Comentario a las lecturas del domingo
XVIII del Tiempo Ordinario 2 de agosto
de 2020
La primera lectura del
libro de Isaías (Is 55, 1-3). presenta tema de la eficacia de la palabra divina, ilumina
la lectura litúrgica de hoy.
Todo el poema intenta levantar
los ánimos de los desterrados con la esperanza de la inminente vuelta del
destierro. Ante la pertinaz incredulidad de su gente, el poeta se ve obligado a
recurrir a la palabra de Dios (cap. 55): el Señor siempre cumple sus promesas
(40. 8), su palabra se realiza (55. 4), nunca vuelve vacía (45. 23).
La imagen de los vv. 1-3 es
sumamente sencilla. Un vendedor ambulante ofrece su mercancía, trigo, agua,
vino y leche, a hombres hambrientos y sedientos (v. 1). Esos productos
alimenticios no están reservados a ricos y poderosos sino a todo ser humano, ya
que son absolutamente gratuitos; el único requisito exigido es tener ganas de
comer y beber.
Y esta imagen tan sencilla está
cargada de un profundo significado:
-El vendedor es el profeta que
habla en nombre de Dios. El producto que ofrece es de tal calidad que no se le
puede poner precio. Por eso es gratuito.
-Los hambrientos y sedientos
son los exiliados, todos ellos privados del alimento primordial de la libertad.
¿Dónde encontrar ese alimento? Los exiliados andan un tanto despistados y
tratan de comer y de beber algo que nunca puede calmar su hambre y su sed:
"¿por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no
da hartura?" (v. 2).
Resecos por la aridez del
camino intentan buscar fuentes, pero no las encuentran... Sólo el Señor es el
verdadero aljibe, sin agrietar, de aguas cristalinas (/Jr/02/13) que son
capaces de empapar la tierra sedienta y hacerla germinar (55.10ss). Sólo Dios
es el que puede derramar su agua sobre todo lo sediento y vivificarlo. Y el
agua que da vida a lo reseco es símbolo del espíritu o aliento divino que
reanima al pueblo deportado (cf. el paralelismo existente en 44. 3: "derramar agua sobre los sedientos"=
"derramar mi aliento sobre tu estirpe").
El trigo evoca no un pan
cualquiera sino el pan de la palabra divina: "...el hombre no vive sólo de
pan sino de todo lo que sale de la boca de Dios" (Dt 8. 3; Mt 4. 4). Por
haber despreciado tantas veces este pan de la palabra, Amós nos recriminará:
"Mirad que llegan días... en que
enviaré hambre al país: no hambre de pan, sino de oír la palabra del Señor"
(8. 11).
-El vino y la leche, alimentos
a los que se compara la palabra de Dios son enumerados con mucha frecuencia en
la Biblia como bienes elementales e insuperables.
-El profeta nos invita a
participar en el banquete de esta palabra, fuente de vida, en acudir al Señor
(cf. paralelismo entre "acudid por
agua":v. 1 y "venid a mí":
v. 3a). El bien que se ofrece es gratuito, la liberación del pueblo (52. 3). Si
el ser humano se abre escuchando la palabra (v. 3A) obtendrá la vida
"Oíd, sedientos todos, acudid por agua...": Los invitados son
todos, pero les falta una condición: deben tener sed de Dios. La invitación se
dirige a los que se sienten pobres, a los que no buscan la salvación en los
bienes materiales. Los tiempos mesiánicos de la salvación son presentados
mediante imágenes del primer Éxodo: el agua que brota en el desierto, la tierra
prometida que mana leche, el banquete pascual que inauguró la liberación de
Egipto, el que selló la alianza en el monte Sinaí..., y el vino, signo de la
abundancia del tiempo mesiánico en la predicación profética. Notemos que
encontraremos el uso de estos temas en el NT.
-"Inclinad el oido, venid a mi: escuchadme y viviréis": El
primer anuncio de la Jerusalén mesiánica termina con una invitación que
recuerda el tono de la predicación del Deuteronomio. Israel debe escuchar a
Dios, pues encontrará en su palabra la fuente de vida, los beneficios de la
Alianza. Aquí el profeta toma como punto de referencia la alianza hecha con
David. ¿Por qué? El hecho de que, precisamente, después del destierro no haya
una continuidad dinástica de la monarquía davídica, y la expresión
"sellaré con vosotros alianza perpetua", hacen pensar en una visión
de la Alianza como don unilateral y gratuito de la salvación de parte de Dios.
