sábado, 28 de septiembre de 2019

Comentarios a las lecturas del Domingo XXV del Tiempo Ordinario 22 de septiembre 2019.


Comentarios a las lecturas del Domingo XXV del Tiempo Ordinario 22 de septiembre 2019.
Las lecturas de este domingo son de una gran actualidad, pues a través de ellas encontramos aportes muy inspiradores sobre la Ética de los Negocios. La corrupción pertenece a esa zona oscura de los seres humanos, allí donde se ocultan nuestras miserias (el orgullo, la envidia, la codicia). Si nos descuidamos y dejamos llevar por lo que la sociedad considera como normal y políticamente correcto, terminaremos como los personajes de estos relatos.

La primera lectura es del profeta Amós ( Am 8,4-7)Amos vive ochocientos años antes del nacimiento de Cristo. En este tiempo los reinos judíos del Norte y del Sur viven una gran prosperidad, que, aunque no duró mucho, fue superior a la de los tiempos de Salomón. Pero esas riquezas –Amos se asombra de la magnificencia de los edificios públicos—se habían obtenido de manera injusta y clama contra ellas.
Amós guardaba ovejas por los campos de Tecua; también descortezaba sicómoros. Y un día Yahvé le sacudió de pies a cabeza. Entonces el profeta sintió escocer en su propia carne toda la tragedia que sufría la gente de su pueblo, toda la tremenda injusticia social en que la gente vivía. Los ricos abusaban de los pobres aprovechándose de su situación privilegiada. Los hacían trabajar sin descanso, explotaban su trabajo, pisoteaban los derechos más sagrados de la persona. Lo que más le dolía al profeta era el desamparo de los pobres, que eran víctimas de la ambición de los poderosos.
Es uno de los profetas que denuncia con mayor dureza el pecado social que los ricos de su tiempo estaban cometiendo contra los pobres. Compraban por dinero al pobre, poniéndoles en la disyuntiva de, o someterse a sus fraudes e injusticias, o morir físicamente de hambre.

Salmo : Sal 112,1-8
Este es el primero de los himnos de Hallel egipcio, cantado en la comida de Pascua, y en las grandes solemnidades de Israel.
Salta a la vista el parentesco de este salmo con el Magníficat de María: Ella también: "alaba el nombre santísimo"... Ella canta al Dios que "engrandece a los pobres"... Ella es por excelencia la mujer dichosa a quien Dios da una posteridad inesperada, ya que es virgen, y por ello las "generaciones la llamarán bienaventurada".

Seguimos el comentario al salmo del papa emérito Benedicto XVI
" La primera estrofa (Cf. Salmo 112, 1-3) exalta «el nombre del Señor» que, como se sabe, en el lenguaje bíblico indica a la misma persona de Dios, su presencia viva y operante en la historia humana.
 En tres ocasiones, con insistencia apasionada, resuena «el nombre del Señor» en el centro de esta oración de adoración. Todo ser y todo el tiempo, «de la salida del sol hasta su ocaso», dice el salmista (versículo 3), se une en una única acción de gracias. Es como si una respiración incesante se elevara desde la tierra hacia el cielo para exaltar al Señor, Creador del cosmos y Rey de la historia.
 3. Precisamente a través de este movimiento hacia lo alto, el Salmo nos conduce al misterio divino. La segunda parte (Cf. versículos 4-6) celebra la trascendencia del Señor, descrita con imágenes verticales que superan el simple horizonte humano. Se proclama: el Señor «se eleva sobre todos los pueblos», «se eleva en su trono» y nadie puede estar a su nivel; incluso para ver los cielos «se abaja», pues «su gloria está sobre los cielos» (versículo 4).
 La mirada divina se dirige a toda la realidad, a los seres terrestres y a los celestiales. Sin embargo, sus ojos no son altaneros o distantes, como los de un frío emperador. El Señor, dice el salmista, «se abaja para mirar» (versículo 6).
 4. De este modo, pasamos al último movimiento del Salmo (Cf. versículos 7-9), que cambia la atención para dirigirla de las alturas celestes a nuestro horizonte terreno. El Señor se abaja con solicitud hacia nuestra pequeñez e indigencia, que nos llevaría a retraernos con temor. Señala directamente con su mirada amorosa y con su compromiso eficaz a los últimos y miserables del mundo: «Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre» (v. 7).
 Dios se inclina, por tanto, ante los necesitados y los que sufren para consolarles. Y esta expresión encuentra su significado último, su máximo realismo en el momento en el que Dios se inclina hasta el punto de encarnarse, de hacerse como uno de nosotros, como uno de los pobres del mundo. Al pobre le confiere el honor más grande, el de «sentarlo con los príncipes»; sí entre «los príncipes de su pueblo» (versículo 8). A la mujer sola y estéril, humillada por la antigua sociedad como si fuera una rama seca e inútil, Dios le da el honor y la gran alegría de tener muchos hijos (Cf. versículo 9). Por tanto, el salmista alaba a un Dios sumamente diferente de nosotros en su grandeza, pero al mismo tiempo muy cercano a sus criaturas que sufren". (Benedicto XVI. Audiencia general del miércoles, 18 mayo 2005, el Salmo 112).

La segunda lectura es de la Primera carta a Timoteo (1 Tim 2,1-8). Es toda una “oración universal” pidiendo orar por toda la humanidad, porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (2,8).
San Pablo le pide a su amigo y hermano en la fe “que ante todo se hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracia por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y las demás autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz”. A pesar de lo absurda que pueda parecer esta propuesta de san Pablo, los ciudadanos, independientemente de nuestra posición política, deberíamos pedir por las autoridades, de manera que el bien común esté por encima de los intereses particulares.
 El autor de esta carta está convencido de que en Jesús, Dios ha actuado la salvación universal; que no hay otro salvador y que la salvación es una oferta de Dios, real y verdadera, a todos y cada uno de los hombres del mundo entero. Sabe que Jesús resucitado había mandado a sus apóstoles: Id al mundo entre y enseñad a todas las gentes (Mt 28, 20). Y este mandato se apoya en su obra de proclamador del Evangelio y de realizador de la salvación. Nadie debe quedar excluido de la oración de un creyente en Jesús, porque sabe que el Padre revelado por Él es el Padre que se cuida con solicitud de todos los hombres, que manda la lluvia sobre justos y pecadores y hace brillar su sol sin fronteras. Para el creyente toda la humanidad es una familia que Dios ama y que se secciona en naciones, por un lado, o en culturas e ideologías por otro, para mejor expresar la singularidad, pero nunca se debe romper la universalidad. Y esto no es una teoría, piensa el autor de esta carta, sino una realidad viva que se desprende de otra realidad viva: la universalidad del amor de Dios (creador y Padre) manifestado en Cristo Jesús (Salvador).

El evangelio de San Lucas (Lc 16,1-13),  es la parábola del hombre rico que tenía un administrador infiel. Se trata de un texto muy interesante y polémico. Un administrador, sorprendido y acusado de abusar de la confianza de su amo, sabe que será despedido; se encuentra en una situación límite y muy difícil para él y su familia. ¿Qué hacer? Decide actuar sagazmente (sabiamente) y se ingenia esta forma tan singular de agraciarse con los deudores para que luego pueda recibir su ayuda (¡una especie de tráfico de influencias a la antigua!). Jesús enseña que ha llegado el momento final (se ha cumplido el plazo determinado por Dios para realizar su plan de salvación); no se puede perder el tiempo; las circunstancias urgen porque con él llega la última oferta de salvación ofrecida por Dios; es necesario actuar sagazmente (sabiamente) porque el destino del hombre está en juego.
El principal aporte que encontramos en este relato se refiere a la rendición de cuentas.
En la parábola que nos ocupa, el dueño del capital le exige a su administrador una rendición de cuentas, porque habían llegado a sus oídos unas acusaciones muy serias sobre los manejos que se estaban dando. Como arma de defensa, el empleado optó por la modificación de las facturas y recibos, que es una práctica corrupta muy extendida.
Image result for Lc 16,1-13El dueño de los bienes se enteró de las modificaciones que estaba haciendo su empleado y, como lo dice el texto de la parábola, “Tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz”.
Hay dos elementos en el relato: el administrador infiel actúa sagazmente, aunque injustamente (cometiendo un último abuso en su cargo). Y Jesús propone a sus discípulos que actúen del mismo modo. Pero, ¿cómo es ejemplar el administrador para sus discípulos? En su modo sabio e inteligente de resolver la grave situación, pero no en el modo injusto de salir de la misma, responde Jesús. Porque es una parábola y no una alegoría*. Porque en otros lugares de la enseñanza de Jesús no encontramos que alabe los comportamientos que lesionan la justicia o la paz (se declara siempre contra la injusticia y contra la violencia). Jesús insiste en que hemos de estar vigilantes y atentos a la oferta salvadora de Dios a través de sus gestos y palabras. De esta manera el episodio transformado en parábola se ha convertido en una admirable lección para sus discípulos. Y este Evangelio sigue teniendo vigencia hoy. Es necesario, en medio del mundo, tener la sabiduría de leer en los acontecimientos y deducir la lección que fundamente realmente nuestra esperanza. Hay que contar con los bienes visibles, pero con sabiduría para alcanzar los bienes eternos. Y esto es lo que explica Jesús en las palabras que siguen y que constituyen el objeto de la siguiente reflexión.
Diríase que Jesús parece felicitar o poner de modelo a un administrador infiel, a un sinvergüenza, al malo de la película. En una lectura sosegada y global ya es otra cosa. Jesús no alaba la injusta gestión del administrador estafador e infiel, pues es despedido de la administración.
Lo que alaba Jesús es su inteligencia, su laboriosidad, su sagacidad y previsión. Jesús viene a decirnos que los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz (Lc 16,8). El dinero sirve para todo, dice el sabio en la Biblia. En sí no es ni bueno ni malo. Lo hace bueno o malo su uso o su abuso. Y en principio es bueno y necesario. De tal modo es bueno, que hasta para ser buen cristiano hay que solucionar previamente el problema humano de la subsistencia que viene por el trabajo y el dinero. ¡Qué bien lo saben los misioneros portando a la vez la cruz y la azada, el evangelio y la economía! Y al igual que agradecemos los avisos reiterados de peligros en carretera, deberíamos agradecer también que la Palabra de Dios nos recuerde de vez en cuando la peligrosidad del dinero mal administrado.
En realidad, lo que Jesús condena es “servir al dinero”, no que el dinero nos sirva, es decir, Jesús condena idolatrar el dinero, ser esclavo del negocio, que aleja del culto a Dios y de la convivencia humana con la sociedad. Jesús condena la riqueza mal adquirida y peor distribuida.
Finalmente, la parábola nos hace una aguda observación sobre la importancia de ser delicados en los procedimientos administrativos y en la gestión de los negocios: “El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes”.
Los hijos de este mundo son más sagaces (para sus cosas y negocios) que los hijos de la luz (para los intereses del reino), es una frase paradójica y conscientemente desconcertante para que los oyentes presten mayor atención. Y lo mismo habría que decir de la expresión ganaos amigos con el dinero injusto...; es una paradoja querida y buscada por Jesús para conseguir el mismo resultado o para intentar conseguirlo ya que ciertamente Él era un excelente maestro con una gran pedagogía, pero los que le seguían no fueron, durante su vida terrena, tan admirables discípulos (¡lo serán después de la resurrección y el don del Espíritu que les guiará a la verdad completa!). Jesús sigue poniendo en paralelo las dos situaciones: el comportamiento frente a los bienes y asuntos temporales (importantes pero no absolutos) y el comportamiento frente a los bienes que Él ofrece al anunciar con la palabra y los gestos la realidad del reino.

Para nuestra vida.
La primera lectura reflexiona acerca de las injusticias. Dios no podía quedar impasible ante esa situación. El pecado de injusticia contra los pobres enseña Santiago (St 5,4) es de los que claman al cielo. Por eso la voz de Dios se oye clara y enérgica, como un rugido, dirá el profeta.
La Primera Lectura del Profeta Amós (Am. 6, 4-7) puede servir para describir la situación de corrupción en que se encuentra el mundo.  El Profeta acusa y reprocha fuertemente a los que cometen fraude, a los vendedores sin escrúpulos que se enriquecen a expensas de los pobres y que suben los precios aprovechando la necesidad ajena.  Y amenaza el Profeta a los que así se comportan con el castigo de Dios, diciendo que el Señor no olvidará jamás ninguna de estas acciones.  Es decir:  las malas acciones, los actos que van contra la Ley de Dios -y que además hacen daño al prójimo- tienen el castigo de Dios ... o pueden tener el perdón de Dios, si el pecador se arrepiente y no peca más.
Hoy día estas palabras de Amós resuenan con toda actualidad. Gran parte de la culpa de la desgracia que ha caído sobre Israel la tienen los mercaderes que, con su rapacidad, despojan en esta época de hambre a los más débiles. El profeta recrimina sin compasión estas lacras sociales. La ambición de los negociantes perversos llega al límite de que, importándoles poco la celebración del culto, se impacientan por las fiestas religiosas. Su corazón está sediento de dinero.
Nuestra sociedad está en aspectos como éste muy próxima a aquella problemática, también hoy tenemos nosotros razones para afirmar que el pecado social que denuncia el profeta Amós sigue estando muy vivo entre nosotros. Los grandes ricos de hoy –empresas, multinacionales, países ricos respecto a países pobres, etc.- siguen explotando al pobre sin misericordia alguna. Pero no nos conformemos con pensar en los más ricos, pensemos cada uno de nosotros en los posibles pecados sociales que cometemos, por acción o por omisión. Como ya hemos dicho arriba, el dinero debemos usarlo siempre no sólo en beneficio propio, sino en beneficio de los demás. Vivamos sobriamente y procuremos que nos sobre siempre algo para dar a los que no tienen ni lo necesario para vivir. Si somos sinceros, debemos reconocer que muchos de nosotros podemos vivir gastando algo menos de lo que gastamos habitualmente, para así poder dar algo a los más necesitados. Que nunca puedan decirnos que exprimimos al pobre tratándole injustamente y sin misericordia.
El creyente debe adoptar una actitud de desapego y de denuncia. Palabras como éstas aún golpean la conciencia de muchos hombres de nuestra sociedad. Es preciso decirlo sin tremendismos pero con veracidad: el que tal hace sepa que le aguarda un castigo formidable. Por eso, el día de la restauración final, se tendrá en cuenta hasta la última de las obras de iniquidad que han obrado los que tenían la fortuna y el poder. Palabras para meditar: que nuestra fe no se convierta en una opresión; que el hombre no sea explotado por otro hombre.

En la segunda lectura, San Pablo , maestro de la vida cristiana, de la oración y del camino de la fe, nos dice que es "anunciador y apóstol, maestro en la fe y verdad". Nos habla de la oración de intercesión universal. Lo que Dios quiere es la colaboración de los creyentes en la gran tarea de la salvación, convirtiéndonos en cierta medida en mediadores de esta obra redentora. Esta es la misión universal de la Iglesia que tiene la misión de anunciar a todos la salvación y de preparar el camino. Así somos solidarios con Cristo, que se entregó generosamente camino. Así somos solidarios con Cristo, que se entregó generosamente para salvar a todos los hombres. Orando por los hombres preparamos el terreno por el efecto de la gracia de Dios que siempre se derrama en abundancia sobre el mundo, perpetuándose así la obra de Cristo, salvador universal.

El evangelio nos presenta una  parábola que nos habla del balance de una gestión. Con ello se nos recuerda que todos y cada uno de nosotros hemos de rendir cuentas ante el Señor de toda nuestra vida, hemos de entregar un balance de nuestra gestión. Y según sea el resultado, así será la sentencia que el Juez supremo dicte en aquel día definitivo. A lo largo de nuestra vida vamos recibiendo bienes de todas clases, materiales y espirituales, vamos disponiendo de meses y de años, de horas y de minutos.
La astucia de aquel administrador infiel, qué ponía interés en sus asuntos, cuánto se jugaba por solucionar sus problemas. El Señor da por supuesto lo inmoral de su conducta, pero reconoce al mismo tiempo la eficacia de su actuación, la inteligencia de que hizo alarde para salir de su apurada situación. Compara esa manera de proceder de granuja la actuación de los que son buenos. Y concluye que los hijos de las tinieblas son más astutos en sus asuntos que los hijos de la luz en los suyos. A pesar de que lo que persiguen los primeros son sólo unos bienes caducos, mientras que los que alcanzan los hijos de Dios son unos bienes superiores e imperecederos.
Este es el dramático problema que Jesús quiere resolver con estas expresiones dificultosas, pero iluminadoras y actuales. El creyente está en medio del mundo para que, como Jesús, sepa discernir y valorar en sus justos límites los distintos valores: los humanos y los del reino. Utilizar aquellos sin poner en riesgo éste. He ahí la gran sabiduría que Jesús desea a sus discípulos, para que puedan ser siempre señores e hijos libres en la casa del Padre, que para eso nos ha librado el Hijo. Entendería mal este mensaje de Jesús quien despreciara los valores terrenos de raíz. Y lo entendería peor quien pusiera en ellos su esperanza. Hay que utilizarlos con sabiduría; más todavía, utilizarlos como ayudas para conseguir el reino y vivir en la solidaridad y la justicia.
De todo ello se concluye que hemos de poner más empeño y más cuidado en nuestra vida de cristianos, que hemos de luchar dispuestos a cuantos sacrificios sean precisos por lograr que el amor de Cristo, su paz y su gozo se extiendan más y más entre los hombres. No nos dejemos ganar por los que sólo buscan su provecho personal y el logro de una felicidad pasajera y aparente, pongamos cuanto esté de nuestra parte para que el Evangelio sea una realidad viva en nuestro mundo.
Seamos sagaces, seamos astutos, en el único negocio que realmente vale la pena:  el negocio de nuestra salvación, el negocio de asegurarnos la ganancia eterna del Cielo.
Y ¿qué significa ser astuto en la vida espiritual?  Significa que debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para asegurarnos el porvenir eterno.  Tenemos a disposición los Sacramentos, especialmente la Confesión y la Sagrada Eucaristía.
Y la mejor muestra de sagacidad espiritual consiste en buscar y en hacer sólo la Voluntad de Dios en nuestra vida.  Y esto se hace, no solamente huyendo del pecado y confesándolo cuando sea necesario, sino buscando siempre la Voluntad de Dios para nuestra vida ... no nuestra propia Voluntad:  los Planes de Dios para nuestra vida ... no nuestros propios planes.
El dinero ha de ser utilizado de tal forma que no sea obstáculo para llegar a la Vida Eterna.  Porque el dinero puede ser un obstáculo para la salvación. Pero el dinero bien usado -usado sagazmente- puede servirnos para la salvación, puede ser una inversión en el único negocio importante.  Esa inversión la hacemos cuando no estamos apegados al dinero y con generosidad lo compartimos, dedicando parte del mismo a las necesidades de los demás, a la limosna, a contribuciones a obras de caridad organizadas, a las necesidades de la Iglesia, etc.
No significa esto que el Cielo puede comprarse, o que actuando así tenemos asegurada la Vida Eterna.  Tampoco significa que el actuar así nos exime de otras obligaciones morales y espirituales.  Simplemente significa que actuando así impedimos que el dinero nos desvíe del camino al Cielo.
Termina el pasaje evangélico con una sentencia de enorme valor práctico: quien es fiel en lo poco, también lo será en lo mucho. Se subraya así la importancia de las cosas pequeñas, lo decisivo que es ser cuidadoso en los detalles, en orden a conseguir la perfección en las cosas importantes. En efecto, quien se esfuerza por afinar hasta el menor detalle, ese logra que su obra esté acabada, evita la chapuza. Es cierto que para eso es preciso a veces el heroísmo, una constancia y una rectitud de intención que sólo busca agradar a Dios en todo. Pero sólo así agradaremos al Señor y nos mantendremos siempre encendidos, prontos y decididos a cumplir la voluntad de Dios .
El Evangelio trae al final la frase de Jesús:  “No se puede servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro ... o se apegará a uno y despreciará al otro”.   Se está refiriendo el Señor específicamente al dinero, pues termina así la frase:  “En resumen, no puedes servir a Dios y al dinero”.

Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org


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