Las lecturas del día de hoy giran en torno a la celebración de la Cena Pascual que realizaban los judíos, misma que también celebró Jesús, a la cual le dio un nuevo sentido, tal como lo narra San Juan en su evangelio y nos lo recuerda San Pablo.
"Pascua"
es una palabra hebrea que la Vulgata traduce por "tránsito" o
"paso" del Señor. En realidad, significa exactamente "pasar de
largo" o "saltarse" y alude al hecho de que Yahvé pasó de largo
o se saltó las puertas de los israelitas que habían sido marcadas con la sangre
de un cordero con lo que los primogénitos de Israel se libraron del exterminio.
También nosotros, que reconocemos en Cristo al verdadero Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo, somos liberados de toda esclavitud, del pecado y de
la misma muerte, por la sangre de Cristo. Él es nuestra Pascua. Y el bautismo,
por el que participamos de la sangre de Cristo, debe ser para nosotros el
principio de la salida, del "éxodo", hacia la libertad de los hijos
de Dios y hacia la tierra prometida en la que habite la justicia.
Meditemos con atención los diferentes relatos, desde la Palabra proclamada, y que nos iluminan en gran celebración.
La primera lectura
del libro del Éxodo (Ex 12, 1-8. 11-14)
presenta la descripción del ceremonial judío de la comida pascual.
Este análisis
proviene de los medios sacerdotales, así como de las últimas disposiciones
legislativas de la Escritura, en las que se subraya un interés especial porque
el judío instalado en la Tierra Prometida adopte de nuevo la actitud de
disponibilidad que caracterizó a sus antepasados el día de su liberación de
Egipto.
El texto de esta lectura pertenece a la obra denominada
"Sacerdotal", redactada después del regreso del destierro babilónico.
Relaciona estrechamente los ritos antiquísimos de la celebración de la Pascua
con la salida de Egipto.
La antigua
fiesta de pastores adquiere para el redactor sacerdotal un nuevo significado:
ya no marca el inicio de la trashumancia de los pastos invernales a los
estivales, sino el recuerdo del paso de la esclavitud a la libertad. La sangre
de los animales adquiere un significado teológico: memorial de la salvación que
Dios ofrece a su pueblo (cf. v 14). El memorial comporta un sentido
actualizador: al repetir el gesto de los antepasados de la inmolación de
animales, cada generación se hace presente en la acción liberadora de Dios.
(vv 2-11) ritual del sacrificio y comida de la víctima pascual: se separa
un animal de ganado menor del resto del rebaño para indicar su consagración.
Toda la comunidad participa en la fiesta que se celebra el primer mes del año:
es el mes de la primavera llamada Abib o Nisán. El rociar con sangre los
dinteles de las puertas es un rito de defensa contra toda clase de desgracias y
malos espíritus. El banquete se celebra al anochecer y su preparación es
rápida: se asa el animal sobre un fuego improvisado, se comen hierbas del
desierto que no necesitan cultivo. Todos estos detalles, así como los del (v.
11), nos recuerdan las comidas-sacrificios de los nómadas tras su jornada de
trabajo. Por eso el origen de la Pascua parece ser una fiesta de pastores.
(vv 2-11 ) ritual del sacrificio y comida de la víctima pascual: se separa
un animal de ganado menor del resto del rebaño para indicar su consagración.
Toda la comunidad participa en la fiesta que se celebra el primer mes del año:
es el mes de la primavera llamada Abib o Nisán. El rociar con sangre los
dinteles de las puertas es un rito de defensa contra toda clase de desgracias y
malos espíritus. El banquete se celebra al anochecer y su preparación es
rápida: se asa el animal sobre un fuego improvisado, se comen hierbas del
desierto que no necesitan cultivo. Todos estos detalles, así como los del v.
11, nos recuerdan las comidas-sacrificios de los nómadas tras su jornada de
trabajo. Por eso el origen de la Pascua parece ser una fiesta de pastores.
