Comentarios
a las lecturas del día de la Sagrada Familia. 30 de
diciembre de 2018.
La liturgia de este domingo y dentro
de la octava navideña, nos invita a celebrar la fiesta de la Sagrada Familia.
Hay que tener en cuenta algunas
precisiones. Lo primero que nos encontramos es que la familia formada por José, María y el niño
Jesús, es una familia atípica, que se sale del marco normal de lo que los
judíos entendían por familia tradicional. También es distinta del modelo de
familia que hoy seguimos entendiendo como familia tradicional. Pensemos, más
bien, en familias como las de las que nos habla la Biblia con un solo hijo,
concebido este de forma milagrosa y excepcional. Así fueron las familias
formadas por Ana y Elcaná, con el niño Samuel, o Isabel y Zacarías, con el niño
Juan. En la Sagrada familia, se da además la circunstancia de que el padre de
Jesús, José, es solo un padre putativo y no padre natural. Todo esto debemos
tenerlo en cuenta cuando queremos presentar a la Sagrada Familia, como familia
modelo y prototipo de lo que debe ser hoy una familia cristiana. La Sagrada
Familia debe ser, para nosotros, no tanto un modelo de familia estructural, al
que debamos imitar, sino un modelo de comportamiento individual de cada uno de
los miembros de la familia, dentro de la estructura de la familia actual.
Tanto la primera lectura como la
segunda de este domingo son comunes en todos los ciclos litúrgicos.
consejos
para la armonía familiar.
Unos dos siglos antes de Cristo comenzó en Palestina la
helenización de las ideas y las costumbres. Al principio fue un proceso
favorecido por la moda de la clase dirigente, más tarde impuesto
pragmáticamente por la política de Antíoco Epífanes (175-173). Ben Sirá, el
autor del Eclesiástico, representa la vieja sabiduría de Israel que sale al
paso de estas innovaciones extranjerizantes. Es comprensible que en aquella
situación de colonización cultural, el sabio de Israel se preocupara especialmente
de la educación de la juventud y pusiera sus ojos en la familia, que siempre ha
sido el baluarte de las tradiciones de un pueblo.
El autor, asumiendo el papel de padre, instruye al
discípulo sobre sus obligaciones con los antepasados. Es el único comentario
que existe en el A.T. sobre el Decálogo, concretamente del quinto mandamiento
(= cuarto de nuestros catecismos); honrar padre y madre.
El texto es un comentario al cuarto mandamiento del
decálogo. La palabra clave de este fragmento es "honrar": detrás de
este concepto hay una idea de respeto y veneración con palabras y obras.
En primer lugar habla de las consecuencias de honrar al
padre y a la madre, y va más allá de lo que prometía el texto del libro del
Éxodo (20, 12). Allá se decía que el hijo que honra al padre y a la madre
tendría larga vida. El Eclesiástico afirma que, además, el que honra al padre
expía sus pecados.
Esta misma "recompensa" del perdón de los
pecados se apunta como consecuencia de tratar bien al padre cuando ya es
anciano y le fallan las fuerzas y chochea.
El esquema de la familia es patriarcal: el padre, la
madre y los hijos constituyen una jerarquía, un orden santo que es menester
conservar a toda costa. Una familia así privilegia el pasado y la estabilidad,
consiguientemente la tradición y el orden. Para mantener dicha estructura en
beneficio de la herencia espiritual de Israel, Ben Sirá inculca a los jóvenes
todas aquellas virtudes que la favorecen: la obediencia, el respeto a los
mayores, la solicitud por los padres que se encuentran en necesidad y confiere
a dichas virtudes un valor religioso.
En el texto, padre y madre son intercambiables. Lo que se
predica del uno puede afirmarse del otro ya que los dos representan, por igual,
a la institución familiar. El relato gira sobre los términos temor, respecto,
honra. Es lo que el maestro trata de inculcar al discípulo: dar a los padres
toda la importancia que tienen y se merecen, especialmente en los días aciagos
de la vejez. Y no sólo de palabra sino también de obra.
v. 5:Dios escucha a los buenos hijos que honran al padre
y a la madre. Les concede larga vida y prosperidad, les perdona sus pecados.
El que teme a Dios honra a sus padres. Se recuerdan las
obligaciones de los hijos para con sus padres. La alusión a la madre es muy
somera, dado que la concepción de la familia es patriarcal.
Según él, el objetivo del padre de familia debe ser la
felicidad de los suyos: la seguridad de vivir "largos días" (v. 6) y
de beneficiarse de la bendición de Dios (vv. 8-9). A cambio, los padres
cosecharán honor y reputación (=gloria: vv. 2-6) si sus hijos son bien
educados.
El ideal familiar de Ben Sira es, pues, bastante mediano:
se para en la felicidad, y el mejor modo de obtenerla consiste en recibir, sin
protestar, la educación y la formación de los padres. El hijo entra en un molde
prefabricado que se llama sabiduría o experiencia, al cabo de los cuales
encontrará la comodidad.
