La primera lectura es del primer libro de los
reyes (1 R 3, 5. 7-12) es un texto que legitima el poder de Salomón sobre
Israel.
Llama la atención la perfecta
conexión entre la petición de Salomón y
la concesión divina. Son una misma cosa.
Salomón pide sólo aquello que a
Dios agrada (vs. 5-10). Esto requiere inevitablemente el reconocimiento de su
impotencia por la inmadurez y por la incapacidad de llevar a cabo tal envergadura
(la dirección de un pueblo, v. 7). Y la necesidad de ayuda y búsqueda de su
poder como responsabilidad, como misión, como servicio. Este servicio viene
determinado como "un corazón sabio e inteligente". Significa tener una capacidad de apertura y escucha
para captar la compleja realidad. Serenidad ante los sinsabores y tinieblas de
la existencia, mantenida por una confianza profunda en la vida, en las
personas, en toda criatura, en suma, en el Dios que dirige y gobierna
misteriosamente la historia. Así el poder político podrá ser destello del poder
divino.
La petición de Salomón (v.9) es
modelo de oración para todos los hombres públicos. No pide victorias militares,
ni el triunfo de su ideología..., sino algo muy simple y muy difícil a la vez:
saber escuchar y saber discernir entre lo bueno y lo malo para su pueblo. Sin
condiciones y gustosamente concede Dios a Salomón el don de saber juzgar y
gobernar a su pueblo, pero añade además la riqueza y la gloria que él no había
pedido.
El
responsorial es el salmo
118, 57 y 72. 76-77. 127-128. 129-130
El
texto litúrgico presenta ocho estrofas,
de este salmo, el más largo del salterio. Se compone de 22 estrofas de 8 versos
encabezadas por 22 letras del alfabeto hebreo. En cada estrofa, cada verso
comienza por la misma letra. Así por ejemplo, cada línea de la primera estrofa
comienza con la letra Aleph, cada línea de la segunda comienza por Beph, y así
las demás. Es como el A.B.C. del amor a la Ley. Es más, el autor introdujo en
cada verso la palabra "Ley" o uno de sus sinónimos. Tus exigencias,
tus caminos, tus preceptos, tus mandamientos, tus voluntades, tus decisiones,
tu palabra, tus promesas.
El
salmo 118 es pues, un canto a la Ley,
cuyas excelencias proclama, de un piadoso israelita que vive en un ambiente de
indiferencia religiosa, muy parecido a muchos de nuestros ambientes actuales.
La Ley significa, para él, la revelación, las promesas, la palabra misma de
Dios que se dirige a su pueblo.
Este amor a la Ley de Dios, es
decir a su Palabra, a su designio, a su voluntad soberana, es tan acendrado,
que el texto abraza en sí casi todos los géneros literarios. El acróstico
agrupa, bajo cada una de las letras del alefato hebreo, ocho versículos (7+1,
como expresión de una perfección consumada) y en cada estrofa suele mencionar
ocho sinónimos de la Ley: leyes, decretos, palabras, promesa, mandamientos,
preceptos.
El texto representa, pues, el deseo -que en el
salmista es vehemente- de que la Ley sea el principio conductor de la propia
vida.
En este salmo, la Ley tiene
relación con "Alguien". Los sinónimos utilizados son elocuentes: Tu
Ley... Tus exigencias... Tus caminos... Tus preceptos... Tus mandamientos...
Tus voluntades... Tus decisiones... Tus palabras...
La estrofa que repetimos: "cuánto
amo tu ley, señor!". es la expresión en el seno de un mundo adverso,
cuando sacude la aflicción, cuando peligra la vida porque arrecia el asedio de
los malvados, del consuelo que el salmista encuentra en la ley: es la mediación
intrahistórica del Dios trascendente. Acariciándola interiormente el salmista
ve la luz, y también se nos invita a tenerla nosotros.
El
salmista se ha refugiado en la historia pasada, convertida ya en Escritura
Santa, con la intención de encontrar respuesta a sus actuales interrogantes.
La segunda lectura
es de la
carta del apóstol San Pablo a los romanos ( Rom 8, 28-30)
El texto nos habla del amor de
Dios por nosotros que no tiene otra finalidad que hacernos conformes a la
imagen del Hijo. Toda la estrategia divina, desde el comienzo de los tiempos,
se concentra en esta obra.
Pero se trata de una llamada de
Dios; es preciso, pues, que nos destine a ello: es una gracia. El pasado
domingo la misma carta insistía en la presencia del Espíritu en nosotros, ese
Espíritu que nos permitía orar y que oraba, él mismo, en nosotros. Gracias al
Espíritu, el Hijo está continua y dinámicamente presente en nosotros.
El
principio del texto es una declaración de confianza en Dios: "A los que aman a Dios todo les sirve para el
bien" (v. 28). Estas palabras brotan de la fe: la vida podrá dar
muchas vueltas. Pero el creyente está seguro de que nada podrá alejarnos de
Cristo, que tanto nos ama. Y que precisamente en El Dios ha mostrado -y
demostrado- su amor (véase la segunda lectura del próximo domingo). La fe
siempre es fuente de alegría íntima, de estabilidad interior, de seguridad
profunda. En una sociedad en donde hay tantas personas inestables, que sufren
depresiones, sabernos cimentados sobre la roca (/Mt/07/25-35) es fuente de
estabilidad alegre. Claro que estas certezas brotan de la fe (o son la fe).
El
final de la lectura nos recuerda el proceso de nuestra divinización y de
nuestra gloria: "Dios nos ha conocido", es decir, nos ha amado;
"nos ha destinado a ser imagen de su Hijo", es decir, ha tomado la
iniciativa de esta transformación; nuestra respuesta, nuestra fe activa, ha
significado para nosotros la gracia de ser "justificados", es decir,
tratando de interpretar lo que Pablo ha querido decir, nos ha hecho participar
en su propia vida y, por consiguiente, nos ha dado la gloria.
Fijémonos en el proceso de
acercamiento divino: ". los destino"... a ser imagen del Hijo...
"Y a los que destinó" a esta semejanza, "los llamó".
Aleluya cf.
Mt 11, 25 " bendito
seas, Padre, señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del
reino a la gente sencilla".
En el evangelio de
San Mateo (Mt 13, 44- 52) continuamos
dentro de la sección reflexiva iniciada hace dos domingos.
El proverbio-dicho con que
terminaba el texto del domingo pasado ("el que tenga oídos, que oiga")
servía para avisar al nuevo Pueblo de Dios de que también él puede convertirse
en viejo. No hay Pueblo de Dios por descontado. En este ambiente de aviso
crítico se mueve el texto de hoy.
El evangelio de hoy tiene como
interlocutores de Jesús a los discípulos, no a la gente. Para San Mateo
discípulos son los que escuchan las palabras de Jesús y lo ponen en práctica.
El evangelio de hoy sólo tendrá sentido para los discípulos, es decir, para
aquéllos que habiendo escuchado el sermón de la montaña lo ponen en práctica.
Dicho con otras palabras: sólo tendrá sentido para quienes hayan tomado opción
con el Reino de los cielos.
El texto presenta
* Tres parábolas (vs. 44-50).
*Interpelación a los discípulos
(v. 51a).
*Respuesta de éstos (v. 51b).
Jesús formula en forma de parábola corta la consecuencia que se deriva de esa
respuesta (v. 52).
De las tres parábolas, las dos
primeras tienen un mismo trasfondo: una persona que encuentra una cosa valiosa
y vende cuanto tiene para hacerse con ella. La tercera parábola (vs. 47-50)
tiene el mismo trasfondo que la parábola de la cizaña y su aplicación
escatológica (cfr. versículos 24-30, 40-42): de la misma manera que los humanos
separamos los productos buenos y malos, habrá también una separación de justos
y malos.
Las tres parábolas recogen
modos de proceder y escenas de la época de Jesús. En el caso del tesoro
encontrado, el modo de proceder (esconderlo) está condicionado por la
legislación hebrea de entonces; en efecto, de haberlo declarado inmediatamente,
hubiera ido a parar al propietario del terreno.
Los vv. 49-50 recogen imágenes
apocalípticas populares; su lenguaje es puramente imaginativo. Letrado o
escriba: teólogo-jurista, transmisor oficial en Israel de las leyes y
tradiciones.
Las Parábolas del tesoro y de
la perla (vs. 44-46), quieren reflejar la "actitud ejemplar" a tomar
ante el Reino. Haber descubierto el Reino es haber descubierto el valor supremo
dentro de una escala de valores.
"El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo".
Los antiguos usaban a menudo este sistema: cuando había invasiones, había
peligro, hacían un hueco en la tierra y allí escondían lo que tenían de
precioso. Pero a veces sucedía que la persona moría sin poder revelar el
escondite.
Un hombre, pues, escarba y
encuentra un tesoro. Ese también es un hombre poco honesto, un especulador; por
tanto, cubre todo y lo deja como si nadie hubiera tocado nada y luego "muy contento" -dice el Evangelio-
corre a casa y vende todo".
No escucha a nadie, vende todo
y va a comprar el campo. Seguramente la gente se burla de él: ¡por qué habrá
comprado ese campo, no vale nada, es árido, no tiene agua, se ha dejado
engañar!... Pero él sigue adelante, desafía el ridículo, porque sabe que allí
está el tesoro.
Hay una sentencia de los
primeros Padres del desierto, que dice
que un tal fue donde uno de estos grandes Padres del desierto y le dijo: Padre
mío, tú que tienes tanta experiencia, explícame ¿por qué vienen al desierto
tantos jóvenes monjes y después muchos se devuelven; por qué perseveran tan
pocos? Entonces el anciano monje dijo: "Mira, sucede como cuando un perro
corre detrás de las liebres, ladrando. Muchos otros perros, oyéndolo ladrar y
viéndolo correr, lo siguen. Pero solamente uno ve la liebre; pronto sucede que los
que corren sólo porque el primero corre, se cansan y se detienen. Solamente el
que tiene ante sus ojos la liebre, sigue adelante hasta alcanzarla". Así,
dice el anciano monje, solamente quien ha puesto los ojos verdaderamente en el
Señor crucificado, sabe en realidad a quién sigue y sabe que vale la pena
seguirlo.
La Parábola de la red (vs.
47-50), es un nuevo aviso a los discípulos en la línea del domingo anterior.
En los vv. 47-48. En ella se
habla de pesca y de selección de lo pescado. Se trata de dos momentos o tiempos
sucesivos. Los vv. 49-50 son la aclaración o explicación de la parábola. Esta
aclaración se fija solamente en el segundo de los tiempos de la parábola, el
correspondiente a la selección de lo pescado, y que está formulada en el mismo
lenguaje figurado de la aclaración de la parábola de la buena semilla y de la
cizaña. Como ya sucedía con esta aclaración, el punto que se resalta es el
siguiente: El discípulo no es quién para determinar quiénes son buenos y malos.
Esto es competencia de Dios y sólo Él puede hacerlo patente y lo hará.. La
parábola no tiene, pues, sentido conminatorio, sino disuasivo; no busca
amenazar con un castigo, sino mover al discípulo a mudar de opinión.
La división en buenos y malos
no es de naturaleza ética, sino religiosa. Dicho más claro: los peces malos
pueden ser personas éticamente buenísimas, tan buenas como eran los fariseos,
perfectos e intachables cumplidores de los dictámenes y sugerencias de la ley
de conciencia. El nuevo Pueblo tiene que entender que personas buenas, pero de
talante religioso fundamentalista, son cizaña y malos peces. Recordemos lo del
domingo pasado: religión y religioso no son conceptos ni experiencias unívocas.
Un día aparecerá claro esto (vs. 49-50).
"¿Entendéis bien todo
esto?" La consecuencia la saca Jesús: aprended, pues, de la historia y
renovaos continuamente; que no os suceda como al viejo Pueblo religioso.
Los versículo 51-52m presentan
la superación del intelectual judío por la nueva imagen del discípulo de Jesús:
hombre abierto, que vive una vida encarnada en la realidad de hoy sin romper la
continuidad con la realidad de ayer.
Para nuestra vida
La primera lectura
de hoy nos habla del rey Salomón: es hijo de David y vivió en pleno siglo X a.
de JC. Aprovechó la obra realizada por su padre y supo mantener con gran
esplendor a su pueblo sin ninguna guerra. En cambio, creó una red de relaciones
internacionales muy enriquecedoras con los reinos vecinos.
El relato que hoy
hemos leído nos transporta al día de su entronización. Es un testimonio que nos
puede estimular. En aquel primer día de su reinado, supo pedir el regalo más
valioso: "Pídeme lo que quieras", le dice el Señor. Entonces,
consciente de su responsabilidad como gobernante, Salomón comprende que Israel
no es una propiedad particular suya, sino que es el pueblo de Dios y sabe que
tendrá que responder ante Dios sobre su administración. Por eso le responde:
"Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir
el bien del mal".
Salomón elige la
sabiduría. Para él, este es el mejor regalo que puede recibir del Señor. No le
pide riqueza, ni muchos años de vida, ni victorias sobre los enemigos. Le pide
sabiduría. El rey conseguirá la gracia que pide, y muchas más.
Nosotros no somos reyes, ni tenemos
día de entronización, pero sí tenemos una vida, una vida que necesitamos vivir
con plenitud.
En la Eucaristía hoy el Padre nos dice
como a Salomón: "Pídeme lo que quieras". Quien encuentra a Jesús se
siente libre y experimenta una gran alegría. Se siente acogido por el Amor y
libre para amar, libre para dar vida, para darse del todo.
¿ Que le pedimos?. Desde nuestro egoísmo, pecado original del hombre inserto
en una sociedad egoísta, nos vemos tentados a pedir cosas que vinculen a los
intereses de la sociedad en que vivimos : "vida larga, riquezas,..."
Esta, al fin y al cabo, es nuestra postura diaria. Incluso convertimos la
oración en motor de aceleración para que Dios realice nuestros deseos.
Si como Salomón le
pedimos la sabiduría, esta en nuestra vida cristiana, consiste en el discernimiento de los
verdaderos valores del Evangelio y en su aplicación a las circunstancias
actuales. Hay que establecer una escala de valores, dentro de la cual todos los
valores humanos quedan subordinados a ese último valor, que es el Reino de
Dios. Por eso, los cristianos y las comunidades debemos estar siempre tomándose
el pulso de su estima de valores.
El
salmo proclamado y propuesto como oración son 8 de sus estrofas es el salmo
118.
El salmista se ha refugiado en
la historia pasada, convertida ya en Escritura Santa, con la intención de
encontrar respuesta a sus actuales interrogantes. Otro tanto hizo Jesús cuando
cuestionado su amor a Dios -con todo el corazón, por encima de la vida y más
allá de las riquezas- responde con el «está escrito» (Mt 4,4.7.10). Desde este momento inicial de su misión está
dispuesto a encarnar la figura del «siervo» tal como se le ha encomendado en la
unción bautismal (Mt 3,13-17).
Hacer la voluntad del Padre será su programa y alimento (Jn 4,34). Aun acorralado por sus
enemigos, permanecerá fiel a dicha voluntad (Mt 26,39.42), incluso en el abandono supremo se atreve a gritar la
cercanía de Dios(Mt 27,46).
Quien conserva en su corazón las palabras de Dios y las guarda pertenece a la
verdadera familia de Jesús (Mc 3,35),
como el salmista, como María (Le 2,51).
Con este espíritu oramos y contemplamos.
El silencio de la profecía y la
desaparición de quien pudiera responder el «¿hasta cuándo?» resultaría
agobiante -más cuando cunde la indiferencia religiosa- de no disponer del
monumento escriturístico. Nuestro mundo y momento no es menos difícil. Hoy se
combate a Dios ignorándolo, mientras se hace befa de los creyentes. Dios nos ha
dado su Palabra y el mundo nos odia porque no somos del mundo (Jn 17,14; 15,19). No pedimos que nos
saque del mundo, sino que nos guarde del Malo (Jn 17,15; 1 Jn 2,14), y nos consagre en su Palabra que es la
Verdad (Jn 17,16). Es decir, que
de tal suerte nos adherimos al Dios revelado en Cristo que por su medio
llegamos a la Vida que estaba junto a Dios (Jn 1,4). Cristo, en efecto, es « el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6). Una realidad que escapa a la
corrosión de la moda; fundamentada para siempre. ¿Con esta hondura
religiosa seremos un fermento para
nuestro mundo secularizado?
