“La
Palabra se ha hecho carne, y ha puesto su casa entre nosotros”
En
este día de Navidad celebramos la
manifestación del amor de Dios a
toda la humanidad. Es Dios quien toma la iniciativa, quien da el primer paso
para acercarse a los hombres. Queremos preparar nuestro interior de manera que
el Niño Dios encuentre en nosotros un pesebre cálido para su nacimiento.
Hoy
y durante todo el tiempo de Navidad, celebramos en primer lugar un hecho
histórico: el nacimiento de Jesús, el hijo de María, la esposa de José. El
mismo que después de unos treinta años de vida oculta, pasó haciendo el bien y
anunciando la buena nueva del evangelio del Reino, y que fue crucificado y
sepultado y después resucitó. Nació en un sitio determinado, en Belén, y en un
tiempo concreto, bajo el imperio del César Augusto y siendo Quirino gobernador
de Siria.
Anoche
resaltábamos las palabras que eran el hilo conductor de las lecturas. Hoy son
las mismas y si se podía con más claridad.
Ya
desde la primera lectura la alegría es la palabra clave. La alegría que iba
unida al anunció al pueblo cuando era
proclamado un nuevo rey en Sión, la usa ahora el Profeta para anunciar la
inauguración de un nuevo reinado de Dios.
La inminencia del retorno de los exiliados, y el anuncio de paz
subsiguiente, serán los signos perceptibles de la acción divina.
Alegría por la manifestación del proyecto
de Dios. La Palabra de Dios, que había hecho surgir el mundo y el hombre,
acampa en el mundo y se hace hombre para dar a los hombres el poder ser y
llamarse “hijos de Dios”. Percibida “en otro tiempo” (2.a Lect.) como una
revelación del proyecto de Dios sobre el mundo y el hombre, acontece ahora
entre nosotros como salvación.
La primera lectura de Isaias (Is 52,7-10)pertenece
al Segundo Isaías. El pueblo de Israel lleva ya 50 años de exilio en Babilonia,
pero el rey Ciro va a ser el instrumento de esperanza que Dios Yahvé va a
ofrecer al Pueblo escogido. El profeta
consuela al pueblo triste exiliado y narra un canto a la esperanza. Es un sueño
pero un sueño que se hará realidad. El mensajero canta la "
Buena Noticia ", de la paz y de la salvación.
El Profeta mensajero de la Buena Nueva describe
de una manera imaginaria todo este movimiento interior que suponen los nuevos
acontecimientos. Al final de este movimiento, que usa los valles que se llenan
y las montañas que se allanan, como acceso hacia la ciudad deseada de
Jerusalén, al final de todo esta Yahvéh, que les espera como centro de culto en
el Templo. El profeta invita al pueblo de Dios a que descubra el rostro de
Yahvé, que consuela y rescata de la esclavitud. Este reinado de Dios que salva
y rescata es una acción personal "de su santo brazo". Esta victoria y
"salvación " se extenderá hasta los últimos límites de la tierra.
Toda la tierra verá la salvación de Dios. Navidad es la Profecía
hecha realidad hoy en Jesús que nace.
Este pasaje del Segundo Isaías es uno de los más
antiguos donde expresamente se hace una reflexión sobre "la buena
noticia", "la buena nueva ", conectando con su procedencia de la
Palabra de Dios. Podemos distinguir varias acepciones de la
palabra. Tenemos la palabra de vanguardia que anuncia la liberación, de los
centinelas que anuncian estas palabras a otros y las convierten en palabras
oficiales y la palabra que es comentario de la ciudad al hablar del hecho de la
liberación.
El responsorial de hoy es el salmo 97 (Sal
97,1.2-6), es un himno al Señor rey del universo y
de la historia (cf. v. 6).
El salmo comienza con la proclamación de
la intervención divina según la fórmula clásica invitando a la alabanza y
enunciando el motivo, dentro de la
historia de Israel (cf. vv. 1-3). Se define como «cántico nuevo» (v. 1), que en
el lenguaje bíblico significa un canto perfecto, pleno, solemne, acompañado con
música de fiesta. Las imágenes de la «diestra» y del «santo brazo» remiten al
éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (cf. v. 1).
Las victorias de Dios son acciones
salvadoras en la historia: el brazo de Dios se manifiesta con poder
irresistible. Y la victoria, ganada para salvar a un pueblo escogido, es
revelación para todas las naciones; porque es una victoria justa, es decir,
salvadora del oprimido y desvalido (V.2).
Esta victoria histórica no es un hecho
particular, sino un punto en una línea coherente de amor: el Señor es fiel a sí
mismo, se acuerda de su fidelidad. Su amor por Israel es revelación para todo
el mundo.la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante dos grandes
perfecciones divinas: «misericordia» y «fidelidad» ( v. 3). Resuena
repetidamente el nombre del «Señor» (seis veces), invocado como «nuestro Dios»
(v. 3). Estos signos de salvación se revelan «a las naciones», hasta «los
confines de la tierra» (vv. 2 y 3), para que la humanidad entera sea atraída
hacia Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvífica.
En la segunda estrofa: intermedio
orquestal con aclamaciones del pueblo al Señor Rey (vV. 4-6). En efecto, además
del canto coral, se evocan «el son melodioso» de la cítara (cf. v. 5), los
clarines y las trompetas (cf. v. 6).La acogida dispensada al Señor que
interviene en la historia está marcada por una alabanza coral: además de la
orquesta y de los cantos del templo de Sión (cf. vv. 5-6), participa también el
universo, que constituye una especie de templo cósmico.
La segunda lectura inicio de Hebreos (Hb
1,1-6) se presenta como visión sintética de toda la revelación divina,
contraponiendo la del Antiguo Testamento, en que Dios habló repetidas veces y
en varios modos por los profetas, y la
del Nuevo Testamento, en que nos
habló por su Hijo, cuyas prerrogativas se cantan.
Son, pues, dos
las ideas fundamentales: la de contraste entre las dos revelaciones, Antigua y
Nueva Alianza (v.1-2a), y la de canto a las excelencias del Mediador de la
Nueva (v.2b-4). Esa idea de contraste, diversamente matizada, aparece con
frecuencia en los escritos del Apóstol (cf. 1 Cor 10:11; 2 Cor 3:6; Gal 4:3-4);
siempre, sin embargo, en línea de continuidad, pues es uno y mismo Dios el
autor de ambas revelaciones. En el presente caso, el contraste parece estar en
que para la antigua revelación, que se fue haciendo fragmentariamente
(ττολυμερώς) y de muy variados modos (ττολυτρόπωβ), Dios se valiσ de los
profetas, simples siervos suyos; mientras que para la nueva se valió de su
mismo Hijo en persona (cf. Mc 12:2-6).
En cuanto a la
segunda idea, se trata, en realidad, de una cristología abreviada, con
enumeración de los principales títulos o excelencias de Jesucristo, formando
todo un período armónico, cuyos miembros van enlazándose rítmicamente. Algunos
de esos títulos miran directamente a su divinidad, tales como "esplendor
de la gloria" del Padre , “impronta de su sustancia” ; otros miran mαs
bien a sus relaciones con el mundo creado, tales como “heredero de todo” , “por
quien hizo el mundo” “sustentando todas las cosas con su poderosa palabra”,
“habiendo realizado la purificación de los pecados”, “se sentó a la diestra.,
hecho tanto mayor que los ángeles, cuanto heredó un nombre más excelente que
ellos".
De estos
títulos, fijémonos en algunos de ellos . Primeramente, los dos relativos a su
divinidad: esplendor., impronta. (v.3). Se trata de dos metáforas
inspiradas sin duda alguna en Sab 7:25-26, hablando de la Sabiduría de Dios.
Con ellas, aplicadas a Jesucristo, se expresa, en lo que es posible hacerlo al
lenguaje humano, la relación de origen o procedencia del Hijo respecto del
Padre y su consustancialidad con El, del cual, sin embargo, se distingue.
El término "gloria" designa aquí la majestad radiante de la divinidad
y objetivamente es lo mismo que naturaleza divina; de esta
"gloria," con que brilla el Padre, es el Hijo una irradiación, un
destello, luz de luz, como decimos en el Credo. Dicho bajo otra
imagen, es "impronta" o marca de la sustancia divina, algo así como
la impronta o marca producida por el sello en la cera blanda. Aunque con
términos distintos, la idea es la misma expresada ya por el Apóstol en 2 Cor
4:4 y Col 1:15.
En cuanto a
los títulos que competen a Jesucristo en su relación con el mundo, son ideas
expresadas ya también por el Apóstol en otros lugares. Se comienza diciendo que
Dios le constituyó "heredero de todo," es decir, dueño soberano de
todas las cosas (v.a). No que el Padre haya de abdicar de su patrimonio, sino
que el Hijo tiene sobre el patrimonio del Padre, el universo entero, pleno y
absoluto dominio, igual que el Padre, que, como eterno, no se muere. Este
dominio le compete desde siempre a Jesucristo, en razón de su naturaleza
divina, pero, en razón de su naturaleza humana, le ha sido concedido en el
tiempo; en realidad, desde el momento mismo de la encarnación, aunque su
plena manifestación sólo comienza a partir de su exaltación gloriosa, entronizado
como rey universal, sentándose a la derecha del Padre (cf. Rom 1:4; Ef
i,20; Flp 2:9-11). Es lo que también se deja entrever poco después, hablando de
que, "después de haber realizado la purificación de los pecados," es
decir, de haber llevado a cabo la obra redentora, "se sentó
a la diestra de la Majestad en las alturas" (v.3). El término
"Majestad" sustituye aquí a Dios, modo de hablar que parece era
entonces frecuente entre los judíos (cf. 8:1), como lo es también hoy para
designar al Rey, al igual que lo es el término "Santidad" para
designar al Papa. Con esa expresión se indica que Jesucristo entra a
participar de la soberanía real del Padre y de su misma gloria.
Otro título
manifestativo también de la grandeza de Jesucristo es: "por quien Dios hizo
el mundo” (v.2), indicando la totalidad de las cosas creadas (cf. 11:3; Sab 13,
9; 18:4), equivaliendo prácticamente al "cielo y tierra" de Gen 1:1.
Pues bien, sabemos que la creación, como toda operación divina ad extra, es
común a las tres divinas personas, y conviene tanto al Padre como al Hijo, como
al Espíritu Santo, si bien cada una interviene conforme a su propiedad
personal. En qué sentido haya de entenderse ese "por (δια) quien,” que es
como interviene el Hijo, ya lo explicamos al comentar Col 1:16, donde recurre
la misma expresiσn. Igualmente explicamos entonces en qué sentido las cosas
"subsistan en El" (Col 1:17), expresión que equivale a la aquí
empleada de "sustentar todas las cosas con su poderosa palabra"
(v.3).
El término
"palabra" indica aquí expresión de voluntad y manifestación de poder
(cf. 11:3; Gen 1:3; Sal 33:6), dando a entender que puede hacerlo sólo con
decirlo, en contraposición a quienes no podrían hacerlo sino trabajosamente.
Como
conclusión de esta especie de prólogo, en que se cantan las grandezas de
Jesucristo, el autor de la carta hace notar su inmensa superioridad sobre los
ángeles (v.4), los ministros de la antigua revelación (cf. Gal 3:19; Act 7:53),
con lo que hábilmente prepara la transición a lo que sigue, sin solución
literaria de continuidad. La superioridad sobre los ángeles, aunque bajo otra
terminología, está también expresada en Ef 1:21 y Col 2,io403. El
"nombre" que Cristo hereda es el "nombre sobre todo
nombre," de que se habla en Flp 2:9-11, y equivale prácticamente, según el
modo de hablar semítico, a dignidad o rango sobre todos los demás: es la
dignidad o rango de señor y soberano universal, cual corresponde al heredero
del Padre. La única diferencia con Filipenses es que allí ese "nombre
sobre todo nombre" se concreta en "Señor," mientras que aquí en
Hebreos se concreta en "Hijo de Dios" (ν.5), con lo que se
insinϊa, además del aspecto de elevación y grandeza, el aspecto de relación al
Padre (cf. 1:5-14) y de relación a los hombres (cf. 2:10-18).
El texto trata
de hacer ver, a base de textos de la Sagrada Escritura, la inmensa
superioridad de Jesucristo sobre los ángeles, tesis que quedó ya enunciada en
el último versículo del prólogo (cf. v.4). Se pretende ilustrar esta
superioridad con palabras del texto bíblico; tanto más que, como es normal en
los autores sagrados del Nuevo Testamento, todo en la antigua obra lo ven
ordenado por Dios para que sirviera de preparación al cristianismo, la época de
"plenitud," a la que Dios apuntaba ya desde un principio en todas
sus realizaciones (cf. 1 Cor 10:11; Gal 4:24; Col 2:17).
Fijémonos en
algunas de estas citas en apoyo de la superioridad de Cristo sobre los ángeles.
Las dos primeras (v.5) están tomadas de Sal 2:8 y 2 Sam 7:14, respectivamente.
Ambas son aplicadas a Jesucristo, a quien Dios llama "Hijo," cosa que
jamás hizo con los ángeles. El texto es mesiánico, pero en su sentido literal
histórico no se refiere exclusivamente al Mesías, sino a la providencia
"paternal" que Dios promete tener con la dinastía davídica en
general, a la que castigará si fuese culpable, pero no apartará de ella su
misericordia, como hizo con Saúl. Sin embargo, la cita está perfectamente
justificada, pues es en el Mesías, mirando al cual promete Dios esa especial
predilección a la dinastía davídica, donde tendrán pleno cumplimiento esas
palabras.
La cita
siguiente (v.6), para indicar que los ángeles están sometidos a Cristo, está tomada
de Sal 97:7. La cita se hace con perspectiva mesiánica.
El evangelio de hoy (Jn 1,1-18), es el prólogo del evangelio de Juan en el que se identifica
a Jesús con la Palabra, "el Logos" griego “La Palabra se hizo carne y
acampó entre nosotros”. La enseñanza
de Juan el Bautista, el hombre enviado por Dios y testigo de la luz, nos
conduce al encuentro con Jesús, "luz verdadera que alumbra a todo
hombre".
La Palabra de Dios recorrió un largo proceso en su acercamiento a los hombres. La hemos contemplado presente en la Creación. La vemos, como señala la Carta a los Hebreos, a lo largo de la historia del pueblo de Dios, al cual Dios ha hablado en distintas ocasiones por medio de los profetas. En la etapa final de la historia nos ha hablado por el Hijo, la luz verdadera. Pero lo más grave es que los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Rechazaron la claridad para vivir en la oscuridad.
"Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros..." (Jn
1, 14).
El “Logos” dice el texto original griego, que traduce el término hebreo
“Menrah” y que la versión latina traduce por “Verbum”. En castellano siempre se
dijo el Verbo. Ahora se traduce por Palabra en un afán de hacer más
comprensible ese concepto joánico que intenta dar un nombre al Inefable, que precisamente
por serlo escapa a nuestras posibilidades de comprensión y por tanto de
nominación. De todas maneras el misterio sigue envolviendo a este Dios que nos
nace en Belén como un niño...
Él se hizo carne en el
seno virginal de Santa María. Sí, carne, “sarx” en griego, “bashar” en hebreo.
Un niño de carne, como cualquier otro niño, pequeño y torpe, inerme y blando,
casi ciego, el pelo raído y escaso, desvalido y hambriento...
Dice
San Agustín, "la Palabra de Dios se ofrece a todos; cómprenla quienes puedan.
Pueden todos los que piadosamente lo quieren. En esa Palabra se encuentra la
paz; y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Por tanto, quien
quiera comprarla, que se dé a sí mismo. Él es como el precio de la Palabra, si
es posible expresarse así; quien lo da no se pierde a sí mismo, a la vez que
adquiere la Palabra por la que se da, y se adquiere a sí mismo en la Palabra
por la que se da. ¿Qué da la Palabra? Nada que no pertenezca ya a aquella por
quien se da; antes bien, se devuelve a la Palabra para que ella rehaga lo que
por ella fue hecho" (Sermón 117, 1-5).
