Desde evangelio
de San Mateo proclamado nos llega un
claro mensaje de lo
que puede y debe ser el adviento. Hay que convertirse, hay que hacer
penitencia, para así mejorar nuestro camino hacia la conversión verdadera. Pero
habremos de tener en cuentas las duras palabras que Juan Bautista dirige a
fariseos y saduceos. ¿Nos la diría a nosotros también hoy?
En este
segundo domingo de Adviento hagamos cada uno de nosotros un propósito sincero
de conversión. Conversión, es tiempo de preparar los caminos y enderezar las
sendas para que se acerque el advenimiento del Reino.
La conversión
es un cambio radical de mentalidad y de actitudes profundas, que luego se va
manifestando en acciones nuevas, en una vida nueva.
El primer paso de la conversión
es el sentirse juzgado por Dios. Lo que puede haber de decisión personal para
cambiar, está movido por la acción previa de la iniciativa de Dios. Cuando se
ha recibido el fuego de la acción juzgadora de Dios, entonces se recibe el
Espíritu.
El juicio de Dios, que nos
lleva a la conversión, es el inicio de nuestra justificación.
La unidad literaria de Is. 10,
33; 11, 10, insertada dentro del "Libro del Emmanuel" (7-11), habla
de juicio y de salvación divina. -El castigo divino nunca es, en la Biblia, su
palabra última y definitiva.
El profeta
Isaías sigue así iluminando nuestro peregrinar terrenal. Isaías profetiza un
tiempo de paz y de amor insuperables que, evidentemente, todavía no ha llegado.
La fraternidad entre un lobo y un cabrito, pastoreados ambos, por un niño, por
un muchacho es un bien deseable. Pero para llegar a esa paz hay convertir nuestros corazones a la paz del
Señor a quien esperamos.
Así el árbol talado aún no está
muerto sino que de su tocón va a brotar un tierno vástago; la raíz o tocón se
refiere a la muy humilde familia de Jesé, padre de David, de la que brotará
este nuevo vástago (v.1), un segundo David que, al igual que el primero, estará
equipado para su trabajo con el don del Espíritu divino (v. 2, cfr. I Sam. 16,
1-13; 2 Sam 23, 2ss). Poseerá el espíritu de prudencia y el don de sabiduría
para poder percatarse de la situación concreta y obrar en consecuencia
(capacidad para saber juzgar), espíritu de consejo para poder prescindir de
opiniones interesadas y egoístas (el futuro rey no necesita consejeros
parciales), espíritu de valentía para llevar a cabo las sabias y valientes
decisiones tomadas. Más aún, su actuar estará en perfecta consonancia con el
querer de Dios: "espíritu de conocimiento y respeto del Señor".
-El vástago, equipado con estos
dones tan preclaros, ejerce su oficio estableciendo un reino justo (vs. 3-5).
Los jueces humanos sentencian de acuerdo con el testimonio que aportan los
testigos que, con frecuencia, es falso; el nuevo juez nunca juzgará por
apariencias sino por la realidad que conoce con todo detalle. Del juicio divino
queda desterrada toda ambigüedad, todo lado oscuro del problema, toda
ignorancia, el sentenciar atendiendo a la emoción del momento... El nuevo juez
es siempre incorruptible: defiende al pobre y al oprimido, al desamparado (tema
muy bíblico, cfr. Is. 9, 6; 32,1; Sal. 72,12 ss.; 101...) sin dejarse violentar
por la sinrazón de la fuerza o del poder; su sentencia judicial es la vara que
castiga y condena al malvado (I Rey. 8, 32), justicia y lealtad son el lema y
la insignia de su reinado.
-En el v. 2, el autor usa el símbolo de los vientos o espíritus que
convergen en el tocón de Jesé, ahora (vs. 6-9) a través de un símbolo vegetal y
animal intenta enseñarnos cómo debería ser una sociedad humana ideal: los
animales salvajes cohabitan, sin temor, con los domesticados ya que la hierba
ha sustituido a la matanza; tampoco se temen el hombre y los animales, todos
pueden vivir en paz y armonía, como en el relato primigenio de la creación (Gn.
1, 29), rota por el pecado humano (Gn. 9, 2ss.). Comienza una nueva era
paradisíaca en la que el hombre ni mata ni teme a ningún animal, la enemistad
con la serpiente se da por terminada y al hombre se le concede la ciencia del
Señor (cfr. Gn. 3).