El salmista inmerso en un mundo
adverso invoca, gritar, , vive la cercanía de Dios. ¿Una conducta evasiva?
Jesús expuso su dolor al Padre, acompañándolo con ruegos y súplicas (Cf. Hebr 5,7). Dios le escuchó por su
actitud reverente (Cf. Hebr 5,7).
Jesús se acomodó al mandato de Dios, un mandato que es vida (Cf. Jn 12,50), su Padre le arrancó de
sus «inicuos perseguidores», de la muerte transformada en una exaltación de
gloria (Cf. Jn 12,27 s.; 13,31 s.;).
Quienes seguimos a Jesús nos
revestimos de su mismo talante espiritual (Cf. Fil 2,5; Col 2,12), y estimamos todo como basura con tal de
ganar a Cristo (Cf. Fil 3,8). En
esta ley suprema encuentra el cristiano la perfecta libertad (Sant 1,25; 2,12), y la cercanía e
intimidad con Dios, a quien invocamos.
Así
comenta San Juan Pablo II este salmo: "...son iluminantes las palabras de san Agustín, quien al comenzar el
comentario del Salmo 118 desarrolla el tema de la alegría que surge de la
observancia de la Ley del Señor. «Este salmo amplísimo desde el inicio nos invita
a la bienaventuranza, que, como es sabido, constituye la esperanza de todo
hombre. ¿Puede haber alguien que no desee ser feliz? Pero si es así, ¿qué
necesidad hay de invitaciones a alcanzar una meta a la que tiende
espontáneamente el espíritu humano?... ¿No será porque, si bien todos aspiran a
la bienaventuranza, sin embargo la mayoría no sabe cómo alcanzarla? Sí, esta es
la enseñanza de quien comienza diciendo: Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor.
Parece querer decir: Sé lo que
quieres; sé que estás en busca de la bienaventuranza: pues bien, si quieres ser
bienaventurado, debes ser intachable. Lo primero lo buscan todos; pocos se
preocupan sin embargo de lo segundo. Pero sin esto no se puede alcanzar la
aspiración común. ¿Dónde tendremos que ser intachables si no es en el camino?
Éste, de hecho, no es otro que la ley del Señor. ¡Bienaventurados, por tanto,
quienes son intachables en el camino, los que caminan en la ley del Señor! No
es una exhortación superflua, sino algo necesario para nuestro espíritu»
(Comentarios a los Salmos - «Esposizioni sui Salmi», III, Roma 1976, p. 1113).
(San Juan Pablo II. Audiencia general
del miércoles, 21 julio 2004 dedicada a comentar el Salmo 118).
En
la segunda lectura San Pablo continua profundizando en el acontecimiento
salvífico ya realizado por Cristo. Él ha iniciado el
proceso con su muerte y resurrección. Quienes aman a Dios han entrado en tal
proceso, que no puede fallar por tener al mismo Señor como garantía. La acción
salvadora de Dios no es algo futuro, sino hunde sus raíces en el pasado. Pasado
no sólo en cuanto a la vida de Jesucristo , sino a la del creyente. San Pablo
no retrocede aun ante afirmaciones tan rotundas como la de justificación ya
realizada y, con ella, la glorificación. De hecho, quien cree en Jesús ya ha
empezado a vivir su Vida nueva y por ello está fundamentalmente en la situación
de amistad e intimidad con Dios. ¿Y qué otra cosa puede ser la glorificación?
Desde aquí fluye la esperanza, certeza y seguridad en la vida del hombre en
Cristo, lo cual permite frases como "todo
sirve para el bien para quienes aman a Dios". No se trata de un
optimismo ingenuo, sino de la aplicación de la salvación en nuestra existencia.
