Comentario a las lecturas del Domingo XXI del Tiempo Ordinario 27 de agosto de 2023
Este domingo es una buena ocasión, al escuchar las lecturas, para recordar la importancia de nuestra fe y de nuestra vida en la Iglesia. Una oportunidad para agradecer los
dones que el Señor nos otorga en abundancia. Reconozcamos que su misericordia es eterna. Pidámosle que concluya su obra. Y oremos de una manera especial por el Papa San Juan Pablo II: que el Señor le asista siempre en el papel que le ha confiado. Oremos para que todos, unidos al Papa y a los obispos, vivamos una verdadera comunión que sea signo elocuente para todos los hermanos del mundo. Y, como Pedro, digamos a Cristo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
La primera lectura del libro de Isaías ( Is. 22, 19-23) nos sitúa hacia el año
Aunque el
piadoso rey Ezequías (716-687), aconsejado por el profeta Isaías, confiaba más
en Dios que en las alianzas con los pueblos vecinos y en las intrigas de Egipto
contra los asirios, había en Jerusalén un partido que buscaba la guerra contra
los dominadores del Norte. Entre estos poderosos se encontraba sin duda el
primer ministro o mayordomo de Ezequías, Sobna. Isaías aparece como un
vigilante inexorable, y es con relación a este derecho como juzga la cualidad
moral y religiosa de la comunidad.
Es verdad que
a este mayordomo parece que el cargo se le había subido a la cabeza, pues
se ha construido un palacio y un mausoleo excavado en la roca (v. 16) y se
pavonea por las calles paseando en su carroza como si fuera un rey (v. 18);
pero Isaías dirige su crítica a Sobna, y su amenaza, sobre todo porque fomenta
las alianzas con los extranjeros y favorece la guerra, porque confía más en su
política que en el poder salvador de Dios. El "poder de las llaves",
es decir, el poder de administrar el tesoro del palacio real y de regular
el acceso del pueblo ante el rey, se confería simbólicamente con la entrega de
las llaves del palacio. El mayordomo las llevaba ostensiblemente colgadas
del hombro, entre otras cosas debido también a su tamaño.
vv. 15-18:
Oráculo contra la arrogancia de Sobná, mayordomo de palacio, exponiendo la
causa(=sus pecados) y sus consecuencias (=castigo divino). Poco es lo que
sabemos de este personaje. Aquí aparece como un alto funcionario de la
corte, una especie de virrey, mientras que en II Reyes 18. 18 (=Is 36. 3) el
mayordomo se llama Eliacín, y Sobná es un secretario de estado. De
cualquier manera, en ambos textos se trata de un personaje importante de la
corte. Su política externa fue partidaria de los egipcios y contraria a Asiria,
oponiéndose así a las orientaciones de Eliacín y a los consejos del profeta.
Junto al
sepulcro aún no acabado el profeta
proclama la palabra divina, más poderosa que la del funcionario. El reproche no
es nada claro; los contemporáneos de nuestro autor lo debían de conocer muy
bien, pero el texto no nos lo explica. Sobná aparece como un poderoso,
exhibiéndose ante los habitantes de Jerusalén en carrozas lujosas. Puede ser
que este funcionario fuese un extranjero que medrara económicamente a costa de
perjudicar, con sus decretos, al pobre pueblo. El hecho de haberse labrado un
sepulcro constituiría ya el colmo de una actitud y conducta magalómana y
altanera. El mayordomo se siente seguro en su puesto y a él se agarra como un
parásito. Pero el Señor no lo perdonará, sino que lo arrojará a la fuerza, y
andará errante por la llanura (en contraposición a esa vida de paz en las
montañas de Judá); sus bienes irán a parar a poder de sus adversarios.
vv. 19-23:
El v. 19 sirve de lazo de unión literaria entre el oráculo anterior (perderá
incluso el cargo) y el oráculo de la investidura de los vv. 20-23,
referentes a Eliacín (2 R 18. 18; Is 36. 3). Al parecer, Eliacín
administró las propiedades del rey Joaquín, incluso tras su deportación. Por
eso de forma permanente llevará los signos del poder: la túnica y la banda (cf.
Lv 8. 13), y su poder será total. Por eso lleva colgada al hombro la llave, ya
que es el único que puede abrir y cerrar el palacio (2 S 20. 3; Ne 12.
37). Y de la misma manera que la clavija, fijada en tierra, sujeta toda la
tienda, de la misma manera el mayordomo fiel sujetará a todo su pueblo, pero no
oprimiéndole y buscando su propio provecho, sino el de los demás. Su poder va a
ser tierno y amoroso como el de un padre con su hijo (v. 21). El mayordomo
indigno era la vergüenza de su amo, el digno sólo le reportará honor.