"Y brotará un retoño del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces
un vástago" (Is 11, 1).El retoñar de los árboles es un
milagro que se repite cada primavera. Troncos aparentemente muertos que echan
brotes verditiernos, raíces perdidas en el fondo de la tierra que asoman
reverdecidas y pujantes. Con esa imagen Dios llama a la esperanza en este
período del Adviento. Isaías se dirige a los hombres de su tiempo. No todo está
perdido, les dice. De ese madero carcomido y viejo brotará un vástago, de ese
pueblo deportado y dividido surgirá el Mesías que salve a la humanidad entera.
Y esto ¿como será posible?. " Sobre él se posará el
espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de prudencia y
valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor…" La justicia será el cinturón de sus lomos, y
la lealtad, cinturón de sus caderas. Naturalmente que estas palabras del
profeta Isaías son palabras utópicas, en el sentido literal de esta palabra,
porque nunca se han realizado, ni se realizarán en ningún sitio de esta tierra,
mientras el hombre sea lo es hoy: hombre pecador. Pero el mensaje que nos
presentan estas palabras de la profecía sí es real y posible: que nos
esforcemos todos en construir un camino hacia una fraternidad universal de toda
la humanidad entre sí y de la humanidad con la naturaleza en la que vivimos y
de la somos huéspedes temporales.
"En aquel día, el renuevo de la raíz de
Jesé, se alzará como estandarte para los pueblos, y le buscarán las gentes, y
será gloriosa su morada" (Is 11, 10). De este modo
contempla el profeta en el horizonte de la historia a ese brote nuevo que se
alzará como bandera de salvación. Todas las gentes le buscarán, pues sólo en Él
está la libertad, el amor, la paz, la alegría... Nosotros también queremos
caminar hacia ti, cambiar nuestras rutas perdidas y orientarlas con decisión
hacia donde Tú estás.
Cambiar de
ruta, día a día. Mirar tu luz y ponernos en camino, sin rodeos ni demora. Es
necesario estar continuamente agarrado al volante, cosido al timón de nuestra
nave. Tenemos, sin remedio, un defecto en el mecanismo de nuestra dirección, e
insensiblemente nos inclinamos a uno o a otro lado. El Adviento es un período
de conversión, de cambio de conducta... Hemos de entrar en este movimiento que
la Iglesia alienta esperanzada. Hemos de pararnos a considerar cómo marcha
nuestra vida, hemos de hacer una revisión a fondo en el motor de nuestro
espíritu. Ponerlo a punto, con el deseo y la ilusión renovada de caminar hacia
Cristo, de vivir siempre de cara a Dios.
El salmo 71
era para los judíos del tiempo de Jesús una plegaria de espera a la venida de
Dios o de su Mesías. Parece, pues, muy indicado para este Segundo Domingo de
Adviento
Catequesis del Papa San Juan Pablo II: Salmo 71 1.
"
La Liturgia de las Vísperas, cuyos salmos y
cánticos estamos comentando progresivamente, propone en dos etapas uno de los
salmos más queridos por la tradición judía y cristiana, el Salmo 71, un canto
real que meditaron e interpretaron en clave mesiánica los padres de la Iglesia.
Acabamos de escuchar el primer gran movimiento de esta oración solemne (Cf.
versículos 1-11).
Comienza con una intensa invocación conjunta a
Dios para que conceda al soberano ese don que es fundamental para el buen
gobierno, la justicia. Ésta se expresa sobre todo en relación con los pobres,
que generalmente son sin embargo las víctimas del poder. Es de notar la
particular insistencia con la que el salmista subraya el compromiso moral de
regir al pueblo según la justicia y el derecho: «Dios mío, confía tu juicio al
rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a
tus humildes con rectitud... Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra
a los hijos del pobre y quebrante al explotador» (versículos 1- 2.4). Así como
el Señor rige al mundo según la justicia (Cf. Salmo 35, 7), el rey que es su
representante visible en la tierra --según la antigua concepción bíblica--
tiene que uniformarse con la acción de su Dios.
2. Si se violan los derechos de los pobres, no se
cumple sólo un acto políticamente injusto y moralmente inicuo. Para la Biblia
se perpetra también un acto contra Dios, un delito religioso, pues el Señor es
el tutor y el defensor de los oprimidos, de las viudas, de los huérfanos (Cf.
Salmo 67, 6), es decir, de quienes no tienen protectores humanos. […]
3. Después de esta viva y apasionada imploración
del don de la justicia, el Salmo amplía el horizonte y contempla el reino
mesiánico-real en su desarrollo a través de dos coordinadas, las del tiempo y
el espacio. Por un lado, de hecho, se exalta su duración en la historia (Cf.