Existen muchas razones humanas para honrar a los padres
ya que su vida se perpetúa en la de los hijos -los dos no son sino partes de un
mismo ser (v. 11)-, pero el texto insiste más en las razones religiosas: nos
transmiten la vida que es don divino, siendo ellos los continuadores de su obra
creadora y salvadora.
v. 14:Los judíos atribuían a la limosna un valor expiatorio,
tanto es así que las riquezas adquirían con frecuencia un aprecio especial
porque permitía hacer limosnas y santificarse. La Iglesia reconoce igualmente
el valor penitencial de la limosna.
En la época en que escribe el autor, la sociedad judía
atravesaba una crisis: tiempo de mutación, dificultad de afianzamiento,
estructuración del porvenir sobre la base de los valores fundamentales del
pasado (tradición). La familia es uno de estos valores. La familia ha superado
muchas crisis, pero ¿cómo se ha de estructurar frente al futuro? Mirando hacia
Dios, el autor hace valer las relaciones de respeto y ayuda de los hijos para
con sus padres.
Este salmo hace parte de los "salmos graduales" que los
peregrinos cantaban caminando hacia Jerusalén. Desde los 12, cada año, Jesús
"subió" a Jerusalén con motivo de las fiestas, y entonó este canto.
La fórmula final es una "bendición" que los sacerdotes pronunciaban
sobre los peregrinos, a su llegada: "Que el Señor te bendiga desde Sión,
todos los días de tu vida..."
El salmo describe
un cuadro de la "felicidad en familia", de una familia modesta: allí
se practica la piedad (la adoración religiosa... La observancia de las
leyes...), el trabajo manual (aun para el intelectual, constituía una dicha, el
trabajo de sus manos), y el amor familiar y conyugal...
Es un salmo de alabanza. Hay en él una doble alabanza: a Dios, que reparte
sus bendiciones y que vela por nosotros “todos los días de nuestra vida”, y al
justo que sigue los caminos del Señor.
A través de imágenes sencillas y expresivas, el salmista nos muestra qué
dones recibe el que “teme al Señor”. Son aquellos que todo hombre de aquella
época podría considerar los mayores bienes: una esposa fecunda, un hogar
próspero, hijos sanos y hermosos, salud y una descendencia numerosa. Hoy,
tantos siglos después, también podríamos decir que este es el sueño de la
mayoría de las personas: formar una familia, gozar de bienestar económico, y
vivir una vida larga y pacífica, junto a los seres queridos.
Lo que hemos de temer es olvidarnos de él, ignorarlo, vivir a sus espaldas.
¡Ay de nosotros si apartamos a Dios de nuestra vida! Caeremos en la oscuridad y
en el desconcierto, y comenzaremos a vagar a la deriva. Perderemos la paz, la armonía
familiar, y hasta los bienes materiales, tarde o temprano.
En Israel, era
clásico pensar que el hombre "virtuoso" y "justo" tenía que
ser feliz, y ser recompensado ya aquí abajo con el éxito humano. Pensamos a
veces que esta clase de dichas son materiales y vulgares. Fuimos formados quizá
en un espiritualismo desencarnado. El pensamiento bíblico es más realista:
afirma que Dios nos hizo para la felicidad, desde aquí abajo... ¿Por qué
acomplejarnos si estamos felices? ¿Por qué más bien, "no dar gracias",
y desear para todos los hombres la misma felicidad?
Por eso este salmo, además de alabanza, es un recordatorio. Dios cuida de
nosotros siempre, cada día que pasa. Y nos muestra el camino hacia la “vida
buena”, la que todos anhelamos en lo más profundo de nuestro ser, la que merece
ser vivida.
de la Carta de
Pablo a los Colosenses consejos
para conseguir la concordia entre los cristianos.
Después de haber
recordado que, por el bautismo, nos hemos despojado del "hombre
viejo", Pablo explica a los cristianos de Colosas en qué consiste el
"vestido" propio del "hombre nuevo": en unos sentimientos
que, de hecho, son los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
La sección Col 3.
5-17 parece ser una instrucción ética impartida en el bautismo, mientras que a
partir de 3. 18 nos encontramos con resonancias de las exhortaciones domésticas
usuales en el mundo grecorromano. En los dos casos se trata de exhortar a la
vida cristiana práctica y cotidiana.
Hay recomendaciones
generales (v. 12-17) y particulares (v. 18-21). Gran parte del texto es igual
al de los catálogos de virtudes de la filosofía popular estoica o del judaísmo
rabínico. El contenido es de ética general o de sentido común, vertido en
moldes culturales del tiempo. Así el v. 18 refleja la condición femenina y del
matrimonio en aquella época. Esto es preciso tenerlo presente para no tomar
como palabras de Dios lo que no es sino la forma cultural en que se transmite
un contenido de revelación. Lo ético, cuando pasa a lo concreto, está más
sujeto a estos condicionamientos culturales que otras partes del mensaje
neotestamentario, porque aplica los principios generales a circunstancias
históricas definidas. Cuando estas circunstancias cambian por evolución humana,
los principios permanecen, pero sus aplicaciones han de adaptarse a las nuevas
situaciones, precisamente para ser fieles a la Palabra.
Se trata, pues,
para los cristianos de vivir una moral que sea signo de la soberanía de Cristo
sobre la humanidad. De ahí que el pasaje de san Pablo les interpele a ese
nivel: aplicándoles los títulos de santos y de elegidos e invitándoles a
"revestir" determinados sentimientos propios hasta ahora
exclusivamente de Dios (vv. 12-15). La idea de SANTIDAD encierra, ante todo, la
idea de separación: Dios era el Santo, en el A.T., porque no tenía nada en
común con los hombres, y el pueblo de Israel era santo, a su vez, en la medida
en que se singularizaba y se separaba de las demás naciones (Is 4, 3; Dt 7, 6).
Pero en JC se ha revelado la santidad de Dios precisamente en comunicación, y
su trascendencia se ha manifestado en la inmanencia. Por eso san Pablo puede
llamar "santos" a los cristianos en la medida en que comparten el
sentido de la comunicación con otro mediante las virtudes de bondad, de perdón,
de caridad, de compasión, etc. El testimonio de la soberanía de Cristo sobre el
mundo no tiene, pues, nada de superior o de despectivo; al contrario, es
comunicación y participación.
En la primera parte
del texto (vv. 12-17) las imágenes son bastante claras y la comprensión general
es fácil. Sólo hay que evitar una lectura dulzona o en exceso mitigada de estas
palabras que se prestan a un cristianismo atontado o fuera de la realidad. Otra
aplicación de la soberanía de Cristo se pone de manifiesto en el "estilo
de las celebraciones litúrgicas". Pablo les dedica los vv. 16-17. En ellos
se descubre el esquema esencial de las reuniones: la proclamación y el
comentario de la Palabra de Dios, el canto de los salmos y de los himnos, la
acción de gracias en último término (vv. 15b y 17). Pero la liturgia apenas se
diferencia de la vida, y Pablo se preocupa con la misma intensidad de la
repercusión de la Palabra, de los cánticos y de la acción de gracias en los
corazones y las actitudes de la vida cotidiana como de la liturgia en sí.
En la segunda parte
hay que evitar entender los textos prescindiendo de su encuadramiento
histórico.
San Pablo pasa después a
diferentes situaciones humanas: relaciones conyugales y familiares, relaciones
entre esclavos y amos. Era un procedimiento normal en la catequesis primitiva
enfocar así esas situaciones concretas en las que se desarrollaba la vida de
los cristianos para subrayar a la vez las exigencias de la moral común y la
originalidad del comportamiento cristiano (cf. Ef 5, 21-6, 9; 1 P 3, 1-7). La
lectura litúrgica de este día no recoge más que la primera parte (vv. 18-21):
la que trata de las relaciones conyugales y familiares.
nos
introduce en los umbrales de la madurez incipiente de Jesús (Lc 2,41-51a).
Este evangelio, uno
de los más difíciles de interpretar, está incrustado entre los vv. 40 y 52,
relativos al desarrollo armonioso y a la "sabiduría" creciente del
Niño. Es absolutamente razonable suponer que esas alusiones a la sabiduría de
Jesús constituyen la clave de la inteligencia del relato.
Para un judío, la
sabiduría consiste, sobre todo, en un espíritu desligado y pronto en las
discusiones (Act 6, 10; Lc 12 12; 21, 15). Este don aparece frecuentemente como
una gracia de Dios, está vinculado a una misión; permite comprender las
Escrituras y cumplirlas (Prov 3, 13-4, 26).
Doce años es la
edad en que el niño comienza a tomar distancias respecto al medio familiar. Por
poco "adelantado que esté para su edad", como suele decirse, puede
tener ya salidas sorprendentes que admiran a su auditorio e inquietan a la
madre, preocupada muchas veces por desentrañar la psicología de su hijo y las
opciones que comienza a tomar. Eso es exactamente, al parecer, lo que sucedió
en Jerusalén con motivo de la primera peregrinación de Jesús con sus Padres.
Meditemos ante el cuadro que
San Lucas nos presenta y las palabras del final: " Su madre conservaba
todo esto en su corazón.". María es la mujer toda corazón. Esto significa
que aunque en su mente no entendía muchas cosas, ama, espera y cree. Jesús le
cambia los planes desde su concepción hasta su muerte. De niño le hizo retornar
a Jerusalén, y ni siquiera entendía sus palabras. Pero al final calla y confía.
