Vamos pasando los días de la Pascua:
la alegría y la sorpresa vive entre todos nosotros. Jesús Resucitado nos ayuda
a vivir llenos de amor y esperanza, pero para obtener esos frutos hay que
meterse dentro, muy dentro, de lo que allí ocurría como si estuviéramos
presentes.
Los que han perseguido a Jesús
también perseguirán a los Apóstoles (Jn 15, 20). Proclamar la resurrección del
Señor supondrá a los discípulos la dificultad de implantar el mensaje y la
alegría del triunfo.
Los número 29-32 son un breve
resumen de la predicación apostólica, lo que se llama un kerigma o proclamación
esencial.
Pedro habla así en varias
ocasiones . Este tipo de predicación comporta generalmente estos elementos:
evocación de la crucifixión de Jesús y su resurrección por obra de Dios; la
vida de Jesús es como una continuación de la alianza; por eso ha sido
constituido "Señor"; termina con una invitación al arrepentimiento.
La predicación que se atiene a lo esencial, que va derecha al asunto:
fundamentar la vida cristiana en la fe. Este es el mensaje central del suceso
pascual.
La respuesta de Pedro da razón
del valor que anima al apóstol . Este es el principio básico de todo el que
proclama con verdad el nombre de Dios: el hombre tiene que estar siempre
orientado hacia Dios. La respuesta del apóstol es una denuncia, ya que obliga a
tomar posición ante el mensaje. Así el acusado se convierte en acusador.
Proclamar el plan de Dios es
inevitable para el mensajero. Por eso esta obediencia es un descubrimiento del
querer de Dios (Cf. 2, 23), llegando a constituir lo más hondo de la fe (Cf. 2,
38).
En este texto se plantea dos veces
el tema de la obediencia. La obediencia no es un acatamiento pasivo, sino
saberse en línea con Dios y sacar de ahí ánimo necesario para lanzarse a la
transformación del mundo.
La obediencia a Dios antes que los hombres y el Espíritu Santo como don de Dios
a los que le obedecen. Los Apóstoles de una manera pública y solemne
desobedecen a las autoridades del Templo que les han prohibido enseñar en el
nombre de Jesús y dar testimonio de su Resurrección.
La obediencia a Dios los lleva a la desobediencia a las autoridades del Templo.
El Testimonio Apostólico choca con las autoridades del Templo. El Testimonio es
simultáneamente de los Apóstoles y del Espíritu Santo.
La fidelidad de los Apóstoles al Testimonio los hace merecedores del Espíritu
Santo que Dios sólo da a los que le obedecen. Lo que ellos vieron fue que las
autoridades del Templo y del Sanedrín dieron muerte a Jesús colgándole de un
madero y que Dios lo resucitó y lo exaltó. El Testimonio Apostólico es el
testimonio de esta realidad de muerte y resurrección de Jesús. Los Apóstoles debe
hablar de esta realidad, aunque las autoridades se lo prohíban.
Deben ser fieles y obedientes a la realidad de Jesús crucificado y resucitado.
Esta es la obediencia que los hace merecedores del Espíritu Santo. Son
portadores del Espíritu por su obediencia a Dios y desobediencia a las
autoridades del Templo que les prohíben hablar de la muerte y resurrección de
Jesús. El Testimonio de los Apóstoles, contra la voluntad de las autoridades
del Templo, es además ineludible, porque a Jesús "Dios lo exaltó como Jefe
y Salvador para conceder a Israel la conversión y el perdón de los
pecados" (v. 31).
Hoy
el responsorial es el salmo 29 (Sal 29,2.4-6.11-13). El salmo 29 es un salmo de
acción de gracias por la liberación de un peligro de muerte.
El salmo 29 pertenece a la
categoría de salmos individuales de acción de gracias. La ocasión pudo ser un
peligro grave, posiblemente una enfermedad mortal, de la que escapó el
salmista. Éste expresa su experiencia recurriendo a otros lugares bíblicos,
sobre todo proféticos. La mayor parte de los textos bíblicos están en relación
con el pueblo de Dios. Por lo cual la experiencia personal del salmista es
valedera para todo el pueblo: refleja el destino de Sión. No es extraño que el
judaísmo rezara este salmo con motivo de la «dedicación del templo». En
continuidad con el rabinismo, también nosotros lo rezamos.
El salmo se divide en tres
partes: 1)
Alabanza a Yahvé, que salva de la enfermedad y el abismo (vv. 2-4). 2) Invitación a que
otros le alaben, y aclamación confesional (vv. 5-6). 3) Descripción de
la salvación y de la ayuda, con una alabanza conclusiva.
VV. 2-3. El tema de los
enemigos puede ser real, o puede ser imagen convencional del peligro pasado,
que parece haber sido una enfermedad grave.
Se encuentran alabanzas directas,
invocación y motivación, propias del himno.
"Te ensalzaré, Señor,
porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí."
V. 4. En el sentido de librar
de la muerte en el momento extremo. El abismo es la morada de los muertos, el sheol o seol de los
hebreos. Amplificación y aclaración del motivo de la acción de gracias. Me sanaste: no hay
por qué no entender en sentido propio este verbo. Sacaste mi vida del abismo, o seol: hades, o
lugar de los muertos, en paralelo con tumba o fosa. Sacaste mi vida: no dejaste que
bajara; hipérbole, como la nuestra: «estar con un pie en el sepulcro».
VV. 5-6. La acción de gracias
individual se extiende a otros, transformando la liberación individual en una
doctrina general. La cólera de Dios es su reacción personal frente al pecado.
V. 5.
Fieles suyos:
sus devotos, todo buen israelita, los adoradores, los justos, los siervos de
Yahvé.
