Comentario a
las lecturas de la Solemnidad del Santísimo
Cuerpo y Sangre de Cristo 19 de junio de 2022
Hoy
la Iglesia celebra la Solemnidad del Corpus. En la
solemnidad del Corpus Christi la Iglesia en España celebra el día de Cáritas,
el día nacional de la caridad.
En
las lecturas de hoy la reiteración de palabras referidas a “comida”, “bebida”,
“vida”, es constante. Los estudiosos han llegado a encontrar 9 veces
“comer-comida, vivir-vida”; 6 veces “carne”; 4 veces “pan-sangre, beber”. Todo
indica que Dios quiere relacionarse con nosotros espiritual y físicamente, a
través de la fe y a través de los sentidos. “El que come de este pan vivirá
para siempre”.
Pero,
además del simbolismo del signo sacramental, hay que admitir una realidad mucho
más honda y misteriosa: la presencia verdadera de Cristo, como está en el
cielo. El Corpus no consiste sólo en un signo eficaz de la presencia espiritual
de Cristo. La Iglesia cuando trata de explicar en profundidad el misterio de su
presencia emplea tres palabras: presencia verdadera, presencia real y presencia
sustancial.
La primera lectura :(Gn 14,18-20), nos sitúa ante un texto con un relato ancestral. Estos relatos
tienen algo especial en la tradiciones
de Israel, hasta el punto de poder considerar que un texto como el de
Melquisedec podría ser una campaña militar, antigua, en la que se ha querido
ver que los grandes, en este caso el rey de Salem, también ha querido ponerse a
los pies del padre del pueblo, de Abrahán. Con los gestos del pan y el vino que
se ofrecen, las cosas más naturales de la tierra, el rey misterioso le otorga a
Abrahán un rango sagrado, casi de rey-sacerdote.
Melquisedec,
es un personaje misterioso en el
Antiguo Testamento, “sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de días,
ni fin de vida, asemejado al Hijo de Dios, que permanece sacerdote para
siempre”, según narra la epístola a los Hebreos. También en el salmo se dice
que su sacerdocio es eterno. Una figura que anunciaba a Cristo, cuyo
sacerdocio, en efecto, es eterno, y cuyo origen se pierde en la eternidad. Un
sacerdocio que no proviene de los hombres, sino del mismo Dios.
El
pasaje nos dice que Abrahán le ofreció el diezmo de todo. De esa forma se pone
de relieve la grandeza de ese personaje, pues quien ofrece algo siempre es
inferior que aquel a quien se hace la ofrenda. Por otro lado se nos refiere que
Melquisedec ofreció a Dios el pan y el vino. Un sacrificio que anunciaba
también ese otro sacrificio, el de la Eucaristía donde el pan y el vino se
convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que se inmolan por la salvación
del mundo.
El
responsorial es el salmo 109 (Sal 109,1-4) . Se trata de un salmo real célebre, compuesto en Jerusalén para la
entronización del rey o para la celebración de su aniversario. El
poeta o profeta cortesano habla al rey en nombre de Dios, que otorga el
dominio, la gloria y el poder. Los w. 1 y 4, según la versión
griega de la Setenta, fueron aplicados en el Nuevo Testamento a Cristo y
releídos desde una perspectiva mesiánica en la estela de la tradición judía
(Qumrán). El salmo tiene dos partes.La primera (vv. 1-3), contiene un oráculo real
dirigido por YHWH al rey sobre su entronización
El pueblo se ha reunido en el palacio del rey de Judá y todo está
preparado para la solemne consagración real del ungido del Señor. Sin embargo,
el pequeño reino de Israel vive momentos difíciles a causa de los poderosos
enemigos que le rodean. La misma suerte del rey que va a ser entronizado
permanece incierta. El Señor tranquiliza al rey y a la asamblea con un oráculo
divino. El rey no debe temer por su dignidad real: «Siéntate a mi derecha y haré
de tus enemigos estrado de tus pies» (v. 1).
