Comentario a las lecturas del
domingo XXVI del Tiempo Ordinario 29 de septiembre de 2019
Las lecturas de hoy destacan
por el carácter social que tienen. Las tres lecturas nos ayudan a visualizar las
necesidades de nuestro entorno y señalar las actitudes adecuadas en un
cristiano.
La primera lectura del profecía
de Amós (Am 6,1a.4-7).
Los caps. 3-6 de Amós están
formados por una serie de breves oráculos contra Israel y que desarrollan la
temática del oráculo de amenaza de 2,6 ss. Empiezan todos ellos con las
fórmulas: "Escuchad esta palabra...", "Ay de los que...".
En Am. 6,1-7 se describe, con
amplitud, la conducta de los dirigentes de Israel (vs.1-6), y acaba con un
breve oráculo de condena (v.7).
Con gran ironía, Amós describe
en los vv. 4-6 el lujo y goces a los que se entrega esta gente despreocupada:
el "arrellanarse en divanes" no sólo es un lujo inaudito en Israel
sino que también indica una actitud de apoltronamiento, de "aquí me las
den todas", de vivir la vida bien sin abrir los ojos a la realidad.
Tocan el arpa, como David, pero
con un fin muy diverso: divertirse; beben en copas que sólo estaban destinadas
a uso cúltico. Creen servir a los intereses del pueblo , dedicándose a los
placeres de la mesa; sólo viven para la fiesta.
El "pues ahora" del
v. 7 introduce el oráculo de condena: la inminencia del juicio divino caerá
como jarro de agua fría sobre las ilusiones alienantes de los samaritanos.
Los caps. 3-6 de Amós están
formados por una serie de breves oráculos contra Israel y que desarrollan la
temática del oráculo de amenaza de 2,6 ss. Empiezan todos ellos con las
fórmulas: "Escuchad esta palabra...", "Ay de los que...".
En Am. 6,1-7 se describe, con
amplitud, la conducta de los dirigentes de Israel (vs.1-6), y acaba con un
breve oráculo de condena (v.7).
Amós describe en los vv. 4-6 el
lujo y goces a los que se entrega esta gente despreocupada: el
"arrellanarse en divanes" no sólo es un lujo inaudito en Israel sino
que también indica una actitud de apoltronamiento, de vivir la vida bien,
centrados en la propia y egoísta
realidad.
Tocan el arpa, como David, pero
con un fin muy diverso: divertirse; beben en copas que sólo estaban destinadas
a uso cúltico (Ex 38. 3; Nm 4. 14). Dedicándose a los placeres de la mesa creen
servir a los intereses del pueblo; sólo viven para la fiesta, "... pero no
os doléis del desastre de José".
El "pues ahora" del
v. 7 introduce el oráculo de condena: la inminencia del juicio divino caerá
como jarro de agua fría sobre las ilusiones alienantes de los samaritanos.
El responsorial es el salmo 145 (Sal 145,7.8-9a.9bc-10).
Es un "himno" del
reino de Dios. A partir del salmo 145, hasta el último, el 150, tenemos una
serie que se llama el "último Hallel", porque cada uno de estos seis
salmos comienza y termina por "aleluia". En esta forma el salterio
termina en una especie de ramillete de alabanza. Recordemos que la palabra
"hallélouia" significa, en hebreo "alabad a Yahveh", "alabad
a Dios".
El salmo contrapone la suerte
del que confía en el hombre y la del que confía en Dios. Es el primero de los
cinco salmos «aleluyáticos», que cierran el Salterio. En él abundan las
reminiscencias de otros salmos y textos bíblicos, y abundan también los
paralelismos sinónimos.
Con frases estereotipadas, el
salmista inicia su poema exhortándose a sí mismo a alabar a Yahvé. La idea central del
salmo es la confianza en Dios, de quien únicamente puede venir el auxilio seguro
al hombre. En consecuencia, es inútil confiar en poderes humanos, por muy altos
que sean, pues los mismos príncipes
dejan de existir y después de la muerte no pueden prestar ayuda a nadie. Sólo el Dios de Jacob
puede inspirar verdadera confianza, pues es el mismo que ha formado el cielo y
la tierra, y, por otra parte, es fiel
a sus promesas de protección a sus devotos. Especialmente muestra su solicitud
y favor con los necesitados: los oprimidos, los hambrientos, los ciegos, los
contrahechos, los peregrinos, los huérfanos y las viudas. Ese Dios providente y
justo tiene su morada en Sión
y desde ella mantiene su dominio por la eternidad.