El salmo responsorial es el salmo 144 (Sal 144,
8-9. 15-16. 17-18)
El salmo 144 (145 en la numeración
hebrea de nuestras Biblias) constituye una alabanza continua a Dios por sus
obras. Dios es un rey eterno y universal que derrama su justicia y su bondad
sobre todo ser viviente.
Con este salmo se concluye la
última colección davídica de las que componen el salterio. Basta mirar nuestra
Biblia para darse cuenta de que es el último salmo que tiene como título de
David.1
Es un salmo alfabético, es
decir, en su texto original hebreo cada versículo inicia por una letra del
alfabeto, de modo ordenado. Sin embargo, falta en el texto masorético (el texto
oficial hebreo) el versículo correspondiente a la letra nun. Por este motivo
sólo tiene 21 versículos, en vez de los 22 que se esperarían en una composición
alfabética.
El autor pasa constantemente de
hablar sobre Dios a hablar directamente a Dios, de la contemplación de sus
obras, nace espontáneamente la plegaria. También alterna entre la primera
persona del singular y la tercera del plural: la implicación personal en la
alabanza del autor del salmo afecta también a los oyentes y a todas las
criaturas.
Otra característica literaria
es el uso de sinónimos por parte del autor: grandeza, proezas, prodigios,
hazañas, maravillas, favores... y también: ensalzar, bendecir, alabar, aclamar,
proclamar...
Estructuralmente el salmo 144
mantiene la división tradicional en tres partes: introducción (v. 1-2), cuerpo
del salmo (v. 3-20) dividido en dos secciones (v. 3-12 y 13-20) y conclusión
(v. 21).
El texto litúrgico de hoy
corresponde a parte del cuerpo del salmo. En la parte introductiva está
expresada la intención del salmista de elevar hacia Dios su alabanza por la
grandeza de su divinidad y la majestad de su realeza.
El cuerpo del salmo, en sus dos
secciones, desarrolla los temas enunciados en la introducción: la divinidad y
la realeza del Señor. La trascendencia divina del Señor se expresa en la
avalancha de adjetivos y de substantivos que utiliza el autor. Esta redundancia
quiere crear, en el lector, la sensación que Dios ultrapasa todo lo que el
hombre diga por mucho que añada. La realeza se expresa en el interés del Señor
por las criaturas y por la justicia con la que gobierna a los hombres. El
versículo conclusivo recupera el motivo inicial de la alabanza, sea en boca del
salmista, sea en boca de cualquier ser vivo. Una alabanza que perdura siempre.
Los primeros versículos alaban
a Dios de un modo genérico, sin especificar su contenido; pero al llegar al v.
8 nos encontramos con una fórmula tradicional: «El Señor es clemente y
misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad». La formulación más solemne
que hay en toda la Escritura es la revelación que Dios hace de sí mismo a
Moisés en la cima del Sinaí: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares,
que perdona la iniquidad, rebeldía y el pecado» (Ex 34,6-7a). Esta convicción
fundamental, que se repetirá con diversas variantes a lo largo del Antiguo
Testamento, llegará a su cima en la primera carta de Juan: «Dios es amor» (lJn
4,8).
Un rasgo notable del salmo es
su universalismo. Hemos ya notado que no hace distinciones entre los fieles al
tributar la alabanza a Dios. Tampoco hace distinciones al comprender que Dios
lo es de todo el mundo y de todos los vivientes. No hay discriminación de destinatarios
de los favores divinos, porque ama de corazón todo lo que ha creado, hombres y
criaturas, y por tanto, sacia de favores a todos los que en él esperan. La
alabanza no se circunscribe a un pueblo, ni a una ciudad, ni a un lugar, el
templo. El Dios universal merece una alabanza universal.
Los versículos 15-16 parecen
inspirados en el salmo 103,27 que hemos comentado en otra ocasión y manifiestan
la providencia diaria de Dios, imaginado como un campesino que cada día da de
comer a sus animales. Da un carácter cercano y simpático a la realeza sublime
de Dios, que poco antes había presentado el salmista.