María siempre aparece en el evangelio, como la mujer silente y revelando su
"fiat", su "hágase", su total confianza y obediencia a los
planes divinos. Otro aspecto mariano de este evangelio es la prontitud de
María, en busca de Jesús. A donde quiera que tenga que ir Jesús allí va María,
a Egipto, a Jerusalén, al Calvario. María sigue con prontitud a Jesús, se
sacrifica y lo sigue hasta el final, hasta las últimas consecuencias, siempre y
a lo largo de toda la vida. También María es la mujer que se deja sorprender
por Jesús. Se sorprende ante sus hechos y palabras. Esto demuestra su fina
sensibilidad. María invita a recuperar esa capacidad de sorpresa y de
admiración.
El Dios de María es un Dios
sorprendente, admirable, desconcertante. Finalmente María revela esa dimensión
profética de la pregunta: ¿Por qué? No permanece callada ante el misterio, ante
los acontecimientos difíciles. Le preguntó al Ángel y le pregunta a su Hijo, y
con su hijo se identificó cuando en la cruz Jesús también preguntó: ¿por qué?
No se trata de mantener un silencio estéril, se trata de la inteligencia que
limitada ante el misterio de la vida solicita una respuesta. De la pregunta
humilde hecha oración viene la respuesta elocuente de un Dios que habla y se
revela hasta en sus silencios.
Todos los años, nos cuenta San Lucas que María y José solían dirigirse a
Jerusalén para la fiesta de la pascua (v. 41). Al cumplir los doce años,
también Jesús subió en esa misma ocasión de Nazaret a Jerusalén en compañía de
sus padres (v. 42). Y durante su peregrinación inicial al templo dio lugar a su
primera manifestación como Hijo de Dios (v. 49).
Este viaje puso al
descubierto la inteligencia precoz de Jesús en sus respuestas a los
interrogatorios de los doctores (v. 46-47), y pondrá de manifiesto, quizá por
primera vez, la emancipación de Jesús de su esfera familiar a la vez mediante
una fuga (v. 43) y mediante una contestación que decía mucho sobre su
conciencia de una vocación particular (v. 49).
La sabiduría de
Cristo ha consistido, para Lucas, en comprender los designios del Padre sobre
El y en anteponer su cumplimiento a toda otra consideración. Sus padres no
tienen aún esa sabiduría; pero, al menos, respetan ya en su Hijo una vocación
que trasciende el medio familiar.
Es la escena evangélica con la
que concluye el evangelio de la infancia según Lucas, constituye una especie de
parábola de toda la existencia de Jesús. La vida de Jesús, centrada en el
cumplimiento de la voluntad de Dios, se cristaliza en este relato lucano. Lo
que el autor de Hebreos nos decía hace unas semanas: "Cuando Cristo entró
en el mundo dijo: "Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad"
(10, 5-7), Lucas lo presenta en forma narrativa en el evangelio de hoy.
El evangelista se entretiene
presentándonos a Jesús sometido a la Ley del Señor en la tradición de su
pueblo. Jesús aparentemente abandona a sus padres para encontrar a su Padre.
Jesús ha encontrado a su Padre-Dios en la tradición de su pueblo, por ello
permanece entre los doctores y dialoga con ellos, lo ha encontrado en el
ambiente sagrado del antiguo Templo y por eso permanece allí como en su casa.
Jesús se ha encarnado en la historia humana y en la tradición de su propio
pueblo.
Este viaje puso al descubierto la
inteligencia precoz de Jesús en sus respuestas a los interrogatorios de los
doctores (v. 46-47), y pondrá de manifiesto, quizá por primera vez, la
emancipación de Jesús de su esfera familiar a la vez mediante una fuga (v. 43)
y mediante una contestación que decía mucho sobre su conciencia de una vocación
particular (v. 49).
Sus padres están evidentemente
demasiado angustiados (versículo 48) como para comprender a su Hijo (v. 50).
Sin embargo, María conserva todos estos sucesos en su corazón (v.51) con el
presentimiento materno de un futuro misterioso.
Al redactar este relato, unos
cincuenta años después de este acontecimiento, Lucas sabe qué misión presagiaba
este episodio, y su forma de escribir permite que el lector lo comprenda
también: estos acontecimientos hay que leerlos a la luz de la muerte y de la
resurrección del Señor.
Un último tema
importante aflora aún a lo largo del relato: Lucas no emplea menos de cuatro
veces la palabra "buscar" (vv. 44, 45, 48 y 49).
La búsqueda de Dios
es un tema importante en la Escritura, porque Yahvé no es, como los ídolos, un
Dios que se deja encontrar fácilmente. Esta búsqueda es, en primer lugar, la de
los patriarcas nómadas que descubren el cumplimiento del plan de Dios en la
historia. Es, después, de una forma más espiritual, la búsqueda de Dios en su
ley (scrutare: Sal 118/119); pero el punto de vista es con frecuencia demasiado
humano aún (Os 5, 6-7, 15), el destierro vendrá a rectificar la espera del
pueblo, y hasta después del destierro no se pondrá el pueblo a buscar a Dios
para encontrarle en la obediencia a su voluntad (Dt 4, 29; Is 55, 6; Jer 29,
13-14; Sal 104/105, 1-4: adviértase en la mayoría de los textos el dúo
"buscar-encontrar"). Esta "búsqueda" de Yahvé se realiza
especialmente en el Templo. La última palabra misteriosa de Jesús (2, 50), pero
también todas las demás que habían precedido y todos los acontecimientos que
habían surgido de ella.
Por eso señala Lucas que sus
padres "no comprendieron" lo que sucedía (v.50).
El texto acaba
destacando la actitud silente y confiada de María " Su
madre conservaba todo esto en su corazón." (v.51).
Esta expresión
refleja en general, sobre todo en San Lucas, la actitud de quien presiente la
realidad de un oráculo profético Ahora bien, el reproche que Jesús hace a sus
padres: "¿No sabíais que tengo que estar...?" (v.49), es la expresión
que formula habitualmente para remitir a su auditorio a las Escrituras a las
que da cumplimiento. Esto equivale a decir: "¿Es
que no habéis leído eso en la Escrituras y no es, acaso, insoslayable el
cumplimiento de esas Escrituras?" Así es como muchos detalles accesorios
del relato adquieren un relieve extraordinario y convencen al lector de que la
primera subida de Cristo a Jerusalén es el presagio de su subida pascual. En
uno y otro caso se le busca a Jesús sin encontrarle (Lc 2, 44-45 y 24, 3,
23-24); y también en ambos casos se le encuentra al cabo de tres días; en ambos
casos es la voluntad del Padre la que anima y orienta la conducta de Jesús; en
ambos caso, finalmente, la escena se desarrolla en el curso de una fiesta de
Pascua.
En
Navidad celebramos que Dios se hace hombre, y asume todo lo que es propio del
ser humano. Si hay algo que forma parte indispensable del ser humano es la
familia. Todos hemos nacido y nos hemos educado en una familia, para después
formar muchos su propia familia. La familia ha sido y sigue siendo fundamental
para cada uno de nosotros, pues de la familia hemos recibido la educación
primera y más importante, en ella hemos forjado nuestra propia personalidad, en
nuestra familia nos apoyamos cuando tenemos alguna necesidad, y en familia
celebramos los acontecimientos más importantes de nuestra vida. Pues del mismo
modo que para cualquier persona humana la familia es importante, Dios, al tomar
la condición humana, nace también en una familia. Escuchamos en el Evangelio de
hoy la responsabilidad de María y de José como padres de Jesús, en su vida
diaria y oculta en Nazaret. Es hermoso imaginar cómo Jesús, desde su
nacimiento, iría educándose y creciendo de la mano de María, su madre, y de san
José. De ellos aprendería tantas cosas, como cualquier niño, y sus padres irían
formando poco a poco la naturaleza humana de Jesús. Dios nace y se educa en una
familia, como cualquier persona, pues Dios se hizo hombre con todas sus
consecuencias.
La primera lectura nos habla de la importancia
de la familia. Los consejos que nos da este texto son perfectamente aplicables
a nuestro tiempo y debemos de tenerlos muy en cuenta. Su autor es un tal
Jesús Ben Sirá, de donde procede el otro nombre con el cual se conoce este
libro: Sabiduría de Ben Sirá o Sirácida. El libro es uno de los mejores
ejemplos de la literatura sapiencial judía y casi una síntesis de toda la
teología del judaísmo en diálogo con una nueva sociedad más sensible a los
valores laicos.
El texto es un comentario apasionado del
cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a
tu madre para que vivas muchos años en la tierra que el Señor tu Dios te va a
dar” (Ex 20,12). Para Jesús Ben Sirá el amor y el respeto hacia los padres
forman parte de las virtudes fundamentales de la sabiduría. El verbo central de
todo el texto es el verbo “honrar” o “dar honor”, presente en el Decálogo y que
indica amor, ayuda concreta y respeto, y cuya recompensa será la bendición
divina.
Es importante comprender
que a la raíz del cuarto mandamiento se encuentra el concepto de los padres
como los primeros transmisores de los valores más altos de humanidad y
religiosidad al interior de la tradición judía. Son los llamados, a través de
su palabra y de su ejemplo, a introducir al hijo en la corriente de bendición de
la religión de Yahvéh. Y esta es la primera razón por la cual el hijo israelita
“honra” a sus padres. En otras palabras, los padres obtienen “honor” de parte
de sus hijos siendo sacramentos vivos del amor de Dios, transmisores de la
bendición y maestros de sabiduría. Por eso “honrar” a los padres, en el fondo,
es “honrar” a Dios mismo y aceptar a través de ellos la bendición y la
sabiduría que vienen del Altísimo. El “honrar a padre y madre” supone afecto y
ayuda, respeto y amor hacia los propios progenitores, aun en el ocaso de la
vida, durante la vejez, cuando las energías biológicas e intelectuales
disminuyen. El padre y la madre serán siempre un signo vivo del amor y la vida
de Dios en el mundo.
