domingo, 4 de diciembre de 2022

Comentario de las lecturas del II Domingo de Adviento. 4 de diciembre de 2022.

Desde evangelio de San Mateo  proclamado nos llega un claro mensaje de lo que puede y debe ser el adviento. Hay que convertirse, hay que hacer penitencia, para así mejorar nuestro camino hacia la conversión verdadera. Pero habremos de tener en cuentas las duras palabras que Juan Bautista dirige a fariseos y saduceos. ¿Nos la diría a nosotros también hoy?

En este segundo domingo de Adviento hagamos cada uno de nosotros un propósito sincero de conversión. Conversión, es tiempo de preparar los caminos y enderezar las sendas para que se acerque el advenimiento del Reino.

La conversión es un cambio radical de mentalidad y de actitudes profundas, que luego se va manifestando en acciones nuevas, en una vida nueva.

El primer paso de la conversión es el sentirse juzgado por Dios. Lo que puede haber de decisión personal para cambiar, está movido por la acción previa de la iniciativa de Dios. Cuando se ha recibido el fuego de la acción juzgadora de Dios, entonces se recibe el Espíritu.

El juicio de Dios, que nos lleva a la conversión, es el inicio de nuestra justificación.

 

En la primera lectura (Is 11,1-10) La unidad literaria de Is. 10, 33; 11, 10, insertada dentro del "Libro del Emmanuel" (7-11), habla de juicio y de salvación divina. -El castigo divino nunca es, en la Biblia, su palabra última y definitiva.

El profeta Isaías sigue así iluminando nuestro peregrinar terrenal. Isaías profetiza un tiempo de paz y de amor insuperables que, evidentemente, todavía no ha llegado. La fraternidad entre un lobo y un cabrito, pastoreados ambos, por un niño, por un muchacho es un bien deseable. Pero para llegar a esa paz hay  convertir nuestros corazones a la paz del Señor a quien esperamos.

Así el árbol talado aún no está muerto sino que de su tocón va a brotar un tierno vástago; la raíz o tocón se refiere a la muy humilde familia de Jesé, padre de David, de la que brotará este nuevo vástago (v.1), un segundo David que, al igual que el primero, estará equipado para su trabajo con el don del Espíritu divino (v. 2, cfr. I Sam. 16, 1-13; 2 Sam 23, 2ss). Poseerá el espíritu de prudencia y el don de sabiduría para poder percatarse de la situación concreta y obrar en consecuencia (capacidad para saber juzgar), espíritu de consejo para poder prescindir de opiniones interesadas y egoístas (el futuro rey no necesita consejeros parciales), espíritu de valentía para llevar a cabo las sabias y valientes decisiones tomadas. Más aún, su actuar estará en perfecta consonancia con el querer de Dios: "espíritu de conocimiento y respeto del Señor".

-El vástago, equipado con estos dones tan preclaros, ejerce su oficio estableciendo un reino justo (vs. 3-5). Los jueces humanos sentencian de acuerdo con el testimonio que aportan los testigos que, con frecuencia, es falso; el nuevo juez nunca juzgará por apariencias sino por la realidad que conoce con todo detalle. Del juicio divino queda desterrada toda ambigüedad, todo lado oscuro del problema, toda ignorancia, el sentenciar atendiendo a la emoción del momento... El nuevo juez es siempre incorruptible: defiende al pobre y al oprimido, al desamparado (tema muy bíblico, cfr. Is. 9, 6; 32,1; Sal. 72,12 ss.; 101...) sin dejarse violentar por la sinrazón de la fuerza o del poder; su sentencia judicial es la vara que castiga y condena al malvado (I Rey. 8, 32), justicia y lealtad son el lema y la insignia de su reinado.

-En el v. 2, el autor  usa el símbolo de los vientos o espíritus que convergen en el tocón de Jesé, ahora (vs. 6-9) a través de un símbolo vegetal y animal intenta enseñarnos cómo debería ser una sociedad humana ideal: los animales salvajes cohabitan, sin temor, con los domesticados ya que la hierba ha sustituido a la matanza; tampoco se temen el hombre y los animales, todos pueden vivir en paz y armonía, como en el relato primigenio de la creación (Gn. 1, 29), rota por el pecado humano (Gn. 9, 2ss.). Comienza una nueva era paradisíaca en la que el hombre ni mata ni teme a ningún animal, la enemistad con la serpiente se da por terminada y al hombre se le concede la ciencia del Señor (cfr. Gn. 3).