Salmo 71, 5.7).
Las imágenes de carácter cósmico son vivas: se
menciona el pasar de los días al ritmo del sol y de la luna, así como el de las
estaciones con la lluvia y el nacimiento de las flores. Un reino fecundo y
sereno, por tanto, pero siempre caracterizado por esos valores que son
fundamentales: la justicia y la paz (Cf. versículo 7). Estos son los gestos de
la entrada del Mesías en la historia. En esta perspectiva es iluminador el
comentario de los padres de la Iglesia, que ven en ese rey-Mesías el rostro de
Cristo, rey eterno y universal. […]
El broche de oro de esta visión podría formularse con las palabras de un profeta, Zacarías, palabras que los Evangelios aplicarán a Cristo: «¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey. Es justo... Suprimirá los cuernos de Efraím y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate, y proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra» (Zacarías 9, 9-10; Cf. Mateo 21, 5)." ( San Juan Pablo . Audiencia del Miércoles 1 de diciembre del 2004 )
La exhortación de Pablo a los romanos
de la primera generación cristiana vuelve a resonar en nuestras asambleas en
este segundo domingo de Adviento, interpelándonos y sugiriéndonos todo un
programa personal y comunitario: escucha de la palabra, acogida mutua «como Cristo os acogió para gloria de Dios», y una existencia que
tiene como horizonte la esperanza y la alabanza de Dios.
Una de las preocupaciones
centrales de San Pablo en su reflexión
teológica es la de intentar entender cómo se integra el mensaje de Jesús en la
fe de Israel (dicho en términos actuales, cómo se relacionan judaísmo y cristianismo).
El antiguo fariseo convertido, a raíz de su experiencia en el camino de
Damasco, en seguidor de Cristo, se esfuerza, en esta carta a los
Romanos (como había hecho ya, de manera más visceral, en Gálatas y
como aparecerá también en Efesios), por mostrar que el acontecimiento
de Cristo no anula las promesas hechas por Dios a Israel, sino que las lleva a
su plenitud.
En este pasaje, ya casi al
final de la carta, Pablo sintetiza de manera admirable la convicción que ha
animado su incansable labor apostólica: que Cristo vino tanto para los judíos
como para los paganos («se hizo servidor de los judíos […] y, por otra
parte, acoge a los gentiles»).
La benevolencia misericordiosa
de Dios para con todas las naciones, manifestada en Cristo, la
expresa el apóstol muy certeramente con el concepto de “acogida”: el
haber sido acogidos por Cristo es lo que hace posible que nos
acojamos unos a otros, y lo que debe movernos a esa mutua acogida fraterna.
Pablo ratifica su argumentación
con una cita de la Escritura (Sal 18,50), ejemplificando así lo que afirmaba al
principio de la lectura de hoy: el valor del Antiguo Testamento para la fe
cristiana. Por eso seguimos utilizando los textos de la antigua alianza como
parte integrante de la liturgia de la palabra en nuestras celebraciones
dominicales. «Las antiguas Escrituras» se escribieron para nuestra enseñanza,
pero sobre todo para nuestro consuelo (paráklēsis, fruto de la acción del
Espíritu Santo, el Paráklētos).
Consuelo, porque cuando verificamos lo lejos que estamos de ese
estado ideal y casi olímpico; la actitud cristiana no puede ser la
desesperación; debemos consolarnos porque algo absolutamente nuevo nos viene de
parte de Dios.
El Adviento es un tiempo propicio para ello. El ejemplo que
propone es Cristo, servidor de judíos y paganos, de magnitudes
irreconciliables, de mentalidades opuestas. Cristo es el futuro de todos los
hombres. Este ideal no puede perderse para los seguidores del evangelio, para
las comunidades cristianas que viven en cualquier parte del mundo. El Adviento
es un tiempo ideal, es su idiosincrasia, porque es un tiempo de promesas que
adelantan un futuro de lo que un día debe ser lo que Dios ha querido para toda la humanidad.
El Apóstol habla de una gran unanimidad
siguiendo a Cristo Jesús. No se trata simplemente de una unidad a nivel
general, sino que está cimentada en el Señor mismo. Esto significa que, cuanto
más profundamente estemos anclados en Cristo, tanto más fácil le resultará al
Espíritu Santo conceder esta unanimidad entre nosotros, los hombres.
La lectura nos recuerda una vez más que todos
los hombres están llamados a descubrir el inmenso amor de Dios, que nos ha
manifestado en su Hijo. Él es la puerta de entrada tanto para los judíos como
para los gentiles, para que se cumplan las promesas hechas al Pueblo de la
Antigua Alianza y los gentiles alaben a Dios por su misericordia.
Ésta es la clave para la unidad entre nosotros, los hombres. Está cimentada en Dios y sólo la alcanzamos al recorrer el camino que Él ha trazado para nosotros en su Hijo Unigénito, que es el único camino que conduce al Padre (cf. Jn 14,6).
Juan
Bautista , es el último profeta del Antiguo Testamento y marca la transición
entre las dos etapas de la acción de Dios en el mundo. Juan tenía una vocación
fuerte y un comportamiento austero que lindaba ya con lo infrahumano. Su
sinceridad era evidente y esa sinceridad le costó la vida ante Herodes por no
callar los pecados del rey. Juan, además, no se atribuyó jamás poder alguno y
solo su capacidad anunciadora. El Evangelio hace referencia a la profecía de
Isaías que marca el ámbito de la proclamación del Nuevo Camino en el desierto.
Y en el desierto iba a formarse Juan a la espera de la Primera Venida.
“Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el
camino del Señor, enderezad sus sendas.”. (Mt 3, 3). Juan se presenta como el heraldo que
grita el mensaje de su Señor; no realiza una misión por iniciativa propia, sino
como enviado por Dios.
A la luz de la profecía de Isaías (40,3), que para
Mateo es el profeta de la salvación mesiánica, el ministerio de Juan arroja
nuevas luces: Con la venida de Juan se cumple una antigua profecía de Isaías.
Juan es la “voz” que personifica históricamente a aquel misterioso personaje
presentado por Isaías (quizás un miembro de la asamblea del consejo de la corte
celestial), que era eco a las instrucciones de Dios, para el pueblo que
regresaba de la cautividad de Babilonia.
La voz parte del “desierto” pero la finalidad no es quedarse en ese lugar, sino hacer un camino de conversión. Dios viene es más “ya ha llegado”, es preciso hacer camino al Señor”, un camino que no admite senderos tortuosos, pistas extenuantes ni recorridos desalentadores.
¿Qué tan consciente soy de esta gran verdad? ¿Me pongo
en actitud de conversión para recibir al Señor? ¿Favorezco esta disposición no
solo en mi, sino entre los míos?
El desierto es el lugar de la “escucha”, donde se
pueden atender las directivas de Dios. Para Israel el desierto fue un punto de
referencia que apuntaba a sus orígenes, tanto en la creación, como en la
alianza y por eso, como dice profeta Oseas, es posible ir al desierto para
regresar y vivir el proyecto de Dios con la fuerza del amor primero (Os 2,16).
El “desierto”, como referente bíblico-histórico,
parece ser esencial (así 3,3 y 4,1). El mismo Mateo da la clave. Como lo indica
la cita de Isaías (40,3), hay una nota de esperanza que percibe, en la flamante
peregrinación del Pueblo que retorna del exilio, la acción poderosa de Dios;
después del éxodo el pueblo regresa purificado –habiendo aprendido las
lecciones de la historia- y dispuesto a construir una nueva sociedad.
Esta clave de un nuevo éxodo también es subrayada en la experiencia de Jesús en el desierto (ver 4,1). Lo importante del anuncio es que es Dios mismo, en cuanto “Señor” es, quien guía a su pueblo: como un pastor que guía a su rebaño. Bajo su guía, el pueblo alcanzará victorioso la meta de su caminar histórico. Juan invita a los hombres a renunciar a sus seguridades, a sus actitudes, a lo que los aleja de Dios.
"Convertíos, porque está cerca el
Reino de los cielos..." (Mt 3, 2). La ansiedad de
salvación que todo hombre lleva dentro de sí, escondida quizá en lo más íntimo
de su ser, es un sentimiento que se agudiza cuando crece el temor y la
angustia, motivados quizá por circunstancias particularmente difíciles. Eso es
lo que ocurría en los tiempos en que aparece el Bautista a orillas del Jordán.