En este salmo junto al afecto
básico de la alabanza, se abre paso la confianza del salmista, como experiencia
propia y como invitación a otros. La confianza se funda en los predicados
hímnicos del Señor
En los VV. 6-9, después de
recordar la acción creadora, recuenta una serie de obras de misericordia, que
caracterizan a Dios.
En el V. 10 indica en qué
consiste el reinado de Dios. El Dios del universo es el Dios de Sión, porque
eligió un pueblo y un templo.
Las razones de la actitud de
bienaventuranza de Dios con su pueblo se reducen a actos de fe en el poder de
Yahvé, que se presenta como el gran Auxiliador en toda clase de necesidades del
hombre, en contraste con la impotencia y fragilidad de éste. Él es Creador; siempre fiel y valedor de oprimidos,
hambrientos, cautivos, ciegos, peregrinos o huéspedes, huérfanos y viudas, y, por antítesis,
castigador de los malvados.
Así
comenta San Juan Pablo II, este salmo: " 1. El
salmo 145, que acabamos de escuchar, es un «aleluya», el primero de los cinco
con los que termina la colección del Salterio. Ya la tradición litúrgica judía
usó este himno como canto de alabanza por la mañana: alcanza su culmen en la
proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana. En efecto, al
final del salmo se declara: «El Señor reina eternamente» (v. 10).
De
ello se sigue una verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos;
las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del
hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido
ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de
fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus
atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9).
2.
Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo
vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los
hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos,
quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a
los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna
el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en
edad.
Son
doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la
plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano
alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel
que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de
los oprimidos, de los infelices.
3.
Así, el hombre se encuentra ante una opción radical entre dos posibilidades
opuestas: por un lado, está la tentación de «confiar en los poderosos» (cf. v.
3), adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en el egoísmo y en el
orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y destinado al fracaso;
es «un sendero tortuoso y una senda llena de revueltas» (Pr 2,15), que tiene
como meta la desesperación.
En
efecto, el salmista nos recuerda que el hombre es un ser frágil y mortal, como
dice el mismo vocablo 'adam,
que en hebreo se refiere a la tierra, a la materia, al polvo. El hombre -repite
a menudo la Biblia- es como un edificio que se resquebraja (cf. Qo 12,1-7),
como una telaraña que el viento puede romper (cf. Jb 8,14), como un hilo de
hierba, verde por la mañana y seco por la tarde (cf. Sal 89,5-6; 102,15-16).
Cuando la muerte cae sobre él, todos sus planes perecen y él vuelve a
convertirse en polvo: «Exhala el espíritu y vuelve al polvo; ese día perecen
sus planes» (Sal 145,4)
4.
Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el salmista
con una bienaventuranza: «Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de
Jacob, el que espera en el Señor su Dios» (v. 5). Es el camino de la confianza
en el Dios eterno y fiel. El amén,
que es el verbo hebreo de la fe, significa precisamente estar fundado en la
solidez inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su poder infinito. Pero
sobre todo significa compartir sus opciones, que la profesión de fe y alabanza,
antes descrita, ha puesto de relieve.
Es
necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos,
visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a
los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es
el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor
que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en
el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados
sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero,
en el desnudo, en el enfermo y en el preso. «Cuanto hicisteis a uno de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40): esto es lo que
dirá entonces el Señor." .
(San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 2 de julio de 2003)
La segunda lectura es de la
primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1 Tim 6,11-16).El texto es el
final de la primera carta a Timoteo.
El texto subraya lo que en las
cartas pastorales se denomina la sana doctrina. El tema se halla dentro de la
exhortación a «conservar el mandamiento sin tacha ni culpa», es decir, todo el
mensaje religioso de Cristo (14), y en el v 20, que manda igualmente «guardar
el depósito».
Probablemente estas palabras
recogen la conclusión de un himno litúrgico, de ahí que contengan una doxología
con el "amén" final. Se contrapone la realeza de Jesús a cualquier
apoteosis humana y al señorío de los emperadores. Porque sólo Jesús es el
Señor.
El hombre de Dios debe buscar
la “Justicia” (Diakaiosune) Lo recto, lo equitativo. Lo recto y equitativo
tiene que ver con nuestros pensamientos, actos, conductas. Debido a que
seguimos a Dios debemos ser justos en nuestros juicios respecto a las personas,
debemos ser cuidadosos es como juzgamos las cosas, ya que debemos hacerlo con “justo
juicio”. El uso de nuestros recursos que Dios no dio debemos usarlo de forma
“justa”, si somos empleadores debemos ser justos con los trabajadores, sino
somos trabajadores debemos servir “justamente” a los empleadores. En la
comunidad de creyentes debemos ser justos con el trato con los hermanos,
evitando toda discriminación que no fuera justa. La justicia es todo lo que
demos perseguir.