Los versículos 17-18 por una parte reconocen lo justo y bondadoso que es el Señor en todos sus caminos y en todas sus
acciones.
La sinceridad al invocar al Señor es garantia de la cercania del Señor.
El salmo afirma que Dios se dedica a satisfacer la voluntad de sus fieles. En vez de señor y rey, Dios es el siervo de sus fieles. La persona queda magnificada en su relación con Dios clemente y misericordioso. Cuando el creyente se ha identificado con Dios ambas voluntades coinciden y podemos pedir a Dios que haga su voluntad o bien que realice lo que le expresamos en la plegaria.
La segunda lectura es de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos
(Rom
8, 35. 37-39).
En el primer versículo que
leemos, Pablo, en forma de pregunta, deja claro que ninguna de las situaciones
conflictivas que pasan tanto él como los creyentes no pueden apartarnos de
Cristo, porque su amor es tan grande, que no permitirá que nada nos pueda
vencer. "Aquel que nos ha amado", tanto puede ser Jesucristo como
Dios. El caso es que "aquel" nos hace salir vencedores de todos los
peligros.
Después el apóstol enumera una
serie de potencias espirituales y astrológicas que se consideraba (¡y todavía
hoy muchos consideran!) que influían en la vida de los humanos, para afirmar
que nada ni nadie nos puede apartar del amor de Dios. Así, recordando lo que ha
dicho poco antes en este mismo capítulo, Pablo muestra que el amor que Dios nos
ha manifestado en Jesucristo es el origen de la esperanza, que hace vivir en la
libertad: ningún poder, del tipo que sea, no supera el poder del amor de Dios.
San Pablo termina el tema que
ha sido objeto de lectura durante los últimos domingos: la nueva vida del
cristiano que encuentra en su unión con Cristo. Y lo expone con unos
interrogantes de estilo retórico y un canto hímnico a la fuerza del amor de
Dios manifestado en Cristo.
- "¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?" (V. 35).Vimos el
domingo pasado, cómo San Pablo nos considera justificados y glorificados,
transformados en imágenes del Hijo. Siendo esto así, el juicio que debemos
emitir sobre nosotros mismos no debe angustiarnos. Nadie nos puede separar de
Cristo. San Pablo va enumerando,
utilizando expresiones habituales en él, los motivos que podrían separarnos del
amor de Cristo, pero todos ellos son absolutamente incapaces de lograrlo. El
último que enumera es la espada.
Los peligros o las adversidades humanas no son
lo bastante potentes para vencer el amor de Cristo, manifestado en su muerte y
en su resurrección. Pablo no expone aquí una teoría, sino que su pensamiento se
nutre de la experiencia vivida en los contratiempos, peligros y persecuciones
que ha sufrido por causa del Evangelio.
- "Pues estoy convencido de que ni la muerte, ni vida, ni..." (V. 37):
No sólo el cristiano se encuentra con dificultades en el plano humano, sino
también en el plano sobrehumano: la de los poderes de tipo angélico o de las
fuerzas astrológicas, que los contemporáneos de Pablo creían que podían influir
y dominar al hombre y a su vida. El amor de Cristo es un triunfo sobre todas
las realidades, sean del orden que sean, que se erigen contra el hombre y le
cierran el paso a la gloria a que Dios le llama gracias a la resurrección.
- "... del amor de Dios manifestado en Cristo
Jesús, Señor nuestro" (V. 39): Aquí tenemos un auténtico resumen de
toda la temática desarrollada en el capítulo octavo de la carta y que ha
ocupado la segunda lectura de los domingos 14 a 18 de este tiempo ordinario del ciclo A.
Evangelio según san Mateo (Mt 8, 39). Después de una etapa de tres domingos
dedicada a la afirmación del Reino, comienza una nueva etapa centrada en la fe
en Jesús, Mesías del Reino. Una etapa que, después de tres domingos de milagros
destinados a reafirmar nuestra fe en Jesús, culminará, en el cuarto domingo,
con la confesión mesiánica de Pedro en Cesarea de Filipo.