EL responsorial es el salmo 137, (Sal 137,1-2a. 2bc-3. 6 y 8bc). Este salmo proclama la
"trascendencia" de Dios: "¡qué grande es tu gloria!" nada
original, esto lo hacen todas las religiones auténticas. Toma tiempo dejarse
invadir por este sentimiento de adoración que hace "prosternar", el
rostro contra el polvo, como dice el salmo, hasta tomar conciencia de
"ante quién estás".
Lo que es
original, en la revelación que Dios hace de sí mismo a Israel es ante todo, que
este Dios "trascendente" mira a los humildes con predilección.
Prodigio de lo infinitamente grande, ante lo infinitamente pequeño. La grandeza
de Dios no es aplastante, es la grandeza del amor, la "Hessed",
sentimiento que llega hasta las entrañas. La palabra aparece dos veces en este
salmo. Si es amor, Dios da la vida, Dios salva. Dios está contra todo lo que
hace daño, su mano se abate contra los enemigos del hombre", su mano
"protege al pobre rodeado de peligros"... ¡Que tu "mano",
Señor, no deje incompleta su obra!
Finalmente
este mensaje, esta "palabra" (aparece dos veces en este salmo)
recibida gozosamente por Israel, y destinada un día a todos los hombres.
"Te alabarán, todos los reyes de la tierra, cuando oigan las palabras de
tu boca". Los reyes representan a su pueblo; a través de ellos, todos los
pueblos darán gracias a Dios, en el día escatológico del Mesías. ¡Admirable
visión universalista!
Así comenta el Papa emérito Benedicto XVI este salmo: “ 1. Atribuido por la tradición judía al
patronazgo de David, aunque probablemente surgió en una época sucesiva, el
himno de acción de gracias que acabamos de escuchar, y que constituye el Salmo
137, comienza con un canto personal del orante. Eleva su voz en la asamblea del
templo o teniendo como punto de referencia el Santuario de Sión, sede de la
presencia del Señor y de su encuentro con el pueblo de los fieles.
De hecho, el salmista
confiesa: «me postraré hacia tu santuario» de Jerusalén (Cf. versículo 2): allí
canta ante Dios que está en los cielos con su corte de ángeles, pero que
también está a la escucha en el espacio terreno del templo (Cf. versículo 1).
El orante está seguro de que el «nombre» del Señor, es decir, su realidad
personal viva y operante, y sus virtudes de fidelidad y misericordia, signos de
la alianza con su pueblo, son la base de toda confianza y de toda esperanza
(Cf. versículo 2).
2. La mirada se dirige, entonces, por un
instante, al pasado, al día del sufrimiento: entonces la voz divina había respondido
al grito del fiel angustiado. Había infundido valentía en el alma turbada (Cf.
versículo 3). El original hebreo habla literalmente del Señor que «agita la
fuerza en el alma» del justo oprimido: es como la irrupción de un viento
impetuoso que barre las dudas y miedos, imprime una energía vital nueva, hace
florecer fortaleza y confianza.
Después de esta premisa, aparentemente
personal, el salmista amplía su mirada sobre el mundo e imagina que su
testimonio abarca a todo el horizonte: «los reyes de la tierra», con una
especie de adhesión universal, se asocian al orante judío en una alabanza común
en honor de la grandeza y de la potencia soberana del Señor (Cf. versículos
4-6).
3. El contenido de esta alabanza conjunta que
surge de todos los pueblos permite ver ya la futura Iglesia de los paganos, la
futura Iglesia universal. Este contenido tiene como primer tema la «gloria» y
los «caminos del Señor» (Cf. versículo 5), es decir, sus proyectos de salvación
y su revelación. De este modo, se descubre que Dios ciertamente «es grande» y
trascendente, «ve al humilde» con afecto, mientras aparta su rostro del
soberbio, como signo de rechazo y de juicio (Cf. versículos 6).
…..
5. De este modo, hemos
podido rezar con un Salmo de alabanza, de acción de gracias y de confianza.
Queremos seguir desplegando este hilo de alabanza en forma de himno con el
testimonio de un cantor cristiano, el gran Efrén el Siro (siglo IV), autor de
textos de extraordinaria fragancia poética y espiritual.
«Por más grande que sea nuestra maravilla por
ti, Señor, tu gloria supera lo que nuestros labios pueden expresar», canta
Efrén en un himno («Himnos sobre la virginidad» --«Inni sulla Verginità», 7:
«L’arpa dello Spirito», Roma 1999, p. 66), y en otro dice: «Alabado seas tu,
para quien todo es fácil, pues eres omnipotente» («Himnos sobre la Natividad»
--«Inni sulla Natività»--, 11: ibídem, p. 48), éste es un último motivo para
nuestra confianza: Dios tiene la potencia de la misericordia y usa su potencia
para la misericordia. Y, finalmente, una última cita: «Que te alaben quienes
comprenden tu verdad» («Himnos sobre la fe» --«Inni sulla Fede», 14: ibídem, p.
