Hoy
empezamos un nuevo año cristiano. Y lo empezamos con una convocatoria que nos
resulta conocida y nueva a la vez: somos invitados a celebrar el Adviento, la
Navidad y la Epifanía. Desde hoy (27 de noviembre) hasta el final del tiempo de
Navidad con la fiesta del Bautismo del Señor (7 de enero), van a ser cinco
semanas de "tiempo fuerte" en que celebramos la misma buena noticia:
la venida del Señor. Las tres palabras. Adviento, Navidad y Epifanía, o sea,
venida, nacimiento y manifestación, apuntan a lo mismo: que Cristo Jesús se
hace presente en nuestra historia para darnos su salvación.
En este Ciclo litúrgico (A) el evangelio propio es el de S. Mateo. Se trata, sin duda, del escrito evangélico con un mayor protagonismo en la historia de la Iglesia, tanto por el amplio número de comentarios sobre el mismo, como por su mayor utilización en la vida litúrgica de la comunidad cristiana.
El
Evangelio de san Mateo está dirigido a probar que Jesucristo es el Mesías
anunciado por los profetas y que en Él se cumplió todo lo que los profetas
habían anunciado. A Mateo lo pintan con la imagen de un hombre, porque su
Evangelio empieza haciendo la lista de los antepasados que Jesús tuvo como hombre.
San
Mateo pone de relieve la autoridad del único Maestro, Jesús. Tiene la esperanza
de que este Maestro hable por medio de su evangelio. Todas las demás
autoridades pierden fuerza donde Jesús se convierte en el Señor.
Las
comunidades son, sobre todo, unas comunidades de hermanos y hermanas, regidas
por las enseñanzas y autoridad de un único Maestro, Jesús, que es el Mesías
judío esperado, pero también el Señor universal para todos los pueblos. El
sueño de Mateo: una iglesia que evidencie el único señorío de Jesús, no deja de
ser el sueño de muchos cristianos y cristianas hoy., que continuamos caminando
en las múltiples y coloridas comunidad cristianas.
La
primera lectura de hoy del capítulo segundo del Libro del Profeta
Isaías ( Is 2,1-5 ) , marca el
tiempo mesiánico.
Una de las formas de representar el tiempo escatológico es presentarlo como un
tiempo en el que no hay guerras, donde Dios mismo romperá las armas de la
muerte (Os 2, 20; Zac 9, 10; Sal 46, 10). Aquí, las naciones, tras haber
recibido las instrucciones de la palabra del Señor, se encargarán de romper lo
que pueda ocasionar la guerra. El hombre que trabaja por ser artesano de la paz
se acerca a su destino verdadero, es ciudadano de la nueva Jerusalén.
Isaías predica en Jerusalén
en tiempos del rey Joatam (alrededor de los años 740-734 a.C.). Es un momento
de prosperidad económica, pero que esconde la presencia de la injusticia y de
la falsa piedad. El profeta, influenciado por el estilo denunciador de Amós,
saca el tema a la luz y llama a la conversión: Jerusalén tendrá que volver a
ser la ciudad fiel.
Isaías, hombre de Dios,
profeta y poeta al mismo tiempo, sueña en lo que ha de venir: la reunión de
todos los pueblos de la tierra, el cese de todas las guerras y contiendas, la
transformación de las espadas en arados y de las lanzas en podaderas...
Pero Isaías no se queda sin
hacer nada. Los sueños son para convertirlos en realidad, por eso grita en
medio del pueblo: "casa de Jacob, vamos, caminemos a la luz del
Señor", y la esperanza se hace camino, comienza el éxodo, la salida. No
hay advenimiento, venida del Señor, si no hay éxodo, salida del pueblo de Dios.