Israel estaba bajo el yugo de Roma, tiranizada además por los herodianos, los
descendientes del cruel Herodes el Grande que dejó su reino entre los hijos que
le quedaron, después de haber matado él mismo a aquellos que más derecho tenían
a subir a su trono. Eran años de intrigas palaciegas que intentaban acabar con
el viejo rey, que no acababa de morir y eliminaba fríamente a quienes
intentaran algo contra él, aunque fuesen los hijos de su más querida esposa, o
el primogénito. Días de violencia y de terrorismo en los que la sangre corría
con frecuencia por las calles, en los que la tortura y el encarcelamiento
estaban a la orden del día. Por otra parte la corrupción moral llegaba a
límites inconcebibles en una degradación cada vez más profunda y extendida. Por
todo ello el anhelo de un salvador, la esperanza de que llegara pronto el
Mesías se hacía cada vez más intensa.
Él
os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Juan
Bautista sabía muy bien que él era sólo el precursor, el que venía a preparar
el camino al Señor Jesús. A esto aspiramos nosotros en Adviento: a llenarnos
del Espíritu Santo, a vivir como bautizados en el Espíritu del Señor Jesús.
Este Espíritu Santo del Señor Jesús es el que nos describe, en la primera
lectura, el profeta Isaías.
Para nuestra vida
El adviento,
nos sugiere ser más un tiempo de esperanza, de alegría que de penitencia.
¿ No merece el
Señor, que –aquello que desafina y no está atinado en nuestra forma de ser- sea
cambiado para que su Nacimiento sea algo real y palpable en lo más hondo de
nuestras entrañas?
El adviento,
por ser tiempo de esperanza…también es época de poda. De cortar aquellas ramas
que, en el tronco de nuestras personas, pesan o aparentan más de lo que son,
sobran o no dan fruto, son frondosas por fuera...pero quién sabe si no están
huecas por dentro.
En este Adviento tenemos la
oportunidad de pararnos y preguntarnos:
¿qué camino estamos siguiendo, el falso o el que conduce a la felicidad?
Si vivimos obsesionados por el dinero, el placer,
la vanagloria, el pensar sólo en ti mismo, nos estamos equivocando. Esto no
puede traernos la felicidad. A lo largo de esta Adviento, tiempo de gracia y de
conversión, tenemos la oportunidad de rectificar y allanar el camino. ¿Cómo
podemos preparar el camino que conduce a
Jesús, qué piedras son las que te hacen tropezar, qué baches son los que te
encuentras? Sólo si tienes ilusión y ganas por llegar a la meta, podrás llegar.
No lo harás solo, pues hay otros muchos que te acompañan.
No
olvides que otra Navidad es posible. Prepárate para la Navidad. No te dejes
arrastrar por el desenfreno de las cenas, el gasto inútil, las prisas..... Sólo
merecerá la pena esta Navidad si encuentras de nuevo tu camino interior y
escuchas al Dios de la misericordia, que viene a consolarte y a regalarte la
salvación. ¿Estarás atento a su voz?
La primera lectura del Profeta
Isaías expone las profecías sobre la
llegada del Mesías.
El texto
describe la era mesiánica con imágenes agrícolas y ganaderas, que vosotros, mis
queridos jóvenes lectores, debéis traducir a realidades de hoy, a realidades
vuestras, cotidianas. El león, la serpiente, el cabrito, el novillo, serán para
vosotros imágenes lejanas, imaginarias tal vez. A mí no tanto. He tocado
cabritos, serpientes y culebras, me ha picado un escorpión y nada me ha hecho.
Los peligros que acechan hoy serán seguramente el alcohol, el malgastar inútil,
la egoísta satisfacción sensorial, sensual y sexual. El dinero para presumir,
el poder para avasallar, el atractivo personal para arrastrar y dominar.
Nosotros
esperamos al Mesías salvador. El que esperamos será justo y dará paz a la
tierra y los conflictos desaparecerán. No sólo los que el género humanos ha
producido a lo largo de los siglos, si no también –y eso es muy interesante--
habrá paz en la misma naturaleza. La fraternidad llegará incluso a las especies
animales que siempre están en conflicto por su propia supervivencia: “La
vaca –dice el profeta-- pastará con el oso, sus crías se tumbarán
juntas; el león comerá paja con el buey”. ¿No es especialmente hermoso?
Nuestra esperanza es saber que todo el contenido de la Escritura, del Antiguo y
del Nuevo Testamento, profetizado en torno al Mesías se cumplirá. No es una
utopía o un bello texto de ficción lo que nos dice Isaías. Se cumplirá.
Le va a llegar
a Israel la savia que fluye todavía de David el elegido, el mítico más bien, el
que impulsó a su pueblo, protegió, defendió y enriqueció. El árbol de las
promesas no se ha secado, todavía puede dar fruto, es capaz de vitalizar a su
pueblo. Esto se le dice a Israel, el elegido. Esto se nos dice a nosotros, ya
que la Iglesia es la realización de las antiguas promesas hechas a Abraham y a
los profetas.