"Y brotará un retoño del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago" (Is 11, 1).El retoñar de los árboles es un milagro que se repite cada primavera. Troncos aparentemente muertos que echan brotes verditiernos, raíces perdidas en el fondo de la tierra que asoman reverdecidas y pujantes. Con esa imagen Dios llama a la esperanza en este período del Adviento. Isaías se dirige a los hombres de su tiempo. No todo está perdido, les dice. De ese madero carcomido y viejo brotará un vástago, de ese pueblo deportado y dividido surgirá el Mesías que salve a la humanidad entera.

Y esto ¿como será posible?. " Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de prudencia y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor…"  La justicia será el cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Naturalmente que estas palabras del profeta Isaías son palabras utópicas, en el sentido literal de esta palabra, porque nunca se han realizado, ni se realizarán en ningún sitio de esta tierra, mientras el hombre sea lo es hoy: hombre pecador. Pero el mensaje que nos presentan estas palabras de la profecía sí es real y posible: que nos esforcemos todos en construir un camino hacia una fraternidad universal de toda la humanidad entre sí y de la humanidad con la naturaleza en la que vivimos y de la somos huéspedes temporales.

"En aquel día, el renuevo de la raíz de Jesé, se alzará como estandarte para los pueblos, y le buscarán las gentes, y será gloriosa su morada" (Is 11, 10). De este modo contempla el profeta en el horizonte de la historia a ese brote nuevo que se alzará como bandera de salvación. Todas las gentes le buscarán, pues sólo en Él está la libertad, el amor, la paz, la alegría... Nosotros también queremos caminar hacia ti, cambiar nuestras rutas perdidas y orientarlas con decisión hacia donde Tú estás.

Cambiar de ruta, día a día. Mirar tu luz y ponernos en camino, sin rodeos ni demora. Es necesario estar continuamente agarrado al volante, cosido al timón de nuestra nave. Tenemos, sin remedio, un defecto en el mecanismo de nuestra dirección, e insensiblemente nos inclinamos a uno o a otro lado. El Adviento es un período de conversión, de cambio de conducta... Hemos de entrar en este movimiento que la Iglesia alienta esperanzada. Hemos de pararnos a considerar cómo marcha nuestra vida, hemos de hacer una revisión a fondo en el motor de nuestro espíritu. Ponerlo a punto, con el deseo y la ilusión renovada de caminar hacia Cristo, de vivir siempre de cara a Dios.

 

Salmo : Sal 71,2.7-8.12-13.17

El salmo 71 era para los judíos del tiempo de Jesús una plegaria de espera a la venida de Dios o de su Mesías. Parece, pues, muy indicado para este Segundo Domingo de Adviento

Catequesis del Papa San Juan Pablo II: Salmo 71 1.

" La Liturgia de las Vísperas, cuyos salmos y cánticos estamos comentando progresivamente, propone en dos etapas uno de los salmos más queridos por la tradición judía y cristiana, el Salmo 71, un canto real que meditaron e interpretaron en clave mesiánica los padres de la Iglesia. Acabamos de escuchar el primer gran movimiento de esta oración solemne (Cf. versículos 1-11).

Comienza con una intensa invocación conjunta a Dios para que conceda al soberano ese don que es fundamental para el buen gobierno, la justicia. Ésta se expresa sobre todo en relación con los pobres, que generalmente son sin embargo las víctimas del poder. Es de notar la particular insistencia con la que el salmista subraya el compromiso moral de regir al pueblo según la justicia y el derecho: «Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud... Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador» (versículos 1- 2.4). Así como el Señor rige al mundo según la justicia (Cf. Salmo 35, 7), el rey que es su representante visible en la tierra --según la antigua concepción bíblica-- tiene que uniformarse con la acción de su Dios.

2. Si se violan los derechos de los pobres, no se cumple sólo un acto políticamente injusto y moralmente inicuo. Para la Biblia se perpetra también un acto contra Dios, un delito religioso, pues el Señor es el tutor y el defensor de los oprimidos, de las viudas, de los huérfanos (Cf. Salmo 67, 6), es decir, de quienes no tienen protectores humanos. […]

3. Después de esta viva y apasionada imploración del don de la justicia, el Salmo amplía el horizonte y contempla el reino mesiánico-real en su desarrollo a través de dos coordinadas, las del tiempo y el espacio. Por un lado, de hecho, se exalta su duración en la historia (Cf. Salmo 71, 5.7).