27)”. (Papa emérito Benedicto XVI miércoles, 7 diciembre
2005. Audiencia general dedicada a comentar el Salmo 137, «Acción de gracias».)
La segunda lectura es de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (Rom11, 33-36). Continuamos aquí la lectura del
domingo anterior, tomada de la carta de Pablo a los romanos. En todo este
capítulo 11, San Pablo ha desarrollado su pensamiento en torno al problema de
la desobediencia de Israel al evangelio de Jesucristo. Ya hemos visto cómo
espera que un día, al final de los tiempos, también alcancen misericordia los
judíos que, por no aceptar el universalismo de la salvación, se han excluido de
ella. Pues Dios ha querido encerrarnos a todos, judíos y gentiles, en la
desobediencia, para tener de todos los pueblos una misma misericordia. Pablo
concluye este capítulo y este tema alabando una misma misericordia y la
generosidad de Dios, la insondable misericordia divina. Por unos caminos
inescrutables, Dios conducirá a Israel a la salvación prometida. Y esto es
motivo de admiración y de alabanza para el creyente.
La historia
de la Humanidad se le presenta a Pablo como una carrera entre judíos y paganos.
Unos fueron los primeros en obedecer, pero después desobedecen; los otros, que
empezaron por desobedecer, terminaron obedeciendo (vv. 30-31;cf. /Mt/21/28-32).
Pero, dominando este ir y venir y dando la clave de todo ello está la
misericordia de Dios (v. 32), que permite a cada hombre pasar por el pecado con
el fin de experimentar la vanidad de su voluntad propia y abrirse a la gracia
del amor divino, única salida posible a la situación en que estaba envuelto el
hombre.
Para trazar
sus planes, Dios no ha pedido a nadie consejo; por eso nadie conoce sus
pensamientos, y sus caminos son inescrutables. El misterio de la salvación está
por encima de toda sabiduría humana, excede todo conocimiento humano.
Dios tampoco
ha recibido ayuda de nadie para realizar sus planes de salvación; por eso nadie
puede exigirle una recompensa. De ahí que sea insondable su generosidad, pues
da antes de recibir nada y salva simplemente porque quiere y es bueno. La
salvación es un misterio que excede también todas las exigencias de la humana
voluntad. Dios está por encima del conocimiento y de la voluntad humana; es un
misterio de gracia.
Los vv.
finales del tema tratado en los tres capítulos precedentes son como la reacción
ante lo expuesto. No son doctrinales, porque no siempre en la Biblia hay un
mensaje ideológico o conceptual, sino son más un ejemplo de reacción humana
ante Dios. Para que aprendamos a reaccionar también así Realmente es un acto de
adoración, de reconocimiento y aceptación de la forma de proceder de Dios. Un
proceder muy suyo, de justificar a quien no lo merece, al lejano. Modo de
proceder muy diferente del humano, incomprensible desde nuestras categorías
comerciales, que solemos también aplicar a Dios. Pero se nos escapa. No vemos
por qué habría de salvar a Israel ni al pecador, pero lo aceptamos agradecidos,
porque también nosotros somos Israel y pecadores. Esto sería importante. No
considerarse fuera del plan de Dios expuesto antes, como espectadores de Israel
y su historia, no concernidos por ella. Porque, aparte de la vinculación
histórica nuestra con los judíos (vg.: Jesús era miembro de este pueblo, y
María, y los apóstoles, etc), su historia es la nuestra como veíamos
anteriormente. Por lo tanto, damos gracias y reconocemos un plan de Dios que
nos afecta.
El pasaje
finaliza con una breve doxología: “Todo es de él, por él y para él”.
El evangelio de san Mateo (Mt 16, 13- 20) Desde 15, 21, Mateo ha dotado a la dialéctica
Jesús-viejo Pueblo de una delimitación geográfica. La región en que tiene lugar
la escena se encuentra al noreste de Galilea de los paganos. Sin ser totalmente
una tierra extranjera, la región participa mucho de esta condición. Si a esto
se añade el contexto precedente que habla de la prevención contra la enseñanza
específicamente religiosa judía, tendremos que concluir que Mateo está
presentando y escribiendo en clave y perspectiva de una nueva realidad
religiosa. Desde entonces demuestra interés por situar a Jesús en territorio no
típicamente judío. De esta manera Mateo recalca la existencia de un nuevo
Pueblo de dimensiones universales y que no deberá reproducir la doctrina de
fariseos y saduceos (cfr. Mateo 16, 12).
En los
versículos del cap. 16 inmediatamente anteriores al Evangelio de hoy, San Mateo
centra su atención en la principal línea dirigente del viejo Pueblo.
El autor ya
no estructura el texto partiendo de Jesús solo, para después ir dando entrada a
unos y otros. El texto de hoy está estructurado desde el comienzo a partir de
Jesús y sus discípulos conjuntamente. Se trata de una novedad importante en la
técnica de composición de San Mateo.
Esta nueva
realidad va a recibir en este texto el nombre de Iglesia de Jesús (v.18). Es la
primera vez que el término Iglesia aparece en el evangelio de Mateo para
designar la comunidad de discípulos de Jesús, es decir, la comunidad de
creyentes en él.
El término
griego empleado es el mismo que la traducción griega del A.T., llamada de los
Setenta, emplea para traducir pueblo, asamblea, congregación.
En el texto
de hace dos domingos escuchábamos de labios de los discípulos el reconocimiento
de Jesús como Hijo de Dios (Mt 14. 33). Es el mismo reconocimiento que
escuchamos hoy de labios de Simón. Este reconocimiento distingue al discípulo
de la gente.
"¿Quien
dice la gente... quién decís vosotros que soy yo?" Mateo sigue operando
con la división claramente introducida a partir del capítulo de las parábolas.
La
conversación gira en torno a la persona de Jesús (¿quién es Jesús?). El tema es
también una novedad en lo que llevamos de evangelio.
La
conversación adquiere su momento culminante en el diálogo entre Pedro y Jesús.
En lo que llevamos de obra es la segunda vez que Pedro aparece como personaje
activo. La primera fue hace dos domingos (Mt. 14, 22-33). En aquella ocasión la
actuación de Pedro fue negativa. Mateo lo resaltaba no haciéndole partícipe del
reconocimiento que el resto de discípulos hizo de Jesús (cfr. Mt. 14, 32-33).
Es en esta segunda actuación cuando Pedro hace el reconocimiento que entonces
no hizo. Este reconocimiento le vale la felicitación de Jesús y el
reconocimiento a la recíproca por parte de Jesús: Tú has dicho de mí que soy el
Mesías; yo digo de ti que eres la Piedra.
El
reconocimiento de Simón adquiere la condición de fundamento o cimiento sólido.
A esta condición debe Simón su sobrenombre de Pedro. Algo del juego de palabras
del texto griego puede percibirse también en castellano: Pedro-piedra.
Sobre este
cimiento, consistente en el reconocimiento de la identidad divina de Jesús por
el hijo de Jonás, se levanta la comunidad o pueblo creyente. Por tratarse de un
cimiento sólido, el edificio construido sobre él ofrece totales garantías. Esto
es lo que quiere expresar la imagen recogida en la frase "el poder del
infierno no la derrotará". El edificio es inexpugnable a la destrucción y a
la muerte. Esta misma idea de la consistencia de un edificio construido sobre
cimientos sólidos la ha expresado Jesús con otra imagen diferente en /Mt/07/25:
"Vinieron las lluvias, se
desbordaron los ríos y los vientos soplaron violentamente contra la casa; pero
no cayó, porque estaba construida sobre un verdadero cimiento de piedra".
El texto
habla de infierno. A decir verdad, el término "infierno" no es la
traducción más adecuada del término "hades" empleado en el texto
griego. En la mitología clásica el hades es la mansión de los muertos, el lugar
de la muerte, equivalente al "sheol" de los judíos.
En el v. 19 no se identifican Iglesia y Reino de Dios.
Recuérdese que la expresión Reino de los cielos es la formulación judía de la
expresión Reino de Dios. A su vez, Reino de Dios no se equipara tampoco con el
cielo del más allá.
Anteriormente
en el v. 18 se habla de la Iglesia como de un edificio, ahora en el v. 19
concibe también el Reino de Dios como un edificio. Ambos edificios son diferentes,
pero están comunicados entre sí. El cauce de comunicación es el reconocimiento
de la identidad divina de Jesús por el hijo de Jonás. Probablemente es así como
hay que interpretar la imagen de las llaves. Ese reconocimiento confiere el
poder de perdonar, del que Pedro es garantía en su condición de cimiento del
edificio.
Para nuestra vida
Dios
es un misterio insondable que nos sobrepasa, a pesar de que al mismo tiempo nos
penetra por todas partes.. «¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables
sus caminos!». «Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más
altos que los vuestros» (Is/55/09). ¿Quien no ha experimentado, alguna vez, la
grandeza de Dios? Jesús la expresa también así, en respuesta al joven que le
había llamado «Maestro bueno»: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno
más que Dios» (Mc/10/18). La grandeza de Dios es, por tanto, también una
grandeza de bondad: a su lado nadie es realmente bueno. Este sentido de la
admiración y el respeto es sanamente saludable. No podemos reclamarnos de Dios,
como si lo tuviésemos al alcance de la mano y lo conociésemos.