El
Señor le dará también el poder y se extenderá desde el palacio real hasta todos
sus enemigos, que serán humillados por la fuerza del rey. El consagrado, con
sus empresas victoriosas sobre el enemigo, estará siempre a la cabeza de un
pueblo victorioso y reinará sobre todo el mundo, porque se alimenta del
torrente de las bendiciones divinas (vv. 2.7).
Por
otra parte, el Señor mismo asegura, en este día solemne, su filiación divina de
una manera misteriosa: «Yo mismo te engendré», como rey y sacerdote del
pueblo, «entre esplendores sagrados», los de esta liturgia de
consagración, como el rocío de la mañana desde el seno de la aurora (v. 3). Su
sacerdocio será eterno, como el de Melquisedec, rey-sacerdote de Salén sin
ascendencia terrena (cf. Gn 14), un sacerdocio distinto al oficial del templo,
ligado a Aarón y a Sadoc (v 4).
San Agustín nos dice de este
salmo: "... Pues Dios prometió la divinidad a los hombres, la inmortalidad
a los mortales, la justificaci6n a los pecadores, la glorificación a criaturas
despreciables.
Sin embargo, hermanos. como a
los hombres les parecía increíble la promesa de Dios de sacarlos de su
condición mortal -de corrupción, bajeza, debilidad, polvo y ceniza- para
asemejarlos a los ángeles, no sólo firmó una alianza con los hombres para
incitarlos a creer, sino que también estableció un mediador como garante de su
fidelidad; y no estableció como mediador a cualquier príncipe o a un ángel o
arcángel, sino a su Hijo único. Y por él nos mostró el camino que nos
conduciría hasta el fin prometido.
Pero no bastó a Dios indicarnos
el camino, por medio de su Hijo: quiso que él mismo fuera el camino, para que,
bajo su dirección, tú caminaras por él...
Todo esto debía ser profetizado
y preanunciado para que no atemorizara a nadie si acontecía de repente, sino
que, siendo objeto de nuestra fe, lo fuese también de una ardiente esperanza
(San Agustín. Comentario sobre el salmo 109, 1-3).
En
la segunda Lectura de 1ª corintios ( 1 Cor 11,23-26), se nos asegura que cuanto les está
diciendo sobre la Eucaristía pertenece a la Tradición que arranca de Cristo,
“procede del Señor” nos dice. El cristianismo primitivo tuvo que hacerse
“recibiendo” tradiciones del Señor. Pablo, que no lo conoció personalmente, le
da mucha importancia a unas pocas que ha recibido. Y una de esas tradiciones
son las palabras y los gestos de la última cena. Porque el
apóstol sabía lo que
el Vaticano II decía, que “la Iglesia se realiza en la Eucaristía”. Todos
debemos reconocer que aquella noche marcaría para siempre a los suyos. Cuando
la Iglesia intentaba un camino de identidad distinto del judaísmo, serán esos
gestos y esas palabras las que le ofrecerá la oportunidad de cristalizar en el
misterio de comunión con su Señor y su Dios. Esta tradición “recibida”, según
la mayoría de los especialistas, pertenece a Antioquía (como en Lc 22,19-20),
donde los seguidores de Jesús “recibieron” por primera vez el nombre de
“cristianos”.
Jesús
encomendó a sus discípulos que repitieran en memoria suya lo que él acababa de
hacer, convertir el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre, que se entregaba en
sacrificio para la redención del mundo. De ahí que diga San Pablo que cada vez
que comemos el Pan o bebemos del Cáliz proclamamos la muerte del Señor, hasta
que vuelva.
Proclamar
la muerte de Cristo equivale a repetir su sacrificio, de modo sacramental pero
real. Es decir, en cada celebración eucarística se repite el sacrificio del
Calvario. De ahí la importancia capital de la Eucaristía, de la Misa. Tanto que
el Magisterio de la Iglesia lo considera como el centro de la vida la
cristiana, la fuente de la que brota la vida de la Gracia y, por otro lado, es
el acto al que se dirige toda actividad apostólica, allí donde converge cuanto
la Iglesia hace y dice para la salvación del mundo.
Con el evangelio de hoy volvemos a San Lucas (Lc 9,11b-17 ). Se nos
relata la
multiplicación de los panes y los peces, hecho este que es atestiguado por
todos los evangelistas, uno de esos acontecimientos considerado de capital
importancia, no por lo prodigioso sino por el valor teológico que encierra, por
el significado doctrinal tan rico e importante que entraña.
Jesús
está cerca de Betsaida y tiene delante a una gran muchedumbre de gente pobre,
enferma, hambrienta. Es a este pueblo marginado y oprimido al que Jesús se
dirige, “hablándoles del reino de Dios y sanando a los que lo necesitaban” (v.
11). A continuación Lucas añade un dato importante con el que se introduce el
diálogo entre Jesús y los Doce: comienza a atardecer (v. 12). El momento
recuerda la invitación de los dos peregrinos que caminaban hacia Emaús
precisamente al caer de la tarde: “Quédate con nosotros porque es tarde y está
anocheciendo” (Lc 24,29). En los dos episodios la bendición del pan acaece al
caer el día.
El
diálogo entre Jesús y los Doce pone en evidencia dos perspectivas. Por una
parte los apóstoles que quieren enviar a la gente a los pueblos vecinos para
que se compren comida, proponen una solución “realista”. En el fondo piensan
que está bien dar gratis la predicación pero que es justo que cada cual se
preocupe de lo material. La perspectiva de Jesús, en cambio, representa la
iniciativa del amor, la gratuidad total y la prueba incuestionable de que el
anuncio del reino abarca también la solución a las necesidades materiales de la
gente.
Al
final del v. 12 nos damos cuenta que todo está ocurriendo en un lugar
desértico. Esto recuerda sin duda el camino del pueblo elegido a través del
desierto desde Egipto hacia la tierra prometida, época en la que Israel
experimentó la misericordia de Dios a través de grandes prodigios, como por
ejemplo el don del maná. La actitud de los discípulos recuerda las resistencias
y la incredulidad de Israel delante del poder de Dios que se concretiza a
través de obras salvadoras en favor del pueblo (Ex 16,3-4).
La
respuesta de Jesús: “dadles vosotros de comer” (v. 13) no sólo es provocativa
dada la poca cantidad de alimento, sino que sobre todo intenta poner de
manifiesto la misión de los discípulos al interior del gesto misericordioso que
realizará Jesús. Los discípulos, aquella tarde cerca de Betsaida y a lo largo
de toda la historia de la Iglesia, están llamados a colaborar con Jesús
preocupándose por conseguir el pan para sus hermanos. Después de que los
discípulos acomodan a la gente, Jesús “tomó los cinco panes y los dos peces,
levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los iba
dando a los discípulos para los distribuyeran entre la gente” (v. 16).
El
gesto de “levantar los ojos al cielo” pone en evidencia la actitud orante de
Jesús que vive en permanente comunión con el Dios del reino; la bendición (la
berajá hebrea) es una oración que al mismo tiempo expresa gratitud y alabanza
por el don que se ha recibido o se está por recibir. Es digno de notar que
Jesús no bendice los alimentos, pues para él “todos los alimentos son puros”
(Mc 7,19), sino que bendice a Dios por ellos reconociéndolo como la fuente de
todos los dones y de todos los bienes. El gesto de partir el pan y distribuirlo
indiscutiblemente recuerda la última cena de Jesús, en donde el Señor llena de
nuevo sentido el pan y el vino de la comida pascual, haciéndolos signo
sacramental de su vida y su muerte como dinamismo de amor hasta el extremo por
los suyos.
Al
final todos quedan saciados y sobran doce canastas (v. 17). El tema de la
“saciedad” es típico del tiempo mesiánico. La saciedad es la consecuencia de la
acción poderosa de Dios en el tiempo mesiánico. Jesús es el gran profeta de los
últimos tiempos, que recapitula en sí las grandes acciones de Dios que alimentó
a su pueblo en el pasado. Los doce canastos que sobran no sólo subraya el
exceso del don, sino que también pone en evidencia el papel de “los Doce” como
mediadores en la obra de la salvación. Los Doce representan el fundamento de la
Iglesia, son como la síntesis y la raíz de la comunidad cristiana, llamada a
colaborar activamente a fin de que el don de Jesús pueda alcanzar a todos los
seres humanos.
El
Señor se dio cuenta de que aquel milagro despertó en la muchedumbre el
entusiasmo, hasta el punto de que quieren hacerlo rey. Pero por otro lado les
recrimina que lo busquen sólo porque se han saciado. Buscad el pan del cielo,
les dice, el pan que el Hijo del Hombre os dará. Y luego les aclara que quien
coma de este Pan no morirá para siempre. Esto es mi Cuerpo –nos recuerda—que
será entregado por vosotros.
Para nuestra vida
Del
salmo responsorial nos fijamos en los dos oráculos, en el versículo inicial del
salmo , el primer oráculo nos dice
«Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies». San
Máximo de Turín (siglo IV-V), quien en su Sermón sobre Pentecostés lo
comenta así: «Según nuestra costumbre, la participación en el trono se ofrece a
aquel que, realizada una empresa, llegando vencedor merece sentarse como signo
de honor. Así pues, también el hombre Jesucristo, venciendo con su pasión al
diablo, abriendo de par en par con su resurrección el reino de la muerte,
llegando victorioso al cielo como después de haber realizado una empresa,
escucha de Dios Padre esta invitación: “Siéntate a mi derecha”. No debemos
maravillarnos de que el Padre ofrezca la participación del trono al Hijo, que
por naturaleza es de la misma sustancia del Padre… El Hijo está sentado a la
derecha porque, según el Evangelio, a la derecha estarán las ovejas, mientras
que a la izquierda estarán los cabritos. Por tanto, es necesario que el primer
Cordero ocupe la parte de las ovejas y la Cabeza inmaculada tome posesión
anticipadamente del lugar destinado a la grey inmaculada que lo seguirá» (40,
2: Scriptores
circa Ambrosium, IV, Milán-Roma 1991, p. 195).
El segundo oráculo tiene, en
cambio, un contenido sacerdotal (cf. v. 4). Antiguamente, el rey desempeñaba
también funciones cultuales, no según la tradición del sacerdocio levítico, sino
según otra conexión: la del sacerdocio de Melquisedec, el soberano-sacerdote de
Salem, la Jerusalén preisraelita .
Desde la perspectiva cristiana,
el Mesías se convierte en el modelo de un sacerdocio perfecto y supremo.
La carta a los
Hebreos, en su parte central, exalta este ministerio sacerdotal «a
semejanza de Melquisedec» (Hb 5,10), pues lo ve encarnado en plenitud en la
persona de Cristo.
El Nuevo Testamento recoge, en
repetidas ocasiones, el primer oráculo para celebrar el carácter mesiánico de
Jesús . El mismo Cristo, ante el sumo sacerdote y ante el sanedrín judío, se
referirá explícitamente a este salmo, proclamando que estará «sentado a la
diestra del Poder» divino, precisamente como se dice en el versículo 1 del
salmo 109 (Mc 14,62; cf. 12,36-37).
Este
salmo, nos invita a contemplar el triunfo del Resucitado y a acrecentar nuestra
esperanza de que también la Iglesia, cuerpo de Cristo, participará un día de su
misma gloria, por muchas que sean las dificultades y los enemigos presentes.
Como el antiguo Israel, al que literalmente se refiere el salmo, como Cristo en
los días de su vida, la Iglesia tiene poderosos enemigos que podrían darle
sobrados motivos de temor; pero la misma Iglesia escucha un oráculo del Señor: «Haré de tus
enemigos -la muerte, el dolor, el pecado- estrado de tus pies».
Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, como cada domingo, celebramos-, Dios nos ha
hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Que la contemplación de la
antigua promesa de Dios al rey de Judá, realizada en la resurrección de Cristo,
tal como nos la hace contemplar este salmo, intensifique nuestra oración de
acción de gracias, por todo lo que el Señor nos ofrece tan misericordiosamente.
En la segunda lectura se destaca
algo muy importante en la vida cristiana. Antes de que
lo entregaran a la muerte y le quitaran la vida, Jesús la ofreció, la entregó,
la donó a los suyos en el pan y en el vino, de la forma más sencilla y
asombrosa que se podía alguien imaginar.
¿Por
qué se ha proclamar la muerte del Señor hasta su vuelta? ¿Para recordar la
ignominia y la violencia de su muerte? ¿Para resaltar la dimensión sacrificial
de nuestra redención? ¿Para que no se olvide lo que le ha costado a Jesús la
liberación de la humanidad?. Es importante el valor de la memoria “zikarón” que
es un elemento antropológico imprescindible de nuestra propia historia. No
hacer memoria, significa no tener historia. Y la Iglesia sabe que “nace” de la
muerte de Jesús y de su resurrección. No es simplemente memoria de un muerto o
de una muerte ignominiosa, o de un sacrificio terrible. Es “memoria” (zikarón)
de vida, de entrega, de amor consumado, de acción profética que se adelanta al
juicio y a la condena a muerte de las autoridades; es memoria de su vida entera
que entrega en aquella noche con aquellos signos proféticos sin media.
Precisamente para que no se busque la vida allí donde solamente hay muerte y
condena. Es, por otra parte y sobre todo, memoria de resurrección, porque quien
se dona en la Eucaristía de la Iglesia, no es un muerto, ni repite su muerte
gestualmente, sino el Resucitado.
Os dejamos para
meditar una homilía de San Juan Pablo II " 1. "Ecce panis angelorum, factus cibus viatorum: vere panis
filiorum": "Este es el pan de los ángeles, pan de los
peregrinos, verdadero pan de los hijos" (Secuencia).
Hoy la Iglesia muestra al mundo el Corpus
Christi, el Cuerpo de Cristo. E invita a adorarlo: Venite, adoremus, Venid, adoremos.
La mirada de los creyentes se
concentra en el Sacramento, donde Cristo se nos da totalmente a sí mismo:
cuerpo, sangre, alma y divinidad. Por eso siempre ha sido considerado el más
santo: el "santísimo Sacramento", memorial vivo del sacrificio
redentor.
En la solemnidad del Corpus Christi volvemos a aquel
"jueves" que todos llamamos "santo", en el que el Redentor
celebró su última Pascua con los discípulos: fue la última Cena,
culminación de la cena pascual judía e inauguración del rito eucarístico.
Por eso, la Iglesia, desde
hace siglos, ha elegido un jueves para la solemnidad del Corpus Christi, fiesta de adoración, de contemplación y de
exaltación. Fiesta en la que el pueblo de Dios se congrega en torno al tesoro
más valioso que heredó de Cristo, el sacramento de su misma presencia, y
lo alaba, lo canta, lo lleva en procesión por las calles de la ciudad.
2. "Lauda, Sion, Salvatorem!" (Secuencia).
La nueva Sión, la Jerusalén
espiritual, en la que se reúnen los hijos de Dios de todos los pueblos, lenguas
y culturas, alaba al Salvador con himnos y cantos. En efecto, son inagotables
el asombro y la gratitud por el don recibido. Este don "supera toda
alabanza, no hay canto que sea digno de él" (ib.).
Se trata de un misterio
sublime e inefable. Misterio ante el cual quedamos atónitos y silenciosos, en
actitud de contemplación profunda y extasiada.
3. "Tantum ergo sacramentum veneremur cernui": “Adoremos,
postrados, tan gran sacramento”.
En la santa Eucaristía está
realmente presente Cristo, muerto y resucitado por nosotros.
En el pan y en el vino consagrados permanece con nosotros el mismo Jesús de los evangelios, que los discípulos encontraron y
siguieron, que vieron crucificado y resucitado, y cuyas llagas tocó Tomás,
postrándose en adoración y exclamando: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28; cf. 20, 17-20).
En el Sacramento del altar se
ofrece a nuestra contemplación amorosa toda
la profundidad del misterio de Cristo, el Verbo y la carne, la gloria
divina y su tienda entre los hombres. Ante él no podemos dudar de que Dios está
"con nosotros", que asumió en Jesucristo todas las dimensiones
humanas, menos el pecado, despojándose de su gloria para revestirnos a nosotros
de ella (cf. Jn 20, 21-23).
En su cuerpo y en su sangre se
manifiesta el rostro invisible de Cristo,
el Hijo de Dios, con la modalidad más sencilla y, al mismo tiempo, más elevada
posible en este mundo. A los hombres de todos los tiempos, que piden
perplejos: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21), la comunidad eclesial responde repitiendo el gesto que
el Señor mismo realizó para los discípulos de Emaús: parte el pan. Al partir el pan se abren los ojos de quien lo busca
con corazón sincero. En la Eucaristía la mirada del corazón reconoce a Jesús y
su amor inconfundible, que se entrega "hasta el extremo" (Jn 13, 1). Y en él, en ese gesto suyo, reconoce el rostro de Dios.
4. "Ecce panis angelorum..., vere panis filiorum": “He
aquí el pan de los ángeles..., verdadero pan de los hijos”.
Con este pan nos alimentamos
para convertirnos en testigos auténticos del Evangelio. Necesitamos este pan
para crecer en el amor, condición indispensable para reconocer el rostro de
Cristo en el rostro de los hermanos.
Nuestra comunidad diocesana
necesita la Eucaristía para proseguir en
el camino de renovación misionera que ha emprendido. Precisamente en días
pasados se ha celebrado en Roma la asamblea diocesana; en ella se analizaron
"las perspectivas de comunión, de formación y de carácter misionero en la
diócesis de Roma para los próximos años". Es preciso seguir nuestro camino
"recomenzando" desde Cristo, es decir, desde la Eucaristía. Caminemos
con generosidad y valentía, buscando la comunión dentro de nuestra comunidad
eclesial y dedicándonos con amor al servicio humilde y desinteresado de todos,
especialmente de las personas más necesitadas.
En este camino Jesús nos
precede con su entrega hasta el sacrificio y se nos ofrece como alimento y
apoyo. Más aún, no cesa de repetir en todo tiempo a los pastores del pueblo de
Dios: "Dadles vosotros de comer" (Lc 9, 13); partid para todos este pan de vida eterna.
Se trata de una tarea difícil
y exaltante, una misión que dura hasta el final de los siglos.
5. "Comieron todos hasta saciarse" (Lc 9, 17). A través de las palabras del evangelio que acabamos de
escuchar nos llega el eco de una fiesta que, desde hace dos mil años, no tiene
fin. Es la fiesta del pueblo en camino en
el éxodo del mundo, alimentado por Cristo, verdadero pan de salvación.
Al final de la santa misa
también nosotros nos pondremos en camino en el centro de Roma, llevando el cuerpo de Cristo escondido en
nuestro corazón y muy visible en el ostensorio.
Acompañaremos el Pan de vida
inmortal por las calles de la ciudad. Lo adoraremos y en torno a él se
congregará la Iglesia, ostensorio vivo del Salvador del mundo.
Ojalá que los cristianos de
Roma, fortalecidos por su Cuerpo y su Sangre, muestren a Cristo a todos con su
modo de vivir: con su unidad,
con su fe gozosa y con su bondad.
Que nuestra comunidad
diocesana recomience intrépidamente desde Cristo, Pan de vida inmortal.
Y tú, Jesús, Pan vivo que da
la vida, Pan de los peregrinos, "aliméntanos y defiéndenos, llévanos a los
bienes eternos en la tierra de los vivos". Amén". (San
JP II. Solemnidad del Corpus Christi. Basílica de San Juan de Letrán. jueves 14
de junio de 2001).
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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