Promesas
cumplidas en Jesús de Nazaret, el es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra
vida. Jesús mientras vivió en esta tierra manifestó el cumplimiento de las
promesas. Vivió en su propia vida, la
fraternidad universal, amando a todos: a ricos y pobres, a santos y pecadores,
a los amigos y hasta a los propios enemigos. Si dejamos que sobre nosotros se
pose el espíritu de Señor también nosotros seremos personas fraternas,
solidarias, amantes y nunca excluyentes. Que nunca juzguemos a los demás por
apariencias, ni de oídas, sino siempre con justicia y rectitud, sobre todo a
los que se encuentren más desamparados.
En la segunda lectura San
Pablo: nos recuerda " Cristo salvó a todos los hombres".
En los designios divinos Cristo, del que todos los hombres necesitan para ser
salvados, es el gran Reconciliador. San Pablo llama al amor la «ley de Cristo»
(Gál 6,2) o «la plenitud de la ley» (Rm 13,10; Gál 5,14). La importancia del
amor cristiano es tal que no puede absolutamente ser llamado una virtud; sería
como vaciar de su sentido verdadero al amor de Dios mismo o de su Hijo hacia
nosotros.
Para San Pablo, el ejemplo de Cristo, que para
salvarnos se hace obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2, 8), ha de
ser estímulo y acicate para que nosotros hagamos lo mismo por la salvación de
los hermanos.
San Pablo nos exhorta "En una palabra; acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios". Estas palabras que escribe a los primeros cristianos de Roma deben servirnos a nosotros para formular, un propósito de conversión a Dios y a los hermanos, siguiendo siempre el ejemplo de Cristo que nos acogió a todos nosotros para gloria de Dios Padre. No es posible una verdadera conversión cristiana sin este propósito de amar a Dios y al prójimo, siguiendo siempre el ejemplo de nuestro Señor Jesús. Que en nuestras palabras y en nuestras obras se note siempre que estamos bautizados con el Espíritu Santo y con el fuego de nuestro Señor.
El
Adviento, tiempo de espera, debe incitar a todos los cristianos a una profunda
reflexión sobre nuestra responsabilidad en la salvación de los hombres alejados
de Dios.
Juan
Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: “convertíos,
porque está cerca el Reino de los Cielos”.
Las palabras de Juan Bautista, predicando la conversión, siguen teniendo hoy
valor total para todos nosotros. Porque todos los nacidos de mujer nacemos
empecatados, es decir, con unas tendencias innatas al pecado.
Juan
es el último profeta del Antiguo Testamento y el primero del Nuevo, es el
precursor del salvador. Nos invita a la conversión, al cambio de mente y de
corazón, de pensamiento y sentimiento. Nos invita a tomar postura, de ella
depende la diferencia que separará a unos de otros. Nosotros preguntamos también:
¿entonces, qué hacemos? Él nos indica un camino: compartir nuestros bienes,
servir al necesitado, no aprovecharse de los demás, dar de comer al
hambriento...
Juan predicaba a unas personas inmersas en
una sociedad de vilencia e injusticias. Sociedad dominada por Roma y gobernada
por los fieles a Roma en lo civil y en lo religiosos por unos estamentos que
generalmente olvidaban a Dios y presentaban los medios como lo que salvaba. Demasiadas
veces parece que vivimos tiempos parecidos, o tal vez peor. sí Se puede afirmar
que hay miedo en las calles, sobre todo a determinadas horas y por ciertos
sectores de cualquier ciudad. Es verdad también que la sangre salta con
demasiada frecuencia, y con excesiva cercanía, a las páginas de los rotativos.
También podemos decir, sin exageraciones, que la degradación moral está
destruyendo los cimientos de nuestro viejo mundo, que se rompe la familia, sin
que haya formas adecuadas para recomponerla una vez rota. Se busca con
demasiada frecuencia el placer y el confort por encima de todo y a costa de lo
que sea. Sí, sin ponernos trágicos, hay que reconocer que cada día ocurren
cosas de las que hemos de lamentarnos, o que hemos de temer.
Ante todo esto podemos pensar que el
hombre de hoy anhela con ansiedad la salvación, ese nuevo Mesías que nos redima
otra vez, sin considerar que ya estamos redimidos y que lo que hay que hacer es
cooperar con Dios para hacer realidad sus planes de redención. Por ello las
palabras del Bautista tienen plena vigencia. Sí, también nosotros tenemos que
convertirnos, hacer penitencia y preparar nuestro espíritu para la llegada del
Señor. Convertirnos y hacer penitencia. Volver a Dios, que eso es convertirse a
Él. Dejar nuestra situación de pecado, o de tibieza que es peor quizá, por
medio de una buena confesión de nuestras faltas. Dolernos en lo más hondo de
haber pecado, proponernos sinceramente rectificar. Y luego hacer penitencia,
mortificar nuestras pasiones y malas inclinaciones, prescindir de nuestra ansia
de comodidad, huir del confort excesivo, contradecir alguna vez nuestro gusto o
deseo. Conversión y penitencia. Sólo así haremos posible la salvación y
recibiremos adecuadamente a nuestro.
Meditaciones de los Santos Padres
" 1-3. Y ¿por qué fue
necesario que Juan predicase a Jesucristo y apoyase con sus propias obras la
misión del Redentor? En primer lugar, para enseñarnos la dignidad de Cristo,
que como su Padre Eterno, también El tiene sus profetas, según aquellas
palabras dichas a Juan por Zacarías: «Y tú, niño, serás llamado Profeta del
Altísimo» ( Lc 1). En segundo lugar, para que no quede a los judíos ninguna
causa de falsa vergüenza, lo cual el mismo evangelista da a entender cuando
dice ( Mt 11): «Vino Juan sin comer y sin beber y dijeron: Tiene el demonio.
Vino el hijo del hombre, come y bebe, y dijeron: He ahí un hombre glotón». Por
otra parte era también necesario que fuese anunciado por otro, y no por el
mismo Jesucristo, lo que de El había de decirse, para que los judíos no
pudiesen alegar lo que en cierta ocasión expresaban ( Jn 8): «Tú das testimonio
de ti mismo; tu testimonio no es verdadero».
De este modo anuncia a
los judíos lo que ellos no habían escuchado ni siquiera de boca de los mismos
profetas, y sin hablarles de la tierra hace que sus miradas se levanten a las
alturas del cielo, alentándolos por la novedad de la predicación, a buscar a
Aquél a quien predican.
5-6. Era admirable
ver tanta paciencia en un ser humano; y esto es lo que más atraía a los judíos,
que veían en él al gran Elías. Hubo también de contribuir a su admiración el
que apareciera un profeta después de tanto tiempo. El modo singular de predicar
contribuía a ello. No oían de Juan nada de lo que acostumbraban oír a otros
profetas, como eran las batallas y las victorias de acá abajo, sobre Babilonia
y Persia, sino que hablaba de los cielos, de cuanto conduce a ellos y de los
castigos del infierno.
Dice, pues: «Entonces salía a él Jerusalén, y eran bautizados por él en el
Jordán».
Dijo esto, no
prohibiéndoles que dijesen que descendían de él, sino que se confiasen de esto,
no aplicándose a la virtud de su espíritu.
Sacar hombres de las
piedras, es lo mismo que hacer que naciera Isaac de Sara. De aquí que el
profeta dice: Mirad a la piedra, de la que habéis salido. Recordándoles esta
profecía, les demuestra que ahora es posible que pueda hacer una cosa
semejante.
Cuando dice todo,
excluye al primero, como por excepción. Como si dijese: Aunque fueses
descendiente de Abraham, sufrirás la pena si permaneces sin fruto.
11-12. Como no
había sido ofrecida aún la hostia, ni se había perdonado el pecado, ni el
Espíritu Santo había bajado sobre el agua, ¿cuál debería ser el perdón de los
pecados? Pero como los judíos no conocían sus propios pecados y esto era para
ellos la causa de todos sus males, vino San Juan invitándolos al conocimiento
de sus propios pecados, y recordándoles la necesidad de hacer penitencia.
Cuando oigas que es más
fuerte que yo, no juzgues que digo esto por comparación, porque no soy digno ni
siquiera de contarme entre sus servidores para tomar la menor parte, aunque
fuese la más vil de su ministerio. Por ello añade: «Cuyo calzado yo no soy
digno de llevar».
No dice, pues, «os dará
el Espíritu Santo», sino «os bautizará en el Espíritu Santo». La misma
argumentación metafórica de que se vale hace resaltar la abundancia de la
efusión de la gracia. 1Por esto se demuestra también que sólo basta la
voluntad, aun en la fe, para justificarse, y que no son necesarios los trabajos
y los sudores; y así como es fácil ser bautizados, así por su medio, es fácil
mudarse y hacerse mejores. En el fuego demuestra la vehemencia de la gracia,
que no puede contrariarse, y para que se conozca que a semejanza de los
antiguos y grandes profetas, puede transformar a los suyos. Por ello, pues,
hace mención del fuego, porque muchas de las visiones de los profetas se
verificaron por medio del fuego" . (San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 9-14).
San Gregorio Magno,
" 1-3. Se sabe que el Hijo
unigénito se llama Verbo del Padre, según aquellas palabras: «En el principio
era el Verbo». Según nuestro mismo modo de entender, sabemos que la voz suena
para que la palabra se pueda oír. San Juan, al ser precursor de Nuestro Señor,
se llama voz, porque por su mediación el Verbo del Padre, esto es la voz del
Padre, es oída por los hombres.
San Juan es el que clama
en el desierto, porque anuncia el consuelo de su Redentor a la Judea abandonada
y perdida.
Todo aquél que predica
la recta fe y las buenas obras, prepara, a los corazones de los que lo oyen, el
camino para ir al Señor. Ordena las sendas que conducen al Señor, cuando, por
medio de la palabra y de la buena predicación, forma los deseos perfectos en el
alma.
7-10. Debe
conformarse la predicación de los doctos con la clase del auditorio, para que
así cada uno tome lo que le conviene y nunca se separen de la edificación de
los demás (regula pastoralis,i> 3) .
En estas palabras debe
notarse que no sólo aconseja hacer frutos de penitencia, sino frutos dignos de
penitencia. Debe saberse, pues, que al que no ha cometido ninguna cosa ilícita,
a éste se le concede que use de cosas lícitas. Pero si alguno ha caído en la
culpa, tanto debe separar de sí las cosas lícitas cuanto se acuerda de haber
cometido las ilícitas. La conciencia de cada uno conoce que, tanto debe buscar
las ganancias mayores de las buenas obras por medio de la penitencia, cuanto
mayores fueron los daños que ocasionó por las culpas. Pero los judíos,
gloriándose de la nobleza de su raza, no querían reconocerse como pecadores,
porque descendían de la estirpe de Abraham. Y por ello se les dice con
propiedad: «Y no queráis decir dentro de vosotros: tenemos por padre a Abraham»
(Homiliae in Evangelia, 20,8).
El hacha es Nuestro
Redentor que, constando de naturaleza divina y humana, representa la fuerza
motriz, y la fortaleza en la economía de la redención, ya que, si bien aparece
con forma humana, procede de la divinidad. Esta es el hacha puesta junto a la
raíz del árbol, puesto que, si bien espera por la paciencia, conoce, sin
embargo, cuanto ha de hacer. Todo árbol que no da buenos frutos, será cortado y
arrojado al fuego ( Mt 7). Porque cualquiera que obra mal encuentra preparado
el fuego del infierno por haber despreciado el consejo de hacer buenos frutos
de penitencia. Se dice que el hacha no está puesta junto a las ramas sino junto
a la raíz. Cuando mueren los hijos de los malos son cortadas las ramas que no
dan fruto, pero cuando sucumbe toda una generación con el padre, se corta todo
el árbol por la raíz para que ya no puedan nacer los renuevos malos (Homiliae in Evangelia, 20,9).
Luego todo árbol que no
dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego, porque siempre tiene preparado
el fuego del infierno el que desprecia el hacer aquí buenos frutos (Homiliae in Evangelia, 20,9).
11-12. San Juan no
bautiza en espíritu sino en agua, porque no podía perdonar los pecados. Lava
los cuerpos por el agua, pero no lava las almas con el perdón.
¿Por qué bautiza quien no puede perdonar pecados? Para que, observando la
misión del cargo de precursor, preparase los caminos a Aquel a quien, como
había sido su precursor en el nacimiento, lo prefigurase también bautizando
también al que después debía bautizar(Homiliae
in Evangelia, 7,3).
Porque después de la
trilla de la vida presente, en que el trigo está escondido bajo la paja, la
última avienta del juicio final separará perfectamente el trigo de la paja de
tal modo, que ni las pajas puedan volver a mezclarse en el granero con el
trigo, ni el trigo pueda jamás ser quemado en el fuego en que ardan las pajas.
Y esto es lo que se sigue: «Y reunirá el trigo en su granero, pero quemará las
pajas en un fuego inextinguible» ( Moralia,
34,5 ).( San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 7.20).
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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