El hecho narrado aquí debía ser
uno de los que impactaron fuertemente a las primeras comunidades. Lo
encontramos en los cuatro evangelios y, en dos (Mateo y Marcos), dos veces.
La gente sigue a Jesús, en
contraste con lo que acaba de suceder en Nazaret. La reacción de Jesús al ver
la multitud es de "compasión", una compasión que quiere decir
"ponerse en la piel del otro". Por eso es una compasión que provoca
la acción: "Y curó a los enfermos".
La indicación que los
discípulos hacen a Jesús muestra su falta de fe en el poder del Maestro.
Traspasándoles a ellos la
responsabilidad ("dadles vosotros de comer"), Jesús les pone en
evidencia: no pueden; ¡no tienen comida ni tan sólo para ellos! La manera como
Mateo explica los gestos de Jesús es muy cercana a la manera cómo relata la
ultima cena: así subraya la referencia a la eucaristía.
Las sobras, así como la
cantidad de personas que se benefician de la intervención de Jesús, indican la
abundancia del don. El número doce seguramente hay que relacionarlo con
"los Doce". Ellos han de repartir el pan que Jesús da a los que lo
necesitan. Ellos no son los dueños, sino los distribuidores del pan.
La muerte de Juan Bautista es un anuncio y una amenaza de muerte para Jesús. Jesús se marcha a un lugar desierto.
- "Estamos en un despoblado
y es muy tarde...": En seguida hallamos una de las seis narraciones de la
multiplicación de los panes y peces que hay en los evangelios. En un
despoblado, como el pueblo de Israel en el desierto fue alimentado por el maná,
ahora el nuevo pueblo de Dios, formado por gente dispersa y heterogénea, será
alimentado por Jesús. Notamos en el texto las oposiciones entre la propuesta de
los discípulos: "que vayan a las
aldeas y se compren de comer" y la propuesta de Jesús: " Dadles vosotros de comer" (v.16).
Jesús no ha enseñado a sus discípulos a multiplicar el pan, sino a dar gracias
por él, a partirlo, a repartirlo, a compartirlo... Esto tiene sus antecedentes:
igual que a Moisés junto a la zarza ardiendo (Ex 3) no se le permitió quedarse
en permanente adoración cultual -más bien se le comprometió a intervenir
política y socialmente en favor del pueblo, así los profetas tampoco toleraron
culto alguno que no tuviera consecuencias en el amor y ayuda al prójimo.
También, de este modo, el Hijo del Hombre, protagonista del juicio definitivo,
discierne según un criterio profano, no cultual: "Lo que hicisteis con uno
de mis más humildes, conmigo lo hicisteis". El milagro de una
multiplicación de bienes imprescindibles sólo puede comprenderse en el marco de
una fe socialmente comprometida.
"Recogieron doce cestos llenos de sobras" (v. 20). El
evangelista acentúa la abundancia del inesperado acontecimiento. Así, en el
marco de este milagro de la multiplicación y bajo el punto de vista
sacramental, la historia de la fe, renovada por Jesucristo, se ha atenido
permanentemente a una indicación tan antigua como el cristianismo: la
conservación reverente de los dones eucarísticos. Tras la celebración, el pan sacramental
fue siempre objeto de profunda adoración, porque en él permanece la presencia
del Autor del don; una presencia salvadora.
De este evangelio podemos
entresacar dos enseñanzas:
- Jesús sacia nuestra hambre de
Dios
En él encontramos el camino que
nos lleva hacia Dios. Su palabra y su testimonio de vida y acción nos dicen
cuál es la vida que vale la pena. En la Eucaristía nos alimentamos de esta
palabra, de esta vida de Jesús. Su pan partido nos da vida. Como expresa el
salmo de hoy: "Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida
a su tiempo".
- Jesús nos urge a saciar el
hambre de la humanidad sufriente
El camino por el cual nos
conduce Jesús y que sacia nuestra hambre de Dios pasa por la entrega en favor
de los que más sufren. Pasa por el compartirlo todo, sea poco o mucho lo que
tengamos. Abrir los ojos, como Jesús. Darse cuenta de la realidad. Y dar una
respuesta, no teórica sino práctica, como Jesús. La mesa eucarística siempre
nos abre a la caridad. Y la caridad hecha acción nos lleva a la mesa
eucarística. La primera lectura añade una tercera enseñanza vinculada a las de
este evangelio:
- La gratuidad de Dios y la
gratuidad de la caridad
Demasiadas veces queremos
comprar la felicidad (consumismo, por ejemplo). Demasiadas veces utilizamos el
comercio, también, en las cosas de Dios (la terrible impresión que tiene mucha
gente de que las misas tienen un precio). Demasiadas veces, también, somos
mezquinos a la hora de dar limosna. Ciertamente que no se trata de administrar
de cualquier manera los bienes. Pero hay que ir a fondo con las actitudes, de
modo que la caridad sea sincera, auténtica. No valen excusas para no compartir.
Para nuestra vida
La
primera lectura presenta la ultima parte del texto de Isaías comprendido entre
los capítulos 40 y 55, al que se le ha dado el nombre de "Libro de la
consolación de Israel" y se supone con razón que fue escrito ya en los
tiempos del destierro y estando próxima la repatriación decretada por Ciro. En la lectura toma la palabra
el mismo Yahvé, el Señor que sacó de Egipto a Israel y que ahora lo sacará de
Babilonia en un segundo éxodo, e invita solemnemente a los desterrados para que
reciban con gozo la salvación que se aproxima.
Hay agua para los sedientos, y
vino, y leche; hay trigo para los hambrientos y para todos los pobres que no
pueden comprarlo. Nadie tiene que pagar nada, todo corre a cuenta del Señor que
invita.
Comida y bebida es el símbolo de
la salvación esperada. Comida y bebida en abundancia es señal de una vida
abundante y libre de cualquier necesidad o penuria. Claro que Israel esperaba
también una prosperidad material sin precedentes cuando llegaran los tiempos de
la salvación prometida. Pero estaba convencido de alcanzar la salvación si
sentía ante todo el hambre y la sed de justicia y de la comunión con Dios. El
A. T. sabía que el hombre no vive sólo de pan, sino de toda la palabra que sale
de la boca de Dios (Dt 8,3; cf. Mt 4,4).
A menudo encontramos en la
Biblia la imagen del banquete para describir el amor de Dios: la salida de
Egipto se celebra con un banquete, así como la alianza del Sinaí; también se
utiliza el banquete para expresar la abundancia de los tiempos mesiánicos; el libro
de los Proverbios habla del banquete que ofrece la Sabiduría.
Aquí, el profeta invita al
banquete divino, como una llamada a participar de los bienes de la nueva
alianza de Dios con su pueblo, que pronto podrá volver del exilio. En esta
llamada resuena la teología de los "pobres de Yahvé" (cf.Is 51, 21).
Los sedientos, los pobres, podrán saciarse de balde.
El hambre y la sed materiales
son imagen, real por otro lado, del hambre y la sed de Dios.
Por eso, el profeta exhorta a
escuchar (tema típicamente deuteronómico) la palabra de Dios, que puede llenar
totalmente la vida, porque es portadora de vida. La referencia a David es única
en el Segundo Isaías, que no ve la nueva alianza como una restauración de la
monarquía. Para él, la nueva alianza consiste en volver a escuchar con atención
la palabra del Señor y hacer caso de ella.
El
salmo responsorial de hoy se inicia con una invitación a ensalzar al Señor. El concepto ensalzar, igual
que exaltar y enaltecer, parte de una concepción espacial de la divinidad. La
zona alta de la tierra es la más noble, por eso, el rey está sentado más alto
que el resto de las personas. Dios, más poderoso que cualquier rey humano, es
el altísimo, y habita en la cima de los montes donde se le construyen
santuarios. Alabar a una persona o a Dios mismo, es, por tanto, ensalzarlo,
exaltarlo, enaltecerlo pues todos estos términos proceden de la raíz alto.
El salmo se inicia pues con un
discurso, o reconocimiento, público del salmista dirigido a Dios.
«el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas
» es la manera cómo el salmista expresa la constancia divina, Dios mantiene la
majestad de sus favores de un modo constante.
El Señor es grande, clemente y
misericordioso, bondadoso para todo el mundo, sus obras son obras de amor, está
cerca de los que lo invocan. Sus acciones son calificadas de grandezas,
proezas, hazañas, temibles proezas, favores, gloria, majestad.