V. 6.
Motivo de la invitación y, a la vez, alabanza a Yahvé, corto en el castigo,
largo en la bondad (Is 54,7). Del caso particular al principio, ilustrado y
confirmado con un refrán de filosofía popular: al atardecer nos visita el llanto; por la mañana,
el júbilo: en la tarde pernoctará, como huésped en casa, el llanto,
que se marchará para siempre al siguiente día. El que clamó a Yahvé recibió
ayuda.
VV. 7-11. El salmista cuenta su
propia experiencia a la asamblea, dialogando en voz alta con Dios: la confianza
inicial, la prueba que desconcierta el alma, la súplica agitada ante el peligro
de muerte. Los cambios de la vida son obra de Dios: cuando Él esconde el
rostro, el hombre siente soledad. En el reino de la muerte no hay comunidad de
culto, ni liturgia de alabanza.
V. 12. Hablar directo; términos
metafóricos; beneficio recibido. Sayal
o saco penitencial corresponde a luto
o llanto; fiesta,
a danza. No son festejos tenidos después de un sacrificio.
V. 13.
Termina alabando como empezó (himno), y dando gracias por el beneficio recibido
(eucarístico). Dios
mío: idea muy vétero-testamentaria. El beneficio recibido confirma
en la entrega total a Yahvé, en oposición a los ídolos. Acto de renovada fe y
entrega a Yahvé, que llevarán consigo el cumplir lo que manda Yahvé en sus
preceptos, morales y litúrgicos.
En la segunda
lectura del libro del Apocalipsis ( Ap
5,11-14). Este
texto es puramente doxológico[1] y no
narrativo ni doctrinal.
Continuamos escuchando la «revelación» que tuvo S. Juan en Patmos y que
fue motivada por las condiciones adversas por las que estaban pasando los
cristianos del Asia Menor. El culto imperial, que había comenzado a
desarrollarse en tiempos de Augusto, adquirió proporciones extraordinarias en
el de Domiciano, amenazando con sumergir a todas las cristiandades del Asia.
Los cristianos se opusieron valientemente a dicho culto, por cuyo motivo, Domiciano
desencadenó una cruenta persecución. El Apocalipsis es, pues, un libro de
consolación dirigido a las cristiandades perseguidas por el poder civil.
Tiene como finalidad animar a los fieles y
exhortarles a permanecer firmes en la fe, pone ante sus ojos la perspectiva del
triunfo definitivo de Cristo sobre todos los poderes del mal. Les inculca
reiteradamente la paciencia en las persecuciones y les anima a oponerse
valientemente a la recepción de la «señal» de la Bestia - el poder imperial -,
y a no reconocer su carácter divino. El triunfo de Cristo llegará pronto y los
cristianos verán tiempos mejores. Los himnos de alabanza que entonan los
cristianos que ya han triunfado, en la liturgia celeste, son como la respuesta
a las aclamaciones del culto pagano tributado a los Emperadores. También S.
Juan quiere inculcar a las Iglesias la vigilancia celosa y fiel de la pureza de
la fe, amenazada entonces por diversos errores doctrinales.
El Apocalipsis, según su propio
autor (1, 19), se divide en dos partes: "lo que está sucediendo" y
"lo que va a suceder después".
Dentro de la segunda parte (4,
1-22,5) se inserta este pasaje de la visión inaugural (4, 1-5, 14). La Iglesia
ve en la resurreción de Cristo eso "que va a suceder después", y lo
que va a dar fundamento a la vida cristiana. El relato está lleno de
imaginación apocalíptica (toma las imágenes iniciales de Dan 7,10) que da un
marco literario al triunfo de Cristo. Lenguaje que llenaba de esperanza al
primitivo creyente: el triunfo de Cristo prueba que la vida del cristiano, aun
entre dificultades, tiene una salida airosa.
-"Digno es el Cordero degollado de recibir el
poder...": La visión del Cordero va acompañada de unas aclamaciones
doxológicas. El Cordero ha recibido el libro con los siete sellos y se dispone
a abrirlos: el proyecto salvador de Dios sobre la historia y la humanidad está
en las manos de Cristo. El lo irá revelando y llevando a cabo. La Iglesia
(significada por los ancianos) y toda la creación (significada por los ángeles,
los vivientes y las creaturas del cielo, de la tierra y bajo la tierra),
manifiestan su admiración hacia Cristo, el liberador.
"Al que se sienta en el trono y al Cordero..":
Juan
ve a Cristo junto a Dios en la figura de un cordero: su nombre recuerda, a la
vez, al cordero pascual y al siervo de Dios, que toma sobre sí los pecados del
mundo. Parece degollado (muerte), pero está de pie (resurreción), vivo y
eternamente vivo.
Jesucristo,
el Cordero inmolado, es el único en el cielo y en la tierra que merece recibir
de Dios todo poder. Los coros de los ángeles entonan un cántico de alabanza, y
a ellos se unen todas las criaturas del mundo visible. Toda la creación tributa
un mismo canto a Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero.
Creador
y Salvador son alabados por igual en este himno cósmico. De ahí que el vidente
presenta plásticamente las verdades recogidas en los dos primeros artículos del
símbolo apostólico.
La
fe en Dios creador y en su Hijo salvador. La última palabra en esta alabanza
cósmica la pronuncian los cuatro vivientes. Con su "Amén" se cierra
esta maravillosa liturgia, inmediata cercanía de Dios, allí donde había
comenzado; pero después de haber sido asociadas a la misma fiesta todas las
criaturas.
La
alabanza de los que esperan la salvación, se da conjuntamente a Dios y a
Cristo. Cristo por la resurrección participa de la realeza de Dios Padre. La
creación manifiesta su alabanza con el asentimiento obediente del
"Amén" litúrgico, y la Iglesia, por la adoración.