El hombre de Dios debe
perseguir la piedad (gr. Eusebia) debe seguir lo devoto, lo reverente. La
piedad tiene que ver con el esfuerzo, el sacrificio, para ser piadoso, el
camino no es fácil.
El hombre de Dios debe buscar
la fe (gr. Pistis) significa persuasión, credibilidad, convicción, confianza.
Esta palabra aparece 19 veces en la carta, por lo que parece ser también de
suma importancia.
Un hombre de Dios sigue el amor
(Gr ágape) afecto, benevolencia. Aparece 5 veces en esta carta. Pablo dice que
el mandamiento para refutar a los falsos maestros es el amor (1:5) que el amor
de Dios es abundante (1:14) la mujer cristiana debe permanecer en el amor
(2:15) debemos ser ejemplos en amor (4:12).
El hombre de Dios sigue la
paciencia (Gr. Jupomoné) resistir o aguantar alegremente. San Pablo
argumentando sobre la justificación por la fe, hace esta extraordinaria
conexión con la paciencia (Rom 5:3-5) La paciencia nos enseña a esperar en Dios
y en su plan salvador que tiene para la humanidad y para cada uno de sus hijos,
la paciencia nos invita a gozarnos en Dios pase lo que pase.
El hombre de Dios busca la
mansedumbre (Gr praótes) gentileza, humildad. La palabra en griego también
expresa humildad. El hombre que es manso es el hombre que sabe quién es por la
gracia de Dios, conoce sus limitantes.
El hombre de Dios debe huir de
los que no se conforman a las sanas palabras del Evangelio, del envanecimiento
y del amor al dinero. Y debe seguir la justicia, la piedad, el amor, la
paciencia y la mansedumbre. Pero en el fondo de todo este escenario el hombre
de Dios debe huir del pecado, lo más rápido y fugaz que pueda y correr con todas
sus fuerzas y energías, como corriendo por su vida a los brazos de Jesús,
aferrarse en su sacrificio y en su justicia, porque él es su único y suficiente
salvador.
El
evangelio continua siendo de san Lucas (16,19-31). Dentro de la perspectiva de camino
Lucas vuelve a ofrecernos una parábola de Jesús. En esta ocasión la parábola
forma parte de una más amplia réplica, es contundente. Buenos conocedores de la
Ley y de los Profetas como son los fariseos, éstos deberían saber que aquello
que los hombres tienen por más elevado, para Dios es sólo basura (Lc.16,15).
Pero parecen desconocerlo, a pesar de que el principio mantiene toda su
vigencia, especialmente ahora que el Reino de Dios es una realidad. Para
recalcar esa vigencia cuenta Jesús la siguiente parábola: Había una vez un
judío rico, que, tras llevar una vida regalada, vivía atormentado en el
infierno. En este punto de la parábola Jesús se sirve de los mismos espacios
figurativos con que sus interlocutores fariseos concebían el más allá de la
muerte. Estos espacios eran el seol o infierno como lugar de tormento y el seno
de Abrahán como lugar de dicha. Seno de Abrahán es en realidad una imagen que
designa el puesto de honor en un banquete, es decir, el puesto a la derecha del
anfitrión.
En el relato aparecen dos
partes distintas. La primera (vv. 19-26), la única parábola del Evangelio en la
que uno de los protagonistas aparece con su nombre, Lázaro ("Dios
ayuda"), podría ser una transposición cristiana de un cuento egipcio
introducido en Palestina por los judíos alejandrinos y que relataba la suerte
diferente del publicano Bar Majan y de un escriba pobre. La segunda parte (vv.
27-31) es más original, pero su objeto es distinto: Lázaro no desempeña en ella
más que un papel secundario y el interés se centra en torno a la suerte de los
cinco hermanos del rico, buenos vividores a quienes la amenaza del Día de Yahvé
no llega a convertir (cf. Mt 24, 37-39).
a) La primera parte aplica,
pues, la teoría judía de la retribución por trastrueque de las situaciones a
los pobres y a los ricos, lo mismo que en las bienaventuranzas (Lc 6, 20-26;
cf, también Lc 12, 16-21). No se trata, por tanto, de saber si el rico era un
buen o mal rico y Lázaro un buen o mal pobre. La parábola no se interesa por
las condiciones morales de sus vidas, sino por el anuncio de la proximidad del
Reino en un mundo sociológicamente determinado. De hecho nos encontramos en
esta parte de la parábola con el clima de la comunidad primitiva de Jerusalén,
constituida de pobres y bastante revanchista respecto a los ricos (Act 4,
36-37; 5, 1-16). En ella parecen estos incapaces de optar por una vida nueva,
ligados como están a la vida presente por el disfrute de todos sus bienes; los
pobres están más disponibles; por eso es más accesible para ellos el Reino.
-"Había un hombre rico que
se vestía de púrpura y de lino..." "Y un mendigo llamado
Lázaro...": La parábola, que tiene como destinatarios -de acuerdo con el
contexto anterior- los fariseos, tiene dos partes. En la primera, se contrasta
la vida de un hombre rico con la de un hombre pobre, un mendigo. El mendigo se
llama Lázaro, pero no parece que tenga ninguna relación con Lázaro hermano de
Marta y María, del evangelio según san Juan.
Las situaciones de estos dos
personajes quedarán totalmente invertidas, y de una manera irreversible, en la
vida del más allá, con el paso de la frontera de la muerte. Se trata de un tema
relacionado con el del evangelio del domingo pasado: los dos consideran las
riquezas como impedimento para conseguir la vida verdadera. En esta primera
parte de la parábola se establecen dos momentos: en un primer momento, el
contraste entre el rico y el mendigo y en un segundo momento, el diálogo entre
el rico y Abraham a propósito de la situación en el más allá. El mensaje de la
parábola radica en la valoración que hace Dios de los hombres y de su conducta,
bien distinta de nuestras valoraciones. Se han encontrado algunos paralelos de
esta parábola en escritos de la época: un documento del año 47 d.C. narra una
historia egipcia en la que aparece igualmente la situación invertida de un
mendigo y un rico en la vida del más allá. También en la literatura rabínica se
encuentran narraciones parecidas. Jesús podía estar familiarizado con estas
narraciones de la época, pero la parábola del evangelio tiene muchos elementos
propios.
La segunda parte de la parábola
"El rico insistió: Te ruego,
entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre...", nos
orienta hacia la perspectiva de las condiciones de la espera escatológica y
corrige singularmente el concepto demasiado sociológico y demasiado
materialista de la primera parte. Aquí, en efecto, no son ya la riqueza y la
pobreza las que reciben un premio, sino la irreligión y el egoísmo los que
oscurecen el corazón de los hombres hasta el punto de no poder leer los signos
que Dios le ofrece, incluso a través de los milagros. Los hombres irreligiosos
viven en un egoísmo que les cierra a priori a todas las anticipaciones de Dios;
en este punto se encuentran a ras de tierra de forma que no pueden en absoluto
ver el menor signo de Dios en los acontecimientos. Para ellos la muerte pone
fin a la existencia (v. 28); ni siquiera les convencerá una prueba de la
resurrección de los cuerpos porque han perdido el hábito de ver los signos de
la supervivencia en su vida misma. La exigencia de signos no es más que un
falso pretexto: el hombre no es salvado más que por la audición de la Palabra
("Moisés y los profetas") y por la vigilancia, no por las apariciones
y los milagros.
El centro del relato es el
destino de los cinco hermanos del rico. ¿Cómo hacer que se conviertan? La
conversión no es fruto de milagros espectaculares, sino de escuchar a Moisés y
a los profetas (Cf.Rm 10,17). Este camino no es imposible (Dt 30,11-14). La
alusión a un resucitado de entre los muertos se refiere a la muerte y a la
resurrección de Cristo, y es una advertencia a los que aun se comportan
despreocupadamente como los cinco hermanos del rico.
Para
nuestra vida
Las lecturas de hoy denuncian la desigualdad y el injusto reparto
de las riquezas que es mayor cada día. A la luz del texto del profeta Amós y de
la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro , debemos hacer nosotros, hoy, en
este domingo, un examen de conciencia sincero y comprometido.
.Así leemos en la primera
lectura: " Esto dice el Señor
omnipotente: ¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión… se acuestan en
lechos de marfil, se arrellanan en sus divanes…, pero no se conmueven para nada
por la ruina de la casa de José". Las palabras de
profeta Amós, pastor de Tecoa, escritas unos quinientos años antes de Cristo,
nos mandan a nosotros el mismo mensaje que nos dará la parábola de Cristo a los fariseos sobre el
rico Epulón y el pobre Lázaro. Hoy día, más de dos mil años después de Cristo
podríamos repetirlas nosotros con un lenguaje distinto, pero con el mismo
contenido y mensaje. La sociedad actual sigue poniendo el dinero y la buena
vida por encima de todo lo demás.
La palabra de Amós sigue sonando con gran actualidad. Hoy su
protesta es contra los que confiaban en Dios, pensando tenerlo propicio por el
sólo hecho de que su templo estuviera sobre el monte Sión en Jerusalén, o sobre
el monte Garizim, en Samaria. Se fiaban de sus prácticas religiosas, creyendo
que dando culto a Dios ya se podía faltar, impunemente, a los más sagrados
deberes de justicia y de caridad.
Son situaciones que todavía se dan. Sí, hay quienes piensan que
con asistir a Misa, con comulgar de cuando en cuando, con rezar determinadas oraciones
o dar algunas limosnas, ya está todo arreglado. Y viven completamente al margen
de lo que es el camino señalado por Dios, seguros de que al final todo se
solucionará, de que habrá tiempo de arrepentirse. Y mientras llega ese momento,
tan lejano al parecer, viven como paganos, sin pensar más que en sí mismos.
"Os acostáis en lechos de marfil, tumbados en camas; coméis
los carneros del rebaño y las terneras del establo…" (Am 6, 4). Amós es un hombre de campo, rudo y recio, no tiene una
sensibilidad especial para reaccionar contra toda aquella molicie que
contemplan sus ojos. Y critica duramente la vida fácil y comodona de sus
contemporáneos, les echa en cara su culto al confort, su vida aburguesada y
muelle.
El confort excesivo destruye al hombre, le corrompe, le pudre. El
que no está habituado al sacrificio acaba convirtiéndose en un hombre inútil,
débil, un ser derrotado antes de la lucha. Si no hay esfuerzo, no hay
fortaleza. Y sin fortaleza el hombre no puede realizarse, salvarse a sí mismo.
El que no pone empeño en la vida, acabará prematuramente sumergido en la
muerte.
El
salmo 145 ( responsorial de hoy) es un canto de alabanza al Dios poderoso
compuesto con intenciones didácticas.
No se debe confiar en los hombres, aunque sean poderosos, porque sus planes
perecen lo mismo que ellos. Dios, que demuestra su poder con doce acciones
dirigidas a los más oprimidos de la humanidad, suscita la auténtica confianza.
El salmo se considera una alabanza, en el verso final se proclama su señorío
universal; expresa un augurio de que Dios ejerce su reinado para que tengan
vida plena cuantos confían en Él. El
texto presentado hoy es el final del salmo, que es una confesión de fe
colectiva a cargo de la asamblea (vv. 6-10).
A pesar de las previsiones que
se tomaron- en el AT- para que nunca hubiera pobres en el pueblo de Israel,
como fue la institución del año sabático o la atribución propia del rey
-defensor del pobre, del huérfano y de la viuda-; no obstante las promesas de
la Escritura, los pobres están ahí con el clamor de su pobreza.
Dios obra a pesar de las
injusticias. La vida del hombre justo se caracteriza por estar en las manos de
Dios. No se le ahorrarán las pruebas de aquellos que obran mal. Entre los
propósitos de éstos figuran oprimir al justo, no perdonar a la viuda, ni
respetar al anciano. Pretenden, en último término, comprobar si Dios está con
el justo: «se ufanan de tener a Dios por Padre, veamos si sus palabras son
verdaderas» (Sab 2,17).
Así
valora San Juan Pablo II, la importancia de confiar en Dios:
" 4. Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que
pondera el salmista con una bienaventuranza: «Bienaventurado aquel a quien
auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios» (v. 5). Es el
camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. El amén, que es el verbo
hebreo de la fe, significa precisamente estar fundado en la solidez
inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre
todo significa compartir sus opciones, que la profesión de fe y alabanza, antes
descrita, ha puesto de relieve.
Es
necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos,
visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a
los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es
el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor
que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en
el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados
sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el
forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. «Cuanto hicisteis a uno
de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40): esto es
lo que dirá entonces el Señor.
5.
Concluyamos nuestra meditación del salmo 145 con una reflexión que nos ofrece
la sucesiva tradición cristiana.
El
gran escritor del siglo III Orígenes, cuando llega al versículo 7 del salmo,
que dice: «El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos»,
descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía: «Tenemos hambre de
Cristo, y él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de
cada día". Los que hablan así, tienen hambre.
Los
que sienten necesidad de pan, tienen hambre». Y esta hambre queda plenamente
saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el
Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Orígenes-Jerónimo, 74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp.
526-527)." (San
Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 2 de julio de 2003)
En
la Segunda Carta a Timoteo, que se lee en este Vigésimo sexto Domingo del
Tiempo Ordinario, nos ofrece todo un programa. Tiene, incluso, mucho sentido
consignar de final al principio esas virtudes. Delicadeza, paciencia, amor,
piedad, justicia. San Pablo que era un hombre de extraordinaria fortaleza y
empuje estaba "tocado" por la acción del Espíritu que es quien da
esos brillos importantes a nuestra alma. Necesitamos paciencia y delicadeza
para tratar justamente al prójimo y será nuestro amor hacia él –y, por tanto, a
Dios— lo que nos incline a una auténtica piedad.
San Pablo anima a la práctica
de varias virtudes. De las enumeradas- la justicia, la piedad, la fe, el amor,
la paciencia, la delicadeza la primera es la justicia. No hay caridad (amor)
sin justicia, la piedad desligada de la justicia puede ser falsa, la fe que no
se traduce en obras está muerta, la paciencia y la delicadeza no son enemigas
de la denuncia y del compromiso solidario con los oprimidos.
Si hay algo que define al
cristianismo es la piedad. Pero seamos realista ¿Es lo que vemos hoy? ¿Vemos a
los niños siendo guiados en la piedad? ¿Vemos padres piadosos? ¿Vemos iglesias
piadosas? ¿Vemos pastores piadosos? ¿Vemos jóvenes hambrientos por ser
piadosos? Al parecer es lo que menos vemos. Y Esto es por el simple hecho de
que nuestra sociedad de comodidad tiene más influencia en nuestra vida que el
mismo evangelio. Esto es porque la piedad tiene que ver un esfuerzo, un
sacrificio, debe doler, debes gemir, debes llorar para ser piadoso, no es un
camino fácil. Pablo lo ilustra de esta manera en 4:7-8 “Ejercítate en la
piedad” ¿Cuánto nos ejercitamos en la piedad? ¿Cuánto tiempo asolas con Dios,
con la Biblia orando? ¿Cuánto dedicamos a memorizar o estudiar la Biblia? ¿Aun
existen los devocionales diarios?¿Dónde están esos padres que enseñaban a sus
hijos a ser piadosos?
Buscar la fe. Nosotros debemos
ser capaces de siempre auto examinar nuestra fe, no para torturarnos, sino para
poder tener cada día más seguridad de nuestra fe. Por supuesto que abra algunos
que estarán temblando, algunos que tienen fe débil encontraran mayor confianza
y reposo en Jesús y otros porque no están seguros . Un hombre de Dios
siempre sigue la fe y persevera en ella.
Buscar el amor. Si pensamos en
nuestra sociedad es fácil detectar que la ideología del falso amor ya está por
todas las partes. Por “amor” un hombre mata a su pareja, porque se acabo “el
amor” se separan, por “amor” una mujer aborta, por “amor” se casaran las
parejas homosexuales, todo es por “amor”. Ahora pensemos en los círculos
cristianos parece haber invadido la misma ideología falsa del amor. Dice un
Dios de “amor” no puede enviar gente al infierno”, lo que importa es “amor” no
la doctrina, no debes juzgar debes “amar”. Hay que ser sumamente cuidadosos en
cómo se usa la palabra amor hoy en día. Debemos mostrar el amor en nuestras
iglesias, debemos amarnos unos a otros, debemos crecer en amor, debemos
negarnos a nosotros mismos para amar a nuestros hermanos. El amor es el
distintivo del cristianismo, pero definamos bien lo que es amor.
Buscar la paciencia. Todas
las virtudes recomendadas hay que
cultivarlas, pero pienso que esta es una de las que más necesitamos , no es
posible buscar la justicia sino tenemos paciencia, ni practicar la piedad si
esperamos resultados rápidos, ni perseverar en la fe si no tenemos paciencia.
Todas las características que hemos venido enunciando tienen que tener cierta
dosis de paciencia. Además hay que añadir a esto que nuestra sociedad no
promueve la paciencia para nada; si tienes una relación que no funciona te
buscas otra, si hay algo que no te gusta te compras otra, si quieres
comunicarte con alguien lo haces rápidamente, todo lo puedes obtener rápido
¿Para qué esperar? Pero como cristianos sabemos que la paciencia es parte
esencial del cristianismo.
