El
Domingo de Ramos es un día alegre y, religiosamente, muy significativo. Es el
primer día de la semana grande, de la Semana Santa, y en esta semana
conmemoramos los cristianos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor
Jesucristo, a quien nosotros consideramos como nuestro Salvador.
El evangelio que hoy inicia y acompaña a la
bendición y procesión de ramos, nos presenta un
relato, repetido por los otros evangelistas, que es sin duda uno de los
más entrañables y alegres de la historia de Jesucristo. En él
intervienen los apóstoles y discípulos, el pueblo llano que seguía entusiasmado
a Cristo, los niños que tanto le querían y admiraban. El marco escénico también
contribuye a dar encanto y ternura, sencillez y magnificencia a un tiempo a
este suceso. El descenso desde Betfagé hasta Jerusalén, hacia la Puerta Dorada
probablemente, era un camino de bajada y subida que muchas veces habían
recorrido los peregrinos procedentes de Galilea. Descendía por el monte de los
Olivos, atravesaba el torrente Cedrón en el valle de Josafat, zona de sepulcros
y de muerte, para ascender casi en línea recta a la explanada del Templo por la
parte oriental, entrando por la Puerta Dorada, llamada también Puerta de la
Misericordia.
Del
evangelio proclamado en la bendición
comenta san Agustín: "No te
avergüences de ser jumento para el Señor. Llevarás a Cristo, no errarás la
marcha por el camino: sobre ti va sentado el Camino. ¿Os acordáis de aquel asno
presentado al Señor? Nadie sienta vergüenza: aquel asno somos nosotros. Vaya
sentado sobre nosotros el Señor y llámenos para llevarle a donde él quiera.
Somos su jumento y vamos a Jerusalén. Siendo él quien va sentado, no nos
sentimos oprimidos, sino elevados. Teniéndole a él por guía, no erramos: vamos
a él por él; no perecemos" . (San Agustín Sermón 189,4).
La escena descrita
tiene como trasfondo un pasaje de
Zacarías (Zac 9,9), a pesar de la inverosimilitud histórica. La profecía de Zacarías
-centro del relato- tuvo lugar entre los años 520 y 518 antes de Cristo.
Era la época del retorno de los judíos de la cautividad. El año 536 a.C.
habían empezado los trabajos de reconstrucción del templo; pero en forma
tan modesta que los viejos, que habían conocido el templo de Salomón,
lloraban desconsolados. Zacarías y su contemporáneo Ageo quieren presentar
un Mesías sencillo, muy lejos de la imagen que los judíos derrotados y
humillados tenían de su soñado jefe. Por eso Zacarías lo presenta sentado
sobre un asno.
La
aclamación"¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!" está
tomada del salmo 118 (vv. 25-26), que se cantaba en algunas de las
fiestas más solemnes; un salmo que nos ayuda a captar el verdadero
sentido de aquel episodio, y que quizá recitaran completo. La aclamación
"Hosanna" -"Dios salva"- había perdido su sentido como
invocación para pedir la ayuda divina, y se había convertido en una expresión
de júbilo y entusiasmo, como nuestro "viva" o "aleluya". La
exclamación "Viva el Hijo de David" nos indica la realeza que esperan
de Jesús: que restaure la monarquía davídica. De ahí la frase de Marcos:
"Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David".
La primera lectura del libro de Isaías (Is.50, 4-7) es del tercer canto
del Siervo. este aparece más como sabio que como profeta. Asegura que
el Señor le está introduciendo en su Sabiduría, para poder llevar al abatido
una palabra de aliento. Mañana tras mañana le espabila y le abre el oído; y la
consecuencia de tener el oído abierto a la Palabra, es que no se rebela ni se
echa atrás; más bien afrontará todos los sinsabores de su historia, sin
histerismos ni timideces, a pecho descubierto, sabiendo que el Señor le ayuda,
y por tanto no quedará avergonzado.
La unidad de
este tercer canto del siervo (50, 4-9) está en las cuatro proposiciones que
tiene al Señor por sujeto ("mi Señor
me...": vs. 4.5.7.9). La persona del siervo, así como su ministerio,
son interpretados de forma profética: vocación o misión, sufrimientos que conlleva
su ministerio, así como su total confianza en Dios.
El siervo
escucha y predica el mensaje divino, pero esta misión resulta imposible de
llevarla a cabo a no ser que el Señor le dé "lengua de iniciado" o le abra el oído para entender (vs. 4-5,
la misión siempre nace de una vocación).
El está
convencido de que es Dios el que ha obrado esta maravilla.
El mensaje que
proclama de parte del Señor es de esperanza, y es que su palabra se dirige a
hombres concretos con su problemática específica; la situación del pueblo - que
presupone el texto- es muy diversa ya que la larga duración del destierro ha
provocado la desesperación de la gente. Al abatido es necesario reanimarle,
dirigirle una palabra de consuelo, de esperanza en el Señor (v. 4a;).
A la vocación
e invitación el siervo responde con prontitud . Sabe que su tarea es amarga y
así lo confiesa en este relato que se asemeja a las confesiones de Jeremías.
Intenta suscitar esperanza en el pueblo y sólo recibe escepticismo por la
tardanza de la liberación. Como Ezequiel (2, 8) abre su boca para comer el
mensaje divino, pero éste no es dulce sino que le acarrea un gran sufrimiento:
le apalean, le mesan la barba (v. 6).
Los ultrajes
el siervo los acepta y afronta con decisión, sin intentar vengarse; al insulto
responde con fría calma (v. 6); cree con total firmeza que el Señor está a su
lado (le nombra insistentemente: vs. 4.5.7.7.9) y por eso espera contra toda
esperanza sabiendo que al final el triunfo es suyo.
El, que dice
al abatido una palabra de consuelo, es
un incomprendido, y en consecuencia acepta su misión entregando su espalda a
los que le flagelan.
Confía
plenamente en el éxito de su misión, no porque tenga fuerzas sobrehumanas, sino
porque «mi Señor me ayudaba».
El responsorial es el
Salmo 21, en el expresivamente repetimos la estrofa: "Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
Con este
salmo, oro Jesús, en uno de los momentos más impresionantes de la pasión de
Cristo, cuando pronuncia aquellas palabras: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Expresan todo
el drama espiritual que sufre en medio de los tormentos de la cruz. San
Mateo nos han transmitido estas palabras, incluso en la lengua original:
"Eli, Eli, lama sabactani?"
.Estas palabras de Jesús son el inicio del salmo 21, él probablemente lo
rezaba, siendo consuelo para su alma y realización de una palabra profética
sobre el Mesías. A la luz de este salmo, la cruz no era un fracaso, no era una
derrota de uno que se había excedido en ilusiones mesiánicas: era el
cumplimiento de un plan trazado por Dios y desde antiguo anunciado a su pueblo
de Israel. "El misterio de la cruz, escándalo o locura, aparecía a la luz
del salmo como el misterio de la fuerza
de Dios" (Scheifler). Cristo en la cruz ora con el salmo 21. Toda su vida
ha orado, como buen israelita, con los salmos de la Biblia. El los ha
constituido en alimento de su alma. Los ha hecho suyos, se ha identificado con
ellos, les ha dado cumplimiento. Y así no es de extrañar que en el momento de
su agonía vengan, diríamos espontáneamente, a su mente y a sus labios,
las oraciones sálmicas más apropiadas. Concretamente el salmo 21, que es
uno de los más conmovedores del salterio.
A pesar de la sensación de abandono y hasta
desesperación que refleja el salmo 21 --¡Dios
mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?-- implora la ayuda de Dios y
sabe de quien se ha fiado. Las últimas palabras de este salmo son las que le dan
su sentido esencial: aunque parezca paradójico, se trata de un salmo de acción
de gracias. El salmista canta la acción de gracias de Israel resucitado a la
vuelta del exilio. Lo que más llama la atención, es que el salmista describe la
liberaci6n de su pueblo, bajo el «ropaje» de un «crucificado vuelto a la
vida».
(VV. 8-9) Al
verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo, que lo libre si tanto lo quiere».
El orante/suplicante
es lo contrario de los himnos de Israel. Pero, ¿cómo decir eso que está en
contra de los himnos, sino recurriendo también ahora a las palabras de los
himnos, tomadas al revés para que resulten una burla? «Nuestros padres
esperaron y tú los libraste», dicen los himnos. La burla dice hoy: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo».
La burla de Sal 21,9 es casi una cita de esa acción de gracias! De cara a
Dios, las palabras se agotan (v. 2) y, por lo que hace a los hombres, se vacían
y caen inertes. La muerte de las palabras anuncia la muerte del hombre. Las
palabras que acabamos de comentar están llenas de amenazas. La negativa a creer
desencadena inmediatamente un proceso de aceleración, que es el de la muerte.
Quien no cree en la vida exige pruebas y por ello mismo se ve rápidamente
abocado a aportar él mismo las pruebas de lo contrario. Quien no cree en la
vida trabaja afanosamente a favor de la muerte.
(V.17) “ Me acorrala una jauría de mastines, me cerca
una banda de malhechores, me taladran las manos y los pies”,
(V 18) “y
puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes,”
(V 19) “se reparten mi ropa, | echan a suerte mi
túnica.”
(V 20) “Pero tú, Señor, no te quedes lejos; | fuerza
mía, ven corriendo a ayudarme”. Se lanza el grito hacia «mi Dios».
(V 23) “Contaré tu fama a mis hermanos, | en medio
de la asamblea te alabaré”. Al igual que la muerte significaba abandono,
soledad, separación, la vida aparece como comunión, y el que ha sido salvado se
vuelve hacia los demás. Tan rápido como el recién nacido se vuelve hacia su
madre, el que ha sido salvado se vuelve hacia sus hermanos para «proclamar» el nombre de su salvador. El
suplicante hablaba a Dios de sus enemigos. El hombre que canta un himno habla
de Dios a sus hermanos.
El salmista se
encontraba hasta ahora solitario; nadie había visto a los hermanos.
Apenas salvado, entona su canto dirigido a ellos y se convierte en el centro de
una asamblea convocada para entonar una alabanza. El que no era
reconocido por el grupo es el que convoca al grupo.
(V 24) “«Los que teméis al Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje
de Israel; “.
La palabra que
reúne a los grupos es un himno de buena noticia: el pueblo es invitado («alabad», «glorificad”, “respetad») a
escuchar una buena noticia. Pero esta buena noticia, bien conocida por
nosotros, es que Dios se acerca al pobre y escucha su queja. Mirado en otro
tiempo como una «vergüenza» (v. 7) ante
la que se esconde el rostro, el salmista anuncia a todos que Dios, por su
parte, no ha sentido ese horror, que no se ha «velado el rostro». El Evangelio
de los salmos es que Dios escucha a los pobres, a los desdichados.
La segunda lectura de la carta del apóstol San
Pablo a los filipenses (Fil 2, 6-11), nos acerca a la
actitud radical de Jesús, su Vaciamiento
hasta la muerte. Este himno cristológico refleja la entrega de
Jesús, hasta vaciarse por nosotros. Este despojo lleva un nombre técnico en
teología: es la "kenosis" de Cristo. Kenosis viene del griego
"kenos", que significa precisamente "vacío". Se concretizó
en una obediencia total a su misión, que era la voluntad del Padre. Y no sólo
aceptó esta obediencia, sino que escogió también el vivirla hasta el final,
"hasta la muerte y la muerte en la cruz", esta muerte que era
reservada a los malhechores o a los esclavos. En este sentido, Jesús dio
libremente su vida.
San Pablo,
encarcelado y juzgado por ser cristiano (Fil. 1, 13), probablemente en Éfeso , ya
ha comparecido ante el tribunal, pero la sentencia está todavía pendiente.
Desde allí
escribe a los filipenses. Pablo puede pedir con coherencia y autoridad a los
miembros de la comunidad de Filipos que den a su vez testimonio cristiano. ¿Qué
tipo de testimonio? El de la concordia y el amor. En efecto, el egoísmo, la
envidia y la presunción habían empezado a causar estragos en la comunidad; ésta
se estaba convirtiendo en un antisigno escandaloso. Dada esta situación. Pablo
pide a los cristianos de Filipos que tengan la grandeza de ánimo suficiente
para superar el propio interés y abrirse con sencillez a los demás (Flp 2,
3-4). Al pedir esto, Pablo no se basa en una simple pedagogía humana, sino en
el caso concreto de Cristo Jesús, que siendo Dios se hace hombre. Para ello,
Pablo se sirve de un himno litúrgico, que él incorpora a su carta. Este himno
describe la dinámica existencial de Cristo Jesús.
San Pablo, introdujo
este himno litúrgico, en esta sección de la carta porque le convenía para
apoyar su exhortación a la humildad y sencillez, a la renuncia a creerse
superior... cosas todas que quería inculcar a los cristianos de Filipos.
El texto
manifiesta la unión que hay entre la exhortación moral de san Pablo a los Flp
para que evitaran las disensiones y la motivación cristológica de tal
exhortación. ¿Por qué han de amarse los Flp? ¿Por qué han de conservar la
unidad? ¿Por qué han de respetarse unos a otros? La suprema motivación que el
Apóstol da a los filipenses para que eviten las disensiones que amenazan la
vida de toda la comunidad es "porque
Dios nos ha amado" Y, ¿cómo sabemos esto? Porque Cristo, siendo de
condición divina, descendió a nuestra condición humana, se humilló, abandonó el
poder y entró por este camino del amor humilde, del amor solidario, y se hizo
obediente hasta la muerte.
El texto nos presenta el proceso de la
Encarnación, abajamiento, exaltación y Resurrección de Jesucristo.
El primer tema
del himno -aunque no el más importante en su estructura- es la preexistencia de
Cristo. Describe su condición divina (v. 6). No se describe en sí misma, sino
como punto de arranque de una actuación que inicia su marcha en el insondable
mundo de Dios.
Quiere indicar
que la existencia total de Jesús no comienza con su aparición en el mundo, sino
tiene una "prehistoria". Dicho de otro modo: la preexistencia es una
forma de expresar la trascendencia en términos temporales. Cristo-Jesús es el
Hijo de Dios desde siempre, igual al Padre.
Condición
humana (vs. 7-8). Antitética de la anterior. Fruto de una decisión puramente
libre. Está presentada polarmente: momento inicial y final de la existencia
humana de Jesús. Así el segundo punto es el vaciamiento. No se trata de
afirmaciones ontológicas sobre un imposible abandono de la naturaleza divina
por parte del Hijo, sino de insistir en su solidaridad con el hombre,
compartiendo el destino de ésta aun en sus lados más oscuros y negativos.
Indica una actitud contrastante con la de Adán, que quiso ser lo que no podía.
El Hijo, en cambio, no vive como podía, sino como nosotros, haciendo una suerte
de milagro por puro amor gratuito.
Jesús es
hombre. Muere en la de cruz -probablemente retoque personal paulino del himno
original-. Lleva a cabo su misión de predicar el Reino asumiendo las consecuencias
de su vida, de su acción concreta de predicar la justicia y el amor en un mundo
donde ello a menudo no se admite. Con ello corre el riesgo, al ser pobre,
desamparado y pacífico, de morir injustamente. Ello sucede de hecho.
El proceso
termina en la exaltación, como indica la segunda parte del himno. Condición
glorificada (vs. 9-11). Entra en escena Dios, a quien la condición humana de
Jesús ha puesto en entredicho. Se trata de Jesús en su destino final y
definitivo gloriosos, de su proclamación como Señor de todo, o sea, de
reconocimiento de cuanto era de hecho, pero disimulado a lo largo de su vida
mortal. Comenzado todo ello en su Resurrección.
Los Evangelio de este día
nos dan el relato de la Pasión según San Mateo. San Mateo destaca la
importancia que tiene el tema del cumplimiento de las Escrituras. Mateo prueba
a los judeo-cristianos, que esperaban un Mesías triunfador y glorioso, que los
profetas anunciaron un Mesías paciente y que las Escrituras previeron el
desarrollo de la pasión hasta en sus menores detalles.
Así, la agonía de Jesús en Getsemaní estaba prevista por el Sal 41/62, 6
(26, 38). Apenas detenido Jesús, Mateo precisa que era necesario que así
sucediera para cumplir las Escrituras (26, 54, 56), rechazando con ello la
opinión de quienes pudieran ser partidarios de una respuesta armada a la
detención de Jesús. Y cuando se produce este suceso, Jesús hace alusión al
procedimiento que le identifica con los maleantes (26, 55), actuación que él
relaciona con la del Siervo paciente en Is. 53, 9, 12.
En el diálogo entre Cristo y el sumo sacerdote, San Mateo subraya también
el tema del Templo (26, 21), "cumplido" en la persona de Cristo, y
cita (mejor que Lucas) el pasaje de Dan. 7, 13 sobre el Hijo del hombre (26,
64). El evangelista es también el único que descubre la muerte de Judas (27,
3-10), en la que ve de nuevo el cumplimiento de las Escrituras (cita de Zac.
11, 12-13).
Al contrario que San Lucas y San Juan, San Mateo y San Marcos insisten en
el hecho de que Jesús no contesta nada a Pilatos. Reflejan así el silencio del
Siervo paciente ante las injurias (Is. 53, 7). Mateo alude igualmente al gesto
de Pilatos lavándose las manos (26, 24-25), duda porque en él ve un rito
ejecutado en cumplimiento de la ley (Dt. 21, 6-9; Sal. 72/73, 13). La multitud
responde también a Pilatos por medio de una expresión tradicional: "Que su
sangre caiga..." (27, 25); quizá Mateo haya visto en ello una profecía de
la decadencia del pueblo judío.
Mientras que los demás evangelistas no prestan gran atención al detalle, San
Mateo especifica que la bebida que se le ofrece a Cristo en la cruz era de
hiel, con lo que verifica el texto del Sal. 68/69, 22 (Mt. 27, 34). Utiliza el
mismo procedimiento a propósito del reparto de sus vestiduras, y del grito
lanzado en la cruz, y otras aplicaciones, según él, del Sal. 21/22 (Mt. 27,
35). San Mateo es igualmente el único que relaciona las burlas de los judíos
contra Cristo en la cruz: "Ha
salvado a otros...", con las burlas de los impíos respecto al Justo
(cf. 27, 43).
Y también es el único autor que describe los episodios que se desarrollaron
después de la muerte de Jesús: el velo del Templo que se rasga, las
resurrecciones, los temblores de tierra son fenómenos anunciados por los
profetas para el día de Yahvé (Am. 8, 9).
San Mateo es el único que menciona la riqueza de José de Arimatea, con el
fin de verificar la profecía de Is. 53, 9: tendrá su sepulcro entre los ricos.
San Mateo siente la preocupación por explicar los hechos por la Palabra:
palabra de las Escrituras cumplidas, palabra del mismo Jesús. No se trata,
pues, de una simple visión de conjunto: San Mateo elabora una teología que se centra preferentemente en
torno a la idea de cumplimiento: los acontecimientos de la Pasión no tienen
nada de accidental y forman parte del designio de Dios sobre el mundo.
Todo se desarrolla tan bien de la mano de Dios en los acontecimientos de la
Pasión que San Mateo puede hacer de ella el final de la era antigua y el
comienzo de la era de la Iglesia. En el primer Evangelio se subraya el alcance
escatológico y eclesiológico de los acontecimientos. El velo desgarrado es
señal de la caducidad de la economía antigua y el temblor de tierra señala la
introducción de la nueva. La fe del centurión constituye las primicias de la
conversión de las naciones. Al devolver a los "discípulos" el cuerpo
de Cristo, los sumos sacerdotes abdican definitivamente sus prerrogativas y
dejan a la Iglesia la tarea de ser signo de Cristo en el mundo.
Una de las características propias del relato de San Mateo, es la mención
de los guardias en la cruz (Mt. 27, 36 y 54) y sobre todo en el sepulcro (Mt.
27, 62-66), una mención que no hacen los demás evangelistas. La clave de esa
mención nos la da el mismo Mateo en 28, 11-15.
Parece que San Mateo, compuso esta narración de la guardia en la cruz con
una finalidad apologética: contrarrestar la fábula judía de la sustracción del
cuerpo. La fe de San Mateo en Cristo es tan fuerte que llega incluso a componer
un relato con el fin de anular radicalmente la mentira de los judíos. San Mateo
es fiel a una historia más verdadera, la de su fe, de la que sabe perfectamente
que no descansa sobre la experiencia verificable de Jesús saliendo del
sepulcro. [1]
El episodio de Jesús en Getsemaní posee gran importancia para comprender la
pasión que sigue. Es una escena de revelación. Mientras que la transfiguración
(17,1-9) revelaba por anticipado la gloria del Hijo del hombre, aunque
encaminándose hacia la cruz, aquí se revela la profunda humanidad de Cristo, su
"debilidad". Es una revelación que podemos resumir así: este hombre
que siente "tristeza y angustia", cuya alma está triste hasta morir y
que experimenta el peso de la "carne débil", es el portador de la
revelación definitiva de Dios, ¡es el Hijo de Dios!
El discípulo no comprende el misterio de Cristo,; en lugar de velar y
acompañar, el discípulo se abandona al sueño. Efectivamente, se advierte un
doble movimiento en el relato: por una parte, Jesús que se aleja, solo (es una
manera de subrayar el carácter inaccesible del misterio encerrado en la oración
de Jesús); por otra, Jesús que se acerca, que vuelve a los discípulos y les
invita a acompañarlo (se subraya la cercanía del misterio de Jesús); pero el
discípulo, aunque invitado, no comprende. Además de revelarnos la profunda humanidad
de Jesús (por tanto, el relato que sigue se ha de leer tomando muy en serio la
humanidad del Hijo de Dios), el relato nos manifiesta la reacción íntima de
Jesús frente a los acontecimientos dolorosos inminentes. Los relatos que siguen
(proceso, condena, insultos, crucifixión) son la superficie de la pasión, los
hechos, la crónica; aquí se nos revela la reacción íntima de Jesús; allí lo que
los hombres hicieron con Jesús; aquí cómo reaccionó en su ánimo. Por tanto, la
escena de Getsemaní es, también desde este punto de vista, una clave
indispensable para comprender en profundidad el resto de la narración.
El evangelista subraya que Jesús es inocente. La mujer de Pilatos lo llama
"hombre justo" (27,19) y
Pilatos, a su vez, reconoce públicamente su inocencia: "Yo soy inocente de la sangre de este justo.
Allá vosotros"(27-24). Jesús es condenado como inocente por su pueblo;
una inocencia tan clara, que hasta los paganos la reconocen. Sin embargo, es
condenado, a pesar de la afirmación de la inocencia por el mismo Pilatos. El
procurador romano asume una actitud manifiestamente contradictoria. Abre el
proceso con una clara intención de objetividad y se esfuerza en librar a Cristo
de la condena. Apenas se compromete personalmente "Viendo que no conseguía nada y que aumentaba el alboroto": (v.24),
su objetividad desaparece; su deseo de objetividad no va más allá de un cierto
precio. Hay una razón de estado que prevalece sobre la verdad y la justicia.
Pilatos no está de ningún modo dispuesto a perderse a sí mismo.
Los judíos deben elegir entre el
Mesías y Barrabás (v.17); se ven forzados a elegir -ironía de la vida- entre el
Mesías y un ladrón. La escena es altamente simbólica. No se puede rechazar a
Cristo sin más; se lo cambia. Todo rechazo es una elección.
San Mateo precisa que el rechazo es colectivo (v.20). Es todo el pueblo
quien condena al Mesías, y no sólo los jefes: "Todo el pueblo respondió: Recaiga su sangre sobre nosotros y sobre
nuestros hijos". Los judíos habían entregado Jesús a Pilatos (v.27,2);
ahora Pilatos lo entrega a los soldados para que lo crucifiquen (v.26).
Antes del camino al Calvario, el evangelista relata una segunda escena de
ultraje (vv. 27-31), paralela a la escena precedente, que seguía al proceso
judío; allí se hacía burla de Jesús profeta; aquí, de Jesús rey. Es una escena
importante; en cierto sentido ocupa el centro de toda la sección y enlaza los
dos temas principales que el evangelista desarrolla, a saber, la revelación de
la realeza de Jesús y su rechazo por parte del mundo. El juego de los soldados
es burla y rechazo; Jesús es revestido de las enseñas reales por burla. Sin
embargo, y a despecho de todo, es proclamado "el rey de los judíos".
El tema central del texto proclamado es la realeza de Jesús. San Mateo lo ha
introducido desde el principio de su evangelio (2,2), y no reaparece hasta el relato de la pasión, en la escena
de la crucifixión. La realeza de Jesús es una realeza que únicamente en un
contexto de pasión destaca en todo su verdadero esplendor y en su auténtico
sentido; solamente a la sombra de la cruz se la puede entender sin equívocos.
La escena de los ultrajes no expresa solamente hasta qué punto Jesús fue
rechazado y en qué grado se humilló; pretende demostrar hasta dónde la realeza
de Dios, manifestada en Jesús, es diversa de los esquemas comunes; lo es hasta
el punto de parecer una burla.
Jesús moribundo es insultado por los transeúntes (vv. 39-40), que lanzan
contra él nuevamente la acusación de los falsos testigos en el proceso: se glorió
de poder destruir el templo y luego reconstruirlo; que se salve a sí mismo.
Le insultan los escribas, los fariseos y los ancianos, sus jueces: “Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí
mismo; si realmente fuera el Mesías, Dios le bajaría de la cruz; si realmente
fuera amigo de Dios, Dios lo libraría”. Ponen en duda la validez de sus
milagros (ya los habían interpretado como provenientes de Satanás: 12/24), la
verdad de sus pretensiones mesiánicas y la validez de su experiencia del Padre.
Se niega la identidad más profunda de Jesús. También los dos malhechores
crucificados con él le insultan del mismo modo.
El hombre corriente, las autoridades y los desheredados, todos están contra
Jesús. Para comprender el significado profundo de estos insultos hemos de hacer
una precisión. En la voz de los transeúntes, de los sacerdotes y de los dos
malhechores resuena la misma voz de satanás que ya escuchamos en el relato de
la tentación (/Mt/04/03): "Si eres
el Hijo de Dios...". Si realmente eres el Hijo de Dios, debes usar el
poder de que dispones para obtener credibilidad, para hacer triunfar la verdad.
Los jueces tienen ahora la prueba de la verdad de su veredicto : si no puede
salvarse, si Dios no le salva, significa que hemos tenido razón al tomarlo por
un falso mesías, por un impostor y un blasfemo. Así comprendemos la soledad de
Jesús. Es la soledad del que se siente al final desmentido, abandonado de aquel
mismo Dios en el que únicamente había confiado y por cuya obediencia ha
emprendido su camino: "Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?" (/Mt/27/46).
San Mateo, insiste más en algunos aspectos, al parecer secundarios, que en
la misma crucifixión, la narra, muy de pasada. Uno de estos tres motivos (los
otros dos serán el de la inscripción en la cabeza del leño y las burlas de los
judíos) es el del reparto de la ropa (vv. 35-36). Es el despojo total de Jesús
que se indica con el Sal 22 que es una súplica a Dios en un momento de
abandono, ya que hasta Dios mismo parece que no escucha la oración del sufriente
(Sal 22, 1). Es el despojo máximo de Jesús junto con la irrisión que lleva
consigo.
La inscripción o título de la cruz era una tablilla que llevaba el
condenado especificando la causa de la condena. Pilatos hizo escribir esto para
burlarse de la religiosidad judía. Esta perícopa narra con claridad las
objeciones que entonces, y ahora, se pueden hacer a una muerte tan calamitosa:
¿cómo puede ser rey nuestro un crucificado? (objeción judía o farisea): ¿cómo
puede ser éste el Hijo de Dios? (objeción cristiana de los discípulos): ¿cómo
va a poder este pobre salvar? (objeción de la sabiduría griega).
(v. 41): Este es el tercer motivo catequético y en el que Mateo quiere
hacer sobre todo hincapié. Si se tiene en cuenta los versículos del Sal 22 que
se citan (vv. 2.8.9.19) las burlas no vienen a subrayar la maldad de los
hombres o los sufrimientos morales de Jesús, sino el hecho irrisorio para el
justo de que el mesías haya sido entregado a la muerte por Dios. Cristo
abandonado por su Dios. Esto no lo puede comprender una mentalidad que esperaba
un mesías libertador y potente. Jesús ha elegido un camino de salvación
perfectamente incomprensible para judíos y griegos.
Este grito del v. 46 está en estrecha relación con el del v. 50. Son,
evidentemente, dos gritos de aflicción. Pero hacemos notar en primer lugar, que
estos gritos se dirigen a su Padre ("Dios mío"), es decir, que son
gritos de fe. En segundo lugar que son el grito de un judío fiel (no en vano
emplea el Sal 22, salmo oracional) que confía en Dios, de ahí que se trate de
una aflicción tanto más real por cuanto no ha abandonado el plano de la
fidelidad al Dios que salva. En él se realiza el juicio salvador de Dios (Rm 3,
21s). Lo trágico del desenlace de Jesús llega aquí a los más hondos niveles
antropológicos y teológicos. No hay ficción, sino cruda realidad.
La reacción del centurión ante los raros fenómenos que acompañan a la
muerte de Jesús es (típicamente pagana, por lo que se excluye una confesión de
la divinidad de Jesús en boca del soldado. Incluso parece ser que esta
expresión era corriente en labios de paganos para designar a personalidades
extraordinarias.
Para nuestra vida
Jesús hace su
entrada en Jerusalén como Mesías en un humilde borrico, como había sido
profetizado muchos siglos antes (Zacarías 4, 4). Y los cantos del pueblo son
claramente mesiánicos; esta gente conocía bien las profecías y se llena de
júbilo. Jesús admite el homenaje. Su triunfo es sencillo, sobre un pobre animal
por trono. Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres
sobre una cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la
sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con nuestra
serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás. Desde el evangelio y
meditando la reflexión de San Agustín podemos decir: Como un borrico soy ante
Ti, Señor..., como un borrico de carga, y siempre estaré contigo.
En la primera lectura, vemos y contemplamos al
"Siervo de Yahvé" . Los judíos veían representado en él al pueblo de
Israel perseguido e incomprendido por los otros pueblos. Los
cristianos vemos en el "Siervo" la prefiguración del Mesías
sufriente, que en la cruz recibe insultos y salivazos, que ofrece la espalda a
los que le golpean. No es un loco ni un necio, sino alguien que se fía de Dios
y cumple su voluntad. Por eso, no se acobarda ni se echa atrás ante el
sufrimiento o la misma muerte. Sabe que el Señor le ayuda y que no quedará
avergonzado
Los contenidos
de la oración del salmo de hoy, se dan en Jesús hasta los más mínimos detalles
sugeridos por el salmista: la agonía, el carácter infamante del suplicio, la
sed causada por la deshidratación, los miembros dislocados, la sangre que mana
de pies y manos, el golpe de gracia con la lanza, las vestiduras dadas a los
verdugos según la costumbre, los insultos de los acusadores... En esta primera
parte del género «lamentación«, se expresa un punzante sufrimiento, casi
insoportable en su realismo, y en el cual podemos admirar la belleza de este
«hombre de dolores«: a diferencia de las lamentaciones de Jeremías, no tiene
rabia ni lanza maldiciones contra sus verdugos... gime, sí... expresa su dolor
en medio de una paz profunda en que mezcla acentos de esperanza «Tú, sin
embargo, eres santo... en Ti esperaron nuestros padres... Tú me acogiste desde
mi nacimiento... Tú eres mi Dios...» Tampoco aparece ninguna preocupación
filosófica sobre el problema del mal: sufre, y ora con mayor intensidad.
Hoy el ritmo
del salmo nos permite llegar a lo profundo del alma de Jesús: «Tú estás
lejos... no permanezcas alejado... me has respondido...» La Resurrección, la
gloria, la alabanza, estaban en su corazón aun mientras permanecía en la
cruz. Lee una vez más la tercera parte de este salmo, poniéndola en
labios de Jesús en la cruz: es una explosión de acción de gracias
(Eucaristía en griego). Ia víspera de su muerte, Jesús «mimó» su
sacrificio en la «acción de Gracias» de la comida Pascual. Era consciente de la
enorme fecundidad de su muerte; convidó a todos sus hermanos a tomar
parte en la «comida de los pobres» para asociarlos a la alabanza del
Padre: «¡Esta es la obra del Señor!»
En la segunda lectura se nos recuerda que por la cruz se llega a la luz. El anonadamiento de Cristo es la puerta que
conduce la glorificación. Sólo en la cruz se desvela el misterio. Ese Jesús
crucificado es "verdaderamente el Hijo de Dios", es el Cristo, Mesías
Exaltó a aquél que se había despojado en la muerte. Estamos acostumbrados a oír
"al tercer día resucito de entre los
muertos" que apenas nos hace mella el despojamiento de la cruz .
Más allá de la
vida nuevamente conseguida, estas palabras se refieren al puesto que ahora se
confía a Jesús, el obediente.
"En el
cielo, en la tierra, en el abismo". No se habla de hombres, sino de
potestades. Se trata de aquellas potestades que hasta ahora esclavizaban el
destino de los hombres y reducían la humanidad a esclavitud. Si doblan la
rodilla ante Cristo, esto significa no sólo que le reconocen como más poderoso,
sino también que el antiguo poder de ellos ha sido quebrantado. Se ha producido
en el cosmos un cambio de dominio. "KYRIOS": el
Jesús obediente ocupa ahora el puesto de Señor del universo.
El sentido del
mundo no es ya la insensatez, la ceguera, el azar, sino Jesús, el Cristo. Él es
la respuesta a las preguntas que turban a los hombres. En él recobra el mundo
su sentido. Estas mismas líneas maestras de este precioso himno a Cristo Señor
se encuentran también en el relato de la Pasión de este ciclo A. En la epístola
a los Flp, Jesús, el Cristo "se despojó de su rango"; en el evangelio
prohíbe hablar, manda callar, parece que no quiere que la gente descubra que Él
es el Mesías:
Jesús se
despojo y se hizo obediente en una doble vertiente. Obediente no sólo al Padre.
También se hizo obediente a la condición humana que había tomado, a lo que
exige la realidad de vivir como hombre. Esto quiere decir que Cristo, al
hacerse hombre, no lo hizo con condiciones especiales. ¡Es que Él era Dios!,
decimos.
Se sometió,
"obediente hasta la muerte"
a todo lo que comporta vivir como hombre: condicionamientos físicos y
materiales (hambre, sed, calor, fatiga); condicionamientos económicos y
culturales (los de la propia sociedad de su tiempo, cultura limitada, medios
pobres, oportunidades concretas más o menos reducidas); y, sobre todo,
condicionamientos sociales, que le implican en los intereses (legítimos o
ilegítimos, puros o bastardos) de las gentes de su tiempo, que le aman y son
amados por él, le aceptan, o le rechazan, o le utilizan... y finalmente le
matan, porque no se acomodaba a lo que ellos ansiaban y esto les molesta.
Se hizo
obediente a la realidad humana, promoviendo todo lo que era verdaderamente
humano y rechazando todo lo que era contrario al hombre. Y así, de esta forma,
obediente también al Padre, dando testimonio "hasta la muerte" de lo
que el Padre quiere que sea la realidad humana.
Y es esto
precisamente lo que san Pablo recomienda a los filipenses: "tened los
mismos sentimientos de Cristo Jesús"; la misma obediencia a la realidad
humana y al Padre, aunque esto pueda costaros la vida, "hasta la
muerte".
La vida de
Jesús es asumir la situación de los otros y ver cómo desde dentro de esa
situación se puede crear la relación filial con el Padre y fraternal con los
hermanos. Miremos el ejemplo de Jesús: deja tu "condición divina"
-porque todos nos creemos de condición divina, nos hacemos absolutos y nos
creemos dioses- y ponte en la condición del otro y procura sentir desde dentro
al otro y padecer desde su situación.
. ¿Con qué personaje
de la pasión nos identificamos: con Pedro que le negó, con Judas que le
traicionó, con el pueblo que no le acepta, o con Juan y las mujeres que le
acompañaron? “Orad y contemplad la Pasión y la muerte de Cristo, es el mejor
medio de acercarnos a la semana Santa. al Triduo pascual.
Jesús en este
domingo de Ramos es aclamado por aquellos que después van a quitarle de en
medio. Todo esto ocurre porque Jesús se mete en el mundo, asume el dolor de
todos los hombres que hoy son "crucificados". Jesús se empeña en
estar en todos los líos, se sitúa en las entrañas de la vida, allí donde se
juega el futuro de la humanidad. No le va la muerte ni la marginación -siempre
injusta- . Lucha por acabar con todo aquello que degrada al hombre, que le
humilla y hunde en el abismo. Fue valiente, por eso le mataron tanto el poder
político como el religioso. Pero Jesús sigue muriendo hoy día...
Nosotros
seguimos crucificando a muchos "cristos" y gritando:
"¡Crucifícalo!". Muchos hombres siguen viviendo su “pasión”: mujeres
maltratadas, niños esclavizados, parados cansados de buscar trabajo, millones
de personas que mueren de hambre… Que la entrega de Jesucristo por nosotros nos
ayude a entregarnos a los hermanos y a ser más humanos cada día.
San Mateo ve
en este acontecimiento la realización del vaticinio del profeta Zacarías, que
anunciaba la llegada del Rey de Israel, avanzando hacia el monte Sión, lleno de
mansedumbre y majestad, sentado sobre un borrico. La Iglesia repite cada año en
todo el mundo, también en el camino que baja de Betfagé hacia Jerusalén, esa
procesión de hombres y de mujeres, de niños con ramos de olivos y con palmas,
que aclaman al Señor con júbilo y entusiasmo. Sólo los orgullosos sonríen con
ironía o protestan indignados, los que no tienen fe, los que sólo miran con los
ojos de la carne porque están ciegos en el alma. A ellos el Señor, cuando le
piden que acalle a la multitud, les contesta: "Si éstos callaran, las
piedras gritarían". Y es que las piedras son más blandas y sensibles que
el corazón de los orgullosos y los soberbios...
Fijémonos en
algunos aspectos del relato de la Pasión según san Mateo.
-Getsemaní. De Getsemaní emana una lección de vida para la comunidad cristiana. Como
Cristo, por medio de la vigilancia y de la oración al Padre, superó
victoriosamente el momento decisivo de la prueba, así el discípulo:
"Vigilad y orad" es la invitación reiterada a la Iglesia. El episodio
se convierte en un modelo para la existencia cristiana, en una ilustración de
la advertencia que Mateo ha colocado como conclusión del discurso escatológico
(24,42): "Velad, pues, porque no sabéis el día en que vendrá el
Señor".
Cuando aparece en el texto la realeza de Cristo, vemos que hay una
diferencia radical entre la realeza de Cristo y la del mundo, entre las manifestaciones
de la primera y las manifestaciones de la segunda. No hay nada en común entre
ambas; la realeza del mundo se manifiesta en el poder, en la imposición, en la
salvación de sí mismo; la realeza de Cristo se manifiesta en el servicio, en el
amor, en el rechazo del poder como medio de sustraerse a las contradicciones.
Por eso el mundo rechaza la realeza de Cristo, no la comprende y hasta la
considera una realeza de burla. Por eso los mismos discípulos se sienten con
frecuencia tentados -¡incluso por amor al Maestro!- a modificar la realeza de
Jesús, a hacerla semejante a la del mundo, en un intento, se diría, de hacerla
más convincente y eficaz.
Hoy a nivel eclesial también , demasiadas veces queremos una Iglesia
poderosa, de gran influencia social. Olvidamos que su razón de ser es el
servicio.
Contemplando al Mesías abandonado que nos presenta San Mateo, nos damos
cuenta de que la petición de un milagro
no solo es un razonamiento meramente humano; sino que esta basado en toda una
literatura de martirio que asegura justamente que Dios interviene siempre,
aunque sea en el último momento, para derrotar a los enemigos y hacer triunfar
al justo. Así en Sal 34,8 y en Sal 1,9-12: "Teniendo a Yahvé por refugio,
el Altísimo por tu asilo, no te llegará la calamidad ni se acercará la plaga a
tu tienda, pues te encomendará a sus ángeles para que te guarden en todos sus
caminos". Es la tentación en los momentos difíciles de nuestra fe, pedir e
incluso exigir la intervención de Dios.
La inscripción
o título de la cruz narra con claridad las objeciones que entonces, y ahora, se
pueden hacer a una muerte tan calamitosa: ¿cómo puede ser rey nuestro un
crucificado?. Parece imposible dar crédito a una persona en tal
estado de fracaso. Ya lo decía Pablo con claridad: "para los judíos un
escándalo, para los paganos una locura" (/1Co/01/23).
Sin embargo éste es el Cristo de nuestra fe.
En nuestra realidad eclesial continua siendo, demasiadas veces
incomprensible el escándalo de la cruz. Como en la época de Jesús -que lo parecía
muerte se convertirá en vida de verdad- , continúa siendo realidad. El camino
del triunfo en la fe es el de saber valorar la cruz de ser hombre, con las
limitaciones que esto conlleva.
Ya la primera comunidad cristiana vio en este relato del cinturión, una
confesión de fe que ella misma se apropia. Como luego dirá en su reflexión
teológica el evangelista Juan: Jesús jamás fue el Hijo único de Dios en tanto
grado como en la humillación de la cruz. Todo este relato es fuente de
adoración y de actuación en la vida para el creyente.
Así nos sirve a los creyentes para ver y comprobar nuestra confesión de fe
en los momentos duros y difíciles de testimonio cristiano.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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