En esta doxología de cuatro términos, que toda la creación dirige a Dios
y al Cordero, se descubre una clara alusión a las cuatro partes del universo: cielo,
tierra, mar, abismos, o a las cuatro regiones del mundo: norte, sur, este,
oeste. Todas las criaturas alaban a Cristo, en paridad con Dios, como Emperador
supremo de todo el universo regenerado. A la aclamación de toda la creación se
unen los cuatro vivientes, diciendo: Amén (v.14). Estos, que habían dado
la señal para entonar los cánticos de alabanza, dan ahora su solemne amén de
aprobación a la aclamación cósmica universal. Los ancianos también se postran
en profunda adoración. Y de este modo forman como un todo único los seres de la
creación, para tributar homenaje de obediencia y alabanza a Dios y a su Hijo
Jesucristo.
Continuamos con el evangelista san Juan (Jn
21,1-19). El
tema de "el tercer domingo de Pascua, tercera aparición del
Resucitado".
Se
nos narra la relación entre el Señor y los discípulos. Es una relación en dos
momentos: primero, les indica cómo pescarán; después, les prepara el almuerzo.
También hay dos momentos en la situación de los personajes: los discípulos en
el mar y Jesús en la playa, en un primer momento; después, todos en la playa,
con los peces que han pescado los discípulos, comiendo de lo que el Señor les
da. Dos momentos, aún, en el reconocimiento del Señor: empieza el discípulo con
la afirmación de la fe y terminan todos sin necesidad de preguntar, porque
"sabían bien que era el Señor".
El
texto pertenece al último capítulo del cuarto Evangelio. El capítulo 21 del
Evangelio según San Juan está cargado de simbolismo.
Los
discípulos están juntos. Forman comunidad. Se nombra, en primer lugar, a Simón
Pedro, que será figura central en este episodio y en la continuación del
relato. Se nombra también a Tomás, que había pasado de la incredulidad a la
adhesión incondicional a Jesús y se vuelve a traducir su nombre: el Mellizo. El
tercer discípulo nombrado es Natanael. No había aparecido en el evangelio desde
la escena de su llamada. Es la figura de Israel fiel a las promesas que esperaba
el Mesías. Son siete los discípulos presentes. No se hace alusión a los doce.
Doce es el número que señala a la comunidad en cuanto heredera de las promesas
de Israel. Ahora la comunidad está representada por otro número: el siete, el
de la totalidad, que, referido a pueblos, indica la totalidad de las naciones y
hace, por tanto, referencia directa a los paganos. Es ahora la comunidad de
Jesús en cuanto abierta a todos los hombres, a los que estaba destinado su
mensaje. La nueva comunidad, que ha reconocido su origen en el antiguo Israel
de las promesas, renuncia a todo particularismo y reconoce su misión universal.
"Simón Pedro les dice: Me voy a pescar. Ellos
contestan: vamos también nosotros contigo". Bajo la imagen de la pesca
se representa la misión de la comunidad.
"Salieron y se embarcaron; y aquella noche no
cogieron nada". Esta precisión temporal "aquella noche", es
de gran importancia para comprender la escena. Esta mención de la noche, en
relación con el trabajo de los discípulos, está en relación con estas palabras
de Jesús: "tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado
mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy
en el mundo, soy luz del mundo" (Jn 9, 4-5). La noche significa, por
tanto, la ausencia de Jesús, luz del mundo, que hace infecundo todo
trabajo.
"Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se
presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús".
La llegada de la mañana coincide con la presencia de Jesús. Continúa el
lenguaje comenzado con la mención de la noche; Jesús es luz del mundo, su
presencia es el día que permite trabajar realizando las obras del Padre (9, 4).
"Jesús les dice: Muchachos ¿tenéis pescado?
Ellos contestaron: no".
"El
les dice: echad la red a la derecha de la
barca y encontraréis. La echaron, y no tenían fuerzas para sacarlas, por la
multitud de peces".
La
obediencia a la palabra de Jesús, la fidelidad a su mensaje, es la condición
necesaria para que el trabajo apostólico tenga fruto. "Y aquel discípulo a
quien Jesús quería le dice a Pedro: Es el Señor". Es el discípulo que
sigue a Jesús y vive con él. Ante la misma pesca, él descubre la presencia del
Señor y Pedro no. Solamente el que tiene experiencia del amor de Jesús sabe
leer las señales. Este discípulo sabe que la fecundidad de la misión es señal
de que Jesús está presente.
"Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que
estaba dormido, se ató la túnica y se echó al agua". Pedro no había
descubierto que la causa de la fecundidad apostólica era la obediencia a la
palabra de Jesús, pero al oír lo que le dice el otro discípulo, comprende. Para
indicar el cambio de actitud de Pedro, el autor utiliza un lenguaje simbólico
sumamente denso.
En
primer lugar, hay un juego de vestido-desnudez; en segundo lugar, la acción de
tirarse el agua. La desnudez de Pedro indica que carece del vestido propio del
discípulo. "Se ciñó la túnica". Juan emplea la misma expresión de la
cena, cuando Jesús se ató el paño que significaba su servicio hasta la muerte. Se ata aquella prenda como Jesús se había
atado el paño para servir. Y para expresar su disposición a dar la vida, se
tira al agua. Muestra estar dispuesto al servicio total hasta la muerte. Pedro
es el único que se tira al mar, por ser el único que ha de rectificar su conducta
anterior; los demás no habían resistido como él el amor de Jesús ni lo habían
negado.
"Al saltar a tierra, ven unas brasas con un
pescado puesto encima y pan". En la tierra, lo primero que ven es la
comida que Jesús ha preparado, expresión de su amor a ellos. Jesús sigue siendo
el amigo que se pone al servicio de los suyos. La eucaristía es el don de Jesús
a sus amigos. El pan de vida es su carne, dada para que el mundo viva. Ese es
el alimento que ahora ofrece. Después de haber dado su vida, puede dar su pan,
que es él mismo.
"Jesús les dice: traed de los peces que acabáis de coger". 153 peces, número de especies distintas de peces conocidas
por ellos, expertos pescadores.