Ser manso o humilde no
significa que es alguien que es pisoteado por todas las personas. Ni tampoco
significa que es alguien necesariamente tranquilo. Ser manso o humilde es
alguien que sabe quién es. Sabe que es un pecador redimido por Jesús y que
ahora es amado por Dios. Incluso Pablo nos dice que el siervo de Dios debe ser
manso y debe corregir a los que se oponen al evangelio (2 Tim 2:25- No
confundamos ser manso con ser cobarde.
A Timoteo se le llama "siervo de
Dios" porque ha elegido servir a Dios y no a las riquezas. Como tal siervo
de Dios debe emplear su vida en la consecución de bienes más altos y no dejarse
dominar por el dinero. En consecuencia, deberá practicar aquellas virtudes que
regulan tanto la relación con Dios "la religión" como la que se da
entre los hombres (la justicia), y en ambos casos de acuerdo con las tres
virtudes fundamentales de la vida cristiana que sabe dispensar los defectos ajenos.
Esta "profesión de fe ante
muchos testigos" la haría Timoteo en su bautismo, como sigue siendo
costumbre hasta nuestros días. Todas las hemos hecho, como cristianos, hijos de
Dios.
Esta profesión de fe no se hace sólo ante la
iglesia o los fieles sino, principalmente, ante el Dios vivo y su enviado
Jesucristo, el cual dio testimonio de la verdad ante los tribunales y ahora ha
sido constituido en juez de vivos y muertos. A la confesión de fe sigue la
aceptación de Mandamiento: el que quiera alcanzar la vida eterna ha de confesar
la fe, ha de bautizarse y ha de cumplir el mandamiento del amor que es el
resumen de todos los mandamientos. Confrontados con la venida del Señor debemos
cumplir su mandamiento, porque sobre esto, sobre el amor, seremos juzgados
cuando vuelva.
La
fe no es solamente una aceptación pasiva de un credo
religioso, sino un combate
difícil y encarnizado. Creer no es cómodo, sino que lleva consigo la
disponibilidad para una lucha concreta y determinada. Creer es comprometerse.
El
evangelio de hoy nos presenta la parábola, del rico Epulón y el pobre Lázaro.
En la parábola del pobre Lázaro
hay mucho más que ese camino de justicia referido a las necesidades de los
hermanos que nos pide el seguimiento de Cristo. Aparece el diálogo entre lo cotidiano y el más allá. El rico
Epulón pide al padre Abraham que descienda un muerto para que convenza a sus
hermanos de que tomen el camino adecuado. Abraham va a contestar que no creerán
a un resucitado y, ciertamente, así va a ser. La Resurrección de Cristo sirvió
para impulsar el camino de la Iglesia, la continuidad en la Redención de sus
discípulos. Pero aquellos que le condenaron, le torturaron y le asesinaron iban
a quedar donde estaban. No se convirtieron en su gran mayoría. Es cierto que el
Señor no buscó aparecerse a todos y lograr sobre el Israel de entonces una
generalizada y maravillosa manifestación del poder de Dios. Sin embargo, todo
el que quiso creer, creyó. Es decir, las apariciones de Jesús se multiplicaron dé
tal manera que era difícil sustraerse a ellas. Habla Pablo de que se apareció a
más de quinientos, después de personalizar con nombres otro buen número de
apariciones. Más de quinientos testigos en un ambiente tan interrelacionado
como podía ser Jerusalén –incluso toda la Galilea— armarían suficiente
"ruido". Pero no sirvió para que muchos de sus coetáneos cambiaran. Y
en cuanto a los signos prodigiosos que Jesús realiza durante su predicación
tampoco sirvieron, aunque ellos produjeron un auténtico clamor popular.
El texto también plantea - a
petición del rico Epulón-la realidad de los milagros. ¿Existen los milagros,
los prodigios, los hechos maravillosos? Pues, sí; porque cuando un hombre –o una
mujer— joven lo deja todo para dedicarse a cuidar enfermos terminales o
ancianos que ya no quiere nadie, ahí se está operando un milagro evidente. Lo
que ocurre que tal prodigio no sería nunca advertido por los hermanos de Epulón
aunque volviese a la vida él mismo. Habrá muchos ejemplos de puros milagros,
que lo son si aplicamos la lógica de nuestros días. Es un prodigio cuando
también una mujer –o un hombre— joven se recluye para siempre en un convento
para rezar por quienes nadie reza. Tal vez, no es menos milagro el caso de
muchos hombres y mujeres corrientes que no dejan amilanar o afectar por lo
"corriente", por lo "habitual" de este mundo de hoy pero
que conlleva la injusticia, la violencia, el desamor, la opresión de los hermanos.
Tratemos de aplicar la parábola a nuestro tiempo. En
nuestra sociedad occidental, somos muchos los que vivimos sin que nos falte
físicamente de nada para poder vivir con dignidad. Realmente podemos decir que
vivimos en la abundancia. Lo importante, como cristianos que somos, es que no
vivamos sin ver a los que pasan necesidad.
Decíamos en el comentario de la
primera lectura que la sociedad actual sigue poniendo el dinero y la buena vida
por encima de todo lo demás.
No es ese el mensaje que vino a
traernos Cristo a este mundo, predicando el reino de Dios. Realmente, ¿los
cristianos, en nuestro apego al dinero, en nuestras ganas del bien vivir, y en
nuestra atención a las personas necesitadas, nos parecemos mucho a los “hijos
de este mundo”?.
Hoy nos habla el Señor de aquel rico que se daba la gran vida, sin
reparar siquiera en el pobre Lázaro que mendigaba a la puerta de su casa, ávido
de recibir unas migajas de las muchas que se caían de la mesa del epulón. Sólo
los perros se le acercaban para lamerle las llagas. El hombre rico estaba tan
abismado en sus negocios y en sus francachelas que no veía, porque no quería
ver, la miseria que rodeaba su grandeza. Pero la muerte iguala al poderoso y al
débil. Ambos murieron y ambos fueron enterrados. El uno con gran pompa y festejos,
el otro de modo sencillo. Uno fue a reposar en un gran nicho de mármol, el otro
en la blanda tierra. Sin embargo, tanto uno como otro fueron pasto de los
gusanos y la podredumbre. Sus cuerpos, que sin nada llegaron a la tierra,
despojados volvieron a ella. Pero ahí terminaba su historia, pues, digan lo que
digan, en el hombre hay un algo distinto de los animales, y ese algo se llama
alma inmortal.
No debiéramos olvidar que la
parábola señala la justicia de Dios, derivada de su misericordia. En realidad,
el rico en la parábola no tiene nombre, el pobre sí: Lázaro. Quizá es una forma
de manifestar que el más importante no es siempre el que se piensa, pues Dios
hace una opción por aquél que lo está pasando mal. El rico no se daba cuenta
del sufrimiento de Lázaro aquí abajo. Sin embargo, lo reconoce en la estancia
de los muertos. ¿Es necesario que las cosas vayan mal para que nos demos cuenta
de nuestra ceguera con respecto a nuestro prójimo sufriente?.
Demasiadas veces olvidamos que
en las dos ocasiones que el evangelio habla del juicio final se hace alusión a
nuestro comportamiento con el prójimo, no a nuestro cumplimiento de la ley.
El tribunal de Dios no admite componendas, no hace distinciones
entre el rico y el pobre. Sólo mira en el libro de la vida donde se hallan
escritas las buenas y las malas acciones. Según sea el balance, así es la
sentencia. Aquel que en su abundancia se olvidó de la necesidad ajena fue
arrojado al infierno, el que nada tuvo y aceptó con humildad su pobreza fue
llevado por los ángeles al descanso y la paz. Es verdad que no podemos hacernos
una idea clara del infierno, ni tampoco del cielo. Pero lo cierto es que ambas
realidades existen y que en una se sufre lo indecible y sin remedio, mientras
que en la otra realidad se goza plenamente y sin fin. Casi siempre se habla del
fuego, también del llanto y las tinieblas, de la desesperación que hace
rechinar los dientes, de la sed insaciable, de la separación definitiva de la
imposibilidad de amar y de ser amado. Es la más terrible amenaza, el último y
tremendo recurso que el Amor, sí el Amor, tiene para atraernos y salvarnos. Es
verdad que la lejanía de ese castigo, aunque quizá sea mañana, nos puede dejar
indiferentes.
Es útil que se ponga a
disposición de la Iglesia –a través de nuestra parroquia o diócesis— de dinero
o recursos suficientes para que ésta cumpla su misión. En este sentido, es
posible que la mejor ayuda destinada a los pobres vaya conducida a través de
Caritas dentro de sus amplios sectores de actuación.
Pero volviendo a lo anterior, tampoco nosotros
podemos obviar la ayuda inmediata, perentoria o aquella que te impulsa a
acometer el corazón... o el Espíritu. Y es que no sabremos nunca bien, si
alguno de esos pobres que se nos acercan, aunque algunos tengan un aspecto feo y
despreciable, no sea el mismo Cristo. El remedio "calculador" es dar
a todos un poco -un poquito- de lo que ese día llevamos en el bolsillo.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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