Las imágenes de carácter cósmico son vivas: se menciona el pasar de los días al ritmo del sol y de la luna, así como el de las estaciones con la lluvia y el nacimiento de las flores. Un reino fecundo y sereno, por tanto, pero siempre caracterizado por esos valores que son fundamentales: la justicia y la paz (Cf. versículo 7). Estos son los gestos de la entrada del Mesías en la historia. En esta perspectiva es iluminador el comentario de los padres de la Iglesia, que ven en ese rey-Mesías el rostro de Cristo, rey eterno y universal. […]

 El broche de oro de esta visión podría formularse con las palabras de un profeta, Zacarías, palabras que los Evangelios aplicarán a Cristo: «¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey. Es justo... Suprimirá los cuernos de Efraím y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate, y proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra» (Zacarías 9, 9-10; Cf. Mateo 21, 5)." ( San Juan Pablo . Audiencia del Miércoles 1 de diciembre del 2004 )

Segunda Lectura : Rom 15,4-9

La exhortación de Pablo a los romanos de la primera generación cristiana vuelve a resonar en nuestras asambleas en este segundo domingo de Adviento, interpelándonos y sugiriéndonos todo un programa personal y comunitario: escucha de la palabra, acogida mutua «como Cristo os acogió para gloria de Dios», y una existencia que tiene como horizonte la esperanza y la alabanza de Dios.

 Una de las preocupaciones centrales de San  Pablo en su reflexión teológica es la de intentar entender cómo se integra el mensaje de Jesús en la fe de Israel (dicho en términos actuales, cómo se relacionan judaísmo y cristianismo). El antiguo fariseo convertido, a raíz de su experiencia en el camino de Damasco, en seguidor de Cristo, se esfuerza, en esta carta a los Romanos (como había hecho ya, de manera más visceral, en Gálatas y como aparecerá también en Efesios), por mostrar que el acontecimiento de Cristo no anula las promesas hechas por Dios a Israel, sino que las lleva a su plenitud.

En este pasaje, ya casi al final de la carta, Pablo sintetiza de manera admirable la convicción que ha animado su incansable labor apostólica: que Cristo vino tanto para los judíos como para los paganos («se hizo servidor de los judíos […] y, por otra parte, acoge a los gentiles»).

La benevolencia misericordiosa de Dios para con todas las naciones, manifestada en Cristo, la expresa el apóstol muy certeramente con el concepto de “acogida”: el haber sido acogidos por Cristo es lo que hace posible que nos acojamos unos a otros, y lo que debe movernos a esa mutua acogida fraterna.

Pablo ratifica su argumentación con una cita de la Escritura (Sal 18,50), ejemplificando así lo que afirmaba al principio de la lectura de hoy: el valor del Antiguo Testamento para la fe cristiana. Por eso seguimos utilizando los textos de la antigua alianza como parte integrante de la liturgia de la palabra en nuestras celebraciones dominicales. «Las antiguas Escrituras» se escribieron para nuestra enseñanza, pero sobre todo para nuestro consuelo (paráklēsis, fruto de la acción del Espíritu Santo, el Paráklētos).

Consuelo, porque cuando verificamos lo lejos que estamos de ese estado ideal y casi olímpico; la actitud cristiana no puede ser la desesperación; debemos consolarnos porque algo absolutamente nuevo nos viene de parte de Dios.

El Adviento es un tiempo propicio para ello. El ejemplo que propone es Cristo, servidor de judíos y paganos, de magnitudes irreconciliables, de mentalidades opuestas. Cristo es el futuro de todos los hombres. Este ideal no puede perderse para los seguidores del evangelio, para las comunidades cristianas que viven en cualquier parte del mundo. El Adviento es un tiempo ideal, es su idiosincrasia, porque es un tiempo de promesas que adelantan un futuro de lo que un día debe ser lo que Dios ha querido para toda la humanidad.

El Apóstol habla de una gran unanimidad siguiendo a Cristo Jesús. No se trata simplemente de una unidad a nivel general, sino que está cimentada en el Señor mismo. Esto significa que, cuanto más profundamente estemos anclados en Cristo, tanto más fácil le resultará al Espíritu Santo conceder esta unanimidad entre nosotros, los hombres. 

La lectura nos recuerda una vez más que todos los hombres están llamados a descubrir el inmenso amor de Dios, que nos ha manifestado en su Hijo. Él es la puerta de entrada tanto para los judíos como para los gentiles, para que se cumplan las promesas hechas al Pueblo de la Antigua Alianza y los gentiles alaben a Dios por su misericordia. 

Ésta es la clave para la unidad entre nosotros, los hombres. Está cimentada en Dios y sólo la alcanzamos al recorrer el camino que Él ha trazado para nosotros en su Hijo Unigénito, que es el único camino que conduce al Padre (cf. Jn 14,6).

Evangelio : Mt 3,1-12. Hoy el personaje central del relato es Juan Bautista , es el último profeta del Antiguo Testamento y marca la transición entre las dos etapas de la acción de Dios en el mundo. Juan tenía una vocación fuerte y un comportamiento austero que lindaba ya con lo infrahumano. Su sinceridad era evidente y esa sinceridad le costó la vida ante Herodes por no callar los pecados del rey. Juan, además, no se atribuyó jamás poder alguno y solo su capacidad anunciadora. El Evangelio hace referencia a la profecía de Isaías que marca el ámbito de la proclamación del Nuevo Camino en el desierto. Y en el desierto iba a formarse Juan a la espera de la Primera Venida.

Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.”. (Mt 3, 3).  Juan se presenta como el heraldo que grita el mensaje de su Señor; no realiza una misión por iniciativa propia, sino como enviado por Dios.

A la luz de la profecía de Isaías (40,3), que para Mateo es el profeta de la salvación mesiánica, el ministerio de Juan arroja nuevas luces: Con la venida de Juan se cumple una antigua profecía de Isaías. Juan es la “voz” que personifica históricamente a aquel misterioso personaje presentado por Isaías (quizás un miembro de la asamblea del consejo de la corte celestial), que era eco a las instrucciones de Dios, para el pueblo que regresaba de la cautividad de Babilonia.


La voz parte del “desierto” pero la finalidad no es quedarse en ese lugar, sino hacer un camino de conversión. Dios viene es más “ya ha llegado”, es preciso hacer camino al Señor”, un camino que no admite senderos tortuosos, pistas extenuantes ni recorridos desalentadores.

¿Qué tan consciente soy de esta gran verdad? ¿Me pongo en actitud de conversión para recibir al Señor? ¿Favorezco esta disposición no solo en mi, sino entre los míos?

El desierto es el lugar de la “escucha”, donde se pueden atender las directivas de Dios. Para Israel el desierto fue un punto de referencia que apuntaba a sus orígenes, tanto en la creación, como en la alianza y por eso, como dice profeta Oseas, es posible ir al desierto para regresar y vivir el proyecto de Dios con la fuerza del amor primero (Os 2,16).

El “desierto”, como referente bíblico-histórico, parece ser esencial (así 3,3 y 4,1). El mismo Mateo da la clave. Como lo indica la cita de Isaías (40,3), hay una nota de esperanza que percibe, en la flamante peregrinación del Pueblo que retorna del exilio, la acción poderosa de Dios; después del éxodo el pueblo regresa purificado –habiendo aprendido las lecciones de la historia- y dispuesto a construir una nueva sociedad.

Esta clave de un nuevo éxodo también es subrayada en la experiencia de Jesús en el desierto (ver 4,1). Lo importante del anuncio es que es Dios mismo, en cuanto “Señor” es, quien guía a su pueblo: como un pastor que guía a su rebaño. Bajo su guía, el pueblo alcanzará victorioso la meta de su caminar histórico. Juan invita a los hombres a renunciar a sus seguridades, a sus actitudes, a lo que los aleja de Dios.

"Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos..." (Mt 3, 2). La ansiedad de salvación que todo hombre lleva dentro de sí, escondida quizá en lo más íntimo de su ser, es un sentimiento que se agudiza cuando crece el temor y la angustia, motivados quizá por circunstancias particularmente difíciles. Eso es lo que ocurría en los tiempos en que aparece el Bautista a orillas del Jordán. Israel estaba bajo el yugo de Roma, tiranizada además por los herodianos, los descendientes del cruel Herodes el Grande que dejó su reino entre los hijos que le quedaron, después de haber matado él mismo a aquellos que más derecho tenían a subir a su trono. Eran años de intrigas palaciegas que intentaban acabar con el viejo rey, que no acababa de morir y eliminaba fríamente a quienes intentaran algo contra él, aunque fuesen los hijos de su más querida esposa, o el primogénito. Días de violencia y de terrorismo en los que la sangre corría con frecuencia por las calles, en los que la tortura y el encarcelamiento estaban a la orden del día. Por otra parte la corrupción moral llegaba a límites inconcebibles en una degradación cada vez más profunda y extendida. Por todo ello el anhelo de un salvador, la esperanza de que llegara pronto el Mesías se hacía cada vez más intensa.

Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Juan Bautista sabía muy bien que él era sólo el precursor, el que venía a preparar el camino al Señor Jesús. A esto aspiramos nosotros en Adviento: a llenarnos del Espíritu Santo, a vivir como bautizados en el Espíritu del Señor Jesús. Este Espíritu Santo del Señor Jesús es el que nos describe, en la primera lectura, el profeta Isaías.

 

Para nuestra vida

El adviento, nos sugiere ser más un tiempo de esperanza, de alegría que de penitencia.

¿ No merece el Señor, que –aquello que desafina y no está atinado en nuestra forma de ser- sea cambiado para que su Nacimiento sea algo real y palpable en lo más hondo de nuestras entrañas?

El adviento, por ser tiempo de esperanza…también es época de poda. De cortar aquellas ramas que, en el tronco de nuestras personas, pesan o aparentan más de lo que son, sobran o no dan fruto, son frondosas por fuera...pero quién sabe si no están huecas por dentro.

En este Adviento tenemos la oportunidad de pararnos  y preguntarnos: ¿qué camino estamos siguiendo, el falso o el que conduce a la felicidad? Si vivimos obsesionados por el dinero, el placer, la vanagloria, el pensar sólo en ti mismo, nos estamos equivocando. Esto no puede traernos la felicidad. A lo largo de esta Adviento, tiempo de gracia y de conversión, tenemos la oportunidad de rectificar y allanar el camino. ¿Cómo podemos  preparar el camino que conduce a Jesús, qué piedras son las que te hacen tropezar, qué baches son los que te encuentras? Sólo si tienes ilusión y ganas por llegar a la meta, podrás llegar. No lo harás solo, pues hay otros muchos que te acompañan.

No olvides que otra Navidad es posible. Prepárate para la Navidad. No te dejes arrastrar por el desenfreno de las cenas, el gasto inútil, las prisas..... Sólo merecerá la pena esta Navidad si encuentras de nuevo tu camino interior y escuchas al Dios de la misericordia, que viene a consolarte y a regalarte la salvación. ¿Estarás atento a su voz?

 

La primera lectura del Profeta Isaías expone las  profecías sobre la llegada del Mesías.

El texto describe la era mesiánica con imágenes agrícolas y ganaderas, que vosotros, mis queridos jóvenes lectores, debéis traducir a realidades de hoy, a realidades vuestras, cotidianas. El león, la serpiente, el cabrito, el novillo, serán para vosotros imágenes lejanas, imaginarias tal vez. A mí no tanto. He tocado cabritos, serpientes y culebras, me ha picado un escorpión y nada me ha hecho. Los peligros que acechan hoy serán seguramente el alcohol, el malgastar inútil, la egoísta satisfacción sensorial, sensual y sexual. El dinero para presumir, el poder para avasallar, el atractivo personal para arrastrar y dominar.

Nosotros esperamos al Mesías salvador. El que esperamos será justo y dará paz a la tierra y los conflictos desaparecerán. No sólo los que el género humanos ha producido a lo largo de los siglos, si no también –y eso es muy interesante-- habrá paz en la misma naturaleza. La fraternidad llegará incluso a las especies animales que siempre están en conflicto por su propia supervivencia: “La vaca –dice el profeta-- pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey”. ¿No es especialmente hermoso? Nuestra esperanza es saber que todo el contenido de la Escritura, del Antiguo y del Nuevo Testamento, profetizado en torno al Mesías se cumplirá. No es una utopía o un bello texto de ficción lo que nos dice Isaías. Se cumplirá.

Le va a llegar a Israel la savia que fluye todavía de David el elegido, el mítico más bien, el que impulsó a su pueblo, protegió, defendió y enriqueció. El árbol de las promesas no se ha secado, todavía puede dar fruto, es capaz de vitalizar a su pueblo. Esto se le dice a Israel, el elegido. Esto se nos dice a nosotros, ya que la Iglesia es la realización de las antiguas promesas hechas a Abraham y a los profetas.

Promesas cumplidas en Jesús de Nazaret, el es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Jesús mientras vivió en esta tierra manifestó el cumplimiento de las promesas.  Vivió en su propia vida, la fraternidad universal, amando a todos: a ricos y pobres, a santos y pecadores, a los amigos y hasta a los propios enemigos. Si dejamos que sobre nosotros se pose el espíritu de Señor también nosotros seremos personas fraternas, solidarias, amantes y nunca excluyentes. Que nunca juzguemos a los demás por apariencias, ni de oídas, sino siempre con justicia y rectitud, sobre todo a los que se encuentren más desamparados.

 

En la segunda lectura San Pablo: nos recuerda " Cristo salvó a todos los hombres". En los designios divinos Cristo, del que todos los hombres necesitan para ser salvados, es el gran Reconciliador. San Pablo llama al amor la «ley de Cristo» (Gál 6,2) o «la plenitud de la ley» (Rm 13,10; Gál 5,14). La importancia del amor cristiano es tal que no puede absolutamente ser llamado una virtud; sería como vaciar de su sentido verdadero al amor de Dios mismo o de su Hijo hacia nosotros.

Para San Pablo, el ejemplo de Cristo, que para salvarnos se hace obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2, 8), ha de ser estímulo y acicate para que nosotros hagamos lo mismo por la salvación de los hermanos.

 San Pablo nos exhorta "En una palabra; acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios". Estas palabras que escribe a los primeros cristianos de Roma deben servirnos a nosotros para formular, un propósito de  conversión a Dios y a los hermanos, siguiendo siempre el ejemplo de Cristo que nos acogió a todos nosotros para gloria de Dios Padre. No es posible una verdadera conversión cristiana sin este propósito de amar a Dios y al prójimo, siguiendo siempre el ejemplo de nuestro Señor Jesús. Que en nuestras palabras y en nuestras obras se note siempre que estamos bautizados con el Espíritu Santo y con el fuego de nuestro Señor.

El Adviento, tiempo de espera, debe incitar a todos los cristianos a una profunda reflexión sobre nuestra responsabilidad en la salvación de los hombres alejados de Dios.

 

Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: “convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos”. Las palabras de Juan Bautista, predicando la conversión, siguen teniendo hoy valor total para todos nosotros. Porque todos los nacidos de mujer nacemos empecatados, es decir, con unas tendencias innatas al pecado.

Juan es el último profeta del Antiguo Testamento y el primero del Nuevo, es el precursor del salvador. Nos invita a la conversión, al cambio de mente y de corazón, de pensamiento y sentimiento. Nos invita a tomar postura, de ella depende la diferencia que separará a unos de otros. Nosotros preguntamos también: ¿entonces, qué hacemos? Él nos indica un camino: compartir nuestros bienes, servir al necesitado, no aprovecharse de los demás, dar de comer al hambriento...

Juan predicaba a unas personas inmersas en una sociedad de vilencia e injusticias. Sociedad dominada por Roma y gobernada por los fieles a Roma en lo civil y en lo religiosos por unos estamentos que generalmente olvidaban a Dios y presentaban los medios como lo que salvaba. Demasiadas veces parece que vivimos tiempos parecidos, o tal vez peor. sí Se puede afirmar que hay miedo en las calles, sobre todo a determinadas horas y por ciertos sectores de cualquier ciudad. Es verdad también que la sangre salta con demasiada frecuencia, y con excesiva cercanía, a las páginas de los rotativos. También podemos decir, sin exageraciones, que la degradación moral está destruyendo los cimientos de nuestro viejo mundo, que se rompe la familia, sin que haya formas adecuadas para recomponerla una vez rota. Se busca con demasiada frecuencia el placer y el confort por encima de todo y a costa de lo que sea. Sí, sin ponernos trágicos, hay que reconocer que cada día ocurren cosas de las que hemos de lamentarnos, o que hemos de temer.

Ante todo esto podemos pensar que el hombre de hoy anhela con ansiedad la salvación, ese nuevo Mesías que nos redima otra vez, sin considerar que ya estamos redimidos y que lo que hay que hacer es cooperar con Dios para hacer realidad sus planes de redención. Por ello las palabras del Bautista tienen plena vigencia. Sí, también nosotros tenemos que convertirnos, hacer penitencia y preparar nuestro espíritu para la llegada del Señor. Convertirnos y hacer penitencia. Volver a Dios, que eso es convertirse a Él. Dejar nuestra situación de pecado, o de tibieza que es peor quizá, por medio de una buena confesión de nuestras faltas. Dolernos en lo más hondo de haber pecado, proponernos sinceramente rectificar. Y luego hacer penitencia, mortificar nuestras pasiones y malas inclinaciones, prescindir de nuestra ansia de comodidad, huir del confort excesivo, contradecir alguna vez nuestro gusto o deseo. Conversión y penitencia. Sólo así haremos posible la salvación y recibiremos adecuadamente a nuestro.

Meditaciones de los Santos Padres

" 1-3. Y ¿por qué fue necesario que Juan predicase a Jesucristo y apoyase con sus propias obras la misión del Redentor? En primer lugar, para enseñarnos la dignidad de Cristo, que como su Padre Eterno, también El tiene sus profetas, según aquellas palabras dichas a Juan por Zacarías: «Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo» ( Lc 1). En segundo lugar, para que no quede a los judíos ninguna causa de falsa vergüenza, lo cual el mismo evangelista da a entender cuando dice ( Mt 11): «Vino Juan sin comer y sin beber y dijeron: Tiene el demonio. Vino el hijo del hombre, come y bebe, y dijeron: He ahí un hombre glotón». Por otra parte era también necesario que fuese anunciado por otro, y no por el mismo Jesucristo, lo que de El había de decirse, para que los judíos no pudiesen alegar lo que en cierta ocasión expresaban ( Jn 8): «Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero».

De este modo anuncia a los judíos lo que ellos no habían escuchado ni siquiera de boca de los mismos profetas, y sin hablarles de la tierra hace que sus miradas se levanten a las alturas del cielo, alentándolos por la novedad de la predicación, a buscar a Aquél a quien predican.

5-6. Era admirable ver tanta paciencia en un ser humano; y esto es lo que más atraía a los judíos, que veían en él al gran Elías. Hubo también de contribuir a su admiración el que apareciera un profeta después de tanto tiempo. El modo singular de predicar contribuía a ello. No oían de Juan nada de lo que acostumbraban oír a otros profetas, como eran las batallas y las victorias de acá abajo, sobre Babilonia y Persia, sino que hablaba de los cielos, de cuanto conduce a ellos y de los castigos del infierno.
Dice, pues: «Entonces salía a él Jerusalén, y eran bautizados por él en el Jordán».

Dijo esto, no prohibiéndoles que dijesen que descendían de él, sino que se confiasen de esto, no aplicándose a la virtud de su espíritu.

Sacar hombres de las piedras, es lo mismo que hacer que naciera Isaac de Sara. De aquí que el profeta dice: Mirad a la piedra, de la que habéis salido. Recordándoles esta profecía, les demuestra que ahora es posible que pueda hacer una cosa semejante.

Cuando dice todo, excluye al primero, como por excepción. Como si dijese: Aunque fueses descendiente de Abraham, sufrirás la pena si permaneces sin fruto.

11-12. Como no había sido ofrecida aún la hostia, ni se había perdonado el pecado, ni el Espíritu Santo había bajado sobre el agua, ¿cuál debería ser el perdón de los pecados? Pero como los judíos no conocían sus propios pecados y esto era para ellos la causa de todos sus males, vino San Juan invitándolos al conocimiento de sus propios pecados, y recordándoles la necesidad de hacer penitencia.

Cuando oigas que es más fuerte que yo, no juzgues que digo esto por comparación, porque no soy digno ni siquiera de contarme entre sus servidores para tomar la menor parte, aunque fuese la más vil de su ministerio. Por ello añade: «Cuyo calzado yo no soy digno de llevar».

No dice, pues, «os dará el Espíritu Santo», sino «os bautizará en el Espíritu Santo». La misma argumentación metafórica de que se vale hace resaltar la abundancia de la efusión de la gracia. 1Por esto se demuestra también que sólo basta la voluntad, aun en la fe, para justificarse, y que no son necesarios los trabajos y los sudores; y así como es fácil ser bautizados, así por su medio, es fácil mudarse y hacerse mejores. En el fuego demuestra la vehemencia de la gracia, que no puede contrariarse, y para que se conozca que a semejanza de los antiguos y grandes profetas, puede transformar a los suyos. Por ello, pues, hace mención del fuego, porque muchas de las visiones de los profetas se verificaron por medio del fuego" . (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 9-14).

San Gregorio Magno,

" 1-3. Se sabe que el Hijo unigénito se llama Verbo del Padre, según aquellas palabras: «En el principio era el Verbo». Según nuestro mismo modo de entender, sabemos que la voz suena para que la palabra se pueda oír. San Juan, al ser precursor de Nuestro Señor, se llama voz, porque por su mediación el Verbo del Padre, esto es la voz del Padre, es oída por los hombres.

San Juan es el que clama en el desierto, porque anuncia el consuelo de su Redentor a la Judea abandonada y perdida.

Todo aquél que predica la recta fe y las buenas obras, prepara, a los corazones de los que lo oyen, el camino para ir al Señor. Ordena las sendas que conducen al Señor, cuando, por medio de la palabra y de la buena predicación, forma los deseos perfectos en el alma.

7-10. Debe conformarse la predicación de los doctos con la clase del auditorio, para que así cada uno tome lo que le conviene y nunca se separen de la edificación de los demás (regula pastoralis,i> 3) .

En estas palabras debe notarse que no sólo aconseja hacer frutos de penitencia, sino frutos dignos de penitencia. Debe saberse, pues, que al que no ha cometido ninguna cosa ilícita, a éste se le concede que use de cosas lícitas. Pero si alguno ha caído en la culpa, tanto debe separar de sí las cosas lícitas cuanto se acuerda de haber cometido las ilícitas. La conciencia de cada uno conoce que, tanto debe buscar las ganancias mayores de las buenas obras por medio de la penitencia, cuanto mayores fueron los daños que ocasionó por las culpas. Pero los judíos, gloriándose de la nobleza de su raza, no querían reconocerse como pecadores, porque descendían de la estirpe de Abraham. Y por ello se les dice con propiedad: «Y no queráis decir dentro de vosotros: tenemos por padre a Abraham» (Homiliae in Evangelia, 20,8).

El hacha es Nuestro Redentor que, constando de naturaleza divina y humana, representa la fuerza motriz, y la fortaleza en la economía de la redención, ya que, si bien aparece con forma humana, procede de la divinidad. Esta es el hacha puesta junto a la raíz del árbol, puesto que, si bien espera por la paciencia, conoce, sin embargo, cuanto ha de hacer. Todo árbol que no da buenos frutos, será cortado y arrojado al fuego ( Mt 7). Porque cualquiera que obra mal encuentra preparado el fuego del infierno por haber despreciado el consejo de hacer buenos frutos de penitencia. Se dice que el hacha no está puesta junto a las ramas sino junto a la raíz. Cuando mueren los hijos de los malos son cortadas las ramas que no dan fruto, pero cuando sucumbe toda una generación con el padre, se corta todo el árbol por la raíz para que ya no puedan nacer los renuevos malos (Homiliae in Evangelia, 20,9).

Luego todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego, porque siempre tiene preparado el fuego del infierno el que desprecia el hacer aquí buenos frutos (Homiliae in Evangelia, 20,9).

11-12. San Juan no bautiza en espíritu sino en agua, porque no podía perdonar los pecados. Lava los cuerpos por el agua, pero no lava las almas con el perdón.
¿Por qué bautiza quien no puede perdonar pecados? Para que, observando la misión del cargo de precursor, preparase los caminos a Aquel a quien, como había sido su precursor en el nacimiento, lo prefigurase también bautizando también al que después debía bautizar(Homiliae in Evangelia, 7,3).

Porque después de la trilla de la vida presente, en que el trigo está escondido bajo la paja, la última avienta del juicio final separará perfectamente el trigo de la paja de tal modo, que ni las pajas puedan volver a mezclarse en el granero con el trigo, ni el trigo pueda jamás ser quemado en el fuego en que ardan las pajas. Y esto es lo que se sigue: «Y reunirá el trigo en su granero, pero quemará las pajas en un fuego inextinguible» ( Moralia, 34,5 ).( San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 7.20).

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario