En medio de una fuerte crisis en torno a la integridad
de la familia, Dios Amor nos brinda nuevamente el modelo pleno de amor familiar
al presentarnos a Jesús, María y José.
La Sagrada Familia nos habla de todo aquello que cada
familia anhela auténtica y profundamente, puesto que desde la intensa comunión
hay una total entrega amorosa por parte de cada miembro de la familia santa
elevando cada acto generoso hacia Dios, como el aroma del incienso, para darle
gloria.
Por ello, a la luz de la Sagrada Escritura, veamos
algunos rasgos importantes de San José, Santa María y el Niño Jesús.
La primera
lectura es del libro del
eclesiástico (Eclo 3,2-6.12-14.
El libro del Eclesiástico suele
llamarse actualmente "El Sirácida", porque su autor es Jesús hijo de
Sirá. El libro recoge "la sabiduría de Israel", sobre temas muy
variados.
Esta
lectura nos ofrece la visión piadosa y tradicional del respeto a los padres.
Esta veneración, tan característica de todos los pueblos orientales, es para
Israel algo más sagrado aún, pues se ve en los padres la imagen de Dios y
venerarlos es venerar a Dios. Así lo recoge el quinto precepto del Decálogo,
tal como lo expresa el Libro del Éxodo.
En
el texto aparece una forma de expresión muy típica de estos autores: si cumples
la Ley, te irá bien, si veneras a tus padres, tendrás hijos. Son símbolos de
bendición, como la Tierra Prometida se presentaba como un paraíso aunque en
realidad fuera un sequedal.
El sabio que escribe este libro
unos doscientos años antes de Cristo se dirige sobre todo a los jóvenes para
instruirlos en los diversos aspectos de la vida. El sabio autor del
Eclesiástico, no manda. Se limita a desbrozar y mostrar con su palabra los caminos
del comportamiento humano que considera acorde con la sabiduría.
La palabra clave de este
fragmento es "honrar": detrás de este concepto hay una idea de
respeto y veneración con palabras y obras.
En primer lugar habla de las
consecuencias de honrar al padre y a la madre, y va más allá de lo que prometía
el texto del libro del Éxodo (20, 12). El texto de hoy glosa el mandamiento del
Éxodo: «Honra a tu padre y a tu madre; así prolongarás tu vida en la tierra que
Yahvé, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12). La sabiduría habla de la vida y para
la vida. Y lo hace con la palabra que nace del esfuerzo del hombre -o de
ciertos hombres-, tratando de llenar como puede el vacío que representa la
imposibilidad de conocer la verdadera palabra, aquella de la cual brota la vida
y todas las cosas. Es decir, para el sabio existe una sabiduría oculta, no
descubierta ni intuida nunca por nadie, la del único sabio de verdad, de quien
viene todo: del Señor.
Afirma que hay un orden, no
establecido por los hombres, que regula las relaciones de los hijos para con
los padres sobre la base del respeto, la honra y la obediencia. Se trata,
concretamente, de un orden que implica incluso aceptar la vergüenza procedente
de la posible deshonra de los padres, que lleva a acogerlos cuando son
ancianos, sin hacerles sufrir nunca; que exige tratarlos con comprensión en
caso de que pierdan la razón. El hijo sabio trata de cumplir con sus padres
este orden que descubre como recto y justo.
El hijo que honra al padre y a
la madre tendría larga vida. El Eclesiástico afirma que, además, el que honra
al padre expía sus pecados.
Esta misma
"recompensa" del perdón de los pecados se apunta como consecuencia de
tratar bien al padre cuando ya es anciano y le fallan las fuerzas y chochea.
No es difícil comprender este
texto, a pesar de que hoy, con la exaltación caprichosa de los nuevos valores
egoístas de la juventud, es fácil
olvidar este consejo de un sabio que
tenía valores de alta estima de ls familia.
La observancia de este orden
por parte de los hijos lleva anejas promesas de bendiciones y bienestar: el
perdón de los pecados, la alegría de los hijos, ser escuchado por Dios, vida
larga, firmeza del hogar y prosperidad. Sin embargo, es evidente que el sabio
no puede garantizar que estas promesas se cumplirán en todos los que hagan lo
que él enseña. Por tanto, si formula esas promesas no es porque tenga seguridad
de que se cumplirán, ya que nadie puede asegurar, por ejemplo, una larga vida a
nadie. La certeza del sabio es de otro tipo. Al recoger las promesas de
bendiciones no hace sino mostrar su seguridad de que el camino que enseña es
bueno: quien lo siga no sufrirá ningún mal, sino todo lo contrario. Para el
sabio, los caminos de Dios, los que él señala al hombre, son los que la
sabiduría muestra como buenos. Todo lo que el sabio ve como bueno y justo viene
de Dios.
El responsorial es el salmo 127 ( Sal 127,1-2.3.4-5) Este salmo forma parte de los
"salmos graduales" que los peregrinos cantaban caminando hacia
Jerusalén. Desde los 12, cada año, Jesús "subió" a Jerusalén con
motivo de las fiestas, y entonó este canto. La fórmula final es una
"bendición" que los sacerdotes pronunciaban sobre los peregrinos, a
su llegada: "Que el Señor te bendiga desde Sión, todos los días de tu
vida..."
En este salmo se describe un
cuadro de la "felicidad en familia", de una familia modesta: allí se
practica la piedad (la adoración religiosa... La observancia de las leyes...),
el trabajo manual (aun para el intelectual, constituía una dicha, el trabajo de
sus manos), y el amor familiar y conyugal...
En Israel, era clásico pensar
que el hombre "virtuoso" y "justo" tenía que ser feliz, y
ser recompensado ya aquí abajo con el éxito humano. Pensamos a veces que esta
clase de dichas son materiales y vulgares. Fuimos formados quizá en un
espiritualismo desencarnado. El pensamiento bíblico es más realista: afirma que
Dios nos hizo para la felicidad, desde aquí abajo... ¿Por qué acomplejarnos si
estamos felices? ¿Por qué más bien, "no dar gracias", y desear para
todos los hombres la misma felicidad?
No se trata tampoco de caer en
el exceso contrario, el de los "amigos de Job" que establecían una
ecuación casi matemática: ¡Sé piadoso, y serás feliz! ¡Sé malvado, y serás
desgraciado! Sabemos, por desgracia, que los justos pueden fracasar y sufrir, y
los impíos por el contrario, prosperar. El sufrimiento no es un castigo. Es un
hecho. Y el éxito humano, no es necesariamente señal de virtud.
Sigue siendo verdad en el
fondo, que el justo es el más feliz de los hombres, al menos espiritualmente,
en el fondo de su conciencia: "¡feliz, tú que adoras al Señor!"
La segunda
lectura de la carta a los colosenses (Col 3,12-21), es un típico texto de exhortación ética de la
tradición paulina.
Nos encontramos en la sección práctica de Colosenses. En la sección
doctrinal vimos a Cristo, que es la plenitud de Dios y la cabeza de la iglesia.
Los creyentes están llenos, han sido hechos completos en Él. Encontramos todo
lo que necesitamos para nuestra vida cristiana en Cristo, y no en ningún sistema
legalista humano, ni en un sistema filosófico.
Y ya que hemos resucitado espiritualmente con Cristo, tenemos que buscar
las cosas de arriba, las cosas celestiales, donde se encuentra Cristo, a la
derecha de Dios. Hemos visto que esta realidad nos conducirá a la santidad
personal. Comenzando con el versículo 12 encontraremos que también nos
conducirá la santidad en nuestra relación con otros; de esta forma, los
versículos 18-21 tratarán el tema de la santidad en el hogar; y los versículos
22-25 hablarán de la santidad en el trabajo. Y así, la vida cristiana consiste
en vivir la plenitud de Cristo en nuestra conducta en el hogar, en nuestra
profesión y en nuestras relaciones sociales.
Pablo identificó claramente las características del viejo hombre que
deben desecharse. Ahora iba señalar las ropas específicas que debían estar
incluidas en el vestuario del nuevo hombre, Por cierto, vamos a ver una
presentación de la última moda para los cristianos. Podemos considerar esta
sección como las sugerencias para que un cristiano vaya siempre bien vestido.
Después de haber recordado que,
por el bautismo, nos hemos despojado del "hombre viejo", Pablo
explica a los cristianos de Colosas en qué consiste el "vestido"
propio del "hombre nuevo": en unos sentimientos que, de hecho, son
los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
Hay recomendaciones generales
(v. 12-17) y particulares (v. 18-21). Gran parte del texto es igual al de los
catálogos de virtudes de la filosofía popular estoica o del judaísmo rabínico.
El contenido es de ética general o de sentido común, vertido en moldes
culturales del tiempo.
Una
de las frases, en una lectura superficial, se tilda al parecer con un
"matiz machista", en concreto "Mujeres, sed sumisas a vuestros
maridos".
Esta
lectura debe ser considerada en su conjunto, no tomando una frase aislada y
sacada de su contexto, en el que encuentra su significado pleno. El segundo
párrafo, tal y como lo hemos dispuesto en esta entrada, no se entiende sin el
primero. San Pablo se dirige a todo el mundo (cónyuges, hijos, etc...) y nos
hace ver que todos tenemos que estar al servicio de los demás, ahí está nuestra
paz; los cónyuges, más concretamente, revestidos de bondad, paciencia y
humildad entre otras cosas, deben ser sumisos el uno al otro, obedecerse el uno
al otro, perdonarse el uno al otro, amarse el uno al otro. Esto es lo que debe
constituir la base de las relaciones.
Y todo esto ¿porqué? Porque
Cristo se entregó y dió su vida por nosotros en la cruz y el Amor redentor se
transforma en amor esponsal. En Cristo los esposos tienen un modelo de amor, de
amor gratuito, desinteresado y también exigente que abarca toda la vida
matrimonial y que busca la santidad y el bien en el marido y la mujer. De esta
manera, los esposos son un signo del Amor de Cristo por su Iglesia y hacen que
el sacramento cobre toda su fuerza.
Es importante subrayar la
gradación que hace el apóstol, alejada de un espiritualismo desencarnado. Lo
primero que pide es que se "sobrelleven" mutuamente: a menudo es un
paso imprescindible para poder dar los siguientes. Después viene el perdón,
como consecuencia del conocimiento de uno mismo y del ejemplo de Jesucristo: si
él nos ha perdonado, también nosotros debemos hacerlo. Y, finalmente, el amor,
que es el "ceñidor" de la vestidura nueva de los bautizados y lo que
mantiene unidos a todos los miembros del cuerpo.
Pero aún queda una cosa por
decir, un pequeño añadido que es consecuencia de saberse amado infinitamente y,
a la vez, la posibilidad para la solidaridad y la paz. El agradecimiento es una
característica básica del cristiano, que es repetida con insistencia en el
párrafo siguiente.
Vienen tres aspectos que deben
estar presentes en la vida del hombre nuevo: la "palabra de Cristo",
la "enseñanza", la "corrección" y la plegaria gozosa y
agradecida. Encontramos aquí una alusión a la liturgia comunitaria, de la que
podemos destacar la participación de todos los miembros de la comunidad,
incluso en la instrucción y la amonestación.
Las virtudes
que enumera el Apóstol como características del hombre nuevo son diversas
manifestaciones de la caridad que es el «vínculo de la perfección» (v. 14). «Si
el amor no va por delante, no se cumplirá ninguno de los preceptos. Pues sólo
dejamos de hacer el mal a los demás y nos preocupamos de hacer el bien, cuando
amamos a los demás» (Severiano de Gábala, Fragmenta in Colosenses).
La
vestimenta del discípulo de Jesús tiene 3 características:
Una
vestimenta que necesitamos para afrontar la vida. (v.12) Se mencionan hasta 5
“prendas” que los creyentes deben llevar.
Una
vestimenta que nos capacita para construir relaciones saludables (v.13) Se
mencionan 2 aspectos de la vestimenta del creyente. Por un lado, la “talla” o
la importancia de los límites en las relaciones y por otro lado, el “precio”
del perdón basado en la gracia de Dios.
Una
vestimenta que nos sienta bien porque nos da auténtica paz. (vv. 14-15) Se
menciona la importancia del amor en la comunidad cristiana y el resultado de
permitir que la paz de Dios arbitre cualquier conflicto que ponga en peligro
nuestra paz.
Finalmente San Pablo habla de
las relaciones entre los miembros de la familia, considerados débiles (mujeres
e hijos) y los tenidos por fuertes (maridos y padres). El apóstol cristianiza
preceptos de la moral corriente, añadiendo la fórmula "en el nombre del
Señor Jesús".
Así el v. 18 refleja la
condición femenina y del matrimonio en aquella época. Esto es preciso tenerlo
presente para no tomar como palabras de Dios lo que no es sino la forma
cultural en que se transmite un contenido de revelación. Lo ético, cuando pasa
a lo concreto, está más sujeto a estos condicionamientos culturales que otras
partes del mensaje neotestamentario, porque aplica los principios generales a
circunstancias históricas definidas. Cuando estas circunstancias cambian por evolución
humana, los principios permanecen, pero sus aplicaciones han de adaptarse a las
nuevas situaciones, precisamente para ser fieles a la Palabra.
En cuanto a la familia, esta
perspectiva es esencial, dado que ha cambiado enormemente respecto a los tiempos
primitivos del cristianismo y continuará evolucionando sin duda alguna.
La
aplicación de la doctrina precedente a la vida familiar, expresada en el texto
de colosenses tiene su fundamento en la
caridad y en la necesidad de comportarse cara a Dios. Las funciones del padre,
la madre y los hijos adquieren también así un sentido nuevo. En toda familia
debe haber un «intercambio educativo
entre padres e hijos (cfr Ef 6,1-4; Col 3,20 s.), en que cada uno da y recibe.
Mediante el amor, el respeto y la obediencia a los padres, los hijos aportan su
específica e insustituible contribución a la edificación de una familia
auténticamente humana y cristiana (cfr Gaudium et spes, n. 48). Cumplirán más
fácilmente esta función si los padres ejercen su autoridad irrenunciable como
un verdadero y propio “ministerio”, esto es, como un servicio ordenado al bien
humano y cristiano de los hijos, y ordenado en particular a hacerles adquirir
una libertad verdaderamente responsable» (Juan Pablo II, Familiaris
consortio, n. 21).
Evangelio
de San Mateo (Mt 2,
13-15.19.23)- nos presenta
un momento concreto de la vida de la sagrada familia: el de su huida a Egipto
para evitar la persecución desatada por Herodes. En los relatos de la infancia
de Mateo, el peso de la acción lo lleva José, movido siempre según la voluntad
de Dios, expresada a través del sueño y del ángel. José buscó para los suyos,
siguiendo las inspiraciones divinas, un lugar tranquilo y seguro, en donde
pudieran vivir honestamente, dedicados a sus humildes oficios, en la paz
doméstica.
Este texto del Evangelio de San
Mateo nos muestra las experiencias, las vicisitudes y drama por las que tiene
que pasar la Sagrada Familia.
Este texto del Evangelio de San
Mateo nos muestra las experiencias, las vicisitudes y drama por las que tiene
que pasar la Sagrada Familia. El texto nos recuerda lo que siguió al Nacimiento
de Jesús: la despedida de los Magos, la persecución al Niño Jesús por parte de
Herodes, el sueño de José y la huída a Egipto, país en el que la Sagrada Familia
encuentra un refugio de emergencia como lo fue muchas veces a su mismo pueblo a
través de la historia de la salvación. Sin embargo, Mateo, más allá de los
acontecimientos, desea mostrar a Jesús como un nuevo Moisés que experimenta lo
mismo que el gran legislador: que lo persiguen y que debe huir para luego
regresar a Israel cumpliendo las Escrituras en que las que Dios llama a su Hijo
desde Egipto, experimentando así la protección del Padre del Cielo a través de
su padre según la Ley, José, cuya obediencia y confianza permiten el
cumplimiento del designio divino de salvación. La lectura también explica la
procedencia de Jesús de Nazaret. José al recibir la orden del Ángel del Señor
de regresar a su pueblo, Arquelao había heredado gobernar la parte de Judea,
por eso José por cuestiones de seguridad se traslada a Galilea, a una pequeña
aldea llamada Nazaret, de ahí se cumple la profecía que Jesús sería llamado
Nazareno: “vástago” y también “consagrado a Dios”,
Dios nos muestra a la familia de Nazaret como ejemplo actual de la vivencia de muchas familias y en especial la vida de los pobres y de los que sufren. Hoy en muchas familias emergen problemas y dificultades debido a la carencia de valores y de ideales, el materialismo, el hedonismo, la permisividad en los campos educativo y moral, y por la falta de auténticos guías y formadores en este campo. Pero hay familias que con sus hijos son también desplazados de su tierra, sin entender nada, hacia tierras desconocidas, ya sea por cuestiones naturales o humanas, como el hambre, la falta de lluvia, o la violencia, por eso el destino de Cristo no se puede separar de tantos desplazados que sufren necesidades lejos de su lugar de sustento. Dios permitió que su propio Hijo pasara, desde la infancia, por la condición de perseguido, de emigrante; y todo esto, para poder darle esperanza a todos sus hijos.
La Sagrada Familia tampoco era
una familia sin problemas, pero la presencia de Dios le comunicó fortaleza,
tranquilidad y paz interior porque Cristo es ese lazo de unión que toda familia
necesita. ¿Estamos nosotros como cristianos aportando a que nuestras familias
se unan más en ese amor mutuo que nos ha enseñado Cristo y en esa confianza
total que debemos tener en Nuestro Padre Celestial? ¿Cómo estamos reaccionando
cuando situaciones de miseria, moral o material, se cruzan en nuestro caminar
diario? ¿Nos compadecemos atendiéndolas generosa, sincera y gratuitamente o
simplemente no les hacemos caso?
El texto nos recuerda lo que
siguió al Nacimiento de Jesús: la despedida de los Magos, la persecución al
Niño Jesús por parte de Herodes, el sueño de José y la huída a Egipto, país en
el que la Sagrada Familia encuentra un refugio de emergencia como lo fue muchas
veces a su mismo pueblo a través de la historia de la salvación.
Es evidente el contrate entre
los paganos que han venido a homenajear al niño Jesús como rey y el rey de los
judíos, Herodes, que quiere eliminar a Jesús. Seguramente hallamos ya al inicio
de la vida de Jesús aquella realidad que expresará la parábola de los viñadores
homicidas.
Todo el fragmento remite a las
vicisitudes del pueblo de Israel, desde la bajada a Egipto huyendo del hambre
hasta el retorno a la tierra prometida.
Ya desde el s. VI a. de C.
existía en Egipto una comunidad judía en continuo crecimiento. Egipto no era
para los judíos únicamente el país de la antigua esclavitud, sino también un
lugar de refugio en tiempos de persecución ( cf. Dt 23. 8; Jr 26. 21). Por otra
parte, la narración de San Mateo se ajusta muy bien al talante y al comportamiento
cruel de Herodes, de quien se dice haber asesinado a tres hijos suyos. Además,
conocemos una antigua acusación del siglo primero en la que se dice que Jesús
aprendió la magia en Egipto. En fin, no parece históricamente imposible lo que
aquí narra San Mateo.
Oseas pone en boca de Yahvé estas palabras:
"Cuando Israel era un niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo"
(Os 11. 1). Se trata de la salida de Egipto, del éxodo de Israel en el comienzo
de su historia. Pues bien, S. Mateo lo interpreta refiriéndolo a Jesús, que es
el verdadero Hijo de Dios. Y hace notar que así se cumplió lo que dijo el Señor
por el profeta. Muerto Herodes el Grande, le sucedió en el trono su hijo
Arquelao como soberano de Judea, Samaria e Idumea. Su crueldad pronto fue mayor
que la de su propio padre. Se explica que S. José, para escapar de la autoridad
de Arquelao, no regresara a Belén de Judá, sino a Nazaret de Galilea. Arquelao,
uno de los hijos de Herodes, reinó en Judea desde el año 4 aC hasta el 6 dC.
Y de nuevo S. Mateo ve en este
hecho la confirmación de otra profecía. Probablemente se refiere ahora al
pasaje de Isaías en donde se habla del "vástago" (en hebreo
"neser", palabra fonéticamente emparentada con Naserath=Nazaret) del
tronco de Jesé (Is 11. 1). No hallamos en ningún profeta del Antiguo Testamento
la expresión "se llamará Nazareno". Algunos proponen como solución el
hecho de que la palabra hebrea que traducimos por "renuevo" en el
texto de Isaías 11, 1: "brotará un renuevo del tronco de Jesé" se
asemeja a la palabra "nazareno". Sea como fuere, el calificativo
"nazareno" para designar a Jesús debe ser muy antiguo, y hace pensar
en la manera sorprendente como actúa Dios. Recordemos las palabras de Natanael
en el evangelio de Juan: "¿De Nazaret puede salir nada bueno?"
Al establecerse en Nazaret se
cumple, así lo anota el evangelista, otra profecía: "sería llamado
nazareno".
Efectivamente, así fue llamado
Jesús y así fueron llamados también los cristianos (He 24, 5). Pero el Antiguo
Testamento no contiene ninguna profecía en este sentido. Lo más probable es que
Mateo identifica la palabra "nossri", nazareno, con
"nesser", que significa el brote o vástago de una planta. Según esto,
la Escritura cumplida sería la de Isaías (Is 11, 1: un renuevo.. un vástago
sale del tronco de la de Isaí). También del siervo de Yahveh se dice "como
un retoño creció ante nosotros... " (Is 53, 2). Esta referencia a la
Escritura sería un argumento más a favor de la medianidad de Jesús.
Llama la atención la frase,
"para que se cumpliese la Escritura", repetida tantas veces en este
capítulo segundo. En otras ocasiones, en lugar de citar expresamente la
Escritura, se alude a la mentalidad y esperanzas de la época. Al hacerlo así,
Mateo pretende afirmar que, en Jesús, se cumplen todas las esperanzas: él es el
nuevo Moisés, el libertador, fundador del nuevo pueblo de Dios, el Mesías
oculto y perseguido, y, a través de él, se cumplen las promesas de Dios y las
esperanzas de los hombres.
En realidad lo que parece
interesarle al autor no es tanto la anécdota histórica o la leyenda cuanto la
afirmación fundamental de que en Cristo se han cumplido todas las promesas y a
pesar de todas las asechanzas. Mateo, más allá de los acontecimientos, desea
mostrar a Jesús como un nuevo Moisés que experimenta lo mismo que el gran
legislador: que lo persiguen y que debe huir para luego regresar a Israel
cumpliendo las Escrituras en que las que Dios llama a su Hijo desde Egipto,
experimentando así la protección del Padre del Cielo a través de su padre según
la Ley, José, cuya obediencia y confianza permiten el cumplimiento del designio
divino de salvación. Jesús es para S. Mateo el libertador del pueblo igual que
Moisés y mayor que él. Jesús es el Siervo de Yahvé anunciado por Isaías, el
Siervo marcado por la persecución y el sufrimiento desde el comienzo de su
vida. Jesús es el "vástago del tronco de Jesé", nacido en Belén de
Judá lo mismo que David. Jesús viene a restaurar de un modo inesperado el trono
de David su padre. La descendencia de David vive oculta y perseguida por el
tirano Herodes, que ha usurpado el trono y que se empeña en retenerlo luchando
vanamente contra los designios de Dios. Pero Dios está con Jesús y lo protege,
Dios mismo hará que se cumplan todas sus promesas no obstante la resistencia de
cuantos se oponen a su plan providencial.
José al recibir la orden del
Ángel del Señor de regresar a su pueblo, Arquelao había heredado gobernar la
parte de Judea, por eso José por cuestiones de seguridad se traslada a Galilea,
a una pequeña aldea llamada Nazaret, de ahí se cumple la profecía que Jesús
sería llamado Nazareno: “vástago” y también “consagrado a Dios”, identificando
Mateo esta palabra con el retoño mesiánico que brotará del tronco de Jesé, que
menciona el profeta Isaías.
¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO? Me
Fijo en cómo actúa el Ángel de Dios con
José. No le desvela el futuro, sino que le ordena sobre la marcha:
"¡Huye!", "¡Vuelve!", "¡Ve a Nazaret!". A cada
día le basta su afán. Es una especie de exilio lejos de las certezas y los
planes tranquilizadores. La fe consiste en un perpetuo éxodo. Estar en las
manos de Dios como en un desierto... Aprender a vivir en comunión con
Jesucristo, solidario de los exiliados y los extranjeros. Conocer el incesante
peregrinar de una Iglesia que no tiene en este mundo ciudad permanente.
Levantarse cada dos por tres, a mitad de la noche, porque se ha escuchado un
grito: el grito de los inocentes, el grito del Inocente que carga con el pecado
del mundo en un interminable vía crucis. Es el desvelo de la mamá y el papá que
en su misión de cuidar, proteger y amar hace lo que sea con tal de salvar a su
hijito.
Me fijo en Herodes, en su cólera. El falso rey de los judíos (él, que
no era judío, había usurpado el trono de Judea con el apoyo de los Romanos, y
ahora temía por su título y su corona). Los "Herodes" de hoy andan
sueltos atentando contra la familia, cambiando sus planes y proyectos de
unidad. Es el Herodes de la explotación, del consumismo; el Herodes que mata la
comunicación y el diálogo en la familia por medio del activismo, de los
patrones de conducta que fija la sociedad en deterioro de los valores humanos y
cristianos. Es el Herodes que quiere romper la integridad y vocación de la
familia, destruyendo al niño, o al padre, o la madre; cambiando el rostro
familiar por otras formas inverosímiles de hacer una familia.
Me fijo en Jesús. Al mencionar
la matanza de los inocentes y la huida a Egipto, Mateo cita dos palabras de los
profetas Oseas y Jeremías referentes a las pruebas que soportó el pueblo de
Dios en el pasado. Jesús ha de vivir en el destierro y en la angustia, como sus
antepasados. Empieza la persecución cuando nace, y lo acompañará hasta la
muerte. Evoco aquí las palabras del apóstol, “vino a los suyos (La Luz), y los
suyos no la recibieron” (Jn 1, 11-12). Jesús, Señor de la Historia, ¡lo
asumiste todo!; nacer pobre y nacer Mesías llevaba implícito una existencia en
riesgo, como la de tantas familias desoladas por el hambre, la injusticia, la
guerra y la lucha por la tierra.
Me fijo en José. En los relatos
de la infancia de Mateo, el peso de la acción lo lleva José, movido siempre
según la voluntad de Dios, expresada a través del sueño y del ángel. El texto
nos presenta a la sagrada familia víctima, como tantas otras, de la histeria de
poder y del despotismo de Herodes. Nada del dolor humano ni de la injusticia le
fue ajeno a ella, Jesús no nació en el mejor de los mundos, sino en el mundo
real de todos los tiempos. Pero ni el dolor humano ni la injusticia del mundo
real le son ajenos a Dios, quien desde el origen mismo de la existencia de
Israel se ha manifestado como un Dios con los perseguidos. Los personajes
bíblicos saben de este Dios y se abren confiadamente a Él. Esta es la lección
de José, cabeza visible de una familia tan indefensa como entonces lo era la compuesta
por un hombre del pueblo, una mujer y un niño. Sería probablemente incorrecto
decir que a José le salió todo bien; lo correcto es, más bien, decir que José
vio el brazo salvador de Dios en los acontecimientos que le tocó padecer. Toda
una lección de transcendencia para nosotros, presos más de la cuenta por las
cuentas y los cálculos.
Me fijo en definitiva en el
ejemplo de la familia de Nazaret. Celebramos la fiesta de la Sagrada Familia.
Acabamos de celebrar el día de Navidad. Hoy reforzamos cómo tiene que vivir
Jesús en el seno de una familia que conlleva dificultades y como ésta familia
nos da el ejemplo de cómo vivir en plena
unidad, con gozo, sabiendo sobrellevar todas las preocupaciones que surgen cada
día.
La familia de Jesús no tuvo
privilegios; conoció sinsabores, preocupaciones, dificultades, por eso hoy se
nos enseña a través del protagonista José. José apostó por la vida y por
aquello que le encomendaron: protegiendo, arriesgando, donándose plenamente al
proyecto amoroso de Dios. Admiremos el
valor, la obediencia de este hombre y testimoniemos con nuestra vida que el
amor es lo que vale y lo único que nos humaniza.
Para nuestra vida.
Las enseñanzas de la primera
lectura tienen que ver con la familia. Los judíos en la
época de Jesús, y muchos de los pueblos primitivos, no conocían, ni conocen,
las actuales dificultades y crisis por las que atraviesa en nuestra época la
institución familiar. Lo normal era que la familia permaneciera unida, que los
vínculos entre sus miembros fueran muy estrechos y positivos. Es cierto que
entre los judíos existía el divorcio, a favor del varón, y que la mujer estaba
completamente sometida a la voluntad de su padre mientras era soltera y de su
esposo cuando se casaba; pero esto se vivía con naturalidad, pues no existían
los criterios y movimientos de autonomía femenina que existen en nuestra época.
La
recompensa para quien respete, comprenda y ayude a sus padres es tener larga
vida, tener la alegría de engendrar hijos, ser escuchado por Dios en su oración
y alcanzar el perdón de sus culpas. Se promete la bendición por parte del
Padre, bendición que robustece y afirma el hogar y la casa del hijo.
El texto de la segunda lectura es una
exhortación a la vida de amor en el seno de una comunidad cristiana. Si Dios nos
amó y nos perdonó en Jesucristo, también nosotros debemos amarnos y perdonarnos
los unos a los otros. La Iglesia es como una gran familia que vive en la
presencia del padre Dios con los sentimientos tan elevados y nobles que San
Pablo enumera en su carta: misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura,
comprensión, perdón mutuo, paz... Se nos llega a decir que somos un solo cuerpo
y que Cristo es como el árbitro en nuestro corazón.
Comienza
repitiendo la metáfora del vestido viejo y nuevo, que quiere expresar una
transformación radical (Ef 4, 24).
"Poneros
pues el vestido que conviene a los elegidos de Dios".
"Revestiros
de sentimientos de tierna compasión" (Col 3, 12). La idea de revestirse de
Cristo, concepto muy amado por Pablo, conlleva el adoptar sentimientos,
actitudes y conductas nuevas, todas expresiones del amor fraterno. El texto
diseña un verdadero programa de vida comunitaria, tanto para los grupos
cristianos como para los hogares y familias. Se escalonan en secuencias de
consejos: soportarse mutuamente, perdonarse unos a otros, aconsejarse, cantar y
alabar a Dios, dar gracias a Dios, hacer todo en nombre de Jesús. Y dos medios
infalibles: la lectura de la Palabra en comunidad y la paz de Cristo como
árbitro en las relaciones humanas. Así la religión y la piedad no son para
practicarlas en el templo, sino en la vida y en todas las circunstancias de
nuestra existencia.
San
Pablo muestra así, la unidad del amor en la familia: «Sobrellevaos mutuamente y
perdonaos». El amor es el único vínculo que mantiene unida a la familia más
allá de todas las tensiones. Y esto una vez más no en plano de la simpatía
puramente natural, sino que «todo lo que de palabra y de obra realicéis, sea
todo en nombre de Jesús y en acción de gracias a Dios Padre». El amor recíproco
de los padres aparece diferenciado: a los maridos se les recomienda auténtico
amor (como el que Cristo tiene a su Iglesia, precisa la carta a los Efesios),
sin despotismo ni complejo de superioridad; y a las mujeres, la docilidad
correspondiente. El amor mutuo entre padres e hijos se fundamenta con una
psicología insólitamente profunda: la obediencia de los hijos a los padres «le
gusta al Señor». El comportamiento de los padres, por el contrario, se
fundamenta con precisión: «No exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan
los ánimos». La autoridad paterna incontestada ha de fomentar en el hijo su
propio coraje de vivir, cosa que pertenece ciertamente a la esencia de la
auctoritas («fomento»).
El
evangelio de San Mateo nos
narra la unión de la familia en la dura experiencia de huir de la violencia
estatal. Es familia de "desplazados", a quienes la violencia y la
persecución obliga a huir a un país vecino en búsqueda de paz y seguridad. José
sigue ejerciendo el papel de confidente sufrido y eficaz. Le corresponde cargar
con los problemas domésticos y trascendentales, y resolverlos ejecutando
órdenes divinas. María es simplemente nombrada como la madre del niño. Entre
líneas puede suponerse su sujeción y obediencia a José, quien toma la
iniciativa.
La cita de Oseas "llamé a
mi hijo, para que saliera de Egipto" es un ejemplo claro: el profeta se
refería a Israel; ahora el "hijo" que es llamado de Egipto es Jesús.
También la expresión "ya han muerto los que atentaban contra la vida del
niño", es la misma que es comunicada a Moisés para que vuelva a Egipto a
liberar a su pueblo.
Con todo, hay que señalar que
el intento de Mateo no es sobre todo el de presentar a Jesús como un nuevo
Moisés, sino que más bien quiere significar el nacimiento del nuevo pueblo de
Dios buscando paralelismos con el antiguo. San Mateo adapta el texto de Oseas
(Os 11, 1), "cuando Israel era niño yo lo amé y de Egipto llamé a mi
hijo", para hacer ver que Jesús asume en su vida la suerte de su pueblo.
El profeta no se refiere al futuro Mesías, sino al pueblo de Israel y recuerda
la experiencia del Éxodo. Egipto es el lugar clásico de huida y refugio (1Re
11, 17; Jr 43).
La determinación de Herodes
desencadena una sucesión de hechos que van desde la huida a Egipto y el retorno
a Israel hasta el asentamiento en Nazaret, dentro ya de Israel. Esta sucesión
obedece a un mismo y único esquema de mandato divino y cumplimiento humano. Se
trata de un esquema narrativo habitual en la Biblia, el cual no busca
reproducir el modo de sucederse los hechos, como el de un dictado de los mismos
se tratara, sino que reproduce el modo de estar situado y de entender los
hechos. El esquema transparenta un perfecto entendimiento y una total
colaboración ante el hombre y Dios.
A su vez, el autor aborda esos
mismos hechos desde la perspectiva global de la historia de la salvación. La
Sagrada Familia encarna al Israel liberado de la esclavitud y peregrino en
busca de la libertad en la tierra prometida.
Recién nacido el niño, la
familia de José, María y Jesús, ha de exiliarse por motivos políticos. El
exilio a Egipto tiene, en Mateo, una finalidad simbólica: el Hijo de Dios, Hijo
de Israel, ha de experimentar el Éxodo. Así el Padre podrá llamar a su Hijo de
Egipto. Pero en el exilio la Sagrada Familia experimenta el rechazo, la
soledad, el rompimiento de la estabilidad del hogar.
Pero, a pesar de todo, mantiene
su fe en Dios, la fidelidad entre los hombres. También las angustias de la
familia se han de vivir "en el Señor". Muchas familia pasan por
momentos difíciles, las dificultades menudean. Las separaciones y los divorcios
aumentan, a menudo, porque no se saben aguantar, soportar con fe y fidelidad,
las estrecheces de la vida cotidiana. La santa Familia exiliada es un gran
ejemplo para las familias, para tantas familias, que sufren.
Dios nos muestra
a la familia de Nazaret como ejemplo actual de la vivencia de muchas familias y
en especial la vida de los pobres y de los que sufren. Hoy en muchas familias
emergen problemas y dificultades debido a la carencia de valores y de ideales,
el materialismo, el hedonismo, la permisividad en los campos educativo y moral,
y por la falta de auténticos guías y formadores en este campo. Pero hay
familias que con sus hijos son también desplazados de su tierra, sin entender
nada, hacia tierras desconocidas, ya sea por cuestiones naturales o humanas,
como el hambre, la falta de lluvia, o la violencia, por eso el destino de
Cristo no se puede separar de tantos desplazados que sufren necesidades lejos
de su lugar de sustento. Dios permitió que su propio Hijo pasara, desde la
infancia, por la condición de perseguido, de emigrante; y todo esto, para poder
darle esperanza a todos sus hijos.
La Sagrada
Familia tampoco era una familia sin problemas, pero la presencia de Dios le
comunicó fortaleza, tranquilidad y paz interior porque Cristo es ese lazo de
unión que toda familia necesita.
Viviéndolo todo "en el
Señor", el cristiano mantiene la esperanza en cualquier situación. Este
domingo -también día de la resurrección- tendría que animar a nuestras familias
a seguir adelante en su tarea humana, iluminada siempre por su fe en el Señor.
A pesar de cierto pesimismo que oprime los horizontes de la familia actual, la
celebración de esta fiesta tendría que ser un aliento para continuar una tarea difícil
y rodeada de sufrimientos pero fecunda y entusiasmadora.
¿QUÉ ME HACE DECIRLE EL TEXTO A
DIOS? Te veo Señor, pequeño en los
brazos de María, que tiene el corazón brincando ante el peligro y el riesgo que
corre tu vida. Te veo Señor, en José, que intuye todas las especulaciones del
maligno y lee todos los signos divinos para protegerte. Te veo Señor, en esta
familia, humana y divina, que ha puesto la carne en la brasa para que no
sucumbas ante la cólera del que te quiere hacer desaparecer. Pero, también
siento Señor, que me quieres decir, que ya desde tu encarnación y nacimiento
asumiste la vida corriendo la suerte del pobre y del perseguido. Ahora Señor,
arrodillo mi corazón ante ti, para pedirte perdón por las veces que no secundo mi proyecto al tuyo. Lo tuyo es comunión,
fraternidad, ternura y cariño derramado en cada ser humano. Y cada ser humano,
con la capacidad de tu Espíritu estamos llamados a repartir y repartir amor.
Siento el dolor de tantas
familias que sufren, por el atropello del hambre, la incomprensión, la falta de
trabajo, la desorientación y la falta de fe en ti para que el hogar se
sostenga. Por eso, quiero pedirte, mi Señor, que vuelvas a inundar el corazón
del hombre de tu pleno amor, a fin de que ningún niño sufra, ninguna madre sienta
tanto dolor por el hijo enfermo o perdido, y ningún papá renuncie por
cobardía o egoísmo a su misión
protectora y amorosa de cabeza de familia.
Enséñanos a todos a obedecer como José, intuyendo tú paso por
nuestra vida y tu petición para que optemos por la vida, a pesar de tanta
muerte. Te pido por nuestras familias,
para que crezca en ellas la fe; para que el dar amor en las pruebas, en las
dificultades, en las persecuciones sea lo prioritario. Necesitamos Señor tu
auxilio para quitar nuestras estructuras
tan fijas y saber llevarlas a otro camino. Te presento Señor, el dolor y la
alegría que hay en cada familia, la ilusión y la esperanza, los gozos y las
tristezas; apiádate de tanto desastre familiar e irrumpe con tu amor en el
corazón de cada papá y mamá que son los únicos que en definitiva pueden salvar
la orientación de esta nuestra sociedad.
Tú nos has dado el regalo de la
fraternidad en nuestro carisma misionero agustino recoleto. Gracias Señor, por
entregarnos el don de hacer comunión y vivir como hermanos en la única y gran
familia de los hijos de Dios.
Hoy día de la "Sagrada
familia" se nos invita a orar por las familias y hogares
"desplazados" por la violencia en todo el mundo.
¿Estamos nosotros
como cristianos aportando a que nuestras familias se unan más en ese amor mutuo
que nos ha enseñado Cristo y en esa confianza total que debemos tener en
Nuestro Padre Celestial?
¿Cómo estamos
reaccionando cuando situaciones de miseria, moral o material, se cruzan en
nuestro caminar diario?
¿Nos compadecemos
atendiéndolas generosa, sincera y gratuitamente o simplemente no les hacemos
caso?
¿Acaso no debemos admirar la
valentía, la solicitud y la prudencia con que José cumple las instrucciones del
ángel, y la docilidad de María?
¿Acaso no es el pasaje un ejemplo de la
providencia paternal de Dios sobre estos humildes esposos, a los cuales ha
confiado los primeros pasos de su enviado?
También el texto nos sugiere
preguntas para nuestra vida personal y familiar:
-¿Cómo vivo la vida familiar?
-¿Tengo un desajuste entre lo
que digo en la sociedad pública y lo que vivo en la familia?
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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