- El sacrificio de un "cordero o cabrito" remonta a etapas
anteriores a la estancia de los hebreos en Egipto: la víctima debe ser
"macho" (considerado la fuente de vida), "sin defecto" (a
fin de que sea aceptable a Dios), "de un año" (primicia), "lo
guardaréis" (la separación del rebaño como señal de santificación). En su
origen era un sacrificio de fecundidad y, con la aspersión de las puertas de
las casas o de los umbrales de las tiendas con la sangre de la víctima, se
alejaba la influencia de los espíritus malignos. También la comida de esta
noche con carne salada y el bastón en la mano nos lleva al ambiente de una cena
sacrificial de nómadas al final del día, después del camino.
- "... porque es la Pascua":
El nombre de esta antigua fiesta no tiene una explicación clara. Parece derivar
de los verbos "cojear" o "saltar"; quizás primero referido
a una danza cultual, significó después "pasar por encima". Con este
sentido figura en este texto: "Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo
ante vosotros". Vincula estrechamente la fiesta con los acontecimientos
liberadores de Egipto. El texto nos lo subraya una y otra vez: "Esa noche
comeréis la carne...", "Yo pasaré esta noche...".
- "Este será un día memorable
para vosotros" (vv 12-14) explicación de los ritos: en su origen, la
Pascua pudo ser una fiesta de Pastores en la que se celebraba la fuerza de la
naturaleza que irrumpe en primavera con la nueva vegetación; pero Israel, al
adoptarla, le da un nuevo sentido: es el memorial del acontecimiento histórico
de la liberación de Egipto. La Pascua evoca el "paso" de Dios que es
condena para los egipcios y salvación para los israelitas. Estos ritos arcaicos
de la Pascua recibieron una luz nueva desde la fe en Yahvé, el libertador, y
sufrieron un cambio radical de sentido: dejaron de ser un culto referido al
pasado del ciclo natural para convertirse en el memorial de un hecho histórico
en el que Dios se revela.
El pueblo debe
conmemorar todos los años estas gestas de Dios en su historia. Por medio de la celebración de la Cena Pascual, el pueblo de Israel
conmemoraba el acontecimiento fundante de su identidad como pueblo: la
liberación de la esclavitud en Egipto, signo del amor de predilección de Dios.
El Salmo
responsorial es el 115(Salmo 115, 12-13.15-16bc.17-18), este es uno de los salmos de Hallel (salmos 112 al 117), que
se cantanban para finalizar la comida de Pascua. El salmo 115 resume perfectamente el sentimiento de Israel en la situación
dolorosa de la esclavitud. Horriblemente oprimido ("he sufrido
mucho"), obtuvo del Faraón el permiso para salir de la hoguera. Pero de
inmediato siente que le pisa los talones el ejército egipcio ("en mi
confusión yo decía: ¡el hombre es sólo mentira!"). Experiencia profunda de
la duplicidad humana. Morirían aprisionados entre el Mar Rojo a la espalda y
los terribles carruajes del Faraón por delante... En ese momento se abre el mar
("mucho le cuesta al Señor ver morir a los suyos"). El salmista pasa
de pronto, a la segunda persona: "yo soy, Señor, tu siervo, Tú has roto
las cadenas que me ataban. Te ofreceré el sacrificio de alabanza, levantaré la
copa de salvación... "
Esta
comida de Pascua, o Seder, se tomaba en cada casa la primera noche de la
fiesta. La mesa, en aquella ocasión estaba suntuosamente preparada. En un
extremo de la mesa, delante del "dueño de casa", había tres matsoth
("pan de la miseria", sin levadura, porque la "masa de nuestros
antepasados no tuvo tiempo de fermentarse cuando tuvieron que salir
precipitadamente de la tierra de cautividad"). Sobre la mesa,
"hierbas amargas" y lechuga, evocaban las amarguras de la vida de
esclavitud... Y "el hueso carnudo, asado, de cordero pascual"...
Ante cada comensal, una "copa de vino". En cuatro sorbos, durante
la comida, cada uno debía vaciar su contenido recitando una bendición,
testimonio de "felicidad" y de "gratitud" hacia Dios.
Durante la comida, el niño más pequeño hace preguntas al "dueño de
casa"; este responde mediante el Haggada o sea el relato de la
"liberación de Egipto".