El libro de Sirac que
hoy leemos nos anima a cumplir este mandamiento: "El que honra a su
padre se alegrará de sus hijos y cuando rece será escuchado...".
El autor inspirado
insiste en señalar ese deber sagrado de honrar a los padres mientras vivan. Es
un deber perenne, un deber que no termina nunca. Porque ni aun cuando mueran se
pueden olvidar los hijos de sus padres. También entonces hay que honrar su
memoria, rezar por ellos.
"No los abandones mientras vivas, aunque
flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes...". Qué problema
tan dramático el de los padres abandonados, olvidados, relegados en el último
rincón, echados de casa, metidos con engaños en asilos o residencias de
ancianos, con grandes dificultades para encontrarles sitio por estar todo
lleno. Y es ahora, cuando difícilmente se pueden valer por sí mismos, cuando
más necesitan cariño, comprensión, calor de hogar.
Los viejos nos estorban,
no nos sirven para nada, son muebles inútiles, son causa de riñas y discusiones
entre los esposos, no hacen otra cosa que dar trabajo. Se ponen malhumorados, insoportables
con sus rarezas. Y cada vez hay más viejos... Así podríamos pensar, con fría
crueldad.
Sin embargo, la
ancianidad es la cumbre nevada y majestuosa de toda vida de lucha y de
ilusiones. La vejez es la etapa última de nuestro correr hacia la eternidad...
Dios nos dice: "La limosna del padre
no se olvidará. Será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del
peligro se acordará de ti y deshará tus pecados como el calor la escarcha".
El salmo de hoy nos sitúa ante la actitud
de la alabanza. Los antiguos ya indagaron sobre qué debía hacer el hombre que buscaba una
vida sana, dichosa y en paz. Los filósofos clásicos llegaron a la conclusión de
que ésta se podía alcanzar mediante la honradez y la práctica de las virtudes.
Pero, ¿quién puede conseguir esta felicidad? ¿Quién es el que teme al Señor
y sigue sus caminos? En lenguaje de hoy, no podemos comprender que debamos
tener miedo de un Dios que es amor. Pero esa falta de temor tampoco nos ha de
llevar al olvido y al descuido. Dios nos ama, pero también nos enseña. Nos
muestra, a través de la Iglesia y especialmente a través de su Hijo, Jesús,
cuál es el camino para alcanzar una vida digna, llena de bondad.
También los
israelitas creían que mediante el culto a Dios y el cumplimiento de sus mandatos,
que no dejan de ser prácticas cívicas y virtuosas, podrían conseguirla. Los
cristianos, hoy, tenemos un camino aún más claro y directo: Jesús. Ya no se
trata de aprender leyes o de leer muchos libros, sino de conocer, amar e imitar
al que amó generosamente, hasta el extremo, y aprender a amar como él lo hizo.
Ese es nuestro auténtico camino. Recitemos este salmo pensando en los que
amamos, orando por su felicidad, pidiendo que ellos aprendan a
"amar". Las dos imágenes, la viña y el olivo, evocan la alegría: dos
árboles frutales típicos del oriente... que dan el vino y el aceite. La imagen
de los "hijos alrededor de la mesa" nos invita a orar por los niños,
por su unión fraternal, porque las oposiciones entre padres e hijos no se
agudicen.
La felicidad...
Tenemos marcada tendencia, a pensar en Dios sólo cuando "algo va
mal", como si fuera el "tapa-huecos" de nuestras debilidades, de
nuestros fracasos. Damos una imagen muy mezquina de Dios, cuando hacemos de El
"motor auxiliar" de nuestras incapacidades. Descubramos la alabanza,
y la oración festiva: que se alegra cuando "algo va bien", y que dice
"¡gracias!"
La
segunda lectura nos presenta una serie de consejos para la vida cristiana.
Dichos consejos no "superaban" el ámbito familiar porque la vida de
las primitivas iglesias era como la de una familia santa. Hace falta en nuestras
comunidades una mayor hermandad, una vida de familia que hoy no existe.
Es importante
subrayar la gradación que hace el apóstol, alejada de un espiritualismo
desencarnado. Lo primero que pide es que se "sobrelleven" mutuamente:
a menudo es un paso imprescindible para poder dar los siguientes. Después viene
el perdón, como consecuencia del conocimiento de uno mismo y del ejemplo de
Jesucristo: si él nos ha perdonado, también nosotros debemos hacerlo. Y,
finalmente, el amor, que es el "ceñidor" de la vestidura nueva de los
bautizados y lo que mantiene unidos a todos los miembros del cuerpo.