" Abres tú la mano, Señor, y nos sacias
de favores"
(V 16) Cuando el autor especifica el
contenido de las obras del Señor nos damos cuenta de la cercanía del Señor a su
criatura, el Señor sostiene y endereza a los que se caen y se doblan, da la
comida y sacia a todos los seres vivos, está cerca de los que lo invocan
sinceramente, satisface los deseos de sus fieles y los salva, guarda a los que
lo aman, destruye a los malvados.
El salmo proclamado hoy es una
gozosa alabanza al Señor como soberano amoroso y tierno, preocupado por todas sus
criaturas. En efecto, el centro del canto está constituido por la celebración
intensa y apasionada de la realeza divina, que es la expresión del proyecto
salvífico de Dios.
No estamos a merced de fuerzas
oscuras, ni estamos solos con nuestra libertad, sino que hemos sido confiados a
la acción del Señor poderoso y amoroso, que tiene para nosotros un designio, un
reino que instaurar. Este reino no consiste en el poder o el dominio, el
triunfo o la opresión, como sucede con frecuencia en los reinos terrenos, sino
que es la sede de una manifestación de piedad, ternura y bondad, como afirma el
Salmo: «el Señor es lento a la cólera y rico en piedad». Por eso comenta San
Pedro Crisólogo: «"Grandes son las obras del Señor", pero más grande
aún es su misericordia».
La
segunda lectura nos presenta unas palabras de San Pablo en las que se expresa
la esperanza cristiana y la confianza inquebrantable en el amor que Dios nos
tiene. Este es
el fundamento de nuestra seguridad, pues si Dios está con nosotros y nos ama
hasta el extremo de darnos a su propio Hijo, nadie podrá condenarnos. El amor
de Dios, el que Dios nos tiene, se ha manifestado en el amor de Cristo que se
ha desvivido por todos cuando todos éramos aún enemigos. Este amor es una
fuerza victoriosa que nos libera del pecado y de la muerte y de cualquier
amenaza.
San Pablo sabe muy bien que el
cristiano está sometido a muchos peligros y necesidades: el sufrimiento, la
angustia, la persecución, el hambre..., pero de todo ello sale victorioso con
la ayuda de aquel que nos ha amado. Aquí habla por experiencia y desde la
experiencia de una esperanza que se abre camino sin que nada ni nadie pueda
detenerla. San Pablo se siente presa del amor de Dios que se manifiesta en
Cristo Jesús. Ninguna realidad creada puede separarnos de la omnipotencia del
amor.
San Pablo se basa en una
respuesta personal -y por tanto voluntaria y opcional- a la obra divina, que
llega a todo hombre que se abre a ella. La piedra angular y cimiento de todo
esto es Cristo, el Padre, el Espíritu y su amor derramado en nuestros
corazones. Esto es así porque Dios nos ama, y eso no tiene acepción de
personas. Por consiguiente todo cristiano ha de estar en condiciones de poder
hacer suyas las afirmaciones de Pablo, que se entienden muy bien en sí mismas y
apenas requieren explicación. Es más bien una asimilación y apropiación de
ellas lo necesario para leer y entender estas frases. Y eso es posible para
todos.
-"¿Quién
podrá apartarnos del amor de Cristo?".
Realmente, ni la muerte, ni la vida, ni nada del mundo presente o del futuro
puede apartarnos de Cristo que tanto nos ama, ni apartarnos de Dios que, en
Jesucristo, ha manifestado su amor. Es verdad que nos encontramos con
dificultades y que la fe es oscura. Es verdad que cuesta creer en esta nuestra
sociedad de hoy... Pero lo importante, lo decisivo, es que en Jesús hemos
encontrado la perla y el tesoro, que en él hemos encontrado la Vida, y que nada
ni nadie es capaz de apartarnos de él. Ni la misma muerte.
Del
evangelio, lo que más llama la atención del proceder "milagroso" de
Jesús, es la actitud de los apóstoles que llegan a darse cuenta de las
necesidades que tienen los que les rodean. Es una buena lección para nuestro tiempo, en el
que existe una acusada tendencia al individualismo.
Jesús empieza
"compadeciéndose" de la multitud y termina "compartiendo",
que es la terminación normal a donde no llega casi nadie. Compadecerse, todos,
sí. Todos tenemos un alma finísima y lloramos mucho por poca cosa. En seguida
compadecemos a cualquiera. ¿Y compartir? ¡Hombre, eso ya es cosa de los
elegidos! Pues no. Quien compadece y no comparte, ni compadece ni nada. Hace
teatro. ¿Compartir qué? Todo, lo que se tenga, nada, cualquier cosa, unos panes
y unos peces, dos pesetas, lo que sea.
Nos sucede con frecuencia a
todos. Nos sucede que ante dificultades, problemas o peticiones y pretensiones
de alguno de nuestros prójimos, decimos: "No es mi problema". Y es
que cada uno de nosotros ya tiene su buen fardo de problemas -en su vida
personal, familiar, de trabajo, etc.- como para que tengamos que cargar con
fardos ajenos. A veces se nos conmueve el corazón ante las desgracias de alguno
de nuestros prójimos, pero, en general, pensamos -si no decimos- que cada uno
se resuelva sus problemas.
Algo así pensaron y dijeron los
discípulos de Jesús en aquel despoblado, ante el problema de aquella multitud
sin comida. Y los discípulos eran buena gente (como la mayoría de los hombres y
mujeres de ayer y de hoy son buena gente). Pero una cosa es ser más o menos
bueno -un poco aquello de: yo no robo ni mato- y otra bastante distinta es
sentir los problemas de los demás como propios.
Los apóstoles mostraron con su
preocupación que algo se les estaba contagiando de Jesús, que algo estaban
captando de aquel Maestro que jamás pasó indiferente ante el dolor, la muerte,
la angustia, el ridículo, la pobreza, la ignorancia y la injusticia que sufrían
o soportaban los hombres. Y tampoco pasó indiferente ante la alegría, el gozo y
el bienestar que disfrutaban los que con El vivieron. Algo se estaban
contagiando los discípulos de aquel Maestro cuya finalidad era buscar al hombre
y encontrarlo.
Tener una especial sensibilidad
para captar la necesidad de los que nos rodean debía ser uno de los mejores
distintivos del cristiano. Estar allí donde el débil sufre. Estar allí, para
ayudarle, donde el ignorante pregunta, para responderle; donde el anciano llama
para acompañarle; donde el niño grita, para socorrerle; donde el hambre
aprieta, para remediarlo. Estar allí donde el hombre se ensoberbece, para
indicarle, con toda suavidad, que para su Maestro el mayor es el menor y
viceversa; donde el hombre mata, para explicarle que para su Maestro el gran
don es la vida; donde el hombre odia, para arrancarle esa serpiente que todo lo
envenena y cambiarla por el amor que todo lo aguanta, todo lo supera y todo lo
disculpa. Estar allí donde el hombre goza, para darle un sentido más profundo a
su alegría; donde el hombre espera, para hablarle de un horizonte sin límites
para su anhelo. Ee una palabra: estar con el hombre, vivir con el hombre,
trabajar con y por el hombre.
Afortunadamente -y lo decimos
con orgullo-, a través de los tiempos los cristianos han demostrado con
abundancia que este sentido de solidaridad con los hombres está en la médula
misma del cristianismo y allí donde el hombre ha sido más débil y ha estado más
abandonado, ha estado, a lo ancho y a lo largo del mundo, una mano cristiana
que ha enseñado al que no sabe, y ha curado las llagas del leproso, y ha
recogido al huérfano, y ha atendido al anciano.
Recreemos la escena evangélica,
junto a la muchedumbre que seguía a Jesús, y pedirle sinceramente al Maestro
que aumente en todos los cristianos la sensibilidad para vivir cerca de los
hombres, captando sus íntimas exigencias; pedirle sinceramente que aleje de los
cristianos la tentación de decir y hacer, de vivir la filosofía de aquellos que
piensan en sí mismos como único objetivo de su existencia, porque los problemas
de los otros no son nunca "su problema".
Jesús, sin embargo, no aceptó
el decir "no es mi problema". Antes de hacer lo que solemos llamar el
milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, hace como otro
milagro, previo y más importante (y quizá incluso mas difícil): el milagro de
contagiar su interés por todos, su preocupación por todos, su acción eficaz en
favor de todos. No hace falta que la gente se vaya (que cada uno por su cuenta
busque la solución de su problema). Traed lo que tengáis, aunque sea poco.
"Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se
los dio". Y lo poco compartido, se convirtió en mucho, suficiente para
todos y aún sobró. Y es que lo que tenemos -aunque sea poco- si es compartido,
siempre es mucho.
Ante nuestros problemas, jamás
Dios dice: "No es mi problema" Pero aquel hecho por tantos conceptos
admirable que sucedió en aquel descampado de Galilea, no es sólo un ejemplo de
cómo hemos de intentar ocuparnos y preocuparnos nosotros de los problemas de
los demás. Es también un ejemplo revelador de cómo se comporta Dios -el Dios
que nos reveló Jesucristo- con nosotros, con cada uno de nosotros, sin
excepción.
Ante nuestros problemas,
nuestras dificultades, nuestros agobios, también ante nuestro personal pecado,
Dios, nuestro Padre, nunca dice: "No es mi problema". Nunca nos
envía, nunca nos despide, para que resolvamos solos nuestros problemas.
Nuestros problemas Él los siente y vive como propios. Nunca nos deja solos con
ellos.
Es muy frecuente
"pasar" con indiferencia respecto a los que nos rodean, sin captar
-porque no nos importa o nos puede molestar la problemática que puedan padecer.
A las nuevas generaciones les hemos mostrado un estilo de vida en el que vivir
con los demás es algo prácticamente irrealizable. Las expresiones "vivir
mi vida" y "ése es su problema" dan alguna medida de la actitud
que asoma por cualquier rincón de nuestro espacio; lo cual es muy peligroso
para la convivencia a nivel humano, porque las posturas que se resumen
realmente en dichas expresiones deterioran gravemente la convivencia, que
termina saltando por los aires dando entrada a la "ley de la selva",
que es, siempre, la ley del más fuerte.
El hambre es el mayor mal que
aquejó a la humanidad del siglo XX, y continua en los albores del XXI. Su
incidencia es superior a la de las enfermedades, accidentes y violencias. Y su
letalidad es mayor que la de todas las guerras y epidemias juntas de este
siglo. El hambre afecta a dos tercios de la humanidad, predomina en los países
del tercer mundo y no ha sido eliminada racionalmente en los del primero.
Pero el hambre no es sólo una
situación, es el resultado de un sistema económico y político dominante. En
buena medida el hambre es la consecuencia de una actividad económica
sistemáticamente organizada como guerra de todos contra todos y de una política
nacionalista periclitada y mantenida a ultranza. Se juega y se especula con la
escasez de alimentos, como de recursos de todo género, para conservar
situaciones monopolísticas en el mercado y para mantener posiciones hegemónicas
en el plano internacional.
Por eso, el hambre (la
geografía del hambre y la estadística del hambre) es un indicador incontestable
de un mundo absurdo, de una cultura inhumana, de una política sin imaginación,
de una economía insensata, de un progreso sin sentido.. Pues, mientras haya
hambre en el mundo, mientras se tolere, se fomente y se trafique con el hambre
de los pueblos y de los hombres será impensable la paz, la justicia, la
libertad, la solidaridad la felicidad. Así no se puede vivir al menos sin
despojarse de la dignidad humana.
EI mensaje, la Buena Nueva que
Jesús anuncia, los hechos salvíficos que realiza proclaman la liberación de los
pobres, de los oprimidos que hambrean la justicia, "porque de ellos es el
Reino de los cielos".
No se trata de un programa de
revolución social, sino de la llamada urgente a la conversión religiosa que
pone en un primer plano las exigencias éticas de la relación del hombre con
Dios. Esa relación, más que en el templo y en el culto, se establece y confirma
en la vida social Dios prefiere la misericordia a los sacrificios.
En el encuentro con el pobre,
con el desamparado y marginado, negocia el hombre su situación y relación con
Dios.
Pidamos hoy, con toda
confianza, que también nosotros, como San Pablo, aquel hombre apasionado por
Cristo y por los hermanos, podamos estar cada día más convencidos de que "ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni presente,
ni futuro, ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en
Cristo Jesús".
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario