Comentario a las lecturas del Domingo XXI del Tiempo Ordinario 23 de
agosto de 2020
Este domingo
es una buena ocasión, al escuchar las lecturas, para recordar la importancia de
nuestra fe y de nuestra vida en la Iglesia. Una oportunidad para agradecer los dones
que el Señor nos otorga en abundancia. Reconozcamos que su misericordia es
eterna. Pidámosle que concluya su obra. Y oremos de una manera especial por el
Papa Juan Pablo II: que el Señor le asista siempre en el papel que le ha
confiado. Oremos para que todos, unidos al Papa y a los obispos, vivamos una
verdadera comunión que sea signo elocuente para todos los hermanos del mundo.
Y, como Pedro, digamos a Cristo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
La primera lectura es del libro de Isaías 22, 19-23 El texto nos sitúa hacia el año 700 a. C., el pequeño
reino de Judá se hallaba comprometido políticamente por las dos grandes
potencias beligerantes de la época: Egipto y Asiria. El papel de Asiria en los
planes salvíficos de Dios es siempre para Isaías una cuestión atormentadora. En
su predicación los acontecimientos históricos se reflejan con claridad. La
visión de nuestro texto se refiere a la retirada de Senaquerib, que había
puesto un insoportable sitio a Jerusalén. El comportamiento del rey Ezequías
disgustó al profeta, pues se había dejado arrastrar por simples razones de
Estado en su estrategia frente a la gran potencia mesopotámica.
Aunque el piadoso rey Ezequías
(716-687), aconsejado por el profeta Isaías, confiaba más en Dios que en las
alianzas con los pueblos vecinos y en las intrigas de Egipto contra los
asirios, había en Jerusalén un partido que buscaba la guerra contra los
dominadores del Norte. Entre estos poderosos se encontraba sin duda el primer
ministro o mayordomo de Ezequías, Sobna. Isaías aparece como un vigilante
inexorable, y es con relación a este derecho como juzga la cualidad moral y
religiosa de la comunidad.
Es verdad que a este mayordomo
parece que el cargo se le había subido a la cabeza, pues se ha construido
un palacio y un mausoleo excavado en la roca (v. 16) y se pavonea por las
calles paseando en su carroza como si fuera un rey (v. 18); pero Isaías dirige
su crítica a Sobna, y su amenaza, sobre todo porque fomenta las alianzas con
los extranjeros y favorece la guerra, porque confía más en su política que en
el poder salvador de Dios. El "poder de las llaves", es decir, el
poder de administrar el tesoro del palacio real y de regular el acceso
del pueblo ante el rey, se confería simbólicamente con la entrega de las
llaves del palacio. El mayordomo las llevaba ostensiblemente colgadas del
hombro, entre otras cosas debido también a su tamaño.
vv. 15-18: Oráculo contra la
arrogancia de Sobná, mayordomo de palacio, exponiendo la causa(=sus pecados) y
sus consecuencias (=castigo divino). Poco es lo que sabemos de este
personaje. Aquí aparece como un alto funcionario de la corte, una especie de
virrey, mientras que en II Reyes 18. 18 (=Is 36. 3) el mayordomo se llama
Eliacín, y Sobná es un secretario de estado. De cualquier manera, en
ambos textos se trata de un personaje importante de la corte. Su política
externa fue partidaria de los egipcios y contraria a Asiria, oponiéndose así a
las orientaciones de Eliacín y a los consejos del profeta.
Junto al sepulcro aún no acabado el profeta proclama la palabra divina, más poderosa
que la del funcionario. El reproche no es nada claro; los contemporáneos de
nuestro autor lo debían de conocer muy bien, pero el texto no nos lo explica.
Sobná aparece como un poderoso, exhibiéndose ante los habitantes de Jerusalén
en carrozas lujosas. Puede ser que este funcionario fuese un extranjero que
medrara económicamente a costa de perjudicar, con sus decretos, al pobre
pueblo. El hecho de haberse labrado un sepulcro constituiría ya el colmo de una
actitud y conducta magalómana y altanera. El mayordomo se siente seguro en su
puesto y a él se agarra como un parásito. Pero el Señor no lo perdonará, sino
que lo arrojará a la fuerza, y andará errante por la llanura (en contraposición
a esa vida de paz en las montañas de Judá); sus bienes irán a parar a
poder de sus adversarios.
vv. 19-23: El v. 19 sirve de lazo de
unión literaria entre el oráculo anterior (perderá incluso el cargo) y el
oráculo de la investidura de los vv. 20-23, referentes a Eliacín (2 R 18. 18;
Is 36. 3). Al parecer, Eliacín administró las propiedades del rey
Joaquín, incluso tras su deportación. Por eso de forma permanente llevará los
signos del poder: la túnica y la banda (cf. Lv 8. 13), y su poder será total.
Por eso lleva colgada al hombro la llave, ya que es el único que puede
abrir y cerrar el palacio (2 S 20. 3; Ne 12. 37). Y de la misma manera que la
clavija, fijada en tierra, sujeta toda la tienda, de la misma manera el
mayordomo fiel sujetará a todo su pueblo, pero no oprimiéndole y buscando su
propio provecho, sino el de los demás. Su poder va a ser tierno y amoroso como
el de un padre con su hijo (v. 21). El mayordomo indigno era la vergüenza de su
amo, el digno sólo le reportará honor.
EL responsorial es del salmo 137, (Sal 137,1-2a. 2bc-3. 6 y 8bc). Este salmo proclama la
"trascendencia" de Dios: "¡qué grande es tu gloria!" nada
original, esto lo hacen todas las religiones auténticas. Toma tiempo dejarse
invadir por este sentimiento de adoración que hace "prosternar", el rostro
contra el polvo, como dice el salmo, hasta tomar conciencia de "ante quién
estás".
Lo que es original, en la revelación
que Dios hace de sí mismo a Israel es ante todo, que este Dios
"trascendente" mira a los humildes con predilección. Prodigio de lo
infinitamente grande, ante lo infinitamente pequeño. La grandeza de Dios no es
aplastante, es la grandeza del amor, la "Hessed", sentimiento que
llega hasta las entrañas. La palabra aparece dos veces en este salmo. Si es
amor, Dios da la vida, Dios salva. Dios está contra todo lo que hace daño, su
mano se abate contra los enemigos del hombre", su mano "protege al
pobre rodeado de peligros"... ¡Que tu "mano", Señor, no deje
incompleta su obra!
Finalmente este mensaje, esta
"palabra" (aparece dos veces en este salmo) recibida gozosamente por
Israel, y destinada un día a todos los hombres. "Te alabarán, todos los
reyes de la tierra, cuando oigan las palabras de tu boca". Los reyes
representan a su pueblo; a través de ellos, todos los pueblos darán gracias a
Dios, en el día escatológico del Mesías. ¡Admirable visión universalista!
Así
comenta el Papa emérito Benedicto XVI este salmo: “ 1. Atribuido por la tradición judía al patronazgo de David, aunque
probablemente surgió en una época sucesiva, el himno de acción de gracias que
acabamos de escuchar, y que constituye el Salmo 137, comienza con un canto
personal del orante. Eleva su voz en la asamblea del templo o teniendo como
punto de referencia el Santuario de Sión, sede de la presencia del Señor y de
su encuentro con el pueblo de los fieles.
De hecho, el salmista
confiesa: «me postraré hacia tu santuario» de Jerusalén (Cf. versículo 2): allí
canta ante Dios que está en los cielos con su corte de ángeles, pero que
también está a la escucha en el espacio terreno del templo (Cf. versículo 1).
El orante está seguro de que el «nombre» del Señor, es decir, su realidad
personal viva y operante, y sus virtudes de fidelidad y misericordia, signos de
la alianza con su pueblo, son la base de toda confianza y de toda esperanza
(Cf. versículo 2).
2. La mirada se dirige, entonces, por un
instante, al pasado, al día del sufrimiento: entonces la voz divina había
respondido al grito del fiel angustiado. Había infundido valentía en el alma
turbada (Cf. versículo 3). El original hebreo habla literalmente del Señor que
«agita la fuerza en el alma» del justo oprimido: es como la irrupción de un
viento impetuoso que barre las dudas y miedos, imprime una energía vital nueva,
hace florecer fortaleza y confianza.
Después de esta premisa, aparentemente
personal, el salmista amplía su mirada sobre el mundo e imagina que su
testimonio abarca a todo el horizonte: «los reyes de la tierra», con una
especie de adhesión universal, se asocian al orante judío en una alabanza común
en honor de la grandeza y de la potencia soberana del Señor (Cf. versículos
4-6).
3. El contenido de esta alabanza conjunta que
surge de todos los pueblos permite ver ya la futura Iglesia de los paganos, la
futura Iglesia universal. Este contenido tiene como primer tema la «gloria» y
los «caminos del Señor» (Cf. versículo 5), es decir, sus proyectos de salvación
y su revelación. De este modo, se descubre que Dios ciertamente «es grande» y
trascendente, «ve al humilde» con afecto, mientras aparta su rostro del
soberbio, como signo de rechazo y de juicio (Cf. versículos 6).
…..
5. De este modo, hemos
podido rezar con un Salmo de alabanza, de acción de gracias y de confianza.
Queremos seguir desplegando este hilo de alabanza en forma de himno con el
testimonio de un cantor cristiano, el gran Efrén el Siro (siglo IV), autor de
textos de extraordinaria fragancia poética y espiritual.
«Por más grande que sea nuestra maravilla por
ti, Señor, tu gloria supera lo que nuestros labios pueden expresar», canta
Efrén en un himno («Himnos sobre la virginidad» --«Inni sulla Verginità», 7:
«L’arpa dello Spirito», Roma 1999, p. 66), y en otro dice: «Alabado seas tu,
para quien todo es fácil, pues eres omnipotente» («Himnos sobre la Natividad»
--«Inni sulla Natività»--, 11: ibídem, p. 48), éste es un último motivo para
nuestra confianza: Dios tiene la potencia de la misericordia y usa su potencia
para la misericordia. Y, finalmente, una última cita: «Que te alaben quienes
comprenden tu verdad» («Himnos sobre la fe» --«Inni sulla Fede», 14: ibídem, p.
27)”. (Papa emérito Benedicto XVI miércoles, 7 diciembre 2005. Audiencia
general dedicada a comentar el Salmo 137, «Acción de gracias».)
La segunda lectura es de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (Rom11, 33-36). Continuamos aquí la lectura del
domingo anterior, tomada de la carta de Pablo a los romanos. En todo este
capítulo 11, San Pablo ha desarrollado su pensamiento en torno al problema de
la desobediencia de Israel al evangelio de Jesucristo. Ya hemos visto cómo
espera que un día, al final de los tiempos, también alcancen misericordia los
judíos que, por no aceptar el universalismo de la salvación, se han excluido de
ella. Pues Dios ha querido encerrarnos a todos, judíos y gentiles, en la
desobediencia, para tener de todos los pueblos una misma misericordia. Pablo
concluye este capítulo y este tema alabando una misma misericordia y la
generosidad de Dios, la insondable misericordia divina. Por unos caminos
inescrutables, Dios conducirá a Israel a la salvación prometida. Y esto es motivo
de admiración y de alabanza para el creyente.
La historia de la Humanidad se le
presenta a Pablo como una carrera entre judíos y paganos. Unos fueron los
primeros en obedecer, pero después desobedecen; los otros, que empezaron por
desobedecer, terminaron obedeciendo (vv. 30-31;cf. /Mt/21/28-32). Pero,
dominando este ir y venir y dando la clave de todo ello está la misericordia de
Dios (v. 32), que permite a cada hombre pasar por el pecado con el fin de
experimentar la vanidad de su voluntad propia y abrirse a la gracia del amor
divino, única salida posible a la situación en que estaba envuelto el hombre.
Para trazar sus planes, Dios no ha
pedido a nadie consejo; por eso nadie conoce sus pensamientos, y sus caminos
son inescrutables. El misterio de la salvación está por encima de toda
sabiduría humana, excede todo conocimiento humano.
Dios tampoco ha recibido ayuda de
nadie para realizar sus planes de salvación; por eso nadie puede exigirle una
recompensa. De ahí que sea insondable su generosidad, pues da antes de recibir
nada y salva simplemente porque quiere y es bueno. La salvación es un misterio
que excede también todas las exigencias de la humana voluntad. Dios está por
encima del conocimiento y de la voluntad humana; es un misterio de gracia.
Los vv. finales del tema tratado en
los tres capítulos precedentes son como la reacción ante lo expuesto. No son
doctrinales, porque no siempre en la Biblia hay un mensaje ideológico o
conceptual, sino son más un ejemplo de reacción humana ante Dios. Para que aprendamos
a reaccionar también así Realmente es un acto de adoración, de reconocimiento y
aceptación de la forma de proceder de Dios. Un proceder muy suyo, de justificar
a quien no lo merece, al lejano. Modo de proceder muy diferente del humano,
incomprensible desde nuestras categorías comerciales, que solemos también
aplicar a Dios. Pero se nos escapa. No vemos por qué habría de salvar a Israel
ni al pecador, pero lo aceptamos agradecidos, porque también nosotros somos
Israel y pecadores. Esto sería importante. No considerarse fuera del plan de
Dios expuesto antes, como espectadores de Israel y su historia, no concernidos
por ella. Porque, aparte de la vinculación histórica nuestra con los judíos
(vg.: Jesús era miembro de este pueblo, y María, y los apóstoles, etc), su
historia es la nuestra como veíamos anteriormente. Por lo tanto, damos gracias
y reconocemos un plan de Dios que nos afecta.
El pasaje finaliza con una breve
doxología: “Todo es de él, por él y para él”.
El evangelio de san Mateo (Mt 16, 13- 20) Desde 15, 21, Mateo ha dotado a la dialéctica
Jesús-viejo Pueblo de una delimitación geográfica. La región en que tiene lugar
la escena se encuentra al noreste de Galilea de los paganos. Sin ser totalmente
una tierra extranjera, la región participa mucho de esta condición. Si a esto
se añade el contexto precedente que habla de la prevención contra la enseñanza
específicamente religiosa judía, tendremos que concluir que Mateo está
presentando y escribiendo en clave y perspectiva de una nueva realidad religiosa.