En este texto, Isaías mira
más allá, hacia el futuro, para vislumbrar el destino de la ciudad en los
planes de Dios. Jerusalén, y con ella el monte de la casa del Señor, será un
centro de irradiación de la Palabra de Dios: "porque de Sión saldrá la
ley.."; y un centro de atracción para todos los pueblos: "Hacia él
confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos". Centro ascensional,
que con un movimiento vertical atrae hacia arriba, no por el hecho de ser una
elevación geográfica, sino por el hecho de la presencia de Dios. Es la
contrarréplica a la torre de Babel: ésta era una elevación obra de los hombres,
que llevó a la confusión del lenguaje y a la dispersión, aquélla, Jerusalén,
ofrecerá a los hombres la palabra de Dios y la unidad.
Nos comenta Aloso- Schökel
"Este poema es uno de los más inspirados y profundos del A.T. El monte se
vuelve centro y origen de un doble movimiento, propuesto en orden cronológico
inverso: movimiento centrífugo de irradiación, ley y palabra; movimiento
centrípeto de concurrencia universal... ¿Quién los ha convocado? ¿qué fuerza de
gravedad invertida los ha puesto en movimiento, para que converjan y asciendan?...
Del centro del mundo ha salido una fuerza misteriosa, no de ejércitos ni de
violencia, sino de convicción pacífica e irresistible". (L. Alonso ·Schökel-A)
El responsorial es el salmo (Sal 121,1-9) , el mismo de la
semana pasada, aunque los versículos que se proclaman hoy son otros, si es el
mismo la misma antifona.. “Que alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del
Señor”. Sin duda está en perfecta relación con la primera lectura que acabamos
de escuchar.
Respecto
al domingo pasado se añaden los versículos 6-9.
Decíamos
de este salmo el domingo pasado: " Salmo
de "peregrinación" en ritmo gradual, con palabras claves que se
repiten. Es era el último salmo que los judíos entonaban en su peregrinación a
Jerusalén, cuando la impresionante mole del Templo se hacia visible ante sus
ojos. Muestra la alegría desbordante por llegar a la Casa del Señor. Igual
tiene que ser para nosotros, hoy. Mostremos nuestra alegría por estar, juntos,
en la Casa de Dios.
Los peregrinos,
después de un largo viaje de acercamiento llegan finalmente ante Jerusalén. Uno
de ellos exclama de alegría y admiración. La ciudad ¡qué bella es! Se siente la
sorpresa de un pueblerino o de un nómada pasmado al mirar las construcciones
que forman un todo compacto: casas, calles, palacios, el templo, todo rodeado
de murallas y torres sólidas.
El tono principal es de alegría. En forma de
"inclusión" al principio y al fin del salmo, la razón profunda de
esta alegría: "la Casa del Señor"... Sí, Yahveh vive en esta ciudad.
Junto al nombre de la ciudad repetido amorosamente, un conjunto de expresiones
poéticas y aliteraciones.
Fijémonos en la expresión: "Invocad la paz sobre
Jerusalén" : la palabra "paz" tiene las mismas consonantes de
Jerusalén... Cuando no utiliza ni "shalom" ni "Ieruschalaim",
dice "allí" adverbio que casualmente tiene dos de las consonantes de
Jerusalén. El conjunto, cantado en hebreo, es una pequeña maravilla musical. Es
obra de un gran poeta.
En cuanto a un sentido más profundo, es también de
perfecta unidad: Jerusalén, la capital, hacia la cual convergen caminos de
todas partes, de arquitectura compacta (ciudad construida en la cima de una
montaña), ciudad cuyo nombre significa "paz", es también símbolo de
unidad de las tribus dispersas... La fe en el único Dios cuya gloria habita en
el Templo, es el fundamento de esta comunidad fraternal.
Jerusalén es el corazón del judaísmo, centro de su
pensamiento y de sus cantos, a quien los grandes poetas hebreos de todos los
tiempos han dedicado sus más inspirados poemas.
En todo tiempo Jerusalén ha sido la capital del mundo
judío: en tiempo de David y de los reyes, en tiempo de Esdras y Nehemías
después del exilio, en tiempo de los Macabeos y en la época del Nuevo
Testamento. Y en los 2000 años de Diáspora, después de su destrucción en el año
70, Jerusalén ha sido siempre el centro espiritual de su vida, la capital de su
destino, como lo es actualmente en el moderno estado de Israel.
El salmo 121 canta la emoción de la ida a Jerusalén y
las excelencias de la ciudad. Tiene una estructura sencilla que se puede
presentar así:
a) Anuncio de la ida a Jerusalén y alegría (vv. 1-2)
b) Elogio de la ciudad: de su templo e instituciones
(3-5).
c) Augurios de paz y de felicidad (6-9).
a) Anuncio de la ida a Jerusalén y alegría (vv. 1-2)
Los versículos de este
domingo (6-9), añaden mayor esplendor a la alegría expresada. Bendiciones
sobre la ciudad:
«Desead la paz... te deseo todo bien» . Los peregrinos pronuncian sus
bendiciones sobre la ciudad. Le desean todos los bienes, sobre todo la síntesis
de bienes que es la paz. La razón de este deseo, al mismo tiempo garantía de su
eficacia, es la casa del Señor de la alianza.
La carta debió ser escrita
por Pablo en Corinto durante el invierno del 57-58, a punto de partir para
Jerusalén, desde donde espera ir a Roma y de allí a España.
El texto pertenece a la
segunda parte de la carta de San Pablo a los fieles de Roma. En la primera
parte (1, 18-11, 36) les ha dicho lo que ya son los cristianos, ahora les dice
lo que deben de ser. Pues la fe cristiana no es un estado o situación
establecida de una vez por todas, sino una vida y un proceso en permanente
evolución para responder día a día a las sorprendentes llamadas de un Dios que
siempre está viniendo. Tampoco el Evangelio es simplemente el anuncio de lo que
ya ha sucedido, es también promesa pendiente de lo que aún ha de suceder y el
imperativo de un deber que es preciso cumplir. El motivo poderoso que impulsa la
vida de fe es la venida inminente del Señor.
La expectación de Pablo y de
los primeros cristianos, que vivían en vilo esperando esa venida del Señor,
parece para nosotros agua pasada. Diríase que el Señor se ha retardado, diríase
que nosotros nos hemos dormido cansados de tanto esperar. Sin embargo, lo
cierto es que vivimos en el principio del fin. Pues nada puede ocurrir ya
verdaderamente decisivo después de la muerte y resurrección de Jesús; todo lo
demás, con ser importante en gran manera, son consecuencias de este suceso de
salvación. A gran manera, son consecuencias de este suceso de salvación. A
nivel individual, lo decisivo de nuestras vidas es la incorporación a Cristo y
a su pascua por el bautismo y la fe . De ahí se sigue, la urgencia de vivir
atentos a los siglos de los tiempos y los días para responder al Señor que
viene y nos llama.
Creer
en Jesús conlleva una actitud, una toma de postura bien definida: vivir en esta
vida teniendo presente que pensar con los criterios de la sociedad injusta es
no darse cuenta del "tiempo" en que vivimos, del tiempo de la
salvación, del tiempo de Jesús. Aquí, las "actividades de las
tinieblas" hacen referencia no sólo a la vida a veces desenfrenada de los
paganos (hay que pensar en Nerón yendo por las tabernas nocturnas de Roma:
Suetonio, Nero, XXVI), sino al mismo ser pagano que es tinieblas. El creyente
que vive a lo pagano es una contradicción en vida. Para mantener la fe hoy, y
para darle nuevo aliento, es preciso caer en la cuenta de que ser cristiano
implica una serie de exigencias de tipo espiritual y también moral.
El "momento"
parece indicar los últimos días, la era escatológica, inaugurada por Cristo,
que se contrapone al tiempo anterior. Se trata del tiempo de la Iglesia. La
conciencia que el cristiano tiene de la importancia de este tiempo debe influir
poderosamente en su actuar como hijo de la luz.
La Biblia no concibe a Dios
en abstracto como podían hacerlo Platón o Aristóteles, sino que lo percibe y lo
entiende en el marco de sus intervenciones acá en la tierra, que convierte la
historia del mundo en historia de salvación, puesto que parte de ésta se da en
la historia. Frente a los ciclos cósmicos de eterno reposo de las cosas, en la
Biblia domina la concepción de que los jalones son acontecimientos únicos que
no se repiten. La humanidad se enriquece poco a poco acumulando experiencia y,
así, se hace posible el progreso y una marcha hacia la plenitud final que no es
la vuelta al principio.
El "día-de-Yahvé",
cuya fecha es desconocida, será comienzo de una nueva era de justicia y
felicidad, de nuevos cielos y nueva tierra. De los textos no se puede sacar una
satisfacción de la curiosidad sobre el momento final, sino únicamente la
conciencia de las exigencias espirituales que comporta el tiempo en que vive.
Jesús, que vive en el tiempo histórico (6 a.C al 30 d.C.), divide la historia
en antes y después e inaugura el tiempo del cumplimiento, el tiempo de la
Iglesia. Los últimos tiempos están sólo inaugurados, pero todavía no se palpan
todos sus frutos. Es el "ya" pero "todavía no" en el que la
conversión a Dios se realiza a través del seguimiento de Jesús. La venida del
Hijo del Hombre, de la que el cristiano está en espera continua, define a
Cristo como el alfa y omega de la historia humana.
El
evangelio de San Mateo (Mt 24,37-44), presenta el final del evangelio, con el siguiente desarrollo: el versículo inicial
establece una comparación entre la venida del Hijo del Hombre y la época de
Noé. Los versículos siguientes 38-41 explican el sentido de esa comparación.
Por último, los versículos 42-44 extraen la consecuencia.
Un verbo domina en él:
venir. Venida del Hijo del Hombre, del diluvio, de un ladrón. De estas venidas,
dos, la del diluvio y la del ladrón, sirven de referencia aclaratoria de la
tercera, la del Hijo del Hombre, expresión cuyos orígenes literarios
controlables se remontan al singular libro de Daniel.
Las tres venidas tienen un
dato en común: su imprevisibilidad y, consiguientemente, el desconocimiento del
momento exacto de las mismas. A la luz de este dato, el interés del texto se
centra en despertar en los oyentes una actitud vigilante a fin de que no les
coja desprevenidos la venida del Hijo del Hombre.
La alusión a los días de Noé antes del diluvio
se hace para explicarnos cómo la venida del Señor será repentina y sin previo
aviso. A diferencia de lo ocurrido cuando la destrucción de Jerusalén, no hay
señales claras que determinen el momento del fin del mundo. Por eso los hombres
harán su vida como si tal cosa y serán sorprendidos como lo fueron en tiempos
del diluvio.
La venida del Hijo del Hombre, la parusía, sorprenderá a los hombres en medio de sus faenas y diversiones. No todos serán elegidos y congregados de los cuatro vientos de la tierra por los ángeles (v. 31). Uno será tomado y otro dejado. Los hombres, que han crecido juntos, como la cizaña y el trigo, serán separados en aquel día del juicio. Para los justos será un juicio de salvación (cfr. Lc 21. 28); para los impíos, de condenación.
La incertidumbre del fin es una advertencia
para que vivamos vigilantes en todo momento, pues cualquiera puede ser el
decisivo. Vigilar es estar abierto por la esperanza hacia el futuro del Señor
que viene, es también estar dispuesto a reconocerle en los pobres y necesitados
y a cumplir en cada caso el mandamiento del amor. Es también orar. Sólo el que
vigila está preparado para el encuentro con Dios en Cristo. La expresión
"vuestro señor" no es original de Jesús, sino del evangelista.
La breve parábola del dueño
de la casa que no puede dormir despreocupado porque no conoce la hora en que el
ladrón puede robarle, señala claramente cuál debe ser la actitud del cristiano.
Así que la espera de la venida del Señor, que vendrá repentinamente como un
ladrón que no anuncia la hora de su visita, lejos de ser una buena excusa para
evadirse de todos los problemas, es una severa advertencia para vivir atentos
la hora de nuestra responsabilidad. Los cristianos deben demostrar que esperan
al Señor preparando los caminos de su advenimiento, deben ser los más activos de
los hombres en la construcción del mundo. Nuestra sociedad parece cada vez más
estúpida e insensible a la verdad y a la justicia. Sin embargo, la justicia
vendrá en su día. ¿No es hora ya de despertar del sueño?
El texto
pretende que nos percatemos de que la
historia (la particular y la general) tiene un sentido. Vivir sabiendo que
tiene sentido: he aquí el significado de la invitación del texto de hoy.
Conciencia de perspectiva, percepción del horizonte. ¡Que existen! ¡Porque
existen! He aquí la vigilancia y la preparación de las que el texto de hoy nos
habla. No habla de la muerte ni del estado de gracia en el momento de la
muerte. Nos habla de que él Hijo del Hombre es el sentido mismo de la historia,
que no es otro que Dios. El estar preparado es ser consciente de ese sentido,
estar abierto a las inquietudes de la trascendencia. Estar en vela es mirar el
horizonte de la historia , en la que estamos inmersos. El texto de hoy es todo
lo contrario de una escuela de terrores y de miedos. Dicho más llanamente: es
una invitación a la perspectiva y al optimismo. Invitación tanto más necesaria
cuanto que con más frecuencia de lo deseable, nos encerramos dentro de las
cuatro paredes de un universo impremeditado y sin sentido.
Expresamente
nos dice que hay que estar en vela en la historia y particularmente en este
tiempo de Adviento, para no desaprovecharlo y atender a nuestra más profunda
conversión.
Para
nuestra vida.
En este Adviento, la llamada es clara: se trata
de ver la realidad a través de Cristo, que nos interpela y nos urge a la
responsabilidad y al amor. Así es como los cristianos nos preparamos a salir al
encuentro del Salvador, y así preparamos esta nueva Navidad. Iluminados por el
misterio de Cristo y llamados a su encuentro en la eternidad, volvemos a la
convivencia en un mundo en el que los hombres, nuestros hermanos, viven las más
de las veces inconscientes de la necesidad que tienen de Cristo. Es preciso, es
urgente que seamos luz para ellos.
Las lecturas de este domingo son una llamada a
renovar nuestra fe y nuestra responsabilidad ante el misterio salvífico de
Cristo.
La primera lectura (Isaías 2,1-5), nos presenta un
sueño del profeta Isaías. Profeta es el que ve más
allá y el que ve más adentro. Profeta es el que capta el sentido de las cosas y
los acontecimientos. Profeta es el que conoce lo que hay en el hombre y lo que
está llamado a ser; el que se hace transparente a todo; el que escucha la voz
del Espíritu.
Isaías tuvo una visión, tuvo
un sueño. Sueña que todas las naciones se dejarán instruir por el Dios de la
verdad y la misericordia, que caminarán por las sendas del derecho y la
justicia, que se aprobarán las leyes de la solidaridad. Sueña que un día todos
los hombres se darán las manos y se sentarán a la mesa de la fraternidad, y las
armas se guardarán en los museos de la historia o se reconvertirán en
instrumentos para el desarrollo; sueña que todos los hombres se declararán
objetores de conciencia y que «nadie se adiestrará para la guerra».
Isaías hace un espléndido anuncio "al final de
los días", que fue ya, y es hoy y será mañana. es para "Judá y
Jerusalén", para la Iglesia y cada comunidad cristiana. Aunque la
oscuridad envuelva el mundo, siempre habrá una luz puesta sobre el monte;
siempre habrá montes de esperanza; Cristo será el mejor, el más hermoso y
luminoso de los montes; siempre habrá hombres y "pueblos numerosos",
que busquen y suban a esas montañas luminosas, para saciarse de palabra, de
justicia y de paz.
"El Señor reúne a todos los pueblos en
la paz eterna del reino de Dios". No obstante la ignorancia y las
aberraciones de los hombres, en los planes divinos el designio de salvación se
extiende a toda la humanidad. Todos tenemos total necesidad de Cristo Redentor
y de la revelación plena del amor de Dios. En esta primera lectura, el profeta
Isaías contempla en lontananza el día del Señor y presenta el carácter
universal de toda la salvación. El pueblo de la Alianza (el Antiguo y Nuevo
Israel) ha sido elegido por Dios para poseer y transmitir la fe y la salvación
a todos los pueblos. Dios obra en favor del mundo a través de la Iglesia, ya
que el primer pueblo de la Alianza fue infiel.
De ahí la responsabilidad de todo cristiano de
no poner obstáculos a la misión salvadora y redentora de Cristo. A todos nos
incumbe siempre una actitud misionera, en la medida de nuestras posibilidades,
según los diversos estados en que vivimos nuestra vocación.
El
salmo responsorial de este domingo
nos ayuda a expresar la alegría de
sentirnos cerca de la casa del Señor.
Cuando en sus peregrinaciones anuales los israelitas llegaban a Jerusalén, sus
rostros quedaban iluminados contemplando la ciudad santa. Allí, en santa
asamblea, se congregaba el pueblo, como en los tiempos del desierto en torno a
la tienda; allí resonaban las alabanzas al nombre del Señor; allí era posible a
los israelitas en litigio encontrar justicia, pues en las puertas del palacio
real estaban los tribunales de justicia; allí resonaba sin cesar el tradicional
«shalom»
entre los hermanos de un mismo pueblo. ¡Qué
alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!
Lo que para Israel
representaba Jerusalén, para nosotros, cristianos, lo representa el domingo. En
este día, nos reunimos, y el nuevo Israel aparece como ciudad bien compacta en las
asambleas dominicales; en este día, según
la costumbre del nuevo Israel,
celebramos el nombre del Señor; este día nos aporta la esperanza
escatológica y es, para quienes frecuentemente sufrimos, prenda de que se nos
hará justicia definitiva; en este día del Señor, intercambiamos todos los
cristianos nuestro «shalom»
al celebrar la eucaristía...
Que nuestro entusiasmo, al
llegar el domingo, no sea, pues, menor que el de Israel cuando se acercaba a
Jerusalén: ¡Qué
alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!
La segunda lectura
(Romanos 13,11-14), nos urge
a una vida renovada: "Comportaos así, reconociendo el momento en que vivís; pues ya es
hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de
nosotros que cuando abrazamos la fe.". Quienes por la fe ya hemos
conocido el misterio de Cristo no podemos caer en la inconsciencia de vivir en
la irresponsabilidad de los hijos de las tinieblas. Tenemos ansias del
encuentro definitivo de Cristo. Nuestra vida presente es una marcha hacia el
futuro.
Por eso para el cristiano
que espera ese encuentro y que ha hecho suyas las aspiraciones de los hombres
de su tiempo, el sentido de la historia de la humanidad es el sentido de su
misma historia, que solo tiene valor a la luz de Cristo. Apartarse de ahí es
caminar en las tinieblas.
El
texto es una invitación a la conversión activa, a salir del mundo viejo y
caminar hacia lo nuevo. Pablo, además, anuncia algo muy importante: que nuestra
salvación está cerca.
"Daos cuenta del momento en que vivís": Pablo exhorta a la
comunidad cristiana de Roma a darse cuenta de que está viviendo ya en los
tiempos definitivos, en los tiempos finales. El cristiano se sitúa siempre en
este tiempo decisivo y, por tanto, vive en la tensión de la exigencia de ser un
testimonio coherente de la fe. Este tiempo ha empezado con la muerte y la
resurrección de Cristo; en El Dios ha pronunciado la palabra definitiva sobre
el hombre y su historia.
-"Ya es hora de espabilarse": Pablo recurre a las imágenes de la
apocalíptica para describir este tiempo definitivo: es el inicio del día, que
reclama al hombre la decisión dificultosa de dejar el sueño y emprender la
lucha diaria. Día y noche, oscuridad y luz, son imágenes de la opción clave
entre el bien y el mal que el hombre ha de realizar. La referencia a la
oscuridad queda completada con la descripción de algunos vicios.
-"Vestíos del Señor Jesucristo": El hombre a quien el día
sorprende durmiendo aún va sin vestir y no se encuentra preparado para la
lucha. El cristiano por el bautismo se ha revestido de Cristo y no tiene que
abandonar ese vestido si quiere estar a punto para el tiempo decisivo.
En el evangelio de San Mateo 24,37-44, Jesús compara
la venida del Hijo del Hombre a lo que sucedió cuando el diluvio. Pero la venida del Hijo del
Hombre no será un diluvio devastador, sino una lluvia pacífica y fecunda. Lo
que pasa es que no avisa. Y la gente ni está preparada ni se da cuenta. Los
grandes acontecimientos no suelen anunciarse al son de trompetas. El ladrón
tampoco avisa, ni la muerte, ni los cambios culturales, ni las reformas
religiosas. Cuando nos damos cuenta, están ahí.
Pues de eso se trata, de
darse cuenta. No es que hayamos de vivir temerosos, como si en cualquier
esquina nos alcanzara la goma-2 asesina o la navaja ladrona. Temerosos no,
porque es falta de fe; pero tampoco inconscientes o dormidos. La consigna es
«vigilad». Vigilad porque el Hijo del Hombre viene en cada momento; porque la
verdad y la justicia necesitan ser defendidas en cada instante; porque la
solidaridad, como el amor, no descansa; porque la libertad hay que ejercitarla
en cada hora. Vigilad, para que no os perdáis la gracia del encuentro.
La gente, como en tiempos de
Noé, come, bebe, se casa, trabaja, se divierte, pero está insatisfecha y vacía
y no se da cuenta de nada. La gente no ve más allá de su cartera o del plato de
comida.
" estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor".
No sabemos el día ni la
hora. Solo la fe vigilante y la fidelidad permanente pueden hacer nuestras
vidas dignas de salvación eterna. La realidad cotidiana con su monotonía
exasperante nos adormece. A nuestro alrededor hay acontecimientos difíciles:
guerras, violencias, injusticias, etc. A todo nos acostumbramos. Existe quien
responde y quien se calla, quien se esfuerza y quien se abandona.
San Juan Crisóstomo llama aquí a la vigilancia
esperanzada:
" En medio de la oscuridad no puedes
distinguir al amigo del enemigo. No distinguimos de noche los metales preciosos
de las meras piedras. Del mismo modo, el avaro y el licencioso no distinguen la
verdad y el valor de la virtud.
«Así como el que camina de noche va muerto de
miedo, de igual modo los pecadores andan continuamente atormentados por el
miedo de perder sus bienes y por el remordimiento de su conciencia.
«Ea, pues, dejemos una vida tan penosa. Ya
sabéis que después de tantas calamidades viene la muerte... Creen los pecadores
ser ricos, y no lo son. Creen vivir entre delicias, y no gozan de ellas...
Nosotros vivamos sobrios y vigilantes, como quiere Cristo. “Andemos
decentemente y como de día” (Rom 13,13). Abramos las puertas para que aquella
Luz nos ilumine con sus rayos y gocemos siempre de la benignidad de nuestro
Señor Jesucristo» (Comentario al Evang. Juan, hom. 5).
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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