del centurión, una confesión de
fe que ella misma se apropia. Como luego dirá en su reflexión teológica el
evangelista Juan: Jesús jamás fue el Hijo único de Dios en tanto grado como en
la humillación de la cruz. Todo este relato constituye un cúmulo de paradojas
para el que no tiene fe: para el creyente es fuente de adoración y de actuación
en la vida. Nos sirve a nosotros para ver y comprobar nuestra confesión de fe
en los momentos duros y difíciles de testimonio cristiano.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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