Pero aún queda una
cosa por decir, un pequeño añadido que es consecuencia de saberse amado infinitamente
y, a la vez, la posibilidad para la solidaridad y la paz. El agradecimiento es
una característica básica del cristiano, que es repetida con insistencia en el
párrafo siguiente.
Vienen tres
aspectos que deben estar presentes en la vida del hombre nuevo: la
"palabra de Cristo", la "enseñanza", la
"corrección" y la plegaria gozosa y agradecida. Seguramente
encontramos aquí una alusión a la liturgia comunitaria, de la que podemos
destacar la participación de todos los miembros de la comunidad, incluso en la
instrucción y la amonestación.
Finalmente Pablo
habla de las relaciones entre los miembros de la familia considerados débiles
(mujeres e hijos) y los tenidos por fuertes (maridos y padres). El apóstol
cristianiza preceptos de la moral corriente, añadiendo la fórmula "en el
nombre del Señor Jesús".
Las recomendaciones de San
Pablo incluyen en dicha "actividad familiar" la Liturgia con la
alusión a la Acción de Gracias. Finalmente, da algunos consejos muy oportunos
para estos tiempos, pero que, tal vez, son poco apreciados por las familias,
las parejas o las mujeres de hoy. Dice Pablo: "Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en
el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres,
no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos". Pablo
tenía un sentido de la familia basada en la propia estructura de la Iglesia.
Cristo era la cabeza de ella, lo mismo que el marido era la cabeza de la
familia. No se trata de que la mujer no acceda a sus derechos de igualdad. El
mensaje de hoy es que la familia necesita amor y armonía. Y esa armonía se
consigue con un cierto orden. Haría falta, pues, un núcleo coherente en el
interior de la familia que evitase cualquier dispersión.
¿A quién le toca hoy ser cabeza de familia?.
Es importante no olvidar la
complementariedad de hombre y mujer en el plan creador de Dios.
El
relato del evangelio, nos presenta la
etapa de crecimiento de Jesús en un doble contexto, familiar y divino. La familia como realidad de
enraizamiento humano y el Padre como realidad de enraizamiento divino. No se
trata de dos realidades antagónicas o mutuamente excluyentes; de hecho, en el
relato de Lucas no lo son. Eso sí: ambas son necesarias en un modelo cristiano
de crecimiento personal. La talla de un crecimiento en cristiano depende de las
dos. Cualquiera de ellas que falte condicionará el crecimiento haciéndolo
raquítico.En el umbral de la mayoría de edad de Jesús un incidente abre de par
en par el horizonte de su persona. Todos los pormenores de la narración tienen
su razón de ser en las palabras de Jesús del v. 49: "¿Por qué me
buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" Son las
primeras palabras pronunciadas por Jesús en el tercer evangelio. Testimonian,
por una parte, el misterio de una persona, de quien no resulta exacto decir que
hubiera estado perdida; por otra, ponen de manifiesto la espontánea dificultad
humana para captar este misterio.
Misterio y dificultad de
comprensión son, en efecto, los elementos narrativos predominantes. Por lo que
se refiere al misterio. Lucas no da, por ejemplo, un sólo detalle sobre el modo
de separación de Jesús de sus padres. Preguntarse, como se hace a menudo, por
el modo es probablemente un desenfoque del relato. Por lo que se refiere a la
dificultad de captación. Lucas la explícita en dos ocasiones: "sin que lo
supieran sus padres" (v. 43); "no comprendieron lo que quería
decir" (v. 50). Sin embargo, esta dificultad de comprensión inicial no
está reñida con una subsiguiente actitud de reflexión buscando descubrir lo que
Jesús es y significa. Como ya lo había hecho en 2, 19, Lucas vuelve a poner a
María como modelo de esta actitud de búsqueda creyente.
Enraizado en el misterio, Jesús
se hace, sin embargo, persona en un marco familiar humano. Es en este marco
donde sitúa Lucas el crecimiento de Jesús y lo hace imitando al escritor del
primer libro de Samuel, cuando escribe a propósito de éste que iba creciendo y
lo apreciaban el Señor y los hombres (1 Sam 2, 26). Este aprecio de Dios y de
los hombres es lo que significa la literal traducción litúrgica crecer en
gracia ante Dios y los hombres.
Un tema importante que nos
afecta a los cristianos también hoy, y que aflora a lo largo del relato de San Lucas,
es la búsqueda.
La búsqueda de Dios es un tema
importante en la Escritura, porque Yahvé no es, como los ídolos, un Dios que se
deja encontrar fácilmente. Esta búsqueda es, en primer lugar, la de los patriarcas
nómadas que descubren el cumplimiento del plan de Dios en la historia. Es,
después, de una forma más espiritual, la búsqueda de Dios en su ley (scrutare:
Sal 118/119); pero el punto de vista es con frecuencia demasiado humano aún (Os
5, 6-7, 15), el destierro vendrá a rectificar la espera del pueblo, y hasta
después del destierro no se pondrá el pueblo a buscar a Dios para encontrarle
en la obediencia a su voluntad. Esta "búsqueda" de Yahvé se realiza
especialmente en el Templo. Designa incluso la participación en su liturgia,
con la expresión "buscar su rostro"; (2Sam 21, 1). En la liturgia del
Templo era donde el pueblo exteriorizaba y reforzaba su búsqueda de Dios.
A partir de Cristo, la
"búsqueda de Dios" se convertirá en la "búsqueda del
Señor". Los padres de Jesús van a realizar en Sión su "búsqueda de
Dios", pero su búsqueda es demasiado humana y el Templo no encierra la
realidad de Dios. Buscándole después en el plano humano, en su familia (Lc 2,
44), se ven orientados a buscarle y a encontrarle, al fin, en los
"negocios de su Padre" (Lc 2, 49).
Lo primero que
destaca en este pasaje es la piedad de José y María, así como la preocupación
de que también el Niño viva esos deberes religiosos propios de un buen hebreo.
Como estaba mandado por la Ley, ellos iban cada año en peregrinación hasta
Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Según esto, también irían cada sábado a
la sinagoga como era costumbre entre los judíos. También recitarían a diario
las diversas oraciones que todo judío piadoso solía hacer. Mirémonos en este
espejo preclaro y comparemos. Renovemos las antiguas costumbres si las hemos
abandonado, fomentemos la piedad en nuestros hogares. Los padres han de ser los
primeros en cumplir con estos deberes de piedad. Luego, con cariño, con persuasión
y constancia que, sin ser machacona y agobiante, despierte el sentido religioso
que todo hombre lleva en su interior.
La otra lección que
podemos aprender, aunque no la única, es que antes que los derechos de los
padres sobre los hijos están los de Dios sobre ellos. Es un hecho evidente que
las vocaciones sacerdotales y religiosas han disminuido. Es cierto que hay
muchos factores que intervienen a la hora de explicar este triste fenómeno.
Pero no hay duda que uno de esos factores está en la familia. Lo mismo que los
que hemos llegado al sacerdocio debemos en gran parte nuestra vocación a
nuestros padres, también es verdad que la falta de grandes ideales se debe al
ambiente ramplón y materialista que en nuestros hogares con frecuencia se vive.
Que sepamos rectificar, que vivamos mejor nuestra fe. Sólo así salvaremos a la
familia.
En este domingo, solemnidad de la
Sagrada Familia, no nos olvidemos de dar gracias y de rezar por nuestra
familia, pero también por tantas familias que sufren por causas tan diversas.
Que todos nosotros, hijos de Dios por Jesucristo, nos sintamos miembros de la
familia de la Iglesia, que en ella aprendamos a vivir el amor, a compartir y a
ayudarnos mutuamente, viviendo entre nosotros lo que hoy nos enseña la Sagrada
Familia de Nazaret.
Demasiadas veces, vivir hoy en familia
no es fácil. Ni para los abuelos, ni para los padres, ni para los hijos. No
vamos a describir aquí las características de la familia actual, porque es algo
que conocemos todos por experiencia propia o ajena. La familia actual es una
familia plural en creencias y costumbres. Esta pluralidad dentro de la familia
hace difícil y hasta imposible la buena convivencia familiar, si no tenemos en
cuenta los consejos que San Pablo nos da en esta carta a los Colosenses. Sí, el
uniforme de la familia debe ser la misericordia entrañable, la bondad, la
humildad, la dulzura, la comprensión, el perdón y por encima de todo esto, el
amor como ceñidor de la unidad consumada. ¡Claro!, podemos pensar, con este
uniforme familiar se pueden atravesar valles, ríos y montañas sin ahogarse, ni
romperse. Pero ¿qué familia es capaz de vivir, un día sí y otro también, con
este uniforme? Pues este es el reto y el mensaje que nos propone hoy esta
fiesta de la Sagrada Familia. Sabemos que es muy difícil, pero vamos a
intentarlo.
Pero no sólo tenemos la familia
carnal. Hay otra familia mucho más grande y también muy importante para
nosotros: es la familia de la Iglesia. Porque todos somos hijos de Dios por
medio de Jesucristo, todos somos también hermanos. Y por tanto, todos los
cristianos distribuidos por todo el mundo somos miembros de una misma familia
que es la Iglesia.
Esta familia se concreta para cada uno de
nosotros en nuestra parroquia. Aquí hemos de vivir los mismos valores que
vivimos en la familia, como son la solidaridad, la ayuda mutua, la formación… Y
como cualquier familia, la Iglesia también se reúne alrededor de una mesa para
celebrar los acontecimientos más importantes y para compartir el día a día de
la vida de familia. La mesa alrededor de la cual se reúne la familia de la
Iglesia es el altar de la Eucaristía. Cada domingo nos reunimos los cristianos
para celebrar lo mejor que tenemos en nuestra familia: el amor de Dios Padre
que se nos manifiesta en el Hijo.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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