Desde entonces demuestra interés por situar a Jesús en territorio no
típicamente judío. De esta manera Mateo recalca la existencia de un nuevo
Pueblo de dimensiones universales y que no deberá reproducir la doctrina de
fariseos y saduceos (cfr. Mateo 16, 12).
En los versículos del cap. 16
inmediatamente anteriores al Evangelio de hoy, Mateo centra su atención en la
principal línea dirigente del viejo Pueblo.
El autor ya no estructura el texto
partiendo de Jesús solo, para después ir dando entrada a unos y otros. El texto
de hoy está estructurado desde el comienzo a partir de Jesús y sus discípulos
conjuntamente. Se trata de una novedad importante en la técnica de composición
de Mateo.
Esta nueva realidad va a recibir en
este texto el nombre de Iglesia de Jesús (v.18). Es la primera vez que el
término Iglesia aparece en el evangelio de Mateo para designar la comunidad de
discípulos de Jesús, es decir, la comunidad de creyentes en él.
El término griego empleado es el
mismo que la traducción griega del A.T., llamada de los Setenta, emplea para
traducir pueblo, asamblea, congregación.
En el texto de hace dos domingos
escuchábamos de labios de los discípulos el reconocimiento de Jesús como Hijo
de Dios (Mt 14. 33). Es el mismo reconocimiento que escuchamos hoy de labios de
Simón. Este reconocimiento distingue al discípulo de la gente.
"¿Quien dice la gente... quién
decís vosotros que soy yo?" Mateo sigue operando con la división
claramente introducida a partir del capítulo de las parábolas.
La conversación gira en torno a la
persona de Jesús (¿quién es Jesús?). El tema es también una novedad en lo que
llevamos de evangelio.
La conversación adquiere su momento
culminante en el diálogo entre Pedro y Jesús. En lo que llevamos de obra es la
segunda vez que Pedro aparece como personaje activo. La primera fue hace dos
domingos (Mt. 14, 22-33). En aquella ocasión la actuación de Pedro fue
negativa. Mateo lo resaltaba no haciéndole participe del reconocimiento que el
resto de discípulos hizo de Jesús (cfr. Mt. 14, 32-33). Es en esta segunda
actuación cuando Pedro hace el reconocimiento que entonces no hizo. Este
reconocimiento le vale la felicitación de Jesús y el reconocimiento a la
recíproca por parte de Jesús: Tú has dicho de mí que soy el Mesías; yo digo de
ti que eres la Piedra.
El reconocimiento de Simón adquiere
la condición de fundamento o cimiento sólido. A esta condición debe Simón su
sobrenombre de Pedro. Algo del juego de palabras del texto griego puede
percibirse también en castellano: Pedro-piedra.
Sobre este cimiento, consistente en
el reconocimiento de la identidad divina de Jesús por el hijo de Jonás, se
levanta la comunidad o pueblo creyente. Por tratarse de un cimiento sólido, el
edificio construido sobre él ofrece totales garantías. Esto es lo que quiere
expresar la imagen recogida en la frase "el poder del infierno no la
derrotará". El edificio es inexpugnable a la destrucción y a la muerte.
Esta misma idea de la consistencia de un edificio construido sobre cimientos
sólidos la ha expresado Jesús con otra imagen diferente en /Mt/07/25:
"Vinieron las lluvias, se desbordaron los ríos y los vientos soplaron
violentamente contra la casa; pero no cayó, porque estaba construida sobre un
verdadero cimiento de piedra".
El texto habla de infierno. A decir
verdad, el término "infierno" no es la traducción más adecuada del
término "hades" empleado en el texto griego. En la mitología clásica
el hades es la mansión de los muertos, el lugar de la muerte, equivalente al
"sheol" de los judíos.
A propósito del v. 19 hay que hacer
notar que en él no se identifican Iglesia y Reino de Dios. Recuérdese que la
expresión Reino de los cielos es la formulación judía de la expresión Reino de
Dios. A su vez, Reino de Dios no se equipara tampoco con el cielo del más allá.
Lo mismo que en el v. 18 se habla de la Iglesia como de un edificio, el v. 19
concibe también el Reino de Dios como un edificio. Ambos edificios son
diferentes, pero están comunicados entre sí. El cauce de comunicación es el
reconocimiento de la identidad divina de Jesús por el hijo de Jonás.
Probablemente es así como hay que interpretar la imagen de las llaves. Ese
reconocimiento confiere el poder de perdonar, del que Pedro es garantía en su
condición de cimiento del edificio.
Para nuestra vida
Dios es un
misterio insondable que nos sobrepasa, a pesar de que al mismo tiempo nos
penetra por todas partes.. «¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables
sus caminos!». «Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más
altos que los vuestros» (Is/55/09). ¿Quien no ha experimentado, alguna vez, la
grandeza de Dios? Jesús la expresa también así, en respuesta al joven que le
había llamado «Maestro bueno»: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno
más que Dios» (Mc/10/18). La grandeza de Dios es, por tanto, también una
grandeza de bondad: a su lado nadie es realmente bueno. Este sentido de la
admiración y el respeto es sanamente saludable. No podemos reclamarnos de Dios,
como si lo tuviésemos al alcance de la mano y lo conociésemos.
Acerquémonos a
él con respeto. Pongámonos en la escuela de Dios: «A Dios nadie lo ha visto
jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a
conocer» (Jn 1. 18). «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre
sino por mí. Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14. 6/9).
La salvación
pasa a través de lo que podríamos denominar la mediación, esto es, a través de
los mismos hombres. No hay nada que objetar a esta realidad. Dios lo quiere
así. Lo cierto es que no se trata de una pretendida arbitrariedad de Dios. Es
la manera más adaptada a nuestra manera de ser. La revelación implica el gran
misterio de la acomodación de Dios a nosotros. Se ha mostrado a través de
hechos y palabras que podemos captar y en un torrente de amor, el mismo Verbo
se ha hecho hombre.
En la primera lectura se nos habla de la fe. El profeta de la fe heroica en
Yahvé, en una primera parte (vv 8-14), denuncia a los habitantes de Jerusalén
que han buscado su seguridad fuera de Dios, que no han sabido percibir los signos
que les hablaban de la necesidad de la conversión y de rehacer el camino; en la
segunda parte (vv 15-23) está la denuncia de Sobná, personaje influyente de la
corte, que no solamente intentaba persuadir a Ezequías para que se alzara
contra Asiria y pidiese auxilio a Egipto, y oponerse así a la política de
neutralidad propugnada por el profeta, sino que también él mismo busca
las seguridades fuera de Dios. El profeta sigue llamando al pueblo a una fe
absoluta, casi heroica, como lo había hecho en su encuentro con Acaz, que
únicamente quería tomar medidas de seguridad humana
La lectura nos presenta un hecho que
podemos contemplar en un doble plano. En un primer plano se trata de sustituir
un funcionario indigno por otro digno. Es el Señor quien elige y hace cesar,
quien concede y quita todo poder, quien ejecuta el rito de la
investidura... Aunque cualquier ser humano pueda ocupar un cargo en la
institución de Dios, el Señor sigue siendo el dueño de esa institución,
pudiendo deponer y poner a otro en el cargo. El "funcionario"
(=cualquier cargo en la institución) está para servir y no para
aprovecharse del cargo y así labrarse sepulcros que perpetúen su memoria.
En
segundo plano, el texto se abre a una lectura mesiánica: sólo el Mesías
cumplirá plenamente con la exigencia de su elección. Él será el mayordomo de la
casa del Padre, él poseerá autoridad para abrir y cerrar, para admitir y
expulsar. Él da arraigo a la gran tienda donde acampamos, camino de la morada
definitiva. Él se sentará en el trono como rey y juez. En todo cumplirá la
misión encomendada al servicio de los hombres: ésa es su gloria. Y no
necesitará labrarse ningún mausoleo porque la gloria de su sepulcro es haber
quedado vacío.
La posición del nuevo mayordomo será
firme como la estaca o clavija en la que se ata el tirante mayor que sostienen
toda la tienda de campaña. Así estará firme Eliacín, como corresponde al que ha
de ser el apoyo del palacio real y su adelantado de cara al pueblo. Se anuncia
también que la posición de Eliacín será motivo de honra para toda su familia;
en él se asentará la gloria de su estirpe.
Seguidamente el profeta compara a
este mismo Eliacín a un clavo en la pared, del que cuelgan demasiados
cacharros, hasta el punto de no poderlos aguantar y venirse con todos abajo. Es
una alusión al nepotismo que ejercería más tarde Eliacín y que se supone fue
motivo de su ruina. Diríase que el poder corrompe; al uno le llevó al
militarismo, y al otro al nepotismo.
Nos importa destacar la actitud
de fe como un gesto vertical. La
salvación está en convertirse y tener calma; la valentía está en confiar y
estar tranquilos.
La fe es distintivo característico
de los hombres de la vieja y de la nueva alianza, hasta el punto de ser
llamados «creyentes». Es la vida en el Absoluto, un contacto vivo y constante
con todo. Pero solamente ilumina la existencia humana donde se cumple la
sentencia: «El que obra conforme a la verdad se acerca a la vida» (Jn 3,21).
El salmo de hoy, nos invita a redescubrir la "adoracióny el reconocimiento agradecido
al Señor". Mientras más
se manifiesta el mundo moderno como un mundo vacío de Dios y de sentido,
hombres y mujeres experimentan por contraste el deseo de expresar una gran confianza
en "aquello que los supera.
No es nada nuevo constatar que el
hombre es pequeño, de que la naturaleza y el cosmos son más grandes que
nosotros. Esto puede llevar al hombre contemporáneo hacia "el más allá de
todo", a Dios. Lo que llama la atención, como dice el salmo, es que
nuestra derrota aparente, nuestra confesión, se convierten en acción de
gracias. Porque el poder, la trascendencia de Dios es de amarnos con amor de
"Hessed", de ternura hacia los más pequeños. Entonces, alegres, nos rendimos,
nos damos por vencidos, y felices afirmamos: “Daré gracias a tu nombre, por tu
misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera tu fama”.
También desde el salmo,
redescubrimos el amor de Dios para nosotros. Pensamos demasiado en los
esfuerzos que tenemos que hacer para amar a Dios. ¡Dejémonos amar por El! ¡ ¡La
fuente del amor es Dios! "Todo hombre que ama verdaderamente, conoce a
Dios", nos dice San Juan (Juan 4,7-8). Hagamos la experiencia: somos
amados de Dios, y "el otro-difícil-de-amar" ¡es también amado por
Dios! Eso cambia todo. Nos preguntamos a veces cómo Jesús pudo decir:
"amad a vuestros enemigos". Pues bien, meted en la cabeza y en el
corazón que Dios, El, ama a vuestros enemigos. Entonces, si decís que amáis a
Dios... sacad la conclusión.
El universalismo del proyecto de
Dios. Que Israel, pueblo "escogido", haya podido, hace más de 20
siglos, pensar en una religión universal, en una inmensa "acción de
gracias" que sube de todos los pueblos, da una idea de la verdad de su
experiencia religiosa.
“Señor, tu misericordia es eterna, no
abandones la obra de tus manos." Renocimiento agradecido y petición
confiada es la oración que debemos repetir, constantemente, en el mundo de hoy.
Dios en acción.
Nosotros, creyentes de hoy, no
pensamos a veces que nuestras "eucaristías" no son un pequeño culto
de privilegiados, sino la inmensa proa de este navío que lleva hacia Dios la
humanidad, ¡lo sepa ella o no! Las pobres eucaristías de nuestras grandes
ciudades paganas... son la punta de lanza de la caravana humana. ¡Un día,
"todos los reyes, todos los pueblos, celebrarán la acción de gracias"
que es ya la nuestra por el amor y la verdad de Dios que se han revelado en
Jesucristo muerto y resucitado por nosotros!
La segunda lectura nos sitúa ante la admiración
religiosa. La Palabra de Dios siempre provoca nuestra admiración. Dios es un misterio insondable que
nos sobrepasa, a pesar de que al mismo tiempo nos penetra por todas partes.. "¡Qué insondables sus decisiones y qué
irrastreables sus caminos!". "Como
el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros"
(/Is/55/09). ¿Quien no ha experimentado, alguna vez, la
grandeza de Dios?. La grandeza de Dios es, por tanto, también una grandeza de
bondad: a su lado nadie es realmente bueno. Este sentido de la admiración y el
respeto es sanamente saludable. No podemos reclamarnos de Dios, como si lo
tuviésemos al alcance de la mano y lo conociésemos.
«¡Qué abismo
de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios!», ha dicho san
Pablo. Siempre que repasamos sus palabras y sus gestos aparece la inmensidad de
su misterio. Nos damos cuenta de su manera clara y amorosa de proceder. No lo
comprendemos todo, evidentemente, pero le tenemos una confianza absoluta,
porque sabemos que todo sucede para nuestro bien.
San Pablo nos ofrece un bellísimo
modelo de oración de acción de gracias. Anteriormente ha desarrollado todo lo
que Dios ha hecho por los judíos y los paganos. Si todos han sido arrojados en
el pecado, él los libera y los renueva para que se manifieste el amor de
Cristo.
Ante esta actitud de Dios, nos vemos
llevados a reconocer la profundidad de su sabiduría y de su ciencia. El amor de
Dios es para nosotros como un abismo, hasta el punto de que resulta imposible
valorarlo en toda su profundidad y su naturaleza.
La riqueza de Dios es uno de los
temas predilectos de Pablo, que nos pone en guardia contra lo que podría ser
menosprecio de la riqueza de la bondad de Dios (Rm 2, 4). Jesús nos ha colmado
de todo tipo de riquezas: la de la palabra y todas las de la ciencia (1 Co 1,
5). Es preciso anunciar esta riqueza a los paganos (Ef 3, 8). Nunca estamos en
situación de abandonar, porque, en la medida de su riqueza, Dios atiende a
nuestras necesidades (Flp 4, 19). El misterio de la salvación, oculto en Dios
desde todos los tiempos, ha sido desvelado. Dios ha querido que los paganos
conozcan la riqueza de la gloria de este misterio (Col 1, 27). La Palabra de
Cristo permanece en nosotros en toda su riqueza (Col 3, 16). Esta riqueza de
Dios es una posesión destinada a expandirse en nosotros. Del mismo modo, la
sabiduría de Dios es un abismo y a veces se nos presenta como una locura (1 Co
1, 25). Esta sabiduría de Dios es, en definitiva, el mismo Jesucristo. Es en él
en quien están escondidos los tesoros de la sabiduría (Col 2, 3). Igualmente
están escondidos en él todos los tesoros de la ciencia; porque todo lo que se
aplica a Dios se encuentra en Cristo.
En la historia de la salvación Dios
es el que tiene la iniciativa y el señor de los acontecimientos, hasta
conseguir lo que se propone. Todo el universo se mueve según el designio y la
divina misericordia. Así que es preciso dar a Dios todo el honor y toda la
gloria por los siglos de los siglos.
En el evangelio hoy se no presenta un hecho de
actualidad. Nuestro tiempo se caracteriza por las encuestas en los medios de
comunicación. La pregunta y la respuesta siempre han sido y continúan siendo
realidades vivas e importantes.
Jesús pregunta
hoy a los apóstoles sobre lo que la gente opina de él. Las respuestas denotan
una comprensión parcial. Se sitúan únicamente en el reconocimiento de su
profetismo. Pero escapan a una justa comprensión de la personalidad de Jesús.
Este sondeo tuvo la intención de preparar una pregunta personal y directa a los
discípulos. Ahora tienen que definirse.
La pregunta es «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro, el primero de los apóstoles, responderá por todos: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».". La pregunta es la misma ayer
y hoy. La respuesta a ella dará la medida del discípulo.
La superioridad de Pedro en la
respuesta a esta pregunta no estriba en la respuesta en sí. La respuesta en
efecto, es la misma que la dada por los demás discípulos hace dos domingos (ver
Mt 14. 22-23). La superioridad de Pedro reside más bien en conferir garantía de
solidez a lo que los demás descubren. Por ello mismo el modelo de Iglesia que
el texto de hoy sugiere, leído el texto en el contexto global del evangelio de
San Mateo, es tal vez el inverso al habitualmente practicado.
La pregunta
nos la dirige Jesús muchas veces: ¿Quién soy yo? ¿Por quién me tienes? ¿Qué
importancia tengo en tu vida? Nuestra respuesta también tiene que ser rápida,
sincera y osada: Tú eres la esperanza máxima, tú eres el Hijo de Dios encarnado
para salvarnos.
Hemos de dar
nuestra respuesta comprometida a Cristo Salvador, el Buen Pastor que da la vida
por las ovejas, al Amigo que da la vida por sus amigos. ¡Qué paz responder con
sinceridad al Señor y reconocerlo como primero y único en la vida! . Y yo, ¿que es lo que digo de
Jesús? La pregunta sobre Cristo es la más actual, la más importante. Los
contemporáneos de Jesús no llegaban a abarcar totalmente su misterio y
habitualmente se equivocaban sobre su profunda identidad.
Para llegar a ese descubrimiento de
toda la hondura de su ser-región inaccesible a nuestras investigaciones
humanas. Se precisa una lenta, frecuente y perseverante relación. Una persona
enamorada no descubre en un solo día todas las cualidades de la persona amable.
¿Cuánto tiempo paso cada día con
Cristo?
"Nadie puede decir Jesús es
Señor sino en el Espíritu Santo".
Al recopilar la respuesta San Mateo
no solamente muestra interés por el tema cristológico, que sin lugar a dudas es
el central, sino también por la Iglesia. Nos habla de ello en términos
explícitos y quiere llamar nuestra atención sobre su pertenencia a Cristo ("mi
Iglesia") y sobre su perenne estabilidad. La Iglesia es una casa
construida sobre roca, aunque se apoya en la fragilidad de los hombres. Por
tanto, una estabilidad atormentada, inquieta. El destino de la Iglesia es como
el de Cristo: un camino en la contradicción. Y no se trata solamente de
enemigos externos; dentro de la Iglesia habrá siempre pecadores; por eso la
Iglesia tiene necesidad de "atar y desatar"; continúa el pecado; por
eso debe continuar el perdón. Dentro del motivo cristológico y del motivo
eclesial es como se han de entender las palabras dirigidas por Jesús a Pedro.
Ante las
distintas respuestas, las palabras de Jesús adquieren un tono trascendente e
impresionante: «Ahora te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia». Sobre Pedro creyente se construirá el edificio de la comunidad
cristiana. Sobre su fe firme se podrá levantar la casa de Dios.
Se define la función de Pedro con
tres metáforas: la piedra, las llaves, atar y desatar. Para comprender la
primera expresión podemos recurrir a otro texto de Mt (7. 24-27): Pedro es la
roca que mantiene firme a la Iglesia. En otras palabras, es el punto alrededor
del cual se constituye la unidad de la comunidad. La segunda metáfora es
todavía más clara: dar las llaves significa confiar una autoridad verdadera y
plena.
Finalmente, la tercera metáfora
(atar y desatar) tiene el sentido de permitir y prohibir, de separar y
perdonar. En conclusión, el texto atribuye a Pedro títulos y prerrogativas que
a lo largo de la Biblia se atribuyen al Mesías. Es como decir que la autoridad
de Pedro es vicaria; él es imagen de otro, de Xto, que es el verdadero Señor de
la Iglesia. Mas precisamente porque es imagen de Xto, la autoridad de Pedro es
plena e indiscutible. No obstante, hay todavía otro punto que hemos de observar
con particular atención; no es ciertamente casual la presencia en el mismo
fragmento de dos aspectos aparentemente en contraste: la fe de Pedro y su
incomprensión del misterio de Jesús: la autoridad confiada a Pedro y el
reproche que le hace Jesús.
Pedro será el
hombre de las llaves, el que tiene un poder sagrado. Poder referido a la
santificación de los hermanos. El atar y desatar son prerrogativas
importantísimas destinadas a la vertebración y la comunión del pueblo de Dios.
Pedro será el
fundamento visible de esta comunión y dará firmeza a la Iglesia. Todo eso
prosigue en la sucesión apostólica.
La tarea de
Pedro es importantísima para la Iglesia. La cumple, en la sucesión, el Papa. A
través de este ministerio se mantiene viva la predicación evangélica y el
testimonio de amor que corresponde siempre a la Iglesia. ¡Agradezcamos el don
de Pedro! ¡Valoremos el papel de su sucesor! Y de una manera muy concreta:
venerando su persona, acogiendo su ministerio y siendo diligentes en su enseñanza.
Recordemos que el Papa, como demuestra el actual con sus actitudes y viajes,
tiene la tarea de animar a la Iglesia y hacer de ella una verdadera comunión.
Por eso mismo, pensar hoy en Pedro es ser conscientes que somos Iglesia
apostólica, fundamentada sobre el colegio apostólico presidido por el Papa.
San Agustín comenta así el evangelio: “¿Quién es
Cristo? Preguntémoselo al bienaventurado Pedro. Cuando se leyó ahora el
evangelio, oísteis que, habiendo preguntado el mismo Señor Jesucristo quién
decían los hombres que era él, el Hijo del hombre, los discípulos respondieron
presentando las opiniones de la gente: Unos que Juan Bautista, otros que
Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Quienes esto decían o
dicen no han visto en Jesucristo más que un hombre. Y si no han visto en
Jesucristo más que un hombre, no hay duda de que no han conocido a Jesucristo.
En efecto, si sólo es un hombre y nada más, no es Jesucristo. Vosotros,
pues, ¿quién decís que soy yo?, les preguntó. Respondió Pedro, uno por
todos, porque en todos está la unidad: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo
(Mt 16,13-16).
Aquí tienes la
confesión verdadera y plena. Debes unir una y otra cosa: lo que Cristo dijo de
sí y lo que Pedro dijo de Cristo. ¿Qué dijo Cristo de si? ¿Quién dicen los
hombres que soy yo, el Hijo del hombre? Y ¿qué dice Pedro de Cristo? Tú
eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Une las dos cosas y así viene Cristo en
la carne. Cristo afirma de sí lo menor, y Pedro de Cristo lo mayor. La humildad
habla de la verdad, y la verdad de la humildad; es decir, la humildad de la
verdad de Dios, y la verdad de la humildad del hombre. ¿Quién -pregunta-dicen
los hombres que soy yo, el Hijo del hombre? Yo os digo lo que me hice por
vosotros; di tú, Pedro, quién es el que os hizo. Por tanto, quien confiesa que
Cristo vino en la carne, automáticamente confiesa que el Hijo de Dios vino en
la carne. Diga ahora el arriano si confiesa que Cristo vino en la carne. Si
confiesa que el Hijo de Dios vino en la carne, entonces confiesa que Cristo
vino en la carne. Si niega que Cristo es hijo de Dios, desconoce a Cristo;
confunde a una persona con otra, no habla de la misma. ¿Qué es, pues, el Hijo
de Dios? Como antes preguntábamos qué era Cristo y escuchamos que era el Hijo
de Dios, preguntemos ahora qué es el Hijo de Dios. He aquí el Hijo de Dios: En
el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era
Dios (Jn)”. ( San Agustín. Sermón 183,3-4)
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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