Es preciso llevar a los cristianos a estos hondas realidades que nos configuran
como creyentes.
El Espíritu hace posible que el
cristiano pueda llamar a Dios: !Padre! Ante todo, esto significa que el
cristiano no es un huérfano en medio de un universo fatalista e
impremeditado. "A los que aman a Dios todo les sirve para el
bien"(v. 28). Estas palabras brotan de la fe: la vida podrá dar muchas
vueltas. Pero el creyente está seguro de que nada podrá alejarnos de Cristo,
que tanto nos ama. Y que precisamente en El Dios ha mostrado -y demostrado- su
amor (véase la segunda lectura del próximo domingo). La fe siempre es fuente de
alegría íntima, de estabilidad interior, de seguridad profunda. En una sociedad
en donde hay tantas personas inestables, que sufren depresiones, sabernos
cimentados sobre la roca, es fuente de alegre
estabilidad. Claro que estas certezas brotan de la fe (o son la fe). No nos
ahorran las contradicciones ni la experiencia del mal, ni la inestabilidad
psicológica o emocional.
Vive dentro de unas coordenadas
existenciales totalmente nuevas e insospechadas, porque el amor de un Padre,
que es Dios, le circunda.
En los vs. 29-30 enumera Pablo
los diversos pasos de este amor. No se trata en ellos de una predilección en
exclusiva en orden a la salvación final. Es decir, San Pablo no afirma que sólo
los cristianos vayan a salvarse porque sólo ellos son los elegidos de Dios.
Nada de eso. La perspectiva de Pablo no es escatológica, sino intramundana: la
construcción aquí y ahora de la nueva sociedad.
El final de la lectura nos
recuerda el proceso de nuestra divinización y de nuestra gloria: "Dios nos
ha conocido", es decir, nos ha amado; "nos ha destinado a ser imagen
de su Hijo", es decir, ha tomado la iniciativa de esta transformación;
nuestra respuesta, nuestra fe activa, ha significado para nosotros la gracia de
ser "justificados", es decir, tratando de interpretar lo que Pablo ha
querido decir, nos ha hecho participar en su propia vida y, por consiguiente,
nos ha dado la gloria.
Esta es la vocación del
cristiano. ¿Cómo la realiza? Dando vida a una comunidad de hermanos en la que
Jesús es el primogénito. Esta es la predestinación de la que habla Pablo. A
esto nos ha llamado Dios. Y para esto nos ha justificado. Para Pablo
justificación es liberación del pecado y creación de una nueva forma de
existencia.
El Evangelio nos presenta
diversas parábolas acerca del Reino de los Cielos.
Jesús comenzó su vida pública en Galilea anunciando el reinado de Dios,
proclamando su venida, y ése es, sin duda, el contenido de su evangelio. Pero
¿en qué consiste ese reinado y a qué podemos compararlo? Jesús, para enseñar a
las gentes el misterio del reinado de Dios, hacía constantemente uso de
hermosas parábolas, que tomaba de la vida cotidiana
El tesoro escondido, la perla de gran valor que encuentra un comerciante en perlas finas, la
red que echan en el mar y recoge toda clase de peces, unos buenos y otros
malos. Al final se reúnen los buenos en un cesto y los malos se tiran. Esta red
echada en el mar es imagen de la Iglesia, en cuyo seno hay justos y pecadores.
En otros lugares el Señor enseña esta misma realidad: en su Iglesia, hasta el
fin de los tiempos, habrá santos y quienes se han marchado de la casa paterna,
malgastando la herencia recibida en el Bautismo; y todos pertenecen a ella,
aunque de diverso modo.
¿Qué quería decir Jesús con las dos parábolas del tesoro escondido
y de la perla preciosa? Más o menos esto. Ha sonado la hora decisiva de la
historia. ¡Ha aparecido en la tierra el Reino de Dios! Concretamente, se trata de él, de su venida a la tierra. El
tesoro escondido, la perla preciosa, no es otra cosa sino Jesús. Es como si
Jesús con esas parábolas quisiera decir: la salvación ha llegado a vosotros
gratuitamente, por iniciativa de Dios, tomad la decisión, aferradla, no la
dejéis escapar. Este es tiempo de
decisión.
La primera de estas
parábolas compara la oferta de Jesús, el reinado de Dios, con un tesoro. Un tesoro tan valioso y que seduce tanto y produce tanta
alegría, que el que lo encuentra se olvida de todo lo que tiene, lo abandona
todo y ve en eso lo único que vale la pena en este mundo. Esto quiere decir que quien encuentra a Jesús
y su mensaje, por eso mismo cambia radicalmente de vida. Una novedad
así, no puede ser ni la práctica religiosa, ni, menos aún, las obligaciones que
impone la religión. Ni siquiera las promesas de felicidad para la otra vida.
Nada de eso es -para la gran mayoría de la gente- un tesoro que le cambia la
forma de vivir. La creencia en una esperanza (¿incierta?, ¿insegura?) de
futuro, normalmente, no modifica el presente visible, tangible.
En
medio de la desesperación, el cansancio y la desorientación actual, el hombre
siente desesperadamente la necesidad de un sentido, un camino, una causa por la
que vivir. Nos parece que es lo duro y lo difícil lo que cansa al hombre, pero
en realidad es lo fácil lo que desespera al hombre. Y en una sociedad como la
nuestra, donde se quiere hacer tabla rasa de toda dificultad y llegar al estado
de máxima comodidad, el hombre se ahoga si no tiene un motivo para vivir, una
causa en cuyo servicio gastarse y desgastarse. El esfuerzo, el sacrificio, el
dar la vida generosamente, pueden llenar la vida del hombre con un sentimiento
de felicidad más profundo que el de la comodidad, el confort, la diversión. No
es lo difícil, es lo fácil y sin sentido lo que angustia al hombre. El que se
descarga acaba cansándose, y el que gozosamente toma sobre sí la carga de la
donación y el amor permanece joven y lleno de sentido.
En
este contexto social sigue teniendo vigencia como nunca la parábola evangélica
del tesoro escondido. Nosotros y nuestros contemporáneos seguimos buscando
inconscientemente un tesoro, un tesoro que vale más que todo lo que le rodea,
un tesoro que salve nuestra vida dándole
una causa para vivir y para morir, porque las grandes causas para vivir son a
la vez grandes causas para morir, para dar la vida por ellas. Lo malo es que
hoy en día el tesoro puede estar escondido y sepultado en medio de tanto
confort y facilidades que constituyen nuestra vida cotidiana.
Lo mismo hay que decir de la perla. En el fondo, es la misma comparación formulada con otras
palabras. ¿Qué pueden expresar el
"tesoro" y la "perla"?
La
renuncia para adquirir la perla puede llegar a las formas extremas que tuvo en
san Francisco, pero el evangelio es para todos. Jesús no predica solamente a
unos cuantos profetas espectaculares de la renuncia, ni predica tampoco un
sueño. Su "venderlo todo" es difícil, pero debe ser posible para
cualquier hombre en cualquier situación. Simplemente, hay que decir que no se
sigue a Jesús con toneladas de confort o con montañas de reticencias ante una
de sus exigencias precisas, por ejemplo la del perdón. "Venderlo
todo" puede significar un despojo muy duro del amor propio o una
generosidad en el terreno económico algo loca, o la opción heroica de la
confianza ante una terrible enfermedad. Y también, desde luego, el sí a una
vocación.
Solamente lo que más nos llena a los humanos: un ámbito y un ambiente humano de respeto,
tolerancia, estima, cariño y seguridad, en el que damos felicidad y recibimos
felicidad, con la convicción de que eso es (y será) para siempre. Solo eso puede significar lo que, tal como
somos los humanos, Jesús ofrece y afirma.
En cada una de las dos
parábolas hay, en realidad, dos actores: uno manifiesto, que va, vende, compra,
y otro escondido, sobreentendido. El actor sobreentendido es el antiguo
propietario que no se percata de que en su campo hay un tesoro y lo liquida al
primero que se lo pide; es el hombre o la mujer que poseía la perla preciosa, y
no se da cuenta de su valor y la cede al primer comerciante que pasa, tal vez
para una colección de perlas falsas. ¿Cómo no ver en ello una advertencia
dirigida a nosotros en acto de vender nuestra fe y herencia cristiana?.Es un
hecho muy repetido en muchos de los bautizados
en nuestra sociedad.
No se dice en cambio en la parábola que un hombre vendió todo lo
que tenía y se puso en busca de un tesoro escondido. Sabemos cómo acaban estas
historias: se pierde lo que se tiene y no se encuentra ningún tesoro. Historias
de ilusiones, de visionarios. No: un hombre halló un tesoro y por ello vendió
todo lo que tenía para adquirirlo. Hay
que haber encontrado el tesoro para tener la fuerza y la alegría y vender todo.
Hay que haber encontrado primero a Jesús, de manera nueva, personal,
convencida. Haberle descubierto como propio amigo y salvador. Después será
fácil vender todo. Se hará «llenos de alegría» como aquel
hombre del que habla el Evangelio.
Es verdad que en nuestra vida
cristiana son frecuentes los deseos de seguir a Jesús. Pero ¿con qué intensidad
lo hacemos? El seguimiento de Cristo que vivimos se parece muy poco al
auténtico.
Para seguir a Cristo, tenemos
que jugárnoslo todo a su favor. Una vez descubierto este "tesoro",
esta "perla", estar dispuestos a venderlo todo, a dejarlo todo. Esto
es quemar las naves.
Descubierto Cristo, no debe
haber posibilidad de volverse atrás. El hacerlo es signo o que ha sido un
descubrimiento falso (una falsa conversión) o que anteponemos nuestros deseos,
nuestra voluntad, a la voluntad de Dios. Seguir a Cristo es aceptar su juicio
sobre este mundo y sobre nuestra vida.
Cuando descubrimos a Cristo
como el tesoro escondido, la vida cobra un sentido nuevo; se produce una
verdadera revolución en la escala de valores: lo único importante es Dios y su
voluntad; todo lo demás se relativiza. Es lo de san Pablo: "Todo lo estimo
pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor;
por él lo perdí todo y todo lo estimo basura con tal de ganar a Xto y existir
en él" (/Flp/03/08).
Las parábolas del evangelio de
hoy no sólo nos presentan cuál debe ser el valor fundamental del cristiano,
quién debe ser su Dios, sino que nos ofrecen un modelo con el que contrastar
nuestra existencia para saber si estamos en la pista del seguimiento de Jesús o
si andamos "despistados", para saber si nuestro valor fundamental es
el reino de los cielos o cualquier otra cosa, si nuestro dios es el Dios
verdadero o un ídolo.
El cristiano no tiene otra
posibilidad, no puede coquetear con dioses equívocos so pena de errar de plano
el camino que deber seguir; el cristiano ni siquiera puede hacer compartir la
supremacía del Dios único con otros dioses. El cristiano no puede tener otro
valor fundamental que el reino de los cielos, debe construir su vida en torno
al reino de los cielos, debe poner el reino de los cielos por encima de todo lo
demás.
Si no obramos así ya podemos ir
buscándonos otro adjetivo; el de cristianos no nos sirve. ¿Por qué no pararnos
a pensar un momento sobre cuál es nuestro valor fundamental, sobre cuál es el
dios en torno al cual hemos construido nuestra existencia, y rectificar si es
preciso?
La comparación de la red y la separación
última y definitiva de los peces abre el horizonte de las promesas de Jesús de
tal manera, que trasciende todas las limitaciones inherentes a la condición
humana. La intención de San Mateo,
al colocar aquí esta última comparación, es poner un centinela en el horizonte último
de todo lo meramente humano, para superarlo y trascenderlo más allá de cuanto nos
atreveríamos a imaginar o sospechar los mortales.
En definitiva, la garantía más segura
de que el Evangelio está presente en la vida está en que esta vida nuestra
avanza y funciona impregnada de alegría por el hecho de haber conocido y
encontrado a Jesús y su Evangelio.
Rafael
Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.
com
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