Comentarios a las lecturas del Domingo XXV del
Tiempo Ordinario 22 de septiembre 2019.
Las lecturas de este domingo son de una gran actualidad, pues a través de
ellas encontramos aportes muy inspiradores sobre la Ética de los Negocios. La
corrupción pertenece a esa zona oscura de los seres humanos, allí donde se
ocultan nuestras miserias (el orgullo, la envidia, la codicia). Si nos
descuidamos y dejamos llevar por lo que la sociedad considera como normal y
políticamente correcto, terminaremos como los personajes de estos relatos.
La primera lectura es del profeta Amós ( Am
8,4-7)Amos
vive ochocientos años antes del nacimiento de Cristo. En este tiempo los reinos
judíos del Norte y del Sur viven una gran prosperidad, que, aunque no duró
mucho, fue superior a la de los tiempos de Salomón. Pero esas riquezas –Amos se
asombra de la magnificencia de los edificios públicos—se habían obtenido de
manera injusta y clama contra ellas.
Amós guardaba ovejas
por los campos de Tecua; también descortezaba sicómoros. Y un día Yahvé le
sacudió de pies a cabeza. Entonces el profeta sintió escocer en su propia carne
toda la tragedia que sufría la gente de su pueblo, toda la tremenda injusticia
social en que la gente vivía. Los ricos abusaban de los pobres aprovechándose
de su situación privilegiada. Los hacían trabajar sin descanso, explotaban su
trabajo, pisoteaban los derechos más sagrados de la persona. Lo que más le dolía al profeta era el desamparo de los pobres, que eran
víctimas de la ambición de los poderosos.
Es uno de los profetas
que denuncia con mayor dureza el pecado social que los ricos de su tiempo
estaban cometiendo contra los pobres. Compraban por dinero al pobre,
poniéndoles en la disyuntiva de, o someterse a sus fraudes e injusticias, o
morir físicamente de hambre.
Salmo : Sal 112,1-8
Este es el primero de
los himnos de Hallel egipcio, cantado en la comida de Pascua, y en las grandes
solemnidades de Israel.
Salta a la vista el
parentesco de este salmo con el Magníficat de María: Ella también: "alaba
el nombre santísimo"... Ella canta al Dios que "engrandece a los
pobres"... Ella es por excelencia la mujer dichosa a quien Dios da una
posteridad inesperada, ya que es virgen, y por ello las "generaciones la
llamarán bienaventurada".
Seguimos el comentario
al salmo del papa emérito Benedicto XVI
" La primera
estrofa (Cf. Salmo 112, 1-3) exalta «el nombre del Señor» que, como se sabe, en
el lenguaje bíblico indica a la misma persona de Dios, su presencia viva y
operante en la historia humana.
En tres ocasiones, con insistencia apasionada,
resuena «el nombre del Señor» en el centro de esta oración de adoración. Todo
ser y todo el tiempo, «de la salida del sol hasta su ocaso», dice el salmista
(versículo 3), se une en una única acción de gracias. Es como si una respiración
incesante se elevara desde la tierra hacia el cielo para exaltar al Señor,
Creador del cosmos y Rey de la historia.
3. Precisamente a través de este movimiento
hacia lo alto, el Salmo nos conduce al misterio divino. La segunda parte (Cf.
versículos 4-6) celebra la trascendencia del Señor, descrita con imágenes
verticales que superan el simple horizonte humano. Se proclama: el Señor «se
eleva sobre todos los pueblos», «se eleva en su trono» y nadie puede estar a su
nivel; incluso para ver los cielos «se abaja», pues «su gloria está sobre los
cielos» (versículo 4).
La mirada divina se dirige a toda la realidad,
a los seres terrestres y a los celestiales. Sin embargo, sus ojos no son
altaneros o distantes, como los de un frío emperador. El Señor, dice el
salmista, «se abaja para mirar» (versículo 6).
4. De este modo, pasamos al último movimiento
del Salmo (Cf. versículos 7-9), que cambia la atención para dirigirla de las
alturas celestes a nuestro horizonte terreno. El Señor se abaja con solicitud
hacia nuestra pequeñez e indigencia, que nos llevaría a retraernos con temor.
Señala directamente con su mirada amorosa y con su compromiso eficaz a los
últimos y miserables del mundo: «Levanta del polvo al desvalido, alza de la
basura al pobre» (v. 7).
Dios se inclina, por tanto, ante los
necesitados y los que sufren para consolarles. Y esta expresión encuentra su
significado último, su máximo realismo en el momento en el que Dios se inclina
hasta el punto de encarnarse, de hacerse como uno de nosotros, como uno de los
pobres del mundo. Al pobre le confiere el honor más grande, el de «sentarlo con
los príncipes»; sí entre «los príncipes de su pueblo» (versículo 8). A la mujer
sola y estéril, humillada por la antigua sociedad como si fuera una rama seca e
inútil, Dios le da el honor y la gran alegría de tener muchos hijos (Cf.
versículo 9). Por tanto, el salmista alaba a un Dios sumamente diferente de
nosotros en su grandeza, pero al mismo tiempo muy cercano a sus criaturas que
sufren". (Benedicto
XVI. Audiencia general
del miércoles, 18 mayo 2005, el Salmo 112).
La segunda lectura es de la Primera carta a
Timoteo (1 Tim 2,1-8). Es toda una “oración
universal” pidiendo orar por toda la humanidad, porque Dios quiere que todos
los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (2,8).
San Pablo le pide a su amigo y hermano en la fe “que ante todo se hagan
oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracia por todos los hombres, y en
particular, por los jefes de Estado y las demás autoridades, para que podamos
llevar una vida tranquila y en paz”. A pesar de lo absurda que pueda parecer
esta propuesta de san Pablo, los ciudadanos, independientemente de nuestra
posición política, deberíamos pedir por las autoridades, de manera que el bien
común esté por encima de los intereses particulares.
El
autor de esta carta está convencido de que en Jesús, Dios ha actuado la
salvación universal; que no hay otro salvador y que la salvación es una oferta
de Dios, real y verdadera, a todos y cada uno de los hombres del mundo entero.
Sabe que Jesús resucitado había mandado a sus apóstoles: Id al mundo entre y
enseñad a todas las gentes (Mt 28, 20). Y este mandato se apoya en su obra de
proclamador del Evangelio y de realizador de la salvación. Nadie debe quedar
excluido de la oración de un creyente en Jesús, porque sabe que el Padre
revelado por Él es el Padre que se cuida con solicitud de todos los hombres,
que manda la lluvia sobre justos y pecadores y hace brillar su sol sin
fronteras. Para el creyente toda la humanidad es una familia que Dios ama y que
se secciona en naciones, por un lado, o en culturas e ideologías por otro, para
mejor expresar la singularidad, pero nunca se debe romper la universalidad. Y
esto no es una teoría, piensa el autor de esta carta, sino una realidad viva
que se desprende de otra realidad viva: la universalidad del amor de Dios
(creador y Padre) manifestado en Cristo Jesús (Salvador).
El evangelio de San Lucas (Lc 16,1-13), es la parábola del hombre rico que tenía un
administrador infiel. Se trata de un texto muy interesante y polémico. Un
administrador, sorprendido y acusado de abusar de la confianza de su amo, sabe
que será despedido; se encuentra en una situación límite y muy difícil para él
y su familia. ¿Qué hacer? Decide actuar sagazmente (sabiamente) y se ingenia
esta forma tan singular de agraciarse con los deudores para que luego pueda
recibir su ayuda (¡una especie de tráfico de influencias a la antigua!). Jesús
enseña que ha llegado el momento final (se ha cumplido el plazo determinado por
Dios para realizar su plan de salvación); no se puede perder el tiempo; las
circunstancias urgen porque con él llega la última oferta de salvación ofrecida
por Dios; es necesario actuar sagazmente (sabiamente) porque el destino del
hombre está en juego.
El principal aporte que encontramos en este relato se refiere a la
rendición de cuentas.
En la parábola que nos ocupa, el dueño del capital le exige a su
administrador una rendición de cuentas, porque habían llegado a sus oídos unas
acusaciones muy serias sobre los manejos que se estaban dando. Como arma de
defensa, el empleado optó por la modificación de las facturas y recibos, que es
una práctica corrupta muy extendida.
El dueño de los bienes se enteró de las modificaciones que estaba haciendo
su empleado y, como lo dice el texto de la parábola, “Tuvo que reconocer que su
mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este
mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz”.
Hay dos elementos en el relato: el
administrador infiel actúa sagazmente, aunque injustamente (cometiendo un
último abuso en su cargo). Y Jesús propone a sus discípulos que actúen del
mismo modo. Pero, ¿cómo es ejemplar el administrador para sus discípulos? En su
modo sabio e inteligente de resolver la grave situación, pero no en el modo
injusto de salir de la misma, responde Jesús. Porque es una parábola y no una
alegoría*. Porque en otros lugares de la enseñanza de Jesús no encontramos que
alabe los comportamientos que lesionan la justicia o la paz (se declara siempre
contra la injusticia y contra la violencia). Jesús insiste en que hemos de
estar vigilantes y atentos a la oferta salvadora de Dios a través de sus gestos
y palabras. De esta manera el episodio transformado en parábola se ha
convertido en una admirable lección para sus discípulos. Y este Evangelio sigue
teniendo vigencia hoy. Es necesario, en medio del mundo, tener la sabiduría de
leer en los acontecimientos y deducir la lección que fundamente realmente
nuestra esperanza. Hay que contar con los bienes visibles, pero con sabiduría
para alcanzar los bienes eternos. Y esto es lo que explica Jesús en las
palabras que siguen y que constituyen el objeto de la siguiente reflexión.
Diríase que Jesús parece felicitar o poner de modelo a
un administrador infiel, a un sinvergüenza, al malo de la película. En una
lectura sosegada y global ya es otra cosa. Jesús no alaba la injusta gestión
del administrador estafador e infiel, pues es despedido de la administración.
Lo que alaba Jesús es su inteligencia, su
laboriosidad, su sagacidad y previsión. Jesús viene a decirnos que los hijos
de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz
(Lc 16,8). El dinero sirve para todo, dice el sabio en la Biblia. En sí
no es ni bueno ni malo. Lo hace bueno o malo su uso o su abuso. Y en principio
es bueno y necesario. De tal modo es bueno, que hasta para ser buen cristiano
hay que solucionar previamente el problema humano de la subsistencia que viene
por el trabajo y el dinero. ¡Qué bien lo saben los misioneros portando a la vez
la cruz y la azada, el evangelio y la economía! Y al igual que agradecemos los
avisos reiterados de peligros en carretera, deberíamos agradecer también que la
Palabra de Dios nos recuerde de vez en cuando la peligrosidad del dinero mal
administrado.
En realidad, lo que Jesús condena es “servir al
dinero”, no que el dinero nos sirva, es decir, Jesús condena idolatrar el
dinero, ser esclavo del negocio, que aleja del culto a Dios y de la convivencia
humana con la sociedad. Jesús condena la riqueza mal adquirida y peor
distribuida.
Finalmente, la parábola nos hace una aguda observación sobre la importancia
de ser delicados en los procedimientos administrativos y en la gestión de los
negocios: “El que es fiel en las cosas
pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas
pequeñas, también es infiel en las grandes”.
Los hijos de este mundo son más
sagaces (para sus cosas y negocios) que los hijos de la luz (para los intereses
del reino), es una frase paradójica y conscientemente desconcertante para que
los oyentes presten mayor atención. Y lo mismo habría que decir de la expresión
ganaos amigos con el dinero injusto...; es una paradoja querida y buscada por
Jesús para conseguir el mismo resultado o para intentar conseguirlo ya que
ciertamente Él era un excelente maestro con una gran pedagogía, pero los que le
seguían no fueron, durante su vida terrena, tan admirables discípulos (¡lo
serán después de la resurrección y el don del Espíritu que les guiará a la
verdad completa!). Jesús sigue poniendo en paralelo las dos situaciones: el
comportamiento frente a los bienes y asuntos temporales (importantes pero no
absolutos) y el comportamiento frente a los bienes que Él ofrece al anunciar
con la palabra y los gestos la realidad del reino.
Para nuestra vida.
La primera lectura reflexiona acerca de las injusticias.
Dios no podía quedar impasible ante esa situación. El pecado de injusticia
contra los pobres enseña Santiago (St 5,4) es de los que claman al cielo. Por eso la voz de Dios
se oye clara y enérgica, como un rugido, dirá el profeta.
La Primera Lectura del
Profeta Amós (Am. 6, 4-7) puede
servir para describir la situación de corrupción en que se encuentra el
mundo. El Profeta acusa y reprocha fuertemente a los que cometen fraude,
a los vendedores sin escrúpulos que se enriquecen a expensas de los pobres y
que suben los precios aprovechando la necesidad ajena. Y amenaza el
Profeta a los que así se comportan con el castigo de Dios, diciendo que el
Señor no olvidará jamás ninguna de estas acciones. Es decir: las
malas acciones, los actos que van contra la Ley de Dios -y que además hacen
daño al prójimo- tienen el castigo de Dios ... o pueden tener el perdón de
Dios, si el pecador se arrepiente y no peca más.
Hoy día estas palabras
de Amós resuenan con toda actualidad. Gran parte de la culpa de la desgracia
que ha caído sobre Israel la tienen los mercaderes que, con su rapacidad,
despojan en esta época de hambre a los más débiles. El profeta recrimina sin
compasión estas lacras sociales. La ambición de los negociantes perversos llega
al límite de que, importándoles poco la celebración del culto, se impacientan
por las fiestas religiosas. Su corazón está sediento de dinero.
Nuestra sociedad está en
aspectos como éste muy próxima a aquella problemática, también hoy tenemos
nosotros razones para afirmar que el pecado social que denuncia el profeta Amós
sigue estando muy vivo entre nosotros. Los grandes ricos de hoy –empresas,
multinacionales, países ricos respecto a países pobres, etc.- siguen explotando
al pobre sin misericordia alguna. Pero no nos conformemos con pensar en los más
ricos, pensemos cada uno de nosotros en los posibles pecados sociales que
cometemos, por acción o por omisión. Como ya hemos dicho arriba, el dinero
debemos usarlo siempre no sólo en beneficio propio, sino en beneficio de los
demás. Vivamos sobriamente y procuremos que nos sobre siempre algo para dar a
los que no tienen ni lo necesario para vivir. Si somos sinceros, debemos
reconocer que muchos de nosotros podemos vivir gastando algo menos de lo que
gastamos habitualmente, para así poder dar algo a los más necesitados. Que
nunca puedan decirnos que exprimimos al pobre tratándole injustamente y sin
misericordia.
El creyente debe
adoptar una actitud de desapego y de denuncia. Palabras como éstas aún golpean
la conciencia de muchos hombres de nuestra sociedad. Es preciso decirlo sin
tremendismos pero con veracidad: el que tal hace sepa que le aguarda un castigo
formidable. Por eso, el día de la restauración final, se tendrá en cuenta hasta
la última de las obras de iniquidad que han obrado los que tenían la fortuna y
el poder. Palabras para meditar: que nuestra fe no se convierta en una
opresión; que el hombre no sea explotado por otro hombre.
En la segunda lectura, San Pablo , maestro de la vida
cristiana, de la oración y del camino de la fe, nos dice que es
"anunciador y apóstol, maestro en la fe y verdad". Nos habla de la
oración de intercesión universal. Lo que Dios quiere es la colaboración de los
creyentes en la gran tarea de la salvación, convirtiéndonos en cierta medida en
mediadores de esta obra redentora. Esta es la misión universal de la Iglesia
que tiene la misión de anunciar a todos la salvación y de preparar el camino.
Así somos solidarios con Cristo, que se entregó generosamente camino. Así somos
solidarios con Cristo, que se entregó generosamente para salvar a todos los
hombres. Orando por los hombres preparamos el terreno por el efecto de la
gracia de Dios que siempre se derrama en abundancia sobre el mundo,
perpetuándose así la obra de Cristo, salvador universal.
El evangelio nos presenta una parábola que nos habla del balance de una
gestión. Con ello se nos recuerda que todos y cada uno de nosotros hemos de rendir
cuentas ante el Señor de toda nuestra vida, hemos de entregar un balance de
nuestra gestión.
Y según sea el resultado, así será la sentencia que el Juez supremo dicte en
aquel día definitivo. A lo largo de nuestra vida vamos recibiendo bienes de
todas clases, materiales y espirituales, vamos disponiendo de meses y de años,
de horas y de minutos.
La astucia de aquel
administrador infiel, qué ponía interés en sus asuntos, cuánto se jugaba por
solucionar sus problemas. El Señor da por supuesto lo inmoral de su conducta,
pero reconoce al mismo tiempo la eficacia de su actuación, la inteligencia de
que hizo alarde para salir de su apurada situación. Compara esa manera de
proceder de granuja la actuación de los que son buenos. Y concluye que los
hijos de las tinieblas son más astutos en sus asuntos que los hijos de la luz
en los suyos. A pesar de que lo que persiguen los primeros son sólo unos bienes
caducos, mientras que los que alcanzan los hijos de Dios son unos bienes
superiores e imperecederos.
Este es el dramático problema que
Jesús quiere resolver con estas expresiones dificultosas, pero iluminadoras y
actuales. El creyente está en medio del mundo para que, como Jesús, sepa
discernir y valorar en sus justos límites los distintos valores: los humanos y los
del reino. Utilizar aquellos sin poner en riesgo éste. He ahí la gran sabiduría
que Jesús desea a sus discípulos, para que puedan ser siempre señores e hijos
libres en la casa del Padre, que para eso nos ha librado el Hijo. Entendería
mal este mensaje de Jesús quien despreciara los valores terrenos de raíz. Y lo
entendería peor quien pusiera en ellos su esperanza. Hay que utilizarlos con
sabiduría; más todavía, utilizarlos como ayudas para conseguir el reino y vivir
en la solidaridad y la justicia.
De todo ello se
concluye que hemos de poner más empeño y más cuidado en nuestra vida de
cristianos, que hemos de luchar dispuestos a cuantos sacrificios sean precisos
por lograr que el amor de Cristo, su paz y su gozo se extiendan más y más entre
los hombres. No nos dejemos ganar por los que sólo buscan su provecho personal
y el logro de una felicidad pasajera y aparente, pongamos cuanto esté de
nuestra parte para que el Evangelio sea una realidad viva en nuestro mundo.
Seamos
sagaces, seamos astutos, en el único negocio que realmente vale la pena:
el negocio de nuestra salvación, el negocio de asegurarnos la ganancia eterna
del Cielo.
Y
¿qué significa ser astuto en la vida espiritual? Significa que debemos
aprovechar todas las gracias que Dios nos da para asegurarnos el porvenir
eterno. Tenemos a disposición los Sacramentos, especialmente la Confesión
y la Sagrada Eucaristía.
Y la
mejor muestra de sagacidad espiritual consiste en buscar y en hacer sólo la
Voluntad de Dios en nuestra vida. Y esto se hace, no solamente huyendo
del pecado y confesándolo cuando sea necesario, sino buscando siempre la
Voluntad de Dios para nuestra vida ... no nuestra propia Voluntad: los
Planes de Dios para nuestra vida ... no nuestros propios planes.
El
dinero ha de ser utilizado de tal forma que no sea obstáculo para llegar a la
Vida Eterna. Porque el dinero puede ser un obstáculo para la salvación.
Pero el dinero bien usado -usado sagazmente- puede servirnos para la salvación,
puede ser una inversión en el único negocio importante. Esa inversión la
hacemos cuando no estamos apegados al dinero y con generosidad lo compartimos,
dedicando parte del mismo a las necesidades de los demás, a la limosna, a
contribuciones a obras de caridad organizadas, a las necesidades de la Iglesia,
etc.
No
significa esto que el Cielo puede comprarse, o que actuando así tenemos
asegurada la Vida Eterna. Tampoco significa que el actuar así nos exime
de otras obligaciones morales y espirituales. Simplemente significa que
actuando así impedimos que el dinero nos desvíe del camino al Cielo.
Termina el pasaje
evangélico con una sentencia de enorme valor práctico: quien es fiel en lo
poco, también lo será en lo mucho. Se subraya así la importancia de las cosas
pequeñas, lo decisivo que es ser cuidadoso en los detalles, en orden a
conseguir la perfección en las cosas importantes. En efecto, quien se esfuerza
por afinar hasta el menor detalle, ese logra que su obra esté acabada, evita la
chapuza. Es cierto que para eso es preciso a veces el heroísmo, una constancia
y una rectitud de intención que sólo busca agradar a Dios en todo. Pero sólo
así agradaremos al Señor y nos mantendremos siempre encendidos, prontos y
decididos a cumplir la voluntad de Dios .
El
Evangelio trae al final la frase de Jesús: “No se puede servir a dos amos, pues odiará a uno y amará
al otro ... o se apegará a uno y despreciará al otro”. Se
está refiriendo el Señor específicamente al dinero, pues termina así la
frase: “En resumen, no
puedes servir a Dios y al dinero”.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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