"Jesús les dice: vamos, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a
preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Esta fue la tercera
vez que Jesús se apareció a los discípulos". La definitiva, la que va
a durar para siempre. Por eso, esta manifestación es modelo para la vida de la
comunidad. Esta tercera vez es todo un programa para la vida de la comunidad en
su misión en el mundo y en la eucaristía.
El alimento que ven y que Jesús
ha preparado es distinto del que ellos han obtenido por indicación suya. Este
último es fruto de su trabajo, el que encuentran preparado es don gratuito.
Existen, por tanto, dos alimentos: el que da directamente Jesús, y el que se
obtiene respondiendo a su mensaje.
Fijémonos en los personajes
principales del texto.
El
primero es Pedro. Este capítulo final, está anunciado desde el cap. 13, cuando
a un Pedro rebelde le dice Jesús: "Lo
que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde". El
texto de hoy recoge ese "más tarde", poniendo final a una historia
imperfecta de Pedro. Esta historia guarda relación con el seguimiento. El término
aparece explícito en el último versículo en forma de invitación: Sígueme. Jesús
había cuestionado el seguimiento de Pedro en un diálogo mantenido con él en Jn.
13, 36-38. Los hechos le iban a dar la razón: Pedro negará tres veces ser
discípulo, es decir, seguidor de Jesús (cfr. Jn 18, 15-18. 25-27). El diálogo entre Jesús y Pedro está montado sobre esta
triple negación, ahora, Jesús ya no cuestiona el seguimiento de Pedro.
La
escena narrada pone de manifiesto la
sinceridad y totalidad de su seguimiento actual. Apenas oye Pedro que el
desconocido de la orilla es el Señor, se ciñe y se lanza al agua en pos de él.
El término ceñirse (traducción litúrgica, atarse) está intencionadamente usado
en la escena de la barca, preparando las palabras finales de Jesús a Pedro
sobre el ceñimiento voluntario e impuesto. Como intencionada es la mención de
las brasas preparadas por Jesús y que recuerdan, por contraste, las brasas de
las negaciones, cuando Pedro se calentaba del frío reinante. Al calor de las
brasas de Jesús comprende Pedro su programa de vida. En su último ejemplo de
magisterio y señorío, Jesús ha preparado una comida, que él mismo distribuye.
Pedro,
el que por tres veces le negó, no duda ni por un momento en ir a su encuentro.
Él sabía que el Señor le amaba más que lo suficiente para perdonarle su pecado.
Esa era la diferencia respecto de Judas. Éste huyó de Jesús, no creyó posible
el perdón para su traición. Pedro es cierto que lloró amargamente su pecado.
Pero sabía que el Maestro le volvería a perdonar. Quien le había enseñado a
perdonar siete veces siete, bien podría perdonarle a él. Y no se equivocó. El
Señor le acoge con el mismo cariño de siempre, le mira con la misma profunda
mirada, con la misma comprensión de antes.
Lo
que quizá no imaginaba Pedro es que el perdón de Jesús iba a ser tan grande,
que todo sería lo mismo que antes. Lo lógico hubiera sido que el primer puesto
lo ocupara otro que lo mereciera más que él, otro que al menos no hubiera
renegado de su Maestro hasta jurar que no le conocía. Sin embargo, Jesús le
vuelve a encomendar el cuidado de su rebaño, le entrega otra vez el poder de
regir a su Iglesia, la misión excelsa de ser su vicario en la tierra, el que
haga sus veces cuando él se marche a los cielos. Al mismo tiempo le profetiza
las dificultades que ese papel entraña. Llegará el momento en que le
perseguirán y el encarcelarán, le calumniarán y le maltratarán, lo llevarán
maniatado adonde él no quisiera ir, le crucificarán en una de las colinas de
Roma.
El otro protagonista es el
discípulo a quien Jesús amaba. Una vez más destaca este discípulo como el que
reconoce de inmediato a Jesús, aspecto este en el que supera a Pedro, aquí y en
todos los pasajes en los que ambos aparecen juntos, El enigma de este discípulo
estriba en que nunca se le menciona por su nombre. La identificación
tradicional con Juan resulta francamente frágil y problemática. Indicios
internos, sacados del propio Evangelio, favorecen incluso una identificación
cambiante, según las escenas en que se le menciona. Ello explicaría la ausencia
de nombre propio.
De este discípulo lo importante
no es la identidad personal, sino su función: sintonizar con Jesús, conocerle.
Esta función no es exclusiva de una persona (de ahí la ausencia de un nombre
propio), a diferencia de la de Pedro, que sí lo es. Discípulo preferido de
Jesús es todo creyente en él.
Para nuestra vida
La
Pascua de Jesús es la esencia del ser cristiano. Los fieles necesitamos ser
familiarizados con el Misterio de la Pascua. Como cristianos, llamados a ser testigos,
debemos adquirir una comprensión más profunda de la Resurrección como realidad
de salvación personal y desde allí, salvación comunitaria. Una fe cristiana sin
los contenidos de la Resurrección es una fe vacía y sin compromiso de vida. La
Pascua es la verdadera fuente y el origen de nuestra vida religiosa. La Pascua
es una oportunidad única para ahondar en nuestra realidad de bautizados. Es
llegar al fondo del ser. Vivir el Misterio de la Resurrección es vivir en mí
mismo que una realidad nueva, de vida, se ha apoderado de mí. Fieles a la
Pascua, a la Resurrección, a la Vida.
La primera
lectura es un testimonio de fidelidad en el anuncio del evangelio. El texto nos
muestra a un San Pedro fortalecido, ya después de Pentecostés, sin miedo
alguno, cumpliendo su “Señor,
Tú sabes que te amo”, entregándose a los designios divinos y
realizando su misión de Pastor, respondiendo al jefe religioso de los judíos,
el Sumo Sacerdote, que presidía el Sanedrín, organismo máximo de justicia civil
y de asuntos religiosos en Israel.