Acerquémonos
a él con respeto. Pongámonos en la escuela de Dios: «A Dios nadie lo ha visto
jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a
conocer» (Jn 1. 18). «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre
sino por mí. Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14. 6/9).
La
salvación pasa a través de lo que podríamos denominar la mediación, esto es, a
través de los mismos hombres. No hay nada que objetar a esta realidad. Dios lo
quiere así. Lo cierto es que no se trata de una pretendida arbitrariedad de
Dios. Es la manera más adaptada a nuestra manera de ser. La revelación implica
el gran misterio de la acomodación de Dios a nosotros. Se ha mostrado a través
de hechos y palabras que podemos captar y en un torrente de amor, el mismo
Verbo se ha hecho hombre.
En la primera lectura se nos habla de la fe. El profeta de la fe heroica en
Yahvé, en una primera parte (vv 8-14), denuncia a los habitantes de Jerusalén
que han buscado su seguridad fuera de Dios, que no han sabido percibir los
signos que les hablaban de la necesidad de la conversión y de rehacer el
camino; en la segunda parte (vv 15-23) está la denuncia de Sobná, personaje
influyente de la corte, que no solamente intentaba persuadir a Ezequías para
que se alzara contra Asiria y pidiese auxilio a Egipto, y oponerse así a la
política de neutralidad propugnada por el profeta, sino que también él
mismo busca las seguridades fuera de Dios. El profeta sigue llamando al pueblo
a una fe absoluta, casi heroica, como lo había hecho en su encuentro con Acaz,
que únicamente quería tomar medidas de seguridad humana
La lectura
nos presenta un hecho que podemos contemplar en un doble plano. En un primer
plano se trata de sustituir un funcionario indigno por otro digno. Es el Señor
quien elige y hace cesar, quien concede y quita todo poder, quien ejecuta el
rito de la investidura... Aunque cualquier ser humano pueda ocupar un cargo
en la institución de Dios, el Señor sigue siendo el dueño de esa institución,
pudiendo deponer y poner a otro en el cargo. El "funcionario"
(=cualquier cargo en la institución) está para servir y no para
aprovecharse del cargo y así labrarse sepulcros que perpetúen su memoria.
En segundo plano, el texto se abre a una lectura
mesiánica: sólo el Mesías cumplirá plenamente con la exigencia de su elección.
Él será el mayordomo de la casa del Padre, él poseerá autoridad para abrir y
cerrar, para admitir y expulsar. Él da arraigo a la gran tienda donde
acampamos, camino de la morada definitiva. Él se sentará en el trono como rey y
juez. En todo cumplirá la misión encomendada al servicio de los hombres: ésa es
su gloria. Y no necesitará labrarse ningún mausoleo porque la gloria de su
sepulcro es haber quedado vacío.
La posición
del nuevo mayordomo será firme como la estaca o clavija en la que se ata el
tirante mayor que sostienen toda la tienda de campaña. Así estará firme
Eliacín, como corresponde al que ha de ser el apoyo del palacio real y su
adelantado de cara al pueblo. Se anuncia también que la posición de Eliacín
será motivo de honra para toda su familia; en él se asentará la gloria de su
estirpe.
Seguidamente
el profeta compara a este mismo Eliacín a un clavo en la pared, del que cuelgan
demasiados cacharros, hasta el punto de no poderlos aguantar y venirse con
todos abajo. Es una alusión al nepotismo que ejercería más tarde Eliacín y que
se supone fue motivo de su ruina. Diríase que el poder corrompe; al uno le
llevó al militarismo, y al otro al nepotismo.
Nos importa destacar
la actitud de fe como un gesto vertical.
La salvación está en convertirse y tener calma; la valentía está en confiar y
estar tranquilos.
La fe es
distintivo característico de los hombres de la vieja y de la nueva alianza,
hasta el punto de ser llamados «creyentes». Es la vida en el Absoluto, un
contacto vivo y constante con todo. Pero solamente ilumina la existencia humana
donde se cumple la sentencia: «El que obra conforme a la verdad se acerca a la
vida» (Jn 3,21).
El salmo de hoy, nos invita a redescubrir la "adoración y el reconocimiento
agradecido al Señor". Mientras más se manifiesta el mundo moderno como un
mundo vacío de Dios y de sentido, hombres y mujeres experimentan por contraste
el deseo de expresar una gran confianza en "aquello que los supera.