La comida de Pascua era pues un inmenso grito de alegría y de acción de
gracias "al Dios salvador", que salva de la desgracia y de la muerte.
Esa fue la comida que Jesús vivió, aquella tarde, la última que comió antes de
morir y resucitar.
El salmista es
un esclavo -hijo de esclava- nacido en casa. Aun así, el Señor de la casa ha
tenido a bien romper sus cadenas, sin tener en cuenta la condición de esclavo.
¿Cómo no ofrecer un sacrificio de alabanza? ¿Cómo no cumplir los votos e
invocar el nombre del Señor?
El Salmo 115,
en el original hebreo, forma parte de una sola composición junto al salmo
precedente, el 114. Ambos, constituyen una acción de gracias unitaria, dirigida
al Señor que libera de la pesadilla de la muerte.
En el texto aparece la memoria de un pasado
angustiante: el orante ha mantenido alta la llama de la fe, incluso cuando en
sus labios surgía la amargura de la desesperación y de la infelicidad.
Alrededor se elevaba como una cortina helada de odio y de engaño, pues el
prójimo se demostraba falso e infiel ( v. 11). Ahora, sin embargo, la súplica
se transforma en gratitud, pues el Señor ha sacado a su fiel del torbellino oscuro
de la mentira (v 12).
El texto
además de mencionar el rito del sacrificio se hace referencia explícitamente a
la asamblea de «de todo el pueblo», ante la cual el orante cumple su voto y
testimonia su fe (v. 14). En esta circunstancia hará pública su acción de
gracias, consciente de que incluso cuando se acerca la muerte, el Señor se
inclina sobre él con amor. Dios no es indiferente al drama de su criatura, sino
que rompe sus cadenas ( v. 16).
El orante
salvado de la muerte se siente «siervo» del Señor, hijo de su esclava (ibídem),
bella expresión oriental con la que se indica que se ha nacido en la misma casa
del dueño. El salmista profesa humildemente con alegría su pertenencia a la
casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a él en el amor y en la fidelidad.[1]
Con las
palabras del orante, el salmo concluye evocando nuevamente el rito de acción de
gracias que será celebrado en el contexto del templo (Cf. versículos 17-19). Su
oración se situará en el ámbito comunitario. Su vicisitud personal es narrada
para que sirva de estímulo para todos a creer y a amar al Señor.
El orante se
dispone, por tanto, a ofrecer un sacrificio de acción de gracias en el que se
beberá el cáliz ritual, la copa de la libación sagrada que es signo de
reconocimiento por la liberación (Cf. versículo 13). La Liturgia, por tanto, es
la sede privilegiada en la que se puede elevar la alabanza agradecida al Dios
salvador.
San Basilio Magno, comenta la pregunta y la respuesta de este Salmo con estas palabras: «"¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación". El salmista ha comprendido los muchos dones recibidos de Dios: del no ser ha sido llevado al ser, ha sido plasmado de la tierra y ha recibido la razón…, ha percibido después la economía de salvación a favor del género humano, reconociendo que el Señor se entregó a sí mismo como redención en lugar nuestro; y busca entre todas las cosas que le pertenecen cuál es el don que puede ser digno del Señor. ¿Qué ofreceré, por tanto, al Señor? No quiere sacrificios ni holocaustos, sino toda mi vida. Por eso dice: "Alzaré la copa de la salvación", llamando cáliz a los sufrimientos en el combate espiritual, a la resistencia ante el pecado hasta la muerte. Es lo que nos enseñó, por otro lado, nuestro salvador en el Evangelio: "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz"; o cuando les dijo a los discípulos: "¿podéis beber el cáliz que yo he de beber?", refiriéndose claramente a la muerte que aceptaba por la salvación del mundo»" (San Basilio Magno. Homilía sobre el Salmo 115PG XXX, 109).
En la segunda
lectura (Corintios 11, 23-26) se nos
presenta la versión paulina de la institución de la Eucaristía, que coincide
con la versión de Lucas y se diferencia más de la de Mateo y Marcos, aunque,
naturalmente, las cuatro dan los elementos básicos de la Institución. Este de
San Pablo presenta evidentes analogías con el texto del evangelio de Lucas, lo
que nos remontaría a una tradición común procedente de la comunidad de
Antioquía, de la cual dependerían tanto Pablo como Lucas.
En esta versión, por medio de detalles a primera vista insignificantes, se
destaca el valor salvador de la Eucaristía.
Ante las
divisiones y escándalos morales surgidos en la comunidad de Corinto, Pablo,
poco después de transcurridos 20 años desde la muerte de Jesús, apela a la
celebración central del cristianismo: la Eucaristía.
Este fragmento
es célebre e históricamente importante porque se traslada al año 50, cuando ya
existía un relato oficial, con estilizaciones litúrgicas y autentificación apostólica,
de la última cena de Jesús. Nos hallamos, pues, ante la más antigua narración
literaria de la Eucaristía, anterior incluso al texto de los Sinópticos.
"Haced esto en memoria mía" es una
expresión que nos acerca al memorial de que nos habla la primera lectura. El
recuerdo de la última cena es sobre todo actualización del carácter salvífico
de la entrega de Jesús en el pan y el vino.
"Hasta que vuelva" nos recuerda que
la actitud del cristiano en la Eucaristía es esencialmente itinerante, supone saberse
en camino, como israelita con bastón y sandalias la noche de la Pascua.
La Eucaristía, según San Pablo, es
una particular memoria y presencia de la muerte del Señor. El creyente que
participa en ella se une al Señor muerto, es decir, al real, histórico, no
únicamente imaginado. Por otro lado, como según la teología paulina, la Muerte
y la Resurrección de Cristo son algo totalmente unido entre sí, cuando se
menciona una, se está implicando la otra. Por eso, al hablar del Señor muerto,
también se piensa en el Señor resucitado. Y, por tanto, también el comulgante
establece comunidad con el Resucitado, participando de la nueva situación que
Cristo ha establecido para sí y para los que se unen a él.
De todas formas no se puede pasar por alto nada, ni la muerte ni la Resurrección. En un momento de la vida se puede insistir más en una o en otra, pero sin olvidar aquel aspecto que no se acentúa en ese momento.
Con el evangelio de
hoy (Jn 13, 1-15) empieza la
segunda parte del evangelio de Juan. Es una introducción a los discursos de
despedida y al relato de la pasión y muerte de Jesús.
En el evangelio de Juan el relato de la última cena es el momento culminante de la vida de Cristo: nos transcribe el gesto, propio de los criados, de lavar los pies; con valor paradigmático para los discípulos de todos los tiempos. Cristo se presenta como siervo, y la actitud del creyente consiste en aceptar a Cristo siervo, sin ser reacio como Pedro o traidor como Judas.
La solemnidad de esta introducción queda interrumpida un momento para
decirnos que nos encontramos "cenando" y que Judas Iscariote será el
instrumento del diablo para conducir a Jesús a la muerte.
El texto nos presenta al Jesús joánico, revestido de poder, con plena
conciencia, unido totalmente al Padre, un Jesús que mantendrá este tono
majestuoso durante todo el relato de la pasión y hasta su muerte en la cruz.
Toda la preparación solemne sirve para decir que Jesús se pone a lavar los
pies a los discípulos. Su máxima libertad le lleva a ejercer el servicio más
humilde. Juan no habla de la eucaristía en la última cena, pero habla, con este
gesto simbólico, del significado de la muerte y resurrección de Jesús: la
donación, por amor, de la vida que el Padre le ha dado.
Es típico de San Juan la mala o nula comprensión de lo que Jesús hace y
dice. Ahora es Pedro quien expresa esta incomprensión, que sólo podrá superar
"después", es decir, cuando Jesús haya "entregado el
espíritu". La
reacción de Pedro en el v. 9 muestra su adhesión personal a Jesús, pero por ser
voluntad del jefe, no por convicción. Al ofrecerse a que le lave las manos y la
cabeza, Pedro piensa que el lavado es purificatorio y condición para ser
admitido por Jesús. Juzgaba inadmisible la acción como servicio; como rito
religioso se presta a ella. Jesús corrige también esta interpretación. El
término "limpios" pone esta escena en relación con la de Caná, donde
se mencionaban las purificaciones de los judíos. La necesidad de purificación,
característica de la religión judía, significaba la precariedad de la relación
con Dios, interrumpida por cualquier contaminación legal. Jesús había anunciado
allí el fin de las purificaciones y de la Ley misma.
El gesto de Jesús no es el simple modelo a imitar. Los discípulos "deben lavarse también los pies unos a otros",
como les ha hecho "el Maestro y
Señor". Para que una comunidad se pueda llamar verdaderamente
cristiana, debe hacer lo mismo que Jesús: "lavarse mutuamente los
pies", es decir, servir, dar la vida hasta el extremo por amor. Porque eso
es lo que ha hecho Jesús. Porque así es como lo ha hecho Jesús.
Pedro (y con él los discípulos de los que aparece como portavoz) sigue sin
comprender que significa lo que está ocurriendo. Pero más tarde lo comprenderá.
Ese "más tarde" evoca de un
modo claro la próxima muerte y resurrección de Jesús. De este modo, Juan le
dice al lector desde qué ángulo visual ha de entender la historia. Frente a la
negativa de Pedro Jesús insiste: quien desee tener parte con él, quien quiera
estar en comunión con él y pertenecerle, no tiene más remedio que permitir a
Jesús prestarle ese servicio de esclavo; o, dicho sin metáforas: hay que
aceptar personalmente la muerte de Jesús como una muerte salvífica.
"Lo comprenderás más tarde". El
sentido del gesto es cristológico y pretende anticipar simbólicamente la
humillación de la cruz. El significado salvífico de este acto quedará escondido
hasta la muerte-resurrección y el consiguiente don del Espíritu.
"No tienes nada que ver conmigo"
(literariamente en el original: no tendrás parte de mí) es una fórmula
semítica: "Parte" en el Antiguo Testamento significa heredad que Dios
otorga a su Pueblo y al justo, más adelante pasó a tener un significado
escatológico. Si no acepta el escándalo de la cruz, Pedro no podrá participar
del reino escatológico que Jesús ha venido a inaugurar.
Finalmente ha
llegado "la hora" de Jesús.
Hasta ahora Juan nos había ido diciendo que "todavía no había llegado su
hora". Ahora sí. Y ahora sabemos en qué consiste esta "hora": en
"pasar de este mundo al Padre",
en "amar hasta el extremo".
Es en la muerte de Jesús, en la donación total de su vida, en el amor hasta el
extremo, donde se realiza "la hora" de Jesús: el paso de este mundo
al Padre es su muerte y resurrección.
Para comprender todo el episodio hay que partir del hecho de que la acción
simbólica del lavatorio de pies alude a la importancia soteriológica de la
muerte de Jesús. (...)
Es fundamental el criterio establecido por Jesús y expuesto mediante el gesto simbólico del lavatorio de pies: el amor se demuestra en la propia humillación, en la propia limitación, en el ser y obrar a favor de los demás. Amar significa ayudar al otro para su propia vida, su libertad, autonomía y capacidad vital; proporcionarle el espacio vital humano que necesita.
Para nosotros el gesto simbólico del lavatorio de pies ha perdido mucha de su fuerza original. El amor, tal como él lo entendía y practicaba, incluía la renuncia al poder y al dominio así como la disposición a practicar el servicio más humillante. Lavar los pies pertenecía entonces al trabajo sucio. La negativa de Pedro descubre la resistencia interna de una mente privilegiada contra semejantes insinuaciones. Mas si se quiere pertenecer a Jesús hay que estar dispuesto a un cambio de conciencia radical; y eso conlleva que en el fondo sólo el amor opera el auténtico cambio de mente liberador, el fin de toda dominación extraña.
San Juan había comprendido que con Jesús había entrado en el mundo una
concepción radicalmente nueva de Dios y del hombre; una concepción que sacudía
los cimientos de la sociedad esclavista y de las relaciones de poder porque
ponía la fuerza omnipotente del amor en el centro de todo lo divino. El
lavatorio de los pies era el símbolo más elocuente para expresar esta nueva
concepción, símbolo que también a nosotros nos hace pensar.
Para nuestra vida
Hoy, Jueves
Santo, celebramos en la Eucaristía el núcleo central de nuestra fe. En un mundo
tan complejo, en medio de experiencias nada fáciles, personales y colectivas,
ante mil posibilidades de error y destrucción, celebramos la memoria del Señor
Jesús y afirmamos nuestra fe en El. "Nadie tiene amor más grande que el
que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Esto es lo que intentamos vivir
cada día, en cada momento de relación con los demás, en cada modo de juzgar las
situaciones y de actuar en ellas, en cada decisión que tomamos. Este es nuestro
culto agradable a Dios como pueblo santo y sacerdotal, y esta vida según el
Espíritu de Jesucristo es la que nos construye como Iglesia suya. Es así como
nos unimos realmente a su muerte y resurrección, comunión que significamos y
celebramos ahora en la participación del Pan y el Vino de la Eucaristía.
La primera lectura nos
presenta la cena de Pascua judia, que hasta el día de hoy representa el momento
más entrañable de la vida del pueblo judío. La
comunidad es la familia, más que la ciudad o la nación entera que se reúne en
el Templo (mejor dicho: el pueblo de Israel es el conjunto de familias que
celebran la misma Pascua). El "paso del Señor" afecta tan
intensamente la vida de cada israelita, que debe celebrarse en un ambiente en
el que cada uno de ellos -incluso el más pequeño de la casa- se pueda sentir
protagonista.
Sin embargo, no es tampoco una cena como las demás, ni un acto de familia
en sentido exclusivo. Es una acto que debe reunir unas veinte personas (a
veces, reuniendo más de una familia) y que se rodea de una multitud de
detalles, que lo convierten en un auténtico acto cultual.
El cordero debe ser macho, sin tara y de un año; es decir: el cordero
ideal, porque hay que ofrecerlo a Dios. No es importante sólo el momento en que
se come el cordero, sino también el momento en que se inmola, al atardecer de
aquel día. La sangre es la vida, y la vida es de Dios. Por ello la sangre es
recogida religiosamente. Con aquella sangre se marcan las casas, como signo de
que Dios está con nosotros, ante la amenaza de exterminio.
Con el salmo 115
damos gracias a Dios por los beneficios que recibimos de su generosidad. El
drama de Israel "desgraciado", oprimido, es el de todo hombre, bajo
el peso de su "condición humana"... La acción de gracias de Israel
"ante el bien que Dios le ha hecho"
La nota dominante en este salmo es la acción de gracias. "¿Cómo podré
pagar al Señor todo el bien que me ha hecho? Levantaré la copa de la salvación...
Ofreceré el sacrificio de alabanza..."
Ese es el
sentido de la renovación de votos. No es costumbre anual, sino privilegio
diario. Con estas palabras va una oración para que esos votos encarnen cada vez
más una fuerte vinculación comunitaria, que nuestra consagración inicial vaya
adquiriendo nuevo sentido con el paso de los años, sin olvidar nunca el
antiguo.
En la segunda
lectura (Corintios 11, 23-26) se nos
presenta la versión paulina de la institución de la Eucaristía, que coincide
con la versión de Lucas
De acuerdo con la tradición que San Pablo recibió, Jesucristo,
durante su Última Cena, realizó el máximo acto de amor por la humanidad, al
instituir la Eucaristía. Esto nos ayuda a comprender lo sagrado de nuestra
Eucaristía.
La unión con el Señor muerto y resucitado implica compromiso con El. El
compromiso es vivible más en lo tocante a la muerte, al menos en algunas
circunstancias. O, al menos, es lo que nos puede costar trabajo asumir, porque
el compromiso con la Resurrección es más agradable y positivo. Si se tiene,
cosa no tan frecuente, ya se vive. En cambio el de la muerte, puede arredrar y
no querer comprometerse en toda su significación, por lo que tiene de
sufrimiento y entrega.
La Eucaristía
aparece en este texto como memorial de la nueva alianza (v. 25), símbolo y
presencia de la situación nueva creada por JC. Esta situación se vivencia e
intensifica con la celebración de la Cena del Señor. Es la salvación actuada.
La razón es la especial comunión que establece quien participa con Él. No es
sólo un recuerdo sino una presencia.
El Cuerpo y la Sangre del Señor son Él mismo, pero con una especial
relación con su Muerte y todo lo que ella implica de amor a los hombres,
entrega y unión con el destino humano, elevación de este destino con la
Resurrección. Se recuerda y se vive que la situación de salvación ha costado la
Vida del Salvador. Aunque no se dice expresamente "cómo", ciertamente
la vida y muerte de Jesús es en favor y en lugar de los hombres (v. 24).
Unión entre los que comen el mismo pan y beben de la misma copa. Es la
razón de hablar aquí de la Eucaristía. La unión con Cristo es también unión con
los demás, que forman un solo cuerpo con él.
La obra de salvación y unión con JC comenzada, ya no está llevada a su
culminación todavía. La Eucaristía lanza hacia la transformación del mundo y de
la historia, hacia la Parusía. No es sólo el recuerdo de un pasado sino el
esfuerzo y camino hacia el futuro.
En el evangelio
vemos como Jesús también celebró, como
los otros judíos, la comida del cordero en la noche de Pascua. Pero él le dio un nuevo sentido a aquella celebración. Quiso dar a
sus discípulos una muestra del amor inmenso que les tenía y de servicio, al
lavarles los pies.
San Juan describe
a los discípulos como formando un círculo, en medio del cual se encuentra el
Señor preocupándose por los pies de aquéllos. Mientras el lector de esta
perícopa contemple desde fuera dicho círculo y lo que en él acontece, mientras
no se sienta implicado en el lavatorio de los pies... no acabará de comprender
el mensaje y, por tanto, lo que Jesús hace (v. 8). El evangelista-catequista ha
preparado este relato para que cada uno tome su sitio en esta reunión (es
notorio que Juan, al contar la última cena, no hace alusión a la eucaristía,
sino que desarrolla el gesto del lavatorio de los pies de sus discípulos). Es
más: quien hace suyas la resistencia de Pedro y las palabras que éste
pronuncia, tendrá la posibilidad de escuchar la respuesta de Jesús.
Se puso a
lavarles los pies (un quehacer propio de los esclavos en aquel tiempo). En el
momento en que Jesús se levanta de su sitio y se quita el manto, en ese momento
culmina el abandono del puesto que tiene en la gloria del Padre y toma figura
de siervo (Flp. 2,7). Inclinado a los pies de Pedro, ocupado con los cansados y
sucios pies de sus discípulos, se encuentra Jesús en el punto álgido de su
camino, en el punto cero, es decir, en el justo intermedio entre la subida al
Padre y el descenso al mundo de los hombres, de los esclavos.
En el
lavatorio de la última cena sobresalen dos puntos. El primero es la abnegación,
la humillación radical de Jesús al lavar los pies a los discípulos: lo
contrario de lo que hacían los rabbís. El segundo es la disposición de Jesús a
afrontar la lucha que se avecina: en lugar de evadir "su hora", se
despoja del manto y se ciñe la toalla, se dispone no al combate físico, sino a
la lucha espiritual de su acción, de su sacrificio. El héroe del espíritu se
ciñe para la llegada de "su hora".
¿Comprendéis
lo que os he hecho...? La pregunta va mucho más allá del lavatorio de los pies;
hace relación al todo, o sea, a todo por lo cual Jesús se ha colocado en el
último lugar (Lc 14, 8) entre los hombres. Juan hace que Jesús se dirija al
oyente del evangelio y no sólo desde la sala de la última cena, sino desde la
mesa del reino eterno,, a la que, después de su "vaciamiento" ha de
volver resucitado, exaltado, para sentarse a la derecha del Padre (v. 12).
¿Comprendéis lo que os he hecho? Esta es la pregunta dirigida a todos "en
la víspera de su pasión".
Aceptar a
Cristo supone asumir sus propias actitudes y reproducirlas en la vida cotidiana
(v 15).
Abramos el corazón al mensaje del Evangelio de San Juan: amar
hasta el extremo.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
[1] .- Papa emérito Benedicto XVI: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?»Comentario en la audiencia general (miércoles, 25 mayo 2005) al Salmo 115.
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