" Pedro
y los apóstoles replicaron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Este es un
principio universal que nos parece evidente a todas las personas religiosas,
pero no es fácil saber en cada momento discernir cuándo lo que nos manda Dios
es distinto de lo que nos mandan los hombres. Lo que los apóstoles estaban
haciendo cuando les encarcelaron era predicar el evangelio de Jesús y la buena
nueva de la salvación. Ese era el mandato que Jesús les había dado antes de
ascender a los cielos: id al mundo entero y predicad el evangelio.
Una vez más
están frente al Sanedrín, ante el Tribunal Supremo de justicia de Israel. Y no
será la última. Ya lo había dicho el Señor: "Os llevarán a los tribunales
por mi nombre. No temáis, no penséis qué habéis de contestar. Yo estaré muy
cerca, el Espíritu contestará por vosotros".
Es claro, se ve palpablemente
que estos hombres tienen una nueva fuerza desconocida, no hay manera de
hacerlos callar. Y hablan, nada menos de que Jesús de Nazaret ha resucitado, de
que es el Mesías prometido por los profetas, de que han crucificado al que
había de venir, al Cristo de Dios, al Ungido, al Rey de Israel. Estas palabras
sacuden sus conciencias dormidas. Azotaron a los Apóstoles, les prohibieron
hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. Creyeron que aquel duro castigo
sería suficiente para callarlos, una mordaza para sus bocas. Pero se
equivocaron. Los Apóstoles, azotados y doloridos, caminaban, sin embargo,
contentos, rebosantes de gozo por haber sufrido aquello por amor de Cristo.
Esta
situación vivida por los Apóstoles se repetirá a lo largo de toda la historia
del Cristianismo. Muchas veces el Testimonio Apostólico sobre la muerte y
resurrección de Jesús entra en conflicto con las "autoridades del
Templo". En estas situaciones la obediencia a Dios se impone contra la
voluntad del Templo. Son los Testigos los portadores del Espíritu de Dios y es
a ellos que debemos escuchar.
La
Iglesia desde el principio aparece como signo de contradicción, por eso es
perseguida. El anuncio valiente del Evangelio puede acarrear persecución por
parte de los poderes de este mundo, pero está claro que "hay que obedecer
a Dios antes que a los hombres". Si la Iglesia se acomodase a este mundo
perdería el sentido de su ser. Sólo si presenta con valentía el anuncio gozoso
y liberador del Evangelio se identificará con el Cordero Pascual, Jesucristo
muerto y resucitado que se entrega por nosotros. Los testimonios de los
mártires de hoy son impresionantes. Cristianos asesinados en Pakistán, Siria,
Irán, La India. Ellos son testigos auténticos de Cristo resucitado. Pidamos por
ellos para que se mantengan firmes en la fe y dejen de ser perseguidos por
llevar el nombre de cristianos. Viendo nuestra realidad actual hemos de
reconocer que nosotros tenemos mucho que aprender de ellos.
El salmo de
hoy nos invita a una continua acción de gracias a Dios, "Te ensalzaré; Señor, porque me has
librado" . Su acción
es siempre muy superior a nuestros merecimientos. Demos hoy cada uno de
nosotros gracias a Dios por todos aquellos momentos en los que nos hemos
sentido librados de algún peligro por el Señor.
Dios
siempre salva a los que confían en él, aunque a veces permita la persecución, y
hasta la muerte, de los que le aman. Seguro que todos nosotros tenemos
experiencia de algunos momentos en los que el Señor nos ha librado de algún
peligro, físicos y espirituales. El salmo hoy nos invita a una profunda acción de gracias elevada a Dios desde el corazón de quien
reza, después de desvanecerse en él la pesadilla de la muerte. Este es el
sentimiento es el que resuena en nuestros oídos y en nuestros corazones. Esta
actitud de gratitud se expresa en una serie de contrastes que expresan de
manera simbólica la liberación obtenida gracias al Señor.
Así
al descenso «a la fosa» se le opone la salida «del abismo» (versículo 4); a su
«cólera» que «dura un instante» le sustituye «su bondad de por vida» (versículo
6); al «lloro» del atardecer le sigue el «júbilo» de la mañana (ibídem); al
«luto» le sigue la «danza», al «sayal» luctuoso el «vestido de fiesta»
(versículo 12).
Pasada,
la noche de la muerte, surge la aurora del nuevo día. Por este motivo, la
tradición cristiana ha visto este Salmo como un canto pascual. Lo atestigua la
cita de apertura que la edición del texto litúrgico de las Vísperas toma de una
gran escritor monástico del siglo IV, Juan Casiano: «Cristo da gracias al padre
por su resurrección gloriosa».
Así
comenta San Juan Pablo II este salmo: " 1. El orante eleva a Dios, desde lo más
profundo de su corazón, una intensa y ferviente acción de gracias porque lo ha
librado del abismo de la muerte. Ese sentimiento resalta con fuerza en el salmo
29, que acaba de resonar no sólo en nuestros oídos, sino también, sin duda, en
nuestro corazón.
Este himno de gratitud revela
una notable finura literaria y se caracteriza por una serie de contrastes que
expresan de modo simbólico la liberación alcanzada gracias al Señor. Así,
«sacar la vida del abismo» se opone a «bajar a la fosa» (cf. v. 4); la «bondad
de Dios de por vida» sustituye su «cólera de un instante» (cf. v. 6); el
«júbilo de la mañana» sucede al «llanto del atardecer» (ib.); el «luto» se convierte en
«danza» y el triste «sayal» se transforma en «vestido de fiesta» (v. 12).
Así pues, una vez que ha pasado
la noche de la muerte, clarea el alba del nuevo día. Por eso, la tradición
cristiana ha leído este salmo como canto pascual. Lo atestigua la cita inicial,
que la edición del texto litúrgico de las Vísperas toma de un gran escritor
monástico del siglo IV, Juan Casiano: «Cristo, después de su gloriosa
resurrección, da gracias al Padre».
2. El orante se dirige
repetidamente al «Señor» -por lo menos ocho veces- para anunciar que lo
ensalzará (cf. vv. 2 y 13), para recordar el grito que ha elevado hacia él en
el tiempo de la prueba (cf. vv. 3 y 9) y su intervención liberadora (cf. vv. 2,
3, 4, 8 y 12), y para invocar de nuevo su misericordia (cf. v. 11). En otro
lugar, el orante invita a los fieles a cantar himnos al Señor para darle
gracias (cf. v. 5).
Las sensaciones oscilan
constantemente entre el recuerdo terrible de la pesadilla vivida y la alegría
de la liberación. Ciertamente, el peligro pasado es grave y todavía causa
escalofrío; el recuerdo del sufrimiento vivido es aún nítido e intenso; hace
muy poco que el llanto se ha enjugado. Pero ya ha despuntado el alba de un
nuevo día; en vez de la muerte se ha abierto la perspectiva de la vida que
continúa.
3. De este modo, el Salmo
demuestra que nunca debemos dejarnos arrastrar por la oscura tentación de la
desesperación, aunque parezca que todo está perdido. Ciertamente, tampoco hemos
de caer en la falsa esperanza de salvarnos por nosotros mismos, con nuestros
propios recursos. En efecto, al salmista le asalta la tentación de la soberbia
y la autosuficiencia: «Yo pensaba muy seguro: "No vacilaré jamás"»
(v. 7).
Los Padres de la Iglesia
comentaron también esta tentación que asalta en los tiempos de bienestar y
vieron en la prueba una invitación de Dios a la humildad. Por ejemplo, san
Fulgencio, obispo de Ruspe (467-532), en su Carta 3, dirigida a la religiosa
Proba, comenta el pasaje del Salmo con estas palabras: «El salmista confesaba
que a veces se enorgullecía de estar sano, como si fuese una virtud suya, y que
en ello había descubierto el peligro de una gravísima enfermedad. En efecto,
dice: "Yo pensaba muy seguro: No vacilaré jamás". Y dado que al decir
eso había perdido el apoyo de la gracia divina, y, desconcertado, había caído
en la enfermedad, prosigue diciendo: "Tu bondad, Señor, me aseguraba el
honor y la fuerza; pero escondiste tu rostro, y quedé desconcertado".
Asimismo, para mostrar que se debe pedir sin cesar, con humildad, la ayuda de
la gracia divina, aunque ya se cuente con ella, añade: "A ti, Señor,
llamé; supliqué a mi Dios". Por lo demás, nadie eleva oraciones y hace
peticiones sin reconocer que tiene necesidades, y sabe que no puede conservar
lo que posee confiando sólo en su propia virtud» (Lettere di San Fulgenzio di Ruspe, Roma 1999, p.
113).
4. Después de confesar la
tentación de soberbia que le asaltó en el tiempo de prosperidad, el salmista
recuerda la prueba que sufrió a continuación, diciendo al Señor: «Escondiste tu
rostro, y quedé desconcertado» (v. 8).
El orante recuerda entonces de
qué manera imploró al Señor (cf. vv. 9-11): gritó, pidió ayuda, suplicó que le
librara de la muerte, aduciendo como razón el hecho de que la muerte no produce
ninguna ventaja a Dios, dado que los muertos no pueden ensalzarlo y ya no
tienen motivos para proclamar su fidelidad, al haber sido abandonados por él.
Volvemos a encontrar esa misma
argumentación en el salmo 87, en el cual el orante, que ve cerca la muerte,
pregunta a Dios: «¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia o tu fidelidad en
el reino de la muerte?» (Sal 87,12). De igual modo, el rey Ezequías, gravemente
enfermo y luego curado, decía a Dios: «Que el seol no te alaba ni la muerte te
glorifica (...). El que vive, el que vive, ese te alaba» (Is 38,18-19).
Así expresaba el Antiguo
Testamento el intenso deseo humano de una victoria de Dios sobre la muerte y
refería diversos casos en los que se había obtenido esta victoria: gente que
corría peligro de morir de hambre en el desierto, prisioneros que se libraban
de la condena a muerte, enfermos curados, marineros salvados del naufragio (cf.
Sal 106,4-32). Sin embargo, no se trataba de victorias definitivas. Tarde o
temprano, la muerte lograba prevalecer.
La aspiración a la victoria, a
pesar de todo, se ha mantenido siempre y al final se ha convertido en una
esperanza de resurrección. La satisfacción de esta fuerte aspiración ha quedado
garantizada plenamente con la resurrección de Cristo, por la cual nunca daremos
gracias a Dios suficientemente". (San
Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 12 de mayo de 2004]
La segunda
lectura tomada del Apocalipsis,
En el
fragmento de hoy, contemplamos al Cordero, aparece aquí como imagen del siervo
de Yahvé y, por extensión, imagen del Jesús Pascual. Asistimos ahora a la
entronización solemne del Cordero, el único que puede mirar de hito en hito «al que está sentado en el trono» y
recibir de sus manos el libro.
Se
entrega el libro sellado al Cordero para que revele el contenido que nadie era
digno de leer y toda la corte celestial prorrumpe en el himno de alabanza y
adoración. La atención se centra en el Cordero. Al coro de los ancianos sigue
el de los ángeles. Millares y millones era la fórmula o número más grande al
que recurría la antigüedad para hacer cálculos. Aquí indica una multitud
inmensa al igual que en Dn 7,10.
Ante
la corte celestial se proclama el poder, la dignidad y la plena soberanía del
vencedor que se extiende más allá del círculo celestial. La creación en todos
sus sectores, diferenciados por las criaturas que hay en el cielo, en la
tierra, bajo la tierra y en el mar, participan en la alabanza a Dios, al que
está sentado en el trono, al Cordero. La doxología partiendo de la creación
penetra en la esfera celeste y llega al trono y la creación incontaminada en
los cielos responde: "Amén".
La escena
que se nos presenta, incluye a Cristo, el Cordero que ha sido degollado, y que
recibe juntamente con el libro, el homenaje y el dominio de toda la creación.
Es muy significativo que la alabanza de toda la creación vaya dirigida a Dios y
al Cordero, indivisiblemente unidos. San Juan junta las criaturas materiales
con los ángeles en la glorificación del Cordero redentor, a quien atribuyen la
bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos (ν.13).
La liturgia cósmica que se
celebra consiste en un cántico nuevo. Es el canto de la Jerusalén del cielo. La
pieza, de tres partes, está escrita rítmicamente en forma de himno. En el
relato se va ampliando el círculo de los que rinden alabanza: los veinticuatro
ancianos, la multitud de los ángeles y todo lo creado (que, según los
conocimientos cosmológicos de la época, se divide en cielo, tierra-mar y
abismo). Finalmente, las plegarias son recogidas por los cuatro vivientes en un
rotundo «amén». La aflicción del profeta ha desaparecido. El que cree que Jesús
es el Señor no desfallece. El Espíritu, enviado por Jesús y presente en toda la
tierra, es su firme garantía.
El texto nos recuerda que en
este tiempo de Pascua, nuestra actitud debe ser de alabanza, nosotros también debemos de alabar a Jesús,
el cordero pascual, de quien ha nacido la Iglesia de la que todos nosotros
formamos parte. Tratemos de ser nosotros mansos y humildes como Jesús, y rindámosle el homenaje de nuestra
devoción, acción de gracias y de nuestro amor.
En el
evangelio nos hemos encontrado con que los discípulos de Jesús se habían pasado
la noche en el lago bregando como expertos pescadores que eran y no habían
pescado nada, pero cuando se dejan guiar por el Maestro
recogen tal cantidad de peces que las redes se rompían.
El
evangelista san Juan da a este relato de la pesca milagrosa una intención
teológica que va bastante más allá de lo que es puramente hecho histórico, a
nosotros nos sirve ya que lo que quiere decir a sus lectores el evangelista
es que si la Iglesia cristiana no se
deja guiar por Jesús pierde eficacia y autenticidad y puede llegar a ser más
que signo del reino de Dios, contra-signo. El vencedor de la muerte dice a sus
discípulos "echad la red". Los siete discípulos representan a toda la
Iglesia, que debe dar testimonio de su fe; los 153 peces quizá simbolicen el número
de naciones conocidas entonces, porque a todos se les anuncia la Buena Noticia.
La cercanía de Cristo es necesaria para la Iglesia en general, y para cada uno
de nosotros en particular y de cada uno de los grupos y comunidades cristianas
que formamos el conjunto de la Iglesia cristiana. Cuanto más apartados vivamos
del evangelio de Jesús, más contra-signo de su reino seremos y no podremos ni
nosotros mismos considerarnos Iglesia nacida de Jesús.
El evangelio
nos sitúa ante uno de los dramas que estamos padeciendo, a nivel espiritual, es
que nunca la Iglesia, los sacerdotes o los agentes de pastoral hemos empleado
tantos medios y esfuerzos para incentivar el aprecio por las cosas de Dios.
Hoy, con el evangelio en la mano, el Señor nos dice que no nos agobiemos por la
ausencia de frutos. Tal vez, aunque nos cueste admitirlo, el tiempo de Dios es distinto al nuestro. Nuestras
horas son de sesenta minutos, nuestros años de 365 días pero, tal vez, Dios no
cuenta los segundos como nosotros ni pasa las hojas del calendario como
nosotros pretendemos. La Pascua, la resurrección de Cristo, nos invita a una
obediencia y confianza absoluta en el Padre. Toda la pesca no está alcance de
nuestra mano ni todos los océanos son tan superficiales como quisiéramos para llegar
hasta el fondo de los mismos: las personas.
El proceso relatado en el
evangelio, presenta para nosotros la relación entre el Resucitado y su Iglesia.
El resucitado, según la promesa realizada, está con sus discípulos, pero de un
modo nuevo en comparación con su presencia histórica: está en la playa, sin que
las acometidas del mar le puedan afectar; y pese a todo dirige la
"pesca". No es suficiente, para una buena pesca, la decisión de Pedro
y las ganas de los demás discípulos; es el Señor que ordena -que da misión-
cómo debe pescarse. El esfuerzo será de los discípulos.
Fijémonos hoy
en los apóstoles, ellos como nosotros en algunos momentos, estaban a punto de
renunciar a todo. La pesca había sido infructuosa, decepcionante. Se sentían
abandonados y desconcertados. Sólo, cuando apareció el resucitado, el panorama
cambió. Que también nosotros, lejos de abandonar cuando el horizonte es oscuro,
imploremos, recemos y miremos al cielo buscando la mano siempre tendida de
Jesús que sale en los momentos más amargos de fracaso, tristeza y dolor.
Hagamos
un responsable examen de conciencia
sobre este punto, cada uno de nosotros en particular y cada uno de los grupos y
comunidades que formamos el conjunto de lo que llamamos Iglesia .
¿Podemos hoy
nosotros, cristianos en siglo XXI,
decirle al Señor que sí lo amamos, que sí nos entregamos a El y a su Voluntad
... sea cual fuere? ¿Sea que nos quiera hacer pastores o que nos quiera hacer
ovejas fieles? ¿Sea que dejemos aquel pecado al que estamos apegados y que no nos
deja libres para seguirle ... sea que le sigamos con esa cruz que nos es pesada
porque no la hemos abrazado como El abrazó la suya?
¿Podremos
responderle como Pedro: tres veces, sí te amo, Señor? ¿Nos entristecemos como
Pedro por tantas veces que hemos entristecido a Jesús? ¿Tememos que nuestro sí
no sea tan seguro, porque podríamos repetir los pecados ya confesados? ¿Tenemos
miedo de prometer como Pedro que nunca negaría al Señor y que estaba dispuesto
a morir con El, y no cumplir?
Puede ser,
porque sabemos que nuestro sí de hoy no es garantía segura, pues somos débiles,
pero confiando en la gracia divina y realmente queriendo ser fieles a Dios, la
guerra está ganada, aunque perdamos una que otra batalla, en la lucha contra el
pecado.
Y recordemos
que el Señor no espera que seamos impecables sino que, confiados en El,
pongamos todo nuestro deseo y volvamos a El cada vez que perdamos una batalla
contra el pecado, acogiéndonos a su Misericordia Infinita en el Sacramento de
la Confesión.
Sobre todo, tengamos muy en
cuenta que, en la lucha contra las tentaciones, no podemos confiar en nosotros
mismos. Nos puede suceder como a Pedro. En realidad, no podemos confiar en
nosotros mismos para nada. Siempre orar, pero más que nunca en la tentación. “El que ora se salva y el que no ora se
condena” (San Alfonso María de Ligorio).
Fijémonos en el comentario que
hace San Agustín a este relato de la pesca milagrosa: "Centrad vuestra
atención ahora en la otra pesca, la que se ha leído hoy. Tuvo lugar después de
la resurrección del Señor, para dar a entender cómo será la Iglesia después de
nuestra resurrección. Echad -les
dijo- las redes a la derecha5. Ahora, pues,
se ocupa sólo del número de los que estarán a la derecha. Recordáis que el
Señor anunció que vendría en compañía de los ángeles y que en su presencia se
congregarían todos los pueblos. Él los separará como el pastor separa las
ovejas de los cabritos, colocando aquéllas a su derecha y éstos a su izquierda.
A las ovejas dirá: Venid, recibid el
reino; a los cabritos: Id al
fuego eterno6. Echad las redes a la derecha: como si
dijera: «Ya he resucitado; quiero mostrar cómo será la Iglesia al final de los
tiempos. Echad las redes a la derecha».
Echaron las redes a la derecha y no podían subirlas a la barca debido a la
cantidad de peces. También en la primera pesca se habla de una gran cantidad,
pero aquí se da un número fijo; se indica la cantidad y la calidad, a
diferencia de la otra, que no precisa número. En el tiempo presente, antes de
que llegue la resurrección y la separación de buenos y malos, se cumple lo que
dice el profeta: Hice el anuncio y
hablé.¿ Qué significa eso? He echado las redes. ¿Y qué pasó? Se multiplicaron por encima del número7. Hay un
número, y los hay que exceden del número. El número se refiere a los santos que
han de reinar con Cristo; los que exceden el número pueden entrar ahora en la
Iglesia, pero no en el reino de los cielos.
3. Por ello, os
exhorto a que os liberéis del mundo presente, que es malo. Por ello os
amonesto: quienes queréis vivir no imitéis a los malos cristianos. No digáis:
«¿Cómo? ¿No está bautizado fulano que se embriaga? ¿Cómo? ¿No está bautizado
aquel que tiene concubinas? ¿No está bautizado aquel otro que comete fraudes a
diario? ¿No está bautizado el otro que consulta a los astrólogos?». Los que
ahora queráis ser grano, entonces os encontraréis en el muelo; pero los que
queráis ser paja os encontraréis en la gran parva, mas para ser presa de un
gran fuego.
3. ¿Entonces, pues? Arrastraron
-dice- las redes hasta la
orilla8. Pedro
arrastró las redes hasta la orilla; acabáis de escucharlo cuando se leyó el
evangelio. Cuando oyes hablar de orilla, piensa en el límite del mar, y cuando
escuchas «límite del mar», entiende el fin del mundo presente. En la primera
pesca no se arrastraron las redes hasta la orilla, pues los peces capturados se
amontonaron en las barcas. En ésta, en cambio, las arrastraron hasta la orilla.
Espera el fin del mundo, fin que ha de llegar para bien de los que estén a la
derecha y mal de los que estén a la izquierda. ¿Cuántos fueron los peces? Arrastraron -dice- las redes, que contenían ciento cincuenta y
tres peces. Y el evangelista añadió algo muy importante: Y, a pesar de su tamaño, es decir, de
ser tan grandes, no se rompió la red9. Serán
grandes, pero no habrá herejías, y no habrá herejías precisamente porque serán
grandes. ¿Quiénes son grandes? Lee las palabras del Señor en el evangelio y
encontrarás quiénes lo son. Dice, en efecto, en cierto lugar: No vine a abrogar la ley y los profetas,
sino a cumplirla" . (San Agustín. Sermón 251. La pesca milagrosa).
La experiencia
pascual de los discípulos llega hasta el cristiano de hoy en un contexto de
Iglesia. En el texto hay una alusión a la comida eucarística (cf. 6, 1-13), ya
que aquí Jesús no come nada, sino que distribuye el pan y el pescado. Los
discípulos quedan invitados a participar del alimento que les ofrece el Señor
resucitado. La celebración de la comida eucarística, eucaristía de culto y
eucaristía de vida, es para el cristiano el lugar cumbre de la vivencia de la
resurrección.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
[1]
Doxología es
alabanza, reconocimiento de adoración por lo que Dios es o lo que Dios hace. Ni
siquiera es, explícitamente, acción de gracias. Es una característica de la
auténtica actitud religiosa, del hombre confrontando y percibiendo la realidad
de Dios en su vida. Lo posterior proviene de aceptar este comienzo.
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