No es nada
nuevo constatar que el hombre es pequeño, de que la naturaleza y el cosmos son
más grandes que nosotros. Esto puede llevar al hombre contemporáneo hacia
"el más allá de todo", a Dios. Lo que llama la atención, como dice el
salmo, es que nuestra derrota aparente, nuestra confesión, se convierten en
acción de gracias. Porque el poder, la trascendencia de Dios es de amarnos con
amor de "Hessed", de ternura hacia los más pequeños. Entonces, alegres,
nos rendimos, nos damos por vencidos, y felices afirmamos: “Daré gracias a tu
nombre, por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera tu fama”.
También
desde el salmo, redescubrimos el amor de Dios para nosotros. Pensamos demasiado
en los esfuerzos que tenemos que hacer para amar a Dios. ¡Dejémonos amar por
El! ¡ ¡La fuente del amor es Dios! "Todo hombre que ama verdaderamente,
conoce a Dios", nos dice San Juan (Juan 4,7-8). Hagamos la experiencia:
somos amados de Dios, y "el otro-difícil-de-amar" ¡es también amado
por Dios! Eso cambia todo. Nos preguntamos a veces cómo Jesús pudo decir:
"amad a vuestros enemigos". Pues bien, meted en la cabeza y en el
corazón que Dios, El, ama a vuestros enemigos. Entonces, si decís que amáis a
Dios... sacad la conclusión.
El universalismo
del proyecto de Dios, que Israel, pueblo "escogido", haya podido,
hace más de 20 siglos, pensar en una religión universal, en una inmensa
"acción de gracias" que sube de todos los pueblos, da una idea de la verdad
de su experiencia religiosa.
“Señor, tu misericordia es eterna, no
abandones la obra de tus manos." Renocimiento agradecido y petición
confiada es la oración que debemos repetir, constantemente, en el mundo de hoy.
Dios en acción.
Nosotros,
creyentes de hoy, pensamos a veces que
nuestras "eucaristías" no son un pequeño culto de privilegiados, sino
la inmensa proa de este navío que lleva hacia Dios la humanidad, ¡lo sepa ella
o no!. Las pobres eucaristías de nuestras grandes ciudades paganas... son la
punta de lanza de la caravana humana. ¡Un día, "todos los reyes, todos los
pueblos, celebrarán la acción de gracias" que es ya la nuestra por el amor
y la verdad de Dios que se han revelado en Jesucristo muerto y resucitado por
nosotros!
La segunda lectura nos sitúa ante la
admiración religiosa. La Palabra de Dios siempre provoca nuestra admiración. Dios es un misterio insondable que
nos sobrepasa, a pesar de que al mismo tiempo nos penetra por todas partes.. "¡Qué insondables sus decisiones y qué
irrastreables sus caminos!". "Como
el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros"
(/Is/55/09). ¿Quien no ha experimentado, alguna vez, la
grandeza de Dios?. La grandeza de Dios es, por tanto, también una grandeza de
bondad: a su lado nadie es realmente bueno. Este sentido de la admiración y el
respeto es sanamente saludable. No podemos reclamarnos de Dios, como si lo
tuviésemos al alcance de la mano y lo conociésemos.
«¡Qué
abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios!», ha dicho
san Pablo. Siempre que repasamos sus palabras y sus gestos aparece la
inmensidad de su misterio. Nos damos cuenta de su manera clara y amorosa de
proceder. No lo comprendemos todo, evidentemente, pero le tenemos una confianza
absoluta, porque sabemos que todo sucede para nuestro bien.
San Pablo
nos ofrece un bellísimo modelo de oración de acción de gracias. Anteriormente
ha desarrollado todo lo que Dios ha hecho por los judíos y los paganos. Si
todos han sido arrojados en el pecado, él los libera y los renueva para que se
manifieste el amor de Cristo.
Ante esta
actitud de Dios, nos vemos llevados a reconocer la profundidad de su sabiduría
y de su ciencia. El amor de Dios es para nosotros como un abismo, hasta el
punto de que resulta imposible valorarlo en toda su profundidad y su
naturaleza.
La riqueza
de Dios es uno de los temas predilectos de Pablo, que nos pone en guardia
contra lo que podría ser menosprecio de la riqueza de la bondad de Dios (Rm 2,
4). Jesús nos ha colmado de todo tipo de riquezas: la de la palabra y todas las
de la ciencia (1 Co 1, 5). Es preciso anunciar esta riqueza a los paganos (Ef
3, 8). Nunca estamos en situación de abandonar, porque, en la medida de su
riqueza, Dios atiende a nuestras necesidades (Flp 4, 19). El misterio de la
salvación, oculto en Dios desde todos los tiempos, ha sido desvelado. Dios ha
querido que los paganos conozcan la riqueza de la gloria de este misterio (Col
1, 27). La Palabra de Cristo permanece en nosotros en toda su riqueza (Col 3, 16).
Esta riqueza de Dios es una posesión destinada a expandirse en nosotros. Del
mismo modo, la sabiduría de Dios es un abismo y a veces se nos presenta como
una locura (1 Co 1, 25). Esta sabiduría de Dios es, en definitiva, el mismo
Jesucristo. Es en él en quien están escondidos los tesoros de la sabiduría (Col
2, 3). Igualmente están escondidos en él todos los tesoros de la ciencia;
porque todo lo que se aplica a Dios se encuentra en Cristo.
En la
historia de la salvación Dios es el que tiene la iniciativa y el señor de los
acontecimientos, hasta conseguir lo que se propone. Todo el universo se mueve
según el designio y la divina misericordia. Así que es preciso dar a Dios todo
el honor y toda la gloria por los siglos de los siglos.
En el evangelio hoy se no presenta un
hecho de actualidad. Nuestro tiempo se caracteriza por las encuestas en los
medios de comunicación. La pregunta y la respuesta siempre han sido y continúan
siendo realidades vivas e importantes.
Jesús
pregunta hoy a los apóstoles sobre lo que la gente opina de él. Las respuestas
denotan una comprensión parcial. Se sitúan únicamente en el reconocimiento de
su profetismo. Pero escapan a una justa comprensión de la personalidad de
Jesús. Este sondeo tuvo la intención de preparar una pregunta personal y
directa a los discípulos. Ahora tienen que definirse.
La pregunta
es «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro, el primero de los apóstoles, responderá por todos: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».". La pregunta es la misma ayer
y hoy. La respuesta a ella dará la medida del discípulo.
La
superioridad de Pedro en la respuesta a esta pregunta no estriba en la
respuesta en sí. La respuesta en efecto, es la misma que la dada por los demás
discípulos hace dos domingos (ver Mt 14. 22-23). La superioridad de Pedro
reside más bien en conferir garantía de solidez a lo que los demás descubren.
Por ello mismo el modelo de Iglesia que el texto de hoy sugiere, leído el texto
en el contexto global del evangelio de San Mateo, es tal vez el inverso al habitualmente
practicado.
La
pregunta nos la dirige Jesús muchas veces: ¿Quién soy yo? ¿Por quién me tienes?
¿Qué importancia tengo en tu vida? Nuestra respuesta también tiene que ser
rápida, sincera y osada: Tú eres la esperanza máxima, tú eres el Hijo de Dios
encarnado para salvarnos.
Hemos
de dar nuestra respuesta comprometida a Cristo Salvador, el Buen Pastor que da
la vida por las ovejas, al Amigo que da la vida por sus amigos. ¡Qué paz
responder con sinceridad al Señor y reconocerlo como primero y único en la
vida! . Y yo,
¿que es lo que digo de Jesús? La pregunta sobre Cristo es la más actual, la más
importante. Los contemporáneos de Jesús no llegaban a abarcar totalmente su
misterio y habitualmente se equivocaban sobre su profunda identidad.
Para llegar
a ese descubrimiento de toda la hondura de su ser-región inaccesible a nuestras
investigaciones humanas. Se precisa una lenta, frecuente y perseverante
relación. Una persona enamorada no descubre en un solo día todas las cualidades
de la persona amada.
¿Cuánto
tiempo paso cada día con Cristo?
"Nadie
puede decir Jesús es Señor sino en el Espíritu Santo".
Al recopilar
la respuesta San Mateo no solamente muestra interés por el tema cristológico,
que sin lugar a dudas es el central, sino también por la Iglesia. Nos habla de
ello en términos explícitos y quiere llamar nuestra atención sobre su
pertenencia a Cristo ("mi Iglesia") y sobre su perenne estabilidad.
La Iglesia es una casa construida sobre roca, aunque se apoya en la fragilidad
de los hombres. Por tanto, una estabilidad atormentada, inquieta. El destino de
la Iglesia es como el de Cristo: un camino en la contradicción. Y no se trata
solamente de enemigos externos; dentro de la Iglesia habrá siempre pecadores;
por eso la Iglesia tiene necesidad de "atar y desatar"; continúa el
pecado; por eso debe continuar el perdón. Dentro del motivo cristológico y del
motivo eclesial es como se han de entender las palabras dirigidas por Jesús a
Pedro.
Ante
las distintas respuestas, las palabras de Jesús adquieren un tono trascendente
e impresionante: «Ahora te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré
mi Iglesia». Sobre Pedro creyente se construirá el edificio de la comunidad
cristiana. Sobre su fe firme se podrá levantar la casa de Dios.
Se define la
función de Pedro con tres metáforas: la piedra, las llaves, atar y desatar.
Para comprender la primera expresión podemos recurrir a otro texto de Mt (7.
24-27): Pedro es la roca que mantiene firme a la Iglesia. En otras palabras, es
el punto alrededor del cual se constituye la unidad de la comunidad. La segunda
metáfora es todavía más clara: dar las llaves significa confiar una autoridad
verdadera y plena.
Finalmente,
la tercera metáfora (atar y desatar) tiene el sentido de permitir y prohibir,
de separar y perdonar. En conclusión, el texto atribuye a Pedro títulos y
prerrogativas que a lo largo de la Biblia se atribuyen al Mesías. Es como decir
que la autoridad de Pedro es vicaria; él es imagen de otro, de Xto, que es el
verdadero Señor de la Iglesia. Mas precisamente porque es imagen de Xto, la
autoridad de Pedro es plena e indiscutible. No obstante, hay todavía otro punto
que hemos de observar con particular atención; no es ciertamente casual la
presencia en el mismo fragmento de dos aspectos aparentemente en contraste: la
fe de Pedro y su incomprensión del misterio de Jesús: la autoridad confiada a
Pedro y el reproche que le hace Jesús.
Pedro
será el hombre de las llaves, el que tiene un poder sagrado. Poder referido a
la santificación de los hermanos. El atar y desatar son prerrogativas
importantísimas destinadas a la vertebración y la comunión del pueblo de Dios.
Pedro
será el fundamento visible de esta comunión y dará firmeza a la Iglesia. Todo
eso prosigue en la sucesión apostólica.
La
tarea de Pedro es importantísima para la Iglesia. La cumple, en la sucesión, el
Papa. A través de este ministerio se mantiene viva la predicación evangélica y
el testimonio de amor que corresponde siempre a la Iglesia. ¡Agradezcamos el
don de Pedro! ¡Valoremos el papel de su sucesor! Y de una manera muy concreta:
venerando su persona, acogiendo su ministerio y siendo diligentes en su
enseñanza. Recordemos que el Papa, como demuestra el actual con sus actitudes y
viajes, tiene la tarea de animar a la Iglesia y hacer de ella una verdadera
comunión. Por eso mismo, pensar hoy en Pedro es ser conscientes que somos
Iglesia apostólica, fundamentada sobre el colegio apostólico presidido por el
Papa.
San Agustín comenta así este
fragmento del evangelio:
“¿Quién es Cristo? Preguntémoselo al
bienaventurado Pedro. Cuando se leyó ahora el evangelio, oísteis que, habiendo
preguntado el mismo Señor Jesucristo quién decían los hombres que era él, el
Hijo del hombre, los discípulos respondieron presentando las opiniones de la
gente: Unos que Juan Bautista, otros que
Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Quienes esto decían o
dicen no han visto en Jesucristo más que un hombre. Y si no han visto en
Jesucristo más que un hombre, no hay duda de que no han conocido a Jesucristo.
En efecto, si sólo es un hombre y nada más, no es Jesucristo. Vosotros, pues, ¿quién decís que soy yo?,
les preguntó. Respondió Pedro, uno por todos, porque en todos está la unidad: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo
(Mt 16,13-16).
Aquí tienes la confesión verdadera y
plena. Debes unir una y otra cosa: lo que Cristo dijo de sí y lo que Pedro dijo
de Cristo. ¿Qué dijo Cristo de si? ¿Quién
dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre? Y ¿qué dice Pedro de
Cristo? Tú eres Cristo, el Hijo de
Dios vivo. Une las dos cosas y así viene Cristo en la carne. Cristo
afirma de sí lo menor, y Pedro de Cristo lo mayor. La humildad habla de la
verdad, y la verdad de la humildad; es decir, la humildad de la verdad de Dios,
y la verdad de la humildad del hombre. ¿Quién
-pregunta-dicen los hombres que soy
yo, el Hijo del hombre? Yo os digo lo que me hice por vosotros; di tú,
Pedro, quién es el que os hizo. Por tanto, quien confiesa que Cristo vino en la
carne, automáticamente confiesa que el Hijo de Dios vino en la carne. Diga
ahora el arriano si confiesa que Cristo vino en la carne. Si confiesa que el
Hijo de Dios vino en la carne, entonces confiesa que Cristo vino en la carne.
Si niega que Cristo es hijo de Dios, desconoce a Cristo; confunde a una persona
con otra, no habla de la misma. ¿Qué es, pues, el Hijo de Dios? Como antes
preguntábamos qué era Cristo y escuchamos que era el Hijo de Dios, preguntemos
ahora qué es el Hijo de Dios. He aquí el Hijo de Dios: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la
Palabra era Dios (Jn)”. (San Agustín. Sermón 183,3-4)
Rafael
Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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