Para nuestra vida
En este día de Navidad
celebramos un hecho histórico y cargado de muchos sentimientos y contenido:
¡Dios nos hace partícipes de su naturaleza divina!. Sin vivir en el cielo, ya
desde ahora, podemos besar, adorar, embelesarnos y tocar la humanidad de Dios
y, por lo tanto, también su divinidad. En la Navidad celebramos que Dios, se
aproxima tanto, que derrumba fronteras, abaja orgullos y recompone este mundo
nuestro. Otra cosa, muy distinta, el que ese mundo esté dispuesto a
reconstruirse o quedarse en el “todo va bien”.
Hoy expresamos nuestra
comunión y amistad con Jesús. Y, al entrar en contacto con El sentimos que Dios
forma parte de nuestra historia, no nos abandona, comparte nuestra condición
nos hace dioses. ¿Misterio? ¿Imposible de comprender y abarcar todo esto? Hoy,
la fe, entra por la vista, por el gusto, por el oído, por el tacto y hasta por
el olfato. ¡Has venido, Señor, y nos basta!
Hemos venido, como los
pastores, derechos a Belén. ¿Y qué hemos descubierto? Ni más ni menos el
gigantesco y colosal amor que Dios nos tiene. Dios se ha hecho fiador. Dios
rompe moldes. Dios deja su comodidad y en Belén se nos da. Y lo hace por amor.
¡Dios nos ama! Y, esa
afirmación, no es poesía, no es frase que se escribe tímidamente en una pared.
Significa mucho más: ¡Dios se compromete con nuestra causa! ¡Dios viene a
salvarnos! ¿Cómo? Lo hace metiéndose en nuestra piel.
La Navidad no es un
disfraz con el que, Dios, llega a la humanidad para hacerse el simpático. La
Navidad, el Nacimiento de Jesús, es la apuesta más arriesgada de un Dios
(Omnipotente y Excelso) que desciende al encuentro y al rescate de la
humanidad.
La Navidad es el momento
en el que conmemoramos los cristianos el hecho inaudito y asombroso: la
encarnación de Dios en el hombre Jesús de Nazaret. Cristo no vino, ni
principal, ni preferentemente, para echarnos en cara nuestra equivocación y
nuestro pecado, sino para mostrarnos con su vida, muerte y resurrección el
único y verdadero camino que puede reconducirnos hacia nuestro Padre Dios.
En estos tiempos, recios
y contradictorios, de luchas y de crisis, de preocupaciones y falta de
motivaciones para vivir un Niño nos ha nacido para que recuperemos las ansias
de vida, de salvación, de eternidad, de Dios. Y, ese Niño, tiene un nombre:
¡Jesús!
La Palabra –además de
escucharse- se ve, toma forma, se hacer carne. Sin grandes campañas de
presentación ni grandes medios a su alcance.
Hoy, en la humildad, en
silencio pero con muchísimo amor….nos ha nacido el Salvador.
En este día, se trata
del Niño, del único Niño. Del Hijo de Dios que se hizo hombre, de su
nacimiento. Todo lo demás o vive de ello o bien muere y se convierte en
ilusión. Navidad quiere decir: Él ha llegado, ha hecho clara la noche. Ha
hecho de la noche de nuestra oscuridad, de nuestra ignorancia, de la
noche de nuestra angustia y desesperación una noche de Dios, una santa
noche. Eso quiere decir Navidad. El momento en que esto sucedió, realmente
y por todos los tiempos, debe seguir siendo realidad, a través de esta
fiesta, en nuestro corazón y en nuestro espíritu.
La primera lectura es uno de los pasajes más entusiastas y
exultantes que se han escrito"¡Qué hermosos
sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena
nueva...!" (Is 52, 7). Al mismo tiempo tienen
sus palabras un sabor de tiempos antiguos y de paisajes bíblicos, se enmarcan
perfectamente en aquellos escenarios de colinas y de montañas, en aquel
ambiente de guerras interminables y crueles... La paz era tan deseada que la
gente, cuando llega su anuncio por boca de los mensajeros, se llena de alegría
y canta gozosa a los que la hicieron posible.
Isaías con su sentido plástico se fija en los pies de quien trae la Buena
Nueva, resumida en Palabras de Dios que proclaman e interpretan los
acontecimientos históricos del tiempo desde una perspectiva de Dios que está
presente en la liberación de su pueblo, de la que Él mismo es la causa. Lo
esencial es el hecho, el evento mismo visto y proclamado desde una perspectiva
divina. Es así cuando se convierte esta palabra en Buena Nueva, en
"Evangelio". Es la misma labor de la Iglesia con relación a la
palabra de Dios. Lo importante no es la Palabra de la Iglesia, sino
el hecho, el evento, el acontecimiento histórico de la vida, muerte y
resurrección de Jesús, Palabra de Dios. La Iglesia no proclama solo su
Palabra. La Iglesia proclama la palabra básica y esencial de una
persona: Jesús que ha venido a salvarnos.
La
insistencia de Isaías nos sirve también a nosotros : "Escucha: tus vigías
gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a
Sión." Ver cara a cara al Señor es participar en su llegada, o en su
vuelta. Es la presencia inmediata, absolutamente, cercana del Dios que acaba de
llegar. “Los confines de la tierra verán la
victoria de nuestro Dios”. Esta realidad la celebramos ahora en Navidad. El
nacimiento del “Enmanuel” Dios con nosotros.
Como cristianos estamos llamados a
ser receptores y anunciadores de la “Buena Noticia”.
Desde el salmo responsorial surgen unas preguntas. ¿en qué momentos y con
qué gestos demostramos que adoramos a Dios?. ¿en algún momento expresamos, nos
sentimos y queremos ser simplemente adoradores?
La segunda lectura nos recuerda que los cristianos somos herederos de
una tradición de proclamación de la Palabra revelada. "En distintas
ocasiones y de muchas maneras habló Dios..." (Hb 1,1).Es cierto. A lo largo de
toda la Historia Dios no ha dejado de hablar a los hombres. Y es lógico que así
haya sido, si tenemos en cuenta que Dios es nuestro Padre y nos ama. Cuando una
persona ama a otra, le gusta comunicarse con ella, le transmite sus deseos y le
descubre sus sentimientos, le expresa sus temores y sus esperanzas, le
manifiesta sus quejas y sus satisfacciones... Dios nos sigue hablando, de otra
manera quizás, pero nos sigue amando y, por consiguiente, sigue comunicándose
con nosotros.
En los tiempos remotos
eran los profetas, los voceros del Señor, quienes hablaban a los hombres de parte
de Dios. Luego vino el Hijo de Dios y se hizo hombre. Así pudo el Señor hablar
con nuestras mismas palabras, usar nuestro lenguaje, comunicarse directamente
con los que convivieron con él... Luego él se marchó, pero dejó a sus apóstoles
para que trasmitieran sus palabras, de tal modo que quienes les escuchan, es
igual que si escucharan al mismo Jesús, según aseguró el Señor en más de una
ocasión.
El evangelio ( Juan 1: 1-18) nos
presenta un prólogo que es una especie de Evangelio o Buena Nueva hecha en un
resumen teológico desde la mente de Juan y de su comunidad primitiva. Hay un progreso de Revelación desde
el principio hasta el fin. Se nos dice explícitamente que esta Palabra es el
Hijo de Dios (vv.14 y 18) y que el Dios del que se ha venido hablando desde el
principio es el Padre.
Es todo un misterio desvelado y revelado para una
mayor comprensión nuestra, hecha por Juan:
a.
Es una Palabra Divina: No solo está junto a Dios sino que ella misma es Dios
pues existía desde el principio. Esta Cristología de Juan en el Prólogo es la
misma que Pablo usa en sus cartas y es la más desarrollada de todo el Nuevo
Testamento. No se remonta hasta la infancia de Jesús, como hacen Mateo y Lucas,
sino que se remonta hasta su preexistencia.
b.
Es Palabra creadora: Todo existe gracias a ella y por ella. Y parte de
esta creatividad es que no solo transmite la vida, sino que ella misma es la
vida que se identifica con la luz. En el Evangelio Jesús dirá: "Yo
soy la Luz del mundo" y también "Yo soy la vida". Y lo
manifestará con signos y señales abundantes, con portentosos milagros.
c.
Es Palabra rechazada: El mismo Prólogo lo hace constar. Ha sido una Palabra que
no han podido apagar las mismas tinieblas. Ha habido rechazo, ya que los suyos,
que "no la recibieron", como la de tantos otros que en acto de
autosuficiencia se han negado a abrazar este signo vital.
d.
Es Palabra recibida: Los que oyen esta palabra serán sus discípulos, y a estos
les dará el honor de ser Hijos de la Luz, Hijos de Dios.
e.
Es Palabra testimoniada: Jesús va a ser el testigo principal de esta palabra y
otros le seguirán como discípulos. El testigo reconoce perfectamente bien su
función subordinada. Su vida es un continuo contraste con esta palabra que hace
de espejo donde se refleja la propia vida con todos sus actos. (v.15).
f.
Es Palabra iluminadora: (v. 9) De este mundo al que Dios ha enviado su
Palabra. Un mundo individual y colectivo, que acepta o rechaza este
don de Dios. Hay en este mismo Prólogo símbolos que han sido preferidos por
Juan para manifestar más claramente el contraste de las dos realidades.
Es un dualismo claro: luz y tinieblas, bien y mal, vida y muerte, arriba y
abajo. Pero aunque hay contraste, los términos y los resultados no
son iguales: Al final la luz vence a las tinieblas, la vida vence a la muerte,
la gracia al pecado.
¿Cómo
recibimos nosotros la Palabra? Ella acampa entre nosotros,
toma nuestra condición, "se hace hombre para divinizarnos a nosotros".
Ahora Jesús viene a nosotros y podemos descubrirle en los pobres y necesitados.
Muchas veces no le queremos ver cuando llama a nuestra puerta, le rechazamos
como fueron también rechazados José y María. Este el gran drama del hombre: el
rechazo de Dios y del hermano. Es significativo ver cómo tuvieron que ir fuera
de los muros de la ciudad, cómo los primeros que se dieron cuenta del
nacimiento de su hijo fueron los excluidos de aquella época, los pastores,
quienes, eran mal vistos porque nunca participaban del culto como los demás y
vivían al margen de los demás. O más bien eran ellos marginados por los
poderosos. Su trono fue un pesebre, su palacio un establo, su compañía un buey
y una mula… ¡Por algo quiso Dios que fuera así!
¿Qué le podemos traer nosotros hoy a este Jesús que
nace de nuevo?:
a.
Un amor sencillo como el de un niño: Quizá todos nosotros nos sintamos en el
día de hoy como niños. Hemos pasado tantas horas alrededor de ellos, como
padres, abuelos, tíos, muchos de nosotros, que este pudiera ser uno de los
sentimientos que estuvieran presentes en nuestro corazón. También recordamos
que el Reino de los cielos es de los que tienen esta actitud sencilla, de
abandono ante un Dios, que es Padre y Madre de todos, y que nos ha hecho sus
hijos por plena gracia.
b.
Una promesa de mayor fidelidad: La meta de nuestra vida es ser FIEL a Dios,
para agradarle a Él que por ser Dios merece nuestra alabanza y nuestro
servicio. En las alegrías y en las tristezas de la vida. Que cuando la
vida cambie, y las tempestades lleguen,. y los sufrimientos y enfermedades
vengan, o las pruebas de todas clases nos acechen por el camino de la vida, o
la misma muerte… que en medio de tales pruebas, hayamos aprendido a ser
FIELES. Como Jesús.
c.
Una promesa de SERVIR: Bien puede ser esta un regalo a Dios, en humildad. El
más grande entre nosotros ante los ojos de Dios, es el que se convierte en
siervo de los demás. Un servicio sobre todo al pobre, al marginado, al
refugiado, al que busca la vida dejando atrás a sus familias. Que
puedan encontrar en nosotros HOSPITALIDAD. Que en su cara de hambrientos y
pobres, podamos ver el rostro quebrantado de Jesús. Ahí se realiza
su Reino.
Hoy, día de Navidad, más conectados con la realidad de
Dios que sigue viviendo e inspirando al establecimiento de su Reino final,
escatológico, podemos ver el contraste entre lo que es pura realidad y lo que
es pura fantasía o simple decoración.
Rafael
Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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